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Nuestras raices
1. NUESTRAS RAICES HEBREAS
Por DBA
Uno de los temas más hermosos de la teología bíblica es aquel
que conocemos como conceptos hebraicos de las Sagradas
Escrituras.
Siendo la Escritura Sagrada un libro hebreo, envuelta en una cultura
hebrea, con escritores hebreos y hablando de temas hebreos, un
acercamiento hebraico es requisito básico y fundamental para una
correcta interpretación del texto sagrado.
Trazar bien las escrituras no solamente es apropiado
desde el punto de vista de su valor intrínseco, es decir, de
por sí, algo propio de la Escritura misma como verdad
de Dios, sino además porque ella es la fuente de la fe,
como está escrito: “la fe viene por el oir y el oir por la
palabra de Dios”. (Ro. 10:17).
En términos prácticos significa que la fe será de la misma calidad
que la palabra que la produce. Si la palabra que recibimos tiene
sustancia, la fe producida por ella tendrá sustancia también, si la
palabra no tiene sustancia, entonces producirá una fe deficiente
para soportar los vientos y los ríos que sin duda vendrán y
golpearán nuestra casa.
Y como la fe determina también la manera cómo una persona vive,
entonces es importante trazar bien la Escritura para que el pueblo
que la recibe pueda ser apropiadamente educado, consolado,
exhortado y edificado espiritualmente.
La inmensa mayoría de las veces, los escritores bíblicos no dan el
contexto porque el mismo se encuentra en la cultura hebrea que
rodeaba a los destinatarios originales del texto.
Cuando el Maestro dijo: “ “si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará
lleno de luz, pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en
tinieblas”, lo hizo en un contecto donde el concepto de “Ojo bueno
2. Vs. Ojo malo” era bien conocido. Para nosotros, 2000 años
después, en otra cultura diferente con otro contexto diferente, tal
frase podría significar algo muy distinto a lo que significó para el
Maestro y por ello conocer el trasfondo hebreo de las Escrituras es
fundamental so pena de exponernos a torcerlas y corromperlas.
Expresiones como estas abundan en las
Escrituras y especialmente en las eneñanzas
y dichos de nuestro Ríbi Yeshua. Es preciso
conocer entonces el trasfondo hebraico de
esos dichos para comprender bien lo que el
Maestro dijo y continúa diciendo a cada
generación.
Si desconocemos el contexto hebreo de las Escrituras nos
exponemos a interpretarla mal y el resultado será una enorme
perdida, tanto exegética como doctrinal como empírica.
Redescubrir las Escrituras, teniendo en cuenta su realidad hebraica
es fundamental para una correcta interpretación y aplicación de la
palabra de Dios.
Conocer las Raíces Hebreas de la Fe
no significa judaizar a los cristianos.
Muchos creyentes que han abrazo las Raíces Hebreas, sin
autorización ni conocimiento apropiado, entran a las iglesias
cristianas, mayormente sin ser invitados, y con la excusa de
enseñarles “raíces hebraicas”, comienzan a decirles que si no se
hacen judíos y viven como judíos, no pueden ser parte de pueblo de
Dios o que perderán su salvación, y cosas como esas.
El resultado es la confusión y la reacción pastoral no se deja esperar
añadiendo más confusión. Esto no tiene por qué ser así.
Cuando una persona no judía se convierte al Dios de Israel por
medio de los méritos ofrecidos en la vida, muerte y resurrección de
Yeshua, Dios mismo lo hace parte de Su pueblo, la nación santa. No
son considerados “extranjeros” o “advenedizos”, ni ciudadanos de
3. segunda clase, ni son constituidos en otro pueblo diferente, sino
añadidos e “injertados” en el buen olivo (Ro. 11:17-26; Ef. 3:1-19).
Una vez allí, formando parte del pueblo de Dios, no se le exige que
vivan como judíos, sino que guarden los mandamientos y estilo de
vida que Dios mismo demanda para los conversos sinceros de entre
las naciones (Hechos 15). De esta manera, judíos y no judíos,
compartiendo ahora una misma raíz, una misma savia, una misma
herencia y un mismo destino profético, aportan cada uno aquello
que es la misión de Dios para cada grupo haciendo que el producto
total sea la revelación de la gloria de Dios en las naciones.
De esta forma, la señal de pacto para un
creyente no judío no es la circuncisión en la
carne (brit milá), exigida exclusivamente al
judío, sino la nueva vida en Mashiaj que ha
recibido por medio del Espíritu.
Nuestro pueblo Israel violó en muchas ocasiones las provisiones del
Pacto y Dios mismo prometió darnos un Nuevo Pacto,
fundamentado en mejores promesas. Este Nuevo Pacto no es
hecho con otro pueblo, sino con el mismo pueblo judío, pero
interviniendo un nuevo testador para que el Pacto no pudiera
violarse nunca más debido a que ahora estaría protegido por el
testador mismo, no por el pueblo.
