1. Relato desde Maastricht hasta la actual crisis: lo que se ha ido creando
y lo que se ha ido dejando de lado o excluyendo en la UEi.
Introducción
El gran fracaso de la Unión Europea es no haber sabido acompañar y
acompasar, a lo largo de los años, la construcción de vínculos políticos con
los sociales y económicos con la ciudadanía europea como gran
protagonista. Es, de hecho, la disolución de un aliento original mientras se
desdibujan los contornos de lo que podía haber sido ejemplo de
convivencia y modelo de civilización para otras sociedades.
Vivimos ahora en una Europa sin alma, en una Europa que se hunde en las
desigualdades. La Europa que se desfigura en esta crisis pone cada día más
al descubierto el desgarro de unos procedimientos democráticos vulnerados
(Grecia, Italia) y las hechuras de una inmensa estafa política y social;
significa la pérdida de los derechos ciudadanos que representaban una
impronta y razón de ser fraguada tras las tensiones de la II Guerra Mundial
y la levedad de la voluntad –que en su momento pudo ser real- de
construir en paz nuevas democracias europeas basadas en las políticas de
bienestar y en el pleno empleo keynesiano.
Mientras que antes de los años 90 del pasado siglo la gran disyuntiva de los
gobiernos (y, al mismo tiempo, su gallardete ideológico) era la prioridad a
la lucha contra el paro (socialdemocracia) o la inflación (conservadores),
después del Tratado de Maastricht se impusieron condiciones tecnocráticas
sobre límites en el tipo de interés, déficit, deuda, inflación y tipo de cambio
(en el periodo de transición), y marcaron un surco cada vez más profundo
en el que se hunden, de manera desigual, los 27 países que configuran la
Unión Europea y en especial los 17 de la Eurozona.
Los intereses nacionalistas y las fidelidades no sólo históricas sino, sobre
todo, económicas entre clases hegemónicas nacionales y extra-europeas,
impidieron que la dimensión social y política se mantuviera en primer
plano e interviniera, en condiciones de igualdad, en la pauta de la
construcción europea. En su ausencia, se consolidó el plano paisaje
dominado por una disciplina monetaria y financiera que responde a
dogmas demostrada y sobradamente equivocados. Se repetía a gran escala
la historia del Tratado de Roma de 1957, que en su preámbulo afirmaba
que los países signatarios estaban "determinados a establecer los
fundamentos de una unión sin fisuras más estrecha entre los países
europeos": los deseos declarados quedaron en poco más de una unión
aduanera. El Tratado de Maastricht fue otro grave tropiezo –y esta vez ya
irremediable— en la ambición por construir en una paz perdurable una
2. Europa que mantuviera vivo el espíritu del pacto social con el que se había
saldado la II Guerra Mundial.
Por su parte, las fuerzas sociales y del mundo del trabajo –contaminadas
en mayor o menor medida por los virus neoliberales y un post-modernismo
cuanto menos equívoco—no supieron descubrir y denunciar la gravedad
del escamoteo y la pobreza del engaño. Hasta que ya fue dolorosamente
tarde, parecían no darse cuenta que no contaban apenas en el proyecto: las
grandes empresas y los capitales financieros se apoderaron del proceso de
construcción y ganaron hegemonía de manera inexorable. Y así, como
mínimo desde los años 90 hasta la fecha, la construcción de la Unión
Europea, es para quienes apostaron en su momento por la construcción de
una Europa de derechos y ciudadanía, la historia de un pacto traicionado y
una subversión democrática. Una historia que no protagoniza –sino que
padece- la inmensa mayoría de la población que se aleja cada vez más del
proceso europeo y de quienes lo dirigen.
El Tratado de Maastricht
Contrariamente a como se quiere presentar, el Tratado de Maastricht de
1992 no representó ningún avance político. La modificación e integración
que supone del Tratado de París de 1951 (o Tratado de las Comunidades
Europeas), del Tratado de Roma de 1957 y del Acta única Europea de
1986, añadió el sistema de Cooperación en Asuntos de Interior y Justicia y
hubiera podido enorgullecerse de sentar las bases para una Política
Exterior y de Seguridad Común (PESC) -- si no hubiera demostrado una
vez tras otra las debilidades y enfrentamientos de los países miembros de la
UE en un tema tan fundamental como la guerra y la paz, y no sólo más allá
de las fronteras europeas.
