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¿Aun dudas de la existencia de las Hadas y los seres llamados popularmente
“elementales”? ¿no has sentido la vida entre las flores, los ríos, los bosques?
Beli Muñiz (Xana) 14 de febrero de 2015
Cuentos de
Hadas Bajo la
Luna Llena
Ilustración y Fotografía
Isabel Muñiz Montero
Puebla, México 2015.
Colección Pollito
Para ti, que de tanto mirarla llevas en los ojos luz de luna…
Estas siempre en mi mente y te llevo en la mirada cada vez
que veo algo hermoso, si supieras que eres inspiración de
belleza y magia tal vez entenderías porque te quiero tanto.
Isabel Muñiz Montero
Cuento 1
“El Regalo de la Luna Llena”
Esta obra está registrada, y los derechos pertenecen a la autora.
Su publicación está permitida siempre que se cite debidamente a la autora.
El REGALO DE LA LUNA LLENA
El
No era feliz, en realidad era un niño muy triste. Estaba en esa etapa en que no se
es niño ni tampoco adulto, y acababa de terminar la primaría y lamentablemente
hacia apenas unos meses mi madre había muerto luego de que sus riñones
dejaran de funcionar a causa de la diabetes que desde niña había padecido.
Perder a mi madre era lo peor que me había podido pasar. A pesar de que los
últimos años habían sido tan duros, estaba contento de tenerla a mi lado, pero
ahora, sin ella, mi mundo se sentía vacío y yo no encontraba sentido a la vida.
Siendo aun muy joven me di cuenta de que la vida era injusta y de que las
historias reales a diferencia de los cuentos, no tienen finales felices. En realidad y
a pesar de que solía sonreír en la escuela, estudiar, y tratar de pasar el tiempo de
forma agradable con mis amigos, no le encontraba ni sabor ni sentido a la vida.
Para disminuir un poco nuestras tristezas, mi padre me llevó a un viaje a la tierra
de mis abuelos maternos, le llamaban el país verde. En aquella época decidimos
viajar por barco, así que el viaje duró varios días. Luego, cuando tocamos la costa
del continente viejo subimos a un tren que nos llevó tierra adentro hasta un lugar
que en verdad era muy verde. Estaba lleno de montañas y valles y recuerdo que
mientras nos acercábamos a las comarcas que habitaban los abuelos observé
bolar halcones en aquellos cielos azules.
Ella
Era el verano de 1980; feliz por mis recién terminados estudios de primaria había
decidido viajar al pueblo de mi madre, en la provincia de Asturias. Mis padres y yo
nos alojamos en la casa de una de mis tías, la tía Ana, quien tenía 3 hijos menores
que yo –todos niños- y un esposo minero que trabajaba en una mina dedicada a la
extracción del carbón. Mis padres eran los mejores padres que pude tener, ambos
eran amorosos y muy consentidores, tal vez por el hecho de que solo me habían
tenido a mí como hija, a pesar de haber intentado tener más hijos. Si bien no
tenía hermanos, ese triste hecho lo compensaba tener a mis padres y todo su
amor para mi sola.
6
Isabel Muñiz Montero
Al llegar a la verde Asturias me di cuenta de que se caracterizaba por poseer
hermosos bosques, montañas, lagos, ríos, y un mar extenso que aquellos
momentos me parecía muy frio. Mis primos no gustaban de jugar conmigo debido
a que eran niños, por lo que pasaba el tiempo sola, paseando en el pueblo o en el
cercano bosque. Uno de mis pasatiempos favoritos era tomar fotografías. Con el
dinero que me dio mi padre compré -en un lugar donde vendían cosas usadas-
una cámara con la que solía retratar todo aquello que me llamaba la atención, más
sin embargo y a diferencia de las cámaras digitales modernas, aquellas cámaras
de rollos tenían el inconveniente de que no podía ver lo que retrataba hasta llevar
los rollos a revelar. Otro problema era el tiempo que tardaban en entregarte las
fotos una vez enviadas al laboratorio para su revelado. Recuerdo que en aquellos
años tener que esperar una a dos semanas para recoger mis fotos hacia del
tiempo de espera un verdadero tormento. En la actualidad las modernas cámaras
permiten mirar lo que se retrata, y si la foto es mala borrarla de inmediato, o ver en
la computadora todas las fotos para elegir las mejores para imprimir. A pesar de
todas esas dificultades que además se sumaban a la inexistencia de teléfonos
móviles o celulares, yo era una niña muy feliz.
En esos años el mundo era un lugar un poco más seguro, por lo que solía salir con
mi cámara y caminar por las praderas, y acercarme a los bosques para encontrar
aquellas cosas que llamaran mi atención para ser retratadas. En realidad iba al
bosque con la esperanza de encontrar y poder retratar a algunos de los seres
mágicos que se decía habitaban esas tierras. Caminar por las comarcas de
Asturias era realmente maravilloso. Ahí conocí las montañas, los bosques y el mar
helado, así como las gaitas y las leyendas de los trasgos, al busgosu, el cuélebre,
y las xana. Todos ellos son seres cual duendes y hadas que habitan esos valles
verdes.
Por ejemplo, las Xanas son hadas que habitan el bosque en los lugares donde hay
agua, ríos, lagunas y fuentes. Son muy bellas y llevan túnicas o vestidos blancos,
y sus cabellos son largos y dorados. Peinan su cabello con peinetas de oro
mientras se miran en el reflejo de los lagos. Se dice que algunas son buenas y
otras son malas. Las hay que están encantadas y esperan a un joven que las
desencante, y si lo logra le entregan un tesoro; pero también las hay malas que
cambian los bebes humanos por los suyos, o que llevan a los muchachos a la
desgracia. Los bosques estaban llenos de esos seres mágicos y yo tenía el deseo
de tomarles fotografías, por lo que todos los días salía a buscarlos.
7
Isabel Muñiz Montero
El
Llegamos al pueblo donde vivían mis abuelos. El primer día me sentía cansado, y
muy fastidiado por el largo viaje, además el lugar me parecía aburrido, solo un
pueblo que si bien era distinto a los pueblos de América era bastante tranquilo y
no ofrecía diversiones. Pasé el primer día en la recámara que me asignaron mis
abuelos en aquella oscura cabaña, me acosté temprano y dormí toda la tarde. Al
día siguiente desperté temprano, pero me la pasé en la cama dando vueltas y
vueltas esperando la hora de desayuno. Mis abuelos solían desayunar temprano,
pero debido a que sentían que mi padre y yo estábamos muy cansados nos
dejaron dormir más tiempo. Cuando por fin me levanté y fui a desayunar mi abuela
muy cariñosa me sirvió un vaso de jugo de naranja endulzado con miel, un vaso
de leche fresca y deliciosos panes de manteca servidos también con miel. Luego
del desayuno mi abuelo me dio un regalo, me dijo que sabía que hacía poco había
terminado la escuela primaria y que había tenido excelentes calificaciones, por lo
que quería premiarme. Mi abuelo me entregó una caja de regalos con un enorme
moño. Dentro de la caja había una hermosa cámara que en realidad le había
pertenecido a mi madre y que muchos años atrás había dejado en la casa de los
abuelos para casarse con mi papá quien era mexicano. La cámara se miraba algo
vieja pero funcionaba perfectamente. Al principio no le encontré mucho chiste,
pero cuando mi abuelo me insistió a salir a hacer fotos y luego de que mi papá me
contara que esa había la cámara de la juventud de mi mamá, me entusiasme y
salí varias veces hacia el pueblo o el bosque a tomar algunas fotografías de
aquellos paisajes o lugares que me llamaran la atención. Luego mi papá llevaba
los rollos a rebelar, y fue entonces cuando me emocionó la idea de hacer fotos,
esperar el revelado y ver lo que había fotografiado ya impreso en el papel. Me
divertía por ejemplo tomar fotos de los vecinos campesinos, o de los hombres que
tocaban las gaitas y de las mujeres bailando. Me gustaba hacer fotos raras de las
nubes y las montañas y a veces también tomar fotos de tal forma que no fuera
fácil saber a qué le había tomado una foto. Me acabé varios rollos de 32
fotografías, y mi papá los llevaba enseguida al laboratorio a revelar, para mantener
mi entusiasmo. Así pase medio verano disfrutando en soledad de mi cámara y del
lugar que por fin me pareció interesante. Uno de tantos días decidí salir a tomar
fotografías en el bosque. Mi abuelo me pidió tener cuidado y no alejarme mucho,
pero la realidad es que cada día me alejaba un poco más y me agradaba explorar
aquellas comarcas y bosques.
