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Relato: Lilly y el <<Bosque del Espejo>>
Yasmine Ziouziou 3ºESO IEES Severo Ochoa, Tánger
Lilly tenía dieciocho años cuando olvidó definitivamente su sueño de vivir en el bosque, en una
cabaña construida por ella misma, encima de un árbol, como el nido de las aves que tanto le
gustaban.
En su pequeña ciudad, que se hacía cada vez más y más grande, más y más contaminada y más
y más agobiante a cada año que pasaba, Lilly no encontraba un lugar (ni aunque fuese un
pequeño rincón) donde refugiarse, escapar del aburrimiento y la monotonía urbana y oler flores
silvestres y aire limpio.
Donde vivía, los espacios verdes eran muy escasos, y si había uno, lo más seguro era que tuviese
más asfalto que árboles, y que no hubiese más plantas que césped y algunas especies invasoras
que requerían mucho trabajo, grandes cantidades de agua y ni siquiera eran endémicas del
lugar.
Las empresas multinacionales parecían haber pensado (con acierto) que aquella pequeña ciudad
era un lugar estratégico, que iba a seguir creciendo cada vez más rápido y que tenían que
introducir sus sedes y sus tiendas cuanto antes, porque, claro está, cuando se trata de dinero,
nunca hay tiempo que perder.
Así que así lo hicieron, y a medida que las fábricas, tiendas, edificios y coches aumentaban y los
ya de por sí escasos espacios verdes desaparecían, cada vez había menos lugares no artificiales
a los que los niños podían ir a divertirse.
Lilly, a sus doce años, descubrió que el rincón perfecto para ella estaba en un bosque que había
cerca de su ciudad. Era un lugar ideal, casi paradisíaco a sus ojos, pues tenía todo lo que uno
podía desear: plantas de todos los tipos, formas, tamaños y colores; árboles de decenas de
especies distintas, arbustos, flores silvestres multicolores y cientos de animales diferentes, (que
iban desde mamíferos a reptiles, y de aves a insectos), además de tranquilidad, aire puro y
silencio.
El bosque recibía el nombre de “Bosque del espejo”, pues en pleno corazón del bosque había un
hermoso lago, no muy grande ni muy profundo, pero de aguas limpias y cristalinas, en el que
habitaban todas las especies de agua dulce que uno pueda imaginar. Para Lilly, no había nada
más hermoso que sentarse al lado del lago y observarlo; ya fuese de día, para ver los rayos de
sol que se reflejaban en él, creando brillos dorados, o de noche, cuando la luna lo bañaba de luz
plateada, así como adoraba los tonos rosados y anaranjados que adquiría el agua al alba y al
atardecer. En otoño y en primavera, le encantaba sentarse a leer mientras sumergía los pies en
el agua, y en cuanto empezaban los primeros días de calor, se apresuraba en llevarse un bañador
en la mochila para nadar alegremente con los peces.
Casi pasaba más tiempo en el bosque que en su propia casa, pues era sin duda su lugar favorito
del mundo. Cuando terminaba sus deberes y estudiaba para sus exámenes, se apresuraba a
ponerse sus botines de campo (resistentes al barro y a la tierra) y a correr hacia el bosque para
relajarse y disfrutar de las últimas horas de luz antes de que sus padres la obligasen a volver a
casa para cenar y dormir. Aunque no tenía muchos amigos, a los pocos que tenía les gustaba
mucho acompañarla ocasionalmente al bosque, y jugar con ella nadando en el lago, trepando
por los árboles o tomándose una merienda debajo de su sombra.
Aun sin compañía, Lilly disfrutaba inmensamente de estar en el bosque, respirar aire puro,
sumergirse en el lago y atrapar con los dedos los rayos de sol que se filtraban entre los árboles.
No le molestaban las hormigas que le trepaban por el brazo, haciéndole cosquillas en la piel, y
le encantaba tomarse siestas al pie de los grandes árboles en días calurosos de verano, mientras
escuchaba el cantar alegre de los grillos.
Para Lilly, el bosque no era solo un refugio. El bosque era un amigo, un paraíso, un mundo
paralelo, un reino mágico. No acudía a él solo para refugiarse, para huir, para esconderse. Iba a
él también para perderse, buscarse a sí misma y encontrarse. Lo visitaba porque con cada cosa
nueva que aprendía de él, parecía saber algo nuevo de ella misma. Conocer el bosque le permitía
conocerse a sí misma por dentro.
Cuando cerraba los ojos y respiraba hondo, casi podía sentir los latidos del corazón de aquel
bosque, que parecían ir al mismo compás y ritmo que el suyo propio. Los años pasaban, y ella
prefería contarlos por los fríos inviernos, las verdes primaveras, los calurosos veranos y los
anaranjados otoños que vivía el bosque que por aburridos números. Sus vidas transcurrían
paralelas; a medida que ella crecía, el bosque lo hacía también, y a medida que el tiempo pasaba,
había plantas, animales y algas que nacían y morían en aquel lugar.
Sentía que ella misma era parte de aquel ecosistema tanto como las flores, los árboles, los
pájaros y los peces que habitaban allí. Sentía que ella era parte del bosque tanto como el bosque
era parte de ella. Sentía que su propia esencia estaba en el bosque tanto como la esencia del
bosque vivía en ella. Se sentía en armonía, compenetrada con la naturaleza, y con aquel lugar
del mundo que, para ella, era su verdadero hogar. Solo le faltaba construir una pequeña cabaña
de madera para vivir allí las veinticuatro horas del día, y aquel se convirtió en su sueño para
cuando fuese más mayor.
