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JOAQUÍN SABINA 
Y SIN EMBARGO 
De sobras sabes que eres la primera, 
que no miento si juro que daría 
por ti la vida entera, 
por ti la vida entera; 
y, sin embargo, un rato, cada día, 
ya ves, te engañaría 
con cualquiera, 
te cambiaría por cualquiera. 
Ni tan arrepentido ni encantado 
de haberme conocido, lo confieso. 
Tú que tanto has besado 
tú que me has enseñado, 
sabes mejor que yo que hasta los huesos 
sólo calan los besos 
que no has dado, 
los labios del pecado. 
Porque una casa sin ti es una emboscada, 
el pasillo de un tren de madrugada, 
un laberinto 
sin luz ni vino tinto, 
un velo de alquitrán en la mirada. 
Y me envenenan los besos que voy dando 
y, sin embargo, cuando 
duermo sin ti contigo sueño, 
y con todas si duermes a mi lado, 
y si te vas me voy por los tejados 
como un gato sin dueño 
perdido en el pañuelo de amargura 
que empaña sin mancharla tu hermosura. 
No debería contarloy, sin embargo, 
cuando pido la llave de un hotel 
y a media noche encargo 
un buen champán francés 
y cena con velitas para dos, 
siempre es con otra, amor, 
nunca contigo, 
bien sabes lo que digo. 
Porque una casa sin ti es una oficina, 
un teléfono ardiendo en la cabina, 
una palmera 
en el museo de cera, 
un éxodo de oscuras golondrinas. 
Y cuando vuelves hay fiesta 
en la cocina 
y bailes sin orquesta 
y ramos de rosas con espinas, 
pero dos no es igual que uno más uno 
y el lunes al café del desayuno 
vuelve la guerra fría 
y al cielo de tu boca el purgatorio 
y al dormitorio 
el pan de cada día. 
CONTIGO 
Yo no quiero un amor civilizado, 
con recibos y escena del sofá; 
yo no quiero que viajes al pasado 
y vuelvas del mercado 
con ganas de llorar. 
Yo no quiero vecinas con pucheros; 
yo no quiero sembrar ni compartir; 
yo no quiero catorce de febrero 
ni cumpleaños feliz. 
Yo no quiero cargar con tus maletas; 
yo no quiero que elijas mi champú; 
yo no quiero mudarme de planeta, 
cortarme la coleta, 
brindar a tu salud. 
Yo no quiero domingos por la tarde; 
yo no quiero columpio en el jardin; 
lo que yo quiero, corazón cobarde, 
es que mueras por mí. 
Y morirme contigo si te matas 
y matarme contigo si te mueres 
porque el amor cuando no muere mata 
porque amores que matan nunca mueren. 
Yo no quiero juntar para mañana, 
no me pidas llegar a fin de mes; 
yo no quiero comerme una manzana 
dos veces por semana 
sin ganas de comer. 
Yo no quiero calor de invernadero; 
yo no quiero besar tu cicatriz; 
yo no quiero París con aguacero 
ni Venecia sin tí. 
No me esperes a las doce en el juzgado; 
no me digas "volvamos a empezar"; 
yo no quiero ni libre ni ocupado, 
ni carne ni pecado, 
ni orgullo ni piedad. 
Yo no quiero saber por qué lo hiciste; 
yo no quiero contigo ni sin ti; 
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, 
es que mueras por mí. 
Y morirme contigo si te matas 
y matarme contigo si te mueres 
porque el amor cuando no muere mata 
porque amores que matan nunca mueren. 
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ANTONIO CARVAJAL 
UNA FIGURA HERIDA 
A José Antonío Llardent 
El niño que yo fui olió la flor 
y sacó la nariz tinta de polen. 
Tuvo la flor un solo nombre para él: por años 
la llamaba azucena, 
y unas risas gozosas asociadas 
a su caliente aroma. 
Del niño que yo fui guardo recuerdos 
breves, no suficientes para hacerme 
una leyenda ni una doble vida. 
Pero ese niño vuelve. Y, esta tarde, 
al descolgar un cuadro, se ha teñido 
de amarillo la mano izquierda y, súbito, 
le ha vuelto el gozo, el polen de azucena. 
En el adulto herido, refugiado 
en la amistad de este pintor que, puro 
y suntuoso y, más, cordial, lo acoge 
con toda su ternura delicada 
y le pasa el color, la maravilla 
de una fulguración de paz, de idea, 
en el adulto herido, otra figura 
ya para siempre herida, ha renacido 
como lágrima, aroma, voz, ausencia 
del olor de su cuerpo, de su tacto, 
lo que trajo el color, lo que la mano 
no quisiera perder. 
