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CRÓNICAS DE UN SUEÑO, primera parte.

Por Rogue

1.Cecilia se armó de valor y decidió que iría en contra de las reglas por una vez en su vida. De un golpe apagó el
estruendoso despertador y trató de volver a dormir pero después de cinco insanos minutos de dar vueltas en la cama se dio
por vencida, su cuerpo no se permitía la libertad que su alma anhelaba. Con gesto aburrido comenzó la rutina de siempre:
levantarse, vestirse, café y un par de huevos para desayunar.

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Desde que el mundo había adoptado el nuevo régimen la vida de todos los humanos estaba prácticamente planeada de
principio a fin. Cecilia tenía apenas un vago recuerdo del mundo antes del Régimen. En ese tiempo tenía tres años y en
su mente quedó congelada la imagen de sus padres sentados sobre el pasto mientras reían divertidos. El ligero viento que
movía de un lado a otro el cabello de su madre, los dientes blancos de su padre mientras sonreía, el azul del cielo. Había
tanta libertad en sus movimientos que Cecilia guardaba ese vídeo mental como su más grande tesoro y anhelo. Le dolía sin
embargo recordar a sus padres, por su edad ya eran inútiles para el régimen y estaban recluidos en un Centro
de Concentración para la Senectud, el CCS.

El Régimen dividía la existencia humana en tres fases: la fase NECESIDAD, que cubría desde el nacimiento hasta los trece
años; en este tiempo el régimen proveía a los individuos de todo lo necesario para el desarrollo y la educación, era en esta
etapa en la que se decidía que aptitudes tenía uno para servir a sus congéneres. La segunda etapa abarca de los catorce a
los cincuenta y cinco años y es la frase PRODUCTIVA: en ese momento uno trabaja sin cesar para el régimen que, de igual
manera, proveía de lo que necesitara el individuo. Dependiendo del estatus, el Régimen aportaba ciertas compensaciones.
La última etapa era la llamada DEPENDENCIA y abarcaba desde los 56 años hasta la muerte. En esta última fase la
productividad del individuo decaía por lo que ya no era lo suficientemente valioso como para mantenerlo en la vida activa...
A Cecilia le hubiese gustado poder visitar a sus padres más seguido, pero el dedicar tiempo a los improductivos era
muy difícil, había que acumular 12.000 horas de trabajo y tener una producción sobresaliente.

Después de un sonoro suspiro Cecilia decidió que bastaba de autocompasión. Ella menos que nadie podía quejarse del
Régimen. Desde su etapa necesidad había sido privilegiada, sus dotes de mando unidos a su inteligencia y destreza física la
habían situado en el casi inalcanzable grupo de los elegidos para trabajar mentalmente. Cecilia no podía decir que le gustaba
su trabajo, pero lo prefería al aburrido e idiotizante trabajo manual. Por lo menos ella tenía variedad.
Con pereza encendió su automóvil. Éste era uno de los innumerables beneficios que conllevaba ser un trabajador de estatus
superior y, en definitiva, el coche era algo que Cecilia apreciaba de sobremanera. No es que los servicios de
transporte comunitario fueran malos, de hecho estos eran bastante buenos, pero Cecilia disfrutaba mucho la sensación de
poder y privacidad que le permitía conducir su coche.

Mientras transitaba por las calles del lugar, comenzó a pensar en los últimos tres casos que tenía que resolver: el primero
era un caso de rutina, un hombre que estaba a punto de llegar a la dependencia y era su deber elegir su campo de
concentración basándose en su producción y estatus. Un caso de rutina, fácil en general  pero tedioso sobremanera,
demasiada papelería. El segundo era un poco más complicado: una acusación de traición que le llevaría un buen de
tiempo investigar y concluir. En este caso no sólo iba en juego la vida del acusado sino la de sus posibles cómplices. Por
último el caso que más intrigada la tenía: una adolescente con los suficientes cargos como para ser mandada a un CCS. En
toda su vida Cecilia sólo había sabido de otro caso como este y el cargo habían sido intento de homicidio contra un superior
de alto estatus. Esta mocosa debía ser un verdadero dolor en el trasero para haber llegado a sus manos, pero ya tendría el
suficiente tiempo para arrepentirse. Con un poco de más ánimo bajó de su auto y se dirigió a su oficina.

2.Alberto recorrió rápidamente los pasillos mientras recibía las usuales miradas minimizantes de sus compañeros de trabajo.
A pesar de lo usual de la actitud, Alberto comenzó a sentirse muy molesto, su físico no tenía nada que ver con su elevada
capacidad mental, él era mucho más inteligente y capaz que la mayoría de los que trabajaban allí, sin embargo sus
congéneres lo seguían mirando hacia abajo y, si no fuera por su alto estatus, ni si quiera le hablarían.
– Alberto, date prisa, no tenemos todo el día. –la voz profunda de Cecilia sacó de su ensimismamiento a Alberto.
– ¿Cómo va tu día, Cecy?

– Todo bien, ¿qué tal el tuyo niño? –Alberto sonrío ante la pregunta. Cecilia era la única persona que conocía que hacía que
la palabra niño sonara como un término respetuoso y cariñoso a la vez.
– Bien. ¿Qué tenemos para hoy?

– Una tercia de casos pero tengo dos semiresueltos. Necesito que me ayudes con una acusación de traición.
– Muy bien, ¿tienes los papeles?

– Si, puse algunas anotaciones mías en los márgenes, a ver si te son de ayuda. 

– ¿Tienes algún veredicto ya?

– Me temo que culpable, pero no quiero mandar a nadie a un CCS sin revisar todo una vez más.
– Bien. ¿Nos vemos a las 11:00 a.m. para revisarlo?
– A las once está bien. Ahí te veo niño.
Aunque Alberto no lo aceptara, le gustaba que Cecilia le dijera niño. En ciertamanera le hacía sentir querido y protegido. Él
estaba muy orgulloso de su independencia pero había ocasiones en las que decidir mandar a un hombre a un CCS era
demasiada presión para sus nueve años. A veces le hubiera gustado tirar el trabajo a la basura e irse a jugar a la pelota.
Pero la mayor parte del tiempo se sentía agradecido de no tener que estar en algún aburrido instituto. 
Con un poco de flojera empezó a revisar los papeles, la mayoría eran recibos de compras extras. A Alberto no le cabía en la
cabeza que el hermano fuera tan tonto, todos los recibos eran de tiendas del sector tres y seguía un patrón de compras
demasiado fácil de rastrear. Todas las compras eran de artículos básicos como comida y jabón, cosas totalmente innecesarias
puesto que el Régimen proveía todo. En su mente comenzó a maquinar posibles salidas para esas compras, la regularidad
era semanal así que Alberto abrigó la esperanza de que el acusado estuviera recibiendo una clase de visita de manera
regular, lo que explicaría su necesidad de comida extra. Su corazón se aceleró a medida que los minutos y las hojas
pasaban, la información en contra se basaba en la comida extra y Alberto comenzó a formar un caso base de defensa pero el
brillo de sus ojos se apagó cuando leyó la primera nota de Cecilia: "Patrón de gas utilizado casi idéntico, ninguna alza
significativa".

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3.El hombre de cabello oscuro caminaba a un paso rápido por las calles de la ciudad, se sabía seguro bajo su fachada de
hombre de negocios pero su nerviosismo le hacía voltear de vez en cuando en las esquinas. Con la aprehensión de quien
esconde algo, se cobijó detrás del ala de su sombrero y aceleró el paso un poco más. No podía comprenderse a sí mismo,
había caminado por ese lugar cada jueves desde hacía 10 años y siempre sentía la misma excitación mezclada con miedo
que hacía que la adrenalina fluyera a chorros por su cuerpo. De repente un saludo lo sacó de balance: un viejo conocido de
su anterior trabajo. El hombre sentía su corazón latir más rápido de lo normal pero con aparente tranquilidad montó una
pequeña y cortés conversación con su conocido, no podía darse el lujo de verse apresurado y nervioso, cualquier pequeño
error podía costarle los próximos años de su vida en un CCS.

Cuando por fin pudo retomar su camino, el hombre se preguntó qué sería de ellos cuando la noticia que llevaba se
esparciera por el grupo. Su excitación creció cuando el grande y luminoso anuncio apareció ante él. Se metió la mano a la
cazadora y sacó unas monedas. La mujer de la taquilla lo reconoció de inmediato y le pasó una entrada sin preguntarle
nada. El hombre tomó el trocito de papel y siguió su camino hacia la sala número dos del cine. Ni siquiera sabía qué película
iba a ver pero siempre tenía la precaución de quedarse dos funciones por si alguien le preguntaba algo del film. Rápidamente
tomó asiento en la fila número cuatro, junto a la bella joven que le esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Poco a poco
la sala comenzó a llenarse y el bullicio se hizo más fuerte, con los típicos sonidos de la gente haciendo comentarios mientras
se acomodaban en sus butacas.
El hombre se preparó y comenzó a jugar su papel. 

– Hola mi amor, ¿hace mucho que esperabas? –la joven negó con la cabeza mientras añadía.

– Apenas unos minutos... –con aparente alegría e inocencia fingida la joven preguntó:– ¿Cómo está la pequeña Krimkie?

El hombre sonrió al escuchar el nombre en clave con que la organización se refería a Michelle. Todos estaban muy
preocupados por ella, Michelle era un tanto la hija de todos. Trató de quitar toda emoción de su voz al responder.

– Por desgracia está muy enferma. 

El ceño de la joven cambió de inmediato y el hombre creyó por un momento que iban a descubrirlos pero la joven se serenó
rápidamente y preguntó con preocupación, esta vez sin fingir.
– ¿Está muy enferma?
– Me temo que sí.

– Por favor, dime que no la internaron... –dijo la joven casi en un suspiro. Los ojos del hombre se oscurecieron al responder.
– Lamentablemente sí. Y el problema es que el doctor no es muy paciente con los niños.
La joven entonces perdió su valor y comenzó a sollozar suavemente. 

– ¿Puedes hacer algo? ¿Pueden cambiar de doctor?
– No puedo hacer nada. Es el mejor médico.

La película empezó y ambos se vieron obligados a sentarse.

– Por favor avisa a la familia.

La joven asintió con la mirada tristes mientras volvía sus ojos hacia la cinta que corría ante ella. Este golpe iba a impactar de
formas inimaginables a la familia, ya la afectaba a ella. Michelle era el último recuerdo de la autoridad que tenía Patricia. La
muerte de Patricia había sacudido la organización desde sus cimientos pero todos tenían la esperanza de que Michelle
hubiera logrado escapar. Ahora sabía que no era así y que la posibilidad de salvarla era nula. La joven se sintió agradecida
de que la cinta fuera un tanto triste, así podía llorar sin que los demás sospecharan o vieran mas allá de una tonta
sentimental que lloraba con las películas. El hombre pasó su brazo por detrás de la joven que estaba a su lado. Sabía por la
confusión que estaba pasando. Él mismo había sentido cuando se enteró la sensación de zozobra y el desánimo. Pero Patricia
hubiera deseado que siguieran adelante. Krimkie lo hubiera deseado también...
4.Michelle se sentía asfixiada en el cuarto que desde hacia tres días había sido su morada. El lugar no era ni siquiera
pequeño, una habitación de unos cuatro por cuatro metros y no era un lugar oscuro, pero lo que realmente volvía loca
a Michelle era sentirse encerrada, el saber que no podía hacer lo que deseaba, el hecho de que hubieran coartado su
libertad. 

Desde que Michelle había tenido uso de razón, su madre le había hablado del concepto "Ser libre". En un principio Michelle
no entendía porqué tenía que ser diferente de los demás niños, porqué no podía ir a la escuela y, en cambio, tenía que vivir
escondida siempre. Pero en cuanto el velo de la niñez se corrió, Michelle comprendió que Patricia tenia razón, que era
importante tener la opción de decidir, aún si era para mal propio. A veces se preguntaba cómo era posible que la gente no
sintiera la necesidad de ser libre pero siempre recordaba las palabras de Patricia.
– Nadie puede extrañar lo que no ha tenido.
El recordar a Patricia le trajo lágrimas a los ojos. El volver atrás la mirada y encontrarse rodeada de gente que no preguntó
antes de apretar el gatillo. Patricia y Michelle habían hablado mucho sobre la posibilidad de que esto pasara, pero para
Michelle todas esas palabras no habían sido suficientes para superar el ver a su madre morir frente a ella, para lidiar con la
culpa de haber hecho caso a sus ojos suplicantes que le pedían que fingiera indiferencia al verla caer. No había servido de
nada. Estaba encerrada igualmente y sabía que iban a condenarla. Michelle deseó haberla abrazado y besado una última
vez... Pero por lo menos habían sido sus ojos los últimos que Patricia había visto.
Patricia había sido más que una madre para ella, fue su mentora, su amiga, incluso su cómplice, nunca la trató como a una
niña, le hablaba como una persona y era cariñosa y comprensiva, le enseñó que había que luchar por los ideales a cualquier
precio, incluso si éste era la muerte.

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El aburrimiento amenazaba con matarla, así que decidió hacer un poco de ejercicio. Después de todo no podía permitirse un
mal físico al morir... Por primera vez en tres días Michelle río de su propia broma, por lo menos no había perdido el buen
humor. 
5.Alberto se dirigió apresurado a la oficina de Cecilia, llevaba cinco minutos de retraso y odiaba de sobremanera el ser
impuntual. En un instante llegó a su destino y llamó a la puerta.
– Pasa niño, la puerta está abierta.

Alberto entró y se sentó frente a Cecilia. Era una rutina que ambos tenían bastante ensayada, revisar una tercera vez un
caso que les pareciera importante era costumbre para los dos. La mayoría de las veces ambos estaban de acuerdo y la junta
sólo servía para ampliar sus informes con la visión de algún detalle que uno de ellos hubiera pasado por alto. Pero a Alberto
le gustaban estas reuniones porque al acabar el trabajo ambos se quedaban hablando acerca de cualquier cosa. Para Alberto,
Cecilia era en cierta manera su única familia, la única persona en quien podía confiar y darse el lujo de portarse de forma
infantil sin que se le perdiera el respeto. 
– Odio interrumpir tus pensamientos niño pero quiero empezar esto antes de que me gane la flojera y no hagamos nada.
– ¿Algún día dejaras de decirme niño? –preguntó Alberto con un fingido suspiro de exasperación. 

– Sí. –respondió Cecilia mientras recibía la mirada de completo asombro de Alberto– Cuando me vuelva una loca radical e
intente acabar con el sistema.

Ambos rieron mucho, la última persona en este mundo con vistas a ser traidora era Cecilia. Su carrera era intachable y todo
hacía suponer que llegaría muy alto. Alberto sabía que era todo un honor que ella le hubiera escogido como su pareja de
trabajo a pesar de su edad e inexperiencia, pero también sabía que día a día él mejoraba su trabajo y por lo menos trataría
de no decepcionarla nunca. 
– Bien empecemos con esto: ¿encontraste algo nuevo?

Alberto abrió su carpeta y procedió a mostrárselo a su compañera.

– Acerca del sujeto en específico no, sólo acomodé la información de manera que sea más fácil de comparar, lo interesante
está en esta belleza. –dijo mientras le pasaba otra carpeta a Cecilia– Pedí los registros de todas las tiendas donde este
hombre compró extras y encontré al menos tres patrones de igual regularidad: al parecer toman turnos.
Cecilia le echó una ojeada a los archivos y apuntó.

– Hiciste un muy buen trabajo niño pero ¿por qué tanto interés en este caso?

– Demasiado tiempo libre. –replicó Alberto con una sonrisa– ¿Quién es esa mujer? –preguntó al ver la foto de una mujer alta
de cabello castaño y ojos verdes.
– Ésta –dijo Cecilia señalándola con su pluma– es la dama que nos ha hecho tener trabajo a diario. –Con voz burlona y
ademanes exagerados prosiguió:– Te presento a Patricia Evans.

Alberto sintió un escalofrío al escuchar el nombre: Patricia Evans era quien había iniciado el movimiento en contra del
sistema. El Régimen la tenía fichada desde hacía veinte años pero nunca había conseguido una fotografía de ella, sus
subalternos la protegían con su misma vida. Alberto la miró con admiración, incluso en la fotografía podían notarse sus dotes
de mando. Esa mujer, a sus 18 años, había conseguido organizar una rebelión en contra del Régimen. Muchas veces Alberto
se había preguntado cómo lo habría logrado, pero ahora al ver su foto entendía muchas cosas: esa mujer tenía ese aura de
poder que impulsa a la gente a confiar en uno, la mima energía que desprendía Cecilia al caminar.
– ¿Cómo lograron esa foto?

– La tomaron hace 3 días, antes de capturarla.

– ¿Quieres decir que está ya en manos del Régimen?

– Lo estuvo por menos de medio minuto, intentó escapar y tuvieron que matarla.
– Entonces los rebeldes estarán acabados.

– Eso es lo extraño: parece que la influencia de esta bruja sigue funcionando aún después de muerta.
– ¿Por qué estas tan molesta?
Cecilia respiró profundamente y volvió a sentarse.
– ¿Se me nota tanto? Supongo que me molesta que gente sin escrúpulos como ésta se lleve entre los dedos a los jóvenes.
– ¿A qué te refieres?
– A otro caso que tengo: encontraron a una mocosa de 17 años con "doña Patricia". Voy a mandarla a un CCS.
– ¿¡Así sin más!? –replicó Alberto– ¿Ni siquiera vas a hacerle un juicio?
– No lo amerita, sería perder el tiempo con un caso cuya solución no puede ser más que culpable.
– Pero tiene 17 años... –apuntó Alberto.
– Sí pero lo mismo hubiera hecho con alguien de 20 o de 3. No podemos permitirnos otra Patricia Evans.
– Menos mal que no fuiste tú quien juzgó a mis padres –añadió Alberto con tono amargo– o yo estaría desde los 2 años en
un CCS por un crimen que no cometí.

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Duro y al blanco, pensó Cecilia al mirar al pequeño a los ojos.
– ¡Dioses! Está bien, le concederé una audiencia.

El chico esbozó una sonrisa y Cecilia se regañó a sí misma por ser tan blanda.
– Odio cuando te pones así. –La sonrisa de Alberto acabó de florecer.
– No más de lo que yo odio que me llames niño.

6.Cecilia suspiró una vez más al ver la enorme carga de trabajo que tenía esa semana, una veintena de casos la estaban
volviendo loca. Más que casos difíciles eran trabajo de mucha papelería y trámites tediosos, nada peor para Cecilia
que adoraba la investigación. El intercomunicador sonó y Cecilia se apresuró a contestarlo con una maldición, justo ahora
que estaba inundada de trabajo.
– ¿Diga?

– Señorita, traemos a la chica del caso Evans.

¡Demonios! Se había olvidado de ella por completo, en mala hora sucumbió a los pucheros de Alberto. 
– Háganla pasar.

La puerta de su oficina se abrió para dar paso a dos oficiales que guiaban a una joven. Cecilia tuvo que contenerse para no
abrir la boca, la joven era todo menos la loca rebelde que creyó que iba a encontrarse. No parecía estar asustada, la miraba
directa con sus profundos ojos verdes, con el cabello hasta los hombros de un intenso color que iba del rojo al rubio. Cecilia
se preciaba de ser intimidante pero esta chica no se dejaba guiar por su magnificente apariencia y hasta parecía sentirse
cómoda con ella. 
– Siéntante. –ordenó con la típica voz seca que usaba con los acusados.

La muchacha obedeció de manera que impresionó a Cecilia, no de forma sumisa como solían hacer los más cobardes, ni de
manera rebelde como hacían los radicales, simplemente se sentó.
– ¿Cuántos años tienes?

Michelle miró a los hermosos ojos azules de la mujer que tenia enfrente y contestó con tranquilidad.
– Diecisiete.

Durante toda su estancia en la especie de aislamiento en el que la tuvieron desde la muerte de su madre, había
imaginado mil veces a su juez. Había oído muchas historias acerca de viejos gordos y sosos que acosaban durante el
interrogatorio o brujas que ni preguntas hacían, pero nunca de una joven alta y atlética de ojos azules que, de no ser por su
actitud altiva, hubiera podido hasta caerle bien.
– ¿Cómo te llamas?

La pregunta sacó a la pequeña rubia de balance, por un lado las ganas de gritar con orgullo su nombre, por otro la
responsabilidad de no dejar caer la organización.
– Michelle. –respondió sin vacilar. 

– ¿Michelle qué más? –preguntó Cecilia impaciente.
– Michelle a secas.

– No vas a ganar nada ocultándome tu nombre y encubriendo a tus cómplices.

– No es cuestión de cuánto voy a ganar sino de tratar de perder lo menos posible.
– Sí, sí, cuéntame una de vaqueros. ¿Qué relación sostenías con Patricia Evans?
– Éramos amigas. –contestó la joven sin añadir más.
– ¿Qué tan amigas?
– ¿Siempre eres así de seca?
– No, sólo cuando trabajo. ¿Qué tipo de relación tenias con Patricia Evans?
– Era mi maestra.
– ¡Por dios! ¡A otra con ese cuento! ¿Qué te puede enseñar esa bruja? –apuntó Cecilia perdiendo la calma.
Michelle miró en la dirección que señalaba la mano de Cecilia sólo para ver la foto de su madre. Su enfado estuvo a punto de
llegar al límite, ¿quién era esta estúpida cuya máxima aspiración era ser encerrada en algún lugar decente, para atreverse a
hablar siquiera de su madre? La llama de la furia encendió el pozo de odio que Michelle llevaba por dentro pero los ojos
de Patricia la miraron desde la foto recordándole sus palabras: 
<<– Michelle, no puedes ir por la vida explotando contra quien no piensa como tú, tienes que calmarte, ponte a su nivel.
– Pero mamá, tú me has enseñado a defender lo que pienso.
– Defender no es sinónimo de pelear. Los que gritan y vociferan generalmente defienden algo de lo que no están seguros,
por eso alzan la voz, para no permitirle a sus oídos oír las razones del otro...>>

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– A ser libre. –respondió Michelle.

– Si, te enseñó muy bien, supongo que ahora te sientes libre como las palomas.
– Si –declaró la joven captando la atención de Cecilia.

– Por dios niña, ¡te lavaron el cerebro! ¿Qué clase de libertad tienes aquí?.

– La libertad no tiene que ver sólo con el cuerpo sino con la mente. Es tener opciones, poder decidir.

– Y ¿qué clase de decisión puedes tomar tú? –le gritó Cecilia.– Las decisiones las tomo yo. YO decido qué pasa con tu vida a
partir de aquí.
– Decido no lamerte las botas para tratar de salvarme, decido no ir en contra de lo que pienso y sobre todo, decido NO ser
una mujer que se cree lo suficientemente capaz de manejar la vida de los demás.
Las palabras golpearon como un balde de agua fría a Cecilia, ¿quién era esta joven que era capaz de hacerla dudar? Cecilia
no creía en sus razones, sin embargo y a pesar de sí misma la admiraba, le asombraba el hecho de que defendiera sus
puntos de vista así. Después de un momento de quedarse sin réplica, Cecilia apuntó.
– Por consideración a tu edad voy a darte el derecho a una segunda oportunidad de una entrevista. Espero que para
entonces hayas pensado más las cosas y te muestres más dispuesta.
– Esperas demasiado de mí.

Cecilia tomó el intercomunicador y llamó a seguridad para que se llevaran a la joven. Michelle se levantó tranquilamente y
se dirigió a la puerta donde la esperaban los guardias.
– ¿Tengo derecho a un último deseo?.
– ¿Qué quieres?

– ¿Podría quedarme con la foto?

En un momento de consideración Cecilia tomó la foto y la acercó a las manos de la joven. Una sonrisa iluminó el rostro de
Michelle y extendió el brazo para tomarla pero en el momento de tratar de cogerla Cecilia encogió el brazo y sonríó con
ironía.
– ¡Ups! Mala suerte...

La acción provocó la risa de los guardias y Cecilia esperó la reacción de coraje de la joven rubia pero en su lugar recibió una
mirada de completa desilusión y tristeza por parte de Michelle. La joven parecía estar a punto de llorar.
Los guardias la apuraron a marcharse y Cecilia se quedó de nuevo sola en su oficina. Volvió a su asiento y trató de retomar
el trabajo pero los ojos tristes de la chica la perseguían.