¡Un día incluso consiguió pasar la noche allí! Fue de acampada con toda su familia: sus padres,
sus primos, sus tíos y tías… Ella y sus primos insistieron en montar sin ayuda la tienda de
campaña, porque les hacía mucha ilusión y se sentían muy mayores. Aunque les costó bastante
montarla, la velada, llena de risas, historias de terror absurdas y canciones acompañadas por el
ulular tranquilizante de los búhos, fue maravillosa.
Debido al respeto y el amor que sentía por aquel bosque, Lilly tenía un miedo tremendo a alterar,
cambiar o influir en cualquier detalle de aquel ecosistema, pues sabía (por las clases de biología
del colegio) que una mínima alteración en la cadena alimenticia podía poner patas arriba
ecosistemas enteros, y que la desaparición de una especie podía suponer la extinción de
muchísimas más. A pesar de su corta edad, Lilly entendía que, en aquel lugar, todos importaban.
Todas las especies eran necesarias para el equilibrio y la armonía; desde la más grande a la más
pequeña, y desde el más diminuto insecto al árbol centenario más enorme.
Incluso con el paso de los años, la profunda conexión que Lilly sentía por el bosque no
desapareció; es más, fue creciendo más y más a medida que avanzaba el tiempo. Y es que,
aunque viviese en otro lugar y fuese a sitios diferentes, su alma y su corazón habitaban allí, con
los árboles, las flores, las nutrias y los peces, con las hormigas y los pájaros, con la tierra, el barro
y las aguas cristalinas del lago.
***
Cuando cumplió los dieciocho años y acabó el instituto, Lilly recibió una beca para irse a una
universidad en un país extranjero. Nunca había salido de su propio país, y estaba muy
emocionada por comenzar una nueva etapa y una nueva carrera, visitar lugares nuevos,
practicar otros idiomas, conocer gente y hacer nuevos amigos.
El día antes de irse, fue al bosque a despedirse de los pájaros, los peces, las nutrias, las hormigas
y los grillos. Acarició el tronco de los árboles, aspiró el aire puro, hundió las manos en la tierra y
las sumergió en el agua del lago. Después de sus amigos y su familia, lo que más iba a echar de
menos de su país era aquel hermoso lugar.
Sonrió mientras observaba el bosque y las aves que anidaban en las copas de los árboles, y
pensó en la escasez de árboles que había en la zona en la que vivía. Los pájaros no tenían más
opción que anidar en lugares como tejados y alféizares de ventanas, solo para ser expulsados
más tarde por los humanos. Para ella, no había nada más triste que aves que no podían vivir en
nidos encima de ramas de verdad; los árboles permitían mantener una conexión con la
naturaleza, por pequeña que fuese, y tenían un encanto muy particular, pues cuando trepaba
en uno y se sentaba en una rama, sentía que las raíces la ataban a la tierra, al mismo tiempo que
la altura y la distancia del suelo la hacían sentir más cerca del cielo, liviana, casi flotando. Su
amor por los árboles era grande, sin duda, y tenía una idea que quería desarrollar a su vuelta:
quería comenzar un proyecto para plantar más árboles en su ciudad y en su colegio.
Pasó bastante tiempo sin visitar su hogar, puesto que los vuelos eran bastante caros, y solo pudo
ver a sus padres cuando fueron a visitarla, pero transcurridos diez meses fuera de su país, y
cuando llegaron las vacaciones de verano, Lilly por fin regresó. Efectivamente, había disfrutado
mucho de su experiencia; la consideraba muy enriquecedora, pues había practicado otro idioma,
conocido una cultura distinta y hecho nuevos amigos. Estaba satisfecha y feliz por su estancia
fuera, pero echaba de menos su hogar.
Cuando regresó a su país, en un vuelo de noche, estaba tan cansada que después del alegre
recibimiento de su familia, solo pudo irse a su habitación y dormir como un tronco. No tuvo duda
que estaban muy felices de verla y la habían echado mucho de menos, pero algo en su júbilo
parecía exagerado, quizás incluso fingido. Sus sonrisas eran amplias, pero sus ojos no brillaban
tanto. Supuso que era simplemente el cansancio, así que descartó esos pensamientos de su
cabeza y se relajó. Antes de sumergirse en el mundo de los sueños, tuvo un fugaz pensamiento:
debía visitar el bosque a la mañana siguiente. Sonrió de solo imaginarlo, y su mente se durmió,
llevándola a un sueño tranquilo y reparador.
Sin embargo, al día siguiente, Lilly no pudo ir al bosque por la mañana. Sus padres quisieron que
visitase a sus parientes y amigos, y por más que les pidió ir al bosque primero, ellos insistieron
tanto que finalmente cedió. De este modo, después de desayunar, la llevaron a casa de sus
abuelos y a las de sus tíos, tías y primos, para verlos después de casi un año de ausencia. Luego,
sus amigos fueron a visitarla, y trajeron con ellos dulces y un altavoz con música. Por alguna
razón, también sus parientes y amigos parecían exagerar un poco su alegría y sus muestras de
afecto. No era que no fuesen cariñosos con ella normalmente, solo que parecía un poco más
excesivo de lo habitual. De nuevo, supuso que sería la distancia y todo el tiempo que había
pasado lejos. Aun así, algo parecía sospechoso. Estaban todos relativamente nerviosos, y aunque
no lo demostraban abiertamente, se notaba en su lenguaje corporal; pequeños actos como
retorcerse mechones del pelo, pasar el peso del cuerpo de una pierna a la otra, morderse las
uñas… Era casi como si estuvieran ocultándole algo. Estaba impaciente por salir a ver el bosque,
pero era como si todos estuviesen empeñados en retrasar aquella visita.