Tuvo otros nombres 
después aquella flor y otros sentidos, 
y, como lirio cándido, absorbido 
hasta la noche última y feliz. 
Aquella noche que quedó completa 
como último pacto de la vida, 
como clausura exacta de la infancia. 
FELIPE BENÍTEZ REYES 
CONFIDENCIAS 
Como todos los jóvenes yo también he buscado 
esa luz inquietante que brilla en la aventura. 
Como todos los jóvenes he arrastrado mis sueños 
por el fango celeste de la vida nocturna. 
El alcohol -que seduce- y los cuerpos -que embriagan-me 
han dado la medida de unos mundos secretos 
que van ya convirtiéndose en jardines de hastío, 
y la pasión primera en un jardín de invierno. 
2
Todo cansa y aburre. Las manzanas mordidas 
dejan el gusto amargo de una falsa promesa: 
su seducción se cumple y de pronto no es nada. 
Consumar un deseo es besar a la niebla. 
Como todos los jóvenes he apostado al diablo 
y he vendido mi alma a precio de inexperto; 
supongo que he perdido la inocencia y la Gloria, 
pero nunca los jóvenes temimos el Infierno. 
Y aunque me quede tiempo y aunque el halago equívoco 
del mundo me sujete, he muerto a las pasiones. 
Porque todo es un lento bostezo. Y no me importa 
apostar al fracaso. Como todos los jóvenes. 
CARLOS MARZAL 
Gente que ve llover, gente que llueve 
Esta obediente lluvia vespertina, 
que está doblando a vida sobre el mundo, 
que percute en las cosas, tan flemática, 
no está lloviendo aquí, no se desploma 
sobre el presente ni sobre el espacio. 
Esta destreza con que el cielo pulsa 
la cuerda musical de cuanto duerme, 
para despabilarlo en armonía 
durante el cumplimiento del crepúsculo, 
no ocurre vertical, 
no capitula aquí desde sus cumbres. 
Lloviendo está como si no lloviese, 
como si nunca hubiera dejado de llover. 
es una lluvia horizontal que anega 
los maizales dorados del ensueño, 
que empapa, sin mojar, la fantasía. 
Está lloviendo a todo, 
la inmemorial, 
nuestra contemporánea, 
está lloviendo a aquello que no existe, 
está batiendo casi cualquier lluvia, 
cualquier asunto humilde está lloviendo: 
llueve la mano franca, 
llueve conformidad con lo cercano, 
llueve clemencia en lo que más conozco, 
llueve la adoración por lo sencillo. 
La lluvia, ese fenómeno del alma. 
No hay progreso que sirva y que nos cale. 
El arte de llover será el de siempre. 
3
La lluvia de vivir no cambiará. 
Somos gente que llueve, 
gente que ve llover sobre la tierra. 
La lluvia, la canora, 
Está asperjando el tiempo 
Con su hisopo invisible. 
JAIME GIL DE BIEDMA 
NO VOLVERÉ A SER JOVEN 
Que la vida iba en serio 
Uno lo empieza a comprender más tarde 
-como todos los jóvenes, yo vine 
A llevarme la vida por delante. 
Dejar huella quería 
Y marcharme entre aplausos 
-envejecer, morir, eran tan sólo 
Las dimensiones del teatro. 
Pero ha pasado el tiempo 
Y la verdad desagradable asoma: 
Envejecer, morir, 
Es el único argumento de la obra. 
DE VITA BEATA 
En un viejo país ineficiente, 
algo así como España entre dos guerras 
civiles, en un pueblo junto al mar, 
poseer una casa y poca hacienda 
y memoria ninguna. No leer, 
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, 
y vivir como un noble arruinado 
entre las ruinas de mi inteligencia. 
VICENTE ALEIXANDRE 
Se querían. 
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, 
labios saliendo de la noche dura, 
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? 
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. 
Se querían como las flores a las espinas hondas, 
a esa amorosa gema del amarillo nuevo, 
cuando los rostros giran melancólicamente, 
giralunas que brillan recibiendo aquel beso. 
Se querían de noche, cuando los perros hondos 
laten bajo la tierra y los valles se estiran 
como lomos arcaicos que se sienten repasados: 
4
caricia, seda, mano, luna que llega y toca. 