Así está documentado en el profeta hebreo Jeremías cuando afirma
que el Nuevo Pacto es dado a la Casa de Israel y a la Casa de Judá
(Jeremias 31:1ss).
El primer pacto estuvo sellado con la sangre de animales; el
segundo, con el alma misma de nuestro justo Mesías,
representando en la sangre del pacto animal (Gén. 17:1-9; Ex. 12:1-
25; 24:4-8; Ro.15:8; Heb. 10: 1-22).
Una vez asegurada la promesa para el pueblo del pacto, es decir, el
pueblo judío, la provisión de la redención es extendida ahora
también a los no judíos para que de ellos también pueda el Eterno
tomar nombre para Su pueblo.
4. La entrada al pacto y a las provisiones del pacto
dadas a un no judío no es la circuncisión en la
carne, sino la persona misma de Yeshua, el
Mesías judío. El Mesías es pues la puerta tanto
para judíos (confirmando el pacto) como para no
judíos (haciéndolos partícipes del pacto y la
herencia de la vida eterna) como está escrito: “Por
medio de él, los unos (judíos) y los otros (los no
judíos) tienen entrada, por un mismo Espíritu, al
Padre” (Ef. 2:18).
Por tanto, si alguien viene diciéndole a un creyente de origen gentil
que tiene que hacerse “judío” porque el Mesías fue judío y cosas
como esas, está destruyendo la Palabra de Dios.
Pablo circuncidó a Timoteo porque era judío, pero no a Tito pues era
de origen gentil, sin embargo, tanto Timoteo como Tito formaban
parte del mismo equipo de trabajo y compartían las mismas
bendiciones bajo la provisión del pacto eterno. (Hechos 16:3;Gált.
2:3). El apóstol es claro que cada uno debe quedarse en el estado
en que fue llamado (I Cor. 7:18).
Exigir entonces que un creyente de origen
no judío se tenga que convertir al judaísmo
y hacerse judío para su salvación, es privar
de la gracia de Dios a esa persona y hacerla
más reo del infierno que antes, pues si
después de haber sido salvada, limpiada y
purificada por los méritos de Yeshua, ahora
necesita hacer “algo más” de lo que ha
recibido para “asegurar su salvación”,
entonces se está pisoteando la sangre
derramada de Yeshua, un grave pecado.
Conocer las Raíces Hebreas no tiene nada que ver con esta seria y
peligrosa desviación de los judaizantes modernos.
5. Por supuesto, al convertirse al Dios de Israel, el creyente de origen
gentil abandona sus ídolos, sus costumbres paganas y prácticas
contrarias a la vida de santidad que Dios exige en Su palabra, tanto
para judíos como para no judíos y esto crea un vacío cultural que es
necesario llenar de forma apropiada, sin caer en prácticas
judaizantes.
Hay muchas cosas en las Escrituras que
tanto judíos como no judíos
compartimos, mas no como un medio de
salvación, sino como una expresión de
santificación. Ello, cuando se aplica de
forma apropiada, es una bendición y no
se añade tristeza ni confusión en el
proceso, sino paz y santidad.
Ambos compartimos un mismo cuerpo, en posiciones diferentes y
con funciones distintas, pero no necesariamente contradictorias o
incompatibles.
Regresar a las Raíces Hebraicas no
significa entonces que los creyentes de
origen gentil tengan que hacerse judíos
o vivir como judíos, no porque vivir
como judío sea malo o pecaminoso, sino
porque no es el plan de Dios para ellos,
aunque muchas cosas son ahora
compartidas por estar en el mismo
cuerpo y ser nutridos con la misma
savia.
Por otro lado, afirmar, como algunos hacen ignorando la ley judía,
que solamente judío es el nacido de vientre judío, es otra forma de
judaizar. La ley judía acepta conversos sinceros.
Avraham no nació de madre judía, fue judío después de su
conversión. Lo mismo Rut, la mohabita, como también el profeta
Ovadiah( Abdías) y Lucas y Onkelós y el padre del maestro Akiva y
6. decenas de miles más que han optado por su conversión al
judaísmo como un llamado de Dios para sus vidas.
Si Dios llama a una persona a vivir como judío como un estilo de
vida y para cumplir un rol en la redención, probada que su
motivación es pura, bien puede. Si la motivación es “añadir algo” a
la redención que ya el Mesías le ha dado, tal conversión es privarse
de la gracia de Dios y tener por inmunda la sangre del pacto con el
cual fue santificado.
Si la decisión es voluntaria, conciente, pura y con la motivación
apropiada, es legítima. Si lo contrario fuera el caso, está prohibida.
Lo que debemos aclarar es que la Ley Judía admite la posibilidad de
que una persona no judía se vuelva judía, porque el ser judío no es
un asunto de raza, sino de forma de vida más que cualquier otra
cosa.
Así pues, tanto los judíos por nacimiento como por conversión
legítima, son auténticos judíos y la Ley de Israel admite ambos
como parte del pueblo. Incluso, la propia Ley establece que a un
converso hay que tratarlo con la misma dignidad que a uno natural,
no afligirlo, es decir, no recordarle su pasado gentil y darle,
prácticamente, los mismos derechos (Ex. 12: 48,49; Lev. 19:33,34;
Is. 56:6-8).