8
Isabel Muñiz Montero
Ella:
Una mañana cualquiera de aquel verano decidí salir a bosque a tomar fotografías
de flores y ¿por qué no? Tal vez con un poco de suerte encontrara una Xana
peinando sus cabellos de oro en alguna laguna, o tal vez las hadas se alegraran al
verme y quisieran saludarme. Me fui con mi cámara hacia el bosque y por primera
vez me alejé un poco más de lo acostumbrado.
El
Estaba tomando algunas fotografías muy concentrado cuando de repente una
vocecita muy aguda me asustó un poco, un “hola” que no esperaba en aquel
bosque me hizo fallar un disparo y perdí un maravilloso halcón que pasaba
volando. Al girarme encontré a una niña que tendría más o menos mi edad. Era
una niña madrileña que sostenía una cámara igual a la mía y que me miraba muy
alegre. Llevaba una gorra extraña, y me parece que tenía una blusa de algodón de
florecitas y una falda café, así como unos botines de piel también de color café. A
esa edad ya podía distinguir lo bonito de las niñas y esta, ahora que lo pienso, era
Isabel Muñiz Montero
muy linda, pero ya no recuerdo con claridad su rostro. Tenía unos enormes ojos
verdes y un cabello largo y castaño muy bonito, pero lo más bonito que tenía era
su sonrisa. Sin embargo no me sentía entusiasmado de encontrarme con esa
niña, ese tiempo era para mí, era mi momento y quería disfrutarlo solo, por lo que
encontrarme con una niña no estaba en mis planes.
Ella
Mientras caminaba en el bosque y tomaba fotografías a las flores vi a lo lejos a un
niño que tendría aproximadamente mi edad. A pesar de ser muy joven aun ya
distinguía muy bien si un niño era agradable o no, y este niño lo era. Tenía un
lindo rostro, así como lindos ojos de color café. Como estaba sola hacía varios
días, pues mis primos que eran hombres no querían jugar ni convivir conmigo,
decidí acercarme a aquel niño que tal vez quisiera ser mi amigo. Me sorprendió
ver que además de lindo ese niño llevaba entre sus manos una cámara igual a la
mía. Recuerdo con mucha claridad su rostro cuando le hablé, me parece que se
asustó un poco al mirarme, creo que lo sorprendí por seguramente en aquel paraje
del bosque no esperaba encontrar a una niña.
10
Isabel Muñiz Montero
“Hola” - le dije muy sonriente-, -¡Tienes una cámara igual a la mía!-. De inmediato
quise hacer amistad con aquel niño, quien afortunadamente resulto ser amable y
luego de comparar nuestras cámaras y darnos cuenta de que efectivamente eran
idénticas decidimos acompañarnos a hacer fotos.
El
La niña que acababa de encontrar en el bosque me preguntó mi nombre, le dije
que me llamaba Ernesto, pero no le devolví la pregunta, no sé porque nunca le
pregunté su nombre, tal vez por desinterés, porque aunque no me desagradaba
no era algo que me interesaba realmente. Sin embargo, poder tomar fotografías
acompañado era algo que si me agradaba. Salimos a tomar fotos varios días, ella
me llamaba por mi nombre, y yo solo le decía “amiguita”, ahora lamento esa
conducta y en ocasiones me pregunto cómo podía haberse llamado una niña tan
agradable.
11
Isabel Muñiz Montero
Lo agradable de esa niña era –además de tener compañía para tomar fotos- poder
escuchar las leyendas e historias de los seres mitológicos que se decía habitaban esos
bosques. A veces incluso me sentía tan asustado que volver a casa solo me daba un
poco de miedo, mientras que mi amiguita se despedía y se iba valiente a su casa ella
sola. A mí me daba miedo que ella se encontrara en el camino algún busgosu, un ser que
de la cintura para arriba era un hombre y de la cintura para abajo era una cabra- es decir
tenía patas de cabra-, y que tiene cuernos de cabra en la cabeza. Algunos busgosus son
buenos y ayudan a los pastores a recuperar el ganado extraviado o a volver a sus casas
si se pierden en el bosque, pero también los había malos que robaban muchachas. Me
tranquilizaba mucho que al siguiente día mi amiguita estaba en la fuente del pueblo donde
siempre nos encontrábamos, así suponía que no se había encontrado al busgosu. Aquella
niña siempre estaba entusiasmada con que encontráramos a alguna Xana para conseguir
su tesoro, pero a mí me daba temor que en vez de una Xana encontráramos un cuélebre
una enorme serpiente que era como un dragón y que custodiaba a las Xanas y sus
tesoros. Otro personaje que me daba un poco de temor pero del que sabía me podría
defender era el L'Home del Sacu, un personaje que robaba niños a quienes echaba en un
saco y se los llevaba para comérselos. Por todos estos personajes yo solía llevar siempre
un palo en la mano, pues sabía que tal vez tendría que defenderme o defender a mi
amiguita de algún encuentro con ellos. Pero ella no parecía sentir miedo, y cada día me
contaba más y más de esos seres y su entusiasmo por encontrarlos crecía. A veces
incluso mientras caminábamos por el bosque escuchábamos que a lo lejos se movían las
ramas de los arbustos y ella salía corriendo lista para tomarles una foto. Llegué a sentir
que de verdad había seres mágicos observándonos.
12
Isabel Muñiz Montero
Ella
“Yo soy una Llobera, nací entre los lobos y crecí en una manada y ahora soy la
líder de los lobos”, le decía a Ernesto quien me decía: “y yo soy un Lloberu, me
convierto en lobo en las noches de luna llena”. Eso me daba mucha risa; los
Lloberus son hombres lobos que han sido malditos por comer mucha carne y que
cuidan a los rebaños para que los verdaderos lobos no maten al ganado.Cuando
por las tardes nos dábamos cuenta de que comenzaría a llover gritábamos “ahí
viene el nuberu” el viejito de gran barba, vestido en pieles de cabra y usa un
enorme sombrero de ala ancha, venía montado en una nube y jugábamos a que
nos perseguía, por lo que parte de la diversión era llegar a nuestras respectivas
casas antes de que comenzara a llover. A veces también jugábamos a que nos
escondíamos de un Pataricu un ser gigante de un solo ojo y de buen olfato que
había llegado de una isla para comernos. Pero lo que realmente yo deseaba ver
era a un Trasgu es decir, a un duende travieso o algún Diablecos, otro tipo de
duende más pequeño que adivina el futuro. También quería encontrar algún bello
y pequeño duende del mar llamado Espumeru que por lo general es un tipo de ser
benévolo con los marinos y a veces se adentra a la tierra firme.