En la operación de maquillaje, también se quiso presentar el Tratado de
Maastricht como la consagración de la ―Europa de los ciudadanos‖ al
reconocer el derecho de voto en las elecciones municipales a los residentes
de la UE, con independencia de su nacionalidad de origenii. Pero lo cierto
es que el protagonismo real que la ciudadanía europea debería haber jugado
y conquistado, por historia y acerbo democrático, está ausente. Y aunque
introduce el principio de subsidiariedad –del cual ya ahora nadie habla— el
Tratado de Maastricht sólo se justifica por su aportación clave a la unión
económica y monetaria, fijando al alza, y con acento germánico, los
requisitos para la construcción europea. Lo fundamental, la razón de ser
del Tratado, sin hipocresías ni funambulismos, fue el anuncio de creación
de la nueva moneda europea y los criterios por los que podrían acceder a la
misma los Estados miembro que decidieran formar parte también de la
unión monetaria.
3. Si repasamos las tres fases que se acordaron en Maastricht encontraremos
la raíz de los grandes males que asolan una Unión Europea en profunda
crisis: en primer lugar, y para 1990 hasta 1993, la liberalización completa
de capitales; en segundo lugar, la elaboración y sometimiento de
programas que respondieran a los criterios de convergencia económica por
parte de cada uno de los Estados (con el gran protagonismo para la
reducción de la inflación, y control del déficit y la deuda pública); y en
tercer lugar, y resumiendo, a partir de enero de 1999, la creación de la
moneda única bajo una única institución rectora de la política monetaria -y
al margen de todo control democrático. El Banco Central Europeo fue
concebido en el limbo de la responsabilidad política, con el exclusivo
propósito de controlar la inflación. Ni el BCE ni los Bancos centrales de
cada país pueden prestar directamente a los Estados, obligados a acudir a
los mercados privados de capitales. Esto significa, en relación a la anterior
disyuntiva de la que antes hablaba, que para los países que formaron la
eurozona desde el inicioiii y como muy plásticamente describe Rosa María
Artaliv, la Europa azul del predominio del capital y el control a la
inflación ganó definitivamente a la Europa roja (o, por lo menos,
socialdemócrata) de las políticas de empleo (y por extensión, de los
derechos de la ciudadanía, de los trabajadores y trabajadoras europeos).
A partir de la consagración de los criterios de Maastricht y hasta nuestros
días (basta con reseguir los sucesivos acuerdos, declaraciones y tratados)
sólo se abordará el paro como resultado de rigideces excesivas en el
mercado de trabajo. El mantra se repite hasta la náusea: el desempleo es
responsabilidad de los propios trabajadores y trabajadoras que no aceptan
los necesarios ajustes, y de los sindicatos que defienden rigideces
incompatibles con la confianza y seguridad que deben tener los
empresarios para la creación de empleo. Desde los Bancos Centrales de
cada Estado (El Banco de España se ha mostrado inasequible al desaliento
al respecto) hasta las organizaciones de la patronal (con la CEOE en
versión española) hasta el Consejo Económico y Financiero, han venido
reiterando, fuera cual fuera la coyuntura económica, su imperativa
recomendación de mayor flexibilidad (o pérdida de derechos) tanto en la
fijación de los salarios como en las condiciones de contratación (y
despido).
.
Del Pacto de Estabilidad y Crecimiento hasta la modificación de la
Constitución
Los principios del Tratado de Maastricht se reforzarán y endurecerán con
el "pacto de estabilidad", firmado en Dublín en diciembre de 1996. De
4. hecho, se consideran ―imprescindibles‖ para cualquier política económica
―sólida‖. Pero dicha solidez no existe. Los principios fundadores de
Maastricht abandonan las políticas sociales a los Estados, pero limitan las
posibilidades de gasto y endeudamiento de cada país miembro.
