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Las entrañas
deL arte
Un relato material
(s. xvii - xxi)
fundación osde               exposición                   agradecimientos	
consejo de                   y catálogo
administración	                                           La	Fundación	OSDE	y	la	curadora	agradecen	la	
                             curaduría y texto            generosa	colaboración	de	artistas,	coleccionistas,	
presidente                   Gabriela	Siracusano          directores	y	personal	de	museos	e	instituciones	que	
Tomás	Sánchez	                                            facilitaron	las	obras	y	documentos	que	han	hecho	
de	Bustamante	               asistencia                   posible	esta	muestra:
                             Nadina	Maggi
secretario                   Gabriela	Vicente	Irrazábal   Teresa	Anchorena,	Sofía	y	Horacio	Areco,	Claudia	y	
Omar	Bagnoli	                                             Guillermo	Arín,	Araceli	Bellota,	Néstor	Barrio,	Orly	
                             diseño de montaje	           Benzacar,	José	Emilio	Burucúa,	Gustavo	Bruzzone,	
prosecretario	               Patricio	López	Méndez		      Diana	Calvo,	Eduardo	Costa,	Mabel	y	María	Castellano	
Héctor	Pérez	                -	Grupo	Signo	               Fotheringham,	Andrea	Griselda	Distéfano,	Ana	
                                                          Espinosa,	Leontina	Etchelecu,	Henrique	Faría,	
tesorero                     diseño gráfico               Alejandra	Fazio,	Rubén	Fontana,	Marcela	Gené,	
Carlos	Fernández	            Estudio	Lo	Bianco            Alejandra	Gómez,	Blanca	Gómez,	Ignacio	Liprandi,	
	                                                         Alicia	y	León	Ferrari,	Marta	Maier,	Laura	Malosetti	
protesorero                  corrección de textos         Costa,	Viviana	Mallol,	Fernando	Marte,	Lía	Munilla,	
Aldo	Dalchiele	              Violeta	Mazer                Marcelo	Olmos,	Daniela	Parera,	Victoria	Pereyra	y	
                                                          Gianni	Campochiaro,	Ernesto	Pesce,	Luis	Priamo,	
vocales                      transporte                   María	Redondo,	Marta	Rey,	Gilberto	y	Rosa	Sandretto,	
Gustavo	Aguirre              E.T.E.	Transportes	          Daniel	Saulino,	Héctor	Schenone,	Lucía	y	Leonardo	
Liliana	Cattáneo             Especiales                   E.	Spilimbergo,	Esteban	Tedesco,	Gustavo	Tudisco,	
Horacio	Dillon                                            Diana	B.	Wechsler,	Sandra	Zetina,	Espacio	de	Arte	
Luis	Fontana                 producción                   AMIA,	Galería	Empatía,	Galería	Francisco	Traba,	
Daniel	Eduardo	Forte         de gráfica                   Galería	Ro,	Galería	Rubbers,	Maman	Fine	Art,	Banco	
Julio	Olmedo                 Sign	Bureau                  Ciudad,	Fundación	García	Uriburu,	Fundación	
Jorge	Saumell                                             Mundo	Nuevo,	Complejo	Museográfico	Provincial	
Ciro	Scotti                  impresión                    “Enrique	Udaondo”,	Malba	–	Fundación	Costantini,	
                             NF	Gráfica	s.r.l.            Museo	de	Arte	Hispanoamericano	“Isaac	Fernández	
                                                          Blanco”,	Museo	de	Bellas	Artes	de	la	Boca	“Benito	
imago                                                     Quinquela	Martín”,	Museo	de	Bellas	Artes	Provincial	
espacio de arte                                           “Rosa	Galisteo	de	Rodríguez”,	Museo	de	la	Ciudad,	
                                                          Museo	Histórico	Nacional,	Taller	TAREA-UNSAM,	
coordinación de arte                                      Universidad	Nacional	de	Lomas	de	Zamora.
María	Teresa	Constantin	
                                                          Esta	muestra	cuenta	con	
gestión de                                                el	apoyo	de	la	Universidad	
producción                                                Nacional	de	San	Martín.
Betina	Carbonari

producción	
Nora	Arrechea
Micaela	Bianco
Javier	González
Nadina	Maggi
Susana	Nieto
Gabriela	Vicente	Irrazábal




                                                                                        www.fundacionosde.com.ar
                                                                                        www.imagoespaciodearte.com.ar
Las entrañas
deL arte
Un relato material
(s. xvii - xxi)


Del 16 de septiembre al 28 de octubre de 2008
Corte	estratigráfico	de	
    Virgen Niña hilandera,
    una	pintura	colonial	
    andina	del	s.	xviii


4
las entrañas del arte



                                 gabriela siracusano *




                                 el taller como laboratorio de ideas  Sustancias	 viscosas,	 olores	
                                 penetrantes,	manos	coloreadas,	trapos	empastados,	caras	empolvadas.	De-
                                 trás	de	los	discursos	estéticos,	de	los	sueños	de	la	imaginación	creativa	y	de	
                                 la	eficacia	de	las	imágenes,	se	halla	el	espacio	del	taller	del	artista.	Un	terri-
                                 torio	que,	a	lo	largo	del	tiempo,	se	fue	instalando	ya	en	las	naves	de	alguna	
                                 iglesia,	ya	en	los	fondos	de	una	morada,	en	el	descanso	de	un	prado,	en	un	
                                 galpón	alquilado	o	en	las	calles	de	una	ciudad.	Territorio	íntimo	de	los	mate-
paul marcoy
                                 riales	que	no	es	otra	cosa	que	una	“dimensión	del	pensamiento”	en	el	juego	
Grabado	publicado	               de	 posibilidades	 estéticas	 que	 enlazan	 la	 materia	 y	 la	 idea.1	 No	 es	 casual	
en	L´Amerique du Sud
                                 que	la	representación	de	este	territorio	haya	siempre	convocado	el	interés	
l´océan Pacifique a l´océan
Atlantique.	París,	Librairie	
                                 de	los	artistas.	Escenas	como	las	del	artista	en	el	taller,	con	sus	pigmentos	
de	L.	Hachette,	1869.            desplegados	en	losas,	escudillas,	frascos,	o	paletas,	junto	con	pinceles,	lápi-
                                 ces,	espátulas,	papeles	y	tientos,	en	el	caso	de	los	pintores;	o	sus	maderas,	
                                 piedras,	metales,	martillos,	gubias	y	cinceles,	en	el	caso	de	los	escultores;	
                                 en	pleno	trabajo	o	en	el	reposo	luego	de	la	obra	terminada;	solos	o	acompa-
                                 ñados	por	sus	modelos	o	sus	colegas,	son	frecuentes	en	la	historia	del	arte.	
                                 Dichas	representaciones	son	fuentes	privilegiadas	para	la	construcción	de	
                                 esta	historia.	Así,	en	épocas	en	las	que	estas	imágenes	escasean	–me	refiero	
                                 al	período	en	el	que	parte	de	nuestro	territorio	perteneció	al	Virreinato	del	
                                 Perú	y,	posteriormente,	al	Virreinato	del	Río	de	La	Plata–,	la	información	se	
                                 desvanece.	 El	 grabado	 que	 publicó	 en	 el	 siglo	 XIX	 el	 viajero	 Paul	 Marcoy	
                                 sobre	el	taller	de	un	pintor	andino,	a	quien	llamaba	irónicamente	el	“Rafael	
                                 de	la	Cancha”,	nos	ofrece	pocos	indicios:	apenas	unas	escudillas,	trapos,	su	
*	 Investigadora	del		           pincel	y	su	tiento,	un	lienzo	con	la	imagen	a	medio	terminar	de	una	Madon-
   CONICET,	con	radicación	      na	con	el	niño	–apoyado	sobre	el	respaldo	de	una	silla	que	hace	las	veces	
   en	TAREA-UNSAM.		             de	atril–,	una	grotesca	musa	inspiradora	y	numerosos	grabados	–tal	vez	sea	
   La	investigación	realizada	   éste	el	dato	más	interesante–	colgados	en	la	pared	de	su	obrador-establo.	
   para	esta	muestra	es	
                                 En	el	siglo	XXI,	Carlos	Alonso	[pág. 31]	despliega	la	fuerza	de	su	dominio	
   resultado	de	proyectos	
                                 del	papel,	los	colores	y	el	trazo	enérgico	en	un	autorretrato	donde	presenta	
   UBACyT	F090	y	PICT	
   14208	(ANPCT),	radicados	
   en	el	Instituto	de	Teoría		
   e	Historia	del	Arte		         	 El	valioso	intercambio	con	varios	artistas	de	esta	muestra	me	ha	ayudado	a	reflexionar	sobre	
                                 1


   “Julio	E.	Payró”	(UBA).         estas	cuestiones	del	hacer.


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su	mesa	de	trabajo;	mientras	Gabriel	Grün	[pág. 31],	pintor	que	revisita	las	
                        distintas	posibilidades	de	las	técnicas	del	óleo	de	los	antiguos,	aplica	pigmen-
                        tos	y	aceites	sobre	una	superficie	cuidada	y	translúcida	para	representar	los	
                        elementos	que	lo	acompañan	en	los	momentos	de	creación,	entre	ellos,	los	
                        frascos	con	colores	azules,	rojos	o	amarillos.	Todo	esto	nos	habla,	entonces,	
                        de	un	espacio	cargado	de	gestos	cercanos	a	la	práctica	de	la	experimentación,	
                        una	actividad	que	también	nos	evoca	la	manipulación	de	probetas	y	tubos	de	
                        ensayo	del	químico,	o,	por	qué	no,	de	cucharones	y	ollas,	en	los	dominios	del	
                        cocinero.2	El	taller	como	cocina,	lugar	del	ensayo	y	del	error,	del	esquema	y	la	
                        corrección	–como	diría	Gombrich–,	como	laboratorio de ideas	en	el	que	todos	
                        los	elementos	participantes	entran	en	ebullición	y	colaboran	en	su	transmu-
                        tación	 para	 volverse	 una	 imagen…	 Una	 acción	 que	 cobra	 iconicidad	 en	 un	
                        instante	preciso	de	esa	fórmula	gestual	y	expresiva	tantas	veces	representada	
                        que	es	el	autorretrato:	el	artista	en	pleno	trabajo	que	se	aleja,	curva	su	espalda	
                        para	 atrás	 y	 observa	 la	 obra	 antes	 de	 volver	 sobre	 ella,	 como	 buscando	 en	
                        cada	distanciamiento	la	clave	de	la	síntesis	entre	su	modelo	mental	y	lo	que	le	
                        habilita	la	materia.	Algunas	de	las	filmaciones	que	hoy	exhibimos	ejemplifican	
                        esta	instancia,	como	lo	es	el	caso	de	la	realización	de	Malvinas Argentinas (ex
                        Londres) de	Juan	Andrés	Videla.	
                        La	instalación	que	en	1994	Eduardo	Medici	[págs. 32 y 33]	realizara	en	Rosa-
                        rio,	en	la	que	la	imagen	impresa	del	Cristo	escorzado	de	Mantegna	recibía	
                        una	“transfusión	sanguínea”,	sobre	una	mesa	de	disección	donde	también	
                        había	frascos	con	vísceras,	no	podría	ser	más	pregnante	respecto	de	lo	que	
                        estamos	 discutiendo.	 Simulacro	 y	 materia	 lograron	 fundirse	 en	 una	 expe-
                        riencia	 tal,	 que	 el	 artista	 todavía	 rememora	 el	 clima	 que	 se	 generó	 y	 que	
                        hacía	que	el	público	bajara	la	voz	o	se	silenciara	ante	la	escena	“agónica”.3	

                        2
                          	 Ver	Burucúa,	José	Emilio.	Sabios y marmitones. Una aproximación al problema de la modernidad
                            clásica. Buenos	Aires,	Lugar	editorial,	1993.	También	Gombrich,	Ernst.	Arte e Ilusión. Estudio
                            sobre la psicología de la representación pictórica.	Barcelona,	Gustavo	Gili,	1982.
                        3
                          	 Eduardo	Medici.	Comunicación	personal.




gamarra	
Cincel II,	2005
Talla	directa-granito
140	x	12	x	12	cm.


6
Arriba:	Fotograma	del	film	   Destruida	la	instalación,	Medici	reutilizó	el	lienzo,	superponiéndolo	sobre	
Onda roja,	con	el	artista	    otro	 que	 durante	 mucho	 tiempo	 había	 funcionado	 como	 base	 de	 trabajo	
Juan	Andrés	Videla            en	el	piso	de	su	taller.	Las	marcas	de	chorreados,	pisadas	y	papeles	caídos	
	
                              aún	 permanecen	 como	 huellas	 de	 prácticas	 pasadas.	 Su	 reverso	 también	
Abajo:	Escenas	de	la	
instalación	La lección de     exhibe	otra	obra	de	fuerte	gestualidad	matérica	que	quedó	oculta,	junto	con	
anatomía	de	Eduardo	          la	manera	en	que	todas	quedaron	atrapadas	en	el	bastidor,	entre	escrituras	y	
Medici                        costuras.	Pero	si	prestamos	nuevamente	atención	a	su	anverso,	otros	mate-

                                                                                                          7
riales	se	nos	aparecen	en	relación	esencial	con	el	mensaje:	pequeños	espe-
                           jos	que	remiten	al	impacto	que	le	produjo	su	paso	por	las	iglesias	coloniales	
                           mexicanas	 o	 láminas	 delgadas	 de	 estaño	 que	 encuadran	 la	 imagen	 (que	
                           recuerdan	la	tradición	vitralista).	A	su	vez,	cuatro	elementos	completan	esta	
                           aventura	 iconográfica:	 sellos	 de	 resina	 cuya	 elasticidad	 deforma	 pero	 aún	
                           permite	distinguir	una	suerte	de	reminiscencias	de	la	Santa	Faz	o	Veróni-
                           ca,	el	mismo	signo	icónico	–ahora	tridimensional–	producido	por	un	lienzo	
                           embadurnado	con	idéntico	material,	una	gran	mancha	roja	sobre	una	de	las	
                           manos	de	Cristo	generada	a	partir	de	una	distribución	aleatoria	del	líquido	
                           rojo	usado	en	la	instalación,4	y	la	presencia	en	el	eje	central	de	una	herra-
                           mienta	de	doble	lectura:	es	cuchillo	y	pincel	a	la	vez,	las	dos	caras	del	arma	
                           de	la	pintura.	El	producto	final	es	la	presentación	de	este	gran	laboratorio	
Detalle	de	La lección de
                           visual	en	el	que	la	imagen	no	puede	sino	volverse	plásticamente	poderosa.
anatomía	de	Eduardo	
Medici.
                           la eficacia de la potencia material  Si	nos	remitimos	a	uno	de	los	
                           primeros	usos	ligados	a	la	construcción	de	las	imágenes,	esto	es,	a	la	pintu-
                           ra	rupestre	de	nuestra	prehistoria,	de	inmediato	nos	encontramos	con	ma-
                           teriales	como	carbón	vegetal	y	óxido	de	manganeso	para	los	negros,	óxidos	
                           de	hierro	como	la	goetita	y	la	hematita	para	los	amarillos	y	rojos,	y	junto	a	
                           ellos	grasa	animal	y	aceites	vegetales	como	ligantes;	todos	estos	materiales	
                           respondieron	eficazmente	a	la	función	que	dichas	imágenes	debieron	haber	
                           cumplido	para	quienes	las	imaginaron	y	construyeron.5	
                           Eficacia,	de	eso	se	trata.	Una	imagen	se	torna	eficaz	cuando	su	propia	ma-
                           terialidad	no	solo	acompaña	sino	también	construye	sentido.	Si,	como	ha	
                           insistido	Michel	Foucault,	ningún	enunciado	puede	darse	sin	la	presencia	
                           de	una	voz,	de	una	superficie,	sin	hacerse	cuerpo	en	un	elemento	sensible	
                           y	sin	dejar	rastro	en	un	espacio	o	–aunque	más	no	sea–	en	una	memoria,	
                           podemos	entonces	advertir	la	importancia	de	esta	dimensión	material	en	el	
                           lenguaje	plástico.6	Sin	embargo,	esta	relevancia	–tan	evidente	para	los	artis-
                           tas–	no	fue	siempre	tomada	en	cuenta	por	los	discursos	de	la	historia	del	
                           arte,	como	podríamos	suponer.	Si	bien	los	primeros	escritos	occidentales	
                           sobre	arte,	antes	que	la	historia	del	arte	fuera	historia	del	arte,	se	detuvieron	
                           en	los	dilemas	acerca	de	lo	material	y	lo	técnico	–pensemos	en	Plinio–,	con-
                           viene	recordar	que	el	predominio	de	la	atención	puesta	sobre	los	problemas	
                           de	la	forma	y	el	estilo	o	los	misterios	de	las	posibilidades	iconográficas	del	
                           mensaje	signó	fuertemente	estos	relatos	desde	el	siglo	XVI.	Además,	el	ori-
                           gen	de	tal	desproporción	entre	textos	dedicados	a	dichos	temas	y	textos	que	


                           4
                             	 Es	interesante	este	encuentro	entre	la	sangre	aludida,	la	rosa	y	el	tinte	rojo.	En	la	tradición	mexi-
                               cana	vinculada	a	la	factura	de	una	imagen	tan	poderosa	en	términos	devocionales	como	la	de	la	
                               Virgen	de	Guadalupe,	sus	pigmentos	–interpretados	como	de	procedencia	divina	por	su	carácter	
                               acheropoietas–	suplantaron	las	rosas	que	el	indio	Juan	Diego	recogía	cuando,	según	los	relatos,	
                               se	 produjo	 la	 aparición	 mariana.	 Ver	 Cuadriello,	 Jaime	 y	 otros.	 El Divino pintor: la creación de
                               María de Guadalupe en el Taller Celestial.	México,	Museo	de	la	Basílica	de	Guadalupe,	2001.
                           5
                            	 Boschín,	María	Teresa	y	Ana	Llamazares.	“La	datación	absoluta	del	arte	rupestre”.	Ciencia hoy,	
                               vol.	6,	n°	34,	1996.	Boschín,	María	Teresa	y	otros.	“Análisis	de	las	fracciones	inorgánica	y	orgánica	
                               de	pinturas	rupestres	y	pastas	de	sitios	arqueológicos	de	la	Patagonia	Septentrional	Argentina”.	
                               Zephyrus: Revista de prehistoria y arqueología,	ISSN	0514-7336,	nº	55,	2002,	pp.	183-198.
                           6
                             	 Foucault,	Michel.	La arqueología del saber.	México,	Siglo	XXI,	1970,	p.	168.


8
atendieran	el	costado	práctico	del	oficio	se	encuentra	en	el	carácter	servil	y	
                       mecánico	que,	precisamente,	los	materiales	otorgaban	a	las	prácticas	artís-
                       ticas.	Su	uso	y	manipulación	implicaba	una	labor	alejada	de	las	artes	más	
                       libres	y	nobles	que	dictaba	la	Antigüedad	clásica	en	el	trivium	y	el	quadrivium
                       –a	saber,	gramática,	dialéctica,	retórica,	aritmética,	geometría,	astronomía	
                       y	música–,	y,	por	ende,	un	quehacer	mucho	más	cercano	a	artes	como	la	
                       agricultura,	la	medicina,	la	especiería	o	la	navegación,	las	que	demandaban	
                       un	 trabajo	 físico,	 suponían	 una	 condición	 de	 utilidad	 y	 estaban	 obligadas	
                       al	pago	de	un	impuesto	por	el	contacto	directo	con	el	material	y	los	géne-
                       ros	que	ellas	producían.	Esta	situación	se	mantuvo	por	siglos.	En	el	caso	
                       de	España	y	sus	territorios	americanos,	fueron	necesarios	muchos	juicios	
                       y	debates	librados	por	los	artistas	para	que	les	fuera	reconocida	la	cualidad	
                       especulativa	 y	 mental	 de	 sus	 tareas	 y	 conquistaran	 un	 lugar	 jerarquizado	
                       socialmente.
                       Hoy	el	escenario	ha	cambiado.	La	mirada	artística	puesta	sobre	las	condi-
                       ciones	propias	del	objeto	producido,	el	desenfado	en	la	elección	de	nuevos	
                       materiales	 y	 un	 franco	 desarrollo	 de	 la	 investigación	 en	 las	 ciencias	 de	 la	
                       conservación,	de	la	física	y	de	la	química,	entre	muchas	otras	variables,	nos	
                       imponen	a	los	historiadores	del	arte	volver	la	cabeza	sobre	nuestros	hom-
                       bros	y,	sin	temor	a	convertirnos	en	estatuas	de	sal,	revisar	nuestras	catego-
                       rías	a	la	luz	de	lo	que	este	territorio	íntimo	que	signa	la	condición	material	de	




Resina,	colorante	y	
pigmento	naturales.