15
Isabel Muñiz Montero
El
Deseaba atrapar algún ventolino, un pequeño duende muy bonito que flota en el aire o a
través de los rayos de la luna, este tipo de ser diminuto no sería peligroso como algún
Malino, un ser que habita en las sombras y al que seguramente no sería divertido retratar.
A veces estábamos tan concentrados tomando fotos y buscando a los seres mitológicos
que de verdad creíamos ver sombras moverse, y en ocasiones escuchamos bajo la tierra
a los Moros, una especie de Trolls que habitan bajo la tierra y que se dedican a la minería,
y que gustan de jugar bolos.
Una ocasión vimos a Xuán de la Borrina. Era una tarde en que por estar jugando en el
bosque se nos hizo muy tarde y la niebla comenzó a bajar. Asustados corrimos al pueblo
y a lo lejos, en medio de la niebla vimos a un pastor de gran barba blanca acompañado
por su perro y su esposa, era el espíritu que trae la niebla., asustados no quisimos
acercarnos para tomarle alguna foto y las fotos que tomamos de muy lejos no fueron muy
claras.
Una ocasión vimos casi al anochecer al niño Xinxinos, un travieso que por desobediente
con su mamá fue maldecido. Cuando le preguntó a su mamá donde debía dejar una carga
de leños ella le dijo que en los cuernos de la luna, y desde entonces este niño deambula
sin saber donde dejar la leña. Esta tarde la pequeña Madrileña y yo encontramos en el
camino a un niño cargando leña y el nos preguntó donde debía ponerla. Grande fue
nuestro susto que nos hizo correr y desde lejos le tomamos fotos, mis abuelos se rieron
cuando les dije que era Xixinos, pues según ellos era solo el hijo de un campesino.
16
Isabel Muñiz Montero
Ella
Una tarde en que nos pareció que un Trasgu andaba cerca de nosotros le sugerí a
Ernesto que subiéramos a un árbol para poder tomar algunas fotografías desde lo
alto, eso nos daría una mejor perspectiva. Nunca imaginé lo que pasaría. Como el
cordón de piel de la cámara de Ernesto era muy viejo, justo mientras subía al árbol
se rompió de un extremo provocando que la cámara callera entre las raíces del
árbol y algunas piedras. Yo sentí horrible, fue como si observara caer la cámara
muy despacio, muy lentamente. Luego escuché un ruido apenas perceptible, algo
se había roto. Eso me hizo bajar de un salto y caer casi de rodillas. En realidad
debí haber brincado casi dos metros, pero la adrenalina ante sentirme tan
asustada por lo que pudo pasarle a la cámara me hizo saltar. Ernesto bajó
también de un salto y se quedó mirando la cámara por unos instantes. El lente
estaba bien, pero la caja de la cámara se había roto y en ese momento no
sabíamos si sería posible repararla. Mi corazón se rompió como la caja de la
cámara al ver la carita de Ernesto llena de enojo y tristeza. Me quedé en silencio
junto a él por unos minutos, luego con un suspiro se levanto y me dijo que se iría a
buscar a su papá para que él le ayudara a repararla.
17
Isabel Muñiz Montero
El
La pequeña madrileña tuvo la idea de subir a un árbol para tomar fotografías desde una
de sus ramas, me pareció una buena idea. Mientras ella subía el árbol primero que yo
hice un esfuerzo sobre humano para no mirar hacia arriba pues le habría podido ver la
ropa interior, pero como era un niño bien educado sabía que eso no era correcto, pero el
simple hecho de pensarlo me hizo sentir un poco apenado. Creo que ella no se dio cuenta
de que subir primero no era buena idea. Cuando mi amiguita estaba sentada en una rama
empecé a subir yo. Quizás subiríamos unos dos metros por lo que no estábamos a mucha
altura y el árbol era realmente fácil de trepar, sin embargo, el cordón de mi cámara que
estaba ya muy viejo justo en ese momento se rompió. Sentí como se deslizó por mi
espalda y como mi cámara calló entre las raíces del árbol. El golpe fue fuerte por lo que
alcancé a mirar como la cámara se rompió. Salté y recogí la cámara y me di cuenta de
que estaba rota, por lo que decidí ir corriendo a buscar a mi papá quien tal vez podría
repararla. No recuerdo que le dije a mi amiguita, pero salí corriendo y muy pronto estuve
en casa de mis abuelos con mi papá. Estaba muy preocupado porque sabía que se iba a
enojar y a sentir decepcionado de mi, por no haber cuidado correctamente de la cámara.
Para mi sorpresa no se molestó, comprendió que el cordón viejo se había roto. Con mi
papá y mi abuelo fuimos al pueblo a buscar a un hombre que se dedicaba a arreglar todo
tipo de cosas y que tenía en su taller desde radios viejos, televisores hasta bicicletas.
Lamentablemente nos dijo que la cámara solo se podría arreglar si encontrábamos las
piezas que se habían roto y eso implicaba encontrar una cámara igual que sirviera de
repuesto. Lamentablemente la cámara era vieja, quizás de los años sesentas, por lo que
sería difícil encontrar otra cámara que sirviera de repuesto. Nos pidió esperar para que
después de algunas llamadas a diversas ciudades y luego de la espera de unos meses
pudiéramos encontrar alguna cámara igual. Pero el verano ya terminaba y pronto mi papá
y yo debíamos volver a América, La espera no era buena idea. Mi papá me pidió
paciencia, cuando volviéramos a nuestro país me regalaría una cámara nueva –pues se
dio cuenta de que realmente me gustaba la fotografía- y me prometió enviarme a tomar
cursos de fotografía y revelado. Nos llevaríamos la cámara rota para buscar en el otro
continente algún repuesto, pero mientras lográbamos eso yo tendría una cámara moderna
para seguir practicando ese arte recién descubierto que tanto me había gustado.
Salí a pasear con mi amiguita un par de días más después del incidente, esos dos días
me sentía triste por lo que pasó con la cámara de mi mamá y a ella le conté que mi mamá
había muerto y que esa cámara era de ella. Mi mamá había nacido en España, mi padre
era mexicano al igual que yo; le conté que antes de ir a España estaba muy triste, y que
ahora me sentía de nuevo triste porque mi cámara estaba rota. Decir esas cosas para un
niño mexicano no era fácil, pues era confesar mi debilidad, pero ella me hacía sentir
confianza y ahora me doy cuenta de que comprendió mi tristeza con toda claridad.