Sin perder el optimismo ni la paciencia, Lilly repartió los recuerdos y los regalos que había
comprado para cada uno, rio, bailó y cantó con ellos, y cuando llegó la tarde, y la luz empezaba
a desvanecerse ligeramente, empezaron a marcharse. Una vez se hubieron ido todos, enfiló sus
botines de campo, exactamente iguales que los antiguos que tenía (que ya le apretaban bastante
los pies) y corrió feliz, veloz como el viento, a su refugio favorito.
A medida que se acercaba, fue notando que algo iba mal. No veía las habituales altísimas copas
de los árboles, ni oía el último canto que los pájaros solían emitir antes de irse a dormir; ni
siquiera el eco de los ruidosos grillos parecía existir, en medio de un silencio sepulcral solo
interrumpido por los lejanos ruidos del tráfico, a muchos metros de distancia. Aquel silencio tan
tenebroso le oprimió el corazón; la llenó de angustia y de miedo, pues tenía un mal
presentimiento. No se veía nada. Parecía ser que en el lugar donde estaba el bosque no había…
nada.
Cuando estuvo ya tan cerca que no pudo pensar que sus ojos la engañaban, lo supo con
seguridad: habían destrozado el bosque. Y no cualquier bosque. No un bosque cualquiera, que
igualmente habría sido terriblemente doloroso. Era el bosque. Su bosque. Y, de golpe, entendió
lo que todos habían intentado ocultarle aquel día.
Estaba todo arrasado: los árboles habían sido talados y derribados, quedando solo sus raíces o
algunas tristes ramas y hojas muertas esparcidas por el suelo. El lago se había secado casi por
completo, y no se veía por ninguna parte todos los animales y las algas que allí vivían,
seguramente porque se habían descompuesto con el paso de los meses. No había nada más que
edificios en proceso de construcción y dos enormes grúas, que se cernían sobre el lugar como
horrendos monstruos de hierro.
Las flores silvestres multicolores, los árboles centenarios, los pequeños arbustos, todos los
animales; los pájaros, las mariposas, las hormigas, los grillos, las ranas, las nutrias, los peces
…todo había desaparecido completamente, como si nunca hubiese existido, y en su lugar iban a
construir terribles edificios que podrían haberse construido en cualquier otro lugar, aunque, tal
vez, con un coste más alto. Lilly, que entendía la importancia del equilibrio y la armonía, no
entendía cómo alguien podía hacer aquello solo por dinero. Ningún bien material podría llenar
jamás el lugar de los ecosistemas y las maravillas de la naturaleza. Ahora, ella lo presenciaba con
sus propios ojos: con la desaparición de su ecosistema natural, todas aquellas especies habían
muerto.
Quiso pensar que todo era un absurdo fruto de su imaginación, que todo era falso, que era un
sueño, una pesadilla. Pero por más que se pellizcase, aquel terrible paisaje seguía allí, delante
de sus vidriosos ojos.
Todo lo que amaba de aquel hermoso lugar había sido completamente destruido. Todo lo que
hacía aquel bosque tan maravilloso y especial había sido derribado, aplastado, arrasado. Le
habían quitado la belleza, la esencia, la vida. Lo habían secado, absorbido, desprovisto de todo
su esplendor y su verdor. Ya no había vuelta atrás. Ya nunca más volvería a ser aquel paraíso,
aquel refugio y aquel hogar tan hermoso. Lilly nunca más podría jugar con sus amigos allí, nadar
en el lago, trepar por los árboles o tomarse una merienda debajo de su sombra. Nunca más
disfrutaría del mero hecho de estar en el bosque, de respirar aire puro, sumergirse en el lago y
de atrapar con los dedos los rayos de sol que se filtraban entre los árboles. Nunca más se sentaría
a leer metiendo los pies en el lago, o debajo de las ramas de los grandes árboles con las hormigas
correteándole por el brazo, escuchando el cantar alegre de los grillos.
El Bosque del Espejo había sido reducido a un triste cementerio, y ahora que estaba muerto,
Lilly nunca más volvería a tener el sentimiento que su corazón y el del bosque iban al mismo
ritmo, que sus latidos estaban acompasados, que ella y todas aquellas especies distintas vivían
en armonía.
Lilly había oído que cuando uno sufría una pérdida, además de dolor, solía sentir un extraño
vacío. Pero ella no lo sentía. Tan solo sentía dolor, rabia y una gran impotencia, y luchó por
contener todas emociones para no explotar en miles de pedazos en aquel sitio, en medio de la
nada. Le dolían las manos de lo fuerte que las estaba apretando, en forma de puño, pero llegado
un momento, no pudo reprimir más aquellos devastadores sentimientos, que la desbordaron
completamente.
Cayó al suelo, de rodillas, y sollozó. Lloró y lloró durante horas, deseando que sus lágrimas
limpiasen aquel lugar tan terrible que antaño había sido tan maravilloso. Lloró sin enjuagarse las
lágrimas, dejando que cayesen en cascada sobre la ahora yerma tierra, casi esperando que la
regasen, o que formasen un río que se llevase toda aquella tristeza, desesperación y suciedad a
donde nunca más pudiesen ser encontrados.