En cuando a los gentiles que han creído en la promesa de la
redención que por medio del Mesías judío se ha extendido también
a ellos (Hechos 11: 1-18), la salvación por la fe no significa que no
tengan que guardar nada, como algunos maestros defensiva pero
equivocadamente enseñan, sino que no están obligados a vivir
como judíos, pero sí guardando los mandamientos que le son
incumbentes como hijos de Dios.
Afirmar que por cuanto el Mesías quitó todo lo que para los
creyentes gentiles era negativo y contrario, citando
equivocadamente Col. 2:16-18, y que ahora por tanto, los creyentes
de origen gentil, “no tienen que guardar nada”, no es sino una
apologética equivocada e innecesaria.
7. Ya los apóstoles han expresado una lista de las cosas que los
gentiles deben guardar (Hechos 15) y en las cartas apostólicas
dirigidas a creyentes de origen no judío, esa lista se extiende y
expande a cientos y cientos de mandamientos que los creyentes no
judíos deben guardar.
Por supuesto, aquellas cosas judías que son señal de pacto para los
judíos, lo no judíos no tiene por qué guardar. Por ejemplo, la
circuncisión en la carne como señal de pacto, el talit, el tefilin, la
metzuzá y el resto de los rituales judíos relacionados con tales
señales de pacto, no tienen que ser guardadas.
Pero la lista de los mandamientos que aplican a los creyentes de
origen no judío es larguísima en los Escritos Apostólicos y todos
derivados de lo que en el judaísmo se conoce como los Siete
Mandamientos Universales que en Hechos 15 da el contexto para la
Carta Apostólica a los creyentes de origen gentil.
Por otro lado, afirmar que con la llegada de Mashiaj los judíos
hemos perdido el status de pueblo de Dios y que a partir de Mashiaj
ya Dios no hace diferencia entre judío y no judío, sino que ahora
surge un nuevo pueblo, no es sino antisemitismo que resulta de una
interpretación equivocada y torcida de ciertas declaraciones del
apóstol Pablo como encontradas en Efesios 2:14-18, donde “familia
de Dios” significa simplemente, “el pueblo de Dios”, es decir, “el
pueblo judío” no otro pueblo.
Algunos teólogos cristianos, apologética más que exegéticamente,
interpretan la frase, “miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:18,19)
como refiriéndose a la Iglesia, no a Israel. Su conclusión es que
cuando un gentil se convierte, es injertado en la “familia de Dios”, es
decir, la Iglesia, no Israel.
Tal teología es tan errada como la de los judaizantes, por su
genética antisemita evidente. Pablo afirma que los creyentes de
origen no judío cuando se convierten, son quitados del olivo silvestre
e injertados, contra naturaleza, en el olivo natural. Es evidente que
ese olivo natural es el pueblo de Israel.
8. Por tanto, en la teología de Pablo, como en toda teología bíblica y
judía, Israel es la familia de Dios, no la Iglesia cristiana. Los
términos “familia de Dios” se refiere evidentemente a la elección del
pueblo escogido visto como “hijo de Dios” (Ex. 2:25; 3:10; 4:22).
Israel, usando un lenguaje metafórico es vista en la Escritura como
“Esposa”, Dios como “Esposo”, y los hijos de Israel, “la familia de
Dios” (Is. 54:6; Is. 62:5). Israel es la “Ekklesía” o Iglesia (Hechos
7:38) desde un principio y no hay nada que pueda demostrar lo
contrario.
Aplicar las palabras de Simón Kefa (Pedro) en su primera carta (2:9-
10) a los creyentes de origen gentil, es tomarlo fuera de contexto
porque Kefa en esta carta no escribe a creyentes de origen gentil,
sino a judíos creyentes en Yeshua como Mashiaj que habían
retornado a la fe de Avraham como fue profetizado por Oseas (1:10
ss) y a quien el apóstol cita.
Interpretar esto de forma diferente es torcer las Escrituras y dar a luz
la terrible e insana teología del Doble Pacto y el antisemitismo típico
de los que destruyen la Palabra con sus corrupciones exegéticas.
Comprender entonces las Raíces Hebreas y regresar a ellas, no es
judaizar, sino abrir la puerta de la herencia a todos aquellos que, sin
ser judíos de nacimiento, por la fe en Yeshua como Mashiaj tienen
acceso a la riqueza de la fe dada una vez a los santos y ser nutridos
espiritualmente con la rica savia del olivo natural según los
nutrientes propios que el Eterno envía a cada miembro del mismo
cuerpo.
Uno de esos nutrientes vienen dados por un entendimiento
apropiado de los conceptos hebraicos de los cuales la Escritura está
formada para que entendiéndola bien y trazándola correctamente,
produzca los resultados esperados en la experiencia personal y
comunitaria de los redimidos.
Continuará….