                                                                                                            9
Cuaderno	de	notas	de	
Lino	Enea	Spilimbergo,	
con	comentarios	acerca	
de	los	materiales	
artísticos.




                          las	obras	nos	ofrece	como	campo	de	análisis.	Un	espesor	mental	y	matérico	
                          que	 no	 debe	 subestimarse	 y	 que	 resulta	 imposible	 soslayar	 si	 queremos	
                          comprender	de	manera	integral	los	procesos	creativos	y	sus	resultados.	Un	
                          espacio	a	descubrir	que	pone	en	evidencia	que	esta	dimensión del hacer,	en	
                          la	que	convergen	la	elección	empática	de	unos	materiales	y	el	descarte	de	
                          otros,	la	fascinación	y	la	experiencia	mágica	que	implica	la	riqueza	de	sus	
                          propiedades,	y	una	relación	hombre-sustancia	terrenal	cercana	a	los	funcio-
                          namientos	alquímicos,	está	presente	cada	vez	que	una	idea	estética	y	una	
                          voluntad	creativa	comienzan	a	cobrar	forma.	Podríamos	decir	que	hay	en	los	
                          materiales	del	arte	una	energía	poderosa	y	generativa	que	emana	de	ellos	
                          mismos	e	invade	el	momento	creativo.	Potencia	material	de	lo	icónico	que,	a	
                          través	del	tiempo,	exhibe	cambios	y	permanencias	en	su	manera	de	ser.
                          El	sentido	de	esta	exposición	tiene,	entonces,	el	objetivo	de	habilitar	un	reco-
                          rrido	distinto	del	que	usualmente	transitamos.	La	propuesta	es	internarnos	
                          y	perdernos	en	las	entrañas	de	los	objetos	artísticos	exhibidos,	muchos	de	
                          ellos	tantas	veces	observados,	para	prestar	atención	a	los	elementos	que	los	
                          conforman,	a	las	fuentes	escritas	que	nos	informan	sobre	su	manipulación,	
                          a	la	manera	en	que	fueron	trabajados	y	pensados,	a	la	recurrencia	en	el	uso	
                          de	algunos	de	ellos,	a	su	perdurabilidad	en	el	tiempo	o	a	su	condición	efíme-
                          ra,	y	a	todos	aquellos	aspectos	que	los	han	modificado	en	su	propia	materia-
                          lidad	y	que	hoy	contribuyen	a	otorgarles	nuevas	propiedades	y	funciones.
                          Difícilmente	esta	experiencia	del	encuentro	con	la	materia	pueda	ser	recu-
                          perada	en	las	palabras	de	este	texto.	La	transcripción	de	la	alianza	que	es-
                          tablecen	el	espectador	y	el	brillo	de	un	barniz	bajo	el	cual	subyacen		capas	
                          pictóricas	diversas,	la	viscosidad	traslúcida	de	una	resina,	la	textura	de	una	
                          madera	o	un	mármol,	las	reverberaciones	de	ciertos	metales,	la	cristalinidad	

10
de	los	fluidos	acuosos	o	los	timbres	de	una	obra	sonora,	resulta	imposible	
                             de	transmitir.	Sin	embargo,	intentaré	merodear	por	algunos	problemas	que	
                             suscitan	aquellas	materias	impregnadas	de	éstas	y	otras	cualidades.	La	guía	
                             será	un	tanto	errática	y	entreverada,	como	lo	es	la	mezcla	de	sustancias	en	
                             un	mortero.	No	se	trata	de	un	orden	definido	por	las	técnicas,	que	podría	
                             conducirnos	a	una	historia	lineal,	sino	de	descubrir	el	bajo	continuo	de	cier-
                             tos	materiales	recurrentes	en	el	quehacer	artístico.

                             los materiales del arte y el cuerpo de las imágenes

                                                                              Naturaleza entonces animada
                                                                              [...] sacó una llave de oro, que en los cofres
                                                                              de el uso, y de la vista retirados
                                                                              guardaba los tesoros más sagrados.
                                                                              Mesa llenó curiosa de pigmentos […]7

                             El	ingreso	a	los	materiales	del	arte	nos	arroja	directamente	a	la	naturaleza	
                             misma.	El	universo	de	los	minerales,	los	vegetales	y	los	animales	ha	puesto	
                             en	la	mesa	de	trabajo	de	los	artistas	la	posibilidad	de	transformar	sustancias	
                             inorgánicas	 y	 orgánicas	 en	 componentes	 fundamentales	 de	 los	 discursos	
                             estéticos.8	Muchos	de	los	elementos	que	alguna	vez	intentamos	recordar	de	
                             aquella	tabla	periódica	utilizada	en	el	colegio	son	los	protagonistas	de	esta	
                             historia.	Zinc,	mercurio,	estaño,	cadmio,	plomo,	hierro,	manganeso,	cobal-
                             to,	cobre,	plata,	oro,	calcio,	potasio	y	magnesio,	entre	los	metales;	carbono,	
                             azufre,	oxígeno,	silicio	y	arsénico,	entre	los	que	no	lo	son,	están	entre	los	

                             7
                              	 Valverde,	Fernando	de.	Santuario de Nuestra Señora de Copacabana en el Perú. Poema Sacro.	
                                Impreso	en	Lima,	1641,	p.	267.
                             8
                              	 Siracusano,	Gabriela.	El poder de los colores.	Buenos	Aires,	FCE,	2005.	Ver	también	Meredieu,	
                                Florence	de.	Historie matérielle et immatérielle de l´art moderne.	Montreal,	Larousse,	2004.


Uso	del	índigo	y	el	Palo	
Brasil	en	una	ilustración	
sudamericana	del	siglo	
XVIII.




                                                                                                                           11
más	frecuentados.	Por	el	lado	del	mundo	de	lo	orgánico,	especies	coníferas,	
                               nogal,	 lino,	 copaífera,	 dammar,	 sandáraca,	 copal,	 goma	 arábiga	 o	 ámbar	
                               ofrecen	 barnices,	 aceites	 y	 resinas	 que	 sirven	 para	 aglutinar,	 cubrir,	 diluir	
                               o	secar	las	capas	pictóricas.	Otros	vegetales	brindan	colorantes,	como	es	
                               el	caso	del	añil,	del	cual	se	saca	el	azul	índigo,	o	el	Palo	Brasil,	mientras	el	
                               cáñamo	y	el	algodón	han	servido	para	la	confección	de	lienzos,	materiales	
                               que	también	han	utilizado	los	escultores	junto	con	maderas	como	el	cedro	
                               o	la	caoba.	En	cuanto	al	reino	animal,	cera	de	abeja	[pág. 55],	huevo,	cola	de	
                               conejo	o	la	caseína	son	aglutinantes	tradicionales,	mientras	que	para	lograr	
                               el	efecto	de	un	rojo	carmesí,	el	insecto	de	la	cochinilla	ha	demostrado	ser	
                               privilegiado	e	incluso	haber	participado	de	la	historia	política	y	comercial	de	
                               épocas	remotas.	Por	otra	parte,	huesos,	marfiles	o	cabellos	también	se	inte-
                               gran	a	este	grupo.	Desde	el	siglo	XIX	y	de	manera	contundente	a	partir	del	
                               XX,	el	ingreso	de	pigmentos	y	resinas	obtenidos	por	síntesis	química,	junto	
                               con	un	uso	riquísimo	de	los	elementos	orgánicos	naturales	más	diversos,	
                               cierran	este	círculo.	
                               Todo	 este	 gran	 muestrario,	 del	 que	 apenas	 he	 mencionado	 algunos	 pocos	
                               ejemplares,	 nos	 permite	 imaginar	 la	 historia	 del	 arte	 como	 la	 arquitectura	
                               de	una	enorme	cámara	de	maravillas,	similar	a	las	que	propiciaron	los	hom-
                               bres	de	la	modernidad	temprana,	en	la	que	materiales	incontables	esperan	
                               ser	 encontrados	 para	 que	 el	 artista	 los	 manipule,	 los	 indague,	 los	 violente,	
                               los	transforme,	de	acuerdo	a	la	función	que	deberán	cumplir	a	medida	que	
                               vayan	tomando	contacto	con	la	idea.	En	el	encuentro	entre	su	elección	y	una	
                               intencionalidad	radica	el	mayor	desafío.	Saber	encontrar	y	templar	un	material	
                               que	se	ajuste	íntimamente	a	la	intención	y	necesidad	de	aquello	que	se	quiere	
                               expresar	es	tal	vez	una	de	las	causas	que	pueden	hacer	del	objeto	creado	un	
                               objeto	eficaz,	en	la	medida	que	irrumpa	en	el	campo	artístico	modificando	
                               sentimientos	y	conciencias.	Un	conjunto	de	ideas	hechas	cuerpo.	Uno	de	los	
                               manuales	artísticos	que	más	circuló	dentro	de	nuestro	territorio	a	partir	del	
                               siglo	XVIII	y	del	que	deben	haber	echado	mano	muchos	de	los	creadores	de	
                               las	imágenes	que	hoy	exhibimos	en	esta	exposición	–me	refiero	al	Museo Pic-
                               tórico y Escala Óptica	de	Antonio	Palomino	de	Castro–expone:

Imagen	de	un	libro	
medieval	de	simples	
medicinales	donde	
aparecen	representados	
los	siguientes	materiales	
pictóricos:	mastic,	
lapislázuli,	hematite,	
albayalde	o	cerusa,		
vitriolo	verde	y	colofonia,	
entre	otros.




12
Bernardo	Montón.	
Secretos de artes liberales,
y mecánicas	(1758).

                               “También	digo	que,	así	como	la	práctica	sin	teórica	es	un	cuerpo	sin	alma,	
                               la	teórica	sin	la	práctica	es	un	alma	sin	cuerpo	[...]”9

                               La	identificación	de	la	práctica	de	la	pintura	–aquella	que	requería	del	domi-
                               nio	de	aparejos,	aceites,	barnices	y	pigmentos	esparcidos	en	losas;	cosido	
                               de	lienzos,	atadura	de	brochas	y	maderas,	paletas	y	panes	de	oro–	con	el	
                               cuerpo	humano,	repositorio	de	fluidos,	osamentas	y	secreciones	diversas,	
                               resulta	pertinente.	Un	cuerpo	en	el	que	se	encarnan	y	se	hacen	visibles	las	
                               representaciones,	en	términos	de	apariencia	histórica	y	cultural.10
                               Ahora	bien,	¿de	qué	forma	se	han	hecho	visibles	las	imágenes	en	estos	cuerpos?	
                               Y	aún	más,	¿bajo	qué	aspecto	han	contribuido	los	materiales	a	hacerlas	visibles?	
                               El	cuerpo	de	los	objetos	artísticos	es	un	cuerpo	histórico.	Guarda	las	señas,	las	
                               marcas	de	su	propia	historicidad.	Encierra	las	huellas	impresas	por	el	artista	
                               pero	también	las	de	otros	agentes	que	han	tomado	contacto	con	aquél,	modifi-
                               cándolo	necesariamente.	Pasemos,	entonces,	a	analizar	algunos	ejemplos.

                               los materiales entre la transparencia y la opacidad  Existen	di-
                               ferentes	 recursos	 para	 responder	 a	 estos	 interrogantes	 y	 uno	 de	 los	 más	
                               reveladores	proviene	del	ámbito	de	la	investigación	en	las	ciencias	químicas	
                               y	físicas.	Gracias	a	ellas	y	a	la	franca	labor	interdisciplinaria	que	pueden	es-

                               9
                                	 Y	continúa:	“[...]	por	lo	cual	dice	el	Zúcaro	en	su	Idea:	que así como no es digno de alabanza el
                                   médico, que sólo sabe la teórica de su facultad, y le falta la práctica para saber aplicar los medi-
                                   camentos convenientes á las enfermedades: así en nuestra profesión no será jamás perfecto pintor
                                   el que no sabe reducir á el acto práctico las reglas y preceptos que dispensa la teórica antes bien
                                   será indigno de tal nombre. Y así es menester juntar uno y otro, para que de las dos entidades ó
                                   hábitos resulte un compuesto substancial perfecto”.	Palomino	de	Castro	y	Velasco,	Antonio.	El
                                   museo pictórico y escala óptica.	Madrid,	imprenta	de	Sancha,	1796–1797,	t.	I,	lib.	VIII,	p.	168.
                               10
                                 	 Para	una	ampliación	sobre	este	problema	ver	Siracusano,	Gabriela	y	Marta	Maier.		“Del	obra-
                                   dor	al	laboratorio,	el	archivo	y	la	biblioteca”,	en	Martínez,	Juan	Manuel	(ed.).	Arte Americano,
                                   contextos y formas de ver. Terceras jornadas de historia del arte. Santiago	de	Chile,	Universidad	
                                   Adolfo	Ibáñez-CREA-Museo	Histórico	Nacional,	2006,	pp.	71-77.


                                                                                                                                   13
tablecer	con	la	historia	del	arte	y	la	conservación,	podemos	penetrar	en	ese	
                              universo	fascinante	que	se	esconde	detrás	de	la	superficie	de	un	cuadro	y	
                              descubrir	cuáles	fueron	los	materiales	seleccionados	por	el	artista,	de	dónde	
                              pueden	haber	provenido,	cómo	los	combinó	y	aplicó	para	lograr	diferentes	
                              efectos	ópticos,	qué	reparos	tomó	para	protegerlos,	con	qué	conocimientos	
                              técnicos	 contó,	 o	 incluso	 cuáles	 pueden	 haber	 sido	 sus	 posibles	 lecturas	
                              o	su	área	de	formación.	En	un	corte	estratigráfico,	esto	es,	una	minúscula	
                              muestra	 de	 apenas	 1	 mm3	 extraída	 de	 una	 zona	 del	 cuadro	 e	 incluida	 en	
                              una	resina	acrílica	transparente,	se	hallan	latentes	las	pistas	para	responder	
                              a	 estos	 interrogantes	 [pág. 4].	 La	 aplicación	 de	 técnicas	 como	 la	 micros-
                              copía	 electrónica	 de	 barrido	 con	 microsonda	 de	 rayos	 X	 y	 los	 ensayos	 de	
                              tinción,	entre	otras,	permiten	identificar	sustancias	orgánicas	e	inorgánicas	
                              tales	como	las	que	mencionamos	unos	párrafos	atrás.	Las	preguntas	que	le	
                              hacemos	a	este	pequeño	testigo	del	pasado	lo	convierten	automáticamente	
                              en	una	fuente	material	con	significación	presente.	Una	fuente	material	que,	
                              contrastada	con	otras	fuentes	como	las	escritas,	visuales	u	orales,	termina	
                              cargándose	de	sentido	y	cobrando	la	dimensión	de	documento.	Ahora	bien,	
Detalle	de	la	reflectografía	 si	además	hacemos	participar	a	la	física	mediante	la	aplicación	de	técnicas	
realizada	sobre	un	óleo	de	 como	la	radiografía	[págs. 29 y 92],	la	fluorescencia	con	luz	ultravioleta	o	la	
Pío	Collivadino	en	la	que	    reflectografía	[en esta página],	entonces	podremos	desvelar	otras	incógnitas	
se	advierten	los	trazos	del	 como,	por	ejemplo,	si	hubo	arrepentimientos,	si	existe	una	pintura	debajo	
dibujo.                       de	la	que	vemos,	si	hubo	censura	o	autocensura,	o	cuáles	fueron	los	pasos	
                              seguidos	por	el	artista	para	la	construcción	de	la	imagen	final.11
                              A	 la	 luz	 de	 estas	 explicaciones,	 la	 capa	 pictórica	 de	 una	 obra	 imponente	
                              como	Descensión de la Virgen en la Batalla de Lepanto [págs. 25 y 34],	de	
                              posible	procedencia	cuzqueña,	realizada	a	fines	del	siglo	XVII,	se	nos	revela	
                              como	 muy	 magra,	 con	 la	 presencia	 de	 los	 materiales	 tradicionales	 de	 la	
                              época:	 albayalde,	 índigo,	 lacas	 rojas,	 tierras...	 mientras	 que	 la	 simple	 ob-
                              servación	de	los	cortes	estratigráficos	del	Retrato de Dama	atribuido	a	Félix	
                              Revol	[página opuesta],	un	pintor	activo	en	Santa	Fe,	Córdoba	y	Tucumán	
                              entre	1845	y	1867,	está	indicando	que	los	pigmentos	y	la	manera	de	tratarlos	
                              es	distinta,	acorde	a	otras	realidades,	con	un	cuidado	meticuloso	sobre	la	
                              disposición	de	las	capas.	En	el	escenario	latinoamericano	del	siglo	XX,	un	
                              corte	transversal	de	Chacareros	de	1934	de	Antonio	Berni	[página opuesta]
                              exhibe	exploraciones	cromáticas	y	los	rastros	de	carbón	del	dibujo	previo,	
                              en	tanto	la	estratigrafía	de	un	sector	de	El coronelazo, autorretrato, 1945	de	
Estratigrafía	de	un	          David	Alfaro	Siqueiros	[en esta página] nos	sumerge	en	las	búsquedas	esté-
sector	de	El coronelazo,
autorretrato, 1945	de	        	 Para	la	realización	de	esta	muestra	he	contado	con	el	apoyo	de	numerosos	científicos	y	conser-
                             11

David	Alfaro	Siqueiros.         vadores.	Al	equipo	conformado	por	Blanca	Gómez,	Daniela	Parera,	Alejandra	Fazio	y	dirigido	
                                por	Marta	Maier	(CONICET-UBA),	con	quien	trabajo	interdisciplinariamente	desde	hace	años,	
                                se	deben	los	estudios	realizados	sobre	La Virgen Niña Hilandera	y	El descendimiento de la Vir-
                                gen del Carmen en la Batalla de Lepanto,	además	de	otros	ejemplos	exhibidos;	las	estratigrafías	
                                realizadas	sobre	Retrato de Dama	de	Revol	y	Chacareros	de	Berni	estuvieron	a	cargo	de	Néstor	
                                Barrio	y	Fernando	Marte	(TAREA-UNSAM);	el	análisis	reflectográfico	de	la	obra	de	Pío	Collivadi-
                                no	se	debe	a	los	trabajos	de	Daniel	Saulino	y	Alejandra	Gómez	(TAREA-UNSAM).	Respecto	del	
                                cuadro	de	Santiago Matamoros,	las	radiografías	y	trabajos	de	conservación	fueron	realizados	
                                por	 Fabián	 Pieruzzini	 (MIFB);	 mientras	 que	 en	 los	 análisis	 químicos	 y	 fotografía	 realizados	
                                sobre	El coronelazo, autorretrato, 1945	participaron	Sandra	Zetina,	Elsa	Arroyo	y	Eumelia	Her-
                                nández	(LDOA-IIE-UNAM).


14
Cortes	estratigráficos	de	
Retrato de Dama	de	Revol	
y	de	Chacareros	de	Berni	
(detalles).

                             ticas	y	técnicas	del	pintor	mexicano.	Lacas	de	nitrato	de	celulosa	se	contor-
                             sionan	en	un	ritmo	enérgico	y	sinuoso,	fruto	de	sus	experimentaciones	con	
                             materiales	y	técnicas	de	la	modernidad	industrial.12	La	comparación	de	estos	
                             cuatro	ejemplos	nos	está	revelando	tres	momentos	históricos	distintos	en	
                             los	que	el	uso	del	material	no	está	distanciado	de	aquello	que	se	pretendía	
                             buscar	con	la	imagen.


                              	 Arroyo,	Elsa,	Chris	McGlinchney,	Anny	Aviram	y	Sandra	Zetina.	“El	nacimiento	del	modernis-
                             12


                                mo:	técnicas	y	materiales	de	David	Alfaro	Siqueiros	entre	1931	y	1945”.	Baja viscosidad,		Méxi-
                                co	DF,	Instituto	de	Investigaciones	Estéticas-UNAM,	Sala	de	Arte	Público	Siqueiros-INBA,	en	
                                prensa.