Cecilia se preguntó porqué le había dado una segunda cita a la chica, no había duda de que era culpable. Le costaba aceptar
que quería verla una vez más. En realidad se había dado a sí misma una segunda oportunidad para escuchar sus ideas de
libertad. Sonaban bien después de todo. Cecilia suspiró, la chica se veía tan frágil y desprotegida que ella había sentido la
necesidad de cuidarla y hacerla reír de nuevo. ¡Demonios! Lo último que necesitaba era sentir culpa.

 continúa...
CRÓNICAS DE UN SUEÑO, segunda parte.

Por Rogue

7.En la esquina del iluminado cuarto podía verse la figura de Michelle recargada sobre sus rodillas. La joven estaba
deshecha. ¿Qué le costaba darle la fotografía? A ella no iba a servirle, ¿para qué iba a usarla?. Para separar las hojas de un
libro o para tirar dardos cuando mucho.

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La rubia comenzó a llorar, sus lágrimas resbalaban por sus mejillas y se dispersaban en la tela de sus pantalones. La joven
abrazó sus piernas con más fuerza, se sentía sola y desamparada. Antes de la muerte de su madre todo había sido tan fácil.
Seguir sus ideales en un lugar donde todos estaban de acuerdo con ella no tenía ciencia. Hablar de libertad era natural y
todos sus preceptos y estudios parecían ser lo mejor, prometían acabar con todas las barreras. Pero ahora, rodeada de gente
que no estaba de acuerdo con ella se sentía sin fuerzas y sus sueños comenzaban a parecerle absurdos e inútiles. En teoría
todo le había sonado tan fácil... Un sonido fuera del cuarto interrumpió sus pensamientos. ¡Por ningún motivo iba a
mostrarse débil ante sus captores!
8.Alberto mostró sus credenciales al celador y caminó por el pasillo, la curiosidad acerca de la chica lo estaba matando, tenía
que conocerla, hablar con ella, preguntarle por qué se había arriesgado de esa manera. Al llegar al cuarto respiró profundo y
empujó la pesada puerta.
Michelle se limpió las lágrimas y observó al pequeño que entraba con rapidez. ¡En qué demonios había pensado antes!. No
podía rendirse, no cuando allá afuera había locos que encerraban niños en un cuarto. ¡Pelearía!, defendería sus principios
con todas sus fuerzas y moriría con dignidad, pero antes se encargaría de que la organización siguiera, como lo habría
querido su madre...
– Buenas tardes. –comenzó Alberto con formalidad.– Soy el juez Alberto. Estoy aquí para entrevistarla.

 Michelle levantó una ceja con sorpresa. Definitivamente tenía que controlar su desbordada imaginación, bueno, al menos le
había levantado el ánimo.
 Alberto suspiró y tomó aire para empezar la retahíla de preguntas pero antes de que pudiera hablar la rubia lo interrumpió.

– Michelle, sí, a secas, no, no voy a delatar a nadie, sí, creo en la libertad de decidir, no, no me importa morir tan joven y sí,
conocía a Patricia Evans.Alberto no pudo reprimir una carcajada, esta chica era fenomenal, cualquier otro ya estaría soltando
nombres y lloriqueando.
– Creo que deberías respirar mientras hablas. 
–

Alberto volvió a sonreír y prosiguió, definitivamente la chica le caía bien.

– Estoy aquí de manera extraoficial. 

– Sí, claro y mi madre es Patricia Evans. –replicó Michelle. Le encantaba la ironía de engañar con la verdad.

– No lo dudaría por un minuto, tienes sus mismos ojos verdes.

La sonrisa se borró del rostro de Michelle, pero el pequeño pareció no notarlo.
– Sólo quiero saber si conociste a David y Martha Rosales. 
– ¿Para qué quieres saberlo?

Alberto imaginó las mil y una excusas que podría poner pero algo en su interior le dijo que lo mejor sería la verdad.
– Eran mis padres.

– Eso no puede ser. –dijo Michelle con incredulidad pero después de darle otra mirada al niño añadió:– ¡¡No puedo creerlo!!
¿Mardo?
Alberto reconoció el apodo.
– ¿Cómo sabes eso?

– Por Dios, yo te conocí cuando eras una mini bola, fui yo quien te apodó mardo para molestar a tu mamá.
El recuerdo de sus padres cambió el ceño de Alberto.

– Entonces tal vez tú puedas responderme. ¿por qué fueron unos traidores?

A Michelle le entristeció escuchar el tono de voz agrio en el niño. Por un momento llegó a pensar que el pequeño era parte
de su mundo, que era quien ella recordaba pero ahora notaba que no era así. El niño que ella conocía ya no existía, ahora
era Alberto, un juez con ínfulas de saberlo todo igual que la extraña de ojos azules.
– David y Martha fueron excelentes personas que no tenían miedo de defender sus ideas, ante todo eran mis amigos y como
veo que tú no vas a cambiar tu opinión mejor me guardo lo que pienso.
– Háblame de esos traidores, ¡merezco saber por qué!
– ¡No! Tú ya has juzgado sin conocer, no sabes nada de ellos. Te mereces el no saber nada.
Michelle se volteó hacia la pared dándole la espalda al niño que se había quedado sin nada que decir. Alberto entendió que
para la joven la conversación había terminado y se salió del cuarto, ya habría otra oportunidad...
9.Laila miraba por la ventana las estrellas que iluminaban la noche. Aspiró una vez más el aire fresco y trató de no
preocuparse más por Selene. "Ya llegará", pensó, "siempre llega...". La noche comenzaba a refrescar y Laila decidió cerrar la
ventana antes de pescar un resfriado. Con flojera se tiró en la cama y cerró los ojos. Estos días habían sido muy estresantes
para todos.

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Con una sonrisa observó la foto recargada en su buró. Un día de campo al que Selene y ella habían asistido juntas. A Laila
le dio un poco de risa la diferencia de altura. Selene medía casi un metro ochenta. Era una mujer muy atlética, siempre se
había preocupado por su físico. Ese día vestía pantalones deportivos y un top corto que le permitía mostrar su trabajado
abdomen. "¡Es una lucida!" pensó Laila con una risita mientras miraba el contraste que hacía el rojizo cabello de Selene con
su larga y oscura cabellera. Laila con trabajos había podido llegar al metro con cincuenta y tres centímetros y aunque no
tenía la detallada complexión de su compañera, se preciaba de tener un buen físico. Sin embargo, lo que más llamaba la
atención y hacía voltear dos veces a un par de extraños al caminar era su porte. Esa aura de misterio que la rodeaba al
caminar y la hacía verse a un nivel superior al resto de los mortales.
El sonido de la llave en la cerradura devolvió la tranquilidad a la joven.
– Laila, ya llegué.

– Tardaste horrores, me tenías muy preocupada.

– Lo siento, es que me quedé con los otros revisando papelería para tratar de encontrar una manera de sacar a Michelle.
– ¿No tenemos oportunidad con la juez? ¿Qué han averiguado?

– El informe del cine es correcto: la juez, una tal Cecilia, es la típica joven estrella del régimen, no hay manera de pasarla a
nuestro bando.
– ¡Maldición! ¡Tenemos que sacarla! No podemos permitir que se pudra en un CCS.

– Mira, si todo falla he estado pensando que... que puedo arriesgarme a sacarla por la fuerza.
– ¡No! Selene ni lo pienses.

– Puedo hacerlo, estoy segura. Probablemente alcancen a ficharme pero Krimkie estará a salvo.
– No puedes hacerlo. ¡Entiende!

– Escucha, sé que si me fichan es probable que lleguen a ti también, pero si Patricia logró vivir abajo, tú y yo podremos, no
debes tener miedo.

– ¡Eres estúpida o te estoy hablando en chino! Selene, me vale un cacahuate el que me descubran, incluso el perder la vida.
Es un riesgo que decidí correr al unirme. Pero la organización hay que mantenerla a flote y definitivamente me importas tú.
No voy a permitir que te arriesgues de esa manera.
La mujer más alta miró con cariño a su compañera y se encogió de hombros.
– Selene prométeme que no vas a hacerlo. –presionó Laila.

– Lo consultaremos más tarde ¿sí? –ofreció como respuesta Selene.
– Promételo. –insistió una vez más.

– ¡Está bien, está bien! Prometo olvidar mi fabulosa idea... –replicó Selene mientras se dirigía a la cocina renegando y le
gritaba desde la puerta.– ¿Estás contenta ya?
Laila sonrió para sus adentros. Sí, estaba feliz, Selene nunca le había roto una promesa.

10.Cecilia miró la pose pensativa de Alberto. Desde hacía diez minutos estaba perdido en su mente.

– Niño. –dijo Cecilia– ¡Niño! –subió un poco su tono de voz.– ¡Alberto! –gritó metiéndole un buen susto al pequeño.– ¿Qué té
pasa? ¿Por qué estás tan pensativo?
– Nada, no es nada.

Cecilia hizo un gesto de exasperación ante la respuesta, lo conocía lo suficiente para saber que algo lo estaba molestando.
– Y ¿exactamente qué clase de nada es la que te tiene así?

El niño estiró sus cortas piernas y pensó un poco su respuesta. Al final, como siempre, decidió que podía confiar en Cecilia y
respondió.
– Fui a ver a la joven que encontraron con Patricia Evans y me dijo unas cosas que me dejaron pensando.
"Vaya" pensó Cecilia, "así que no soy la única que ha quedado impresionada por la pequeña rubia".
– Y ¿qué te dijo que te tiene así?
– Que no tenía derecho a juzgar a mis padres.
– Alberto, ¿qué querías que te dijera? Ella misma es una traidora, le conviene hacerte dudar.
– Lo extraño es que la sentí sincera, no intentó convencerme de nada. De hecho se negó a hablarme y... He estado
pensando que tiene razón, ni siquiera sé en qué contexto vivieron mis padres. Los rechacé antes de intentar conocerlos.
– Oye niño, no te juzgues tan duro. Has vivido en 9 años una cantidad de cosas que seguramente muchos no vamos a vivir.
– ¿Te puedo pedir un favor?
– Claro que sí. –respondió con convicción Cecilia.
– Quiero estar presente en la próxima entrevista.

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11. Los guardias levantaron a Michelle. "¡Genial!" pensó la chica, "el día que puedo concebir el sueño estos estúpidos me
despiertan para interrogatorios".
Todavía semidormida caminó rodeada de guardias por los estrechos pasillos del lugar. Le molestaba mucho esta procesión,
todos los trabajadores se giraban para verla con curiosidad y a ella le chocaba ser el centro de atención. Se había
acostumbrado a ser casi invisible para la sociedad y las miradas constantes sobre ella la hacían sentirse vulnerable.

Estaba también un poco mareada, no había tenido mucha hambre estos últimos días... Sin embargo se sintió un poco
aliviada al notar que la llevaban a la misma oficina de la vez anterior. Por alguna extraña razón se sentía mejor al saber que
estaría otra vez con la extraña de ojos azules...

Cecilia se asombró al ver de nuevo a la joven: estaba ojerosa y se veía cansada. Sus hombros se inclinaban hacia abajo. Una
imagen muy diferente a la que mostraba la primera vez que la vio. La juez se sintió asqueada de ser en parte culpable del
cambio en la muchacha. ¿Quién era ella para arrebatarle la alegría a la chica?. Cecilia se sentía confundida, ¿por qué se
estaba sintiendo culpable? ¿Por qué no quería hacer su trabajo? ¿Qué tenía esta joven que no tenían los demás?.
Michelle contuvo las ganas de vomitar y pasó a la oficina. Empezaba a sentirse muy mal y necesitaba sentarse. Si hubiera
tenido la suficiente energía habría saltado de alegría cuando la morena le indicó con un gesto que tomara asiento.
– Veo que tienes una actitud más sumisa. Me alegra.

Michelle levantó su cara hasta encontrarse con los fríos ojos de la juez. Cualquier otro día hubiera contestado algo mordaz.
Pero se detuvo y le hizo caso a su sexto sentido. No solía fallarle, al menos no demasiado y ahora le decía que la mujer
enfrente fingía ser dura pero que había algo mas detrás.
– ¿Puedo al menos saber su nombre?

Era algo justo, pensó la juez, yo sé el suyo.
– Cecilia. Pero llámame juez.

A la rubia le dolió el tono hiriente de la morena. Estaba harta de ser pasiva, estaba enferma, cansada y con ganas de
mandar todo al cuerno.
– No voy a decirle de ninguna manera, simplemente quería ponerle un nombre a la imagen de mi odio.
– Deberías moderar tu lenguaje. –apuntó Alberto que estaba escuchando todo desde una esquina.
Michelle decidió no seguir el juego, no cuando su cabeza estaba apunto de estallar.
– Sólo dígame que quiere y yo le haré saber si puedo contestar.

Cecilia suspiró y abrió el expediente, tal vez no la habían cambiado tanto.
– ¿Por qué no estás registrada?

– Nací en la organización, por obvias razones no estoy en el registro.
– ¿Quieres decir que tus padres están fichados?

La joven asintió y miró hacia otro lado. El recuerdo de su madre le dolía demasiado y no iba a llorar enfrente de ellos.
– ¿Cómo se llaman tus padres?
– No voy a contestar eso.
– ¿Qué cargo ocupan?

Michelle sonrió, la mujer no se daba por vencida, con lo fácil que hubiera sido simplemente condenarla.

– Supongo que tampoco vas a responderme. Bien pasemos a otros asuntos: ¿qué relación sostenías con David y Martha
Rosales.
– Eran muy buenos amigos, los conocí desde pequeña.
– ¿Qué me puedes decir de ellos?

– ¿Por qué no me lo preguntas tú? –dijo Michelle dirigiéndose a Alberto.– Podría contarte cosas personales. –siguió mientras
se paraba y se acercaba más a él.– Podría hablarte de cuando mi mamá me tenía que dejar sola y Martha y David me
dejaban dormir con ellos. O quizá podría cantarte la canción que Marta me cantaba cuando tenía miedo. –la rubia se detuvo
en ese momento. Ella también podía ser ruda.– Pero no lo haré. Y de detalles técnicos tú sabrás más que yo. Ambos fueron
capturados y condenados a un CCS y, como la mayoría de los jóvenes de la organización que entran ahí, sufrieron un
accidente. –Michelle comenzó a hablar para sí misma, su mirada fija en algún punto de la habitación. Su mente llena de
recuerdos.– Martha se cayó de las escaleras y se descalabró y David... bueno, él estaba limpiando el techo y se resbaló.
Cosas del destino ¿saben?... Igual que Patricia Evans: estaba esposada de manos y pies y trató de escapar... ¿Ven? Esas
cosas pasan.
Tanto Cecilia como Alberto permanecían callados. Ambos sabían lo acontecido a los jóvenes. Habían notado lo extraño de los
casos pero, simplemente, no les importó. Ahora, por primera vez, Cecilia pensó en lo ridículo que sonaba el intento de
escape de la líder de la organización.
– ¿Puedo marcharme? –Michelle se sentía muy mal, su cabeza daba vueltas y sentía que iba a desmayarse en cualquier
momento. Cecilia asintió y llamó a los guardias. Tenía cosas en qué pensar.
– Toma esto. –la morena le pasó un sobre amarillo a la mujer más joven.– Son papeles sobre tu situación, léelos.

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Michelle tomó el sobre y salió rodeada de guardias.

Cecilia se sentía hecha un enredo. Necesitaba calmarse. Por algún motivo todo acerca de esta joven era demasiado
complicado.

12. Michelle entró de nuevo en el cuarto y rápidamente se sentó. Todo le daba vueltas. Con curiosidad observó el sobre que
tenía entre las manos. Empezaba a sentir mucho frío y su cuerpo temblaba. Sin embargo su curiosidad era más grande que
su falta de fuerzas, así que con dedos temblorosos rasgó el sobre. La rubia se sorprendió ante el contenido. ¿Desde cuándo
hacía tanto frío en la habitación?
– ¿Qué te parece Krimkie? La juez no es como nos la imaginábamos. 
– Nunca nos falla el sexto sentido ¿verdad Michelle?

– No, nunca nos falla y en este momento me está diciendo que voy a vomitar.
–

– Sí bueno, tienes algo de razón, pero dame la oportunidad de quejarme siquiera contigo.

– Arriba el ánimo que nada más nos tenemos a nosotras mismas y yo no estoy como para oírte llorar, por si lo olvidas YO
también me siento mal.
– Sí, bueno... Te aseguro que no tan mal como yo... Estoy hablando conmigo misma...
Con un último esfuerzo se acostó y acarició la foto de su madre.

Empezaba a serle difícil enfocar. La joven apretó la foto contra su pecho y trató de pedir ayuda a un guardia, pero su
garganta no emitió ningún sonido. Todo comenzó a ponerse negro...

13.Cecilia bajó por el elevador hasta llegar a la planta baja. Las palabras de la joven rubia resonaban en su cabeza una y
otra vez.
"Estaba esposada de manos y pies y trato de escapar ¿ven? Esas cosas pasan."

Algo en su interior le decía que Michelle no mentía. Necesitaba asegurarse, necesitaba tranquilizar su conciencia. Su vida
tenía sentido y balance hasta conocer a esta joven. De repente todo comenzaba a tener fallos y Cecilia empezó a dudar
acerca de sus acciones.

Con todo esto en mente entró a la morgue. Tenía una buena amistad con Marisol, la encargada de los expedientes y
registros de quienes fallecían. En realidad ninguna sabía demasiado de la otra. Su amistad era del tipo cómodo para el
intercambio de información. A Cecilia la morgue le parecía un mundo aparte. Un lugar bizarro donde la muerte y la vida
convivían con aparente equilibrio. Su mirada recorrió la oficina en búsqueda de su amiga, pero como no la veía decidió entrar
al depósito de cuerpos.
Marisol se movía entre los muertos con la tranquilidad de la rutina. Tomando nota de las fichas de los cadáveres nuevos con
rapidez y llenando formas de entrada. Cecilia hizo un saludo con la mano y se acercó.
– ¿Qué dices Marisol?

La mujer dejó por un momento su trabajo para contestar a la juez.
– Aquí con mucho trabajo ¿y tú? 

– Estoy en las mismas... –replicó Cecilia con un fingido ademán de desaliento.
– Sí, pero ¿qué haríamos sin nuestro trabajo?

Ambas sonrieron y Marisol le indicó con un gesto a Cecilia que la siguiera.

– ¿Qué te trae por los pisos de abajo? –preguntó mientras avanzaba hacia el cuerpo de un hombre y copiaba la ficha a sus
notas.

– Necesito un favor tuyo. Estoy investigando un caso relacionado con la muerte de Patricia Evans. ¿Sería mucho problema si
me prestas el expediente?
Marisol avanzó a otro cadáver y murmuró una maldición.
– No hay problema. –dijo, mientras destapaba el cuerpo y anotaba las características del joven en su block.– Pero la necesito
antes del sábado.
– El viernes a primera hora es tuyo. –contestó Cecilia tratando de calcular la edad del joven sobre la mesilla.
– ¿Qué le sucedió a éste?
Marisol volteó la cabeza del joven a un lado y le enseño el orificio que tenía en la parte posterior de la cabeza.
– UGH. –señaló con disgusto Cecilia.
– Así aparecieron este y otros dos. –dijo Marisol al tiempo que destapaba otro cuerpo.
– ¡Caramba era apenas una niña! –Cecilia se asombró mucho y no pudo evitar el recordar a Michelle.
– Así es, seguro le crearon problemas a la organización y los mataron, porque ninguno estaba registrado.

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Cecilia asintió asombrada ante el espectáculo que tenía ante sus ojos.
– Qué desperdicio de vida ¿verdad? –apuntó Marisol.
– Sí. –dijo tristemente Cecilia. 

– Me pregunto por qué lo harán. ¿Qué es lo que los impulsa a desperdiciar todo su tiempo, su vida, sus oportunidades por
una causa completamente perdida y sobre todo sin sentido?
Cecilia miró a los ojos de su amiga y contestó reflexionando para sí misma. 

– Yo también me lo pregunto. No entiendo que te puede llevar a tomar esa decisión. Pero supongo que no podemos saber
porque no tenemos ni idea de cómo sea su vida. 
– Sí, supongo que será eso. 

– A veces me pongo a pensar en lo que me sucederá cuando cumpla los 56 años, probablemente entonces me suenen más
congruentes sus razones. –dijo Cecilia en tono de broma. 
– Lo he pensado también, pero soy de la creencia de que todo lo que empieza tiene que terminar... y después de todo no
sería tan malo tener un descanso. –bromeó también Marisol.

Cecilia se encogió de hombros a pesar de sus dudas, la chica tendría la misma edad de Michelle, aunque su cabello era de
un tono más oscuro.

– Listo. Vamos a la oficina para darte el archivo. –dijo Marisol mientras se dirigía a la puerta. Cecilia fue tras su amiga, pero
se detuvo un instante al llegar a la puerta para ver el cadáver de la chica. Sería tan fácil cambiarlas...
14. 

Cecilia encendió su coche y lo sacó del gran estacionamiento. Se había quedado trabajando hasta tarde por lo que había
muy pocas luces prendidas. Pero a pesar de la oscuridad reinante no tenía miedo. Se sentía cómoda con el silencio que
reinaba a su alrededor. Tomó el rumbo de siempre con dirección al este de la ciudad. Lo único que se veía hacia delante era
la carretera. La intensa línea que dividía los carriles.
Era muy tarde por lo que no había tráfico, aunque de vez en cuando las luces de algún otro automóvil iluminaban la noche.
Cecilia gustaba de analizar su día mientras manejaba a casa. Por su mente pasaban mil cosas confusas. Alberto le había
informado que Michelle estaba enferma y que había pasado la mayor parte del día dormida. Su mente volvió a barajar la
idea de ayudar a la joven. Pero ¿cómo hacerlo? Lo que estaba pasando iba en contra de todos sus principios y creencias
hasta entonces. Por alguna razón ella sabía que se estaba metiendo en algo de lo que ya no podría salir. Era un viaje sin
retorno y Cecilia se preguntó si valía la pena traicionarse a sí misma por una desconocida. No necesitaba esa clase de
problemas en su vida...

¿En qué clase de persona se estaba convirtiendo? ¿Dónde estaba su objetividad de juez? ¿Adónde habían ido a parar tantos
conceptos que ella había defendido? Había refundido gente en un CCS por ir en contra de sus ideas. No podía estar
pensando siquiera en ello...
"Por si eso fuera poco, cambiarlas no es tan fácil como suena, Cecilia... No es como llegar y pasar como si nada. Si te
descubren dile adiós a todo lo que tienes, más que eso, dile adiós a tu vida. Tú, mejor que nadie, sabes bien lo que les
sucede a los traidores." dijo para sí misma.

El sonido del claxon la sacó de su ensimismamiento y su instinto la hizo mover el volante a tiempo para no chocar. El carro
pasó como ráfaga no sin antes dedicarle una canción nada amistosa a la juez. Cecilia se asustó mucho y sacó el carro al
acotamiento mientras se tranquilizaba. Su pulso estaba bastante acelerado. Después de un par de respiraciones profundas
decidió volver al camino. Pero sus ojos se toparon con el último retorno que quedaba. Era el momento de tomar una
decisión, podía pasar de largo y vivir su tranquila vida. Su pasmada, segura y bastante aburrida vida. O voltear y arriesgarse
a ser descubierta y probablemente morir en el intento.
Vivir segura o, probablemente, morir como aventurera... Sus opciones no eran demasiado alentadoras. Cecilia volvió a
prender las luces de su carro y lo encendió. Pisó el acelerador y siguió su destino. Ya sabría después si había tomado la
decisión correcta.
 continúa...
CRÓNICAS DE UN SUEÑO, tercera parte.

Por Rogue

15.