Los Economistas Europeos, en su último Euromemorandumv, explicaban
que las medidas de restricción fiscal (que tienen en definitiva su origen en
el Tratado de Maastricht) han deprimido la demanda en Europa, han
colocado la economía en una situación de virtual estancamiento, y
agravarán aún más las dificultades de los países con déficit. Insisten en que
la crisis no fue causada por el déficit público, y que el gran aumento de la
deuda pública es más bien el resultado de las medidas adoptadas para
rescatar a los bancos, las políticas expansivas para contrarrestar la crisis, y
una fuerte disminución de los ingresos fiscales. Así, a medida que la deuda
pública va aumentando, las mismas instituciones financieras que se
beneficiaron del rescate se aprovechan de los desequilibrios en la zona del
euro, especulando contra los eslabones más débiles. A ello contribuye la
prohibición de emisión de Eurobonos o la imposibilidad de recurrir
directamente al BCE por parte de los Estados --cuando el BCE presta a la
banca privada al 1% los fondos que se recolocarán a distintos tipos a cada
Estado que emita deuda, según la ―prima de riesgo‖ que interesadamente
fijen agencias tipo Moody‘s o Standard&Poor‘svi. Desde finales de 2009,
se ha creado un círculo vicioso en el que los inversores financieros -y las
agencias privadas de calificación- han interactuado para hacer subir las
tasas de interés de la deuda de los países periféricos de la eurozona, hasta
lograr que sea prohibitivamente costoso para estos países conseguir nueva
financiación.
La Estrategia de Lisboa, o el canto del cisne de la socialdemocracia
europea.
Cuando se puso en marcha en marzo del 2000, la Estrategia de Lisboa se
presentó como un concepto benigno para promover la renovación
económica, social y ecológica de la Unión Europea. Se intentó plasmar en
una coyuntura en la que había una mayoría de gobiernos más o menos de
centro-izquierda de países de la UE, y en los que la socialdemocracia tenía
cierta influencia dominante. Sin renunciar para nada a Maastricht, Lisboa
prometía construir una 'Nueva Economía' basada en la liberación de los
mercados financieros, la innovación financiera e Internet. Con todo ello se
pretendía a una 'sociedad de la información' y a una 'economía basada en
el conocimiento', y se proclamó que la UE iba a convertirse en la región
económica más competitiva del mundovii.
5. Aunque ahora resulte doloroso recordarlo, se preveía una tasa de
crecimiento anual del PNB de un 3 %, y conseguir el pleno empleo con
más y mejores trabajos y mayor cohesión social, imitando el supuesto
milagro USA de finales de los años 1990, pero con la promesa de mantener
una 'dimensión social' más equilibrada, acorde con la historia europea.
Sin embargo, todo el proyecto tenía los pies de barro, y cuando llegó la
recesión económica en el 2001, la UE la padeció con mayor rigor que los
USA. El Grupo EuroMemorandum y otras voces críticas del otro lado
Atlántico caracterizaron esta crisis como el estallido de una burbuja
especulativa (la primera de los tiempos más recientes)… y como ha
sucedido con la del 2008, tampoco en aquella ocasión el centro-izquierda
tenía ningún 'plan B‘. Y así se intensificaron todas las tonalidades del
azul en una Europa en la que los gobiernos de Tony Blair y Gerhard
Schröder se alinearon con los de Aznar, Berlusconi, Chirac, Rasmussen,
Balkenende y Barroso.
Con esta pléyade en el timón de la UE, la Estrategia de Lisboa dio paso a
recortes de impuestos para la riqueza y el patrimonio, menor tributación
para las rentas más altas y los beneficios de las empresas, y propició el
surgimiento de un mercado dual de trabajo con un amplio segmento
caracterizado por bajos salarios, mayor flexibilidad y menor protección.
Las políticas 'activadoras' del mercado de trabajo sólo significaron
recortes en la cuantía y duración de los beneficios sociales mientras se
inventaban nuevos mantras al estilo de: ‗hacer que el trabajo recompense',
lo cual significaba simplemente la pérdida de protección y derechos al
tiempo que los salarios perdían peso en la distribución global de la renta.
Empezaron ya entonces las rebajas en la edad de jubilación y los recortes
en los sistemas sistema de salud y cómputo de pensiones.