                                                                                                                            15
Existe	 otra	 lectura	 que	 podemos	 hacer	 cuando	 observamos	 el	 devenir	 de	
                           los	 materiales	 y	 su	 contrapunto	 con	 la	 imagen	 a	 través	 del	 tiempo.	 Toda	
                           representación	 guarda	 una	 doble	 dimensión	 de	 transparencia	 y	 opacidad,	
                           entendiendo	por	ellas	la	mayor	o	menor	capacidad	de	estar	en	lugar	de	un	
                           objeto	ausente	pero	también	de	mostrarse	a	sí	misma	como	una	representa-
                           ción.13	En	este	sentido	resulta	atractivo	descubrir	que	los	materiales	del	arte	
                           intervienen	de	una	manera	paradojal	y	compleja	en	este	juego	bifronte.	En	
                           épocas	en	que	la	representación	figurativa	predominó	en	la	escena	plástica,	
                           es	decir,	cuando	la	imagen	representada	buscaba	básicamente	estar	en	lugar	
                           de	algo	que	no	está,	y	provocar	de	este	modo	una	ilusión	de	transparencia	
                           del	mensaje	–aunque,	como	dijimos,	ésta	es	sólo	la	contraparte	de	su	opaci-
                           dad–,	la	materia	acompañó	esta	estrategia	ocultando	su	condición	esencial,	
                           “opacándose”.	En	el	lienzo	de	Revol	o	en	el	cuzqueño	antes	mencionado,	
                           la	materialidad	no	se	muestra	a	sí	misma	en	su	condición	más	concreta,	no	
                           fue	la	intención	de	sus	autores	que	la	percibamos	como	tierras,	pigmentos,	
                           colorantes	o	resinas.	Lo	que	éstos	pretendieron,	en	definitiva,	fue	que	todas	
                           esas	sustancias	se	pusieran	al	servicio	de	una	imagen	ilusoria	plasmada	en	
                           una	superficie	“sostenida”	por	estos	moradores	silenciosos	para	convertirse	
                           en	luces,	sombras	y	colores	de	las	cosas	representadas.14	A	partir	de	fines	
                           del	siglo	XIX,	y	a	medida	que	las	búsquedas	estéticas	avanzaron	sobre	las	
                           posibilidades	 plásticas	 inherentes	 al	 propio	 objeto	 artístico,	 exploraciones	
                           como	las	iniciadas	por	el	post-impresionismo	y	las	tendencias	modernistas	
                           hasta	los	años	40	comenzaron	a	distender	paulatinamente	este	ocultamien-
                           to	de	la	materialidad,	modulándola	y	haciéndola	emerger	como	un	elemento	
                           que,	 poco	 a	 poco,	 fue	 mostrándose	 como	 independiente	 del	 dominio	 de	
                           la	 línea	 y	 el	 espacio	 ilusorio.	 Un	 elemento	 más	 subordinado	 a	 las	 condi-
                           ciones	ópticas	y	perceptivas	que	intervienen	en	el	acto	de	la	recepción.	La	
                           carga	de	pigmento	desplegada	sobre	el	soporte	de	los	maizales	de	Miguel	
                           Carlos	 Victorica	(1940)	 [pág. 34]	 evidencia	esta	 intención.	 La	irrupción	 de	
                           las	vanguardias	terminó	por	liberar	las	puertas	de	la	opacidad	material.	La	
                           experiencia	Concreta	argentina,	llevada	a	cabo	a	partir	de	1944	con	la	apa-
                           rición	de	la	revista	Arturo,	protagonizó	el	momento	de	quiebre	rotundo	en	
                           relación	con	la	transparencia	de	la	imagen.	De	este	modo	anunció	la	muerte	
                           definitiva	de	la	representación	figurativa.	En	el	Manifiesto	Invencionista	de	
                           1946	se	expresaba:
                           “La	materia	prima	del	arte	representativo	ha	sido	siempre	la	ilusión.”15
                           Esta	declaración	resulta	esclarecedora	a	los	fines	de	los	argumentos	recién	
                           formulados:	la	ilusión	había	sido	la	verdadera	materia	prima.	Los	materiales	

                           13
                              	 Marin,	Louis.	Le portrait du roi.	París,	Editions	de	Minuit,	1981.
                           14
                              	 Existe	una	excepción	a	esta	proposición.	Se	trata	de	aquellos	casos	en	que	los	materiales	son	
                                exhibidos	de	manera	transparente	con	el	propósito	de	reforzar	una	jerarquía	social,	política,	
                                económica	o	religiosa.	Colorantes	como	la	púrpura	o	el	carmín,	o	pigmentos	como	el	lapislá-
                                zuli	cumplieron	ese	rol,	tal	como	bien	lo	ha	estudiado	Michael	Baxandall	para	las	sociedades	
                                del	Renacimiento.	Otro	tanto	podríamos	decir	del	oro,	la	plata	y	las	piedras	preciosas,	tan	pre-
                                sentes	en	los	objetos	litúrgicos	religiosos	o	en	las	imágenes	devocionales.	Baxandall,	Michael.	
                                Painting and experience in fifteenth-century Italy. A primer in the social history of pictorial style.	
Portada	de	Revista	Arte	        Oxford,	Oxford	University	Press,	1988.
Concreto-Invención.	       15
                             	 “Manifiesto	Invencionista”.	Revista	Arte Concreto Invención.	Buenos	Aires,	agosto	de	1946,	
Buenos	Aires,	1946.             n°	1,	p.	8.


16
habían	estado	al	servicio	de	ella…	el	objeto	artístico,	entonces,	se	volvería	
                              recursivo,	plegado	sobre	sí	mismo,	sin	la	menor	necesidad	de	remitirse	a	
                              otra	realidad	que	no	fuera	la	suya	propia.	Para	llevarlo	a	cabo,	los	artistas	
                              Concretos	trataron	la	materia	de	una	manera	singular,	sometida	a	los	planos	
                              del	color,	la	línea,	el	equilibrio	y	los	ritmos	[pág. 59 arriba].16	Sin	embargo,	
                              precisamente	esto	es	lo	que	permitió,	junto	con	otras	búsquedas,	que	la	di-
                              mensión	material	haya	operado	un	cambio	fundamental	en	el	siglo	XX,	con-
                              tinuado	hasta	hoy:	de	testigo	oculto	a	protagonista,	de	“estar	en	lugar	de”	a	
                              “estar	y	ser”	materia	[pág. 35]	cuyo	nivel	de	transparencia	y	de	presentifica-
                              ción	–en	términos	de	Marin–	es	tal	que	la	opacidad	se	ha	instalado,	muchas	
                              veces	para	el	espectador	común,	del	lado	del	discurso	[págs. 36 y 37].

                              naturales y sintéticos. un recorrido sinuoso  El	carbono	es	uno	
                              de	los	elementos	más	abundantes	en	la	naturaleza	y	lo	hallamos	tanto	en	los	
                              seres	vivos	como	en	los	minerales	y	en	la	atmósfera.	Uno	de	los	materiales	
                              más	antiguos	y	frecuentados	en	el	arte	es,	sin	duda,	el	grafito.	Como	una	de	
                              las	formas	en	que	se	presenta	el	carbono	y	por	su	estructura	molecular,	este	
                              material	tiene	la	capacidad	de	desplazarse	sobre	el	papel	o	la	tela	de	manera	
                              untuosa	y	blanda,	así	se	establece	entre	ambos	una	relación	que	los	artistas	
                              han	sabido	aprovechar.	Compañero	de	trazos	en	bocetos,	en	dibujos	prepara-
                              torios	o	como	herramienta	fundamental	en	los	pasos	previos	a	aplicar	el	color	
                              sobre	 la	 tela,	 el	 grafito	 –combinado	 con	 arcillas–	 funcionó	 como	 elemento	
                              fundamental	en	los	procesos	de	creación	de	la	imagen.	Los	dibujos	del	siglo	
                              XIX	expuestos	[págs. 45 y 47]	o	los	dibujos	preparatorios	de	Lino	Enea	Spi-
Apuntes	sobre	el	uso	de	      limbergo	[pág. 39],	nos	permiten	apreciar	las	posibilidades	de	este	material	
tintas.	Léon	Ferrari,	1962.   tan	sutil	que	en	las	manos	de	estos	artistas	se	vuelve	enérgico.	Así	y	todo,	su	
                              potencia	material	estalla	en	obras	más	recientes.	Juan	Andrés	Videla	[pág. 40]	
                              se	aventura	a	trabajarlo	con	aglutinantes	que	le	permitan	experimentar	con	él	
                              y	manipularlo	como	polvo	para	desplazarlo	sobre	una	placa	de	plus	blanco,	
                              para	lograr	paradójicamente	la	percepción	de	una	imagen	“desmaterializada”	
                              y	difusa,	que,	como	señala	Constantin,	“conduce	a	poner	en	duda	la	coinci-
                              dencia	de	la	realidad	con	el	conjunto	de	fenómenos	que	ofrecen	la	percep-
                              ción	(interna	y	externa)	y	los	sentidos”.17	Mariano	Vilela	[pág. 41]	construye	la	
                              geometrización	del	plano	a	partir	de	la	capacidad	cubriente	de	este	material,	
                              mientras	que	Nacho	Valdéz	[pág. 42]	ensaya	una	fórmula	en	la	que	el	blanco	
                              del	soporte	y	el	negro	del	lápiz	establecen	un	juego	de	distancias,	acercamien-
                              tos	y	silencios.	En	ese	juego	de	la	abstracción,	que	el	propio	artista	vincula	con	
                              la	tradición	tipográfica,	el	grafito	negro	es	la	condición	fundamental	de	la	luz	y	
                              del	brillo,	un	problema	medular	de	la	historia	del	arte	que	la	leyenda	de	la	línea	
                              de	Apeles	ejemplifica.	Como	si	quisiera	profundizar	aún	más	sobre	el	grado	
                              de	presencia	efectiva	de	este	material,	Mariano	dal	Verme	[pág. 43]	trabaja	el	
                              grafito	como	objeto,	generando	formas	geométricas	interrelacionadas	a	partir	
                              de	las	minas	frágiles	que	devienen	en	línea,	en	dibujo.

                              16
                                 	 Los	craquelados	y	el	envejecimiento	de	los	barnices	y	pigmentos	que	hoy	exhiben	sus	obras	nos	
                                   muestran	un	objeto	distinto	al	creado	bajo	esos	parámetros,	hecho	que	demuestra	la	dinámica	
                                   con	que	muchas	veces	los	materiales	operan,	más	allá	de	las	intencionalidades.
                              17
                                	 Constantin,	María	Teresa	“Juan	Andrés	Videla.	Onda	roja	entre	Constitución	y	Longchamps”.	
                                   Catálogo Galería Empatía,	Buenos	Aires,	febrero	de	2007.


                                                                                                                              17
Fuera	de	su	relación	con	el	lápiz	–uno	de	los	instrumentos	más	cercanos	al	
                           oficio	del	artista–,	el	carbono	también	está	presente	en	gran	parte	de	las	obras	
                           de	esta	muestra,	aunque	no	sea	evidente.	Lo	hallamos	en	las	tierras	de	las	ba-
                           ses	de	preparación	y	los	pigmentos	de	las	obras	coloniales	–como	es	el	caso	
                           de	la	Virgen Niña hilandera	[págs. 18 y 38]–	y	en	las	de	las	cajas	de	Teresa	Pere-
                           da	[pág. 44];	nuevamente	un	contrapunto	entre	la	opacidad	y	la	transparencia	
                           de	la	materia.	También	se	encuentra	en	obras	como	las	de	Tomás	Espina	[pág.
                           44],	quien	utiliza	la	pólvora	–una	sustancia	explosiva	que	combina	carbono,	
                           azufre	y	nitrato	de	potasio–	para	imprimir	sobre	la	tela	la	sustancia	que	prota-
Corte	estratigráfico	de	   goniza	en	la	realidad	las	escenas	de	violencia	que	él	representa.
Virgen Niña hilandera.	
Su	base	de	preparación	
                                                                  u
contiene	rastros	de	       Compañero	de	este	elemento	durante	gran	parte	de	la	historia	del	arte	es	
carbón.                    el	papel,	material	que	también	ha	acompañado	a	la	acuarela	[pág. 46]	y	al	
                           óleo	 [pág. 47].	 De	 origen	 vegetal,	 se	 lo	 ha	 empleado	 de	 las	 más	 variadas	
                           formas	 [pág. 49].	 Como	 soporte	 de	 la	 imagen	 grabada,	 fue	 el	 arma	 más	
                           poderosa	para	la	conquista	y	la	evangelización	de	América.	Las	estampas	
                           y	las	palabras	impresas	dominaron	el	escenario	de	la	producción	artística	
                           colonial,	sueltas	o	por	la	vía	de	los	libros.	Su	carácter	suave,	liviano	y	ma-
                           leable	 siempre	 ha	 favorecido	 su	 fácil	 traslado,	 de	 este	 modo	 se	 volvió	 un	
                           instrumento	para	aleccionar,	enseñar,	glorificar,	dominar,	etc.	A	su	vez,	este	
                           vínculo	con	el	viaje	y	el	intercambio	cultural	entre	personas	facilita	la	reunión	
                           de	 ejemplares	 distantes	 en	 el	 tiempo	 realizados	 con	 este	 material,	 cuyas	
                           funciones	también	difieren	entre	sí:	desde	las	Ejecutorias	que	llegaban	de	
                           España	durante	la	colonia	para	demostrar	pureza	de	sangre,	las	cartes de
                           visite	 del	 siglo	 XIX	 [pág. 48]	 –en	 las	 que	 la	 imagen	 reproducida	 contiene	
                           cartón,	albúmina	y	nitrato	de	plata–,	las	tarjetas	perforadas	y	pintadas	que	se	
                           intercambiaban	de	forma	epistolar	en	ambientes	de	la	alta	sociedad	criolla	
                           como	representantes	del	arte	gráfico	postal	de	fines	del	XIX	y	principios	del	
                           XX,	hasta	el	arte	correo	de	Edgardo	Vigo	[pág. 48],	a	partir	del	cual	el	proble-
                           ma	de	las	poéticas	contemporáneas,	del	consumo	y	de	los	lazos	sociales	se	
                           expresan	mediante	tarjetas	postales	que	viajan	y	pasan	por	varias	manos,	y	
                           así	crean	una	red	de	comunicaciones	infinitas.	Otros	usos	exhiben	la	capa-
                           cidad	maleable,	dúctil	y	flexible	del	papel:	trabajado	escultóricamente	en	la	
Grabado	mexicano	
de	1820.
                           imaginería	popular,	en	los	gofrados	y	xilocollages	–que	lo	modulan	con	la	
                           intervención	del	agua	y	la	madera–	[pág. 51],	o	como	elemento	significante	a	
                           favor	de	una	obra	conceptual,	como	las	que	construyen	Jorge	Macchi	[pág.
                           53]	o	Ana	Dolores	Noya	[pág. 52].	A	su	vez,	los	tacos	de	grabado	de	Alfre-
                           do	Benavidez	Bedoya	devienen	objetos	artísticos	al	mostrar	en	positivo	su	
                           huella	sobre	el	papel	grabado,	una	impronta	de	un	cuerpo	sobre	otro,	como	
                           el	de	las	huellas	dactilares	de	Paola	Czyzewski	y	Fabián	Furman,	dos	de	las	
                           víctimas	del	atentado	a	la	AMIA,	en	su	serie	“Huellas	para	la	memoria	y	la	
                           justicia”	[pág. 50].
                                                                  u
                           En	 este	 sentido	 vale	 la	 pena	 subrayar	 que	 esta	 propiedad	 que	 tienen	 los	
                           materiales	de	ofrecer	todas	sus	posibilidades	y	resignificarse	a	partir	de	usos	
                           más	allá	de	los	tradicionales,	hecho	que	–podríamos	suponer–	remite	bási-
                           camente	a	las	estéticas	contemporáneas,	fue	desde	siempre	advertido	por	


18
los	artistas,	toda	vez	que	la	necesidad	de	comunicar	se	hizo	presente.	Nue-
                           vamente,	el	caso	de	un	elemento	orgánico	como	el	lienzo	–de	lino,	cáña-
                           mo	y	algodón,	dentro	de	los	más	tradicionales–	funciona	como	testimonio.	
                           Sudamérica	 reconoce	 una	 larga	 tradición	 en	 trabajo	 textil	 desde	 tiempos	
                           prehispánicos.	Soporte	privilegiado	de	la	pintura	al	óleo	y	al	acrílico	[pág.
                           55],	las	telas	han	encontrado	de	la	mano	de	pintores	y	escultores	los	mo-
                           dos	más	heterogéneos	de	interpretar	los	discursos	plásticos.	Las	hallamos	
                           escondidas	bajo	una	capa	de	yeso	y	policromías	como	telas	encoladas	en	
                           las	esculturas	religiosas	–modeladas	como	si	fueran	de	madera–	[págs. 54];	
                           o	también	exhibiendo	el	esplendor	de	los	hilos	de	seda,	plata,	oro	y	perlas	
                           en	las	imágenes	de	vestir	tan	frecuentes	en	la	producción	artística	religiosa	
                           de	nuestro	territorio	entre	los	siglos	XVIII	y	XIX	[pág. 55 y 74]	–abonando	al	
                           realismo	que	requerían	las	representaciones	devocionales–.	
                           A	partir	del	siglo	XX,	su	reinado	material	canónico	como	plano	de	represen-
                           tación	de	corte	ortogonal	comenzó	a	resquebrajarse	tanto	como	las	imáge-
                           nes	que	las	telas	habían	cobijado.	Recortadas,	tajeadas,	arrugadas,	magu-




Tela	encolada	en	una	
escultura	jesuítica	del	
siglo	XVIII.


                                                                                                         19
lladas,	fruncidas,	quemadas	[pág. 56]	o	fundidas	en	un	empaste	con	colas,	
     pigmentos	y	otros	materiales,	ellas	han	sido	funcionales	a	las	propuestas	de	
     los	artistas	argentinos.	En	los	años	70,	por	ejemplo,	los	trapos	cargados	de	
     colores	negros	y	rojos	de	Alberto	Heredia	aprietan,	amordazan	y	momifican	
     cuerpos,	bocas,	sexos,	como	claves	materiales	del	horror,	la	violencia	y	el	
     desencanto.	En	los	90,	el	camino	iniciado	en	los	´60	por	Luis	Felipe	Noé	
     [pág. 56]	–en	la	búsqueda	de	una	tensión	entre		imagen	y	soporte	–	encuen-
     tra	el	estallido	de	la	materialidad	de	telas	y	pigmentos	como	campo	de	ba-
     talla	estética	en	Guerra interna.	Como	contrapunto,	aparecen	la	arquitectura	
     inestable	y	perturbadora	de	hilos	y	cuentas	perladas	del	Jardín de la Novia	
     bordado	por	Mónica	Millan	[pág. 57],	y	también	las	cabezas	decapitadas	y	
     cuerpos	de	lanas	e	hilados	blandos	que	avanzan	en	el	espacio	invocando	la	
     respuesta	del	espectador,	de	Marina	de	Caro.
                                             u
     Del	papel	y	los	textiles	a	la	madera.	La	madera	es	otro	de	los	elementos	más	
     tradicionales	elegidos	por	los	artistas.	Por	su	dureza	y	su	capacidad	de	ofre-
     cer	 planos	 homogéneos	 ha	 sido	 elegida	 en	 muchas	 oportunidades	 como	
     soporte	de	la	pintura,	del	mismo	modo	que	interviene	como	esqueleto	de	
     las	pinturas	sobre	tela	–en	calidad	de	bastidor–,	o	como	marco	que	encierra	
     y	señala	las	representaciones	en	tanto	“obras	a	mirar”	en	la	ilusión	de	venta-
     na	abierta	al	mundo.	Mientras	en	el	Gaucho,	de	Juan	Manuel	Blanes,	cumple	
     con	lo	dictado	por	la	tradición,	en	la	obra	de	Alfredo	Londaibere	[pág. 58],	
     hecha	con	una	madera	devaluada,	actúa	como	un	dispositivo	que	pone	en	
     evidencia	la	fragilidad	del	ícono.	Asimismo,	se	convierte	en	capa	pictórica	
     en	Tiempo de Cartones I	de	Jorge	Abot	[pág. 59],	quien	sustituyó	la	elección	
     previa	de	arena	por	el	carácter	liviano	del	aserrín.
     Pero	es	en	las	prácticas	escultóricas	donde	este	material	cobra	un	protagonis-
     mo	particular.	Los	procesos	de	evangelización	llevados	a	cabo	en	épocas	vi-
     rreinales	requirieron	de	la	producción	y	difusión	de	imágenes	de	la	iconografía	
     cristiana	–escenas	de	la	vida	de	Cristo	[pág. 60]	y	la	Virgen,	santos	y	santas,	
     en	su	gran	mayoría–	capaces	de	alentar	prácticas	de	devoción	y	veneración	en	
     una	población	nativa	a	la	que	se	le	adjudicaba	un	vínculo	estrecho	con	lo	paga-
     no	y	lo	idolátrico.	La	madera	tallada,	ensamblada,	dorada	y	policromada,	con	
     su	apelación	a	lo	dramático	y	lo	real,	fue	el	elemento	básico	para	dar	cuerpo	a	
     estas	representaciones	que	debían	efectivizar	una	sustitución	de	sentimientos	
     y	 creencias	 para	 lograr	 el	 éxito	 de	 la	 conquista	 en	 todas	 sus	 dimensiones.	
     Durante	los	siglos	XVII	y	XVIII,	en	todo	el	Virreinato	del	Perú,	y	por	supuesto	
     en	las	regiones	que	hoy	integran	la	Argentina,	escultores,	doradores	y	pinto-
     res	dieron	forma	a	cuerpos	de	madera	que	se	instalarían	en	los	interiores	o	
     circularían	en	procesión.	Algunas	de	las	esculturas	expuestas,	entre	las	que	
     también	están	presentes	otras	realizadas	durante	el	siglo	XIX	con	fines	muy	
     distintos	(como	es	el	caso	de	los	mascarones	de	proa	[pág. 61]),	exhiben	esta	
     tradición	tan	desarrollada	en	el	interior	y	en	el	Río	de	la	Plata.	Por	otra	parte,	
     entre	las	especies	más	frecuentadas	por	los	tallistas	de	nuestro	país	se	en-
     cuentran	el	cedro,	la	caoba,	el	cardón	y	el	quebracho.	Lapacho	es	el	que	Carlos	
     Gamarra	[pág. 61]	eligió	para	Desprendimiento,	en	una	estrategia	plástica	muy	
     identitaria	de	este	escultor:	tratar	un	material	duro	como	si	fuera	blando.
                                             u
20
[...] pues cuando debajo de la tierra, que no tiene su natural y propio color,
                                           se hallan los metales, cierto indicio es, que las exhalaciones de ellos la causa-
                                           ron: y si faltan a la acción del color, sólo se deberá atribuir aqueste efecto.18

                              Nuestro	país	lleva	en	su	nombre	y	en	el	de	su	río	más	ancho	la	referencia	a	
                              un	metal.	Así	como	las	huellas	de	los	relatos	más	antiguos	de	nuestra	histo-
                              ria	pueden	recorrerse	sobre	el	camino	que	delinearon	las	acciones	políticas	y	
                              económicas	reales	y	ficticias	asociadas	a	la	plata,	el	oro,	el	azogue	o	el	cobre,	
                              la	historia	de	nuestros	objetos	artísticos	puede	escribirse	sobre	la	base	de	las	
                              exploraciones	e	indagaciones	que	los	artistas	han	hecho	sobre	los	minerales,	
                              en	especial,	los	metales.	Sumergidos	en	capas	pictóricas	cumpliendo	la	fun-
                              ción	de	dar	color	y	brillo,	aplicados	en	finas	láminas	para	emular	la	refulgencia	
                              de	los	astros	y	de	las	figuras	sagradas,	fundidos	en	hornos	y	labrados	para	
                              convertirse	en	soportes	o	en	imagen	[pág. 62 y 65],	retorcidos	y	ensamblados	
                              en	el	espacio,	o	reciclados	de	usos	anteriores,	los	metales	resultan	un	signo	
                              cardinal	en	este	juego	de	opacidades	y	transparencias	que	hemos	menciona-
                              do.	Plomo	hay	en	las	flores	blancas,	rojas	y	azules,	y	en	las	hojas	verdes	que	
                              enmarcan	 a	 la	 Virgen Niña hilandera;	 plomo,	 en	 las	 manos	 de	 Cristo	 de	 la	
                              Crucifixión	del	siglo	XVIII;	plomo,	en	los	volúmenes	hinchados	y	estallados	de	
                              Vida, muerte, resurrección	de	Víctor	Grippo	[pág. 63].	Tal	como	este	material	se	
                              comportaba	en	las	retortas	y	crisoles	de	las	prácticas	alquímicas,	su	aparición	
                              y	ocultamiento	en	estas	obras	pareciera	intentar	mantener	esta	tradición.