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Cecilia entró a su oficina por el conducto de ventilación y tomó un poco de tiempo para controlar su agitada respiración. Con
rapidez bajó las escaleras hasta llegar al primer piso y cruzó los largos pasillos que llevaban a la morgue. No podía insertar
su credencial de entrada sin quedar registrada así que trató de  meter una clave antigua de un conocido suyo que acababa
de morir. A Cecilia le parecieron interminables los segundos que el aparato receptor de la puerta necesitó para aceptar la
clave. Cuando la puerta se abrió Cecilia suspiró de alivio y se deslizó entre las camillas buscando el cuerpo de la joven. Se
puso unos guantes de látex  que encontró sobre la mesilla y siguió levantando sábanas hasta que dio con lo que buscaba.
Con agilidad inusitada, se puso el cuerpo al hombro y tiró cosas al azar. Por último, tomó un bisturí y forzó la cerradura. A
partir de ese momento tenía tres minutos para salir de allí.Con prisa fue hasta su carro y depositó a la joven en la cajuela.
Volvió corriendo y subió al segundo nivel donde estaban las celdas temporarias. Los pasillos del lugar parecían interminables
y el tiempo se le estaba acabando. Con desesperación, apresuró el ritmo y pronto llegó al lugar indicado. Silenciosamente se
acercó por detrás al único guarda que había allí y le golpeó con fuerza en la cabeza. La falta de seguridad no era extraña, la
única celda ocupada era la que Cecilia esperaba vaciar y nadie, que no fuera una juez que se había vuelto loca de repente,
arriesgaría su vida por una joven que no tenía la más mínima importancia o autoridad para la organización.

Cecilia llegó a la celda que ocupaba Michelle. La encontró inconsciente en el piso. A primera vista parecía estar dormida, con
esa belleza natural de los jóvenes y un aura de inocencia alrededor pero al acercarse, la mujer más grande pudo notar que
la joven estaba muy pálida y su respiración era entrecortada. La tomó en sus brazos y bajó con ella hasta el
estacionamiento. Con cuidado la metió en la cajuela y rogó en silencio para que Michelle no despertara hasta que todo
hubiera pasado. Cerró la cajuela y sacó un expediente de su maletín.
"Agárrate nena, porque esto va a doler" se dijo. Con rapidez, Cecilia se colocó frente a un pilar que adornaba el inmueble y
estrelló su cabeza lo más fuerte que pudo contra él. De inmediato todo se puso negro.

16.Lo primero que vio Cecilia al despertar fue el rostro preocupado de Alberto que de estar más cerca seguramente la habría
asfixiado. Por un momento no recordó dónde estaba. Había mucha gente y camillas cubiertas de sábanas blancas su
alrededor.
— Niño ¿qué haces aquí? ¿Dónde estoy?
— ¿No recuerdas lo que pasó?

Cecilia buscó en su mente y cuando se dio cuenta de que no había sido un sueño, que de verdad lo había hecho, por poco
cae en la inconsciencia de nuevo.
— Cecilia ¿estás bien? –preguntó Alberto muy preocupado.

— Sí, lo que pasa es que... No, nada... Sólo recuerdo que olvidé un expediente y volví por él y cuando salía de mi oficina,
alguien me tomó por sorpresa y me estrelló contra el pilar.
— Ese alguien liberó a la joven que encontramos con Patricia Evans.
— ¿Qué? –disimuló.– ¿Y ya lo atraparon?

— No, ni a quien la. –respondió Alberto con el típico tono preocupado que le hacía parecer un adulto consumado.
— Pero ¿tienen ya pistas? –preguntó con algo de ansiedad mal encubierta.

— Se está trabajando en ello, pero hasta el momento nada. Oye, despreocúpate de eso ¿sí?

"Como si pudiera" pensó Cecilia mientras hacía un intento de levantarse y el terrible mareo le impedía ponerse en pie.
— Ayúdame a levantarme. –exigió.

— ¿Segura estás bien? ¿No quieres que alguien te lleve a tu casa?

— No. –dijo Cecilia al tiempo que negaba decidida.– Estoy muy bien, si acaso algo mareada.
— Me sentiría mejor si alguien te acompañara... –insistió el niño.

— No, no te preocupes mami, te llamo al llegar a casa. –dijo Cecilia mostrando su más convincente sonrisa y se dirigió a la
salida.
— ¿Adónde va, juez?

La voz grave y penetrante llegó hasta los oídos de Cecilia que volteó con un gesto de cansancio y fastidio al descubrir quién
le hablaba. Su mirada, entonces, se encontró con Janeth Andrade, la novata de quien todos estaban hablando, una joven de
sólo veinte años que estaba destacando de manera increíble. Era una chica guapa... y tenía porte, demasiado delgada para
su gusto, pero interesante.
— A mi casa.
La joven empezó con un poco de tiento, "no quieres tener encima a esta mujer ¿verdad? Así que da un pequeño rodeito"
pensó antes de hablar.
— Me han encargado este caso y...
Cecilia interrumpió hastiada el numerito, se lo sabía de memoria puesto que ella misma lo había utilizado un par de veces,
cuando era hábil pero inexperta.
— ¡Vaya! –añadió sarcástica.– Me alegro por usted, pero necesito descanso.
"Vaya, vaya, tal como pensé no es más que una maldita alzada, pero ya me tocará cavar su tumba, juez".
— Necesito hacerle unas cuantas preguntas.

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— Entiendo. –dijo Cecilia pensando que esta joven no tenía la culpa de que ella hubiera echado a perder su carrera y tuviera
un cadáver y una fugitiva en su maletero.– Pero seguro podrá esperar a mañana.
— Tiene mucha prisa por irse...

"Ahora si la regaste, niñata de cuarta..."

— Si hubiera sido golpeada por un malhechor y hubiese estado inconsciente y tan adolorida como yo, créame, también usted
tendría prisa. Ahora, si me permite...

Cecilia siguió su camino sin dejar de renegar ante la insolencia de la joven, le caía brutalmente mal. Seguramente porque era
insistente y decidida, al igual que ella. Su reflejo en otros tiempos.
— Es muy extraño que alguien tan entrenado como usted haya sido golpeado con semejante facilidad... –dijo con sarcasmo.–
La tengo agarrada de... superior. ¿Cómo me contesta eso, eh?
Cecilia volteó y mostró su enfado disfrazado de aburrimiento y paciencia hacia la mujer más joven.

— Nunca lance su teoría al aire. Si yo fuera en verdad culpable de algo, ya sabría que me tiene en la mira y me prevendría.
Y, créame, tengo la experiencia necesaria para hacerla polvo.
Janeth se tragó el coraje y sonrió forzadamente.

— Gracias, todos los días se aprende algo nuevo.

Pero mientras observaba marcharse a la supuesta experta, se prometió a sí misma que un día llegaría a ser mejor que ella y
que iba a aplastarla.
17.Mercedes pensó en Jesús Daniel mientras recorría nuevamente las calles que la llevarían al cine. Llevaban ya unos dos
años de relación, si es que así podía llamarse lo que a ellos les unía, pero a Mercedes comenzaban a atemorizarle un poco
sus sentimientos. Últimamente le sucedía lo que nunca, cada jueves le daba un vuelco el corazón al pensar que volvería a
verlo y tenía que estar recordando continuamente que lo suyo no era más que un trato. Ambos eran un vehículo de
información para la organización y aunque para todos los demás fueran una pareja de novios común y corriente, en la
intimidad no eran más que un par de desconocidos que se habían juntado buscando el bien general.

Mercedes cedió ante la tentación de renegar de su suerte. La suya era una situación del todo injusta. Alguna fuerza invisible
le impedía intimar con quien por necesidad estaba y no podía buscar pareja en otro lado. No mientras la organización
siguiera requiriendo de sus servicios.

Al pasar por un almacén, Mercedes miró su reloj, llevaba quince minutos de adelanto y se permitió entretenerse viendo los
aparadores. Sabía que él llegaría cinco minutos tarde, era extrañamente puntual en su impuntualidad, cosa que Mercedes no
entendía.
Con coquetería revisó su maquillaje y se acomodó el cabello utilizando como espejo el reflejo que provocaba el vidrio del
aparador. "Lo volviste a hacer, Mercedes Leal", se reprochó a sí misma, "estás tratando de agradarle de nuevo ¿no es así?".
Le sonrió pícaramente a su reflejo y prosiguió su camino hacia el cine. A pesar del tiempo perdido en los aparadores, llegó
con unos minutos de anticipación que le permitieron entretenerse viendo los carteles de las películas anunciadas. Esa noche
le tocaba ver ‘Sueños indisolubles’. El título la desanimó un poco, ¿qué clase de película malsana se llamaba así?  La joven
deseó que hubiera alguna noticia importante que hiciera valer la tortura de ver una cinta como ésa.

Con no muchos ánimos, entró a la sala y ocupó el asiento de siempre en la fila número cuatro. Después de unos momentos
de revolver su bolso, encontró por fin un paquetito de pasas con chocolate y trató de relajarse un poco mientras esperaba a
su contacto. Pasaron los segundos y los pasas con chocolate. Mercedes comenzó a sentir un poco de sed, nada mejor que un
debate mental entre un té helado y una coca cola light para hacer tiempo pero entonces lo vio acercarse.
De inmediato se levantó y no pudo evitar que su rostro mostrara una sonrisa. Él se acercó y la abrazó tiernamente antes de
decir palabra. Mercedes se acomodó en los protectores brazos del hombre y se preguntó qué porcentaje de su actitud sería
fingida. Pero cuando el suave contacto terminó, su mente cambió de joven soñadora a atenta agente, lista para decodificar
cualquier mensaje implícito que pudiera mandarle él.
— ¿Cómo estás, amor? Te ves cansado.

— Tuve un día muy pesado en la oficina.

— Ha sido una semana muy estresante para todos.
— Sí, lo único bueno hasta ahora eres tú.
"¡Ohhh, Dioses! ¿Por qué tienes que sonar tan endemoniadamente dulce?" pensó la joven mientras apretaba con un poco
más de fuerza la mano de su acompañante. La dulzura del momento la envolvió y una vez más estuvo a punto de perderse
en su propia mentira. Pero un chispazo la volvió a la realidad.
— ¿Cómo sigue Krimkie?
— Mal, pero no quiero hablar de eso.
Mercedes asintió un poco sorprendida. N supo qué más hacer, así que comenzó a tamborilear sus dedos contra el asiento.
— ¿Sabes? –dijo él.– Hoy hubo un alboroto monumental en la oficina.
— ¿En serio? –preguntó la joven algo ilusionada porque todo tomaba más el rumbo de una cita.
— Sí, ayer desapareció la joven que se capturó con Patricia Evans.

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Mercedes sintió cada uno de los músculos de su cuerpo tensarse, algo estaba terriblemente mal. Ella tenía contacto directo
con Laila y con Selene y sabía que no había ningún plan para sacar a Michelle a la fuerza.
— Vaya, y ¿cómo logró escapar?

— Aún no se sabe, es lo que trae vueltos locos a todos en la oficina.

— ¿Y nadie vio nada? ¿Ni una pista? –preguntó con un tono desesperado que no se preocupó en fingir.

— No, la única persona que había en el sitio era Cecilia Varni, la juez que la estaba juzgando. Fue terriblemente golpeada. –
contestó él, poniendo tal énfasis en la palabra terriblemente, que si las cosas no estuvieran tan mal, Mercedes se hubiera
carcajeado.
— Uff, me imagino que debe estar terriblemente asustada. –dijo la joven con ese tono especial de las mujeres cuando
preguntan algo que no tienen interés en ver respondido.
— Lo curioso es que no pero bueno. Ella es una mujer muy tranquila y centrada. De hecho, de no ser por el golpe,
difícilmente podrías notar que tuvo un accidente.

Mercedes meditó un poco toda la información y deseó no haberse metido nunca en ese lío. Para entonces tenía ya la
seguridad de que Michelle estaba muerta. Lo acontecido no era más que un truco clásico del régimen para esfumar gente
indeseable. ¿Qué mejor que matarla y montar un teatrillo para culpar a sus propios compañeros de su desaparición?  Lo que
la joven no podía entender era porqué. ¿Qué les había provocado matarla? ¿Acaso habían encontrado al fin su parentesco
con Patricia?
La chica encontraba insoportable la idea de que Michelle estuviera muerta. En sus años en la organización había visto caer
mucha gente, incluso sabía que el riesgo de ser descubierta era grande. Hasta ahora todo lo había afrontado con valor. Pero
esto no, no Michelle. No su mejor amiga...

Cualquiera podría pensar que los veintisiete años de Mercedes nada tenían que ver con los diecisiete que ostentaba Michelle,
pero ellas iban mas allá de la edad y se divertían montones cuando estaban juntas. Su amistad había sido espontánea,
nacida de la nada hasta convertirse en un lazo invisible que las unía. Sus charlas mientras tomaban café eran memorables,
el tiempo pasaba como agua cuando lo pasaban juntas. De repente, las imágenes que miraba su mente empezaron a perder
color mientras que las de sus ojos florecían. El film había empezado y Mercedes se preguntó cuánto tiempo había pasado en
ese estado de shock. Jesús Daniel pasó su brazo alrededor de sus hombros y la apretó contra sí, como dándole a entender
que la apoyaba. Después, muy suavemente, acercó su boca a su oreja y le susurró.
— Sé cómo te sientes. Sólo recuerda que estoy aquí y te quiero.

"Dioses, que momento tan oportuno para una declaración amorosa" pensó la joven mientras veía los dulces ojos de su
acompañante. Ella necesitaba apoyo y él estaba ahí, como siempre había deseado.

18.Cecilia humedeció una vez más el paño en el agua fría. Lo exprimió y lo dobló cuidadosamente antes de colocarlo de
nuevo en la frente de Michelle. El rostro de la joven lucía demacrado pero aún así tenía un toque de inocencia, una chispa
característica.

La juez trataba inútilmente de calmarse. La muchacha había estado así desde hacía cuatro días, el tiempo que hacía que la
había sacado de prisión. Ahora se preguntaba si en verdad la había salvado. Su situación había empeorado en lugar de
mejorar ya que, al menos, en la celda le hubieran prestado atención médica. Ahora, lo único que ella podía hacer, era
colocarle compresas frías en la frente para tratar de bajarle la fiebre.

Cecilia repitió una vez más el procedimiento de humedecer y colocar el paño mientras trataba de entenderse a sí misma, de
arreglar el lío en el que se había metido. Aún no podía creer que las cosas le hubieran salido tan bien. Seguro que su suerte
había ayudado. Pero aún así el peligro de que la descubrieran seguía latente. ¿Qué sucedería si la joven despertaba cuando
ella no estuviera allí? La juez sudó frío con sólo pensar en la posibilidad. Se repetía una y otra vez que debía haberlo
meditado mejor, se había dejado llevar por un impulso y ahora toda su vida pendía de un hilo. Una vez más humedeció el
trapo pero esta vez lo colocó en su adolorida frente y miró a su reflejo en el espejo que tenía a su lado.

19.La mujer morena entró a la tienda departamental y tomó un carro de compras. Se lanzo a una búsqueda desesperada en
los anaqueles.
— Disculpa, –le dijo a una dependienta que acomodaba mercancía.– quiero un tinte para una amiga y no sé cuál escoger,
¿podrías ayudarme?
La trabajadora mostró una sonrisa poco usual en ella y procedió a explicarle un poco acerca de marcas pero frente a ella
encontró la misma cara de total ignorancia de la joven.
— ¿Qué estás buscando?
— Quiero algo que vaya... no sé, es que no es rubio ni rojizo. Es algo intermedio... La verdad es que no sé ni dónde
empezar a buscar. –declaró derrotada.
— Bien, sígueme y te buscaré algunos colores.
La dependienta le mostró tintes hasta que la mujer escogió el que más se acercaba al tono que necesitaba aunque no estaba
muy segura de que le sirviera y se marchó.
20.Un cuarto de hora pasó antes de que Cecilia notara una mejoría en la muchacha. La temperatura comenzó a bajarle y el
alivio inundó a Cecilia. No entendía porqué tanta preocupación por alguien que apenas conocía aunque más bien es que no
quería entender. Se engañaba a sí misma convenciéndose de que lo que la tenía así era la preocupación por sí misma, por
su futuro. Pero sabía bien que lo que la movía era algo que iba más allá de lo tangible. Había un lazo invisible entre esa
joven y ella. Podía sentirlo, casi tocarlo. Era como si, a pesar de no saber casi nada de ella, la conociera a fondo. Con ese
tipo de conocimiento que es posible sólo con la convivencia diaria. Esto le daba miedo, la confundía y no le permitía tener
paz.

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En un gesto de cariño, arropó a la joven antes de volverse a perder en el reflejo del espejo.

21.La mujer desnudó a la joven y le puso una vieja camisa suya antes de meterla a su cama. Se cercioró de que estuviera
bien y se desentendió de ella un poco para darle prioridad al cuerpo que tenía en la sala.

Lo desnudó también y lo metió en la gran bañera que tenía, para su comodidad. Fue a la sala y desempaquetó el tinte que
había elegido hacía apenas unas horas. Mientras caminaba al baño, se preguntó en que clase de persona se había
convertido. Tenía una convaleciente subversiva en la cama y una rubia muerta en la bañera. Definitivamente no era su día.

Con cuidado preparó el tinte y procedió a pintarle el cabello a la muerta. Después tomó unos guantes y comenzó a lavar el
cuerpo para tratar de borrar cualquier huella. Por último, la vistió con la ropa y cosas personales de la otra joven y esperó a
que oscureciera más para volver a salir.
22.El sonido del teléfono sacó a Cecilia del recuerdo. Con rapidez saltó de la silla donde descansaba y tomó el auricular.
— ¿Diga?

— Cecilia ¿cómo sigues?

— Hola niño, estoy perfectamente bien. El golpe ya no molesta, pero tengo un dolor de cabeza que siento que me va a
explotar.
— Deberías ir a que te recetaran algo.

— No, no es nada de cuidado. En un rato se me quitará.

— No deberías pasar por alto esas cosas, no vaya a resultar algo grave.
— Tú siempre preocupándote... –sonrió.– Pero bueno, ¿tú cómo estás?

— Muy bien también. Oye, –cambió el tono de su voz.– te llamaba porque casualmente escuché unos rumores por ahí, ya
sabes, acerca de Janeth Andrade... Parece que no le caes muy bien.
— Bueno, eso no es rumor. –dijo entre risitas Cecilia.– El sentimiento es mutuo, así que no me deprimo.
Alberto correspondió a la risa pero paró en seco y agregó preocupado:
— Sólo cuídate ¿sí? Esa chica puede ser un problema.

Cecilia no pudo evitar sentirse querida ante la evidente preocupación del niño y respondió con una sonrisa en los labios:
— Lo haré, no te preocupes.

Un pequeño silencio ocupó el espacio antes de que Alberto añadiera.
— Bueno, te dejo entonces, nos vemos mañana en la oficina.
— Hasta luego.

Cecilia colgó el teléfono  y se dirigió a su recamara. Echó un rápido vistazo a la joven y sacó un sarape. Lo echó sobre el
sillón y se acomodó en él. Había sido un día pesado, como los tres anteriores, así que en un momento cayó en los brazos de
Morfeo.

23.La mujer conducía por las oscuras calles de la ciudad. Tomó la desviación hacia la carretera y se alejó apenas unos
kilómetros. La vida nocturna entre semana era prácticamente nula. Ningún negocio abría tarde porque la mayoría de la gente
perdía 15% de productividad cuando se desvelaba y, por tanto, preferían hacerlo en días inhábiles. Cuando llegó a un paraje
desolado, bajó el cuerpo de la joven y lo depositó en la carretera con nervios, luego la roció con un las botellas de alcohol
que había comprado y tomó un cerillo. Se detuvo un momento horrorizada ante lo que iba a hacer pero no podía fallarse, no
ahora... después de todo no iba a dolerle. Antes de que pudiera arrepentirse, encendió de nuevo el cerillo y lo lanzó al
cuerpo. En un segundo, entró en el coche y se marchó sin voltear.
24.Cecilia despertó sudando, el cuerpo en llamas de la otra joven le estaba causando pesadillas diarias y el repetirse que
había sido por una buena causa no le estaba funcionando.
Como sea que fuera, su plan había resultado, los agentes inmediatamente supusieron que Michelle era la joven muerta y
como no era nadie importante, dejaron a un lado las investigaciones. Sólo la novata del primer día seguía en el caso.
En cuanto al cuerpo, las autoridades supusieron que el que había ayudado a Michelle, había sacado también el cuerpo para
enterrarlo ‘decentemente’.
Cecilia se convenció a sí misma de dormir, ahora más que nunca tenía que tener sus sentidos al 100%. Así que cerró los
ojos y trató de no pensar más. Ya se quedaría dormida.
25.Michelle abrió los ojos con la flojera que la caracterizaba desde su primer día de vida. Lo que vio a su alrededor la sacó
de balance. No reconocía el lugar donde estaba, todo era completamente extraño y aterrador. Por un momento, sintió ganas
de salir corriendo y gritar auxilio pero, afortunadamente, su instinto de conservación rebasó su miedo y se guardó el grito
para otro día más afortunado.

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Con cuidado salió de la cama en la que estaba y trató de orientarse. Estaba en un cuarto, un lugar bastante bien iluminado y
con una decoración en colores negro y blanco que cumplían cabalmente su misión. Nota mental "Michelle, toma nota del
decorador". En la esquina había una especie de mueble lleno de libros y papeles en perfecto orden, a la derecha un pequeño
ventanal que daba a un jardín. En el centro del cuarto, la cama, lo bastante amplia para que tres personas extendidas
durmieran cómodas; al frente de ella, un poco a la derecha, se encontraba un closet lleno de ropa, lo cual la hizo tomar
conciencia por primera vez de lo que vestía. "¡Wow! Michelle, menos mal que decidiste no salir corriendo o hubieras dado el
gran espectáculo" se dijo porque lo único que la cubría era una vieja y desteñida camiseta, "la favorita de mamá supongo"
pensó dando por sentado, por las pistas que se veían cada tres pasos, que el cuarto en el que estaba pertenecía a una
mujer.
Todo alrededor era lindo pero le faltaba vida, "chispa" pensó Michelle que no podía encontrar la palabra correcta para
describir lo que estaba viendo. Era elegante, serio, bonito pero carente de espíritu. "Es... sobrio, sí, definitivamente sobrio es
la palabra correcta. Bien, nena, basta de decoración. Si queremos salir de aquí vas a tener que encontrar algo con qué
vestirte. ¡Demonios! ¿Cuándo cogí la costumbre de hablar conmigo misma?" pensó sonriendo.
La chica se acercó al closet y con sumo cuidado sacó un par de pantalones de pana, que descubrió muy tarde que le
quedaban muy holgados, después tomó una camiseta de color verde que decidió que sentaría bien con sus ojos, el que
estuviera buscando escapar y con peligro de morir, no podía dejarla ir fuera de moda, después de todo era solo una
adolescente. "¡Dioses! Podría nadar en esto." pensó la chica mientras buscaba algún par de tenis que le quedaran lo
suficientemente apretados para no dejarlos en cada paso que diera. Súbitamente la chica se topó con un espejo y sólo
porque su situación era de sumo peligro no se carcajeó de sí misma. "Parezco un payaso".

De repente se oyeron pasos al otro lado. <las neuronas de Michelle comenzaron a funcionar a mil por hora esperando
encontrar algo que la hiciera salir de ahí pero de ya. El ruido se oía cada vez más cerca y la joven optó por esconderse.
"Dioses, no puedo creer que no haya encontrado un lugar mejor", se fastidió a sí misma agazapada bajo la cama.

La puerta se abrió y Michelle cerró los ojos con la esperanzada ilusión de que si ella no veía, nadie podría verla tampoco.

La reacción de Cecilia al ver la cama vacía fue de pánico. ¿Cómo había salido? ¿Desde cuándo? Comenzó una frenética
búsqueda en el closet, el baño, tras las cortinas. La desesperación comenzaba a hacerla su presa cuando decidió mirar
debajo de la cama. Se sabía tonta por mirar en un lugar tan obvio pero su desesperación era tanta que no le importó.
Encontró a la chica con los ojos fuertemente cerrados, completamente encogida, como si tratara de ocupar el menor espacio
posible.
Suspirando con alivio tocó su hombro para llamar su atención. El tenso silencio que había en el cuarto fue roto por el grito
de sorpresa que emitió Michelle. El grito sorprendió también a Cecilia que, en su intento de levantarse, se golpeó con el
soporte de la cama. "Genial... si este mes no me descubren y me matan, me muero por golpes crónicos a la cabeza".