Lilly lo tenía claro: aquellas avariciosas y egoístas personas eran asesinos. Habían matado
consciente y completamente el ecosistema de cientos de animales y decenas de especies
diferentes, sin el menor remordimiento. Habían acabado con la vida de plantas y animales, y con
todas aquellas muertes, una parte del corazón de Lilly pareció morirse también.
Con el corazón hecho añicos y los ojos anegados de lágrimas, Lilly corrió fuera de aquel
tenebroso lugar.
***
Pasaron los días, y, aunque sumida en una profunda tristeza, Lilly reflexionó mucho sobre lo que
había sucedido. Pronto llegó a la conclusión de que los culpables no eran solo las crueles y
codiciosas personas que habían decidido arrasar el bosque, talar los árboles y destruir un
ecosistema completo; gran parte de la culpa la tenían los responsables. ¿Cómo habían podido
permitir todo aquello? ¿Dónde estaban los que tomaban las decisiones y daban permiso para
construir? ¿Dónde estaba el alcalde, los partidos y los políticos cuando los necesitaban de
verdad? Era imposible que no se hubiesen enterado de la destrucción del bosque, que era
conocido, enorme, grandioso, y estaba básicamente delante de sus narices.
La tristeza quedó pronto atrás, y fue la ira la que tomó el control; corroía su corazón y le formaba
un terrible nudo en la garganta. Estaba terriblemente enfadada con los responsables de aquella
masacre, tanto los directos como los que habían tenido un papel secundario en todo aquello. Al
principio, estuvo también enfadada con todos por no decírselo con antelación, pero, al fin y al
cabo, comprendió por qué lo hicieron, y llegó a la conclusión de que, probablemente, ella
también hubiese hecho lo mismo. Además, cuando les reprochó el no haber hecho nada para
detener la tala del bosque, le dijeron que lo habían intentado, pero no tenían nada que hacer
contra gente rica y poderosa. Tristemente, en aquella sociedad corrupta, solo los egoístas, ricos,
poderosos tenían influencia real para cambiar cosas como aquella, que estaban relacionadas
con la política y el dinero. No había razón para guardarles rencor, aunque estaba convencida de
que ver toda aquella destrucción sin previo aviso había sido aún peor.
Pero Lilly, antes de sensible, era muy inteligente. Y por ello, decidió convertir aquellas
emociones, aquel enfado y aquella ira en algo productivo, en algo que ayudase a mejorar, a
evitar que ese tipo de situaciones se repitieran en el futuro.
La idea del proyecto ecológico que había tenido tiempo atrás para plantar árboles tenía más
relevancia en ese momento de lo que nunca antes la había tenido. Pero esta vez, no quería
dedicarse a solo eso. ¡Había tantas cosas relativas a la ecología que había que cambiar en aquella
pequeña ciudad!
Llamó a sus excompañeros de instituto, a sus amigos y amigas, a los amigos de sus amigos, y a
los amigos de sus amigos de sus amigos. Fijó un día, y convocó por redes sociales a todos los
jóvenes de aquella ciudad a una asamblea en la casa de jóvenes. Incluso llamó a la prensa para
que asistiese, y la reunión llegase al mayor número de personas posibles.
La asamblea fue un éxito. Con media ciudad presente, los jóvenes se subieron a la tarima uno
por uno, y pronunciaron sus discursos. Ni siquiera habían tenido que pensarlo o prepararlo
mucho. No necesitaban un papel para leer lo que iban a decir, porque lo decían con el alma y el
corazón. Estaban completamente investidos en sus monólogos. Lilly, especialmente, que hizo
que el público sintiese escalofríos, al describirles de la manera más hermosa su lugar preferido
en el mundo, y luego contarles de la forma más devastadora y dolorosa como había sido
arrasado. Se alegró, se emocionó, se entristeció y se enfadó en los momentos adecuados, y el
público lo hizo con ella. Se enfureció especialmente al hablar de la injusticia, el crimen y la
corrupción que habían conducido a aquel desastre, y animó a la gente a boicotear a la empresa
que estaba construyendo aquellos edificios.
Y, efectivamente, la noticia llegó a muchísimas personas. Es más, gracias a las redes sociales,
hizo un boom dentro del país y hasta fuera de él. Había en todas las redes comentarios, vídeos,
hashtags; y detrás de ellos había miles de personas furiosas. Todos comentaban la triste noticia,
y por doquier la gente subía fotos del bosque antes y después de su destrucción, comentándolas,
o simplemente poniendo tres o cuatro emojis de caras indignadas y enfadadas, sacando humo
por las orejas.
Al fin y al cabo, consiguieron su objetivo, que era llegar al mayor público posible. Pero no se
detuvieron allí. Aquello era solo el principio, y aunque habían comenzado bien, tenían un largo
camino por recorrer. No podían permitir que aquellas cosas siguiesen ocurriendo, y que el
mundo se fuese haciendo añicos por la codicia y el egoísmo humanos. Así que Lilly y los jóvenes
de la ciudad se unieron y crearon una asociación para luchar por la ecología y la defensa del
medioambiente. La llamaron QNP, como sigla de “Queremos a Nuestro Planeta”, y se plantearon
objetivos claros.