                               	 Barba,	Álvaro	Alonso	(1640).	El arte de los metales.	Potosí,	Ed.	Potosí,	1967,	lib.	I,	cap.	I,	p.	8.	
                              18




El	plomo	representado	
como	Saturno	en	
el		Atalanta Fugiens	de	
Michael	Maier,	Franckfurt,	
1617.


                                                                                                                                    21
Otro	metal	muy	frecuentado	ha	sido	el	cobre.	Además	de	colaborar	en	los	
                                pigmentos	azules	y	verdes	como	la	azurita	y	malaquita,	tantas	veces	valo-
                                rados	por	las	tonalidades	que	ofrecían	a	los	pintores,	el	cobre	fue	el	protago-
                                nista,	junto	con	el	papel,	en	los	procesos	para	la	reproducción	de	la	imagen	
                                grabada.	Durante	los	siglos	XVII	y	XVIII,	nuestras	tierras	se	inundaron	de	
                                planchas	de	cobre	incisas.	Por	otra	parte,	como	soporte,	junto	con	el	latón,	
                                cumplió	la	función	de	difundir	imágenes	de	devoción	privada,	como	la	plan-
                                cha	de	doble	imagen	de	Santa	Mónica	y	el	Cristo	de	Praga	[pág. 64].	Otra	
                                plancha,	que	exhibe	un	San	Francisco	de	Paula	[pág. 64],	de	probable	origen	
                                altoperuano,	 también	 nos	 permite	 apreciar	 el	 dominio	 de	 una	 técnica	 de	
                                estampado	y	policromado	muy	cuidada	en	el	siglo	XVIII.
                                En	esta	dinámica	de	la	mostración	efectiva	y	expuesta	de	la	materia,	la	con-
                                tundencia	del	destello	y	la	carga	simbólica	sostenida	durante	siglos	por	la	
                                plata,	el	oro	o	el	bronce	han	hecho	de	estos	metales	los	privilegiados	para	
                                transmitir	la	inmanencia	de	la	sacralidad,	la	ostentación	de	una	clase	social,	
                                o	la	fortaleza	y	trascendencia	del	poder	político.	Como	contraparte,	el	acero	
                                y	el	aluminio,	o	la	chapa	de	hierro	y	estaño	han	construido	discursos	que	
                                se	encierran	sobre	sí	mismos	–replegando	al	hombre	y	sus	circunstancias	
                                de	vida–,	también	han	acompañado	las	poéticas	de	la	invención	concreta,	        	
                                intervenido	en	experimentaciones	sobre	su	propia	dureza	o	fragilidad,	o	han	
                                expuesto	crudamente	las	miserias	de	la	vida	urbana	y	contemporánea,	como	
                                se	advierte	en	los	usos	que	les	dieron	artistas	tan	disímiles	como	León	Fe-
                                rrari,	Enio	Iommi,	Benito	Quinquela	Martín	[pág. 65],	Benito	Laren,	Antonio	
                                Berni	o	Keneth	Kemble	[pág. 63].
                                                                     u
                                Este	circular	por	las	entrañas	de	la	tierra	y	sus	elementos	inorgánicos	pone	al	
                                descubierto	otros	componentes	que	las	estéticas	antiguas	y	contemporáneas	
                                han	conquistado	o	resignificado:	alabastro,	mármol,	granito,	sal,	arena…	ele-
                                mentos	que	remiten	a	ideas	de	dureza	y	solidez,	fragilidad	o	desintegración,	
                                a	lo	frío,	lo	cálido	y	lo	húmedo,	a	lo	monumental	o	a	lo	sutilmente	diminuto.	
                                Elegimos	algunos	ejemplares	de	piedra	de	Huamanga	para	representar	uno	
                                de	los	materiales	enraizados	en	los	procesos	artísticos	y	políticos	de	la	región	
                                andina:	proveniente	de	Ayacucho,	esta	piedra	blanquecina,	muchas	veces	poli-
                                cromadas,	fue	trabajada	para	construir	imágenes	religiosas,	mitológicas,	coti-
                                dianas	o	ancladas	en	las	luchas	por	la	independencia	[pág. 67].	Jorge	Gamarra	
                                viola	las	leyes	de	la	materialidad	del	granito;	Mariana	Schapiro	convierte	las	

Corte	estratigráfico	de	una	
obra	colonial	en	el	que	se	
advierte	el	uso	de	cristales	
azules	o	smalte.




22
El	agua,	elemento	de	la	    rosas	disciplinadas	en	envases	de	cartón	que	alguna	vez	vio	en	una	florería,	
fuente	del	Congreso	en	     en	ramos	de	piedra	de	materia	solidificada	[pág. 66];	María	Ester	Joao	orde-
una	fotografía	de	época.	   na	simétricamente	mares	de	sal;	Carlos	Gorriarena	y	Videla	[pág. 68]	apelan	
                            a	 la	 arena	 como	 material	 que	 carga	 la	 imagen	 o	 la	 pone	 en	 movimiento.	
                            Derivado	de	este	último	material	se	encuentra	el	vidrio,	una	fusión	de	sílice,	
                            carbonato	sódico	y	caliza	que,	coloreado,	ha	permitido	a	los	artistas	la	adqui-
                            sición	de	los	efectos	lumínicos	más	extravagantes.	Aunque	no	lo	podamos	
                            ver,	el	vidrio	teñido	de	azul	o	amarillo	[página opuesta]	se	esconde	detrás	
                            de	las	capas	pictóricas	de	muchos	de	nuestros	cuadros	coloniales	(bajo	la	
                            forma	de	smalte	o	amarillo	de	plomo-estaño,	remolidos	con	óleo)	o	también	
                            aparece	mezclado	con	tela,	cuerdas	y	chapas,	como	en	la	obra	de	Del	Prete.	
                            Asimismo,	lo	descubrimos	en	la	“mirada”	realista	de	la	imaginería	religiosa	
                            [pág. 69],	realismo	que,	marcado	por	siglos	de	distancia,	cultiva	el	ojo	de	la	
                            bandera	de	Beto	de	Volder	[pág. 69],	como	testigo	omnipresente.
                                                                   u
                            Como	punto	de	unión	entre	lo	animado	y	lo	inerte,	entre	la	vida	y	la	muer-
                            te,	entre	lo	que	deviene	y	fluye	y	lo	que	permanece	estático,	el	agua	es	un	
                            componente	ineludible	en	las	entrañas	del	arte.	Puede	diluir	y	destilar	co-
                            lores,	 ablandar	 materias	 firmes	 y	 tenaces,	 o	 convertirse	 en	 un	 dispositivo	
                            autónomo	capaz	de	crear	formas	indomables	e	informes,	o	cobrar	ritmos	
                            controlados	y	guiados.	Nuestra	ciudad	es	testigo	de	su	uso	plástico	en	las	
                            fuentes	y	monumentos	que	comenzaron	a	proliferar	a	fines	del	siglo	XIX	y	
                            principios	del	XX.	Desde	fines	de	los	años	40	y	contundentemente	en	los	


                                                                                                              23
60,	Gyula	Kosice	[pág. 70]	estructura	sus	esculturas	hidráulicas	a	partir	de	la	
                            idea	del	agua	como	fuente	de	vida	y	energía	planetaria.	Para	1968,	Nicolás	
                            García	Uriburu	tiñe	las	aguas	del	Gran	Canal	de	Venecia	como	protesta	eco-
                            lógica,	acción	que	continuará	sobre	las	fuentes	de	nuestra	ciudad	[pág. 71],	
                            para	luego	exhibir	en	botellas	la	coloración	“natural”	del	Río	de	la	Plata.	Hoy	
                            el	agua	circula	por	las	tuberías	zoomorfas	de	Marcela	Mouján	[pág. 72]	o,	
                            como	hielo,	interviene	en	las	acciones	de	Paula	Senderowicz	y	Andrea	Juan	
                            [pág. 73].	Simulada	en	las	cualidades	de	la	vaselina,	provoca	la	imaginación	
                            mecánica	de	los	universos	cerrados	de	Sebastián	Gordín	[pág. 72].
                                                                   u
                            El	agua	nos	conduce	al	puente	que	nos	lleva	a	la	vida,	al	mundo	de	lo	orgá-
                            nico,	a	aquello	que	proviene	de	los	enlaces	del	carbono	con	otros	elementos.	
                            Imaginar	ese	micromundo	cargado	de	proteínas,	carbohidratos	y	lípidos	den-
                            tro	del	cosmos	que	funda	el	objeto	de	arte	resulta	una	experiencia	estética	
                            fascinante,	si	logramos	acercarnos	a	las	maneras	en	que	los	artistas	los	han	
                            trabajado	y	las	funciones	que	les	han	otorgado	a	lo	largo	de	los	siglos.	La	lista	
                            de	materias	orgánicas	desplegada	por	la	praxis	de	los	artistas	es	inconmensu-
                            rable.	Algunas	ya	han	sido	mencionadas.	Tal	vez	resulte	interesante	nombrar	
                            aquellas	cuya	permanencia	aparece	resemantizada	en	tiempos	diferentes	o	las	
                            que	hoy	nos	animan	a	reconocer	crudamente	las	prácticas	más	recientes.
                            Si	 al	 comienzo	 de	 este	 aventurarse	 en	 las	 vísceras	 del	 arte	 hablamos	 del	
                            “cuerpo”	de	las	imágenes,	nada	resulta	más	concordante	que	la	presencia	
                            del	cuerpo	–humano	o	de	otros	animales–	dentro	de	esos	“cuerpos”.	Una	
                            de	esas	presencias	está	representada	por	el	pelo.	Fino,	sutil	y	maleable,	el	
                            cabello	pareciera	tener	la	capacidad	de	remitir	a	la	esfera	de	lo	privado	o	lo	
                            cercano.	Las	esculturas	religiosas	utilizadas	como	imágenes	devocionales	o	
                            procesionales	durante	los	siglos	XVIII	y	XIX,	hoy	instaladas	en	altares	y	reta-
                            blos	de	muchas	iglesias,	conventos	y	museos	de	nuestra	ciudad,	exhiben	el	
                            uso	del	pelo	natural	[pág. 74]	como	un	elemento	que	apelaba	a	la	conmo-
                            ción	o	a	la	vivencia	real	de	lo	espiritual;	mientras	que	en	el	siglo	XX	Roberto	
                            Elía	lo	dispone	conceptualmente	como	una	larga	y	gruesa	trenza	que	hace	
                            contrapunto	 con	 la	 palabra.	 Devenidos	 en	 líneas	 que	 dibujan	 y	 ritman	 el	
                            espacio,	los	cabellos	se	desplazan	por	los	planos	que	hoy	ejecuta	Agustina	
                            Pesci	[pág. 75].	En	el	siglo	XIX,	la	costumbre	de	utilizar	los	cabellos	como	
                            signo	de	la	intimidad	y	del	recuerdo	se	hizo	recurrente:	el	Paisaje con iglesia,	
                            realizado	en	1854	por	R.	Mendizábal	[pág. 75],	en	el	que	aparecen	los	cabe-
                            llos	procesados	y	teñidos	del	matrimonio	Suárez,	rescata	esta	práctica.	Este	
                            cuadro	forma	parte	de	una	tríada	iconográfica	cuya	carga	simbólica	salta	a	la	
                            vista:	se	completa	con	el	daguerrotipo	post	mortem	de	María	Luisa	Lacasa	
                            de	Suárez,	de	1854,	y	el	retrato	al	óleo	de	la	difunta	realizado	sobre	la	base	
                            del	daguerrotipo	por	Jacobo	Fiorini	[pág. 55]	en	el	mismo	año.	Tres	registros	
                            visuales	y	materiales	que	se	complementan	para	exhibir	una	práctica	social	
                            y	cultural	de	la	vida	porteña	del	pasado.
                            Otros	materiales	como	el	hueso	y	el	marfil	también	son	materiales	espe-
La	cochinilla	es	la	base	
                            ciales.	Además	del	uso	en	tallas,	el	hueso	tiene	connotaciones	ligadas	a	
del	carmín,	un	colorante	   la	persistencia	de	poderes	sagrados	y	milagrosos	de	la	materia	muerta	en	
orgánico	muy	frecuente	     los	relicarios	de	madera	o	metal.	Bajo	la	mirada	contemporánea,	Alberto	
en	obras	coloniales.        Heredia	[pág. 76]	lo	introduce	en	sus	Cajas Camembert	–relicarios	moder-

24
Corte	estratigráfico	del	
lienzo	La Batalla de
Lepanto	en	el	que	se	
evidencia	la	presencia	de	
una	laca	roja	orgánica.




                             nos	de	los	restos	del	consumo	de	la	vida	cotidiana–,	Luis	Benedit	[pág. 77]	
                             inunda	los	objetos	con	restos	de	vértebras	animales	que	se	acomodan	en	
                             el	espacio	produciendo	imagen	y	así	apela	a	la	misma	procedencia	que	los	
                             objetos	de	cuero	–símbolo	en	nuestra	tradición	criolla–	de	Marcela	Astor-
                             ga,	quien	los	vincula	con	las	ironías	del	hombre	y	su	vida.	El	marfil,	por	
                             su	parte,	tiende	lazos	con	las	prácticas	y	las	comunicaciones	con	oriente,	
                             tal	como	lo	exhiben	las	manos	y	rostros	de	figuras	que	los	tallistas	colo-
                             niales	 aplicaron	 delicadamente	 a	 sus	 esculturas	 religiosas.	 Es	 asimismo	
                             un	soporte	que	–por	sus	dimensiones	y	su	textura–	habilitó	la	construc-
                             ción	 de	 imágenes	 de	 lo	 privado,	 del	 amor,	 del	 secreto	 y	 de	 la	 memoria,	
                             como	lo	demuestra	su	uso	decimonónico	en	el	género	de	la	miniatura.	Tal	
                             vez	el	paradigma	de	este	gesto	de	lo	diminutamente	interno	en	clave	casi	
                             conceptual	 sea	 la	 representación	 del	 ojo	 izquierdo	 de	 Belgrano	 que	 esta	
                             muestra	expone.
                             Como	planteamos	al	principio,	de	sustancia	escondida	en	la	“carne”	de	los	
                             cuerpos	antiguos,	la	materia	orgánica	explota	en	las	acciones	de	los	artistas	
                             argentinos	en	los	últimos	30	años.	Un	desenmascaramiento	del	simulacro	
                             occidental	cuyos	inicios	nos	arrojan	a	las	acciones	de	los	dadaístas.	Lo	or-
                             gánico	se	hace	testimonio	de	las	matanzas	y	la	violencia	de	nuestra	historia	
                             en	la	obra	de	Piffer	[pág. 78];	remite	al	vacío	y	a	la	huella	marcada	por	una	
                             cabeza	que	ya	no	está	en	la	almohada	de	jabón	de	Julieta Capuletto,	de	Clau-
                             dia	Fontes;	provoca	quiebres	semánticos	en	el	espectador	a	partir	del	uso	
                             de	productos	para	englutir	en	las	acciones	del	grupo	Mondongo	[pág. 79];	
                             nace,	crece	y	muere	en	las	instalaciones	de	Ana	Gallardo,	o	interviene	en	for-
                             ma	de	excremento	como	liberador	de	las	condenas	y	las	penas	del	infierno	
                             en	el	Juicio Final	de	León	Ferrari	[pág. 79].	
                                                                   u
                             Un	recorrido	por	la	materia	del	arte	no	estaría	mínimamente	completo	(si	
                             bien	han	quedado	fuera	de	este	relato	decenas	de	elementos)	si	no	ingre-
                             sáramos	en	el	universo	de	la	síntesis	química,	si	no	invitáramos	a	partici-
                             par	 a	 aquellas	 sustancias	 producto	 de	 las	 prácticas	 de	 experimentación	 y	

                                                                                                              25
Corte	estratigráfico	de	
una	obra	colonial	del	
siglo	XVIII	con	presencia	
de	azul	de	Prusia,	un	
pigmento	creado	por	
síntesis	química.




                             la	 reflexión	 desarrolladas	 en	 los	 laboratorios	 de	 la	 ciencia	 y	 la	 tecnología.	
                             Cuando	pensamos	en	materias	sintéticas,	pensamos	en	la	modernidad,	en	
                             usos	 industriales,	 en	 elementos	 que	 sustituyen,	 abaratan	 y	 facilitan,	 en	 la	
                             practicidad	y	la	inmediatez.	Sin	embargo,	vale	la	pena	recordar	que	el	mun-
                             do	 de	 la	 síntesis	 interviene	 en	 el	 espacio	 del	 taller	 del	 artista	 desde	 hace	
                             siglos.	Lo	hizo	el	azul	de	Prusia,	creado	de	manera	serendípica	por	el	alemán	
                             Diesbach	en	1704,	o	el	blanco	de	zinc,	el	cual	sustituyó	a	principios	del	siglo	
                             XIX	al	blanco	de	plomo.	El	uso	de	los	materiales	sintéticos	no	sólo	ha	esti-
                             mulado	la	imaginación	de	los	artistas	en	relación	con	los	alcances	de	sus	
                             posibilidades,	sino	que	tiende	un	canal	de	comunicación	con	la	imaginación	
                             científica	en	la	construcción	de	una	iconografía	de	la	vida	contemporánea	
                             y,	al	mismo	tiempo,	habilita	integraciones	o	cuestionamientos	a	esa	misma	
                             esfera.	 Resinas,	 acrílicos,	 látex,	 poliuretanos,	 poliestirenos	 expandidos,	 fi-
                             bras	de	vidrio,	poliamidas	y	polipropilenos	han	contribuido,	a	partir	de	los	
                             años	40,	a	tender	estos	vasos	comunicantes.	Sus	cualidades	metamórficas	
                             los	han	hecho	funcionales	a	distintas	intencionalidades:	en	los	años	60	los	
                             manipulan	con	la	fascinación	y	el	optimismo	de	lo	novedoso,	pero	también	
                             con	el	vislumbramiento	de	los	fracasos	de	las	utopías;	en	los	70	y	mediados	
                             de	los	80,	estos	materiales	se	retuercen	y	corrompen	en	la	angustia	por	el	
                             silenciamiento	de	las	palabras;	en	los	90	arremeten	en	el	laberinto	de	opues-
                             tos	que	suponen	la	corrupción	y	el	descreimiento	en	relación	con	el	devenir	
                             político	del	país.	A	su	vez,	son	materiales	identificados	con	la	vida	urbana,	
                             lo	 descartable	 y	 lo	 transitorio,	 en	 muchos	 casos.	 En	 este	 núcleo	 dialogan	
                             entre	sí	las	obras	de	María	Juana	Heras	Velazco	[pág. 80],	con	el	acrílico	en	
                             movimiento	de	A los revolucionarios de la primera hora;	Pablo	Suárez,	en	la	
                             metáfora	corporal	resinosa	de	Sopa de Pobres [pág. 81];	Felipe	Pino,	con	la	
                             articulación	de	viejos	y	nuevos	pigmentos	[pág. 82];	Carlos	Distéfano,	me-
                             diante	la	transparencia	y	opacidad	semántico-material	del	acrílico;	Norberto	
                             Gómez,	en	la	decisión	del	cambio	a	una	sustancia	como	la	que	inauguran	
                             sus	llamados	Chinchulines	para	fines	de	los	70	[pág. 83];	Marcelo	Pombo,	
                             Miguel	Harte,	Cristina	Schiavi	y	Martín	di	Paola	[pág. 84],	con	sus	objetos	
                             en	acrílico,	telgopor	y	nylon,	que	evocan	y	revocan	antiguos	usos,		guían	al	

26
espectador	hacia	lo	microscópico	o	cuestionan	su	concepción	de	la	monu-
                            mentalidad	 escultórica;	 Federico	 González,	 con	 las	 huellas	 de	 una	 ciudad	
                            y	sus	desechos	en	la	superficie	del	látex;	y	León	Ferrari	[pág. 85],	con	sus	
                            recientes	experimentaciones	con	el	poliuretano,	un	material	que	le	permite	
                            modular	el	espacio	real	en	clave	escatológica.
                            Como	 parte	 de	 estas	 exploraciones,	 pero	 en	 un	 territorio	 que	 paradójica-
                            mente	hace	intervenir	a	lo	inmaterial,	existe	un	conjunto	de	obras	que	selec-
                            cionamos	en	las	que	la	luz,	el	aire	y	el	sonido	pueden	ser	considerados	como	
                            materiales	eficientes	de	estas	entrañas.	El	uso	de	estos	agentes	como	provo-
                            cadores	de	brillo,	color,	movimiento	o	estridencias	sonoras	es	muy	antiguo.	
                            Los	cultores	de	la	imaginería	religiosa	o	quienes	planificaron	las	arquitecturas	
                            efímeras	que	acompañaron	las	representaciones	de	consagraciones	políticas	
                            supieron	utilizarlos	en	la	liturgia,	en	fiestas	y	procesiones.	Nuevamente,	fueron	
                            las	experiencias	iniciadas	con	el	neón	en	los	años	40	las	que	dieron	el	puntapié	
                            inicial	para	un	uso	de	la	luz	como	elemento	autónomo,	uso	que	en	los	60	se	
                            intensifica.	Las	experiencias	de	Gyula	Kosice	y	Dalila	Puzzovio	[pág. 70 y 86],	el	
                            arte	cinético-óptico	de	Le	Parc	[pág. 87]	o	los	tubos	con	cuentas	facetadas	de	
                            Román	Vitali	[pág. 89] transitan	estas	vías.	En	ellas	la	luz	y	la	energía	eléctrica	
                            son	materia	significante.	En	otra	clave,	el	cuadro	sonoro	de	Juan	Sorrentino	
                            utiliza	el	sonido	como	línea	que	“dibuja”	una	imagen	mental	sobre	una	su-
                            perficie	neutra	y	vacía,	recuperando	la	antigua	retórica	de	la	ekfrasis.	Con	la	
                            proliferación	de	los	medios	audiovisuales	modernos,	luz	y	sonido	se	funden	
                            con	plásticos	y	metales	en	objetos	que,	como	el	de	Carlos	Herrera,	rompen	
                            con	las	categorías	tradicionales	de	clasificación.19
                            A	su	vez,	la	luz	y	el	papel	son	dos	aliados	que,	desde	el	nacimiento	de	la	
                            fotografía,	no	han	cesado	de	suscitar	y	excitar	la	imaginación	artística.	Esa	
                            comunión	casi	mágica	y	alquímica	entre	elementos	es	la	que,	en	los	años	30	
                            y	40,	transitaron	artistas	como	Horacio	Coppola	y	Grete	Stern,	manipulando	
                            la	luz	como	cuerpo	independiente.	En	los	años	80,	en	la	serie	de	heliografías	
                            [pág. 88]	que	León	Ferrari	crea	durante	su	exilio	en	Brasil,	la	luz	es	el	medio	
                            que	imprime	personajes	seriados	y	perdidos	en	un	universo	aislado,	solita-
                            rio,	recursivo.	En	su	Cocina del artista	(2006),	Arturo	Aguiar	[pág. 88]	“pinta”	
                            con	luz	de	linterna	en	una	toma	directa.