Se querían de amor entre la madrugada, 
entre las duras piedras cerradas de la noche, 
duras como los cuerpos helados por las horas, 
duras como los besos de diente a diente solo. 
Se querían de día, playa que va creciendo, 
ondas que por los pies acarician los muslos, 
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... 
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. 
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, 
mar altísimo y joven, intimidad extensa, 
soledad de lo vivo, horizontes remotos 
ligados como cuerpos en soledad cantando. 
Amando. Se querían como la luna lúcida, 
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, 
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, 
donde los peces rojos van y vienen sin música. 
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, 
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, 
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, 
metal, música, labio, silencio, vegetal, 
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo. 
Dime, dime el secreto de tu corazón virgen, 
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra, 
quiero saber por qué ahora eres un agua, 
esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma. 
Dime por qué sobre tu pelo suelto, 
sobre tu dulce hierba acariciada, 
cae, resbala, acaricia, se va 
un sol ardiente o reposado que te toca 
como un viento que lleva sólo un pájaro o mano. 
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta 
espera bajo tierra los imposibles pájaros, 
esa canción total que por encima de los ojos 
hacen los sueños cuando pasan sin ruido. 
Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo, 
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme, 
cantas color de piedra, color de beso o labio, 
cantas como si el nácar durmiera o respirara. 
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, 
ese rizo voluble que ignora el viento, 
esos ojos por donde sólo boga el silencio, 
esos dientes que son de marfil resguardado, 
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ese aire que no mueve unas hojas no verdes... 
¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube; 
oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes; 
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna; 
césped blando que pisan unos pies adorados! 
FEDERICO GARCÍA LORCA 
ROMANCE DE LA PENA NEGRA 
A José Navarro Pardo 
Las piquetas de los gallos 
cavan buscando la aurora, 
cuando por el monte oscuro 
baja Soledad Montoya. 
Cobre amarillo, su carne, 
huele a caballo y a sombra. 
Yunques ahumados sus pechos, 
gimen canciones redondas. 
Soledad, ¿por quién preguntas 
sin compaña y a estas horas? 
Pregunte por quien pregunte, 
dime: ¿a ti qué se te importa? 
Vengo a buscar lo que busco, 
mi alegría y mi persona. 
Soledad de mis pesares, 
caballo que se desboca, 
al fin encuentra la mar 
y se lo tragan las olas. 
No me recuerdes el mar, 
que la pena negra, brota 
en las tierras de aceituna 
bajo el rumor de las hojas. 
¡Soledad, qué pena tienes! 
¡Qué pena tan lastimosa! 
Lloras zumo de limón 
agrio de espera y de boca. 
¡Qué pena tan grande! Corro 
mi casa como una loca, 
mis dos trenzas por el suelo, 
de la cocina a la alcoba. 
¡Qué pena! Me estoy poniendo 
de azabache carne y ropa. 
¡Ay, mis camisas de hilo! 
¡Ay, mis muslos de amapola! 
Soledad: lava tu cuerpo 
con agua de las alondras, 
y deja tu corazón 
en paz, Soledad Montoya. 
* 
Por abajo canta el río: 
volante de cielo y hojas. 
Con flores de calabaza, 
la nueva luz se corona. 
¡Oh pena de los gitanos! 
Pena limpia y siempre sola. 
¡Oh pena de cauce oculto 
y madrugada remota! 
LA AURORA 
La aurora de Nueva York tiene 
cuatro columnas de cieno 
y un huracán de negras palomas 
que chapotean en las aguas podridas. 
La aurora de Nueva York gime 
por las inmensas escaleras 
buscando entre las aristas 
nardos de angustia dibujada. 
La aurora llega y nadie la recibe en su boca 
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. 
A veces las monedas en enjambres furiosos 
taladran y devoran abandonados niños. 
Los primeros que salen comprenden con sus huesos 
que no habrá paraísos ni amores deshojados; 
saben que van al cieno de números y leyes, 
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. 
La luz es sepultada por cadenas y ruidos 
en impúdico reto de ciencia sin raíces. 
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes 
como recién salidas de un naufragio de sangre. 
CÉSAR VALLEJO 
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA 
6
Me moriré en París con aguacero, 
un día del cual tengo ya el recuerdo. 
Me moriré en París -y no me corro-tal 
vez un jueves, como es hoy, de otoño. 
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso 
estos versos, los húmeros me he puesto 
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, 
con todo mi camino, a verme solo. 