Por cada persona que usase el coche, ellos irían en bicicleta, por cada residuo no reciclado, ellos
reciclarían cincuenta, y por cada árbol talado, ellos plantarían cien nuevos.
Era hora de pasar a la acción.

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Lilly y el_bosque_del_espejo_(relato)_-_yasmine_ziouziou_3o_eso__iees_severo_ochoaj_tangerj_marruecos

  • 1. Relato: Lilly y el <<Bosque del Espejo>> Yasmine Ziouziou 3ºESO IEES Severo Ochoa, Tánger Lilly tenía dieciocho años cuando olvidó definitivamente su sueño de vivir en el bosque, en una cabaña construida por ella misma, encima de un árbol, como el nido de las aves que tanto le gustaban. En su pequeña ciudad, que se hacía cada vez más y más grande, más y más contaminada y más y más agobiante a cada año que pasaba, Lilly no encontraba un lugar (ni aunque fuese un pequeño rincón) donde refugiarse, escapar del aburrimiento y la monotonía urbana y oler flores silvestres y aire limpio. Donde vivía, los espacios verdes eran muy escasos, y si había uno, lo más seguro era que tuviese más asfalto que árboles, y que no hubiese más plantas que césped y algunas especies invasoras que requerían mucho trabajo, grandes cantidades de agua y ni siquiera eran endémicas del lugar. Las empresas multinacionales parecían haber pensado (con acierto) que aquella pequeña ciudad era un lugar estratégico, que iba a seguir creciendo cada vez más rápido y que tenían que introducir sus sedes y sus tiendas cuanto antes, porque, claro está, cuando se trata de dinero, nunca hay tiempo que perder. Así que así lo hicieron, y a medida que las fábricas, tiendas, edificios y coches aumentaban y los ya de por sí escasos espacios verdes desaparecían, cada vez había menos lugares no artificiales a los que los niños podían ir a divertirse. Lilly, a sus doce años, descubrió que el rincón perfecto para ella estaba en un bosque que había cerca de su ciudad. Era un lugar ideal, casi paradisíaco a sus ojos, pues tenía todo lo que uno podía desear: plantas de todos los tipos, formas, tamaños y colores; árboles de decenas de especies distintas, arbustos, flores silvestres multicolores y cientos de animales diferentes, (que iban desde mamíferos a reptiles, y de aves a insectos), además de tranquilidad, aire puro y silencio. El bosque recibía el nombre de “Bosque del espejo”, pues en pleno corazón del bosque había un hermoso lago, no muy grande ni muy profundo, pero de aguas limpias y cristalinas, en el que habitaban todas las especies de agua dulce que uno pueda imaginar. Para Lilly, no había nada más hermoso que sentarse al lado del lago y observarlo; ya fuese de día, para ver los rayos de sol que se reflejaban en él, creando brillos dorados, o de noche, cuando la luna lo bañaba de luz plateada, así como adoraba los tonos rosados y anaranjados que adquiría el agua al alba y al atardecer. En otoño y en primavera, le encantaba sentarse a leer mientras sumergía los pies en el agua, y en cuanto empezaban los primeros días de calor, se apresuraba en llevarse un bañador en la mochila para nadar alegremente con los peces. Casi pasaba más tiempo en el bosque que en su propia casa, pues era sin duda su lugar favorito del mundo. Cuando terminaba sus deberes y estudiaba para sus exámenes, se apresuraba a ponerse sus botines de campo (resistentes al barro y a la tierra) y a correr hacia el bosque para relajarse y disfrutar de las últimas horas de luz antes de que sus padres la obligasen a volver a casa para cenar y dormir. Aunque no tenía muchos amigos, a los pocos que tenía les gustaba
  • 2. mucho acompañarla ocasionalmente al bosque, y jugar con ella nadando en el lago, trepando por los árboles o tomándose una merienda debajo de su sombra. Aun sin compañía, Lilly disfrutaba inmensamente de estar en el bosque, respirar aire puro, sumergirse en el lago y atrapar con los dedos los rayos de sol que se filtraban entre los árboles. No le molestaban las hormigas que le trepaban por el brazo, haciéndole cosquillas en la piel, y le encantaba tomarse siestas al pie de los grandes árboles en días calurosos de verano, mientras escuchaba el cantar alegre de los grillos. Para Lilly, el bosque no era solo un refugio. El bosque era un amigo, un paraíso, un mundo paralelo, un reino mágico. No acudía a él solo para refugiarse, para huir, para esconderse. Iba a él también para perderse, buscarse a sí misma y encontrarse. Lo visitaba porque con cada cosa nueva que aprendía de él, parecía saber algo nuevo de ella misma. Conocer el bosque le permitía conocerse a sí misma por dentro. Cuando cerraba los ojos y respiraba hondo, casi podía sentir los latidos del corazón de aquel bosque, que parecían ir al mismo compás y ritmo que el suyo propio. Los años pasaban, y ella prefería contarlos por los fríos inviernos, las verdes primaveras, los calurosos veranos y los anaranjados otoños que vivía el bosque que por aburridos números. Sus vidas transcurrían paralelas; a medida que ella crecía, el bosque lo hacía también, y a medida que el tiempo pasaba, había plantas, animales y algas que nacían y morían en aquel lugar. Sentía que ella misma era parte de aquel ecosistema tanto como las flores, los árboles, los pájaros y los peces que habitaban allí. Sentía que ella era parte del bosque tanto como el bosque era parte de ella. Sentía que su propia esencia estaba en el bosque tanto