                            la dimensión material entre la memoria y olvido  Por	último	y	
                            como	cierre	de	este	laberinto	al	que	nos	condujo	la	pregunta	por	la	condi-
                            ción	material,	quisiera	compartir	algunas	reflexiones	sobre	las	huellas	de	la	
                            historicidad	de	la	materia	de	los	objetos	artísticos.	Todo	objeto	deviene	en	
                            otro	objeto	en	el	mismo	momento	que	el	artista	considera	terminada	su	la-
                            bor,	en	el	instante	en	que	comienza	a	ser	objeto	de	percepción	y	de	reflexión	
                            de	los	otros.	Además	de	estos	aspectos	que	la	estética	y	las	teorías	de	la	
                            recepción	han	abordado	profusamente,	existe	un	fundamento	material	que	
                            acompaña	las	obras:	las	capas	pictóricas	viran	su	color,	se	resquebrajan,	se	
                            craquelan	o	se	desvanecen	[pág. 90 y 91]	con	el	tiempo;	los	soportes	sufren	
                            modificaciones	por	la	humedad	y	la	temperatura;	sus	usos	y	traslados	dete-
                            rioran	y	modifican	las	obras	inexorablemente.	En	el	caso	de	las	esculturas,	su	
Retrato de Manuel Lacasa	
de	García	del	Molino,	      19
                                 	 Es	interesante	recordar	que	esta	obra	ingresó	en	el	Premio	Argentino	de	Artes	Visuales	2006	
invadido	por	hongos                organizado	por	la	Fundación	Osde	como	escultura.


                                                                                                                           27
actuación	en	las	prácticas	devocionales	hace	que	muchas	veces	su	materia	se	
                             vaya	modificando	según	los	gustos	y	necesidades	de	quienes	las	consumen,	
                             o	se	cercene,	por	motivos	políticos	o	simplemente	vandálicos.	Esta	metamor-
                             fosis	del	objeto	artístico	material	tiene	además	su	origen	en	la	intervención	de	
                             múltiples	agentes,	entre	los	que	se	encuentran	las	catástrofes	naturales,	los	
                             insectos,	los	hongos	y,	sin	lugar	a	dudas,	la	acción	humana.	Obras	como	el	
                             Retrato Ecuestre del Gral. Bartolomé Mitre	de	Ulpiano	Checa,	víctima	de	una	
                             inundación,	 o	 el	 Retrato de Manuel Lacasa	 de	 García	 del	 Molino,	 invadido	
                             por	hongos,	revelan	de	qué	forma	éstos	actúan.	Por	desidia,	descuido,	mal-
                             trato	o	intolerancia,	muchos	de	los	objetos	que	todavía	hoy	integran	nuestro	
                             patrimonio	artístico,	ya	no	son	los	mismos	y	guardan	en	su	materialidad	las	
                             marcas	de	acciones	pasadas.20	El	Museo	de	Arte	Hispanoamericano	“Isaac	
                             Fernández	Blanco”	conserva	cuidadosamente	en	sus	depósitos	algunas	pie-
                             zas	que	ejemplifican	las	acciones	de	la	violencia	y	la	iconoclasia.	En	las	fichas	
                             técnicas	que	registran	el	estado	de	conservación	de	un	par	de	ejemplares	de	
                             porcelana	Meissen	de	fines	el	siglo	XVIII	[pág. 93]	–El invierno	y	El verano–,	
                             se	lee	para	El Invierno:	“Estado	de	conservación.	Muy	bueno”,	mientras	que	
                             para	El verano:	“Fragmentación	total	de	las	piezas.	Muy	malo”.	La	diferencia	
                             entre	una	y	otra	descripción	se	explica	por	un	dato:	El Verano	sufrió	los	efectos	
                             de	la	onda	expansiva	de	la	bomba	que	sesgó	en	1992	la	vida	de	22	personas	
                             en	el	atentado	a	la	embajada	de	Israel	en	Buenos	Aires.	La	contundencia	que	
                             expresa	su	fragmentación	supera	cualquier	comentario.21

                             20
                                	 Algunos	de	ellos	pertenecen	a	museos	de	nuestro	acervo	nacional.	No	es	nuestra	intención	eje-
                                  cutar	una	crítica	indiscriminada	a	quienes	están	encargados	de	conservar	dicho	patrimonio.	En	
                                  el	caso	de	los	repositorios	estatales	seleccionados	para	esta	muestra,	sabemos	positivamente	
                                  sobre	los	esfuerzos	denodados	que	realiza	todo	su	personal	para	superar	una	realidad	de	ba-
                                  jos	 presupuestos	 para	 la	 conservación,	 la	 formación	 de	 recursos	 humanos	 y	 los	 espacios	 de	
                                  almacenamiento.	Sí	lo	es	la	de	movilizar	las	conciencias	de	las	autoridades	gubernamentales,	en	
                                  particular,	a	fin	de	que	se	tomen	las	decisiones	políticas	necesarias	para	revertir	esta	situación.
                             21
                               	 La	 onda	 expansiva	 de	 la	 bomba	 destruyó	 gran	 cantidad	 de	 piezas	 del	 museo,	 de	 las	 cuales	
                                  aproximadamente	300	fueron	restauradas.	El	estado	de	destrucción	que	sufrió	la	presente	hizo	
                                  imposible	su	recuperación.

Microfotografía	en	la	que	
se	advierte	el	efecto	de	
dos	hongos	en	la	madera	
de	una	escultura	colonial	
sudamericana.		Estos	
hongos	producen	
cavidades	y	penetraciones	
dentro	de	la	pared	
celular	de	las	células	de	
la	madera	provocando	
pudrición	blanda	y	
deterioro	severo.




28
Detalle	y	radiografía	de	un	
Crucifijo	del	siglo	XVIII,	
con	intervenciones


                               Asimismo,	otra	pieza	también	conserva	el	sello	de	la	irracionalidad	de	las	
                               acciones	del	hombre.	Se	trata	del	óleo	sobre	tela	que	representa	La Anuncia-
                               ción,	atribuida	a	Miguel	Aucell	[pág. 93]	de	fines	del	siglo	XVIII,	proveniente	
                               del	Convento	de	Santo	Domingo	de	Buenos	Aires.	Su	imagen,	su	capa	pic-
                               tórica	y	su	soporte	sufrieron	el	embate	de	las	llamas	en	el	incendio	ocurrido	
                               durante	los	trágicos	acontecimientos	de	junio	de	1955,	en	los	que	la	rivalidad	
                               política	produjo	centenas	de	muertos	y	la	destrucción	de	piezas	del	patrimo-
                               nio	artístico	nacional	que	se	encontraban	en	iglesias	de	la	ciudad.22
                               Tal	como	hemos	intentado	sostener	durante	todo	este	relato,	la	dimensión	
                               material	del	arte	fue,	es	y	seguirá	siendo	el	espesor	sobre	el	que	se	asientan	
                               el	debate	de	las	ideas	y	las	tensiones	del	campo	cultural	en	su	conjunto,	el	
                               soporte	de	lo	real	en	el	que	se	instalan	la	imaginación	creativa	y	la	violencia	
                               destructiva,	aquel	que	habilitará	las	huellas	de	la	memoria	o	denunciará	las	
                               marcas	del	olvido.	Y	aquí	apelamos	nuevamente	a	Foucault:
                               “El	enunciado	se	da	siempre	a	través	de	un	espesor	material,	incluso	disimu-
                               lado,	incluso	si,	apenas	aparecido,	está	condenado	a	desvanecerse.”23		u

                                	 La	imagen	fue	rescatada	por	el	Prof.	Héctor	Schenone.
                               22


                                	 Foucault,	Michel.	Op. Cit.,	p.	168.
                               23




                                                                                                           29
el taller como laboratorio de ideas




30
Collage sobre papel
carlos alonso
Mesa de trabajo
2005
150	x	150	cm




Óleo sobre tela
gabriel grün	
Autorretrato a la manera
de Holbein
2007
100	x	125	cm



                           31
Tres telas, acrílico, tinta,
     espejos, estaño, resina, papel,
     madera y objetos
     eduardo medici
     La lección de anatomía
     (anverso	y	detalle	de	reverso)	
     1994
     200	x	150	cm

32
33
Óleo sobre tela
             Anónimo	
             Batalla de Lepanto	
             [Intercesión	de	la	Virgen	
             en	la	Batalla	de	Lepanto]
             siglo	XVIII,	Cuzco
             226	x	260	cm




     Óleo sobre tela
     miguel c. victorica
     S/T
     1940
     24	x	27,5	cm


34
Acrílico sobre y
excediendo la tela
eduardo costa
Pedazo de mar
2007/2008
132	x	162	cm




Acrílico sobre y
excediendo la tela
eduardo costa
Pedazo de tierra
2007/2008
110	x	90	cm


                     35
36
Cajas de Camembert,
                           hilo, goma y madera
                           alberto heredia
                           Las tres Gracias
                           1964
                           28,5	x	59	x	21,5	cm




Madera tallada y vidrio,
policromados y tela
Anónimo	
Nazareno	(imagen		
de	vestir)
siglo	XVIII	?,	Alto	Perú
29	x	17	x	14,5	cm


                                                 37
De las profundidades a la superficie
                              el carbono




Óleo sobre tela,
marco tallado y dorado
Anónimo	
Virgen Niña hilandera
ca.1700,	Cuzco?
107,5	x	92	cm
Los	estudios	químicos	
realizados	sobre	esta	obra	
en	2003	han	demostrado	
la	presencia	de	carbón	en	
su	base	de	preparación	y	
capa	pictórica


38
Grafito y témpera sobre papel
lino enea spilimbergo
Estudio	de	figura	para La
lucha del hombre contra los
elementos de la naturaleza,	
mural	Galerías	Pacífico
ca.	1945
63,5	x	49	cm


                                39
Grafito sobre plus blanco
     juan andrés videla
     Malvinas Argentinas
     (ex Londres)
     2008
     185	x	245	cm


40
Grafito sobre papel,
montado en aluminio
mariano vilela
S/T
2006
120	x	120	cm


                       41
42
Lápiz color y lápiz 6b
sobre papel              Grafito y papel
ignacio valdéz           mariano dal verme
S/T                      S/T	(dibujo)
2006                     2008
70	x	100	cm              80	x	80	cm


                                           43
Instalación. Tres cajas     teresa pereda
     de madera y vidrio          Fragmentario
     impreso en serigrafía.      2004
     Tierras procedentes de      45	x	61	x	17	cm.	
     Añelo, Pcia. de Neuquén,
     Mitikile, Pcia. de Buenos
     Aires y Ojo de Agua,
     Pcia. de Córdoba.




44
Carbonilla sobre papel
Pólvora sobre tela      Anónimo	
tomás espina            Dos figuras (atribuido	
Los Fusileros           a	Eduardo	Schiaffino)
o 26 de Junio de 2002   fines	del	siglo	XIX,	
2002                    Buenos	Aires?
160	x	200	cm            61	x	48	cm


                                                  45
Sutiles y poderosos
     los papeles




                           Acuarela sobre papel
                           eduardo schiaffino
                           La Jonchere
                           1885	
                           21	x	28	cm


46
Óleo y acuarela sobre
papel y lápiz sobre papel
(reverso)
carlos pellegrini
Julián Guerra - retrato de
un desconocido
1831
27,8	x	20,8	cm


                         47
Tinta sobre cartón
     edgardo vigo
     S/T [Arte correo]
     1995
     16	x	10	cm




48
Albúmina sobre cartón
christiano junior           Acuarela, tinta, carbón y
Carte	de	visite,	ca.	1870   lejía sobre papel barrilete
10	x	6	cm	                  carlos alonso
(anverso	y	reverso)         La puerta azul. 		
                            De	la	serie	Carlos Alonso
césar bizioli               en el infierno.
Carte	de	visite,	ca.	1880   2005
10	x	6	cm                   100	x	150	cm


                                                     49
Matriz de linóleo y
     estampa sobre papel,
     montados sobre fibrofácil
     alfredo benavidez
     bedoya
     Huella dígito pulgar
     de Paola Czyzewski
     2008
     44	x	58	cm	y	43	x	57	cm




     Estampa sobre papel
     y matriz de linóleo,
     montados sobre fibrofácil
     alfredo benavidez
     bedoya
     Huella dígito pulgar
     de Fabián Furman
     2008
     43	x	57	cm	y	44	x	58	cm




     Xilocollage sobre papel
     antonio berni
     La comunión de Ramona
     1964
     37	x	28	cm


50
51
52
Impresión digital,
transparencias
y troquelado sobre mesa
de calco de dibujante
ana dolores noya
Ya no te veo claramente.	   Papel de diario recortado
De	la	serie	                jorge macchi
El árbol y el bosque        Folha morta
2007                        2005
80	x	120	x	90	cm            68	x	74	cm

                                                    53
Hilos y tramas
     los lienzos




                      Madera tallada y tela
                      encolada, policromadas
                      y doradas
                      Anónimo	
                      Nazareno
                      siglo	XIX,	Mendoza
                      129,5	x	74	x	115	cm


54
Cera modelada,
                         seda e hilos metálicos
                         en nicho de madera
                         y vidrio
                         Anónimo	
                         San Isidro Labrador y
                         Santa María de la Cabeza
                         (imágenes de vestir)
                         fines	del	siglo	XVIII,	Perú
                         26	x	15	x	17	cm




