BIOMETANO SÍ, PERO NO ASÍ. LA NUEVA BURBUJA ENERGÉTICA
Ciudades múltiples
1. De las violencias múltiples a los espacios, lugares y reencuentros públicos en la Caracas
Bolivariana
Irama La Rosa
reddelacalle@gmail.com
“Ciudad que se destruye y se reinventa, ciclo que termina,
ciclo que comienza. Ciudad misterio, ciudad conjuro, ciudad
hechizo, ciudad miseria, ciudad violencia, ciudad bomba. Espacio
recreado por cientos de poetas que la visitan a diario y describen
sobre su piel sus mejores cartografías, sus ideogramas
favoritos…”
Fernando Vallejo
Fragmentación y desarraigo
A finales de los años noventa, muchos académicos, transeúntes urbanos y caraqueños en general,
–no solo la mala propaganda internacional- coincidíamos en describir negativamente a Caracas
como ciudad de la violencia. Entre otros adjetivos: Ciudad del miedo, peligrosa, ciudad privatizada,
carísima, agresiva, enrrejada, solitaria, apresurada, ciudad terrible… No otra cosa que una ciudad
de los pedazos y fragilidades para el encuentro con lo público. Ciudad distante de la alteridad y la
diversidad cultural para apostar por la vida.
Si bien Caracas, ya desde los setenta venía expandiendo sus fronteras más allá de los cinco
municipios conurbados que conforman el Área Metropolitana (Libertador, Chacao, Baruta, El
Hatillo y Sucre) a por lo menos 17 municipios circundantes, que nos permiten hablar de una Región
Capital o de la categoría de ciudad difusa, puede decirse que la percepción negativa de la ciudad se
perfiló especialmente dentro del territorio que pertenece al Municipio Libertador, como municipio
que ostenta el rol de ciudad capital y albergue de los poderes públicos de la nación.
Las causas de esta situación son multidimensionales y de larga data histórica, sin embargo, vale la
pena señalar la concatenación de factores que se destacan en la explicación del fenómeno: en
primer lugar las profundas desigualdades sociales expresadas en una mayor segregación espacial
urbana con el crecimiento de barrios pobres con escaso o nulo acceso a bienes y servicios, en
segundo lugar: el progresivo “descentramiento” generado por el traslado de las inversiones
trasnacionales asociadas al negocio petrolero y financiero a otros nichos de negocios provistos de
todos los servicios y seguridad como es el Municipio Chacao y en tercer lugar: la privatización del
ocio con la agresiva construcción de Malls o centros comerciales que ofrecían “mayor seguridad”
para el disfrute del tiempo libre, indefectiblemente asociado al consumo.
La fragmentación socio-espacial de Caracas también se expresó en el mismo mercado laboral con
la diferenciación de funciones que se asignaban a los distintos segmentos territoriales, es decir,
zonas que tenían el rol de ofrecer espacios laborales, de vivienda y recreación a la fuerza de
trabajo especializada del negocio trasnacional o zonas con el rol de contener a los trabajadores
poco calificados o informales, que no tuvieron oportunidades de acceso a la educación, dentro de
espacios urbanos cada vez más deteriorados. En ese cuadro, el territorio más abandonado fue el
2. Municipio Libertador con sus 22 parroquias y barrios populares, que ya no contaba con espacios
públicos e infraestructuras urbanas mínimas para ofrecer proyectos de integración social y cultural
distintos a la oferta neoliberal, que por otra parte, sufrió de una sistemática estigmatización a
través de los medios de comunicación que difundían una imagen del Barrio como el lugar de las
peores patologías sociales, un lugar donde no existían fiestas, tradiciones, invenciones,
solidaridades y desarrollo local propio, para los medios y las clases propietarias, prevalecía el
imaginario de que en el barrio vivía la “no gente, los indecentes”, las hordas salvajes, los flojos, los
saqueadores”… En definitiva el “desecho social” que estalló con el “caracazo” en febrero de 1989 y
que sólo comenzó a recibir una propuesta política de inclusión, diez años después cuando llegó al
poder en 1999 el Presidente Hugo Chávez y su modelo nacionalista-bolivariano.
De otros estigmas y violencias
La primera palabra para comprender transformaciones en una ciudad de la rabia y el desencanto,
es, con mayúscula, la palabra INCLUSIÓN. ¿Cómo relatar –incluso desde la voz más crítica-
cualquier cambio social, político y cultural ocurrido durante catorce años de revolución bolivariana
que no sea desde la perspectiva de la inclusión?
Recordemos, pese a las contradicciones y desaciertos, que la transformación para el país, más allá
de la ciudad, no se concibió desde un proyecto podría decirse “Uribista” –como esperaban algunos
sectores- de carácter estético urbano y de represión en contra de los más pobres, especialmente
en contra de los jóvenes. Al contrario, las políticas públicas que comenzaron a tomar más fuerza en
el gobierno del Presidente Chávez, sobre todo luego de ocurrida la tragedia del Estado Vargas en
diciembre de 1999, se sustentaban en la idea de incluir a las masas más desfavorecidas del modelo
rentístico petrolero venezolano. Cuestión, que resultaba tremendamente temida y odiada por
parte de los “amos de El Valle”, quienes desataron sus demonios más virulentos luego de
promulgadas las leyes habilitantes del año 2001, especialmente la Ley de Tierras y la Ley de
Hidrocarburos, que en parte impulsaron el golpe de Estado de 2002 y sabotaje petrolero de 2003.