como la esencia del bosque vivía en ella. Se sentía en armonía, compenetrada con la naturaleza, y con aquel lugar del mundo que, para ella, era su verdadero hogar. Solo le faltaba construir una pequeña cabaña de madera para vivir allí las veinticuatro horas del día, y aquel se convirtió en su sueño para cuando fuese más mayor. ¡Un día incluso consiguió pasar la noche allí! Fue de acampada con toda su familia: sus padres, sus primos, sus tíos y tías… Ella y sus primos insistieron en montar sin ayuda la tienda de campaña, porque les hacía mucha ilusión y se sentían muy mayores. Aunque les costó bastante montarla, la velada, llena de risas, historias de terror absurdas y canciones acompañadas por el ulular tranquilizante de los búhos, fue maravillosa. Debido al respeto y el amor que sentía por aquel bosque, Lilly tenía un miedo tremendo a alterar, cambiar o influir en cualquier detalle de aquel ecosistema, pues sabía (por las clases de biología del colegio) que una mínima alteración en la cadena alimenticia podía poner patas arriba ecosistemas enteros, y que la desaparición de una especie podía suponer la extinción de muchísimas más. A pesar de su corta edad, Lilly entendía que, en aquel lugar, todos importaban. Todas las especies eran necesarias para el equilibrio y la armonía; desde la más grande a la más pequeña, y desde el más diminuto insecto al árbol centenario más enorme. Incluso con el paso de los años, la profunda conexión que Lilly sentía por el bosque no desapareció; es más, fue creciendo más y más a medida que avanzaba el tiempo. Y es que, aunque viviese en otro lugar y fuese a sitios diferentes, su alma y su corazón habitaban allí, con los árboles, las flores, las nutrias y los peces, con las hormigas y los pájaros, con la tierra, el barro y las aguas cristalinas del lago.
  • 3. *** Cuando cumplió los dieciocho años y acabó el instituto, Lilly recibió una beca para irse a una universidad en un país extranjero. Nunca había salido de su propio país, y estaba muy emocionada por comenzar una nueva etapa y una nueva carrera, visitar lugares nuevos, practicar otros idiomas, conocer gente y hacer nuevos amigos. El día antes de irse, fue al bosque a despedirse de los pájaros, los peces, las nutrias, las hormigas y los grillos. Acarició el tronco de los árboles, aspiró el aire puro, hundió las manos en la tierra y las sumergió en el agua del lago. Después de sus amigos y su familia, lo que más iba a echar de menos de su país era aquel hermoso lugar. Sonrió mientras observaba el bosque y las aves que anidaban en las copas de los árboles, y pensó en la escasez de árboles que había en la zona en la que vivía. Los pájaros no tenían más opción que anidar en lugares como tejados y alféizares de ventanas, solo para ser expulsados más tarde por los humanos. Para ella, no había nada más triste que aves que no podían vivir en nidos encima de ramas de verdad; los árboles permitían mantener una conexión con la naturaleza, por pequeña que fuese, y tenían un encanto muy particular, pues cuando trepaba en uno y se sentaba en una rama, sentía que las raíces la ataban a la tierra, al mismo tiempo que la altura y la distancia del suelo la hacían sentir más cerca del cielo, liviana, casi flotando. Su amor por los árboles era grande, sin duda, y tenía una idea que quería desarrollar a su vuelta: quería comenzar un proyecto para plantar más árboles en su ciudad y en su colegio. Pasó bastante tiempo sin visitar su hogar, puesto que los vuelos eran bastante caros, y solo pudo ver a sus padres cuando fueron a visitarla, pero transcurridos diez meses fuera de su país, y cuando llegaron las vacaciones de verano, Lilly por fin regresó. Efectivamente, había disfrutado mucho de su experiencia; la consideraba muy enriquecedora, pues había practicado otro idioma, conocido una cultura distinta y hecho nuevos amigos. Estaba satisfecha y feliz por su estancia fuera, pero echaba de menos su hogar. Cuando regresó a su país, en un vuelo de noche, estaba tan cansada que después del alegre recibimiento de su familia, solo pudo irse a su habitación y dormir como un tronco. No tuvo duda que estaban muy felices de verla y la habían echado mucho de menos, pero algo en su júbilo parecía exagerado, quizás incluso fingido. Sus sonrisas eran amplias, pero sus ojos no brillaban tanto. Supuso que era simplemente el cansancio, así que descartó esos pensamientos de su cabeza y se relajó. Antes de sumergirse en el mundo de los sueños, tuvo un fugaz pensamiento: debía visitar el bosque a la mañana siguiente. Sonrió de solo imaginarlo, y su mente se durmió, llevándola a un sueño tranquilo y reparador. Sin embargo, al día siguiente, Lilly no pudo ir al bosque por la mañana. Sus padres quisieron que visitase a sus parientes y amigos, y por más que les pidió ir al bosque primero, ellos insistieron tanto que finalmente cedió. De este modo, después de desayunar, la llevaron a casa de sus abuelos y a las de sus tíos, tías y primos, para verlos después de casi un año de ausencia. Luego, sus amigos fueron a visitarla, y trajeron con ellos dulces y un altavoz con música. Por alguna razón, también sus parientes y amigos parecían exagerar un poco su alegría y sus muestras de afecto. No era que no fuesen cariñosos con ella normalmente, solo que parecía un poco más excesivo de lo habitual. De nuevo, supuso que sería la distancia y todo el tiempo que había pasado lejos. Aun así, algo parecía sospechoso. Estaban todos relativamente nerviosos, y aunque no lo demostraban abiertamente, se notaba en su lenguaje corporal; pequeños actos como retorcerse mechones del pelo, pasar el peso del cuerpo de una pierna a la otra, morderse las