Óleo sobre tela
jacobo fiorini
Luisa Lacasa de Suárez
1854
98	x	76,5	cm


                                                   55
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  • 2.
  • 3.
  • 4. fundación osde exposición agradecimientos consejo de y catálogo administración La Fundación OSDE y la curadora agradecen la curaduría y texto generosa colaboración de artistas, coleccionistas, presidente Gabriela Siracusano directores y personal de museos e instituciones que Tomás Sánchez facilitaron las obras y documentos que han hecho de Bustamante asistencia posible esta muestra: Nadina Maggi secretario Gabriela Vicente Irrazábal Teresa Anchorena, Sofía y Horacio Areco, Claudia y Omar Bagnoli Guillermo Arín, Araceli Bellota, Néstor Barrio, Orly diseño de montaje Benzacar, José Emilio Burucúa, Gustavo Bruzzone, prosecretario Patricio López Méndez Diana Calvo, Eduardo Costa, Mabel y María Castellano Héctor Pérez - Grupo Signo Fotheringham, Andrea Griselda Distéfano, Ana Espinosa, Leontina Etchelecu, Henrique Faría, tesorero diseño gráfico Alejandra Fazio, Rubén Fontana, Marcela Gené, Carlos Fernández Estudio Lo Bianco Alejandra Gómez, Blanca Gómez, Ignacio Liprandi, Alicia y León Ferrari, Marta Maier, Laura Malosetti protesorero corrección de textos Costa, Viviana Mallol, Fernando Marte, Lía Munilla, Aldo Dalchiele Violeta Mazer Marcelo Olmos, Daniela Parera, Victoria Pereyra y Gianni Campochiaro, Ernesto Pesce, Luis Priamo, vocales transporte María Redondo, Marta Rey, Gilberto y Rosa Sandretto, Gustavo Aguirre E.T.E. Transportes Daniel Saulino, Héctor Schenone, Lucía y Leonardo Liliana Cattáneo Especiales E. Spilimbergo, Esteban Tedesco, Gustavo Tudisco, Horacio Dillon Diana B. Wechsler, Sandra Zetina, Espacio de Arte Luis Fontana producción AMIA, Galería Empatía, Galería Francisco Traba, Daniel Eduardo Forte de gráfica Galería Ro, Galería Rubbers, Maman Fine Art, Banco Julio Olmedo Sign Bureau Ciudad, Fundación García Uriburu, Fundación Jorge Saumell Mundo Nuevo, Complejo Museográfico Provincial Ciro Scotti impresión “Enrique Udaondo”, Malba – Fundación Costantini, NF Gráfica s.r.l. Museo de Arte Hispanoamericano “Isaac Fernández Blanco”, Museo de Bellas Artes de la Boca “Benito imago Quinquela Martín”, Museo de Bellas Artes Provincial espacio de arte “Rosa Galisteo de Rodríguez”, Museo de la Ciudad, Museo Histórico Nacional, Taller TAREA-UNSAM, coordinación de arte Universidad Nacional de Lomas de Zamora. María Teresa Constantin Esta muestra cuenta con gestión de el apoyo de la Universidad producción Nacional de San Martín. Betina Carbonari producción Nora Arrechea Micaela Bianco Javier González Nadina Maggi Susana Nieto Gabriela Vicente Irrazábal www.fundacionosde.com.ar www.imagoespaciodearte.com.ar
  • 5. Las entrañas deL arte Un relato material (s. xvii - xxi) Del 16 de septiembre al 28 de octubre de 2008
  • 6. Corte estratigráfico de Virgen Niña hilandera, una pintura colonial andina del s. xviii 4
  • 7. las entrañas del arte gabriela siracusano * el taller como laboratorio de ideas  Sustancias viscosas, olores penetrantes, manos coloreadas, trapos empastados, caras empolvadas. De- trás de los discursos estéticos, de los sueños de la imaginación creativa y de la eficacia de las imágenes, se halla el espacio del taller del artista. Un terri- torio que, a lo largo del tiempo, se fue instalando ya en las naves de alguna iglesia, ya en los fondos de una morada, en el descanso de un prado, en un galpón alquilado o en las calles de una ciudad. Territorio íntimo de los mate- paul marcoy riales que no es otra cosa que una “dimensión del pensamiento” en el juego Grabado publicado de posibilidades estéticas que enlazan la materia y la idea.1 No es casual en L´Amerique du Sud que la representación de este territorio haya siempre convocado el interés l´océan Pacifique a l´océan Atlantique. París, Librairie de los artistas. Escenas como las del artista en el taller, con sus pigmentos de L. Hachette, 1869. desplegados en losas, escudillas, frascos, o paletas, junto con pinceles, lápi- ces, espátulas, papeles y tientos, en el caso de los pintores; o sus maderas, piedras, metales, martillos, gubias y cinceles, en el caso de los escultores; en pleno trabajo o en el reposo luego de la obra terminada; solos o acompa- ñados por sus modelos o sus colegas, son frecuentes en la historia del arte. Dichas representaciones son fuentes privilegiadas para la construcción de esta historia. Así, en épocas en las que estas imágenes escasean –me refiero al período en el que parte de nuestro territorio perteneció al Virreinato del Perú y, posteriormente, al Virreinato del Río de La Plata–, la información se desvanece. El grabado que publicó en el siglo XIX el viajero Paul Marcoy sobre el taller de un pintor andino, a quien llamaba irónicamente el “Rafael de la Cancha”, nos ofrece pocos indicios: apenas unas escudillas, trapos, su * Investigadora del pincel y su tiento, un lienzo con la imagen a medio terminar de una Madon- CONICET, con radicación na con el niño –apoyado sobre el respaldo de una silla que hace las veces en TAREA-UNSAM. de atril–, una grotesca musa inspiradora y numerosos grabados –tal vez sea La investigación realizada éste el dato más interesante– colgados en la pared de su obrador-establo. para esta muestra es En el siglo XXI, Carlos Alonso [pág. 31] despliega la fuerza de su dominio resultado de proyectos del papel, los colores y el trazo enérgico en un autorretrato donde presenta UBACyT F090 y PICT 14208 (ANPCT), radicados en el Instituto de Teoría e Historia del Arte El valioso intercambio con varios artistas de esta muestra me ha ayudado a reflexionar sobre 1 “Julio E. Payró” (UBA). estas cuestiones del hacer. 5
  • 8. su mesa de trabajo; mientras Gabriel Grün [pág. 31], pintor que revisita las distintas posibilidades de las técnicas del óleo de los antiguos, aplica pigmen- tos y aceites sobre una superficie cuidada y translúcida para representar los elementos que lo acompañan en los momentos de creación, entre ellos, los frascos con colores azules, rojos o amarillos. Todo esto nos habla, entonces, de un espacio cargado de gestos cercanos a la práctica de la experimentación, una actividad que también nos evoca la manipulación de probetas y tubos de ensayo del químico, o, por qué no, de cucharones y ollas, en los dominios del cocinero.2 El taller como cocina, lugar del ensayo y del error, del esquema y la corrección –como diría Gombrich–, como laboratorio de ideas en el que todos los elementos participantes entran en ebullición y colaboran en su transmu- tación para volverse una imagen… Una acción que cobra iconicidad en un instante preciso de esa fórmula gestual y expresiva tantas veces representada que es el autorretrato: el artista en pleno trabajo que se aleja, curva su espalda para atrás y observa la obra antes de volver sobre ella, como buscando en cada distanciamiento la clave de la síntesis entre su modelo mental y lo que le habilita la materia. Algunas de las filmaciones que hoy exhibimos ejemplifican esta instancia, como lo es el caso de la realización de Malvinas Argentinas (ex Londres) de Juan Andrés Videla. La instalación que en 1994 Eduardo Medici [págs. 32 y 33] realizara en Rosa- rio, en la que la imagen impresa del Cristo escorzado de Mantegna recibía una “transfusión sanguínea”, sobre una mesa de disección donde también había frascos con vísceras, no podría ser más pregnante respecto de lo que estamos discutiendo. Simulacro y materia lograron fundirse en una expe- riencia tal, que el artista todavía rememora el clima que se generó y que hacía que el público bajara la voz o se silenciara ante la escena “agónica”.3 2 Ver Burucúa, José Emilio. Sabios y marmitones. Una aproximación al problema de la modernidad clásica. Buenos Aires, Lugar editorial, 1993. También Gombrich, Ernst. Arte e Ilusión. Estudio sobre la psicología de la representación pictórica. Barcelona, Gustavo Gili, 1982. 3 Eduardo Medici. Comunicación personal. gamarra Cincel II, 2005 Talla directa-granito 140 x 12 x 12 cm. 6
  • 9. Arriba: Fotograma del film Destruida la instalación, Medici reutilizó el lienzo, superponiéndolo sobre Onda roja, con el artista otro que durante mucho tiempo había funcionado como base de trabajo Juan Andrés Videla en el piso de su taller. Las marcas de chorreados, pisadas y papeles caídos aún permanecen como huellas de prácticas pasadas. Su reverso también Abajo: Escenas de la instalación La lección de exhibe otra obra de fuerte gestualidad matérica que quedó oculta, junto con anatomía de Eduardo la manera en que todas quedaron atrapadas en el bastidor, entre escrituras y Medici costuras. Pero si prestamos nuevamente atención a su anverso, otros mate- 7
  • 10. riales se nos aparecen en relación esencial con el mensaje: pequeños espe- jos que remiten al impacto que le produjo su paso por las iglesias coloniales mexicanas o láminas delgadas de estaño que encuadran la imagen (que recuerdan la tradición vitralista). A su vez, cuatro elementos completan esta aventura iconográfica: sellos de resina cuya elasticidad deforma pero aún permite distinguir una suerte de reminiscencias de la Santa Faz o Veróni- ca, el mismo signo icónico –ahora tridimensional– producido por un lienzo embadurnado con idéntico material, una gran mancha roja sobre una de las manos de Cristo generada a partir de una distribución aleatoria del líquido rojo usado en la instalación,4 y la presencia en el eje central de una herra- mienta de doble lectura: es cuchillo y pincel a la vez, las dos caras del arma de la pintura. El producto final es la presentación de este gran laboratorio Detalle de La lección de visual en el que la imagen no puede sino volverse plásticamente poderosa. anatomía de Eduardo Medici. la eficacia de la potencia material  Si nos remitimos a uno de los primeros usos ligados a la construcción de las imágenes, esto es, a la pintu- ra rupestre de nuestra prehistoria, de inmediato nos encontramos con ma- teriales como carbón vegetal y óxido de manganeso para los negros, óxidos de hierro como la goetita y la hematita para los amarillos y rojos, y junto a ellos grasa animal y aceites vegetales como ligantes; todos estos materiales respondieron eficazmente a la función que dichas imágenes debieron haber cumplido para quienes las imaginaron y construyeron.5 Eficacia, de eso se trata. Una imagen se torna eficaz cuando su propia ma- terialidad no solo acompaña sino también construye sentido. Si, como ha insistido Michel Foucault, ningún enunciado puede darse sin la presencia de una voz, de una superficie, sin hacerse cuerpo en un elemento sensible y sin dejar rastro en un espacio o –aunque más no sea– en una memoria, podemos entonces advertir la importancia de esta dimensión material en el lenguaje plástico.6 Sin embargo, esta relevancia –tan evidente para los artis- tas– no fue siempre tomada en cuenta por los discursos de la historia del arte, como podríamos suponer. Si bien los primeros escritos occidentales sobre arte, antes que la historia del arte fuera historia del arte, se detuvieron en los dilemas acerca de lo material y lo técnico –pensemos en Plinio–, con- viene recordar que el predominio de la atención puesta sobre los problemas de la forma y el estilo o los misterios de las posibilidades iconográficas del mensaje signó fuertemente estos relatos desde el siglo XVI. Además, el ori- gen de tal desproporción entre textos dedicados a dichos temas y textos que 4 Es interesante este encuentro entre la sangre aludida, la rosa y el tinte rojo. En la tradición mexi- cana vinculada a la factura de una imagen tan poderosa en términos devocionales como la de la Virgen de Guadalupe, sus pigmentos –interpretados como de procedencia divina por su carácter acheropoietas– suplantaron las rosas que el indio Juan Diego recogía cuando, según los relatos, se produjo la aparición mariana. Ver Cuadriello, Jaime y otros. El Divino pintor: la creación de María de Guadalupe en el Taller Celestial. México, Museo de la Basílica de Guadalupe, 2001. 5 Boschín, María Teresa y Ana Llamazares. “La datación absoluta del arte rupestre”. Ciencia hoy, vol. 6, n° 34, 1996. Boschín, María Teresa y otros. “Análisis de las fracciones inorgánica y orgánica de pinturas rupestres y pastas de sitios arqueológicos de la Patagonia Septentrional Argentina”. Zephyrus: Revista de prehistoria y arqueología, ISSN 0514-7336, nº 55, 2002, pp. 183-198. 6 Foucault, Michel. La arqueología del saber. México, Siglo XXI, 1970, p. 168. 8
  • 11. atendieran el costado práctico del oficio se encuentra en el carácter servil y mecánico que, precisamente, los materiales otorgaban a las prácticas artís- ticas. Su uso y manipulación implicaba una labor alejada de las artes más libres y nobles que dictaba la Antigüedad clásica en el trivium y el quadrivium –a saber, gramática, dialéctica, retórica, aritmética, geometría, astronomía y música–, y, por ende, un quehacer mucho más cercano a artes como la agricultura, la medicina, la especiería o la navegación, las que demandaban un trabajo físico, suponían una condición de utilidad y estaban obligadas al pago de un impuesto por el contacto directo con el material y los géne- ros que ellas producían. Esta situación se mantuvo por siglos. En el caso de España y sus territorios americanos, fueron necesarios muchos juicios y debates librados por los artistas para que les fuera reconocida la cualidad especulativa y mental de sus tareas y conquistaran un lugar jerarquizado socialmente. Hoy el escenario ha cambiado. La mirada artística puesta sobre las condi- ciones propias del objeto producido, el desenfado en la elección de nuevos materiales y un franco desarrollo de la investigación en las ciencias de la conservación, de la física y de la química, entre muchas otras variables, nos imponen a los historiadores del arte volver la cabeza sobre nuestros hom- bros y, sin temor a convertirnos en estatuas de sal, revisar nuestras catego- rías a la luz de lo que este territorio íntimo que signa la condición material de Resina, colorante y pigmento naturales. 9
  • 12. Cuaderno de notas de Lino Enea Spilimbergo, con comentarios acerca de los materiales artísticos. las obras nos ofrece como campo de análisis. Un espesor mental y matérico que no debe subestimarse y que resulta imposible soslayar si queremos comprender de manera integral los procesos creativos y sus resultados. Un espacio a descubrir que pone en evidencia que esta dimensión del hacer, en la que convergen la elección empática de unos materiales y el descarte de otros, la fascinación y la experiencia mágica que implica la riqueza de sus propiedades, y una relación hombre-sustancia terrenal cercana a los funcio- namientos alquímicos, está presente cada vez que una idea estética y una voluntad creativa comienzan a cobrar forma. Podríamos decir que hay en los materiales del arte una energía poderosa y generativa que emana de ellos mismos e invade el momento creativo. Potencia material de lo icónico que, a través del tiempo, exhibe cambios y permanencias en su manera de ser. El sentido de esta exposición tiene, entonces, el objetivo de habilitar un reco- rrido distinto del que usualmente transitamos. La propuesta es internarnos y perdernos en las entrañas de los objetos artísticos exhibidos, muchos de ellos tantas veces observados, para prestar atención a los elementos que los conforman, a las fuentes escritas que nos informan sobre su manipulación, a la manera en que fueron trabajados y pensados, a la recurrencia en el uso de algunos de ellos, a su perdurabilidad en el tiempo o a su condición efíme- ra, y a todos aquellos aspectos que los han modificado en su propia materia- lidad y que hoy contribuyen a otorgarles nuevas propiedades y funciones. Difícilmente esta experiencia del encuentro con la materia pueda ser recu- perada en las palabras de este texto. La transcripción de la alianza que es- tablecen el espectador y el brillo de un barniz bajo el cual subyacen capas pictóricas diversas, la viscosidad traslúcida de una resina, la textura de una madera o un mármol, las reverberaciones de ciertos metales, la cristalinidad 10
  • 13. de los fluidos acuosos o los timbres de una obra sonora, resulta imposible de transmitir. Sin embargo, intentaré merodear por algunos problemas que suscitan aquellas materias impregnadas de éstas y otras cualidades. La guía será un tanto errática y entreverada, como lo es la mezcla de sustancias en un mortero. No se trata de un orden definido por las técnicas, que podría conducirnos a una historia lineal, sino de descubrir el bajo continuo de cier- tos materiales recurrentes en el quehacer artístico. los materiales del arte y el cuerpo de las imágenes Naturaleza entonces animada [...] sacó una llave de oro, que en los cofres de el uso, y de la vista retirados guardaba los tesoros más sagrados. Mesa llenó curiosa de pigmentos […]7 El ingreso a los materiales del arte nos arroja directamente a la naturaleza misma. El universo de los minerales, los vegetales y los animales ha puesto en la mesa de trabajo de los artistas la posibilidad de transformar sustancias inorgánicas y orgánicas en componentes fundamentales de los discursos estéticos.8 Muchos de los elementos que alguna vez intentamos recordar de aquella tabla periódica utilizada en el colegio son los protagonistas de esta historia. Zinc, mercurio, estaño, cadmio, plomo, hierro, manganeso, cobal- to, cobre, plata, oro, calcio, potasio y magnesio, entre los metales; carbono, azufre, oxígeno, silicio y arsénico, entre los que no lo son, están entre los 7 Valverde, Fernando de. Santuario de Nuestra Señora de Copacabana en el Perú. Poema Sacro. Impreso en Lima, 1641, p. 267. 8 Siracusano, Gabriela. El poder de los colores. Buenos Aires, FCE, 2005. Ver también Meredieu, Florence de. Historie matérielle et immatérielle de l´art moderne. Montreal, Larousse, 2004. Uso del índigo y el Palo Brasil en una ilustración sudamericana del siglo XVIII. 11
  • 14. más frecuentados. Por el lado del mundo de lo orgánico, especies coníferas, nogal, lino, copaífera, dammar, sandáraca, copal, goma arábiga o ámbar ofrecen barnices, aceites y resinas que sirven para aglutinar, cubrir, diluir o secar las capas pictóricas. Otros vegetales brindan colorantes, como es el caso del añil, del cual se saca el azul índigo, o el Palo Brasil, mientras el cáñamo y el algodón han servido para la confección de lienzos, materiales que también han utilizado los escultores junto con maderas como el cedro o la caoba. En cuanto al reino animal, cera de abeja [pág. 55], huevo, cola de conejo o la caseína son aglutinantes tradicionales, mientras que para lograr el efecto de un rojo carmesí, el insecto de la cochinilla ha demostrado ser privilegiado e incluso haber participado de la historia política y comercial de épocas remotas. Por otra parte, huesos, marfiles o cabellos también se inte- gran a este grupo. Desde el siglo XIX y de manera contundente a partir del XX, el ingreso de pigmentos y resinas obtenidos por síntesis química, junto con un uso riquísimo de los elementos orgánicos naturales más diversos, cierran este círculo. Todo este gran muestrario, del que apenas he mencionado algunos pocos ejemplares, nos permite imaginar la historia del arte como la arquitectura de una enorme cámara de maravillas, similar a las que propiciaron los hom- bres de la modernidad temprana, en la que materiales incontables esperan ser encontrados para que el artista los manipule, los indague, los violente, los transforme, de acuerdo a la función que deberán cumplir a medida que vayan tomando contacto con la idea. En el encuentro entre su elección y una intencionalidad radica el mayor desafío. Saber encontrar y templar un material que se ajuste íntimamente a la intención y necesidad de aquello que se quiere expresar es tal vez una de las causas que pueden hacer del objeto creado un objeto eficaz, en la medida que irrumpa en el campo artístico modificando sentimientos y conciencias. Un conjunto de ideas hechas cuerpo. Uno de los manuales artísticos que más circuló dentro de nuestro territorio a partir del siglo XVIII y del que deben haber echado mano muchos de los creadores de las imágenes que hoy exhibimos en esta exposición –me refiero al Museo Pic- tórico y Escala Óptica de Antonio Palomino de Castro–expone: Imagen de un libro medieval de simples medicinales donde aparecen representados los siguientes materiales pictóricos: mastic, lapislázuli, hematite, albayalde o cerusa, vitriolo verde y colofonia, entre otros. 12
  • 15. Bernardo Montón. Secretos de artes liberales, y mecánicas (1758). “También digo que, así como la práctica sin teórica es un cuerpo sin alma, la teórica sin la práctica es un alma sin cuerpo [...]”9 La identificación de la práctica de la pintura –aquella que requería del domi- nio de aparejos, aceites, barnices y pigmentos esparcidos en losas; cosido de lienzos, atadura de brochas y maderas, paletas y panes de oro– con el cuerpo humano, repositorio de fluidos, osamentas y secreciones diversas, resulta pertinente. Un cuerpo en el que se encarnan y se hacen visibles las representaciones, en términos de apariencia histórica y cultural.10 Ahora bien, ¿de qué forma se han hecho visibles las imágenes en estos cuerpos? Y aún más, ¿bajo qué aspecto han contribuido los materiales a hacerlas visibles? El cuerpo de los objetos artísticos es un cuerpo histórico. Guarda las señas, las marcas de su propia historicidad. Encierra las huellas impresas por el artista pero también las de otros agentes que han tomado contacto con aquél, modifi- cándolo necesariamente. Pasemos, entonces, a analizar algunos ejemplos. los materiales entre la transparencia y la opacidad  Existen di- ferentes recursos para responder a estos interrogantes y uno de los más reveladores proviene del ámbito de la investigación en las ciencias químicas y físicas. Gracias a ellas y a la franca labor interdisciplinaria que pueden es- 9 Y continúa: “[...] por lo cual dice el Zúcaro en su Idea: que así como no es digno de alabanza el médico, que sólo sabe la teórica de su facultad, y le falta la práctica para saber aplicar los medi- camentos convenientes á las enfermedades: así en nuestra profesión no será jamás perfecto pintor el que no sabe reducir á el acto práctico las reglas y preceptos que dispensa la teórica antes bien será indigno de tal nombre. Y así es menester juntar uno y otro, para que de las dos entidades ó hábitos resulte un compuesto substancial perfecto”. Palomino de Castro y Velasco, Antonio. El museo pictórico y escala óptica. Madrid, imprenta de Sancha, 1796–1797, t. I, lib. VIII, p. 168. 10 Para una ampliación sobre este problema ver Siracusano, Gabriela y Marta Maier. “Del obra- dor al laboratorio, el archivo y la biblioteca”, en Martínez, Juan Manuel (ed.). Arte Americano, contextos y formas de ver. Terceras jornadas de historia del arte. Santiago de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez-CREA-Museo Histórico Nacional, 2006, pp. 71-77. 13
