2. La esperanza no es lo contrario del realismo. Es lo contrario
del escepticismo y la desesperación. Los mejores
especímenes de la humanidad siempre han albergado
esperanza cuando no había salida, han conseguido
sobrevivir a circunstancias imposibles y se las han arreglado
para construir algo cuando no disponían de muchos
elementos a partir de los cuales hacerlo.
3. Esta sabia afirmación se ha comprobado
una vez más en nuestros tiempos.
Después de la Segunda Guerra Mundial se
verificó que los prisioneros de guerra
estadounidenses que estaban convencidos de
que vivirían para contarlo y centraban su actitud y
sus pensamientos en el futuro salieron con
muchos menos traumas que los que pensaban
que no volverían.
6. Precisamente porque la esperanza es un elemento
normal de la vida se genera de modo natural al retirar
los impedimentos anormales que la bloquean.
7. Hay veces en que es difícil creer
en el futuro, en que por un tiempo
nos falta valentía.
En esos casos, concéntrese en el presente.
Cultive las pequeñas alegrías hasta que recupere el valor.
Espere con ilusión la belleza del próximo momento, de la próxima hora,
la promesa de una buena comida, el descanso, un libro, una película, la
probabilidad inmediata de que mañana salga el sol. Hinque raíces en el
presente hasta que tenga fuerzas para pensar en el mañana.
8. Un desconocido me escribió hace años:
«Cuando no encuentro salida, también hago algo».
Este es un buen consejo para quien esté paralizado
por la desesperación.
9. No se convenza de que los pesimistas tienen el
monopolio de la verdad. Ellos prefieren vivir en la
neblina del escepticismo antes que correr el riesgo de
llevarse una desilusión. Es el adulto que llevamos
dentro, no el niño, el que cuando cae en tierra se
vuelve a levantar una vez tras otra y dice contra todo
pronóstico: «Mañana me irá mejor». La esperanza no
es falsa; es la verdad misma.