  • 4. uñas… Era casi como si estuvieran ocultándole algo. Estaba impaciente por salir a ver el bosque, pero era como si todos estuviesen empeñados en retrasar aquella visita. Sin perder el optimismo ni la paciencia, Lilly repartió los recuerdos y los regalos que había comprado para cada uno, rio, bailó y cantó con ellos, y cuando llegó la tarde, y la luz empezaba a desvanecerse ligeramente, empezaron a marcharse. Una vez se hubieron ido todos, enfiló sus botines de campo, exactamente iguales que los antiguos que tenía (que ya le apretaban bastante los pies) y corrió feliz, veloz como el viento, a su refugio favorito. A medida que se acercaba, fue notando que algo iba mal. No veía las habituales altísimas copas de los árboles, ni oía el último canto que los pájaros solían emitir antes de irse a dormir; ni siquiera el eco de los ruidosos grillos parecía existir, en medio de un silencio sepulcral solo interrumpido por los lejanos ruidos del tráfico, a muchos metros de distancia. Aquel silencio tan tenebroso le oprimió el corazón; la llenó de angustia y de miedo, pues tenía un mal presentimiento. No se veía nada. Parecía ser que en el lugar donde estaba el bosque no había… nada. Cuando estuvo ya tan cerca que no pudo pensar que sus ojos la engañaban, lo supo con seguridad: habían destrozado el bosque. Y no cualquier bosque. No un bosque cualquiera, que igualmente habría sido terriblemente doloroso. Era el bosque. Su bosque. Y, de golpe, entendió lo que todos habían intentado ocultarle aquel día. Estaba todo arrasado: los árboles habían sido talados y derribados, quedando solo sus raíces o algunas tristes ramas y hojas muertas esparcidas por el suelo. El lago se había secado casi por completo, y no se veía por ninguna parte todos los animales y las algas que allí vivían, seguramente porque se habían descompuesto con el paso de los meses. No había nada más que edificios en proceso de construcción y dos enormes grúas, que se cernían sobre el lugar como horrendos monstruos de hierro. Las flores silvestres multicolores, los árboles centenarios, los pequeños arbustos, todos los animales; los pájaros, las mariposas, las hormigas, los grillos, las ranas, las nutrias, los peces …todo había desaparecido completamente, como si nunca hubiese existido, y en su lugar iban a construir terribles edificios que podrían haberse construido en cualquier otro lugar, aunque, tal vez, con un coste más alto. Lilly, que entendía la importancia del equilibrio y la armonía, no entendía cómo alguien podía hacer aquello solo por dinero. Ningún bien material podría llenar jamás el lugar de los ecosistemas y las maravillas de la naturaleza. Ahora, ella lo presenciaba con sus propios ojos: con la desaparición de su ecosistema natural, todas aquellas especies habían muerto. Quiso pensar que todo era un absurdo fruto de su imaginación, que todo era falso, que era un sueño, una pesadilla. Pero por más que se pellizcase, aquel terrible paisaje seguía allí, delante de sus vidriosos ojos. Todo lo que amaba de aquel hermoso lugar había sido completamente destruido. Todo lo que hacía aquel bosque tan maravilloso y especial había sido derribado, aplastado, arrasado. Le habían quitado la belleza, la esencia, la vida. Lo habían secado, absorbido, desprovisto de todo su esplendor y su verdor. Ya no había vuelta atrás. Ya nunca más volvería a ser aquel paraíso, aquel refugio y aquel hogar tan hermoso. Lilly nunca más podría jugar con sus amigos allí, nadar en el lago, trepar por los árboles o tomarse una merienda debajo de su sombra. Nunca más disfrutaría del mero hecho de estar en el bosque, de respirar aire puro, sumergirse en el lago y de atrapar con los dedos los rayos de sol que se filtraban entre los árboles. Nunca más se sentaría
  • 5. a leer metiendo los pies en el lago, o debajo de las ramas de los grandes árboles con las hormigas correteándole por el brazo, escuchando el cantar alegre de los grillos. El Bosque del Espejo había sido reducido a un triste cementerio, y ahora que estaba muerto, Lilly nunca más volvería a tener el sentimiento que su corazón y el del bosque iban al mismo ritmo, que sus latidos estaban acompasados, que ella y todas aquellas especies distintas vivían en armonía. Lilly había oído que cuando uno sufría una pérdida, además de dolor, solía sentir un extraño vacío. Pero ella no lo sentía. Tan solo sentía dolor, rabia y una gran impotencia, y luchó por contener todas emociones para no explotar en miles de pedazos en aquel sitio, en medio de la nada. Le dolían las manos de lo fuerte que las estaba apretando, en forma de puño, pero llegado un momento, no pudo reprimir más aquellos devastadores sentimientos, que la desbordaron completamente. Cayó al suelo, de rodillas, y sollozó. Lloró y lloró durante horas, deseando que sus lágrimas limpiasen aquel lugar tan terrible que antaño había sido tan maravilloso. Lloró sin enjuagarse las lágrimas, dejando que cayesen en cascada sobre la ahora yerma tierra, casi esperando que la regasen, o que formasen un río que se llevase