César Vallejo ha muerto, le pegaban 
todos sin que él les haga nada; 
le daban duro con un palo 
también con una soga; son testigos 
los días jueves y los huesos húmeros, 
la soledad, la lluvia, los caminos... 
MIGUEL HERNÁNDEZ 
EL NIÑO YUNTERO 
. 
Carne de yugo, ha nacido 
más humillado que bello, 
con el cuello perseguido 
por el yugo para el cuello. 
. 
Nace, como la herramienta, 
a los golpes destinado, 
de una tierra descontenta 
y un insatisfecho arado. 
. 
Entre estiércol puro y vivo 
de vacas, trae a la vida 
un alma color de olivo 
vieja ya y encallecido. 
. 
Empieza a vivir, y empieza 
a morir de punta a punta 
levantando la corteza 
de su madre con la yunta. 
. 
Empieza a sentir, y siente 
la vida como una guerra 
y a dar fatigosamente 
en los huesos de la tierra. 
. 
Contar sus años no sabe, 
y ya sabe que el sudor 
es una corona grave 
de sal para el labrador 
. 
Trabaja, y mientras trabaja 
masculinamente serio, 
se unge de lluvia y se alhaja 
de carne de cementerio. 
. 
A fuerza de golpes, fuerte, 
y a fuerza de sol, bruñido, 
con una ambición de muerte 
despedaza un pan reñido. 
. 
Cada nuevo día es 
más raíz, menos criatura, 
que escucha bajo sus pies 
la voz de la sepultura. 
. 
Y como raíz se hunde 
en la tierra lentamente 
para que la tierra inunde 
de paz y panes su frente. 
. 
Me duele este niño hambriento 
como una grandiosa espina, 
y su vivir ceniciento 
revuelve mi alma de encina, 
. 
Le veo arar los rastrojos, 
y devorar un mendrugo, 
y preguntar con los ojos 
que por qué es carne de yugo. 
. 
Me da su arado en el pecho 
y su vida en la garganta, 
y sufro viendo el barbecho 
tan grande bajo su planta. 
. 
¿Quién salvará a este chiquillo 
menor que un grano de avena? 
¿De dónde saldrá el martillo 
verdugo de esta cadena? 
. 
Que salga del corazón 
de los hombre jornaleros, 
que antes de ser hombres son 
y han sido niños yunteros 
7
PABLO NERUDA 
20 
PUEDO escribir los versos más tristes esta noche. 
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, 
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". 
El viento de la noche gira en el cielo y canta. 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. 
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 
Ella me quiso, a veces yo también la quería. 
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. 
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. 
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. 
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 
Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 
La misma noche que hace blanquear los mismos 
árboles. 
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. 
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. 
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. 
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 
Porque en noches como ésta la tuve entre mis 
brazos, 
mi alma no se contenta con haberla perdido. 
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, 
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. 
OLIVERIO GIRONDO 
NO SE ME IMPORTA UN PITO 
No se me importa un pito que las mujeres 
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; 
un cutis de durazno o de papel de lija. 
Le doy una importancia igual a cero, 
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco 
o con un aliento insecticida. 
Soy perfectamente capaz de sorportarles 
una nariz que sacaría el primer premio 
en una exposición de zanahorias; 
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, 
bajo ningún pretexto, que no sepan volar. 
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! 
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, 
tan locamente, de María Luisa. 
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus 
extremidades de palmípedo 
y sus miradas de pronóstico reservado? 
¡María Luisa era una verdadera pluma! 
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, 
volaba del comedor a la despensa. 
Volando me preparaba el baño, la camisa. 
8
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... 
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, 
de algún paseo por los alrededores! 
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. 
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, 
ya me abrazaba con sus piernas de pluma, 
para llevarme, volando, a cualquier parte. 
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia 
que nos aproximaba al paraíso; 
durante horas enteras nos anidábamos en una nube, 
como dos ángeles, y de repente, 
en tirabuzón, en hoja muerta, 
el aterrizaje forzoso de un espasmo. 
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., 
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! 
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... 
la de pasarse las noches de un solo vuelo! 
Después de conocer una mujer etérea, 
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial 
entre vivir con una vaca o con una mujer 
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? 
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender 
la seducción de una mujer pedestre, 
y por más empeño que ponga en concebirlo, 
no me es posible ni tan siquiera imaginar 
que pueda hacerse el amor más que volando. 