18
Isabel Muñiz Montero
Ella
Estaba muy triste de una manera que no comprendía. Ernesto se iría a América, a un país
lejano y extraño en el que había nacido y tal vez pasaría mucho tiempo antes de que
regresara. Además yo también debía regresar a Madrid en unos días. Me dolió mucho
despedirme. Nos vimos en la plaza del pueblo por última vez. Le pregunté qué había
pasado con su cámara y me dijo que se la llevaría rota y que en América buscaría un
repuesto y que mientras tanto su papá le compraría otra cámara. Mi tristeza aumentó
cuando simplemente me dijo –bueno, amiguita, ya me voy, tal vez en otras vacaciones de
verano te vea de nuevo-. Recuerdo su sonrisa y su mano agitarse de lado a lado por
última vez y mi corazón acelerar al saber que esos serían los últimos momentos con mi
amigo Ernesto. Su forma de hablar extraña y su sonrisa encantadora tenía un acento de
tristeza que me llegaba al corazón. Entonces miré mi cámara, era igual a la de Ernesto y
funcionaba perfectamente, pero no había sido la cámara de la infancia de la mamá de
Ernesto, pues esta cámara la había comprado yo en un bazar hacia poco tiempo.
Comprendí que si algo muy bueno podía hacer era darle mi cámara. Corrí tras él y le grité
y le dije que se llevara mi cámara, pero él se negó, me dijo que no, que la cuidara mucho,
que él en su país buscaría el repuesto.
19
Isabel Muñiz Montero
Estaba decidida a darle mi cámara por lo que esa noche, salí a escondidas de la casa de
mis tíos y me lleve a Michi mi gato para no sentir miedo. Caminé por las calles oscuras del
pueblo esperando que mis papás no se dieran cuenta de mi ausencia, escuchando de vez
en cuando los maullidos de Michi que más que consolarme me asustaba. La luna estaba
redonda, muy grande y muy brillante de un color rojo, era un aluna llena roja, por lo que
había mucha luz. Tenía miedo de encontrarme con algún ser mitológico que me hiciera
algún año, pero me di valor. Llegué a la casa de los abuelos maternos de Ernesto, y me
asomé por las pequeñas ventanas, vi la mochila de Ernesto sobre una mesa, entre en
silencio y coloqué la cámara dentro de la mochila envuelta en una tela de coloridas flores
que servía para mantener el pan caliente. Salí rápido y me quedé unos instantes mirando
oculta tras la barda. Michi se soltó de mis brazos y se trepó a la barda, de repente vi a
Ernesto entrar a esa habitación y tomar su mochila, miró por un instante a la barda y
seguro que vio al inmenso y gordo gato. Luego salió de la habitación. Supe que nunca en
la vida lo volvería a ver. Me fui a la casa de mis tíos muy triste y muy satisfecha con ese
pequeño sacrificio por el amor a un niño. Fue la primera vez que entendí que se sentía
querer a alguien que no era de mi familia y que se sentía hacer algo bueno por la persona
que quieres. El regalo que te doy, Ernesto, te lo da la luna llena, no yo, Te da la
sensibilidad de mirar y amar lo que miras, aunque a mí me olvides.
El
Salimos muy temprano, mis abuelos nos llevaron a la estación del tren y se despidió
prometiendo que nos visitarían al final del año, pero nos hicieron prometer que
volveríamos a las comarcas verdes. Mi papá llevaba una caja de sidras y otros recuerdos,
incluyendo la ropa típica y una gaita, yo me llevaba muchos buenos momentos y
recuerdos. El viaje en avión fue cómodo y mucho más rápido que en barco. Al día
siguiente descendíamos del avión y llegábamos a la enorme ciudad donde vivíamos. Al
llegar a casa me sentía feliz por la experiencia, y un poco preocupado de iniciar la
secundaría en pocos días. Comenzamos a desempacar con ayuda de la señora que
apoyaba a mi papá en la limpieza, y los vecinos me trajeron a mi perro que había estado
todo ese tiempo con ellos. Mientras desempacábamos mi papá se veía también muy
contento. Mi papá tomó mi mochila y me la dio para que también desempacara las cosas
que llevaba en ella –alguna libreta y lápices de colores, así como algunas otras cosas que
les gustan a los niños, unos soldados de juguete que había comprado en el país verde.
Estaba contento de sacar los soldados de juguete cuando noté en el fondo una tela
floreada y con encaje que olía a pan, pensé que mi abuela me habría puesto pan de
manteca como un detalle cariñoso, cuando saqué aquel bulto y lo abrí, grande fue mi
sorpresa al descubrir la cámara de la niña madrileña. ¿Pero cómo había llegado ahí?
Recordé que la última noche que pasamos en casa de mis abuelos, había visto a un
enorme gato anaranjado en la barda y que los gatos son amigos de las hadas. Tal vez era
verdad todo lo que la niña del país verde decía, tal vez de verdad las hadas me habían
mandado este repuesto en aquella noche de luna llena roja. 20
Isabel Muñiz Montero
Ella
Dejé la comarca y con mis padres regresé a Madrid, los años pasaron a veces
solíamos visitar a mis tíos y de vez en cuando pasaba por la casa de los abuelos
de Ernesto, más nunca coincidimos. Un par de veces pregunté a su abuela por él,
y me decía que estaba bien, y creciendo. Pero lamentablemente nunca lo volví a
ver, la distancia complicaba la posibilidad de un encuentro. Poco tiempo después
compré una cámara de la época y seguí gustando de la fotografía. Muchas veces
volví a los bosques del país verde a buscar hadas y estoy segura de que ellas me
siguen enviando flores para retratarlas y que están ahí acompañándome, que
habitan esos parajes y se alegran al verme llegar, porque si miras a los arboles o
hacia los prados, y si tienes suerte las veras pasar, y las escucharas reír.
21
Isabel Muñiz Montero
El
Con los años mi amor por la fotografía continuó y hoy, hijo, aquí estoy haciendo lo
que más me gusta. La cámara de la niña del país verde sirvió para arreglar la
cámara de mi mamá, tu abuela, y hoy te la entrego a ti. Cuídala mucho, pues esta
cámara me ha acompañado por muchísimos años y fue un regalo de las hadas
una noche de luna llena de color rojo. A la niña del país verde no la volví a ver, fui
en otras ocasiones a la comarca pero nunca coincidimos, aunque mi abuela me
comentó que creció y se convirtió en una inteligente y bella muchacha madrileña,
a ella le debo el noble gesto de cederme su cámara. Años después fui
consiguiendo otras piezas y ahora la vez completa y bien cuidada. Hijo, se que tu
sabes usar cámaras digitales, y que serás un gran fotógrafo, pero esta cámara es
especial para mí, pues perteneció a mi mamá y viene del país verde. Te puedo
asegurar que las hadas, los duendes y que todos esos seres que me describió
aquella niña existen en esos lugares, me consta que hay magia y que la magia
existe y que esas leyendas son también parte de tu origen.
22
Este cuento está inspirado en las leyendas de mis abuelos paternos, y
el folklore de Asturias. Es también un homenaje al cumpleaños
número 37 de mi hermano y está inspirado en mi amor por la
fotografía. Además está dedicado a los fotógrafos guerreros que
comparten conmigo el amor por la imagen como forma de lucha social
y como expresión de belleza.
Cuentos de Hadas Bajo la Luna Llena
Cuento 1
“El Regalo de la Luna Llena”
Ilustración y Fotografía
Isabel Muñiz Montero
Puebla, México 2015.