A partir de allí, territorialmente la ciudad ha sufrido el recrudecimiento de las prácticas de
segregación social, ahora con el componente de la estigmatización política, que adjudica
cualidades de clase a determinados territorios por la preferencia ideológica de sus habitantes. En
ese contexto, sectores de la derecha venezolana han ejecutado y ejecutan heridas profundas en la
piel de la ciudad, por ejemplo: las llamadas “guarimbas”, la presencia de paramilitares en El Hatillo
y el asesinato del Fiscal Danilo Anderson, hechos todos ocurridos el año 2004, comenzaron a
visibilizar este nuevo tipo de violencia, que recientemente tuvo otra demostración con los
asesinatos políticos ocurridos el 14 de abril de 2013 como consecuencia del llamado a la violencia
que hizo el candidato de oposición Capriles Radonsky luego de perder las elecciones.
Violencia política en contra del Estado y de los sectores sociales que lo apoyan, que también ha ido
en paralelo con la formulación de políticas públicas con mayor inclusión social dentro de una
propuesta de Socialismo para el Siglo XXI, que supone otras maneras de entender, apropiarse y
usar el territorio de una ciudad como Caracas.
Visión compartida desde el derecho a la ciudad
Si algo llama la atención finalizando los noventa y comenzando el nuevo siglo, es que pese las
urgencias, olvidos e ineficiencias para abordar la complejidad de la región metropolitana, han
3. cobrado fuerza las propuestas de una serie de colectivos urbanos que históricamente han luchado
por su derecho a la ciudad y que en tiempos de revolución desean poner en práctica un modelo
verdaderamente socialista y con equidad territorial. En ese sentido, los movimientos populares
ante la especulación brutal del suelo urbano y la necesidad de transformar la violencia urbana
desde una perspectiva más humana e inclusiva, han tomado para sí infraestructuras ociosas y
territorios baldíos de la ciudad, para proponer proyectos culturales, de vivienda y socio-
productivos que dan respuesta a sus múltiples necesidades sociales. Esta ciudad levantisca e
irreverente, la Caracas excluida, reclama y reescribe su rol dentro de ese nuevo modelo socialista
cuando transforma el rol de habitantes al de ciudadanxs.
Mucho de la lógica de esas prácticas ha permeado la política pública para la recuperación de
espacios y la creación el año 2010 de la Gran Misión Vivienda Venezuela, que de una manera
acelerada, ha venido construyendo en todo el país edificaciones para complejos de viviendas
sociales, la mayoría de las cuales se insertan dentro de un proyecto urbanístico dirigido a mejorar
el hábitat integral de las viviendas. En Caracas, es posible observar la construcción de cientos de
viviendas en espacios considerados prohibidos a las clases populares, no sólo por el precio del
suelo sino por las conductas de segregación y discriminación que practican muchas de las personas
que viven en esas zonas. De esa manera, pueden observarse edificios de la Gran Misión en
urbanizaciones como La Florida, La Campiña, Los Chaguaramos, entre otras consideradas
“exclusivas” para los sectores medios de la población.
Paralelamente, la ciudad también ha experimentado la recuperación integral de varios de sus
espacios públicos para toda la población, pero en particular para sus jóvenes y niño/as. Los más
emblemáticos: El Paseo Los Ilustres hasta Los Próceres y El Boulevard de Sabana Grande, que se
han convertido en espacios para la recreación y el deporte que hacen realmente públicos los
espacios públicos. Los parquecitos –con sus colores y estética- también han sido todo un acierto
para competir con los parques privados tipo Mac Donalds, así como la organización de la “Ruta
Nocturna” de Bellas Artes con sus Museos y su paseo del “Buen vivir” o la ruta del Centro de
Caracas, que tiene la finalidad de mostrar que una Caracas segura y menos violenta sí es posible.
Finalmente, es preciso decir que este pequeño escrito no puede relatar todas las experiencias que
se vienen observando para el reencuentro público en el Municipio Libertador, quizá se escapa en
nuestro relato mencionar otras muy concretas como son la Plaza Venezuela, el Parque de Deportes
Urbanos de Caricuao y el Boulevard César Rengifo, pero lo que sí es seguro, -incluso con las críticas
necesarias sobre tardanzas, desaciertos estéticos y de acción política- es que se está definiendo
una visión compartida para una mejor ciudad que proviene del deseo popular colectivo. Falta
esperar una mayor integración de ese proyecto con todos los Municipios y con otras áreas
fundamentales como el transporte, para así construir una verdadera ciudad socialista y bolivariana
para toda la región metropolitana, la cual, a mediano plazo, debe ser necesariamente una ciudad
para vivir.