 Las dos mujeres se miraron a los ojos de manera inquisitoria, una buscando respuestas y la otra tratando de explicar algo
que ni ella misma entendía.
— ¿En dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí? –preguntó la rubita con gesto adusto.
— Estás en mi casa, el porqué es una larga historia.

— No sé porqué pero sospecho que tengo todo el tiempo del mundo.
— "h... sí, bueno, sucede que ya no estás presa. –balbuceó Cecilia.

— ¿Qué? ¿Me encontraron inocente? –preguntó la joven alzando sus cejas en actitud sorprendida.

— Ah... bueno no, no exactamente. Sucede que... lo que pasa es que... bueno yo... te saqué a la fuerza. –fue capaz de decir
Cecilia finalmente.
"¡De ninguna manera!" pensó Michelle, "algo muy raro esta sucediendo aquí. Así que ten cuidado con lo que dices".

— ¿Quieres que crea que te echaste a todo el régimen encima sólo para sacarme? –la joven sonrió cínicamente mientras
negaba con la cabeza.– Soy joven pero no idiota, no voy a tragarme esa...

Cecilia sintió la tensión de esos días correr por todo su cuerpo. Muy pocas veces se había sentido como ahora, a punto de
perder el control de sí misma.
— Escucha, sé que es difícil de creer pero tienes que confiar en mí si quieres salir de ésta.
La rubia sopesó un poco las palabras y luego contestó:
— Cualquiera que sea tu jueguito no voy a seguírtelo.

La cara de la morena se contrajo de rabia y frustración y antes de tomarse un tiempo para pensarlo, tenía a la joven contra
la pared.
— Escúchame bien, niñita. Vas a tener que creerme. Mi carrera, ¡mi vida! está en juego y no voy a permitir que un insano
error, provocado por un estúpido ataque de conciencia, eche a perder todo.
Los ojos atemorizados de la chica la miraron desde su arrinconada posición y la razón comenzó a devolverle la tranquilidad.
— Quédate aquí, no te muevas y no hagas ruido hasta que yo vuelva del trabajo ¿entendiste? –la rubia sólo atinaba a
seguirla mirando.– ¿¡Entendiste!? –repitió en un tono más fuerte, consiguiendo sacarle un leve sí a la chica.– Bien, puedes
moverte por toda la casa con tranquilidad, pero no salgas por ningún motivo. Si te da hambre toma algo del refrigerador,
traeré algo más cuando vuelva.
La puerta se cerró detrás de ella dejando a Michelle agazapada en un rincón. No había sido un buen comienzo.
26.Mercedes entró a la casa sin saludar, lo que sorprendió mucho a Laila. Estaba acostumbrada a la característica efusividad
de su amiga y no le gustó el hecho de que la pasara de largo. ¿Le habría hecho algo sin haberse dado cuenta? Pronto puso
de lado esa opción porque conocía desde hacía muchos años a Mercedes, ella no era de ese tipo de personas. La siguió hacia
la sala mientras pensaba que Mercedes quedaba más con la filosofía de la comunicación ante todo, siempre dando esos
pequeños y adorables discursos acerca de decir "te quiero".  Laila jugó con la idea de ver a Selene en esa pose y sonrió para
sus adentros. Era más probable que reinara la paz.

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— ¿Qué sucede, Mercedes? –preguntó Selene estirándose desde un sillón de la sala.
Mercedes ahogó un suspiro y miró a los ojos de la muy alta mujer.

— Siéntense ambas porque... lo que tengo que decirles es muy importante y... de cierta manera es... ¡dioses!

La chica comenzó a llorar y el ambiente se puso tenso. Laila hizo que se sentara y la envolvió en un cálido abrazo.
— ¿Qué te sucede, Mercedes?

La joven intentaba inútilmente hacerse entender entre sollozos, así que Laila decidió dejar de presionar e hizo un gesto a su
compañera para que hiciera algo. Selene se removió incómoda en su asiento. Ese tipo de situaciones no eran fáciles para
ella. Hubiera querido tener el don de Laila de poder consolarla pero sin  saber qué hacer, se dirigió a la cocina. Laila hizo un
tremendo gesto de exasperación cuando vio a Selene de vuelta con un vaso de agua. Dejó por un momento a Mercedes y se
plantó frente a la mujer.
— No me refería a esto.

— Lo sé, pero ¿qué quieres que haga?

— Nada, sólo quédate ahí paradota. –respondió enojada mientras devolvía su atención al sillón.

— Ten, toma un poco de agua para que te tranquilices. –le dijo al tiempo que se preguntaba porqué Selene era tan incapaz
de mostrar lo que sentía. "Es cuestión de abrirse un poquito, eso es todo. Pero es una terca. No le costaría nada mostrarse
como realmente es, pero en cuanto se encierra en su concha, nadie la saca" pensaba.– ¿Ya estás más serena, Mercedes?
— Sí, gracias.

— ¿Y bien? –dijo Selene uniéndose a la plática.– ¿Qué es lo que sucede?

 Mercedes se lo pensó antes de decirlo en voz alta, tenía la impresión de que mientras no se lo dijera a nadie no sería algo
real. El decírselo a las chicas le estaba costando trabajo.
— Michelle está muerta.

La faz de Laila cambió por completo al tiempo que preguntaba:
— ¿Por qué piensas eso?

— Me lo dijo JD, bueno no exactamente. Dijo que el régimen la reportó como desaparecida.

— ¡Desaparecida! ¡Pero si nadie aquí ha movido un dedo para sacarla! –gritó Selene.– No puede estar desaparecida.

Laila comprendió de pronto lo que Mercedes trataba de darles a entender. El encontrarse con la verdad le resultó doloroso,
tenía demasiadas cosas en mente pero decidió ponerse el "automático", como ella llamaba a ese estado en el que ponía sus
sentimientos de lado y se volvía fría.  
— ¿Quién más tiene esa información?
— Sólo ustedes, JD y yo.

— Bien, todo debe quedarse de esa manera, no nos podemos dar el lujo de desanimar a más gente en la organización.

— ¡Por todos los dioses, Laila! ¿Es que nunca dejas de pensar en la maldita organización? –gritó Selene.– ¡Es Michelle de
quien estamos hablando aquí! ¡Es casi tu hermana! Y en lo único que puedes pensar es en que no te puedes dar el lujo de
desanimar gente.
Mercedes comenzó a sollozar suavemente mientras Laila volteaba con furia para responder.

— Alguien aquí tiene que pasar de ser visceral y, obviamente, no vas a ser tú, así que déjame hacer mi trabajo y haz el
tuyo. –dijo molesta.– Es por Michelle que estoy haciendo esto. Por ella y por Patricia y por Ililiana, Marcos, David, Martha,
por todos esos que están muertos. Si dejo caer la organización ¿de qué demonios habrá servido?
— Si me hubieras permitido ser "visceral" y haber sacado a Michelle cuando te lo propuse, no estaríamos aquí. Krimkie
estaría viva y lo sabes. ¡Así que no me vengas con tus sermones de tranquilidad!
Laila cruzó la mejilla de Selene con una sonora cachetada. Toda la tristeza y la furia reunidas en su brazo. Sus ojos se
encontraron con los de su compañera, esta vez llenos de odio y frustración.
— Nunca, ¡nunca vuelvas si quiera a mencionar eso! –dijo antes de salir dando un portazo.
Mientras corría calle abajo Laila lloraba su error. Sabía que era su culpa y no podría perdonarse nunca el no haberse
arriesgado. Por eso le había dolido tanto que Selene se lo gritara. Justo ahora, cuando más dolía. Ella no quería comportarse
así, como si no le afectara. Pero era su obligación. En sus hombros recaía ahora la responsabilidad de mantener la
organización a flote, no podía darse el lujo de llorar y quejarse por más que lo quisiera. Después de todo también era
humana, también le dolía que su amiga ya no estuviera ahí. Y por si nadie lo había notado, no podía cometer errores. Tenía
que seguir fría porque sus malas decisiones mataban gente. Ya lo estaba comprobando.

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Continúa...
CRÓNICAS DE UN SUEÑO, cuarta parte.

Por Rogue

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27.Michelle llevaba ya viviendo en ese lugar un par de semanas. La casa de la juez era espaciosa y de cierta manera
espectacular. El primer día que despertó estaba tan asustada que no salió del cuarto para nada pero poco a poco comenzó a
tomar valor y a salir cuando Cecilia no estaba en casa. La chica disfrutaba en especial de una especie de biblioteca que la
juez tenía en el último cuarto de la casa. Desde que la descubrió, Michelle pasaba horas embobada con la colección de
títulos que llenaban los estantes. Era una manera de escapar de su confusión, de su realidad. Con ello podía tener paz y
tranquilidad mental por un momento. Cuando leía todas esas historias se sentía transportada a otros mundos. Las palabras le
brindaban alegría y la conducían por caminos extraños y maravillosos. Por un momento pensó en lo gratificante que debía
ser poder provocar lo que ella sentía al leer esas historias. Pero se negó prontamente a la idea. Ella no tenía ese tipo de
habilidades. Se conformaba con pasar los días descubriendo nuevos mundos a través de las páginas de un viejo libro. En la
actualidad era anticuado tener libros como estos, en especie. Era más fácil almacenarlos en un libro portátil que pesaba y
ocupaba el lugar de uno y contenía por lo menos diez. Pero Michelle encontró que disfrutaba mucho más el sentir las hojas
pasar por sus dedos. Así sentía más suyas las palabras.
Su estómago comenzó a gruñir de disgusto así que la joven se dirigió a la cocina y tomó agua caliente de la cafetera, le
añadió un poco de azúcar y lo revolvió. Después tomó un lonche semi preparado del refrigerador y lo calentó en el horno. La
joven tenía mucha hambre, lo cual no era extraño por las mañanas. En realidad no era extraño a ninguna hora.

La chica se movía conocedora por toda la casa. Y pronto le dio por pensar en lo extraño de su situación. Se había habituado
muy rápido a la casa, como si hubiese estado ahí desde siempre. Y mientras Cecilia no anduviera rondando por ahí se sentía
casi contenta. La verdad era que la presencia de la juez le imponía y a pesar de todo el tiempo que habían estado juntas,
rara vez hablaban más de un par de escuetas frases. La mujer mayor siempre parecía ausente y alejada. No era que a
Michelle le importara que la juez no le prestara atención se dijo a sí misma "lo que pasa es que me intriga".
Le dio un sorbo al café y con disgusto comprobó que aun estaba caliente. Dejó por un momento sus pensamientos de lado y
llenó un vaso más grande con hielos para luego vaciarle el café. De nuevo probó el líquido y esta vez su temperatura fue
satisfactoria. Michelle sonrió un poco al recordar los escandalosos gestos de Mercedes la primera vez que la vio tomar café
frío. Los líquidos calientes nunca le habían gustado demasiado. Los disfrutaba de vez en cuando como los días de mucho
frío. Pero en general tenía predilección por la refrescante sensación de un líquido helado a través de su garganta. Y, bueno,
adoraba el café y vivía esperando con ansia el día en que alguien inventara el café instantáneo frío.

Cuando el lonche estuvo por fin caliente tomó su desayuno y se dirigió a la biblioteca de nuevo. Estaba atrapada por una
novela antigua llamada Destino. Desde que había comenzado a leerla se había sentido zambullida en el estilo narrativo de la
autora. Le hubiera gustado vivir en ese tiempo, en ese lugar lleno de misterio y emoción. Lo que ella hubiera dado por haber
podido protagonizar alguna de esas aventuras. Pero no, su vida estaba rodeada de aburrimiento. Por un momento se
preguntó qué clase de persona podría escribir algo como eso. El libro estaba firmado por alguien llamado Genix, "un nombre
nada común" pensó Michelle al tiempo que deseaba haberle conocido. "Seguro que fue alguien espectacular". Por las marcas
especiales en el libro sabía que era una lectura restringida. Algo que el régimen había considerado "exaltaba ideales confusos
a la población", eso le añadía un toque especial de misterio. Michelle se concentró en las palabras una vez más, en apenas
unos segundos se olvidó del mundo entero.
28. El ceño de Alberto se frunció al notar que por tercera vez en el día Cecilia estaba perdida en su mente. La chica era del
tipo introvertido pero algo raro le estaba pasando. El niño se preocupó por su amiga, no podía evitarlo.
– Y luego las ranas se murieron y el tipo con alas de murciélago...¡Cecilia!, a ver si me pones más atención.

– UH –reaccionó la juez.– Lo lamento Alberto... –dijo al tiempo que ponía cara de inocencia.– Es sólo que tengo un par de
cosas que hacer en casa y no veo la hora de irme.
El niño reaccionó sorprendido ante la respuesta.

– ¿Quieres que crea que TÚ, doña no–puedo–estar–sin–trabajar, quiere irse a casa? –Dijo el pequeño acentuando sus
palabras con gestos exagerados y el movimiento de sus manos.– Creo que ese golpe en la cabeza te afectó más de lo que
todos pensamos.
– Puede ser que sí... –contestó Cecilia al tiempo que sonreía.

Alberto notó que la juez no diría más, así que cambió la conversación.
– Dime ¿has tenido más problemas con la juez Andrade?
– No, al parecer se olvidó por completo de mi existencia.
– ¿Tú crees?

Cecilia exhaló con indiferencia.

– No lo sé, pero mientras no esté estorbándome todo está bien.
Alberto seguía con interés cada palabra y gesto de la juez. Desde el día del accidente sentía que algo había cambiado. Era
como si Cecilia pensara cada una de sus palabras antes de pronunciarla. Como si estuviera escondiéndole algo. El niño barajo
la posibilidad de que la juez hubiese tenido que ver con lo sucedido aquella noche. Pero nada tenía sentido. Si ella hubiese
sido parte del complot ¿para qué golpearla? Cecilia no necesitaba nada más de lo que ya poseía. Era exitosa, carismática y
no tardaría mucho en llegar al primer nivel. En cinco o seis años estaría lo más arriba que se puede estar. No tenía caso
echarlo todo a perder. El niño se avergonzó de sí mismo por dudar así de su mejor amiga. Ella era de convicciones reacias,
no tenía dudas como él, que muy en el fondo lamentaba la muerte de la joven rubia no por la pérdida de información sino
porque le había tomado simpatía. Tal vez algo más. La cabeza comenzó a dolerle y pensó en tomarse la tarde libre, después
de todo Cecilia iba a hacerlo. Podrían ir a dar un paseo juntos o ver una película en casa.
– Cecilia ¿tienes planes para la tarde?
– Sí, creo que voy a darle una vuelta a mis muebles y a dormir veinte horas seguidas, necesito descanso.
"O, por supuesto, puedo quedarme en mi casita..."
– Creo que también me iré a mi casa, con suerte y por fin acabo ese juego de vídeo que compré hace seis meses...
– En tal caso apurémonos a terminar esto.

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– Un cargo extra a que termino primero. –la retó Alberto.

– Dos cargos a que te gano por media hora. –contestó Cecilia.
– Es un trato. –y ambos volvieron sonrientes al trabajo.

29.Mercedes y Laila tomaron asiento en el privado que habían reservado unas horas antes. Siempre que alguna de las dos
tenía un problema iban ahí y charlaban hasta encontrar o una solución o por lo menos desahogo. Esta vez fue Laila quien le
pidió a su amiga encontrarse "Mercedes es la persona más confiable del mundo" pensó Laila, "puedes decirle cualquier cosa
y siempre te escucha". Era ese tipo de persona que parecía imán para las confidencias. Simplemente era muy fácil
desahogarse con ella y tener la seguridad de conseguir un buen consejo aunado a comprensión y apoyo.

El mesero llegó con dos tazas de café y Laila dio un sorbo a la suya mientras pensaba que de las diez últimas veces que
habían ido, diez habían sido por ella. Y es que cuando se trataba de tener problemas Mercedes parecía inmune. Nunca se la
escucharía decir que necesitaba ayuda o que se sentía mal. Laila, en el fondo, deseaba ser como ella aunque fuera un
poquito más. Pero simplemente no podía, ella tenía que comentar sus problemas en voz alta. Por eso le impresionó tanto el
verla llorar el día que supieron de la muerte de Michelle. El ver derrumbarse las paredes en las que Mercedes escondía sus
miedos y debilidades le provocó una extraña mezcla de sentimientos. Por un lado una enorme ola del mismo alivio que le
provocaba a Mercedes llorar. Por otro la incertidumbre de lo que vendría luego, la manera en que su amiga afrontaría el
después de su derrumbe emocional. Pero Mercedes volvió a construir sus paredes y a olvidar el momento a tal grado que
Laila llegó a pensar en haberlo soñado. Quizá su dolor la había hecho delirar. Sus recuerdos de ese día estaban nublados por
sus sentimientos. El piloto automático no le había funcionado bien.
– Laila, disculpa que interrumpa tu interesado escrutinio del bordado de las cortinas del salón pero el café se nos está
enfriando.
Laila intento sonreírle a su amiga pero su estado de ánimo sólo le permitió una mueca algo agria.

– Perdón, estoy tomando ánimos para empezar, tú disfruta que sabes que cuando comienzo ya no puedo parar...

Mercedes sonrió para sus adentros porque sabía que era cierto. Su amiga hablaría, reflexionaría y saldría con los ojos rojos o
paz interior. Bueno, por lo menos con el mejor consejo que ella pudiera darle. 
– Vamos niña, –dijo mientras le guiñaba un ojo. – ¿qué te sucede?

"Ésta es mi entrada" pensó la joven mientras arreglaba un mechón de su largo cabello que le había caído a la cara.
– ¡Dioses no sé como empezar, IDEM...

Mercedes se preocupó un poco más al escuchar el podo con que ambas se identificaban en sus años de adolescencia.
Haciendo un recuento rápido, rememoró la última vez que había oído ese Idem y se acabó de preocupar... Fue cuando Laila
le confesó que se había unido al régimen.
– Sucede que... No sé, Idem... –añadió la joven sin saber por dónde empezar. – Todo se me ha venido encima. En un
momento pasé de ser una joven alocada que se une más por rebeldía que por convicción a una organización y a ser la jefa
de ésta. Con todas las malditas responsabilidades que esto conlleva.
– ¿No estás segura de querer seguir en la organización? –Preguntó Mercedes poniéndose en esa modalidad objetiva que
siempre utilizaba cuando escuchaba a alguien.

– ¡NO! –Contestó la chica un tanto desesperada. – No es eso. Sé que entré por las razones equivocadas, pero ahora tengo la
seguridad de estar en lo correcto. Es sólo que la transición ha sido un tanto brutal... A veces siento que no puedo lidiar con
ello.
 Mercedes la escuchaba atentamente y asentía de vez en cuando, ya no como acto reflejo sino porque últimamente algo
similar le ocurría a ella. Esa sensación de llegar al fondo y querer subir sólo para descubrir que se puede estar aún más
abajo.

– Para colmo –continuó Laila. – todo me ha venido junto, siento que no puedo respirar. En un segundo matan a Patricia y mi
mayor responsabilidad es Michelle. Luego la asesinan a ella también y tengo que sacar a flote a todo el grupo cuando no he
salido yo misma y tengo mil y una presiones... –La voz de la joven se quebró y sus lágrimas se liberaron cayendo al compás
amargo de sus palabras. – Y todo esto me está separando cada vez más de Selene... Ya ni si quiera me habla. No entiende
que mis decisiones muchas veces no son lo que yo deseo, sino lo que ayuda más a la organización. ¡¿Y cómo chingados voy
a saber qué es correcto!? ¡Con un demonio, sólo soy humana! Sólo soy...  –Laila se dio un momento para controlarse y
añadió: – Sólo soy una joven cuya vida se está destruyendo poco a poco y no tiene la oportunidad de desmoronarse porque
mucha gente depende de ella.
Mercedes sintió un nudo en la garganta al ver su situación reflejada en su amiga. Por un tortuoso momento sintió la
necesidad de desahogarse ella también. De reflexionar y salir con los ojos rojos. En ese momento tan importante de
intimidad y apertura de su amiga hacia ella se sentía traidora a la promesa de sinceridad hecha a su compañera, a su Idem.
La confusión comenzó a rondarla de nuevo pero ella decidió huir una vez más y le habló a su amiga con la voz dulce que ella
misma necesitaba mientras construía el muro que resguardaba su corazón.
30.Cecilia detuvo el auto en la cochera de su casa y respiró hondo antes de entrar. No tenía ni la más mínima idea de cómo
ayudar a Michelle. De hecho no sabía ni qué hacer con ella. No podía mantenerla toda la vida encerrada. La pobre se estaba
muriendo de aburrimiento. Además ella había vivido sola toda su vida, no era fácil tener un duendecillo alrededor todo el
tiempo.  "En realidad es mi culpa" pensó Cecilia, "la pobre ni ruido hace y procura ni moverse cuando estoy en casa".  En
cierta manera eso era lo que más la desesperaba: se había arriesgado a sacarla para devolverle la confianza, la sonrisa... y,
por lo menos cuando estaba con ella, la chica parecía una tenue sombra de la joven valiente y apasionada que ella había
conocido. 

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Con estas cosas en mente Cecilia bajó del carro y se introdujo rápidamente en la casa. Atravesó el pasillo principal y se
dirigió a la pequeña oficina que había acondicionado. El lugar era bastante cómodo. Un cuarto decorado por completo en
colores blanco y negro, que provocaban una sensación de tranquilidad que a ella le agradaba mucho. Se sentó en el amplio
sillón de piel y se descalzó sintiendo de inmediato la sensación de alivio en sus cansados pies. Cecilia observó por un
momento su escritorio y descubrió con agrado que la decoración quedaba muy bien. No había pensado en que quedara
bonito, simplemente compró cosas que la hacían sentir cómoda y el resultado había sido bastante bueno. El único punto en
contra es que la mayoría de las veces, tal como ahora, se sentía tan a gusto que más que trabajar descansaba.
Reclinó su sillón y lo giró un poco a la derecha. Allí tenía un enorme ventanal desde el que podía observar un costado del
jardín.  La visión le sacó una sonrisa. Michelle estaba enfrascada en la lectura, recostada boca abajo en el pasto. La juez se
hundió en el sillón y se dedicó a estudiar a la chica. A cada momento de la lectura la joven cambiaba de gesto como si
estuviera viviendo el relato. Y cada determinado espacio de tiempo se quitaba de la cara un mechón rubio que siempre
terminaba por volver al sitio inicial.

Cecilia seguía entretenida observando a la rubita que ahora reía entusiasmada por algún detalle chistoso de la lectura. Era la
primera vez desde que la había rescatado en la que la veía sonreír. A través de ese cristal la joven lucía diferente,
exactamente como Cecilia la había imaginado. Risueña, inocente y con una sonrisa capaz de deslumbrar al mundo. O por lo
menos de hacerla feliz a ella. "¿Hacerla feliz?"... La juez frunció las cejas ante la idea. Inesperadamente Michelle dirigió su
vista hacia ella atrapándola en la actividad de observarla. Sus ojos estuvieron a la misma y en la profundidad de la mirada la
joven morena sintió un escalofrío de conocimiento. Como si fuera usual el mirarle, como si siempre lo hubiese hecho. Apenas
se sostuvieron la mirada unos segundos pero pareciera que el momento había sido eterno.
Cecilia esbozó una sonrisilla y Michelle le contestó levantando la mano a manera de saludo para luego devolver su mirada al
libro un tanto turbada por lo extraño del momento. Cuando volvió a mirar hacia la oficina, la juez ya no estaba.
La rubia clavó su mirada en las letras pero lejos de leer se preguntó qué sería de su vida de ahora en delante. Se había
librado de un CCS para caer en otra cárcel. Bueno, no es que fuera un mal lugar para estar encerrada, más que todo a ella
le afectaba la soledad. Siempre había estado rodeada de amigos. Le hacían falta las pláticas, las risas y las demostraciones
de cariño. Patricia como jefa de la organización no le daba muchas concesiones, las reglas que ella seguía eran igual de
estrictas que las de los demás.  Pero como madre siempre tenía un abrazo o una mirada que le hiciera sentir mejor.
Seguramente por eso se había sentido tan bien al ver sonreír a la juez. No que le importara ella en sí, más bien necesitaba
un gesto amable de quien fuera.
– ¿Michelle? –dijo la juez que apareció cual fantasma tras de ella. –¿Por qué no entras a la casa? Está haciendo un poco de
frío y puedes enfermarte.