  • 16. tablecer con la historia del arte y la conservación, podemos penetrar en ese universo fascinante que se esconde detrás de la superficie de un cuadro y descubrir cuáles fueron los materiales seleccionados por el artista, de dónde pueden haber provenido, cómo los combinó y aplicó para lograr diferentes efectos ópticos, qué reparos tomó para protegerlos, con qué conocimientos técnicos contó, o incluso cuáles pueden haber sido sus posibles lecturas o su área de formación. En un corte estratigráfico, esto es, una minúscula muestra de apenas 1 mm3 extraída de una zona del cuadro e incluida en una resina acrílica transparente, se hallan latentes las pistas para responder a estos interrogantes [pág. 4]. La aplicación de técnicas como la micros- copía electrónica de barrido con microsonda de rayos X y los ensayos de tinción, entre otras, permiten identificar sustancias orgánicas e inorgánicas tales como las que mencionamos unos párrafos atrás. Las preguntas que le hacemos a este pequeño testigo del pasado lo convierten automáticamente en una fuente material con significación presente. Una fuente material que, contrastada con otras fuentes como las escritas, visuales u orales, termina cargándose de sentido y cobrando la dimensión de documento. Ahora bien, Detalle de la reflectografía si además hacemos participar a la física mediante la aplicación de técnicas realizada sobre un óleo de como la radiografía [págs. 29 y 92], la fluorescencia con luz ultravioleta o la Pío Collivadino en la que reflectografía [en esta página], entonces podremos desvelar otras incógnitas se advierten los trazos del como, por ejemplo, si hubo arrepentimientos, si existe una pintura debajo dibujo. de la que vemos, si hubo censura o autocensura, o cuáles fueron los pasos seguidos por el artista para la construcción de la imagen final.11 A la luz de estas explicaciones, la capa pictórica de una obra imponente como Descensión de la Virgen en la Batalla de Lepanto [págs. 25 y 34], de posible procedencia cuzqueña, realizada a fines del siglo XVII, se nos revela como muy magra, con la presencia de los materiales tradicionales de la época: albayalde, índigo, lacas rojas, tierras... mientras que la simple ob- servación de los cortes estratigráficos del Retrato de Dama atribuido a Félix Revol [página opuesta], un pintor activo en Santa Fe, Córdoba y Tucumán entre 1845 y 1867, está indicando que los pigmentos y la manera de tratarlos es distinta, acorde a otras realidades, con un cuidado meticuloso sobre la disposición de las capas. En el escenario latinoamericano del siglo XX, un corte transversal de Chacareros de 1934 de Antonio Berni [página opuesta] exhibe exploraciones cromáticas y los rastros de carbón del dibujo previo, en tanto la estratigrafía de un sector de El coronelazo, autorretrato, 1945 de Estratigrafía de un David Alfaro Siqueiros [en esta página] nos sumerge en las búsquedas esté- sector de El coronelazo, autorretrato, 1945 de Para la realización de esta muestra he contado con el apoyo de numerosos científicos y conser- 11 David Alfaro Siqueiros. vadores. Al equipo conformado por Blanca Gómez, Daniela Parera, Alejandra Fazio y dirigido por Marta Maier (CONICET-UBA), con quien trabajo interdisciplinariamente desde hace años, se deben los estudios realizados sobre La Virgen Niña Hilandera y El descendimiento de la Vir- gen del Carmen en la Batalla de Lepanto, además de otros ejemplos exhibidos; las estratigrafías realizadas sobre Retrato de Dama de Revol y Chacareros de Berni estuvieron a cargo de Néstor Barrio y Fernando Marte (TAREA-UNSAM); el análisis reflectográfico de la obra de Pío Collivadi- no se debe a los trabajos de Daniel Saulino y Alejandra Gómez (TAREA-UNSAM). Respecto del cuadro de Santiago Matamoros, las radiografías y trabajos de conservación fueron realizados por Fabián Pieruzzini (MIFB); mientras que en los análisis químicos y fotografía realizados sobre El coronelazo, autorretrato, 1945 participaron Sandra Zetina, Elsa Arroyo y Eumelia Her- nández (LDOA-IIE-UNAM). 14
  • 17. Cortes estratigráficos de Retrato de Dama de Revol y de Chacareros de Berni (detalles). ticas y técnicas del pintor mexicano. Lacas de nitrato de celulosa se contor- sionan en un ritmo enérgico y sinuoso, fruto de sus experimentaciones con materiales y técnicas de la modernidad industrial.12 La comparación de estos cuatro ejemplos nos está revelando tres momentos históricos distintos en los que el uso del material no está distanciado de aquello que se pretendía buscar con la imagen. Arroyo, Elsa, Chris McGlinchney, Anny Aviram y Sandra Zetina. “El nacimiento del modernis- 12 mo: técnicas y materiales de David Alfaro Siqueiros entre 1931 y 1945”. Baja viscosidad, Méxi- co DF, Instituto de Investigaciones Estéticas-UNAM, Sala de Arte Público Siqueiros-INBA, en prensa. 15
  • 18. Existe otra lectura que podemos hacer cuando observamos el devenir de los materiales y su contrapunto con la imagen a través del tiempo. Toda representación guarda una doble dimensión de transparencia y opacidad, entendiendo por ellas la mayor o menor capacidad de estar en lugar de un objeto ausente pero también de mostrarse a sí misma como una representa- ción.13 En este sentido resulta atractivo descubrir que los materiales del arte intervienen de una manera paradojal y compleja en este juego bifronte. En épocas en que la representación figurativa predominó en la escena plástica, es decir, cuando la imagen representada buscaba básicamente estar en lugar de algo que no está, y provocar de este modo una ilusión de transparencia del mensaje –aunque, como dijimos, ésta es sólo la contraparte de su opaci- dad–, la materia acompañó esta estrategia ocultando su condición esencial, “opacándose”. En el lienzo de Revol o en el cuzqueño antes mencionado, la materialidad no se muestra a sí misma en su condición más concreta, no fue la intención de sus autores que la percibamos como tierras, pigmentos, colorantes o resinas. Lo que éstos pretendieron, en definitiva, fue que todas esas sustancias se pusieran al servicio de una imagen ilusoria plasmada en una superficie “sostenida” por estos moradores silenciosos para convertirse en luces, sombras y colores de las cosas representadas.14 A partir de fines del siglo XIX, y a medida que las búsquedas estéticas avanzaron sobre las posibilidades plásticas inherentes al propio objeto artístico, exploraciones como las iniciadas por el post-impresionismo y las tendencias modernistas hasta los años 40 comenzaron a distender paulatinamente este ocultamien- to de la materialidad, modulándola y haciéndola emerger como un elemento que, poco a poco, fue mostrándose como independiente del dominio de la línea y el espacio ilusorio. Un elemento más subordinado a las condi- ciones ópticas y perceptivas que intervienen en el acto de la recepción. La carga de pigmento desplegada sobre el soporte de los maizales de Miguel Carlos Victorica (1940) [pág. 34] evidencia esta intención. La irrupción de las vanguardias terminó por liberar las puertas de la opacidad material. La experiencia Concreta argentina, llevada a cabo a partir de 1944 con la apa- rición de la revista Arturo, protagonizó el momento de quiebre rotundo en relación con la transparencia de la imagen. De este modo anunció la muerte definitiva de la representación figurativa. En el Manifiesto Invencionista de 1946 se expresaba: “La materia prima del arte representativo ha sido siempre la ilusión.”15 Esta declaración resulta esclarecedora a los fines de los argumentos recién formulados: la ilusión había sido la verdadera materia prima. Los materiales 13 Marin, Louis. Le portrait du roi. París, Editions de Minuit, 1981. 14 Existe una excepción a esta proposición. Se trata de aquellos casos en que los materiales son exhibidos de manera transparente con el propósito de reforzar una jerarquía social, política, económica o religiosa. Colorantes como la púrpura o el carmín, o pigmentos como el lapislá- zuli cumplieron ese rol, tal como bien lo ha estudiado Michael Baxandall para las sociedades del Renacimiento. Otro tanto podríamos decir del oro, la plata y las piedras preciosas, tan pre- sentes en los objetos litúrgicos religiosos o en las imágenes devocionales. Baxandall, Michael. Painting and experience in fifteenth-century Italy. A primer in the social history of pictorial style. Portada de Revista Arte Oxford, Oxford University Press, 1988. Concreto-Invención. 15 “Manifiesto Invencionista”. Revista Arte Concreto Invención. Buenos Aires, agosto de 1946, Buenos Aires, 1946. n° 1, p. 8. 16
  • 19. habían estado al servicio de ella… el objeto artístico, entonces, se volvería recursivo, plegado sobre sí mismo, sin la menor necesidad de remitirse a otra realidad que no fuera la suya propia. Para llevarlo a cabo, los artistas Concretos trataron la materia de una manera singular, sometida a los planos del color, la línea, el equilibrio y los ritmos [pág. 59 arriba].16 Sin embargo, precisamente esto es lo que permitió, junto con otras búsquedas, que la di- mensión material haya operado un cambio fundamental en el siglo XX, con- tinuado hasta hoy: de testigo oculto a protagonista, de “estar en lugar de” a “estar y ser” materia [pág. 35] cuyo nivel de transparencia y de presentifica- ción –en términos de Marin– es tal que la opacidad se ha instalado, muchas veces para el espectador común, del lado del discurso [págs. 36 y 37]. naturales y sintéticos. un recorrido sinuoso  El carbono es uno de los elementos más abundantes en la naturaleza y lo hallamos tanto en los seres vivos como en los minerales y en la atmósfera. Uno de los materiales más antiguos y frecuentados en el arte es, sin duda, el grafito. Como una de las formas en que se presenta el carbono y por su estructura molecular, este material tiene la capacidad de desplazarse sobre el papel o la tela de manera untuosa y blanda, así se establece entre ambos una relación que los artistas han sabido aprovechar. Compañero de trazos en bocetos, en dibujos prepara- torios o como herramienta fundamental en los pasos previos a aplicar el color sobre la tela, el grafito –combinado con arcillas– funcionó como elemento fundamental en los procesos de creación de la imagen. Los dibujos del siglo XIX expuestos [págs. 45 y 47] o los dibujos preparatorios de Lino Enea Spi- Apuntes sobre el uso de limbergo [pág. 39], nos permiten apreciar las posibilidades de este material tintas. Léon Ferrari, 1962. tan sutil que en las manos de estos artistas se vuelve enérgico. Así y todo, su potencia material estalla en obras más recientes. Juan Andrés Videla [pág. 40] se aventura a trabajarlo con aglutinantes que le permitan experimentar con él y manipularlo como polvo para desplazarlo sobre una placa de plus blanco, para lograr paradójicamente la percepción de una imagen “desmaterializada” y difusa, que, como señala Constantin, “conduce a poner en duda la coinci- dencia de la realidad con el conjunto de fenómenos que ofrecen la percep- ción (interna y externa) y los sentidos”.17 Mariano Vilela [pág. 41] construye la geometrización del plano a partir de la capacidad cubriente de este material, mientras que Nacho Valdéz [pág. 42] ensaya una fórmula en la que el blanco del soporte y el negro del lápiz establecen un juego de distancias, acercamien- tos y silencios. En ese juego de la abstracción, que el propio artista vincula con la tradición tipográfica, el grafito negro es la condición fundamental de la luz y del brillo, un problema medular de la historia del arte que la leyenda de la línea de Apeles ejemplifica. Como si quisiera profundizar aún más sobre el grado de presencia efectiva de este material, Mariano dal Verme [pág. 43] trabaja el grafito como objeto, generando formas geométricas interrelacionadas a partir de las minas frágiles que devienen en línea, en dibujo. 16 Los craquelados y el envejecimiento de los barnices y pigmentos que hoy exhiben sus obras nos muestran un objeto distinto al creado bajo esos parámetros, hecho que demuestra la dinámica con que muchas veces los materiales operan, más allá de las intencionalidades. 17 Constantin, María Teresa “Juan Andrés Videla. Onda roja entre Constitución y Longchamps”. Catálogo Galería Empatía, Buenos Aires, febrero de 2007. 17
  • 20. Fuera de su relación con el lápiz –uno de los instrumentos más cercanos al oficio del artista–, el carbono también está presente en gran parte de las obras de esta muestra, aunque no sea evidente. Lo hallamos en las tierras de las ba- ses de preparación y los pigmentos de las obras coloniales –como es el caso de la Virgen Niña hilandera [págs. 18 y 38]– y en las de las cajas de Teresa Pere- da [pág. 44]; nuevamente un contrapunto entre la opacidad y la transparencia de la materia. También se encuentra en obras como las de Tomás Espina [pág. 44], quien utiliza la pólvora –una sustancia explosiva que combina carbono, azufre y nitrato de potasio– para imprimir sobre la tela la sustancia que prota- Corte estratigráfico de goniza en la realidad las escenas de violencia que él representa. Virgen Niña hilandera. Su base de preparación u contiene rastros de Compañero de este elemento durante gran parte de la historia del arte es carbón. el papel, material que también ha acompañado a la acuarela [pág. 46] y al óleo [pág. 47]. De origen vegetal, se lo ha empleado de las más variadas formas [pág. 49]. Como soporte de la imagen grabada, fue el arma más poderosa para la conquista y la evangelización de América. Las estampas y las palabras impresas dominaron el escenario de la producción artística colonial, sueltas o por la vía de los libros. Su carácter suave, liviano y ma- leable siempre ha favorecido su fácil traslado, de este modo se volvió un instrumento para aleccionar, enseñar, glorificar, dominar, etc. A su vez, este vínculo con el viaje y el intercambio cultural entre personas facilita la reunión de ejemplares distantes en el tiempo realizados con este material, cuyas funciones también difieren entre sí: desde las Ejecutorias que llegaban de España durante la colonia para demostrar pureza de sangre, las cartes de visite del siglo XIX [pág. 48] –en las que la imagen reproducida contiene cartón, albúmina y nitrato de plata–, las tarjetas perforadas y pintadas que se intercambiaban de forma epistolar en ambientes de la alta sociedad criolla como representantes del arte gráfico postal de fines del XIX y principios del XX, hasta el arte correo de Edgardo Vigo [pág. 48], a partir del cual el proble- ma de las poéticas contemporáneas, del consumo y de los lazos sociales se expresan mediante tarjetas postales que viajan y pasan por varias manos, y así crean una red de comunicaciones infinitas. Otros usos exhiben la capa- cidad maleable, dúctil y flexible del papel: trabajado escultóricamente en la Grabado mexicano de 1820. imaginería popular, en los gofrados y xilocollages –que lo modulan con la intervención del agua y la madera– [pág. 51], o como elemento significante a favor de una obra conceptual, como las que construyen Jorge Macchi [pág. 53] o Ana Dolores Noya [pág. 52]. A su vez, los tacos de grabado de Alfre- do Benavidez Bedoya devienen objetos artísticos al mostrar en positivo su huella sobre el papel grabado, una impronta de un cuerpo sobre otro, como el de las huellas dactilares de Paola Czyzewski y Fabián Furman, dos de las víctimas del atentado a la AMIA, en su serie “Huellas para la memoria y la justicia” [pág. 50]. u En este sentido vale la pena subrayar que esta propiedad que tienen los materiales de ofrecer todas sus posibilidades y resignificarse a partir de usos más allá de los tradicionales, hecho que –podríamos suponer– remite bási- camente a las estéticas contemporáneas, fue desde siempre advertido por 18
  • 21. los artistas, toda vez que la necesidad de comunicar se hizo presente. Nue- vamente, el caso de un elemento orgánico como el lienzo –de lino, cáña- mo y algodón, dentro de los más tradicionales– funciona como testimonio. Sudamérica reconoce una larga tradición en trabajo textil desde tiempos prehispánicos. Soporte privilegiado de la pintura al óleo y al acrílico [pág. 55], las telas han encontrado de la mano de pintores y escultores los mo- dos más heterogéneos de interpretar los discursos plásticos. Las hallamos escondidas bajo una capa de yeso y policromías como telas encoladas en las esculturas religiosas –modeladas como si fueran de madera– [págs. 54]; o también exhibiendo el esplendor de los hilos de seda, plata, oro y perlas en las imágenes de vestir tan frecuentes en la producción artística religiosa de nuestro territorio entre los siglos XVIII y XIX [pág. 55 y 74] –abonando al realismo que requerían las representaciones devocionales–. A partir del siglo XX, su reinado material canónico como plano de represen- tación de corte ortogonal comenzó a resquebrajarse tanto como las imáge- nes que las telas habían cobijado. Recortadas, tajeadas, arrugadas, magu- Tela encolada en una escultura jesuítica del siglo XVIII. 19
  • 22. lladas, fruncidas, quemadas [pág. 56] o fundidas en un empaste con colas, pigmentos y otros materiales, ellas han sido funcionales a las propuestas de los artistas argentinos. En los años 70, por ejemplo, los trapos cargados de colores negros y rojos de Alberto Heredia aprietan, amordazan y momifican cuerpos, bocas, sexos, como claves materiales del horror, la violencia y el desencanto. En los 90, el camino iniciado en los ´60 por Luis Felipe Noé [pág. 56] –en la búsqueda de una tensión entre imagen y soporte – encuen- tra el estallido de la materialidad de telas y pigmentos como campo de ba- talla estética en Guerra interna. Como contrapunto, aparecen la arquitectura inestable y perturbadora de hilos y cuentas perladas del Jardín de la Novia bordado por Mónica Millan [pág. 57], y también las cabezas decapitadas y cuerpos de lanas e hilados blandos que avanzan en el espacio invocando la respuesta del espectador, de Marina de Caro. u Del papel y los textiles a la madera. La madera es otro de los elementos más tradicionales elegidos por los artistas. Por su dureza y su capacidad de ofre- cer planos homogéneos ha sido elegida en muchas oportunidades como soporte de la pintura, del mismo modo que interviene como esqueleto de las pinturas sobre tela –en calidad de bastidor–, o como marco que encierra y señala las representaciones en tanto “obras a mirar” en la ilusión de venta- na abierta al mundo. Mientras en el Gaucho, de Juan Manuel Blanes, cumple con lo dictado por la tradición, en la obra de Alfredo Londaibere [pág. 58], hecha con una madera devaluada, actúa como un dispositivo que pone en evidencia la fragilidad del ícono. Asimismo, se convierte en capa pictórica en Tiempo de Cartones I de Jorge Abot [pág. 59], quien sustituyó la elección previa de arena por el carácter liviano del aserrín. Pero es en las prácticas escultóricas donde este material cobra un protagonis- mo particular. Los procesos de evangelización llevados a cabo en épocas vi- rreinales requirieron de la producción y difusión de imágenes de la iconografía cristiana –escenas de la vida de Cristo [pág. 60] y la Virgen, santos y santas, en su gran mayoría– capaces de alentar prácticas de devoción y veneración en una población nativa a la que se le adjudicaba un vínculo estrecho con lo paga- no y lo idolátrico. La madera tallada, ensamblada, dorada y policromada, con su apelación a lo dramático y lo real, fue el elemento básico para dar cuerpo a estas representaciones que debían efectivizar una sustitución de sentimientos y creencias para lograr el éxito de la conquista en todas sus dimensiones. Durante los siglos XVII y XVIII, en todo el Virreinato del Perú, y por supuesto en las regiones que hoy integran la Argentina, escultores, doradores y pinto- res dieron forma a cuerpos de madera que se instalarían en los interiores o circularían en procesión. Algunas de las esculturas expuestas, entre las que también están presentes otras realizadas durante el siglo XIX con fines muy distintos (como es el caso de los mascarones de proa [pág. 61]), exhiben esta tradición tan desarrollada en el interior y en el Río de la Plata. Por otra parte, entre las especies más frecuentadas por los tallistas de nuestro país se en- cuentran el cedro, la caoba, el cardón y el quebracho. Lapacho es el que Carlos Gamarra [pág. 61] eligió para Desprendimiento, en una estrategia plástica muy identitaria de este escultor: tratar un material duro como si fuera blando. u 20
  • 23. [...] pues cuando debajo de la tierra, que no tiene su natural y propio color, se hallan los metales, cierto indicio es, que las exhalaciones de ellos la causa- ron: y si faltan a la acción del color, sólo se deberá atribuir aqueste efecto.18 Nuestro país lleva en su nombre y en el de su río más ancho la referencia a un metal. Así como las huellas de los relatos más antiguos de nuestra histo- ria pueden recorrerse sobre el camino que delinearon las acciones políticas y económicas reales y ficticias asociadas a la plata, el oro, el azogue o el cobre, la historia de nuestros objetos artísticos puede escribirse sobre la base de las exploraciones e indagaciones que los artistas han hecho sobre los minerales, en especial, los metales. Sumergidos en capas pictóricas cumpliendo la fun- ción de dar color y brillo, aplicados en finas láminas para emular la refulgencia de los astros y de las figuras sagradas, fundidos en hornos y labrados para convertirse en soportes o en imagen [pág. 62 y 65], retorcidos y ensamblados en el espacio, o reciclados de usos anteriores, los metales resultan un signo cardinal en este juego de opacidades y transparencias que hemos menciona- do. Plomo hay en las flores blancas, rojas y azules, y en las hojas verdes que enmarcan a la Virgen Niña hilandera; plomo, en las manos de Cristo de la Crucifixión del siglo XVIII; plomo, en los volúmenes hinchados y estallados de Vida, muerte, resurrección de Víctor Grippo [pág. 63]. Tal como este material se comportaba en las retortas y crisoles de las prácticas alquímicas, su aparición y ocultamiento en estas obras pareciera intentar mantener esta tradición. Barba, Álvaro Alonso (1640). El arte de los metales. Potosí, Ed. Potosí, 1967, lib. I, cap. I, p. 8. 18 El plomo representado como Saturno en el Atalanta Fugiens de Michael Maier, Franckfurt, 1617. 21
  • 24. Otro metal muy frecuentado ha sido el cobre. Además de colaborar en los pigmentos azules y verdes como la azurita y malaquita, tantas veces valo- rados por las tonalidades que ofrecían a los pintores, el cobre fue el protago- nista, junto con el papel, en los procesos para la reproducción de la imagen grabada. Durante los siglos XVII y XVIII, nuestras tierras se inundaron de planchas de cobre incisas. Por otra parte, como soporte, junto con el latón, cumplió la función de difundir imágenes de devoción privada, como la plan- cha de doble imagen de Santa Mónica y el Cristo de Praga [pág. 64]. Otra plancha, que exhibe un San Francisco de Paula [pág. 64], de probable origen altoperuano, también nos permite apreciar el dominio de una técnica de estampado y policromado muy cuidada en el siglo XVIII. En esta dinámica de la mostración efectiva y expuesta de la materia, la con- tundencia del destello y la carga simbólica sostenida durante siglos por la plata, el oro o el bronce han hecho de estos metales los privilegiados para transmitir la inmanencia de la sacralidad, la ostentación de una clase social, o la fortaleza y trascendencia del poder político. Como contraparte, el acero y el aluminio, o la chapa de hierro y estaño han construido discursos que se encierran sobre sí mismos –replegando al hombre y sus circunstancias de vida–, también han acompañado las poéticas de la invención concreta, intervenido en experimentaciones sobre su propia dureza o fragilidad, o han expuesto crudamente las miserias de la vida urbana y contemporánea, como se advierte en los usos que les dieron artistas tan disímiles como León Fe- rrari, Enio Iommi, Benito Quinquela Martín [pág. 65], Benito Laren, Antonio Berni o Keneth Kemble [pág. 63]. u Este circular por las entrañas de la tierra y sus elementos inorgánicos pone al descubierto otros componentes que las estéticas antiguas y contemporáneas han conquistado o resignificado: alabastro, mármol, granito, sal, arena… ele- mentos que remiten a ideas de dureza y solidez, fragilidad o desintegración, a lo frío, lo cálido y lo húmedo, a lo monumental o a lo sutilmente diminuto. Elegimos algunos ejemplares de piedra de Huamanga para representar uno de los materiales enraizados en los procesos artísticos y políticos de la región andina: proveniente de Ayacucho, esta piedra blanquecina, muchas veces poli- cromadas, fue trabajada para construir imágenes religiosas, mitológicas, coti- dianas o ancladas en las luchas por la independencia [pág. 67]. Jorge Gamarra viola las leyes de la materialidad del granito; Mariana Schapiro convierte las Corte estratigráfico de una obra colonial en el que se advierte el uso de cristales azules o smalte. 22