En el año 2005, ante el fracaso de los objetivos inicialmente perseguidos,
se encargó a un grupo de expertos una revisión de la estrategia a 'mitad del
camino'. José Manuel Barroso, en calidad de nuevo Presidente de la
Comisión Europea, propuso subsanar el error con mayores errores, y así
alentó la liberalización financiera y más 'reformas estructurales' referidas a
bienes y serviciosviii y a los mercados laborales mientras una nueva palabra
enriquecía el neo-lenguaje de la UE: la 'flexicurity' tomada de Dinamarca
y trasplantada sin más a mercados laborales en los que la precariedad
causaba serios estragosix En resumen, la estrategia de Lisboa supuso –
aparte de la liberalización del mercado financiero y de los bienes y
servicios- más erosión social y laboral, agudizando el problema de la
justicia distributiva y dando impulso al trasvase de rentas de abajo hacia
arriba.
6. De un intento de Constitución Europea fracasado, al fracaso del
“Tratado de Reforma” (2009)
La hegemonía azul de la UE gana en osadía y pretende elevar a rango de
Constitución Europea los principios rectores de Maastricht. Cuentan con
el denuedo de importantes medios de comunicación y la retórica de líderes
políticos que ―venden‖ la necesidad de imponer a nivel supranacional la
constitucionalización de los principios fundacionales. Sin embargo, la
ciudadanía de los únicos países en los que se sometió a votación
(Holanda, Francia e Irlanda) la rechazaron.
Siguiendo el Euromemorandum de los Economistas Europeos del año
2007x, y tras la decepción de quienes esperaban que tras el ―No‖ francés y
holandés al borrador de constitución del 2005 se abriría una consulta
amplia y participativa a los pueblos de la Unión Europea, los líderes
políticos se inclinaron por una reforma del Tratado sin ningún tipo de
consultas. Eliminaron el término ―constitución‖ y otros símbolos, pero el
texto que finalmente se aprobó, a espaldas a la ciudadanía, contiene más
del 90 % del contenido del texto anterior en el nuevo ―Tratado de
Reforma‖, manteniendo y acrecentando el déficit democrático de la Unión,
el carácter neoliberal de las orientaciones de política económica y el
refuerzo del componente militar de las políticas de la UE. En definitiva, el
―Tratado de Reforma‖ tiene esencialmente el mismo contenido que el
fracasado ―Tratado de Constitución‖ , eliminando del proceso de
ratificación todo vestigio de expresión de la voluntad popular.
Cuando en Octubre del 2010 el Consejo Europeo, (formado por los jefes de
Estado y Gobierno de los 27 países que forman la UE) aprobó la reforma,
defraudó también las expectativas de la Comisión y el BCE que querían, ya
entonces, un mecanismo de sanciones automáticas para los países que
incumplieran el Pacto de Estabilidad. Se pedían sanciones para los países
que mostrasen una deriva presupuestaria ―poco saludable‖ aunque no
hubieran superado los límites de déficit y deuda xi. Pero lo que no lograron
reflejar en el texto comunitario, lo iban a imponer en las respectivas
Constituciones de cada país.
Cuando los principios rectores de Maastricht ocupan las
Constituciones: Gobernanza, “Semestre Europeo” y el Pacto del Euro
A mediados del pasado año podíamos leer en la prensa que la U. E. había
iniciado tres nuevas reformas que abarcaban el crecimiento, la gobernanza
y, sin duda, la reforma estelar: El Pacto del Euro con el que pretende
7. mejorar la competitividad y "contribuir a un crecimiento más acelerado y
sostenible a medio y largo plazo, generar niveles más elevados de ingresos
para los ciudadanos y conservar nuestros modelos sociales". Una retórica
que a estas alturas sabemos perfectamente que no es de fiar, a pesar de que
la firmaran los 27 jefes de Gobierno de la UE en marzo del 2011.
Cada línea de los cientos de folios de nueva legislación es un alegato en
favor de los recortes y la austeridad. Jacques Delors, europeísta por
encima de toda sospecha , llegó a calificar al Semestre Europeo como "el
documento más reaccionario producido jamás por la Comisión”.