Tal vez era la necesidad urgente de sentirse querida pero la rubia encontró en las palabras de la juez un tono preocupado
que le resultó familiar. Así que asintió con la cabeza y caminó junto a la juez hasta llegar a la casa, sintiéndose por primera
vez cómoda con la presencia de la otra...

31.Janeth colocó dos pesas de 20 kilos para ejercitarse. Se recostó en el aparato, afianzó las piernas y soltó las trabas
permitiendo que el peso cayera sobre su cuerpo. La sensación de resistencia le encantaba. Respiró hondo y extendió las
piernas impulsando el peso hacia arriba.  "Uno... Tengo que encontrar alguna pista..." Mientras pensaba contraía y expandía
las piernas otra vez  "dos... Estoy segura que hay algo más detrás de este caso. Nunca antes me había fallado el sexto
sentido, debe haber algo que esté pasando por alto. Siete... Se me está acabando el tiempo y no encuentro nada nuevo, las
cartas están sobre la mesa pero aún no les descubro sentido alguno." La cuenta de la joven llegó a 15 así que trabó de
nuevo el aparato y subió la medida de resistencia otros cuarenta kilos. Repitió todo el procedimiento y comenzó a contar de
nuevo. 
Para Janeth el hacer ejercicio le permitía un alza en la concentración. Y sí quería encontrar algo a este caso tenía que poner
los cinco sentidos al máximo. ¡Y cómo quería desenredar este misterio! Tan sólo pensar en la carrera destruida de Cecilia le
provocaba satisfacción. Esa tipa era una traidora, de eso estaba segura. Y se había metido con ella de manera personal. La
había humillado frente a todo el equipo de investigaciones, eso nunca iba a perdonárselo.

La cuenta llegó por fin a quince y Janeth repitió una vez más el procedimiento de agregar resistencia al aparato y colocarse
en posición. Estaba orgullosa de su físico, no cualquiera levantaba 160 kilos. Mientras tomaba un ritmo constante, su
pensamiento voló hacía los papeles en su oficina. Pareciera que su cuerpo y mente trabajaran al mismo tiempo. Y así
mientras la cuenta iba pasando, un gesto conocedor iba esparciéndose por su cara. Al llegar a 30 su sonrisa ya era completa.
32. Cecilia miró con flojera la papelería en su escritorio y suspiró como preámbulo para iniciar el trabajo. Trató de
concentrarse pero la extraña mirada que le dirigía Alberto la sacaba de quicio. Por primera vez se sentía muy incómoda con
ella.
– Cecilia... –Llamó Alberto. – ¿Desde hace cuánto tiempo estás en la organización?
Todos los sentidos de la juez se encendieron y su instinto la hizo ponerse alerta. Sin embargo su cara no mostraba diferencia
alguna.
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Crónicas de un sueño