Colección Pollito
Esta obra está registrada, y los derechos pertenecen a la autora.
Su publicación está permitida siempre que se cite debidamente a la autora.
Que la luz de luna ilumine tus noches, y el sol caliente tu corazón, por siempre…
Cuentos de Hadas Bajo la Luna Llena por  Isabel Muñiz Montero

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Cuentos de Hadas Bajo la Luna Llena por Isabel Muñiz Montero

  • 1.
  • 2. ¿Aun dudas de la existencia de las Hadas y los seres llamados popularmente “elementales”? ¿no has sentido la vida entre las flores, los ríos, los bosques? Beli Muñiz (Xana) 14 de febrero de 2015
  • 3. Cuentos de Hadas Bajo la Luna Llena Ilustración y Fotografía Isabel Muñiz Montero Puebla, México 2015. Colección Pollito
  • 4. Para ti, que de tanto mirarla llevas en los ojos luz de luna…
  • 5. Estas siempre en mi mente y te llevo en la mirada cada vez que veo algo hermoso, si supieras que eres inspiración de belleza y magia tal vez entenderías porque te quiero tanto. Isabel Muñiz Montero
  • 6. Cuento 1 “El Regalo de la Luna Llena” Esta obra está registrada, y los derechos pertenecen a la autora. Su publicación está permitida siempre que se cite debidamente a la autora.
  • 7. El REGALO DE LA LUNA LLENA El No era feliz, en realidad era un niño muy triste. Estaba en esa etapa en que no se es niño ni tampoco adulto, y acababa de terminar la primaría y lamentablemente hacia apenas unos meses mi madre había muerto luego de que sus riñones dejaran de funcionar a causa de la diabetes que desde niña había padecido. Perder a mi madre era lo peor que me había podido pasar. A pesar de que los últimos años habían sido tan duros, estaba contento de tenerla a mi lado, pero ahora, sin ella, mi mundo se sentía vacío y yo no encontraba sentido a la vida. Siendo aun muy joven me di cuenta de que la vida era injusta y de que las historias reales a diferencia de los cuentos, no tienen finales felices. En realidad y a pesar de que solía sonreír en la escuela, estudiar, y tratar de pasar el tiempo de forma agradable con mis amigos, no le encontraba ni sabor ni sentido a la vida. Para disminuir un poco nuestras tristezas, mi padre me llevó a un viaje a la tierra de mis abuelos maternos, le llamaban el país verde. En aquella época decidimos viajar por barco, así que el viaje duró varios días. Luego, cuando tocamos la costa del continente viejo subimos a un tren que nos llevó tierra adentro hasta un lugar que en verdad era muy verde. Estaba lleno de montañas y valles y recuerdo que mientras nos acercábamos a las comarcas que habitaban los abuelos observé bolar halcones en aquellos cielos azules. Ella Era el verano de 1980; feliz por mis recién terminados estudios de primaria había decidido viajar al pueblo de mi madre, en la provincia de Asturias. Mis padres y yo nos alojamos en la casa de una de mis tías, la tía Ana, quien tenía 3 hijos menores que yo –todos niños- y un esposo minero que trabajaba en una mina dedicada a la extracción del carbón. Mis padres eran los mejores padres que pude tener, ambos eran amorosos y muy consentidores, tal vez por el hecho de que solo me habían tenido a mí como hija, a pesar de haber intentado tener más hijos. Si bien no tenía hermanos, ese triste hecho lo compensaba tener a mis padres y todo su amor para mi sola. 6
  • 8. Isabel Muñiz Montero Al llegar a la verde Asturias me di cuenta de que se caracterizaba por poseer hermosos bosques, montañas, lagos, ríos, y un mar extenso que aquellos momentos me parecía muy frio. Mis primos no gustaban de jugar conmigo debido a que eran niños, por lo que pasaba el tiempo sola, paseando en el pueblo o en el cercano bosque. Uno de mis pasatiempos favoritos era tomar fotografías. Con el dinero que me dio mi padre compré -en un lugar donde vendían cosas usadas- una cámara con la que solía retratar todo aquello que me llamaba la atención, más sin embargo y a diferencia de las cámaras digitales modernas, aquellas cámaras de rollos tenían el inconveniente de que no podía ver lo que retrataba hasta llevar los rollos a revelar. Otro problema era el tiempo que tardaban en entregarte las fotos una vez enviadas al laboratorio para su revelado. Recuerdo que en aquellos años tener que esperar una a dos semanas para recoger mis fotos hacia del tiempo de espera un verdadero tormento. En la actualidad las modernas cámaras permiten mirar lo que se retrata, y si la foto es mala borrarla de inmediato, o ver en la computadora todas las fotos para elegir las mejores para imprimir. A pesar de todas esas dificultades que además se sumaban a la inexistencia de teléfonos móviles o celulares, yo era una niña muy feliz. En esos años el mundo era un lugar un poco más seguro, por lo que solía salir con mi cámara y caminar por las praderas, y acercarme a los bosques para encontrar aquellas cosas que llamaran mi atención para ser retratadas. En realidad iba al bosque con la esperanza de encontrar y poder retratar a algunos de los seres mágicos que se decía habitaban esas tierras. Caminar por las comarcas de Asturias era realmente maravilloso. Ahí conocí las montañas, los bosques y el mar helado, así como las gaitas y las leyendas de los trasgos, al busgosu, el cuélebre, y las xana. Todos ellos son seres cual duendes y hadas que habitan esos valles verdes. Por ejemplo, las Xanas son hadas que habitan el bosque en los lugares donde hay agua, ríos, lagunas y fuentes. Son muy bellas y llevan túnicas o vestidos blancos, y sus cabellos son largos y dorados. Peinan su cabello con peinetas de oro mientras se miran en el reflejo de los lagos. Se dice que algunas son buenas y otras son malas. Las hay que están encantadas y esperan a un joven que las desencante, y si lo logra le entregan un tesoro; pero también las hay malas que cambian los bebes humanos por los suyos, o que llevan a los muchachos a la desgracia. Los bosques estaban llenos de esos seres mágicos y yo tenía el deseo de tomarles fotografías, por lo que todos los días salía a buscarlos. 7
  • 9. Isabel Muñiz Montero El Llegamos al pueblo donde vivían mis abuelos. El primer día me sentía cansado, y muy fastidiado por el largo viaje, además el lugar me parecía aburrido, solo un pueblo que si bien era distinto a los pueblos de América era bastante tranquilo y no ofrecía diversiones. Pasé el primer día en la recámara que me asignaron mis abuelos en aquella oscura cabaña, me acosté temprano y dormí toda la tarde. Al día siguiente desperté temprano, pero me la pasé en la cama dando vueltas y vueltas esperando la hora de desayuno. Mis abuelos solían desayunar temprano, pero debido a que sentían que mi padre y yo estábamos muy cansados nos dejaron dormir más tiempo. Cuando por fin me levanté y fui a desayunar mi abuela muy cariñosa me sirvió un vaso de jugo de naranja endulzado con miel, un vaso de leche fresca y deliciosos panes de manteca servidos también con miel. Luego del desayuno mi abuelo me dio un regalo, me dijo que sabía que hacía poco había terminado la escuela primaria y que había tenido excelentes calificaciones, por lo que quería premiarme. Mi abuelo me entregó una caja de regalos con un