Mientras el Pacto del Euro reclama una "regla de gasto" o un "freno al
endeudamiento" en la Constitución para evitar que el gasto supere al
crecimiento de la economía, también pide a los Gobiernos que no dejen
quebrar a las entidades financieras ―por el riesgo de colapso del sistema‖.
En el caso del paquete de gobernanza, la austeridad se aplicará
directamente en forma de tijera en el gasto público, con amenazas de
multas y sanciones a los países que se encaminen al incumplimiento del
Pacto de Estabilidadxii e impondrá la tutela de la deuda pública y un ritmo
de reducción de la misma hasta los niveles aceptados.
El Gobierno de España fue pionero en ―constitucionalizar‖ el espíritu del
Tratado de Maastricht al llevar al Parlamento, el pasado verano, la
modificación de la Constitución Española en el sentido reseñado, aunque
ello signifique el recorte de los servicios públicos, en especial de los de
salud, en la pendiente de la devaluación democrática. También Susan
George xiii a pesar de su declarado europeísmo, nos alertaba del control
financiero en la gobernanza europea, en tanto que otra mujer notable,
Naomi Kleinxiv, asimilaba la reducción del Estado del Bienestar que la
constitucionalización de los principios de Maastricht pueden suponer, a una
parte importante de la gran rapiña, del gran saqueo. El desastre puede ser
de proporciones incalculables ya que quienes nos lo imponen deberían
defender, por mandato democrático, los intereses de la ciudadanía.
También en esta ocasión la importancia de la medida rebasa Europa. No ha
estado tan alejada ni en concepto ni en el tiempo de la constitucionalización
del ―tope‖ al déficit público en los Estados Unidos. No hay que ser
demasiado lúcido para entender que dichas limitaciones a la soberanía de
los pueblos vienen dictadas por los intereses de los grandes capitales
financieros y formuladas por las instituciones que los representan. En el
caso de Europa se trata también de la extensión de los dictados de
desigualdad y privatización que rigen el ―modo USA‖. Lo explicaba muy
bien Noam Chomsky xv en un artículo de mayor extensión . A nivel
interno de cada país han convergido diversos factores que crearon un
8. círculo vicioso de extrema concentración de riqueza, sobre todo en la
fracción superior del 1 por ciento de la población como ya nos recordó
Joseph Stiglitz en su artículo publicado en Vanity Fairxvi. En él nos alerta
de la concentración del poder político en manos de los poderosos, lo cual
provoca una fiscalidad sesgada, desregulación, y muchos elementos más
que en algunos casos limitan –no se sabe de qué lado- con la corrupción.
En cambio, para la mayoría de la población los salarios reales se han
estancado, y han ganado menos por más horas de trabajo. Las deudas y el
desmantelamiento del entramado regulador a partir de la década de los 80
aumentó la precariedad, el paro y el desasosiego, mientras que para los
muy ricos se extendía la póliza de seguro llamada ―demasiado grandes
para quebrar‖. Chomskyxvii lo escribe con toda claridad: los bancos y las
empresas de inversión pueden realizar transacciones de riesgo, con grandes
beneficios, y en caso de peligro, acudir al Estado para el rescate con el
dinero de los contribuyentes. Y nos alerta: Desde los años de Reagan, cada
crisis ha sido más extrema que la anterior para la población en general.
A manera de epílogo
La crisis política está poniendo al orden del día en Europa propuestas
altamente antidemocráticas, con una peligrosa tendencia hacia soluciones
autoritarias, con la subordinación de las políticas nacionales ante la
conservadora política europea común. En Grecia, Portugal e Irlanda se ha
suspendido de modo efectivo el control democrático sobre la política
económica, mientras en Hungría se emprende un camino autoritario y
demasiado peligroso. Un futuro nada risueño para una Unión Europea que
nació –dicen—para preservar la paz y defender la democracia.
Lo que vivimos en España con la reforma de la Constitución demuestra
hasta qué punto la crisis ya no es solo económica o financiera, sino política.