  • 1. CRÓNICAS DE UN SUEÑO, primera parte. Por Rogue 1.Cecilia se armó de valor y decidió que iría en contra de las reglas por una vez en su vida. De un golpe apagó el estruendoso despertador y trató de volver a dormir pero después de cinco insanos minutos de dar vueltas en la cama se dio por vencida, su cuerpo no se permitía la libertad que su alma anhelaba. Con gesto aburrido comenzó la rutina de siempre: levantarse, vestirse, café y un par de huevos para desayunar. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Desde que el mundo había adoptado el nuevo régimen la vida de todos los humanos estaba prácticamente planeada de principio a fin. Cecilia tenía apenas un vago recuerdo del mundo antes del Régimen. En ese tiempo tenía tres años y en su mente quedó congelada la imagen de sus padres sentados sobre el pasto mientras reían divertidos. El ligero viento que movía de un lado a otro el cabello de su madre, los dientes blancos de su padre mientras sonreía, el azul del cielo. Había tanta libertad en sus movimientos que Cecilia guardaba ese vídeo mental como su más grande tesoro y anhelo. Le dolía sin embargo recordar a sus padres, por su edad ya eran inútiles para el régimen y estaban recluidos en un Centro de Concentración para la Senectud, el CCS. El Régimen dividía la existencia humana en tres fases: la fase NECESIDAD, que cubría desde el nacimiento hasta los trece años; en este tiempo el régimen proveía a los individuos de todo lo necesario para el desarrollo y la educación, era en esta etapa en la que se decidía que aptitudes tenía uno para servir a sus congéneres. La segunda etapa abarca de los catorce a los cincuenta y cinco años y es la frase PRODUCTIVA: en ese momento uno trabaja sin cesar para el régimen que, de igual manera, proveía de lo que necesitara el individuo. Dependiendo del estatus, el Régimen aportaba ciertas compensaciones. La última etapa era la llamada DEPENDENCIA y abarcaba desde los 56 años hasta la muerte. En esta última fase la productividad del individuo decaía por lo que ya no era lo suficientemente valioso como para mantenerlo en la vida activa... A Cecilia le hubiese gustado poder visitar a sus padres más seguido, pero el dedicar tiempo a los improductivos era muy difícil, había que acumular 12.000 horas de trabajo y tener una producción sobresaliente. Después de un sonoro suspiro Cecilia decidió que bastaba de autocompasión. Ella menos que nadie podía quejarse del Régimen. Desde su etapa necesidad había sido privilegiada, sus dotes de mando unidos a su inteligencia y destreza física la habían situado en el casi inalcanzable grupo de los elegidos para trabajar mentalmente. Cecilia no podía decir que le gustaba su trabajo, pero lo prefería al aburrido e idiotizante trabajo manual. Por lo menos ella tenía variedad. Con pereza encendió su automóvil. Éste era uno de los innumerables beneficios que conllevaba ser un trabajador de estatus superior y, en definitiva, el coche era algo que Cecilia apreciaba de sobremanera. No es que los servicios de transporte comunitario fueran malos, de hecho estos eran bastante buenos, pero Cecilia disfrutaba mucho la sensación de poder y privacidad que le permitía conducir su coche. Mientras transitaba por las calles del lugar, comenzó a pensar en los últimos tres casos que tenía que resolver: el primero era un caso de rutina, un hombre que estaba a punto de llegar a la dependencia y era su deber elegir su campo de concentración basándose en su producción y estatus. Un caso de rutina, fácil en general  pero tedioso sobremanera, demasiada papelería. El segundo era un poco más complicado: una acusación de traición que le llevaría un buen de tiempo investigar y concluir. En este caso no sólo iba en juego la vida del acusado sino la de sus posibles cómplices. Por último el caso que más intrigada la tenía: una adolescente con los suficientes cargos como para ser mandada a un CCS. En toda su vida Cecilia sólo había sabido de otro caso como este y el cargo habían sido intento de homicidio contra un superior de alto estatus. Esta mocosa debía ser un verdadero dolor en el trasero para haber llegado a sus manos, pero ya tendría el suficiente tiempo para arrepentirse. Con un poco de más ánimo bajó de su auto y se dirigió a su oficina. 2.Alberto recorrió rápidamente los pasillos mientras recibía las usuales miradas minimizantes de sus compañeros de trabajo. A pesar de lo usual de la actitud, Alberto comenzó a sentirse muy molesto, su físico no tenía nada que ver con su elevada capacidad mental, él era mucho más inteligente y capaz que la mayoría de los que trabajaban allí, sin embargo sus congéneres lo seguían mirando hacia abajo y, si no fuera por su alto estatus, ni si quiera le hablarían. – Alberto, date prisa, no tenemos todo el día. –la voz profunda de Cecilia sacó de su ensimismamiento a Alberto. – ¿Cómo va tu día, Cecy? – Todo bien, ¿qué tal el tuyo niño? –Alberto sonrío ante la pregunta. Cecilia era la única persona que conocía que hacía que la palabra niño sonara como un término respetuoso y cariñoso a la vez. – Bien. ¿Qué tenemos para hoy? – Una tercia de casos pero tengo dos semiresueltos. Necesito que me ayudes con una acusación de traición. – Muy bien, ¿tienes los papeles? – Si, puse algunas anotaciones mías en los márgenes, a ver si te son de ayuda.  – ¿Tienes algún veredicto ya? – Me temo que culpable, pero no quiero mandar a nadie a un CCS sin revisar todo una vez más. – Bien. ¿Nos vemos a las 11:00 a.m. para revisarlo? – A las once está bien. Ahí te veo niño. Aunque Alberto no lo aceptara, le gustaba que Cecilia le dijera niño. En ciertamanera le hacía sentir querido y protegido. Él
  • 2. estaba muy orgulloso de su independencia pero había ocasiones en las que decidir mandar a un hombre a un CCS era demasiada presión para sus nueve años. A veces le hubiera gustado tirar el trabajo a la basura e irse a jugar a la pelota. Pero la mayor parte del tiempo se sentía agradecido de no tener que estar en algún aburrido instituto.  Con un poco de flojera empezó a revisar los papeles, la mayoría eran recibos de compras extras. A Alberto no le cabía en la cabeza que el hermano fuera tan tonto, todos los recibos eran de tiendas del sector tres y seguía un patrón de compras demasiado fácil de rastrear. Todas las compras eran de artículos básicos como comida y jabón, cosas totalmente innecesarias puesto que el Régimen proveía todo. En su mente comenzó a maquinar posibles salidas para esas compras, la regularidad era semanal así que Alberto abrigó la esperanza de que el acusado estuviera recibiendo una clase de visita de manera regular, lo que explicaría su necesidad de comida extra. Su corazón se aceleró a medida que los minutos y las hojas pasaban, la información en contra se basaba en la comida extra y Alberto comenzó a formar un caso base de defensa pero el brillo de sus ojos se apagó cuando leyó la primera nota de Cecilia: "Patrón de gas utilizado casi idéntico, ninguna alza significativa". VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L 3.El hombre de cabello oscuro caminaba a un paso rápido por las calles de la ciudad, se sabía seguro bajo su fachada de hombre de negocios pero su nerviosismo le hacía voltear de vez en cuando en las esquinas. Con la aprehensión de quien esconde algo, se cobijó detrás del ala de su sombrero y aceleró el paso un poco más. No podía comprenderse a sí mismo, había caminado por ese lugar cada jueves desde hacía 10 años y siempre sentía la misma excitación mezclada con miedo que hacía que la adrenalina fluyera a chorros por su cuerpo. De repente un saludo lo sacó de balance: un viejo conocido de su anterior trabajo. El hombre sentía su corazón latir más rápido de lo normal pero con aparente tranquilidad montó una pequeña y cortés conversación con su conocido, no podía darse el lujo de verse apresurado y nervioso, cualquier pequeño error podía costarle los próximos años de su vida en un CCS. Cuando por fin pudo retomar su camino, el hombre se preguntó qué sería de ellos cuando la noticia que llevaba se esparciera por el grupo. Su excitación creció cuando el grande y luminoso anuncio apareció ante él. Se metió la mano a la cazadora y sacó unas monedas. La mujer de la taquilla lo reconoció de inmediato y le pasó una entrada sin preguntarle nada. El hombre tomó el trocito de papel y siguió su camino hacia la sala número dos del cine. Ni siquiera sabía qué película iba a ver pero siempre tenía la precaución de quedarse dos funciones por si alguien le preguntaba algo del film. Rápidamente tomó asiento en la fila número cuatro, junto a la bella joven que le esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Poco a poco la sala comenzó a llenarse y el bullicio se hizo más fuerte, con los típicos sonidos de la gente haciendo comentarios mientras se acomodaban en sus butacas. El hombre se preparó y comenzó a jugar su papel.  – Hola mi amor, ¿hace mucho que esperabas? –la joven negó con la cabeza mientras añadía. – Apenas unos minutos... –con aparente alegría e inocencia fingida la joven preguntó:– ¿Cómo está la pequeña Krimkie? El hombre sonrió al escuchar el nombre en clave con que la organización se refería a Michelle. Todos estaban muy preocupados por ella, Michelle era un tanto la hija de todos. Trató de quitar toda emoción de su voz al responder. – Por desgracia está muy enferma.  El ceño de la joven cambió de inmediato y el hombre creyó por un momento que iban a descubrirlos pero la joven se serenó rápidamente y preguntó con preocupación, esta vez sin fingir. – ¿Está muy enferma? – Me temo que sí. – Por favor, dime que no la internaron... –dijo la joven casi en un suspiro. Los ojos del hombre se oscurecieron al responder. – Lamentablemente sí. Y el problema es que el doctor no es muy paciente con los niños. La joven entonces perdió su valor y comenzó a sollozar suavemente.  – ¿Puedes hacer algo? ¿Pueden cambiar de doctor? – No puedo hacer nada. Es el mejor médico. La película empezó y ambos se vieron obligados a sentarse. – Por favor avisa a la familia. La joven asintió con la mirada tristes mientras volvía sus ojos hacia la cinta que corría ante ella. Este golpe iba a impactar de formas inimaginables a la familia, ya la afectaba a ella. Michelle era el último recuerdo de la autoridad que tenía Patricia. La muerte de Patricia había sacudido la organización desde sus cimientos pero todos tenían la esperanza de que Michelle hubiera logrado escapar. Ahora sabía que no era así y que la posibilidad de salvarla era nula. La joven se sintió agradecida de que la cinta fuera un tanto triste, así podía llorar sin que los demás sospecharan o vieran mas allá de una tonta sentimental que lloraba con las películas. El hombre pasó su brazo por detrás de la joven que estaba a su lado. Sabía por la confusión que estaba pasando. Él mismo había sentido cuando se enteró la sensación de zozobra y el desánimo. Pero Patricia hubiera deseado que siguieran adelante. Krimkie lo hubiera deseado también... 4.Michelle se sentía asfixiada en el cuarto que desde hacia tres días había sido su morada. El lugar no era ni siquiera pequeño, una habitación de unos cuatro por cuatro metros y no era un lugar oscuro, pero lo que realmente volvía loca a Michelle era sentirse encerrada, el saber que no podía hacer lo que deseaba, el hecho de que hubieran coartado su libertad.  Desde que Michelle había tenido uso de razón, su madre le había hablado del concepto "Ser libre". En un principio Michelle no entendía porqué tenía que ser diferente de los demás niños, porqué no podía ir a la escuela y, en cambio, tenía que vivir escondida siempre. Pero en cuanto el velo de la niñez se corrió, Michelle comprendió que Patricia tenia razón, que era importante tener la opción de decidir, aún si era para mal propio. A veces se preguntaba cómo era posible que la gente no sintiera la necesidad de ser libre pero siempre recordaba las palabras de Patricia.
  • 3. – Nadie puede extrañar lo que no ha tenido. El recordar a Patricia le trajo lágrimas a los ojos. El volver atrás la mirada y encontrarse rodeada de gente que no preguntó antes de apretar el gatillo. Patricia y Michelle habían hablado mucho sobre la posibilidad de que esto pasara, pero para Michelle todas esas palabras no habían sido suficientes para superar el ver a su madre morir frente a ella, para lidiar con la culpa de haber hecho caso a sus ojos suplicantes que le pedían que fingiera indiferencia al verla caer. No había servido de nada. Estaba encerrada igualmente y sabía que iban a condenarla. Michelle deseó haberla abrazado y besado una última vez... Pero por lo menos habían sido sus ojos los últimos que Patricia había visto. Patricia había sido más que una madre para ella, fue su mentora, su amiga, incluso su cómplice, nunca la trató como a una niña, le hablaba como una persona y era cariñosa y comprensiva, le enseñó que había que luchar por los ideales a cualquier precio, incluso si éste era la muerte. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L El aburrimiento amenazaba con matarla, así que decidió hacer un poco de ejercicio. Después de todo no podía permitirse un mal físico al morir... Por primera vez en tres días Michelle río de su propia broma, por lo menos no había perdido el buen humor.  5.Alberto se dirigió apresurado a la oficina de Cecilia, llevaba cinco minutos de retraso y odiaba de sobremanera el ser impuntual. En un instante llegó a su destino y llamó a la puerta. – Pasa niño, la puerta está abierta. Alberto entró y se sentó frente a Cecilia. Era una rutina que ambos tenían bastante ensayada, revisar una tercera vez un caso que les pareciera importante era costumbre para los dos. La mayoría de las veces ambos estaban de acuerdo y la junta sólo servía para ampliar sus informes con la visión de algún detalle que uno de ellos hubiera pasado por alto. Pero a Alberto le gustaban estas reuniones porque al acabar el trabajo ambos se quedaban hablando acerca de cualquier cosa. Para Alberto, Cecilia era en cierta manera su única familia, la única persona en quien podía confiar y darse el lujo de portarse de forma infantil sin que se le perdiera el respeto.  – Odio interrumpir tus pensamientos niño pero quiero empezar esto antes de que me gane la flojera y no hagamos nada. – ¿Algún día dejaras de decirme niño? –preguntó Alberto con un fingido suspiro de exasperación.  – Sí. –respondió Cecilia mientras recibía la mirada de completo asombro de Alberto– Cuando me vuelva una loca radical e intente acabar con el sistema. Ambos rieron mucho, la última persona en este mundo con vistas a ser traidora era Cecilia. Su carrera era intachable y todo hacía suponer que llegaría muy alto. Alberto sabía que era todo un honor que ella le hubiera escogido como su pareja de trabajo a pesar de su edad e inexperiencia, pero también sabía que día a día él mejoraba su trabajo y por lo menos trataría de no decepcionarla nunca.  – Bien empecemos con esto: ¿encontraste algo nuevo? Alberto abrió su carpeta y procedió a mostrárselo a su compañera. – Acerca del sujeto en específico no, sólo acomodé la información de manera que sea más fácil de comparar, lo interesante está en esta belleza. –dijo mientras le pasaba otra carpeta a Cecilia– Pedí los registros de todas las tiendas donde este hombre compró extras y encontré al menos tres patrones de igual regularidad: al parecer toman turnos. Cecilia le echó una ojeada a los archivos y apuntó. – Hiciste un muy buen trabajo niño pero ¿por qué tanto interés en este caso? – Demasiado tiempo libre. –replicó Alberto con una sonrisa– ¿Quién es esa mujer? –preguntó al ver la foto de una mujer alta de cabello castaño y ojos verdes. – Ésta –dijo Cecilia señalándola con su pluma– es la dama que nos ha hecho tener trabajo a diario. –Con voz burlona y ademanes exagerados prosiguió:– Te presento a Patricia Evans. Alberto sintió un escalofrío al escuchar el nombre: Patricia Evans era quien había iniciado el movimiento en contra del sistema. El Régimen la tenía fichada desde hacía veinte años pero nunca había conseguido una fotografía de ella, sus subalternos la protegían con su misma vida. Alberto la miró con admiración, incluso en la fotografía podían notarse sus dotes de mando. Esa mujer, a sus 18 años, había conseguido organizar una rebelión en contra del Régimen. Muchas veces Alberto se había preguntado cómo lo habría logrado, pero ahora al ver su foto entendía muchas cosas: esa mujer tenía ese aura de poder que impulsa a la gente a confiar en uno, la mima energía que desprendía Cecilia al caminar. – ¿Cómo lograron esa foto? – La tomaron hace 3 días, antes de capturarla. – ¿Quieres decir que está ya en manos del Régimen? – Lo estuvo por menos de medio minuto, intentó escapar y tuvieron que matarla. – Entonces los rebeldes estarán acabados. – Eso es lo extraño: parece que la influencia de esta bruja sigue funcionando aún después de muerta. – ¿Por qué estas tan molesta? Cecilia respiró profundamente y volvió a sentarse. – ¿Se me nota tanto? Supongo que me molesta que gente sin escrúpulos como ésta se lleve entre los dedos a los jóvenes.
  • 4. – ¿A qué te refieres? – A otro caso que tengo: encontraron a una mocosa de 17 años con "doña Patricia". Voy a mandarla a un CCS. – ¿¡Así sin más!? –replicó Alberto– ¿Ni siquiera vas a hacerle un juicio? – No lo amerita, sería perder el tiempo con un caso cuya solución no puede ser más que culpable. – Pero tiene 17 años... –apuntó Alberto. – Sí pero lo mismo hubiera hecho con alguien de 20 o de 3. No podemos permitirnos otra Patricia Evans. – Menos mal que no fuiste tú quien juzgó a mis padres –añadió Alberto con tono amargo– o yo estaría desde los 2 años en un CCS por un crimen que no cometí. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Duro y al blanco, pensó Cecilia al mirar al pequeño a los ojos. – ¡Dioses! Está bien, le concederé una audiencia. El chico esbozó una sonrisa y Cecilia se regañó a sí misma por ser tan blanda. – Odio cuando te pones así. –La sonrisa de Alberto acabó de florecer. – No más de lo que yo odio que me llames niño. 6.Cecilia suspiró una vez más al ver la enorme carga de trabajo que tenía esa semana, una veintena de casos la estaban volviendo loca. Más que casos difíciles eran trabajo de mucha papelería y trámites tediosos, nada peor para Cecilia que adoraba la investigación. El intercomunicador sonó y Cecilia se apresuró a contestarlo con una maldición, justo ahora que estaba inundada de trabajo. – ¿Diga? – Señorita, traemos a la chica del caso Evans. ¡Demonios! Se había olvidado de ella por completo, en mala hora sucumbió a los pucheros de Alberto.  – Háganla pasar. La puerta de su oficina se abrió para dar paso a dos oficiales que guiaban a una joven. Cecilia tuvo que contenerse para no abrir la boca, la joven era todo menos la loca rebelde que creyó que iba a encontrarse. No parecía estar asustada, la miraba directa con sus profundos ojos verdes, con el cabello hasta los hombros de un intenso color que iba del rojo al rubio. Cecilia se preciaba de ser intimidante pero esta chica no se dejaba guiar por su magnificente apariencia y hasta parecía sentirse cómoda con ella.  – Siéntante. –ordenó con la típica voz seca que usaba con los acusados. La muchacha obedeció de manera que impresionó a Cecilia, no de forma sumisa como solían hacer los más cobardes, ni de manera rebelde como hacían los radicales, simplemente se sentó. – ¿Cuántos años tienes? Michelle miró a los hermosos ojos azules de la mujer que tenia enfrente y contestó con tranquilidad. – Diecisiete. Durante toda su estancia en la especie de aislamiento en el que la tuvieron desde la muerte de su madre, había imaginado mil veces a su juez. Había oído muchas historias acerca de viejos gordos y sosos que acosaban durante el interrogatorio o brujas que ni preguntas hacían, pero nunca de una joven alta y atlética de ojos azules que, de no ser por su actitud altiva, hubiera podido hasta caerle bien. – ¿Cómo te llamas? La pregunta sacó a la pequeña rubia de balance, por un lado las ganas de gritar con orgullo su nombre, por otro la responsabilidad de no dejar caer la organización. – Michelle. –respondió sin vacilar.  – ¿Michelle qué más? –preguntó Cecilia impaciente. – Michelle a secas. – No vas a ganar nada ocultándome tu nombre y encubriendo a tus cómplices. – No es cuestión de cuánto voy a ganar sino de tratar de perder lo menos posible. – Sí, sí, cuéntame una de vaqueros. ¿Qué relación sostenías con Patricia Evans? – Éramos amigas. –contestó la joven sin añadir más. – ¿Qué tan amigas? – ¿Siempre eres así de seca? – No, sólo cuando trabajo. ¿Qué tipo de relación tenias con Patricia Evans?
  • 5. – Era mi maestra. – ¡Por dios! ¡A otra con ese cuento! ¿Qué te puede enseñar esa bruja? –apuntó Cecilia perdiendo la calma. Michelle miró en la dirección que señalaba la mano de Cecilia sólo para ver la foto de su madre. Su enfado estuvo a punto de llegar al límite, ¿quién era esta estúpida cuya máxima aspiración era ser encerrada en algún lugar decente, para atreverse a hablar siquiera de su madre? La llama de la furia encendió el pozo de odio que Michelle llevaba por dentro pero los ojos de Patricia la miraron desde la foto recordándole sus palabras:  <<– Michelle, no puedes ir por la vida explotando contra quien no piensa como tú, tienes que calmarte, ponte a su nivel. – Pero mamá, tú me has enseñado a defender lo que pienso. – Defender no es sinónimo de pelear. Los que gritan y vociferan generalmente defienden algo de lo que no están seguros, por eso alzan la voz, para no permitirle a sus oídos oír las razones del otro...>> VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L – A ser libre. –respondió Michelle. – Si, te enseñó muy bien, supongo que ahora te sientes libre como las palomas. – Si –declaró la joven captando la atención de Cecilia. – Por dios niña, ¡te lavaron el cerebro! ¿Qué clase de libertad tienes aquí?. – La libertad no tiene que ver sólo con el cuerpo sino con la mente. Es tener opciones, poder decidir. – Y ¿qué clase de decisión puedes tomar tú? –le gritó Cecilia.– Las decisiones las tomo yo. YO decido qué pasa con tu vida a partir de aquí. – Decido no lamerte las botas para tratar de salvarme, decido no ir en contra de lo que pienso y sobre todo, decido NO ser una mujer que se cree lo suficientemente capaz de manejar la vida de los demás. Las palabras golpearon como un balde de agua fría a Cecilia, ¿quién era esta joven que era capaz de hacerla dudar? Cecilia no creía en sus razones, sin embargo y a pesar de sí misma la admiraba, le asombraba el hecho de que defendiera sus puntos de vista así. Después de un momento de quedarse sin réplica, Cecilia apuntó. – Por consideración a tu edad voy a darte el derecho a una segunda oportunidad de una entrevista. Espero que para entonces hayas pensado más las cosas y te muestres más dispuesta. – Esperas demasiado de mí. Cecilia tomó el intercomunicador y llamó a seguridad para que se llevaran a la joven. Michelle se levantó tranquilamente y se dirigió a la puerta donde la esperaban los guardias. – ¿Tengo derecho a un último deseo?. – ¿Qué quieres? – ¿Podría quedarme con la foto? En un momento de consideración Cecilia tomó la foto y la acercó a las manos de la joven. Una sonrisa iluminó el rostro de Michelle y extendió el brazo para tomarla pero en el momento de tratar de cogerla Cecilia encogió el brazo y sonríó con ironía. – ¡Ups! Mala suerte... La acción provocó la risa de los guardias y Cecilia esperó la reacción de coraje de la joven rubia pero en su lugar recibió una mirada de completa desilusión y tristeza por parte de Michelle. La joven parecía estar a punto de llorar. Los guardias la apuraron a marcharse y Cecilia se quedó de nuevo sola en su oficina. Volvió a su asiento y trató de retomar el trabajo pero los ojos tristes de la chica la perseguían. Cecilia se preguntó porqué le había dado una segunda cita a la chica, no había duda de que era culpable. Le costaba aceptar que quería verla una vez más. En realidad se había dado a sí misma una segunda oportunidad para escuchar sus ideas de libertad. Sonaban bien después de todo. Cecilia suspiró, la chica se veía tan frágil y desprotegida que ella había sentido la necesidad de cuidarla y hacerla reír de nuevo. ¡Demonios! Lo último que necesitaba era sentir culpa.  continúa...
  • 6. CRÓNICAS DE UN SUEÑO, segunda parte. Por Rogue 7.En la esquina del iluminado cuarto podía verse la figura de Michelle recargada sobre sus rodillas. La joven estaba deshecha. ¿Qué le costaba darle la fotografía? A ella no iba a servirle, ¿para qué iba a usarla?. Para separar las hojas de un libro o para tirar dardos cuando mucho. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L La rubia comenzó a llorar, sus lágrimas resbalaban por sus mejillas y se dispersaban en la tela de sus pantalones. La joven abrazó sus piernas con más fuerza, se sentía sola y desamparada. Antes de la muerte de su madre todo había sido tan fácil. Seguir sus ideales en un lugar donde todos estaban de acuerdo con ella no tenía ciencia. Hablar de libertad era natural y todos sus preceptos y estudios parecían ser lo mejor, prometían acabar con todas las barreras. Pero ahora, rodeada de gente que no estaba de acuerdo con ella se sentía sin fuerzas y sus sueños comenzaban a parecerle absurdos e inútiles. En teoría todo le había sonado tan fácil... Un sonido fuera del cuarto interrumpió sus pensamientos. ¡Por ningún motivo iba a mostrarse débil ante sus captores! 8.Alberto mostró sus credenciales al celador y caminó por el pasillo, la curiosidad acerca de la chica lo estaba matando, tenía que conocerla, hablar con ella, preguntarle por qué se había arriesgado de esa manera. Al llegar al cuarto respiró profundo y empujó la pesada puerta. Michelle se limpió las lágrimas y observó al pequeño que entraba con rapidez. ¡En qué demonios había pensado antes!. No podía rendirse, no cuando allá afuera había locos que encerraban niños en un cuarto. ¡Pelearía!, defendería sus principios con todas sus fuerzas y moriría con dignidad, pero antes se encargaría de que la organización siguiera, como lo habría querido su madre... – Buenas tardes. –comenzó Alberto con formalidad.– Soy el juez Alberto. Estoy aquí para entrevistarla.  Michelle levantó una ceja con sorpresa. Definitivamente tenía que controlar su desbordada imaginación, bueno, al menos le había levantado el ánimo.  Alberto suspiró y tomó aire para empezar la retahíla de preguntas pero antes de que pudiera hablar la rubia lo interrumpió. – Michelle, sí, a secas, no, no voy a delatar a nadie, sí, creo en la libertad de decidir, no, no me importa morir tan joven y sí, conocía a Patricia Evans.Alberto no pudo reprimir una carcajada, esta chica era fenomenal, cualquier otro ya estaría soltando nombres y lloriqueando. – Creo que deberías respirar mientras hablas.  – Alberto volvió a sonreír y prosiguió, definitivamente la chica le caía bien. – Estoy aquí de manera extraoficial.  – Sí, claro y mi madre es Patricia Evans. –replicó Michelle. Le encantaba la ironía de engañar con la verdad. – No lo dudaría por un minuto, tienes sus mismos ojos verdes. La sonrisa se borró del rostro de Michelle, pero el pequeño pareció no notarlo. – Sólo quiero saber si conociste a David y Martha Rosales.  – ¿Para qué quieres saberlo? Alberto imaginó las mil y una excusas que podría poner pero algo en su interior le dijo que lo mejor sería la verdad. – Eran mis padres. – Eso no puede ser. –dijo Michelle con incredulidad pero después de darle otra mirada al niño añadió:– ¡¡No puedo creerlo!! ¿Mardo? Alberto reconoció el apodo. – ¿Cómo sabes eso? – Por Dios, yo te conocí cuando eras una mini bola, fui yo quien te apodó mardo para molestar a tu mamá. El recuerdo de sus padres cambió el ceño de Alberto. – Entonces tal vez tú puedas responderme. ¿por qué fueron unos traidores? A Michelle le entristeció escuchar el tono de voz agrio en el niño. Por un momento llegó a pensar que el pequeño era parte de su mundo, que era quien ella recordaba pero ahora notaba que no era así. El niño que ella conocía ya no existía, ahora era Alberto, un juez con ínfulas de saberlo todo igual que la extraña de ojos azules. – David y Martha fueron excelentes personas que no tenían miedo de defender sus ideas, ante todo eran mis amigos y como veo que tú no vas a cambiar tu opinión mejor me guardo lo que pienso.
  • 7. – Háblame de esos traidores, ¡merezco saber por qué! – ¡No! Tú ya has juzgado sin conocer, no sabes nada de ellos. Te mereces el no saber nada. Michelle se volteó hacia la pared dándole la espalda al niño que se había quedado sin nada que decir. Alberto entendió que para la joven la conversación había terminado y se salió del cuarto, ya habría otra oportunidad... 9.Laila miraba por la ventana las estrellas que iluminaban la noche. Aspiró una vez más el aire fresco y trató de no preocuparse más por Selene. "Ya llegará", pensó, "siempre llega...". La noche comenzaba a refrescar y Laila decidió cerrar la ventana antes de pescar un resfriado. Con flojera se tiró en la cama y cerró los ojos. Estos días habían sido muy estresantes para todos. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Con una sonrisa observó la foto recargada en su buró. Un día de campo al que Selene y ella habían asistido juntas. A Laila le dio un poco de risa la diferencia de altura. Selene medía casi un metro ochenta. Era una mujer muy atlética, siempre se había preocupado por su físico. Ese día vestía pantalones deportivos y un top corto que le permitía mostrar su trabajado abdomen. "¡Es una lucida!" pensó Laila con una risita mientras miraba el contraste que hacía el rojizo cabello de Selene con su larga y oscura cabellera. Laila con trabajos había podido llegar al metro con cincuenta y tres centímetros y aunque no tenía la detallada complexión de su compañera, se preciaba de tener un buen físico. Sin embargo, lo que más llamaba la atención y hacía voltear dos veces a un par de extraños al caminar era su porte. Esa aura de misterio que la rodeaba al caminar y la hacía verse a un nivel superior al resto de los mortales. El sonido de la llave en la cerradura devolvió la tranquilidad a la joven. – Laila, ya llegué. – Tardaste horrores, me tenías muy preocupada. – Lo siento, es que me quedé con los otros revisando papelería para tratar de encontrar una manera de sacar a Michelle. – ¿No tenemos oportunidad con la juez? ¿Qué han averiguado? – El informe del cine es correcto: la juez, una tal Cecilia, es la típica joven estrella del régimen, no hay manera de pasarla a nuestro bando. – ¡Maldición! ¡Tenemos que sacarla! No podemos permitir que se pudra en un CCS. – Mira, si todo falla he estado pensando que... que puedo arriesgarme a sacarla por la fuerza. – ¡No! Selene ni lo pienses. – Puedo hacerlo, estoy segura. Probablemente alcancen a ficharme pero Krimkie estará a salvo. – No puedes hacerlo. ¡Entiende! – Escucha, sé que si me fichan es probable que lleguen a ti también, pero si Patricia logró vivir abajo, tú y yo podremos, no debes tener miedo. – ¡Eres estúpida o te estoy hablando en chino! Selene, me vale un cacahuate el que me descubran, incluso el perder la vida. Es un riesgo que decidí correr al unirme. Pero la organización hay que mantenerla a flote y definitivamente me importas tú. No voy a permitir que te arriesgues de esa manera. La mujer más alta miró con cariño a su compañera y se encogió de hombros. – Selene prométeme que no vas a hacerlo. –presionó Laila. – Lo consultaremos más tarde ¿sí? –ofreció como respuesta Selene. – Promételo. –insistió una vez más. – ¡Está bien, está bien! Prometo olvidar mi fabulosa idea... –replicó Selene mientras se dirigía a la cocina renegando y le gritaba desde la puerta.– ¿Estás contenta ya? Laila sonrió para sus adentros. Sí, estaba feliz, Selene nunca le había roto una promesa. 10.Cecilia miró la pose pensativa de Alberto. Desde hacía diez minutos estaba perdido en su mente. – Niño. –dijo Cecilia– ¡Niño! –subió un poco su tono de voz.– ¡Alberto! –gritó metiéndole un buen susto al pequeño.– ¿Qué té pasa? ¿Por qué estás tan pensativo? – Nada, no es nada. Cecilia hizo un gesto de exasperación ante la respuesta, lo conocía lo suficiente para saber que algo lo estaba molestando. – Y ¿exactamente qué clase de nada es la que te tiene así? El niño estiró sus cortas piernas y pensó un poco su respuesta. Al final, como siempre, decidió que podía confiar en Cecilia y respondió. – Fui a ver a la joven que encontraron con Patricia Evans y me dijo unas cosas que me dejaron pensando. "Vaya" pensó Cecilia, "así que no soy la única que ha quedado impresionada por la pequeña rubia". – Y ¿qué te dijo que te tiene así? – Que no tenía derecho a juzgar a mis padres.