toda aquella tristeza, desesperación y suciedad a donde nunca más pudiesen ser encontrados. Lilly lo tenía claro: aquellas avariciosas y egoístas personas eran asesinos. Habían matado consciente y completamente el ecosistema de cientos de animales y decenas de especies diferentes, sin el menor remordimiento. Habían acabado con la vida de plantas y animales, y con todas aquellas muertes, una parte del corazón de Lilly pareció morirse también. Con el corazón hecho añicos y los ojos anegados de lágrimas, Lilly corrió fuera de aquel tenebroso lugar. *** Pasaron los días, y, aunque sumida en una profunda tristeza, Lilly reflexionó mucho sobre lo que había sucedido. Pronto llegó a la conclusión de que los culpables no eran solo las crueles y codiciosas personas que habían decidido arrasar el bosque, talar los árboles y destruir un ecosistema completo; gran parte de la culpa la tenían los responsables. ¿Cómo habían podido permitir todo aquello? ¿Dónde estaban los que tomaban las decisiones y daban permiso para construir? ¿Dónde estaba el alcalde, los partidos y los políticos cuando los necesitaban de verdad? Era imposible que no se hubiesen enterado de la destrucción del bosque, que era conocido, enorme, grandioso, y estaba básicamente delante de sus narices. La tristeza quedó pronto atrás, y fue la ira la que tomó el control; corroía su corazón y le formaba un terrible nudo en la garganta. Estaba terriblemente enfadada con los responsables de aquella masacre, tanto los directos como los que habían tenido un papel secundario en todo aquello. Al principio, estuvo también enfadada con todos por no decírselo con antelación, pero, al fin y al cabo, comprendió por qué lo hicieron, y llegó a la conclusión de que, probablemente, ella también hubiese hecho lo mismo. Además, cuando les reprochó el no haber hecho nada para detener la tala del bosque, le dijeron que lo habían intentado, pero no tenían nada que hacer contra gente rica y poderosa. Tristemente, en aquella sociedad corrupta, solo los egoístas, ricos, poderosos tenían influencia real para cambiar cosas como aquella, que estaban relacionadas con la política y el dinero. No había razón para guardarles rencor, aunque estaba convencida de que ver toda aquella destrucción sin previo aviso había sido aún peor.
  • 6. Pero Lilly, antes de sensible, era muy inteligente. Y por ello, decidió convertir aquellas emociones, aquel enfado y aquella ira en algo productivo, en algo que ayudase a mejorar, a evitar que ese tipo de situaciones se repitieran en el futuro. La idea del proyecto ecológico que había tenido tiempo atrás para plantar árboles tenía más relevancia en ese momento de lo que nunca antes la había tenido. Pero esta vez, no quería dedicarse a solo eso. ¡Había tantas cosas relativas a la ecología que había que cambiar en aquella pequeña ciudad! Llamó a sus excompañeros de instituto, a sus amigos y amigas, a los amigos de sus amigos, y a los amigos de sus amigos de sus amigos. Fijó un día, y convocó por redes sociales a todos los jóvenes de aquella ciudad a una asamblea en la casa de jóvenes. Incluso llamó a la prensa para que asistiese, y la reunión llegase al mayor número de personas posibles. La asamblea fue un éxito. Con media ciudad presente, los jóvenes se subieron a la tarima uno por uno, y pronunciaron sus discursos. Ni siquiera habían tenido que pensarlo o prepararlo mucho. No necesitaban un papel para leer lo que iban a decir, porque lo decían con el alma y el corazón. Estaban completamente investidos en sus monólogos. Lilly, especialmente, que hizo que el público sintiese escalofríos, al describirles de la manera más hermosa su lugar preferido en el mundo, y luego contarles de la forma más devastadora y dolorosa como había sido arrasado. Se alegró, se emocionó, se entristeció y se enfadó en los momentos adecuados, y el público lo hizo con ella. Se enfureció especialmente al hablar de la injusticia, el crimen y la corrupción que habían conducido a aquel desastre, y animó a la gente a boicotear a la empresa que estaba construyendo aquellos edificios. Y, efectivamente, la noticia llegó a muchísimas personas. Es más, gracias a las redes sociales, hizo un boom dentro del país y hasta fuera de él. Había en todas las redes comentarios, vídeos, hashtags; y detrás de ellos había miles de personas furiosas. Todos comentaban la triste noticia, y por doquier la gente subía fotos del bosque antes y después de su destrucción, comentándolas, o simplemente poniendo tres o cuatro emojis de caras indignadas y enfadadas, sacando humo por las orejas. Al fin y al cabo, consiguieron su objetivo, que era llegar al mayor público posible. Pero no se detuvieron allí. Aquello era solo el principio, y aunque habían comenzado bien, tenían un largo camino por recorrer. No podían permitir que aquellas cosas siguiesen ocurriendo, y que el mundo se fuese haciendo añicos por la codicia y el egoísmo humanos. Así que Lilly y los jóvenes de la ciudad se unieron y crearon una asociación para luchar por la ecología y la defensa del medioambiente. La llamaron QNP, como sigla de “Queremos a Nuestro Planeta”, y se plantearon objetivos claros. Por cada persona que usase el coche, ellos irían en bicicleta, por cada residuo no reciclado, ellos reciclarían cincuenta, y por cada árbol talado, ellos plantarían cien nuevos. Era hora de pasar a la acción.