LUIS CERNUDA 
Como leve sonido: 
hoja que roza un vidrio, 
agua que acaricia unas guijas, 
lluvia que besa una frente juvenil; 
Como rápida caricia: 
pie desnudo sobre el camino, 
dedos que ensayan el primer amor, 
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario; 
Como fugaz deseo: 
seda brillante en la luz, 
esbelto adolescente entrevisto, 
lágrimas por ser más que un hombre; 
Como esta vida que no es mía 
y sin embargo es la mía, 
como este afán sin nombre 
que no me pertenece y sin embargo soy yo; 
Como todo aquello que de cerca o de lejos 
me roza, me besa, me hiere, 
tu presencia está conmigo fuera y dentro, 
es mi vida misma y no es mi vida, 
así como una hoja y otra hoja 
son la apariencia del viento que las lleva. 
DONDE HABITE EL OLVIDO 
Donde habite el olvido, 
En los vastos jardines sin aurora; 
Donde yo sólo sea 
9
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas 
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. 
Donde mi nombre deje 
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, 
Donde el deseo no exista. 
En esa gran región donde el amor, ángel terrible, 
No esconda como acero 
En mi pecho su ala, 
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. 
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, 
Sometiendo a otra vida su vida, 
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. 
Donde penas y dichas no sean más que nombres, 
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; 
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, 
Disuelto en niebla, ausencia, 
Ausencia leve como carne de niño. 
Allá, allá lejos; 
Donde habite el olvido. 
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ 
EL VIAJE DEFINITIVO 
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros 
cantando. 
Y se quedará mi huerto con su verde árbol, 
y con su pozo blanco. 
Todas las tardes el cielo será azul y plácido, 
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario. 
Se morirán aquellos que me amaron 
y el pueblo se hará nuevo cada año; 
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro 
del domingo cerrado, 
del coche de las cinco, de las siestas del baño, 
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado, 
mi espíritu de hoy errará, nostáljico... 
Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol 
verde, sin pozo blanco, 
sin cielo azul y plácido... 
Y se quedarán los pájaros cantando. 
ETERNIDAD 
Eternidad, belleza 
sola, ¡si yo pudiese, 
en tu corazón único, cantarte 
igual que tú me cantas en el mío 
las tardes claras de alegría en paz! 
10
¡Si en tus éstasis últimos, 
tú me sintieras dentro 
embriagándote toda, 
como me embriagas todo tú! 
¡Si yo fuese, inefable, 
como tú en mi instantánea primavera, 
olor, frescura, música, revuelo 
en la infinita primavera pura 
de tu interior totalidad sin fin! 
LA PLENITUD 
Delante está el carmín de la emoción. 
Y al fondo de la vida, 
por el suave azul nublado, 
entre las cobres hojas últimas 
que se curvan en éstasis de gloria, 
la eterna plenitud desnuda. 
(Y el agua una se ve más. 
El color es más él, más sólo él, 
el olor solo tiene un ámbito mayor, 
el calor todo se oye más. 
Y grita 
en el aire, en el agua, 
sobre el calor, sobre el olor, sobre el color, 
ante el carmín de la pasión segunda, 
la esterna plenitud desnuda.) 
¡Armonía sin fin, gran armonía 
de lo que se despide sin cuidado, 
en luz de oro para luego verde, 
que ha de ver tantas veces todavía, 
ante el carmín de la ilusión, 
la interna plenitud desnuda! 
ANTONIO MACHADO 
Retrato 
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 
y un huerto claro donde madura el limonero; 
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; 
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 
Ni un seductor Mañara , ni un Bradomín he sido 
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-, 
mas recibí la flecha que me asignó Cupido, 
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, 
pero mi verso brota de manantial sereno; 
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 
Adoro la hermosura, y en la moderna estética 
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; 
mas no amo los afeites de la actual cosmética, 
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 
Desdeño las romanzas de los tenores huecos 
y el coro de los grillos que cantan a la luna. 
A distinguir me paro las voces de los ecos, 
y escucho solamente, entre las voces, una. 
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera 
mi verso, como deja el capitán su espada: 
famosa por la mano viril que la blandiera, 
no por el docto oficio del forjador preciada. 
Converso con el hombre que siempre va conmigo 
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-; 
mi soliloquio es plática con ese buen amigo 
que me enseñó el secreto de la filantropía. 
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. 
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 
el traje que me cubre y la mansión que habito, 
11
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 
Y cuando llegue el día del último viaje, 
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar. 