  • 8. – Alberto, ¿qué querías que te dijera? Ella misma es una traidora, le conviene hacerte dudar. – Lo extraño es que la sentí sincera, no intentó convencerme de nada. De hecho se negó a hablarme y... He estado pensando que tiene razón, ni siquiera sé en qué contexto vivieron mis padres. Los rechacé antes de intentar conocerlos. – Oye niño, no te juzgues tan duro. Has vivido en 9 años una cantidad de cosas que seguramente muchos no vamos a vivir. – ¿Te puedo pedir un favor? – Claro que sí. –respondió con convicción Cecilia. – Quiero estar presente en la próxima entrevista. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L 11. Los guardias levantaron a Michelle. "¡Genial!" pensó la chica, "el día que puedo concebir el sueño estos estúpidos me despiertan para interrogatorios". Todavía semidormida caminó rodeada de guardias por los estrechos pasillos del lugar. Le molestaba mucho esta procesión, todos los trabajadores se giraban para verla con curiosidad y a ella le chocaba ser el centro de atención. Se había acostumbrado a ser casi invisible para la sociedad y las miradas constantes sobre ella la hacían sentirse vulnerable. Estaba también un poco mareada, no había tenido mucha hambre estos últimos días... Sin embargo se sintió un poco aliviada al notar que la llevaban a la misma oficina de la vez anterior. Por alguna extraña razón se sentía mejor al saber que estaría otra vez con la extraña de ojos azules... Cecilia se asombró al ver de nuevo a la joven: estaba ojerosa y se veía cansada. Sus hombros se inclinaban hacia abajo. Una imagen muy diferente a la que mostraba la primera vez que la vio. La juez se sintió asqueada de ser en parte culpable del cambio en la muchacha. ¿Quién era ella para arrebatarle la alegría a la chica?. Cecilia se sentía confundida, ¿por qué se estaba sintiendo culpable? ¿Por qué no quería hacer su trabajo? ¿Qué tenía esta joven que no tenían los demás?. Michelle contuvo las ganas de vomitar y pasó a la oficina. Empezaba a sentirse muy mal y necesitaba sentarse. Si hubiera tenido la suficiente energía habría saltado de alegría cuando la morena le indicó con un gesto que tomara asiento. – Veo que tienes una actitud más sumisa. Me alegra. Michelle levantó su cara hasta encontrarse con los fríos ojos de la juez. Cualquier otro día hubiera contestado algo mordaz. Pero se detuvo y le hizo caso a su sexto sentido. No solía fallarle, al menos no demasiado y ahora le decía que la mujer enfrente fingía ser dura pero que había algo mas detrás. – ¿Puedo al menos saber su nombre? Era algo justo, pensó la juez, yo sé el suyo. – Cecilia. Pero llámame juez. A la rubia le dolió el tono hiriente de la morena. Estaba harta de ser pasiva, estaba enferma, cansada y con ganas de mandar todo al cuerno. – No voy a decirle de ninguna manera, simplemente quería ponerle un nombre a la imagen de mi odio. – Deberías moderar tu lenguaje. –apuntó Alberto que estaba escuchando todo desde una esquina. Michelle decidió no seguir el juego, no cuando su cabeza estaba apunto de estallar. – Sólo dígame que quiere y yo le haré saber si puedo contestar. Cecilia suspiró y abrió el expediente, tal vez no la habían cambiado tanto. – ¿Por qué no estás registrada? – Nací en la organización, por obvias razones no estoy en el registro. – ¿Quieres decir que tus padres están fichados? La joven asintió y miró hacia otro lado. El recuerdo de su madre le dolía demasiado y no iba a llorar enfrente de ellos. – ¿Cómo se llaman tus padres? – No voy a contestar eso. – ¿Qué cargo ocupan? Michelle sonrió, la mujer no se daba por vencida, con lo fácil que hubiera sido simplemente condenarla. – Supongo que tampoco vas a responderme. Bien pasemos a otros asuntos: ¿qué relación sostenías con David y Martha Rosales. – Eran muy buenos amigos, los conocí desde pequeña. – ¿Qué me puedes decir de ellos? – ¿Por qué no me lo preguntas tú? –dijo Michelle dirigiéndose a Alberto.– Podría contarte cosas personales. –siguió mientras se paraba y se acercaba más a él.– Podría hablarte de cuando mi mamá me tenía que dejar sola y Martha y David me dejaban dormir con ellos. O quizá podría cantarte la canción que Marta me cantaba cuando tenía miedo. –la rubia se detuvo en ese momento. Ella también podía ser ruda.– Pero no lo haré. Y de detalles técnicos tú sabrás más que yo. Ambos fueron
  • 9. capturados y condenados a un CCS y, como la mayoría de los jóvenes de la organización que entran ahí, sufrieron un accidente. –Michelle comenzó a hablar para sí misma, su mirada fija en algún punto de la habitación. Su mente llena de recuerdos.– Martha se cayó de las escaleras y se descalabró y David... bueno, él estaba limpiando el techo y se resbaló. Cosas del destino ¿saben?... Igual que Patricia Evans: estaba esposada de manos y pies y trató de escapar... ¿Ven? Esas cosas pasan. Tanto Cecilia como Alberto permanecían callados. Ambos sabían lo acontecido a los jóvenes. Habían notado lo extraño de los casos pero, simplemente, no les importó. Ahora, por primera vez, Cecilia pensó en lo ridículo que sonaba el intento de escape de la líder de la organización. – ¿Puedo marcharme? –Michelle se sentía muy mal, su cabeza daba vueltas y sentía que iba a desmayarse en cualquier momento. Cecilia asintió y llamó a los guardias. Tenía cosas en qué pensar. – Toma esto. –la morena le pasó un sobre amarillo a la mujer más joven.– Son papeles sobre tu situación, léelos. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Michelle tomó el sobre y salió rodeada de guardias. Cecilia se sentía hecha un enredo. Necesitaba calmarse. Por algún motivo todo acerca de esta joven era demasiado complicado. 12. Michelle entró de nuevo en el cuarto y rápidamente se sentó. Todo le daba vueltas. Con curiosidad observó el sobre que tenía entre las manos. Empezaba a sentir mucho frío y su cuerpo temblaba. Sin embargo su curiosidad era más grande que su falta de fuerzas, así que con dedos temblorosos rasgó el sobre. La rubia se sorprendió ante el contenido. ¿Desde cuándo hacía tanto frío en la habitación? – ¿Qué te parece Krimkie? La juez no es como nos la imaginábamos.  – Nunca nos falla el sexto sentido ¿verdad Michelle? – No, nunca nos falla y en este momento me está diciendo que voy a vomitar. – – Sí bueno, tienes algo de razón, pero dame la oportunidad de quejarme siquiera contigo. – Arriba el ánimo que nada más nos tenemos a nosotras mismas y yo no estoy como para oírte llorar, por si lo olvidas YO también me siento mal. – Sí, bueno... Te aseguro que no tan mal como yo... Estoy hablando conmigo misma... Con un último esfuerzo se acostó y acarició la foto de su madre. Empezaba a serle difícil enfocar. La joven apretó la foto contra su pecho y trató de pedir ayuda a un guardia, pero su garganta no emitió ningún sonido. Todo comenzó a ponerse negro... 13.Cecilia bajó por el elevador hasta llegar a la planta baja. Las palabras de la joven rubia resonaban en su cabeza una y otra vez. "Estaba esposada de manos y pies y trato de escapar ¿ven? Esas cosas pasan." Algo en su interior le decía que Michelle no mentía. Necesitaba asegurarse, necesitaba tranquilizar su conciencia. Su vida tenía sentido y balance hasta conocer a esta joven. De repente todo comenzaba a tener fallos y Cecilia empezó a dudar acerca de sus acciones. Con todo esto en mente entró a la morgue. Tenía una buena amistad con Marisol, la encargada de los expedientes y registros de quienes fallecían. En realidad ninguna sabía demasiado de la otra. Su amistad era del tipo cómodo para el intercambio de información. A Cecilia la morgue le parecía un mundo aparte. Un lugar bizarro donde la muerte y la vida convivían con aparente equilibrio. Su mirada recorrió la oficina en búsqueda de su amiga, pero como no la veía decidió entrar al depósito de cuerpos. Marisol se movía entre los muertos con la tranquilidad de la rutina. Tomando nota de las fichas de los cadáveres nuevos con rapidez y llenando formas de entrada. Cecilia hizo un saludo con la mano y se acercó. – ¿Qué dices Marisol? La mujer dejó por un momento su trabajo para contestar a la juez. – Aquí con mucho trabajo ¿y tú?  – Estoy en las mismas... –replicó Cecilia con un fingido ademán de desaliento. – Sí, pero ¿qué haríamos sin nuestro trabajo? Ambas sonrieron y Marisol le indicó con un gesto a Cecilia que la siguiera. – ¿Qué te trae por los pisos de abajo? –preguntó mientras avanzaba hacia el cuerpo de un hombre y copiaba la ficha a sus notas. – Necesito un favor tuyo. Estoy investigando un caso relacionado con la muerte de Patricia Evans. ¿Sería mucho problema si me prestas el expediente? Marisol avanzó a otro cadáver y murmuró una maldición. – No hay problema. –dijo, mientras destapaba el cuerpo y anotaba las características del joven en su block.– Pero la necesito
  • 10. antes del sábado. – El viernes a primera hora es tuyo. –contestó Cecilia tratando de calcular la edad del joven sobre la mesilla. – ¿Qué le sucedió a éste? Marisol volteó la cabeza del joven a un lado y le enseño el orificio que tenía en la parte posterior de la cabeza. – UGH. –señaló con disgusto Cecilia. – Así aparecieron este y otros dos. –dijo Marisol al tiempo que destapaba otro cuerpo. – ¡Caramba era apenas una niña! –Cecilia se asombró mucho y no pudo evitar el recordar a Michelle. – Así es, seguro le crearon problemas a la organización y los mataron, porque ninguno estaba registrado. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Cecilia asintió asombrada ante el espectáculo que tenía ante sus ojos. – Qué desperdicio de vida ¿verdad? –apuntó Marisol. – Sí. –dijo tristemente Cecilia.  – Me pregunto por qué lo harán. ¿Qué es lo que los impulsa a desperdiciar todo su tiempo, su vida, sus oportunidades por una causa completamente perdida y sobre todo sin sentido? Cecilia miró a los ojos de su amiga y contestó reflexionando para sí misma.  – Yo también me lo pregunto. No entiendo que te puede llevar a tomar esa decisión. Pero supongo que no podemos saber porque no tenemos ni idea de cómo sea su vida.  – Sí, supongo que será eso.  – A veces me pongo a pensar en lo que me sucederá cuando cumpla los 56 años, probablemente entonces me suenen más congruentes sus razones. –dijo Cecilia en tono de broma.  – Lo he pensado también, pero soy de la creencia de que todo lo que empieza tiene que terminar... y después de todo no sería tan malo tener un descanso. –bromeó también Marisol. Cecilia se encogió de hombros a pesar de sus dudas, la chica tendría la misma edad de Michelle, aunque su cabello era de un tono más oscuro. – Listo. Vamos a la oficina para darte el archivo. –dijo Marisol mientras se dirigía a la puerta. Cecilia fue tras su amiga, pero se detuvo un instante al llegar a la puerta para ver el cadáver de la chica. Sería tan fácil cambiarlas... 14.  Cecilia encendió su coche y lo sacó del gran estacionamiento. Se había quedado trabajando hasta tarde por lo que había muy pocas luces prendidas. Pero a pesar de la oscuridad reinante no tenía miedo. Se sentía cómoda con el silencio que reinaba a su alrededor. Tomó el rumbo de siempre con dirección al este de la ciudad. Lo único que se veía hacia delante era la carretera. La intensa línea que dividía los carriles. Era muy tarde por lo que no había tráfico, aunque de vez en cuando las luces de algún otro automóvil iluminaban la noche. Cecilia gustaba de analizar su día mientras manejaba a casa. Por su mente pasaban mil cosas confusas. Alberto le había informado que Michelle estaba enferma y que había pasado la mayor parte del día dormida. Su mente volvió a barajar la idea de ayudar a la joven. Pero ¿cómo hacerlo? Lo que estaba pasando iba en contra de todos sus principios y creencias hasta entonces. Por alguna razón ella sabía que se estaba metiendo en algo de lo que ya no podría salir. Era un viaje sin retorno y Cecilia se preguntó si valía la pena traicionarse a sí misma por una desconocida. No necesitaba esa clase de problemas en su vida... ¿En qué clase de persona se estaba convirtiendo? ¿Dónde estaba su objetividad de juez? ¿Adónde habían ido a parar tantos conceptos que ella había defendido? Había refundido gente en un CCS por ir en contra de sus ideas. No podía estar pensando siquiera en ello... "Por si eso fuera poco, cambiarlas no es tan fácil como suena, Cecilia... No es como llegar y pasar como si nada. Si te descubren dile adiós a todo lo que tienes, más que eso, dile adiós a tu vida. Tú, mejor que nadie, sabes bien lo que les sucede a los traidores." dijo para sí misma. El sonido del claxon la sacó de su ensimismamiento y su instinto la hizo mover el volante a tiempo para no chocar. El carro pasó como ráfaga no sin antes dedicarle una canción nada amistosa a la juez. Cecilia se asustó mucho y sacó el carro al acotamiento mientras se tranquilizaba. Su pulso estaba bastante acelerado. Después de un par de respiraciones profundas decidió volver al camino. Pero sus ojos se toparon con el último retorno que quedaba. Era el momento de tomar una decisión, podía pasar de largo y vivir su tranquila vida. Su pasmada, segura y bastante aburrida vida. O voltear y arriesgarse a ser descubierta y probablemente morir en el intento. Vivir segura o, probablemente, morir como aventurera... Sus opciones no eran demasiado alentadoras. Cecilia volvió a prender las luces de su carro y lo encendió. Pisó el acelerador y siguió su destino. Ya sabría después si había tomado la decisión correcta.  continúa...
  • 11. CRÓNICAS DE UN SUEÑO, tercera parte. Por Rogue 15. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Cecilia entró a su oficina por el conducto de ventilación y tomó un poco de tiempo para controlar su agitada respiración. Con rapidez bajó las escaleras hasta llegar al primer piso y cruzó los largos pasillos que llevaban a la morgue. No podía insertar su credencial de entrada sin quedar registrada así que trató de  meter una clave antigua de un conocido suyo que acababa de morir. A Cecilia le parecieron interminables los segundos que el aparato receptor de la puerta necesitó para aceptar la clave. Cuando la puerta se abrió Cecilia suspiró de alivio y se deslizó entre las camillas buscando el cuerpo de la joven. Se puso unos guantes de látex  que encontró sobre la mesilla y siguió levantando sábanas hasta que dio con lo que buscaba. Con agilidad inusitada, se puso el cuerpo al hombro y tiró cosas al azar. Por último, tomó un bisturí y forzó la cerradura. A partir de ese momento tenía tres minutos para salir de allí.Con prisa fue hasta su carro y depositó a la joven en la cajuela. Volvió corriendo y subió al segundo nivel donde estaban las celdas temporarias. Los pasillos del lugar parecían interminables y el tiempo se le estaba acabando. Con desesperación, apresuró el ritmo y pronto llegó al lugar indicado. Silenciosamente se acercó por detrás al único guarda que había allí y le golpeó con fuerza en la cabeza. La falta de seguridad no era extraña, la única celda ocupada era la que Cecilia esperaba vaciar y nadie, que no fuera una juez que se había vuelto loca de repente, arriesgaría su vida por una joven que no tenía la más mínima importancia o autoridad para la organización. Cecilia llegó a la celda que ocupaba Michelle. La encontró inconsciente en el piso. A primera vista parecía estar dormida, con esa belleza natural de los jóvenes y un aura de inocencia alrededor pero al acercarse, la mujer más grande pudo notar que la joven estaba muy pálida y su respiración era entrecortada. La tomó en sus brazos y bajó con ella hasta el estacionamiento. Con cuidado la metió en la cajuela y rogó en silencio para que Michelle no despertara hasta que todo hubiera pasado. Cerró la cajuela y sacó un expediente de su maletín. "Agárrate nena, porque esto va a doler" se dijo. Con rapidez, Cecilia se colocó frente a un pilar que adornaba el inmueble y estrelló su cabeza lo más fuerte que pudo contra él. De inmediato todo se puso negro. 16.Lo primero que vio Cecilia al despertar fue el rostro preocupado de Alberto que de estar más cerca seguramente la habría asfixiado. Por un momento no recordó dónde estaba. Había mucha gente y camillas cubiertas de sábanas blancas su alrededor. — Niño ¿qué haces aquí? ¿Dónde estoy? — ¿No recuerdas lo que pasó? Cecilia buscó en su mente y cuando se dio cuenta de que no había sido un sueño, que de verdad lo había hecho, por poco cae en la inconsciencia de nuevo. — Cecilia ¿estás bien? –preguntó Alberto muy preocupado. — Sí, lo que pasa es que... No, nada... Sólo recuerdo que olvidé un expediente y volví por él y cuando salía de mi oficina, alguien me tomó por sorpresa y me estrelló contra el pilar. — Ese alguien liberó a la joven que encontramos con Patricia Evans. — ¿Qué? –disimuló.– ¿Y ya lo atraparon? — No, ni a quien la. –respondió Alberto con el típico tono preocupado que le hacía parecer un adulto consumado. — Pero ¿tienen ya pistas? –preguntó con algo de ansiedad mal encubierta. — Se está trabajando en ello, pero hasta el momento nada. Oye, despreocúpate de eso ¿sí? "Como si pudiera" pensó Cecilia mientras hacía un intento de levantarse y el terrible mareo le impedía ponerse en pie. — Ayúdame a levantarme. –exigió. — ¿Segura estás bien? ¿No quieres que alguien te lleve a tu casa? — No. –dijo Cecilia al tiempo que negaba decidida.– Estoy muy bien, si acaso algo mareada. — Me sentiría mejor si alguien te acompañara... –insistió el niño. — No, no te preocupes mami, te llamo al llegar a casa. –dijo Cecilia mostrando su más convincente sonrisa y se dirigió a la salida. — ¿Adónde va, juez? La voz grave y penetrante llegó hasta los oídos de Cecilia que volteó con un gesto de cansancio y fastidio al descubrir quién le hablaba. Su mirada, entonces, se encontró con Janeth Andrade, la novata de quien todos estaban hablando, una joven de sólo veinte años que estaba destacando de manera increíble. Era una chica guapa... y tenía porte, demasiado delgada para su gusto, pero interesante. — A mi casa.
  • 12. La joven empezó con un poco de tiento, "no quieres tener encima a esta mujer ¿verdad? Así que da un pequeño rodeito" pensó antes de hablar. — Me han encargado este caso y... Cecilia interrumpió hastiada el numerito, se lo sabía de memoria puesto que ella misma lo había utilizado un par de veces, cuando era hábil pero inexperta. — ¡Vaya! –añadió sarcástica.– Me alegro por usted, pero necesito descanso. "Vaya, vaya, tal como pensé no es más que una maldita alzada, pero ya me tocará cavar su tumba, juez". — Necesito hacerle unas cuantas preguntas. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L — Entiendo. –dijo Cecilia pensando que esta joven no tenía la culpa de que ella hubiera echado a perder su carrera y tuviera un cadáver y una fugitiva en su maletero.– Pero seguro podrá esperar a mañana. — Tiene mucha prisa por irse... "Ahora si la regaste, niñata de cuarta..." — Si hubiera sido golpeada por un malhechor y hubiese estado inconsciente y tan adolorida como yo, créame, también usted tendría prisa. Ahora, si me permite... Cecilia siguió su camino sin dejar de renegar ante la insolencia de la joven, le caía brutalmente mal. Seguramente porque era insistente y decidida, al igual que ella. Su reflejo en otros tiempos. — Es muy extraño que alguien tan entrenado como usted haya sido golpeado con semejante facilidad... –dijo con sarcasmo.– La tengo agarrada de... superior. ¿Cómo me contesta eso, eh? Cecilia volteó y mostró su enfado disfrazado de aburrimiento y paciencia hacia la mujer más joven. — Nunca lance su teoría al aire. Si yo fuera en verdad culpable de algo, ya sabría que me tiene en la mira y me prevendría. Y, créame, tengo la experiencia necesaria para hacerla polvo. Janeth se tragó el coraje y sonrió forzadamente. — Gracias, todos los días se aprende algo nuevo. Pero mientras observaba marcharse a la supuesta experta, se prometió a sí misma que un día llegaría a ser mejor que ella y que iba a aplastarla. 17.Mercedes pensó en Jesús Daniel mientras recorría nuevamente las calles que la llevarían al cine. Llevaban ya unos dos años de relación, si es que así podía llamarse lo que a ellos les unía, pero a Mercedes comenzaban a atemorizarle un poco sus sentimientos. Últimamente le sucedía lo que nunca, cada jueves le daba un vuelco el corazón al pensar que volvería a verlo y tenía que estar recordando continuamente que lo suyo no era más que un trato. Ambos eran un vehículo de información para la organización y aunque para todos los demás fueran una pareja de novios común y corriente, en la intimidad no eran más que un par de desconocidos que se habían juntado buscando el bien general. Mercedes cedió ante la tentación de renegar de su suerte. La suya era una situación del todo injusta. Alguna fuerza invisible le impedía intimar con quien por necesidad estaba y no podía buscar pareja en otro lado. No mientras la organización siguiera requiriendo de sus servicios. Al pasar por un almacén, Mercedes miró su reloj, llevaba quince minutos de adelanto y se permitió entretenerse viendo los aparadores. Sabía que él llegaría cinco minutos tarde, era extrañamente puntual en su impuntualidad, cosa que Mercedes no entendía. Con coquetería revisó su maquillaje y se acomodó el cabello utilizando como espejo el reflejo que provocaba el vidrio del aparador. "Lo volviste a hacer, Mercedes Leal", se reprochó a sí misma, "estás tratando de agradarle de nuevo ¿no es así?". Le sonrió pícaramente a su reflejo y prosiguió su camino hacia el cine. A pesar del tiempo perdido en los aparadores, llegó con unos minutos de anticipación que le permitieron entretenerse viendo los carteles de las películas anunciadas. Esa noche le tocaba ver ‘Sueños indisolubles’. El título la desanimó un poco, ¿qué clase de película malsana se llamaba así?  La joven deseó que hubiera alguna noticia importante que hiciera valer la tortura de ver una cinta como ésa. Con no muchos ánimos, entró a la sala y ocupó el asiento de siempre en la fila número cuatro. Después de unos momentos de revolver su bolso, encontró por fin un paquetito de pasas con chocolate y trató de relajarse un poco mientras esperaba a su contacto. Pasaron los segundos y los pasas con chocolate. Mercedes comenzó a sentir un poco de sed, nada mejor que un debate mental entre un té helado y una coca cola light para hacer tiempo pero entonces lo vio acercarse. De inmediato se levantó y no pudo evitar que su rostro mostrara una sonrisa. Él se acercó y la abrazó tiernamente antes de decir palabra. Mercedes se acomodó en los protectores brazos del hombre y se preguntó qué porcentaje de su actitud sería fingida. Pero cuando el suave contacto terminó, su mente cambió de joven soñadora a atenta agente, lista para decodificar cualquier mensaje implícito que pudiera mandarle él. — ¿Cómo estás, amor? Te ves cansado. — Tuve un día muy pesado en la oficina. — Ha sido una semana muy estresante para todos. — Sí, lo único bueno hasta ahora eres tú. "¡Ohhh, Dioses! ¿Por qué tienes que sonar tan endemoniadamente dulce?" pensó la joven mientras apretaba con un poco más de fuerza la mano de su acompañante. La dulzura del momento la envolvió y una vez más estuvo a punto de perderse
  • 13. en su propia mentira. Pero un chispazo la volvió a la realidad. — ¿Cómo sigue Krimkie? — Mal, pero no quiero hablar de eso. Mercedes asintió un poco sorprendida. N supo qué más hacer, así que comenzó a tamborilear sus dedos contra el asiento. — ¿Sabes? –dijo él.– Hoy hubo un alboroto monumental en la oficina. — ¿En serio? –preguntó la joven algo ilusionada porque todo tomaba más el rumbo de una cita. — Sí, ayer desapareció la joven que se capturó con Patricia Evans. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Mercedes sintió cada uno de los músculos de su cuerpo tensarse, algo estaba terriblemente mal. Ella tenía contacto directo con Laila y con Selene y sabía que no había ningún plan para sacar a Michelle a la fuerza. — Vaya, y ¿cómo logró escapar? — Aún no se sabe, es lo que trae vueltos locos a todos en la oficina. — ¿Y nadie vio nada? ¿Ni una pista? –preguntó con un tono desesperado que no se preocupó en fingir. — No, la única persona que había en el sitio era Cecilia Varni, la juez que la estaba juzgando. Fue terriblemente golpeada. – contestó él, poniendo tal énfasis en la palabra terriblemente, que si las cosas no estuvieran tan mal, Mercedes se hubiera carcajeado. — Uff, me imagino que debe estar terriblemente asustada. –dijo la joven con ese tono especial de las mujeres cuando preguntan algo que no tienen interés en ver respondido. — Lo curioso es que no pero bueno. Ella es una mujer muy tranquila y centrada. De hecho, de no ser por el golpe, difícilmente podrías notar que tuvo un accidente. Mercedes meditó un poco toda la información y deseó no haberse metido nunca en ese lío. Para entonces tenía ya la seguridad de que Michelle estaba muerta. Lo acontecido no era más que un truco clásico del régimen para esfumar gente indeseable. ¿Qué mejor que matarla y montar un teatrillo para culpar a sus propios compañeros de su desaparición?  Lo que la joven no podía entender era porqué. ¿Qué les había provocado matarla? ¿Acaso habían encontrado al fin su parentesco con Patricia? La chica encontraba insoportable la idea de que Michelle estuviera muerta. En sus años en la organización había visto caer mucha gente, incluso sabía que el riesgo de ser descubierta era grande. Hasta ahora todo lo había afrontado con valor. Pero esto no, no Michelle. No su mejor amiga... Cualquiera podría pensar que los veintisiete años de Mercedes nada tenían que ver con los diecisiete que ostentaba Michelle, pero ellas iban mas allá de la edad y se divertían montones cuando estaban juntas. Su amistad había sido espontánea, nacida de la nada hasta convertirse en un lazo invisible que las unía. Sus charlas mientras tomaban café eran memorables, el tiempo pasaba como agua cuando lo pasaban juntas. De repente, las imágenes que miraba su mente empezaron a perder color mientras que las de sus ojos florecían. El film había empezado y Mercedes se preguntó cuánto tiempo había pasado en ese estado de shock. Jesús Daniel pasó su brazo alrededor de sus hombros y la apretó contra sí, como dándole a entender que la apoyaba. Después, muy suavemente, acercó su boca a su oreja y le susurró. — Sé cómo te sientes. Sólo recuerda que estoy aquí y te quiero. "Dioses, que momento tan oportuno para una declaración amorosa" pensó la joven mientras veía los dulces ojos de su acompañante. Ella necesitaba apoyo y él estaba ahí, como siempre había deseado. 18.Cecilia humedeció una vez más el paño en el agua fría. Lo exprimió y lo dobló cuidadosamente antes de colocarlo de nuevo en la frente de Michelle. El rostro de la joven lucía demacrado pero aún así tenía un toque de inocencia, una chispa característica. La juez trataba inútilmente de calmarse. La muchacha había estado así desde hacía cuatro días, el tiempo que hacía que la había sacado de prisión. Ahora se preguntaba si en verdad la había salvado. Su situación había empeorado en lugar de mejorar ya que, al menos, en la celda le hubieran prestado atención médica. Ahora, lo único que ella podía hacer, era colocarle compresas frías en la frente para tratar de bajarle la fiebre. Cecilia repitió una vez más el procedimiento de humedecer y colocar el paño mientras trataba de entenderse a sí misma, de arreglar el lío en el que se había metido. Aún no podía creer que las cosas le hubieran salido tan bien. Seguro que su suerte había ayudado. Pero aún así el peligro de que la descubrieran seguía latente. ¿Qué sucedería si la joven despertaba cuando ella no estuviera allí? La juez sudó frío con sólo pensar en la posibilidad. Se repetía una y otra vez que debía haberlo meditado mejor, se había dejado llevar por un impulso y ahora toda su vida pendía de un hilo. Una vez más humedeció el trapo pero esta vez lo colocó en su adolorida frente y miró a su reflejo en el espejo que tenía a su lado. 19.La mujer morena entró a la tienda departamental y tomó un carro de compras. Se lanzo a una búsqueda desesperada en los anaqueles. — Disculpa, –le dijo a una dependienta que acomodaba mercancía.– quiero un tinte para una amiga y no sé cuál escoger, ¿podrías ayudarme? La trabajadora mostró una sonrisa poco usual en ella y procedió a explicarle un poco acerca de marcas pero frente a ella encontró la misma cara de total ignorancia de la joven. — ¿Qué estás buscando? — Quiero algo que vaya... no sé, es que no es rubio ni rojizo. Es algo intermedio... La verdad es que no sé ni dónde