enorme moño. Dentro de la caja había una hermosa cámara que en realidad le había pertenecido a mi madre y que muchos años atrás había dejado en la casa de los abuelos para casarse con mi papá quien era mexicano. La cámara se miraba algo vieja pero funcionaba perfectamente. Al principio no le encontré mucho chiste, pero cuando mi abuelo me insistió a salir a hacer fotos y luego de que mi papá me contara que esa había la cámara de la juventud de mi mamá, me entusiasme y salí varias veces hacia el pueblo o el bosque a tomar algunas fotografías de aquellos paisajes o lugares que me llamaran la atención. Luego mi papá llevaba los rollos a rebelar, y fue entonces cuando me emocionó la idea de hacer fotos, esperar el revelado y ver lo que había fotografiado ya impreso en el papel. Me divertía por ejemplo tomar fotos de los vecinos campesinos, o de los hombres que tocaban las gaitas y de las mujeres bailando. Me gustaba hacer fotos raras de las nubes y las montañas y a veces también tomar fotos de tal forma que no fuera fácil saber a qué le había tomado una foto. Me acabé varios rollos de 32 fotografías, y mi papá los llevaba enseguida al laboratorio a revelar, para mantener mi entusiasmo. Así pase medio verano disfrutando en soledad de mi cámara y del lugar que por fin me pareció interesante. Uno de tantos días decidí salir a tomar fotografías en el bosque. Mi abuelo me pidió tener cuidado y no alejarme mucho, pero la realidad es que cada día me alejaba un poco más y me agradaba explorar aquellas comarcas y bosques. 8
  • 10. Isabel Muñiz Montero Ella: Una mañana cualquiera de aquel verano decidí salir a bosque a tomar fotografías de flores y ¿por qué no? Tal vez con un poco de suerte encontrara una Xana peinando sus cabellos de oro en alguna laguna, o tal vez las hadas se alegraran al verme y quisieran saludarme. Me fui con mi cámara hacia el bosque y por primera vez me alejé un poco más de lo acostumbrado. El Estaba tomando algunas fotografías muy concentrado cuando de repente una vocecita muy aguda me asustó un poco, un “hola” que no esperaba en aquel bosque me hizo fallar un disparo y perdí un maravilloso halcón que pasaba volando. Al girarme encontré a una niña que tendría más o menos mi edad. Era una niña madrileña que sostenía una cámara igual a la mía y que me miraba muy alegre. Llevaba una gorra extraña, y me parece que tenía una blusa de algodón de florecitas y una falda café, así como unos botines de piel también de color café. A esa edad ya podía distinguir lo bonito de las niñas y esta, ahora que lo pienso, era
  • 11. Isabel Muñiz Montero muy linda, pero ya no recuerdo con claridad su rostro. Tenía unos enormes ojos verdes y un cabello largo y castaño muy bonito, pero lo más bonito que tenía era su sonrisa. Sin embargo no me sentía entusiasmado de encontrarme con esa niña, ese tiempo era para mí, era mi momento y quería disfrutarlo solo, por lo que encontrarme con una niña no estaba en mis planes. Ella Mientras caminaba en el bosque y tomaba fotografías a las flores vi a lo lejos a un niño que tendría aproximadamente mi edad. A pesar de ser muy joven aun ya distinguía muy bien si un niño era agradable o no, y este niño lo era. Tenía un lindo rostro, así como lindos ojos de color café. Como estaba sola hacía varios días, pues mis primos que eran hombres no querían jugar ni convivir conmigo, decidí acercarme a aquel niño que tal vez quisiera ser mi amigo. Me sorprendió ver que además de lindo ese niño llevaba entre sus manos una cámara igual a la mía. Recuerdo con mucha claridad su rostro cuando le hablé, me parece que se asustó un poco al mirarme, creo que lo sorprendí por seguramente en aquel paraje del bosque no esperaba encontrar a una niña. 10
  • 12. Isabel Muñiz Montero “Hola” - le dije muy sonriente-, -¡Tienes una cámara igual a la mía!-. De inmediato quise hacer amistad con aquel niño, quien afortunadamente resulto ser amable y luego de comparar nuestras cámaras y darnos cuenta de que efectivamente eran idénticas decidimos acompañarnos a hacer fotos. El La niña que acababa de encontrar en el bosque me preguntó mi nombre, le dije que me llamaba Ernesto, pero no le devolví la pregunta, no sé porque nunca le pregunté su nombre, tal vez por desinterés, porque aunque no me desagradaba no era algo que me interesaba realmente. Sin embargo, poder tomar fotografías acompañado era algo que si me agradaba. Salimos a tomar fotos varios días, ella me llamaba por mi nombre, y yo solo le decía “amiguita”, ahora lamento esa conducta y en ocasiones me pregunto cómo podía haberse llamado una niña tan agradable. 11
  • 13. Isabel Muñiz Montero Lo agradable de esa niña era –además de tener compañía para tomar fotos- poder escuchar las leyendas e historias de los seres mitológicos que se decía habitaban esos bosques. A veces incluso me sentía tan asustado que volver a casa solo me daba un poco de miedo, mientras que mi amiguita se despedía y se iba valiente a su casa ella sola. A mí me daba miedo que ella se encontrara en el camino algún busgosu, un ser que de la cintura para arriba era un hombre y de la cintura para abajo era una cabra- es decir tenía patas de cabra-, y que tiene cuernos de cabra en la cabeza. Algunos busgosus son buenos y ayudan a los pastores a recuperar el ganado extraviado o a volver a sus casas si se pierden en el bosque, pero también los había malos que robaban muchachas. Me tranquilizaba mucho que al siguiente día mi amiguita estaba en la fuente del pueblo donde siempre nos encontrábamos, así suponía que no se había encontrado al busgosu. Aquella niña siempre estaba entusiasmada con que encontráramos a alguna Xana para conseguir su tesoro, pero a mí me daba temor que en vez de una Xana encontráramos un cuélebre una enorme serpiente que era como un dragón y que custodiaba a las Xanas y sus tesoros. Otro personaje que me daba un poco de temor pero del que sabía me podría defender era el L'Home del Sacu, un personaje que robaba niños a quienes echaba en un saco y se los llevaba para comérselos. Por todos estos personajes yo solía llevar siempre un palo en la mano, pues sabía que tal vez tendría que defenderme o defender a mi amiguita de algún encuentro con ellos. Pero ella no parecía sentir miedo, y cada día me contaba más y más de esos seres y su entusiasmo por encontrarlos crecía. A veces incluso mientras caminábamos por el bosque escuchábamos que a lo lejos se movían las ramas de los arbustos y ella salía corriendo lista para tomarles una foto. Llegué a sentir que de verdad había seres mágicos observándonos. 12