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER 
RIMA IX 
Los invisibles átomos del aire 
en derredor palpitan y se inflaman 
el cielo se deshace en rayos de oro 
la tierra se estremece alborozada 
Oigo flotando en olas de armonía 
rumor de besos y batir de alas, 
mis párpados se cierran...¿Qué sucede? 
¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa? 
RIMA XV 
Cendal flotante de leve bruma, 
rizada cinta de blanca espuma, 
rumor sonoro 
de arpa de oro, 
beso del aura, onda de luz, 
eso eres tú. 
Tú, sombra aérea que cuantas veces 
voy a tocarte, te desvaneces 
como la llama, como el sonido, 
como la niebla, como un gemido 
del lago azul. 
En mar sin playas onda sonante, 
en el vacío cometa errante, 
largo lamento. 
Del ronco viento, 
ansia perpetua de algo mejor, 
Eso soy yo. 
¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía 
los ojos vuelvo de noche y día 
yo, que incansable como demente 
tras una sombra, tras la hija ardiente 
de una visión! 
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  • 1. JOAQUÍN SABINA Y SIN EMBARGO De sobras sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera, por ti la vida entera; y, sin embargo, un rato, cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera. Ni tan arrepentido ni encantado de haberme conocido, lo confieso. Tú que tanto has besado tú que me has enseñado, sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado, los labios del pecado. Porque una casa sin ti es una emboscada, el pasillo de un tren de madrugada, un laberinto sin luz ni vino tinto, un velo de alquitrán en la mirada. Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado, y si te vas me voy por los tejados como un gato sin dueño perdido en el pañuelo de amargura que empaña sin mancharla tu hermosura. No debería contarloy, sin embargo, cuando pido la llave de un hotel y a media noche encargo un buen champán francés y cena con velitas para dos, siempre es con otra, amor, nunca contigo, bien sabes lo que digo. Porque una casa sin ti es una oficina, un teléfono ardiendo en la cabina, una palmera en el museo de cera, un éxodo de oscuras golondrinas. Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina y bailes sin orquesta y ramos de rosas con espinas, pero dos no es igual que uno más uno y el lunes al café del desayuno vuelve la guerra fría y al cielo de tu boca el purgatorio y al dormitorio el pan de cada día. CONTIGO Yo no quiero un amor civilizado, con recibos y escena del sofá; yo no quiero que viajes al pasado y vuelvas del mercado con ganas de llorar. Yo no quiero vecinas con pucheros; yo no quiero sembrar ni compartir; yo no quiero catorce de febrero ni cumpleaños feliz. Yo no quiero cargar con tus maletas; yo no quiero que elijas mi champú; yo no quiero mudarme de planeta, cortarme la coleta, brindar a tu salud. Yo no quiero domingos por la tarde; yo no quiero columpio en el jardin; lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí. Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres porque el amor cuando no muere mata porque amores que matan nunca mueren. Yo no quiero juntar para mañana, no me pidas llegar a fin de mes; yo no quiero comerme una manzana dos veces por semana sin ganas de comer. Yo no quiero calor de invernadero; yo no quiero besar tu cicatriz; yo no quiero París con aguacero ni Venecia sin tí. No me esperes a las doce en el juzgado; no me digas "volvamos a empezar"; yo no quiero ni libre ni ocupado, ni carne ni pecado, ni orgullo ni piedad. Yo no quiero saber por qué lo hiciste; yo no quiero contigo ni sin ti; lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí. Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres porque el amor cuando no muere mata porque amores que matan nunca mueren. 1
  • 2. ANTONIO CARVAJAL UNA FIGURA HERIDA A José Antonío Llardent El niño que yo fui olió la flor y sacó la nariz tinta de polen. Tuvo la flor un solo nombre para él: por años la llamaba azucena, y unas risas gozosas asociadas a su caliente aroma. Del niño que yo fui guardo recuerdos breves, no suficientes para hacerme una leyenda ni una doble vida. Pero ese niño vuelve. Y, esta tarde, al descolgar un cuadro, se ha teñido de amarillo la mano izquierda y, súbito, le ha vuelto el gozo, el polen de azucena. En el adulto herido, refugiado en la amistad de este pintor que, puro y suntuoso y, más, cordial, lo acoge con toda su ternura delicada y le pasa el color, la maravilla de una fulguración de paz, de idea, en el adulto herido, otra figura ya para siempre herida, ha renacido como lágrima, aroma, voz, ausencia del olor de su cuerpo, de su tacto, lo que trajo el color, lo que la mano no quisiera perder. Tuvo otros nombres después aquella flor y otros sentidos, y, como lirio cándido, absorbido hasta la noche última y feliz. Aquella noche que quedó completa como último pacto de la vida, como clausura exacta de la infancia. FELIPE BENÍTEZ REYES CONFIDENCIAS Como todos los jóvenes yo también he buscado esa luz inquietante que brilla en la aventura. Como todos los jóvenes he arrastrado mis sueños por el fango celeste de la vida nocturna. El alcohol -que seduce- y los cuerpos -que embriagan-me han dado la medida de unos mundos secretos que van ya convirtiéndose en jardines de hastío, y la pasión primera en un jardín de invierno. 2