  • 25. El agua, elemento de la rosas disciplinadas en envases de cartón que alguna vez vio en una florería, fuente del Congreso en en ramos de piedra de materia solidificada [pág. 66]; María Ester Joao orde- una fotografía de época. na simétricamente mares de sal; Carlos Gorriarena y Videla [pág. 68] apelan a la arena como material que carga la imagen o la pone en movimiento. Derivado de este último material se encuentra el vidrio, una fusión de sílice, carbonato sódico y caliza que, coloreado, ha permitido a los artistas la adqui- sición de los efectos lumínicos más extravagantes. Aunque no lo podamos ver, el vidrio teñido de azul o amarillo [página opuesta] se esconde detrás de las capas pictóricas de muchos de nuestros cuadros coloniales (bajo la forma de smalte o amarillo de plomo-estaño, remolidos con óleo) o también aparece mezclado con tela, cuerdas y chapas, como en la obra de Del Prete. Asimismo, lo descubrimos en la “mirada” realista de la imaginería religiosa [pág. 69], realismo que, marcado por siglos de distancia, cultiva el ojo de la bandera de Beto de Volder [pág. 69], como testigo omnipresente. u Como punto de unión entre lo animado y lo inerte, entre la vida y la muer- te, entre lo que deviene y fluye y lo que permanece estático, el agua es un componente ineludible en las entrañas del arte. Puede diluir y destilar co- lores, ablandar materias firmes y tenaces, o convertirse en un dispositivo autónomo capaz de crear formas indomables e informes, o cobrar ritmos controlados y guiados. Nuestra ciudad es testigo de su uso plástico en las fuentes y monumentos que comenzaron a proliferar a fines del siglo XIX y principios del XX. Desde fines de los años 40 y contundentemente en los 23
  • 26. 60, Gyula Kosice [pág. 70] estructura sus esculturas hidráulicas a partir de la idea del agua como fuente de vida y energía planetaria. Para 1968, Nicolás García Uriburu tiñe las aguas del Gran Canal de Venecia como protesta eco- lógica, acción que continuará sobre las fuentes de nuestra ciudad [pág. 71], para luego exhibir en botellas la coloración “natural” del Río de la Plata. Hoy el agua circula por las tuberías zoomorfas de Marcela Mouján [pág. 72] o, como hielo, interviene en las acciones de Paula Senderowicz y Andrea Juan [pág. 73]. Simulada en las cualidades de la vaselina, provoca la imaginación mecánica de los universos cerrados de Sebastián Gordín [pág. 72]. u El agua nos conduce al puente que nos lleva a la vida, al mundo de lo orgá- nico, a aquello que proviene de los enlaces del carbono con otros elementos. Imaginar ese micromundo cargado de proteínas, carbohidratos y lípidos den- tro del cosmos que funda el objeto de arte resulta una experiencia estética fascinante, si logramos acercarnos a las maneras en que los artistas los han trabajado y las funciones que les han otorgado a lo largo de los siglos. La lista de materias orgánicas desplegada por la praxis de los artistas es inconmensu- rable. Algunas ya han sido mencionadas. Tal vez resulte interesante nombrar aquellas cuya permanencia aparece resemantizada en tiempos diferentes o las que hoy nos animan a reconocer crudamente las prácticas más recientes. Si al comienzo de este aventurarse en las vísceras del arte hablamos del “cuerpo” de las imágenes, nada resulta más concordante que la presencia del cuerpo –humano o de otros animales– dentro de esos “cuerpos”. Una de esas presencias está representada por el pelo. Fino, sutil y maleable, el cabello pareciera tener la capacidad de remitir a la esfera de lo privado o lo cercano. Las esculturas religiosas utilizadas como imágenes devocionales o procesionales durante los siglos XVIII y XIX, hoy instaladas en altares y reta- blos de muchas iglesias, conventos y museos de nuestra ciudad, exhiben el uso del pelo natural [pág. 74] como un elemento que apelaba a la conmo- ción o a la vivencia real de lo espiritual; mientras que en el siglo XX Roberto Elía lo dispone conceptualmente como una larga y gruesa trenza que hace contrapunto con la palabra. Devenidos en líneas que dibujan y ritman el espacio, los cabellos se desplazan por los planos que hoy ejecuta Agustina Pesci [pág. 75]. En el siglo XIX, la costumbre de utilizar los cabellos como signo de la intimidad y del recuerdo se hizo recurrente: el Paisaje con iglesia, realizado en 1854 por R. Mendizábal [pág. 75], en el que aparecen los cabe- llos procesados y teñidos del matrimonio Suárez, rescata esta práctica. Este cuadro forma parte de una tríada iconográfica cuya carga simbólica salta a la vista: se completa con el daguerrotipo post mortem de María Luisa Lacasa de Suárez, de 1854, y el retrato al óleo de la difunta realizado sobre la base del daguerrotipo por Jacobo Fiorini [pág. 55] en el mismo año. Tres registros visuales y materiales que se complementan para exhibir una práctica social y cultural de la vida porteña del pasado. Otros materiales como el hueso y el marfil también son materiales espe- La cochinilla es la base ciales. Además del uso en tallas, el hueso tiene connotaciones ligadas a del carmín, un colorante la persistencia de poderes sagrados y milagrosos de la materia muerta en orgánico muy frecuente los relicarios de madera o metal. Bajo la mirada contemporánea, Alberto en obras coloniales. Heredia [pág. 76] lo introduce en sus Cajas Camembert –relicarios moder- 24
  • 27. Corte estratigráfico del lienzo La Batalla de Lepanto en el que se evidencia la presencia de una laca roja orgánica. nos de los restos del consumo de la vida cotidiana–, Luis Benedit [pág. 77] inunda los objetos con restos de vértebras animales que se acomodan en el espacio produciendo imagen y así apela a la misma procedencia que los objetos de cuero –símbolo en nuestra tradición criolla– de Marcela Astor- ga, quien los vincula con las ironías del hombre y su vida. El marfil, por su parte, tiende lazos con las prácticas y las comunicaciones con oriente, tal como lo exhiben las manos y rostros de figuras que los tallistas colo- niales aplicaron delicadamente a sus esculturas religiosas. Es asimismo un soporte que –por sus dimensiones y su textura– habilitó la construc- ción de imágenes de lo privado, del amor, del secreto y de la memoria, como lo demuestra su uso decimonónico en el género de la miniatura. Tal vez el paradigma de este gesto de lo diminutamente interno en clave casi conceptual sea la representación del ojo izquierdo de Belgrano que esta muestra expone. Como planteamos al principio, de sustancia escondida en la “carne” de los cuerpos antiguos, la materia orgánica explota en las acciones de los artistas argentinos en los últimos 30 años. Un desenmascaramiento del simulacro occidental cuyos inicios nos arrojan a las acciones de los dadaístas. Lo or- gánico se hace testimonio de las matanzas y la violencia de nuestra historia en la obra de Piffer [pág. 78]; remite al vacío y a la huella marcada por una cabeza que ya no está en la almohada de jabón de Julieta Capuletto, de Clau- dia Fontes; provoca quiebres semánticos en el espectador a partir del uso de productos para englutir en las acciones del grupo Mondongo [pág. 79]; nace, crece y muere en las instalaciones de Ana Gallardo, o interviene en for- ma de excremento como liberador de las condenas y las penas del infierno en el Juicio Final de León Ferrari [pág. 79]. u Un recorrido por la materia del arte no estaría mínimamente completo (si bien han quedado fuera de este relato decenas de elementos) si no ingre- sáramos en el universo de la síntesis química, si no invitáramos a partici- par a aquellas sustancias producto de las prácticas de experimentación y 25
  • 28. Corte estratigráfico de una obra colonial del siglo XVIII con presencia de azul de Prusia, un pigmento creado por síntesis química. la reflexión desarrolladas en los laboratorios de la ciencia y la tecnología. Cuando pensamos en materias sintéticas, pensamos en la modernidad, en usos industriales, en elementos que sustituyen, abaratan y facilitan, en la practicidad y la inmediatez. Sin embargo, vale la pena recordar que el mun- do de la síntesis interviene en el espacio del taller del artista desde hace siglos. Lo hizo el azul de Prusia, creado de manera serendípica por el alemán Diesbach en 1704, o el blanco de zinc, el cual sustituyó a principios del siglo XIX al blanco de plomo. El uso de los materiales sintéticos no sólo ha esti- mulado la imaginación de los artistas en relación con los alcances de sus posibilidades, sino que tiende un canal de comunicación con la imaginación científica en la construcción de una iconografía de la vida contemporánea y, al mismo tiempo, habilita integraciones o cuestionamientos a esa misma esfera. Resinas, acrílicos, látex, poliuretanos, poliestirenos expandidos, fi- bras de vidrio, poliamidas y polipropilenos han contribuido, a partir de los años 40, a tender estos vasos comunicantes. Sus cualidades metamórficas los han hecho funcionales a distintas intencionalidades: en los años 60 los manipulan con la fascinación y el optimismo de lo novedoso, pero también con el vislumbramiento de los fracasos de las utopías; en los 70 y mediados de los 80, estos materiales se retuercen y corrompen en la angustia por el silenciamiento de las palabras; en los 90 arremeten en el laberinto de opues- tos que suponen la corrupción y el descreimiento en relación con el devenir político del país. A su vez, son materiales identificados con la vida urbana, lo descartable y lo transitorio, en muchos casos. En este núcleo dialogan entre sí las obras de María Juana Heras Velazco [pág. 80], con el acrílico en movimiento de A los revolucionarios de la primera hora; Pablo Suárez, en la metáfora corporal resinosa de Sopa de Pobres [pág. 81]; Felipe Pino, con la articulación de viejos y nuevos pigmentos [pág. 82]; Carlos Distéfano, me- diante la transparencia y opacidad semántico-material del acrílico; Norberto Gómez, en la decisión del cambio a una sustancia como la que inauguran sus llamados Chinchulines para fines de los 70 [pág. 83]; Marcelo Pombo, Miguel Harte, Cristina Schiavi y Martín di Paola [pág. 84], con sus objetos en acrílico, telgopor y nylon, que evocan y revocan antiguos usos, guían al 26
  • 29. espectador hacia lo microscópico o cuestionan su concepción de la monu- mentalidad escultórica; Federico González, con las huellas de una ciudad y sus desechos en la superficie del látex; y León Ferrari [pág. 85], con sus recientes experimentaciones con el poliuretano, un material que le permite modular el espacio real en clave escatológica. Como parte de estas exploraciones, pero en un territorio que paradójica- mente hace intervenir a lo inmaterial, existe un conjunto de obras que selec- cionamos en las que la luz, el aire y el sonido pueden ser considerados como materiales eficientes de estas entrañas. El uso de estos agentes como provo- cadores de brillo, color, movimiento o estridencias sonoras es muy antiguo. Los cultores de la imaginería religiosa o quienes planificaron las arquitecturas efímeras que acompañaron las representaciones de consagraciones políticas supieron utilizarlos en la liturgia, en fiestas y procesiones. Nuevamente, fueron las experiencias iniciadas con el neón en los años 40 las que dieron el puntapié inicial para un uso de la luz como elemento autónomo, uso que en los 60 se intensifica. Las experiencias de Gyula Kosice y Dalila Puzzovio [pág. 70 y 86], el arte cinético-óptico de Le Parc [pág. 87] o los tubos con cuentas facetadas de Román Vitali [pág. 89] transitan estas vías. En ellas la luz y la energía eléctrica son materia significante. En otra clave, el cuadro sonoro de Juan Sorrentino utiliza el sonido como línea que “dibuja” una imagen mental sobre una su- perficie neutra y vacía, recuperando la antigua retórica de la ekfrasis. Con la proliferación de los medios audiovisuales modernos, luz y sonido se funden con plásticos y metales en objetos que, como el de Carlos Herrera, rompen con las categorías tradicionales de clasificación.19 A su vez, la luz y el papel son dos aliados que, desde el nacimiento de la fotografía, no han cesado de suscitar y excitar la imaginación artística. Esa comunión casi mágica y alquímica entre elementos es la que, en los años 30 y 40, transitaron artistas como Horacio Coppola y Grete Stern, manipulando la luz como cuerpo independiente. En los años 80, en la serie de heliografías [pág. 88] que León Ferrari crea durante su exilio en Brasil, la luz es el medio que imprime personajes seriados y perdidos en un universo aislado, solita- rio, recursivo. En su Cocina del artista (2006), Arturo Aguiar [pág. 88] “pinta” con luz de linterna en una toma directa. la dimensión material entre la memoria y olvido  Por último y como cierre de este laberinto al que nos condujo la pregunta por la condi- ción material, quisiera compartir algunas reflexiones sobre las huellas de la historicidad de la materia de los objetos artísticos. Todo objeto deviene en otro objeto en el mismo momento que el artista considera terminada su la- bor, en el instante en que comienza a ser objeto de percepción y de reflexión de los otros. Además de estos aspectos que la estética y las teorías de la recepción han abordado profusamente, existe un fundamento material que acompaña las obras: las capas pictóricas viran su color, se resquebrajan, se craquelan o se desvanecen [pág. 90 y 91] con el tiempo; los soportes sufren modificaciones por la humedad y la temperatura; sus usos y traslados dete- rioran y modifican las obras inexorablemente. En el caso de las esculturas, su Retrato de Manuel Lacasa de García del Molino, 19 Es interesante recordar que esta obra ingresó en el Premio Argentino de Artes Visuales 2006 invadido por hongos organizado por la Fundación Osde como escultura. 27
  • 30. actuación en las prácticas devocionales hace que muchas veces su materia se vaya modificando según los gustos y necesidades de quienes las consumen, o se cercene, por motivos políticos o simplemente vandálicos. Esta metamor- fosis del objeto artístico material tiene además su origen en la intervención de múltiples agentes, entre los que se encuentran las catástrofes naturales, los insectos, los hongos y, sin lugar a dudas, la acción humana. Obras como el Retrato Ecuestre del Gral. Bartolomé Mitre de Ulpiano Checa, víctima de una inundación, o el Retrato de Manuel Lacasa de García del Molino, invadido por hongos, revelan de qué forma éstos actúan. Por desidia, descuido, mal- trato o intolerancia, muchos de los objetos que todavía hoy integran nuestro patrimonio artístico, ya no son los mismos y guardan en su materialidad las marcas de acciones pasadas.20 El Museo de Arte Hispanoamericano “Isaac Fernández Blanco” conserva cuidadosamente en sus depósitos algunas pie- zas que ejemplifican las acciones de la violencia y la iconoclasia. En las fichas técnicas que registran el estado de conservación de un par de ejemplares de porcelana Meissen de fines el siglo XVIII [pág. 93] –El invierno y El verano–, se lee para El Invierno: “Estado de conservación. Muy bueno”, mientras que para El verano: “Fragmentación total de las piezas. Muy malo”. La diferencia entre una y otra descripción se explica por un dato: El Verano sufrió los efectos de la onda expansiva de la bomba que sesgó en 1992 la vida de 22 personas en el atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires. La contundencia que expresa su fragmentación supera cualquier comentario.21 20 Algunos de ellos pertenecen a museos de nuestro acervo nacional. No es nuestra intención eje- cutar una crítica indiscriminada a quienes están encargados de conservar dicho patrimonio. En el caso de los repositorios estatales seleccionados para esta muestra, sabemos positivamente sobre los esfuerzos denodados que realiza todo su personal para superar una realidad de ba- jos presupuestos para la conservación, la formación de recursos humanos y los espacios de almacenamiento. Sí lo es la de movilizar las conciencias de las autoridades gubernamentales, en particular, a fin de que se tomen las decisiones políticas necesarias para revertir esta situación. 21 La onda expansiva de la bomba destruyó gran cantidad de piezas del museo, de las cuales aproximadamente 300 fueron restauradas. El estado de destrucción que sufrió la presente hizo imposible su recuperación. Microfotografía en la que se advierte el efecto de dos hongos en la madera de una escultura colonial sudamericana. Estos hongos producen cavidades y penetraciones dentro de la pared celular de las células de la madera provocando pudrición blanda y deterioro severo. 28
  • 31. Detalle y radiografía de un Crucifijo del siglo XVIII, con intervenciones Asimismo, otra pieza también conserva el sello de la irracionalidad de las acciones del hombre. Se trata del óleo sobre tela que representa La Anuncia- ción, atribuida a Miguel Aucell [pág. 93] de fines del siglo XVIII, proveniente del Convento de Santo Domingo de Buenos Aires. Su imagen, su capa pic- tórica y su soporte sufrieron el embate de las llamas en el incendio ocurrido durante los trágicos acontecimientos de junio de 1955, en los que la rivalidad política produjo centenas de muertos y la destrucción de piezas del patrimo- nio artístico nacional que se encontraban en iglesias de la ciudad.22 Tal como hemos intentado sostener durante todo este relato, la dimensión material del arte fue, es y seguirá siendo el espesor sobre el que se asientan el debate de las ideas y las tensiones del campo cultural en su conjunto, el soporte de lo real en el que se instalan la imaginación creativa y la violencia destructiva, aquel que habilitará las huellas de la memoria o denunciará las marcas del olvido. Y aquí apelamos nuevamente a Foucault: “El enunciado se da siempre a través de un espesor material, incluso disimu- lado, incluso si, apenas aparecido, está condenado a desvanecerse.”23 u La imagen fue rescatada por el Prof. Héctor Schenone. 22 Foucault, Michel. Op. Cit., p. 168. 23 29
  • 32. el taller como laboratorio de ideas 30
  • 33. Collage sobre papel carlos alonso Mesa de trabajo 2005 150 x 150 cm Óleo sobre tela gabriel grün Autorretrato a la manera de Holbein 2007 100 x 125 cm 31
  • 34. Tres telas, acrílico, tinta, espejos, estaño, resina, papel, madera y objetos eduardo medici La lección de anatomía (anverso y detalle de reverso) 1994 200 x 150 cm 32
  • 35. 33
  • 36. Óleo sobre tela Anónimo Batalla de Lepanto [Intercesión de la Virgen en la Batalla de Lepanto] siglo XVIII, Cuzco 226 x 260 cm Óleo sobre tela miguel c. victorica S/T 1940 24 x 27,5 cm 34
  • 37. Acrílico sobre y excediendo la tela eduardo costa Pedazo de mar 2007/2008 132 x 162 cm Acrílico sobre y excediendo la tela eduardo costa Pedazo de tierra 2007/2008 110 x 90 cm 35
  • 38. 36
  • 39. Cajas de Camembert, hilo, goma y madera alberto heredia Las tres Gracias 1964 28,5 x 59 x 21,5 cm Madera tallada y vidrio, policromados y tela Anónimo Nazareno (imagen de vestir) siglo XVIII ?, Alto Perú 29 x 17 x 14,5 cm 37
  • 40. De las profundidades a la superficie el carbono Óleo sobre tela, marco tallado y dorado Anónimo Virgen Niña hilandera ca.1700, Cuzco? 107,5 x 92 cm Los estudios químicos realizados sobre esta obra en 2003 han demostrado la presencia de carbón en su base de preparación y capa pictórica 38
  • 41. Grafito y témpera sobre papel lino enea spilimbergo Estudio de figura para La lucha del hombre contra los elementos de la naturaleza, mural Galerías Pacífico ca. 1945 63,5 x 49 cm 39
  • 42. Grafito sobre plus blanco juan andrés videla Malvinas Argentinas (ex Londres) 2008 185 x 245 cm 40
  • 43. Grafito sobre papel, montado en aluminio mariano vilela S/T 2006 120 x 120 cm 41
  • 44. 42
  • 45. Lápiz color y lápiz 6b sobre papel Grafito y papel ignacio valdéz mariano dal verme S/T S/T (dibujo) 2006 2008 70 x 100 cm 80 x 80 cm 43
  • 46. Instalación. Tres cajas teresa pereda de madera y vidrio Fragmentario impreso en serigrafía. 2004 Tierras procedentes de 45 x 61 x 17 cm. Añelo, Pcia. de Neuquén, Mitikile, Pcia. de Buenos Aires y Ojo de Agua, Pcia. de Córdoba. 44
  • 47. Carbonilla sobre papel Pólvora sobre tela Anónimo tomás espina Dos figuras (atribuido Los Fusileros a Eduardo Schiaffino) o 26 de Junio de 2002 fines del siglo XIX, 2002 Buenos Aires? 160 x 200 cm 61 x 48 cm 45
  • 48. Sutiles y poderosos los papeles Acuarela sobre papel eduardo schiaffino La Jonchere 1885 21 x 28 cm 46
  • 49. Óleo y acuarela sobre papel y lápiz sobre papel (reverso) carlos pellegrini Julián Guerra - retrato de un desconocido 1831 27,8 x 20,8 cm 47
  • 50. Tinta sobre cartón edgardo vigo S/T [Arte correo] 1995 16 x 10 cm 48
  • 51. Albúmina sobre cartón christiano junior Acuarela, tinta, carbón y Carte de visite, ca. 1870 lejía sobre papel barrilete 10 x 6 cm carlos alonso (anverso y reverso) La puerta azul. De la serie Carlos Alonso césar bizioli en el infierno. Carte de visite, ca. 1880 2005 10 x 6 cm 100 x 150 cm 49
  • 52. Matriz de linóleo y estampa sobre papel, montados sobre fibrofácil alfredo benavidez bedoya Huella dígito pulgar de Paola Czyzewski 2008 44 x 58 cm y 43 x 57 cm Estampa sobre papel y matriz de linóleo, montados sobre fibrofácil alfredo benavidez bedoya Huella dígito pulgar de Fabián Furman 2008 43 x 57 cm y 44 x 58 cm Xilocollage sobre papel antonio berni La comunión de Ramona 1964 37 x 28 cm 50
  • 53. 51
  • 54. 52
  • 55. Impresión digital, transparencias y troquelado sobre mesa de calco de dibujante ana dolores noya Ya no te veo claramente. Papel de diario recortado De la serie jorge macchi El árbol y el bosque Folha morta 2007 2005 80 x 120 x 90 cm 68 x 74 cm 53
  • 56. Hilos y tramas los lienzos Madera tallada y tela encolada, policromadas y doradas Anónimo Nazareno siglo XIX, Mendoza 129,5 x 74 x 115 cm 54
  • 57. Cera modelada, seda e hilos metálicos en nicho de madera y vidrio Anónimo San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza (imágenes de vestir) fines del siglo XVIII, Perú 26 x 15 x 17 cm Óleo sobre tela jacobo fiorini Luisa Lacasa de Suárez 1854 98 x 76,5 cm 55