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  • 16. Isabel Muñiz Montero Ella “Yo soy una Llobera, nací entre los lobos y crecí en una manada y ahora soy la líder de los lobos”, le decía a Ernesto quien me decía: “y yo soy un Lloberu, me convierto en lobo en las noches de luna llena”. Eso me daba mucha risa; los Lloberus son hombres lobos que han sido malditos por comer mucha carne y que cuidan a los rebaños para que los verdaderos lobos no maten al ganado.Cuando por las tardes nos dábamos cuenta de que comenzaría a llover gritábamos “ahí viene el nuberu” el viejito de gran barba, vestido en pieles de cabra y usa un enorme sombrero de ala ancha, venía montado en una nube y jugábamos a que nos perseguía, por lo que parte de la diversión era llegar a nuestras respectivas casas antes de que comenzara a llover. A veces también jugábamos a que nos escondíamos de un Pataricu un ser gigante de un solo ojo y de buen olfato que había llegado de una isla para comernos. Pero lo que realmente yo deseaba ver era a un Trasgu es decir, a un duende travieso o algún Diablecos, otro tipo de duende más pequeño que adivina el futuro. También quería encontrar algún bello y pequeño duende del mar llamado Espumeru que por lo general es un tipo de ser benévolo con los marinos y a veces se adentra a la tierra firme. 15
  • 17. Isabel Muñiz Montero El Deseaba atrapar algún ventolino, un pequeño duende muy bonito que flota en el aire o a través de los rayos de la luna, este tipo de ser diminuto no sería peligroso como algún Malino, un ser que habita en las sombras y al que seguramente no sería divertido retratar. A veces estábamos tan concentrados tomando fotos y buscando a los seres mitológicos que de verdad creíamos ver sombras moverse, y en ocasiones escuchamos bajo la tierra a los Moros, una especie de Trolls que habitan bajo la tierra y que se dedican a la minería, y que gustan de jugar bolos. Una ocasión vimos a Xuán de la Borrina. Era una tarde en que por estar jugando en el bosque se nos hizo muy tarde y la niebla comenzó a bajar. Asustados corrimos al pueblo y a lo lejos, en medio de la niebla vimos a un pastor de gran barba blanca acompañado por su perro y su esposa, era el espíritu que trae la niebla., asustados no quisimos acercarnos para tomarle alguna foto y las fotos que tomamos de muy lejos no fueron muy claras. Una ocasión vimos casi al anochecer al niño Xinxinos, un travieso que por desobediente con su mamá fue maldecido. Cuando le preguntó a su mamá donde debía dejar una carga de leños ella le dijo que en los cuernos de la luna, y desde entonces este niño deambula sin saber donde dejar la leña. Esta tarde la pequeña Madrileña y yo encontramos en el camino a un niño cargando leña y el nos preguntó donde debía ponerla. Grande fue nuestro susto que nos hizo correr y desde lejos le tomamos fotos, mis abuelos se rieron cuando les dije que era Xixinos, pues según ellos era solo el hijo de un campesino. 16
  • 18. Isabel Muñiz Montero Ella Una tarde en que nos pareció que un Trasgu andaba cerca de nosotros le sugerí a Ernesto que subiéramos a un árbol para poder tomar algunas fotografías desde lo alto, eso nos daría una mejor perspectiva. Nunca imaginé lo que pasaría. Como el cordón de piel de la cámara de Ernesto era muy viejo, justo mientras subía al árbol se rompió de un extremo provocando que la cámara callera entre las raíces del árbol y algunas piedras. Yo sentí horrible, fue como si observara caer la cámara muy despacio, muy lentamente. Luego escuché un ruido apenas perceptible, algo se había roto. Eso me hizo bajar de un salto y caer casi de rodillas. En realidad debí haber brincado casi dos metros, pero la adrenalina ante sentirme tan asustada por lo que pudo pasarle a la cámara me hizo saltar. Ernesto bajó también de un salto y se quedó mirando la cámara por unos instantes. El lente estaba bien, pero la caja de la cámara se había roto y en ese momento no sabíamos si sería posible repararla. Mi corazón se rompió como la caja de la cámara al ver la carita de Ernesto llena de enojo y tristeza. Me quedé en silencio junto a él por unos minutos, luego con un suspiro se levanto y me dijo que se iría a buscar a su papá para que él le ayudara a repararla. 17
  • 19. Isabel Muñiz Montero El La pequeña madrileña tuvo la idea de subir a un árbol para tomar fotografías desde una de sus ramas, me pareció una buena idea. Mientras ella subía el árbol primero que yo hice un esfuerzo sobre humano para no mirar hacia arriba pues le habría podido ver la ropa interior, pero como era un niño bien educado sabía que eso no era correcto, pero el simple hecho de pensarlo me hizo sentir un poco apenado. Creo que ella no se dio cuenta de que subir primero no era buena idea. Cuando mi amiguita estaba sentada en una rama empecé a subir yo. Quizás subiríamos unos dos metros por lo que no estábamos a mucha altura y el árbol era realmente fácil de trepar, sin embargo, el cordón de mi cámara que estaba ya muy viejo justo en ese momento se rompió. Sentí como se deslizó por mi espalda y como mi cámara calló entre las raíces del árbol. El golpe fue fuerte por lo que alcancé a mirar como la cámara se rompió. Salté y recogí la cámara y me di cuenta de que estaba rota, por lo que decidí ir corriendo a buscar a mi papá quien tal vez podría repararla. No recuerdo que le dije a mi amiguita, pero salí corriendo y muy pronto estuve en casa de mis abuelos con mi papá. Estaba muy preocupado porque sabía que se iba a enojar y a sentir decepcionado de mi, por no haber cuidado correctamente de la cámara. Para mi sorpresa no se molestó, comprendió que el cordón viejo se había roto. Con mi papá y mi abuelo fuimos al pueblo a buscar a un hombre que se dedicaba a arreglar todo tipo de cosas y que tenía en su taller desde radios viejos, televisores hasta bicicletas. Lamentablemente nos dijo que la cámara solo se podría arreglar si encontrábamos las piezas que se habían roto y eso implicaba encontrar una cámara igual que sirviera de repuesto. Lamentablemente la cámara era vieja, quizás de los años sesentas, por lo que sería difícil encontrar otra cámara que sirviera de repuesto. Nos pidió esperar para que después de algunas llamadas a diversas ciudades y luego de la espera de unos meses pudiéramos encontrar alguna cámara igual. Pero el verano ya terminaba y pronto mi papá y yo debíamos volver a América, La espera no era buena idea. Mi papá me pidió paciencia, cuando volviéramos a nuestro país me regalaría una cámara nueva –pues se dio cuenta de que realmente me gustaba la fotografía- y me prometió enviarme a tomar cursos de fotografía y revelado. Nos llevaríamos la cámara rota para buscar en el otro continente algún repuesto, pero mientras lográbamos eso yo tendría una cámara moderna para seguir practicando ese arte recién descubierto que tanto me había gustado. Salí a pasear con mi amiguita un par de días más después del incidente, esos dos días me sentía triste por lo que pasó con la cámara de mi mamá y a ella le conté que mi mamá había muerto y que esa cámara era de ella. Mi mamá había nacido en España, mi padre era mexicano al igual que yo; le conté que antes de ir a España estaba muy triste, y que ahora me sentía de nuevo triste porque mi cámara estaba rota. Decir esas cosas para un niño mexicano no era fácil, pues era confesar mi debilidad, pero ella me hacía sentir confianza y ahora me doy cuenta de que comprendió mi tristeza con toda claridad. 18