  • 3. Todo cansa y aburre. Las manzanas mordidas dejan el gusto amargo de una falsa promesa: su seducción se cumple y de pronto no es nada. Consumar un deseo es besar a la niebla. Como todos los jóvenes he apostado al diablo y he vendido mi alma a precio de inexperto; supongo que he perdido la inocencia y la Gloria, pero nunca los jóvenes temimos el Infierno. Y aunque me quede tiempo y aunque el halago equívoco del mundo me sujete, he muerto a las pasiones. Porque todo es un lento bostezo. Y no me importa apostar al fracaso. Como todos los jóvenes. CARLOS MARZAL Gente que ve llover, gente que llueve Esta obediente lluvia vespertina, que está doblando a vida sobre el mundo, que percute en las cosas, tan flemática, no está lloviendo aquí, no se desploma sobre el presente ni sobre el espacio. Esta destreza con que el cielo pulsa la cuerda musical de cuanto duerme, para despabilarlo en armonía durante el cumplimiento del crepúsculo, no ocurre vertical, no capitula aquí desde sus cumbres. Lloviendo está como si no lloviese, como si nunca hubiera dejado de llover. es una lluvia horizontal que anega los maizales dorados del ensueño, que empapa, sin mojar, la fantasía. Está lloviendo a todo, la inmemorial, nuestra contemporánea, está lloviendo a aquello que no existe, está batiendo casi cualquier lluvia, cualquier asunto humilde está lloviendo: llueve la mano franca, llueve conformidad con lo cercano, llueve clemencia en lo que más conozco, llueve la adoración por lo sencillo. La lluvia, ese fenómeno del alma. No hay progreso que sirva y que nos cale. El arte de llover será el de siempre. 3
  • 4. La lluvia de vivir no cambiará. Somos gente que llueve, gente que ve llover sobre la tierra. La lluvia, la canora, Está asperjando el tiempo Con su hisopo invisible. JAIME GIL DE BIEDMA NO VOLVERÉ A SER JOVEN Que la vida iba en serio Uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine A llevarme la vida por delante. Dejar huella quería Y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo Las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo Y la verdad desagradable asoma: Envejecer, morir, Es el único argumento de la obra. DE VITA BEATA En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia. VICENTE ALEIXANDRE Se querían. Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura, labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. Se querían como las flores a las espinas hondas, a esa amorosa gema del amarillo nuevo, cuando los rostros giran melancólicamente, giralunas que brillan recibiendo aquel beso. Se querían de noche, cuando los perros hondos laten bajo la tierra y los valles se estiran como lomos arcaicos que se sienten repasados: 4
  • 5. caricia, seda, mano, luna que llega y toca. Se querían de amor entre la madrugada, entre las duras piedras cerradas de la noche, duras como los cuerpos helados por las horas, duras como los besos de diente a diente solo. Se querían de día, playa que va creciendo, ondas que por los pies acarician los muslos, cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, mar altísimo y joven, intimidad extensa, soledad de lo vivo, horizontes remotos ligados como cuerpos en soledad cantando. Amando. Se querían como la luna lúcida, como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, donde los peces rojos van y vienen sin música. Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, metal, música, labio, silencio, vegetal, mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo. Dime, dime el secreto de tu corazón virgen, dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra, quiero saber por qué ahora eres un agua, esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma. Dime por qué sobre tu pelo suelto, sobre tu dulce hierba acariciada, cae, resbala, acaricia, se va un sol ardiente o reposado que te toca como un viento que lleva sólo un pájaro o mano. Dime por qué tu corazón como una selva diminuta espera bajo tierra los imposibles pájaros, esa canción total que por encima de los ojos hacen los sueños cuando pasan sin ruido. Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo, que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme, cantas color de piedra, color de beso o labio, cantas como si el nácar durmiera o respirara. Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio, esos dientes que son de marfil resguardado, 5
  • 6. ese aire que no mueve unas hojas no verdes... ¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube; oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes; fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna; césped blando que pisan unos pies adorados! FEDERICO GARCÍA LORCA ROMANCE DE LA PENA NEGRA A José Navarro Pardo Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad, ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. * Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota! LA AURORA La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. CÉSAR VALLEJO PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA 6