La concentración de las rentas y la riqueza en pocas manos ha provocado la
perversión de la democracia, porque los grandes poderes económicos
determinan –aunque pueda significar su propia destrucción—las reglas de
la economía. Hace poco afirmaba Robert Reichxviii que las desigualdades
están arruinando la economía, y no puedo estar más de acuerdo. Ni los
USA ni la UE podrán recuperarse mientras no se impongan las políticas
que revierten el grado de desigualdad social, y si ese no es el caso, la
narrativa europea sólo puede terminar mal, porque quienes podrían
rectificar las políticas persisten –a sabiendas- en el error. A estas alturas ya
no vale pensar que se trata sólo de una equivocación de doctrina o de
políticas económicas. La saña con que hunden las políticas keynesianas
(prohibiéndolas constitucionalmente, tal como ya las expulsaron de la
Unión Europea con los últimos Tratados y el Pacto de Estabilidad y
9. Crecimiento, y ahora de la Constitución española) no va sólo contra los
servicios públicos, que ya de por sí sería muy grave. Va contra la creación
de puestos de trabajo y las políticas de empleo, va contra un mínimo de
bienestar. A estas alturas, todos los determinantes de salud han encendido
sus señales de alerta. Y todo eso significa mayor desigualdad y mayores
dificultades para desandar lo andado, hacia una senda de mayor equidad.
Y por tanto, todo nos aleja de una manera que parece irreversible, del
retorno hacia sociedades más estables, menos bárbaras, más solidarias y
democráticas.
i
Este texto está inspirado y sigue en gran medida los principales argumentos, de los distintos
Euromemorandums anuales realizados por el Grupo de Economistas Europeos por una Política
Económica Alternativa.
ii
También se aprobó la libre circulación y residencia entre los estados miembros y mayores
atribuciones al Parlamento Europeo.
iii
Finalmente, el 1 de enero del 2002, en once de los estados miembros las monedas nacionales dieron
paso a la nueva moneda europea, mientras se abría una senda de los bajos crecimientos (y aún así,
insostenibles), altas tasas de paro y crecientes desigualdades. En la actualidad, son 17 los países que
integran la Eurozona.
iv
Rpsa Maria Artal (2011) La Energía Liberada, Aguilar, p. 79.
v
Economistas Europeos por una Política Económica Alternativa en Europa - Grupo EuroMemo - La
integración europea en la encrucijada: Profundizar la democracia para lograr la estabilidad, la
solidaridad y la justicia social– EuroMemorandum 2012 –
vi
El BCE presta a la banca privada al 1% unos fondos que serán recolocados en bonos o deuda del
Estado, según países, del 3%, al 15% en el caso de las economías más vulnerables, como Grecia.
vii
Economistas Europeos por una Política Económica Alternativa en Europa (Grupo EuroMemorándum)
Europa en Crisis: Crítica del fracaso de la UE en responder a la crisis, Euromemorandum 2009-10.
viii
Se trata de la famosa “Directiva de Servicios” también conocida como Bolkestein (2006) para
liberalización de servicios, afectando también servicios públicos fundamentales.
ix
Ver al respecto Barbarà, Antoni, Benach, Joan, Martínez-Castells, Angels y Declaración en:
http://dempeusperlasalut.wordpress.com/2010/03/07/dossier-de-la-jornada-salut-a-europa/
x
Grupo EuroMemorandum Pleno Empleo con trabajo digno, Servicios Públicos potentes y Cooperación
Internacional Alternativas democráticas a la pobreza y a la precariedad en Europa - EuroMemorandum
2007
xi
Establecidos en el 3% y el 60% del PIB, respectivamente.
xii
El Pacto de Estabilidad fija el límite para el déficit en el 3% del PIB y de la deuda en el 60% del PIB.
xiii
http://www.tni.org/es/interview/acabemos-con-el-control-financiero-en-la-gobernanza-europea
xiv
http://www.thenation.com/article/162809/daylight-robbery-meet-nighttime-robbery
xv
http://www.huffingtonpost.com/noam-chomsky/us-global-power_b_851992.html
xvi
http://www.vanityfair.com/society/features/2011/05/top-one-percent-201105
xvii
Chomsky. Ibídem.
xviii
http://robertreich.org/post/9789891366