  • 20. Isabel Muñiz Montero Ella Estaba muy triste de una manera que no comprendía. Ernesto se iría a América, a un país lejano y extraño en el que había nacido y tal vez pasaría mucho tiempo antes de que regresara. Además yo también debía regresar a Madrid en unos días. Me dolió mucho despedirme. Nos vimos en la plaza del pueblo por última vez. Le pregunté qué había pasado con su cámara y me dijo que se la llevaría rota y que en América buscaría un repuesto y que mientras tanto su papá le compraría otra cámara. Mi tristeza aumentó cuando simplemente me dijo –bueno, amiguita, ya me voy, tal vez en otras vacaciones de verano te vea de nuevo-. Recuerdo su sonrisa y su mano agitarse de lado a lado por última vez y mi corazón acelerar al saber que esos serían los últimos momentos con mi amigo Ernesto. Su forma de hablar extraña y su sonrisa encantadora tenía un acento de tristeza que me llegaba al corazón. Entonces miré mi cámara, era igual a la de Ernesto y funcionaba perfectamente, pero no había sido la cámara de la infancia de la mamá de Ernesto, pues esta cámara la había comprado yo en un bazar hacia poco tiempo. Comprendí que si algo muy bueno podía hacer era darle mi cámara. Corrí tras él y le grité y le dije que se llevara mi cámara, pero él se negó, me dijo que no, que la cuidara mucho, que él en su país buscaría el repuesto. 19
  • 21. Isabel Muñiz Montero Estaba decidida a darle mi cámara por lo que esa noche, salí a escondidas de la casa de mis tíos y me lleve a Michi mi gato para no sentir miedo. Caminé por las calles oscuras del pueblo esperando que mis papás no se dieran cuenta de mi ausencia, escuchando de vez en cuando los maullidos de Michi que más que consolarme me asustaba. La luna estaba redonda, muy grande y muy brillante de un color rojo, era un aluna llena roja, por lo que había mucha luz. Tenía miedo de encontrarme con algún ser mitológico que me hiciera algún año, pero me di valor. Llegué a la casa de los abuelos maternos de Ernesto, y me asomé por las pequeñas ventanas, vi la mochila de Ernesto sobre una mesa, entre en silencio y coloqué la cámara dentro de la mochila envuelta en una tela de coloridas flores que servía para mantener el pan caliente. Salí rápido y me quedé unos instantes mirando oculta tras la barda. Michi se soltó de mis brazos y se trepó a la barda, de repente vi a Ernesto entrar a esa habitación y tomar su mochila, miró por un instante a la barda y seguro que vio al inmenso y gordo gato. Luego salió de la habitación. Supe que nunca en la vida lo volvería a ver. Me fui a la casa de mis tíos muy triste y muy satisfecha con ese pequeño sacrificio por el amor a un niño. Fue la primera vez que entendí que se sentía querer a alguien que no era de mi familia y que se sentía hacer algo bueno por la persona que quieres. El regalo que te doy, Ernesto, te lo da la luna llena, no yo, Te da la sensibilidad de mirar y amar lo que miras, aunque a mí me olvides. El Salimos muy temprano, mis abuelos nos llevaron a la estación del tren y se despidió prometiendo que nos visitarían al final del año, pero nos hicieron prometer que volveríamos a las comarcas verdes. Mi papá llevaba una caja de sidras y otros recuerdos, incluyendo la ropa típica y una gaita, yo me llevaba muchos buenos momentos y recuerdos. El viaje en avión fue cómodo y mucho más rápido que en barco. Al día siguiente descendíamos del avión y llegábamos a la enorme ciudad donde vivíamos. Al llegar a casa me sentía feliz por la experiencia, y un poco preocupado de iniciar la secundaría en pocos días. Comenzamos a desempacar con ayuda de la señora que apoyaba a mi papá en la limpieza, y los vecinos me trajeron a mi perro que había estado todo ese tiempo con ellos. Mientras desempacábamos mi papá se veía también muy contento. Mi papá tomó mi mochila y me la dio para que también desempacara las cosas que llevaba en ella –alguna libreta y lápices de colores, así como algunas otras cosas que les gustan a los niños, unos soldados de juguete que había comprado en el país verde. Estaba contento de sacar los soldados de juguete cuando noté en el fondo una tela floreada y con encaje que olía a pan, pensé que mi abuela me habría puesto pan de manteca como un detalle cariñoso, cuando saqué aquel bulto y lo abrí, grande fue mi sorpresa al descubrir la cámara de la niña madrileña. ¿Pero cómo había llegado ahí? Recordé que la última noche que pasamos en casa de mis abuelos, había visto a un enorme gato anaranjado en la barda y que los gatos son amigos de las hadas. Tal vez era verdad todo lo que la niña del país verde decía, tal vez de verdad las hadas me habían mandado este repuesto en aquella noche de luna llena roja. 20
  • 22. Isabel Muñiz Montero Ella Dejé la comarca y con mis padres regresé a Madrid, los años pasaron a veces solíamos visitar a mis tíos y de vez en cuando pasaba por la casa de los abuelos de Ernesto, más nunca coincidimos. Un par de veces pregunté a su abuela por él, y me decía que estaba bien, y creciendo. Pero lamentablemente nunca lo volví a ver, la distancia complicaba la posibilidad de un encuentro. Poco tiempo después compré una cámara de la época y seguí gustando de la fotografía. Muchas veces volví a los bosques del país verde a buscar hadas y estoy segura de que ellas me siguen enviando flores para retratarlas y que están ahí acompañándome, que habitan esos parajes y se alegran al verme llegar, porque si miras a los arboles o hacia los prados, y si tienes suerte las veras pasar, y las escucharas reír. 21
  • 23. Isabel Muñiz Montero El Con los años mi amor por la fotografía continuó y hoy, hijo, aquí estoy haciendo lo que más me gusta. La cámara de la niña del país verde sirvió para arreglar la cámara de mi mamá, tu abuela, y hoy te la entrego a ti. Cuídala mucho, pues esta cámara me ha acompañado por muchísimos años y fue un regalo de las hadas una noche de luna llena de color rojo. A la niña del país verde no la volví a ver, fui en otras ocasiones a la comarca pero nunca coincidimos, aunque mi abuela me comentó que creció y se convirtió en una inteligente y bella muchacha madrileña, a ella le debo el noble gesto de cederme su cámara. Años después fui consiguiendo otras piezas y ahora la vez completa y bien cuidada. Hijo, se que tu sabes usar cámaras digitales, y que serás un gran fotógrafo, pero esta cámara es especial para mí, pues perteneció a mi mamá y viene del país verde. Te puedo asegurar que las hadas, los duendes y que todos esos seres que me describió aquella niña existen en esos lugares, me consta que hay magia y que la magia existe y que esas leyendas son también parte de tu origen. 22
  • 24. Este cuento está inspirado en las leyendas de mis abuelos paternos, y el folklore de Asturias. Es también un homenaje al cumpleaños número 37 de mi hermano y está inspirado en mi amor por la fotografía. Además está dedicado a los fotógrafos guerreros que comparten conmigo el amor por la imagen como forma de lucha social y como expresión de belleza.
  • 25. Cuentos de Hadas Bajo la Luna Llena Cuento 1 “El Regalo de la Luna Llena” Ilustración y Fotografía Isabel Muñiz Montero Puebla, México 2015. Colección Pollito Esta obra está registrada, y los derechos pertenecen a la autora. Su publicación está permitida siempre que se cite debidamente a la autora.
  • 26. Que la luz de luna ilumine tus noches, y el sol caliente tu corazón, por siempre…