  • 7. Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París -y no me corro-tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo. César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos... MIGUEL HERNÁNDEZ EL NIÑO YUNTERO . Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. . Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. . Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecido. . Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. . Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. . Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador . Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio. . A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. . Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura. . Y como raíz se hunde en la tierra lentamente para que la tierra inunde de paz y panes su frente. . Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina, . Le veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y preguntar con los ojos que por qué es carne de yugo. . Me da su arado en el pecho y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta. . ¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? . Que salga del corazón de los hombre jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros 7
  • 8. PABLO NERUDA 20 PUEDO escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. OLIVERIO GIRONDO NO SE ME IMPORTA UN PITO No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de sorportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. 8
  • 9. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando. LUIS CERNUDA Como leve sonido: hoja que roza un vidrio, agua que acaricia unas guijas, lluvia que besa una frente juvenil; Como rápida caricia: pie desnudo sobre el camino, dedos que ensayan el primer amor, sábanas tibias sobre el cuerpo solitario; Como fugaz deseo: seda brillante en la luz, esbelto adolescente entrevisto, lágrimas por ser más que un hombre; Como esta vida que no es mía y sin embargo es la mía, como este afán sin nombre que no me pertenece y sin embargo soy yo; Como todo aquello que de cerca o de lejos me roza, me besa, me hiere, tu presencia está conmigo fuera y dentro, es mi vida misma y no es mi vida, así como una hoja y otra hoja son la apariencia del viento que las lleva. DONDE HABITE EL OLVIDO Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea 9
  • 10. Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; Donde habite el olvido. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ EL VIAJE DEFINITIVO Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando. Y se quedará mi huerto con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas las tardes el cielo será azul y plácido, y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que me amaron y el pueblo se hará nuevo cada año; y lejos del bullicio distinto, sordo, raro del domingo cerrado, del coche de las cinco, de las siestas del baño, en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado, mi espíritu de hoy errará, nostáljico... Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido... Y se quedarán los pájaros cantando. ETERNIDAD Eternidad, belleza sola, ¡si yo pudiese, en tu corazón único, cantarte igual que tú me cantas en el mío las tardes claras de alegría en paz! 10
  • 11. ¡Si en tus éstasis últimos, tú me sintieras dentro embriagándote toda, como me embriagas todo tú! ¡Si yo fuese, inefable, como tú en mi instantánea primavera, olor, frescura, música, revuelo en la infinita primavera pura de tu interior totalidad sin fin! LA PLENITUD Delante está el carmín de la emoción. Y al fondo de la vida, por el suave azul nublado, entre las cobres hojas últimas que se curvan en éstasis de gloria, la eterna plenitud desnuda. (Y el agua una se ve más. El color es más él, más sólo él, el olor solo tiene un ámbito mayor, el calor todo se oye más. Y grita en el aire, en el agua, sobre el calor, sobre el olor, sobre el color, ante el carmín de la pasión segunda, la esterna plenitud desnuda.) ¡Armonía sin fin, gran armonía de lo que se despide sin cuidado, en luz de oro para luego verde, que ha de ver tantas veces todavía, ante el carmín de la ilusión, la interna plenitud desnuda! ANTONIO MACHADO Retrato Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara , ni un Bradomín he sido -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo -quien habla solo espera hablar a Dios un día-; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, 11
  • 12. el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER RIMA IX Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman el cielo se deshace en rayos de oro la tierra se estremece alborozada Oigo flotando en olas de armonía rumor de besos y batir de alas, mis párpados se cierran...¿Qué sucede? ¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa? RIMA XV Cendal flotante de leve bruma, rizada cinta de blanca espuma, rumor sonoro de arpa de oro, beso del aura, onda de luz, eso eres tú. Tú, sombra aérea que cuantas veces voy a tocarte, te desvaneces como la llama, como el sonido, como la niebla, como un gemido del lago azul. En mar sin playas onda sonante, en el vacío cometa errante, largo lamento. Del ronco viento, ansia perpetua de algo mejor, Eso soy yo. ¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía los ojos vuelvo de noche y día yo, que incansable como demente tras una sombra, tras la hija ardiente de una visión! 12