  • 14. empezar a buscar. –declaró derrotada. — Bien, sígueme y te buscaré algunos colores. La dependienta le mostró tintes hasta que la mujer escogió el que más se acercaba al tono que necesitaba aunque no estaba muy segura de que le sirviera y se marchó. 20.Un cuarto de hora pasó antes de que Cecilia notara una mejoría en la muchacha. La temperatura comenzó a bajarle y el alivio inundó a Cecilia. No entendía porqué tanta preocupación por alguien que apenas conocía aunque más bien es que no quería entender. Se engañaba a sí misma convenciéndose de que lo que la tenía así era la preocupación por sí misma, por su futuro. Pero sabía bien que lo que la movía era algo que iba más allá de lo tangible. Había un lazo invisible entre esa joven y ella. Podía sentirlo, casi tocarlo. Era como si, a pesar de no saber casi nada de ella, la conociera a fondo. Con ese tipo de conocimiento que es posible sólo con la convivencia diaria. Esto le daba miedo, la confundía y no le permitía tener paz. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L En un gesto de cariño, arropó a la joven antes de volverse a perder en el reflejo del espejo. 21.La mujer desnudó a la joven y le puso una vieja camisa suya antes de meterla a su cama. Se cercioró de que estuviera bien y se desentendió de ella un poco para darle prioridad al cuerpo que tenía en la sala. Lo desnudó también y lo metió en la gran bañera que tenía, para su comodidad. Fue a la sala y desempaquetó el tinte que había elegido hacía apenas unas horas. Mientras caminaba al baño, se preguntó en que clase de persona se había convertido. Tenía una convaleciente subversiva en la cama y una rubia muerta en la bañera. Definitivamente no era su día. Con cuidado preparó el tinte y procedió a pintarle el cabello a la muerta. Después tomó unos guantes y comenzó a lavar el cuerpo para tratar de borrar cualquier huella. Por último, la vistió con la ropa y cosas personales de la otra joven y esperó a que oscureciera más para volver a salir. 22.El sonido del teléfono sacó a Cecilia del recuerdo. Con rapidez saltó de la silla donde descansaba y tomó el auricular. — ¿Diga? — Cecilia ¿cómo sigues? — Hola niño, estoy perfectamente bien. El golpe ya no molesta, pero tengo un dolor de cabeza que siento que me va a explotar. — Deberías ir a que te recetaran algo. — No, no es nada de cuidado. En un rato se me quitará. — No deberías pasar por alto esas cosas, no vaya a resultar algo grave. — Tú siempre preocupándote... –sonrió.– Pero bueno, ¿tú cómo estás? — Muy bien también. Oye, –cambió el tono de su voz.– te llamaba porque casualmente escuché unos rumores por ahí, ya sabes, acerca de Janeth Andrade... Parece que no le caes muy bien. — Bueno, eso no es rumor. –dijo entre risitas Cecilia.– El sentimiento es mutuo, así que no me deprimo. Alberto correspondió a la risa pero paró en seco y agregó preocupado: — Sólo cuídate ¿sí? Esa chica puede ser un problema. Cecilia no pudo evitar sentirse querida ante la evidente preocupación del niño y respondió con una sonrisa en los labios: — Lo haré, no te preocupes. Un pequeño silencio ocupó el espacio antes de que Alberto añadiera. — Bueno, te dejo entonces, nos vemos mañana en la oficina. — Hasta luego. Cecilia colgó el teléfono  y se dirigió a su recamara. Echó un rápido vistazo a la joven y sacó un sarape. Lo echó sobre el sillón y se acomodó en él. Había sido un día pesado, como los tres anteriores, así que en un momento cayó en los brazos de Morfeo. 23.La mujer conducía por las oscuras calles de la ciudad. Tomó la desviación hacia la carretera y se alejó apenas unos kilómetros. La vida nocturna entre semana era prácticamente nula. Ningún negocio abría tarde porque la mayoría de la gente perdía 15% de productividad cuando se desvelaba y, por tanto, preferían hacerlo en días inhábiles. Cuando llegó a un paraje desolado, bajó el cuerpo de la joven y lo depositó en la carretera con nervios, luego la roció con un las botellas de alcohol que había comprado y tomó un cerillo. Se detuvo un momento horrorizada ante lo que iba a hacer pero no podía fallarse, no ahora... después de todo no iba a dolerle. Antes de que pudiera arrepentirse, encendió de nuevo el cerillo y lo lanzó al cuerpo. En un segundo, entró en el coche y se marchó sin voltear. 24.Cecilia despertó sudando, el cuerpo en llamas de la otra joven le estaba causando pesadillas diarias y el repetirse que había sido por una buena causa no le estaba funcionando. Como sea que fuera, su plan había resultado, los agentes inmediatamente supusieron que Michelle era la joven muerta y como no era nadie importante, dejaron a un lado las investigaciones. Sólo la novata del primer día seguía en el caso. En cuanto al cuerpo, las autoridades supusieron que el que había ayudado a Michelle, había sacado también el cuerpo para enterrarlo ‘decentemente’.
  • 15. Cecilia se convenció a sí misma de dormir, ahora más que nunca tenía que tener sus sentidos al 100%. Así que cerró los ojos y trató de no pensar más. Ya se quedaría dormida. 25.Michelle abrió los ojos con la flojera que la caracterizaba desde su primer día de vida. Lo que vio a su alrededor la sacó de balance. No reconocía el lugar donde estaba, todo era completamente extraño y aterrador. Por un momento, sintió ganas de salir corriendo y gritar auxilio pero, afortunadamente, su instinto de conservación rebasó su miedo y se guardó el grito para otro día más afortunado. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Con cuidado salió de la cama en la que estaba y trató de orientarse. Estaba en un cuarto, un lugar bastante bien iluminado y con una decoración en colores negro y blanco que cumplían cabalmente su misión. Nota mental "Michelle, toma nota del decorador". En la esquina había una especie de mueble lleno de libros y papeles en perfecto orden, a la derecha un pequeño ventanal que daba a un jardín. En el centro del cuarto, la cama, lo bastante amplia para que tres personas extendidas durmieran cómodas; al frente de ella, un poco a la derecha, se encontraba un closet lleno de ropa, lo cual la hizo tomar conciencia por primera vez de lo que vestía. "¡Wow! Michelle, menos mal que decidiste no salir corriendo o hubieras dado el gran espectáculo" se dijo porque lo único que la cubría era una vieja y desteñida camiseta, "la favorita de mamá supongo" pensó dando por sentado, por las pistas que se veían cada tres pasos, que el cuarto en el que estaba pertenecía a una mujer. Todo alrededor era lindo pero le faltaba vida, "chispa" pensó Michelle que no podía encontrar la palabra correcta para describir lo que estaba viendo. Era elegante, serio, bonito pero carente de espíritu. "Es... sobrio, sí, definitivamente sobrio es la palabra correcta. Bien, nena, basta de decoración. Si queremos salir de aquí vas a tener que encontrar algo con qué vestirte. ¡Demonios! ¿Cuándo cogí la costumbre de hablar conmigo misma?" pensó sonriendo. La chica se acercó al closet y con sumo cuidado sacó un par de pantalones de pana, que descubrió muy tarde que le quedaban muy holgados, después tomó una camiseta de color verde que decidió que sentaría bien con sus ojos, el que estuviera buscando escapar y con peligro de morir, no podía dejarla ir fuera de moda, después de todo era solo una adolescente. "¡Dioses! Podría nadar en esto." pensó la chica mientras buscaba algún par de tenis que le quedaran lo suficientemente apretados para no dejarlos en cada paso que diera. Súbitamente la chica se topó con un espejo y sólo porque su situación era de sumo peligro no se carcajeó de sí misma. "Parezco un payaso". De repente se oyeron pasos al otro lado. <las neuronas de Michelle comenzaron a funcionar a mil por hora esperando encontrar algo que la hiciera salir de ahí pero de ya. El ruido se oía cada vez más cerca y la joven optó por esconderse. "Dioses, no puedo creer que no haya encontrado un lugar mejor", se fastidió a sí misma agazapada bajo la cama. La puerta se abrió y Michelle cerró los ojos con la esperanzada ilusión de que si ella no veía, nadie podría verla tampoco. La reacción de Cecilia al ver la cama vacía fue de pánico. ¿Cómo había salido? ¿Desde cuándo? Comenzó una frenética búsqueda en el closet, el baño, tras las cortinas. La desesperación comenzaba a hacerla su presa cuando decidió mirar debajo de la cama. Se sabía tonta por mirar en un lugar tan obvio pero su desesperación era tanta que no le importó. Encontró a la chica con los ojos fuertemente cerrados, completamente encogida, como si tratara de ocupar el menor espacio posible. Suspirando con alivio tocó su hombro para llamar su atención. El tenso silencio que había en el cuarto fue roto por el grito de sorpresa que emitió Michelle. El grito sorprendió también a Cecilia que, en su intento de levantarse, se golpeó con el soporte de la cama. "Genial... si este mes no me descubren y me matan, me muero por golpes crónicos a la cabeza".  Las dos mujeres se miraron a los ojos de manera inquisitoria, una buscando respuestas y la otra tratando de explicar algo que ni ella misma entendía. — ¿En dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí? –preguntó la rubita con gesto adusto. — Estás en mi casa, el porqué es una larga historia. — No sé porqué pero sospecho que tengo todo el tiempo del mundo. — "h... sí, bueno, sucede que ya no estás presa. –balbuceó Cecilia. — ¿Qué? ¿Me encontraron inocente? –preguntó la joven alzando sus cejas en actitud sorprendida. — Ah... bueno no, no exactamente. Sucede que... lo que pasa es que... bueno yo... te saqué a la fuerza. –fue capaz de decir Cecilia finalmente. "¡De ninguna manera!" pensó Michelle, "algo muy raro esta sucediendo aquí. Así que ten cuidado con lo que dices". — ¿Quieres que crea que te echaste a todo el régimen encima sólo para sacarme? –la joven sonrió cínicamente mientras negaba con la cabeza.– Soy joven pero no idiota, no voy a tragarme esa... Cecilia sintió la tensión de esos días correr por todo su cuerpo. Muy pocas veces se había sentido como ahora, a punto de perder el control de sí misma. — Escucha, sé que es difícil de creer pero tienes que confiar en mí si quieres salir de ésta. La rubia sopesó un poco las palabras y luego contestó: — Cualquiera que sea tu jueguito no voy a seguírtelo. La cara de la morena se contrajo de rabia y frustración y antes de tomarse un tiempo para pensarlo, tenía a la joven contra la pared. — Escúchame bien, niñita. Vas a tener que creerme. Mi carrera, ¡mi vida! está en juego y no voy a permitir que un insano error, provocado por un estúpido ataque de conciencia, eche a perder todo. Los ojos atemorizados de la chica la miraron desde su arrinconada posición y la razón comenzó a devolverle la tranquilidad.
  • 16. — Quédate aquí, no te muevas y no hagas ruido hasta que yo vuelva del trabajo ¿entendiste? –la rubia sólo atinaba a seguirla mirando.– ¿¡Entendiste!? –repitió en un tono más fuerte, consiguiendo sacarle un leve sí a la chica.– Bien, puedes moverte por toda la casa con tranquilidad, pero no salgas por ningún motivo. Si te da hambre toma algo del refrigerador, traeré algo más cuando vuelva. La puerta se cerró detrás de ella dejando a Michelle agazapada en un rincón. No había sido un buen comienzo. 26.Mercedes entró a la casa sin saludar, lo que sorprendió mucho a Laila. Estaba acostumbrada a la característica efusividad de su amiga y no le gustó el hecho de que la pasara de largo. ¿Le habría hecho algo sin haberse dado cuenta? Pronto puso de lado esa opción porque conocía desde hacía muchos años a Mercedes, ella no era de ese tipo de personas. La siguió hacia la sala mientras pensaba que Mercedes quedaba más con la filosofía de la comunicación ante todo, siempre dando esos pequeños y adorables discursos acerca de decir "te quiero".  Laila jugó con la idea de ver a Selene en esa pose y sonrió para sus adentros. Era más probable que reinara la paz. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L — ¿Qué sucede, Mercedes? –preguntó Selene estirándose desde un sillón de la sala. Mercedes ahogó un suspiro y miró a los ojos de la muy alta mujer. — Siéntense ambas porque... lo que tengo que decirles es muy importante y... de cierta manera es... ¡dioses! La chica comenzó a llorar y el ambiente se puso tenso. Laila hizo que se sentara y la envolvió en un cálido abrazo. — ¿Qué te sucede, Mercedes? La joven intentaba inútilmente hacerse entender entre sollozos, así que Laila decidió dejar de presionar e hizo un gesto a su compañera para que hiciera algo. Selene se removió incómoda en su asiento. Ese tipo de situaciones no eran fáciles para ella. Hubiera querido tener el don de Laila de poder consolarla pero sin  saber qué hacer, se dirigió a la cocina. Laila hizo un tremendo gesto de exasperación cuando vio a Selene de vuelta con un vaso de agua. Dejó por un momento a Mercedes y se plantó frente a la mujer. — No me refería a esto. — Lo sé, pero ¿qué quieres que haga? — Nada, sólo quédate ahí paradota. –respondió enojada mientras devolvía su atención al sillón. — Ten, toma un poco de agua para que te tranquilices. –le dijo al tiempo que se preguntaba porqué Selene era tan incapaz de mostrar lo que sentía. "Es cuestión de abrirse un poquito, eso es todo. Pero es una terca. No le costaría nada mostrarse como realmente es, pero en cuanto se encierra en su concha, nadie la saca" pensaba.– ¿Ya estás más serena, Mercedes? — Sí, gracias. — ¿Y bien? –dijo Selene uniéndose a la plática.– ¿Qué es lo que sucede?  Mercedes se lo pensó antes de decirlo en voz alta, tenía la impresión de que mientras no se lo dijera a nadie no sería algo real. El decírselo a las chicas le estaba costando trabajo. — Michelle está muerta. La faz de Laila cambió por completo al tiempo que preguntaba: — ¿Por qué piensas eso? — Me lo dijo JD, bueno no exactamente. Dijo que el régimen la reportó como desaparecida. — ¡Desaparecida! ¡Pero si nadie aquí ha movido un dedo para sacarla! –gritó Selene.– No puede estar desaparecida. Laila comprendió de pronto lo que Mercedes trataba de darles a entender. El encontrarse con la verdad le resultó doloroso, tenía demasiadas cosas en mente pero decidió ponerse el "automático", como ella llamaba a ese estado en el que ponía sus sentimientos de lado y se volvía fría.   — ¿Quién más tiene esa información? — Sólo ustedes, JD y yo. — Bien, todo debe quedarse de esa manera, no nos podemos dar el lujo de desanimar a más gente en la organización. — ¡Por todos los dioses, Laila! ¿Es que nunca dejas de pensar en la maldita organización? –gritó Selene.– ¡Es Michelle de quien estamos hablando aquí! ¡Es casi tu hermana! Y en lo único que puedes pensar es en que no te puedes dar el lujo de desanimar gente. Mercedes comenzó a sollozar suavemente mientras Laila volteaba con furia para responder. — Alguien aquí tiene que pasar de ser visceral y, obviamente, no vas a ser tú, así que déjame hacer mi trabajo y haz el tuyo. –dijo molesta.– Es por Michelle que estoy haciendo esto. Por ella y por Patricia y por Ililiana, Marcos, David, Martha, por todos esos que están muertos. Si dejo caer la organización ¿de qué demonios habrá servido? — Si me hubieras permitido ser "visceral" y haber sacado a Michelle cuando te lo propuse, no estaríamos aquí. Krimkie estaría viva y lo sabes. ¡Así que no me vengas con tus sermones de tranquilidad! Laila cruzó la mejilla de Selene con una sonora cachetada. Toda la tristeza y la furia reunidas en su brazo. Sus ojos se encontraron con los de su compañera, esta vez llenos de odio y frustración. — Nunca, ¡nunca vuelvas si quiera a mencionar eso! –dijo antes de salir dando un portazo.
  • 17. Mientras corría calle abajo Laila lloraba su error. Sabía que era su culpa y no podría perdonarse nunca el no haberse arriesgado. Por eso le había dolido tanto que Selene se lo gritara. Justo ahora, cuando más dolía. Ella no quería comportarse así, como si no le afectara. Pero era su obligación. En sus hombros recaía ahora la responsabilidad de mantener la organización a flote, no podía darse el lujo de llorar y quejarse por más que lo quisiera. Después de todo también era humana, también le dolía que su amiga ya no estuviera ahí. Y por si nadie lo había notado, no podía cometer errores. Tenía que seguir fría porque sus malas decisiones mataban gente. Ya lo estaba comprobando. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Continúa...
  • 18. CRÓNICAS DE UN SUEÑO, cuarta parte. Por Rogue VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L 27.Michelle llevaba ya viviendo en ese lugar un par de semanas. La casa de la juez era espaciosa y de cierta manera espectacular. El primer día que despertó estaba tan asustada que no salió del cuarto para nada pero poco a poco comenzó a tomar valor y a salir cuando Cecilia no estaba en casa. La chica disfrutaba en especial de una especie de biblioteca que la juez tenía en el último cuarto de la casa. Desde que la descubrió, Michelle pasaba horas embobada con la colección de títulos que llenaban los estantes. Era una manera de escapar de su confusión, de su realidad. Con ello podía tener paz y tranquilidad mental por un momento. Cuando leía todas esas historias se sentía transportada a otros mundos. Las palabras le brindaban alegría y la conducían por caminos extraños y maravillosos. Por un momento pensó en lo gratificante que debía ser poder provocar lo que ella sentía al leer esas historias. Pero se negó prontamente a la idea. Ella no tenía ese tipo de habilidades. Se conformaba con pasar los días descubriendo nuevos mundos a través de las páginas de un viejo libro. En la actualidad era anticuado tener libros como estos, en especie. Era más fácil almacenarlos en un libro portátil que pesaba y ocupaba el lugar de uno y contenía por lo menos diez. Pero Michelle encontró que disfrutaba mucho más el sentir las hojas pasar por sus dedos. Así sentía más suyas las palabras. Su estómago comenzó a gruñir de disgusto así que la joven se dirigió a la cocina y tomó agua caliente de la cafetera, le añadió un poco de azúcar y lo revolvió. Después tomó un lonche semi preparado del refrigerador y lo calentó en el horno. La joven tenía mucha hambre, lo cual no era extraño por las mañanas. En realidad no era extraño a ninguna hora. La chica se movía conocedora por toda la casa. Y pronto le dio por pensar en lo extraño de su situación. Se había habituado muy rápido a la casa, como si hubiese estado ahí desde siempre. Y mientras Cecilia no anduviera rondando por ahí se sentía casi contenta. La verdad era que la presencia de la juez le imponía y a pesar de todo el tiempo que habían estado juntas, rara vez hablaban más de un par de escuetas frases. La mujer mayor siempre parecía ausente y alejada. No era que a Michelle le importara que la juez no le prestara atención se dijo a sí misma "lo que pasa es que me intriga". Le dio un sorbo al café y con disgusto comprobó que aun estaba caliente. Dejó por un momento sus pensamientos de lado y llenó un vaso más grande con hielos para luego vaciarle el café. De nuevo probó el líquido y esta vez su temperatura fue satisfactoria. Michelle sonrió un poco al recordar los escandalosos gestos de Mercedes la primera vez que la vio tomar café frío. Los líquidos calientes nunca le habían gustado demasiado. Los disfrutaba de vez en cuando como los días de mucho frío. Pero en general tenía predilección por la refrescante sensación de un líquido helado a través de su garganta. Y, bueno, adoraba el café y vivía esperando con ansia el día en que alguien inventara el café instantáneo frío. Cuando el lonche estuvo por fin caliente tomó su desayuno y se dirigió a la biblioteca de nuevo. Estaba atrapada por una novela antigua llamada Destino. Desde que había comenzado a leerla se había sentido zambullida en el estilo narrativo de la autora. Le hubiera gustado vivir en ese tiempo, en ese lugar lleno de misterio y emoción. Lo que ella hubiera dado por haber podido protagonizar alguna de esas aventuras. Pero no, su vida estaba rodeada de aburrimiento. Por un momento se preguntó qué clase de persona podría escribir algo como eso. El libro estaba firmado por alguien llamado Genix, "un nombre nada común" pensó Michelle al tiempo que deseaba haberle conocido. "Seguro que fue alguien espectacular". Por las marcas especiales en el libro sabía que era una lectura restringida. Algo que el régimen había considerado "exaltaba ideales confusos a la población", eso le añadía un toque especial de misterio. Michelle se concentró en las palabras una vez más, en apenas unos segundos se olvidó del mundo entero. 28. El ceño de Alberto se frunció al notar que por tercera vez en el día Cecilia estaba perdida en su mente. La chica era del tipo introvertido pero algo raro le estaba pasando. El niño se preocupó por su amiga, no podía evitarlo. – Y luego las ranas se murieron y el tipo con alas de murciélago...¡Cecilia!, a ver si me pones más atención. – UH –reaccionó la juez.– Lo lamento Alberto... –dijo al tiempo que ponía cara de inocencia.– Es sólo que tengo un par de cosas que hacer en casa y no veo la hora de irme. El niño reaccionó sorprendido ante la respuesta. – ¿Quieres que crea que TÚ, doña no–puedo–estar–sin–trabajar, quiere irse a casa? –Dijo el pequeño acentuando sus palabras con gestos exagerados y el movimiento de sus manos.– Creo que ese golpe en la cabeza te afectó más de lo que todos pensamos. – Puede ser que sí... –contestó Cecilia al tiempo que sonreía. Alberto notó que la juez no diría más, así que cambió la conversación. – Dime ¿has tenido más problemas con la juez Andrade? – No, al parecer se olvidó por completo de mi existencia. – ¿Tú crees? Cecilia exhaló con indiferencia. – No lo sé, pero mientras no esté estorbándome todo está bien. Alberto seguía con interés cada palabra y gesto de la juez. Desde el día del accidente sentía que algo había cambiado. Era como si Cecilia pensara cada una de sus palabras antes de pronunciarla. Como si estuviera escondiéndole algo. El niño barajo la posibilidad de que la juez hubiese tenido que ver con lo sucedido aquella noche. Pero nada tenía sentido. Si ella hubiese sido parte del complot ¿para qué golpearla? Cecilia no necesitaba nada más de lo que ya poseía. Era exitosa, carismática y
  • 19. no tardaría mucho en llegar al primer nivel. En cinco o seis años estaría lo más arriba que se puede estar. No tenía caso echarlo todo a perder. El niño se avergonzó de sí mismo por dudar así de su mejor amiga. Ella era de convicciones reacias, no tenía dudas como él, que muy en el fondo lamentaba la muerte de la joven rubia no por la pérdida de información sino porque le había tomado simpatía. Tal vez algo más. La cabeza comenzó a dolerle y pensó en tomarse la tarde libre, después de todo Cecilia iba a hacerlo. Podrían ir a dar un paseo juntos o ver una película en casa. – Cecilia ¿tienes planes para la tarde? – Sí, creo que voy a darle una vuelta a mis muebles y a dormir veinte horas seguidas, necesito descanso. "O, por supuesto, puedo quedarme en mi casita..." – Creo que también me iré a mi casa, con suerte y por fin acabo ese juego de vídeo que compré hace seis meses... – En tal caso apurémonos a terminar esto. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L – Un cargo extra a que termino primero. –la retó Alberto. – Dos cargos a que te gano por media hora. –contestó Cecilia. – Es un trato. –y ambos volvieron sonrientes al trabajo. 29.Mercedes y Laila tomaron asiento en el privado que habían reservado unas horas antes. Siempre que alguna de las dos tenía un problema iban ahí y charlaban hasta encontrar o una solución o por lo menos desahogo. Esta vez fue Laila quien le pidió a su amiga encontrarse "Mercedes es la persona más confiable del mundo" pensó Laila, "puedes decirle cualquier cosa y siempre te escucha". Era ese tipo de persona que parecía imán para las confidencias. Simplemente era muy fácil desahogarse con ella y tener la seguridad de conseguir un buen consejo aunado a comprensión y apoyo. El mesero llegó con dos tazas de café y Laila dio un sorbo a la suya mientras pensaba que de las diez últimas veces que habían ido, diez habían sido por ella. Y es que cuando se trataba de tener problemas Mercedes parecía inmune. Nunca se la escucharía decir que necesitaba ayuda o que se sentía mal. Laila, en el fondo, deseaba ser como ella aunque fuera un poquito más. Pero simplemente no podía, ella tenía que comentar sus problemas en voz alta. Por eso le impresionó tanto el verla llorar el día que supieron de la muerte de Michelle. El ver derrumbarse las paredes en las que Mercedes escondía sus miedos y debilidades le provocó una extraña mezcla de sentimientos. Por un lado una enorme ola del mismo alivio que le provocaba a Mercedes llorar. Por otro la incertidumbre de lo que vendría luego, la manera en que su amiga afrontaría el después de su derrumbe emocional. Pero Mercedes volvió a construir sus paredes y a olvidar el momento a tal grado que Laila llegó a pensar en haberlo soñado. Quizá su dolor la había hecho delirar. Sus recuerdos de ese día estaban nublados por sus sentimientos. El piloto automático no le había funcionado bien. – Laila, disculpa que interrumpa tu interesado escrutinio del bordado de las cortinas del salón pero el café se nos está enfriando. Laila intento sonreírle a su amiga pero su estado de ánimo sólo le permitió una mueca algo agria. – Perdón, estoy tomando ánimos para empezar, tú disfruta que sabes que cuando comienzo ya no puedo parar... Mercedes sonrió para sus adentros porque sabía que era cierto. Su amiga hablaría, reflexionaría y saldría con los ojos rojos o paz interior. Bueno, por lo menos con el mejor consejo que ella pudiera darle.  – Vamos niña, –dijo mientras le guiñaba un ojo. – ¿qué te sucede? "Ésta es mi entrada" pensó la joven mientras arreglaba un mechón de su largo cabello que le había caído a la cara. – ¡Dioses no sé como empezar, IDEM... Mercedes se preocupó un poco más al escuchar el podo con que ambas se identificaban en sus años de adolescencia. Haciendo un recuento rápido, rememoró la última vez que había oído ese Idem y se acabó de preocupar... Fue cuando Laila le confesó que se había unido al régimen. – Sucede que... No sé, Idem... –añadió la joven sin saber por dónde empezar. – Todo se me ha venido encima. En un momento pasé de ser una joven alocada que se une más por rebeldía que por convicción a una organización y a ser la jefa de ésta. Con todas las malditas responsabilidades que esto conlleva. – ¿No estás segura de querer seguir en la organización? –Preguntó Mercedes poniéndose en esa modalidad objetiva que siempre utilizaba cuando escuchaba a alguien. – ¡NO! –Contestó la chica un tanto desesperada. – No es eso. Sé que entré por las razones equivocadas, pero ahora tengo la seguridad de estar en lo correcto. Es sólo que la transición ha sido un tanto brutal... A veces siento que no puedo lidiar con ello.  Mercedes la escuchaba atentamente y asentía de vez en cuando, ya no como acto reflejo sino porque últimamente algo similar le ocurría a ella. Esa sensación de llegar al fondo y querer subir sólo para descubrir que se puede estar aún más abajo. – Para colmo –continuó Laila. – todo me ha venido junto, siento que no puedo respirar. En un segundo matan a Patricia y mi mayor responsabilidad es Michelle. Luego la asesinan a ella también y tengo que sacar a flote a todo el grupo cuando no he salido yo misma y tengo mil y una presiones... –La voz de la joven se quebró y sus lágrimas se liberaron cayendo al compás amargo de sus palabras. – Y todo esto me está separando cada vez más de Selene... Ya ni si quiera me habla. No entiende que mis decisiones muchas veces no son lo que yo deseo, sino lo que ayuda más a la organización. ¡¿Y cómo chingados voy a saber qué es correcto!? ¡Con un demonio, sólo soy humana! Sólo soy...  –Laila se dio un momento para controlarse y añadió: – Sólo soy una joven cuya vida se está destruyendo poco a poco y no tiene la oportunidad de desmoronarse porque mucha gente depende de ella.
  • 20. Mercedes sintió un nudo en la garganta al ver su situación reflejada en su amiga. Por un tortuoso momento sintió la necesidad de desahogarse ella también. De reflexionar y salir con los ojos rojos. En ese momento tan importante de intimidad y apertura de su amiga hacia ella se sentía traidora a la promesa de sinceridad hecha a su compañera, a su Idem. La confusión comenzó a rondarla de nuevo pero ella decidió huir una vez más y le habló a su amiga con la voz dulce que ella misma necesitaba mientras construía el muro que resguardaba su corazón. 30.Cecilia detuvo el auto en la cochera de su casa y respiró hondo antes de entrar. No tenía ni la más mínima idea de cómo ayudar a Michelle. De hecho no sabía ni qué hacer con ella. No podía mantenerla toda la vida encerrada. La pobre se estaba muriendo de aburrimiento. Además ella había vivido sola toda su vida, no era fácil tener un duendecillo alrededor todo el tiempo.  "En realidad es mi culpa" pensó Cecilia, "la pobre ni ruido hace y procura ni moverse cuando estoy en casa".  En cierta manera eso era lo que más la desesperaba: se había arriesgado a sacarla para devolverle la confianza, la sonrisa... y, por lo menos cuando estaba con ella, la chica parecía una tenue sombra de la joven valiente y apasionada que ella había conocido.  VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Con estas cosas en mente Cecilia bajó del carro y se introdujo rápidamente en la casa. Atravesó el pasillo principal y se dirigió a la pequeña oficina que había acondicionado. El lugar era bastante cómodo. Un cuarto decorado por completo en colores blanco y negro, que provocaban una sensación de tranquilidad que a ella le agradaba mucho. Se sentó en el amplio sillón de piel y se descalzó sintiendo de inmediato la sensación de alivio en sus cansados pies. Cecilia observó por un momento su escritorio y descubrió con agrado que la decoración quedaba muy bien. No había pensado en que quedara bonito, simplemente compró cosas que la hacían sentir cómoda y el resultado había sido bastante bueno. El único punto en contra es que la mayoría de las veces, tal como ahora, se sentía tan a gusto que más que trabajar descansaba. Reclinó su sillón y lo giró un poco a la derecha. Allí tenía un enorme ventanal desde el que podía observar un costado del jardín.  La visión le sacó una sonrisa. Michelle estaba enfrascada en la lectura, recostada boca abajo en el pasto. La juez se hundió en el sillón y se dedicó a estudiar a la chica. A cada momento de la lectura la joven cambiaba de gesto como si estuviera viviendo el relato. Y cada determinado espacio de tiempo se quitaba de la cara un mechón rubio que siempre terminaba por volver al sitio inicial. Cecilia seguía entretenida observando a la rubita que ahora reía entusiasmada por algún detalle chistoso de la lectura. Era la primera vez desde que la había rescatado en la que la veía sonreír. A través de ese cristal la joven lucía diferente, exactamente como Cecilia la había imaginado. Risueña, inocente y con una sonrisa capaz de deslumbrar al mundo. O por lo menos de hacerla feliz a ella. "¿Hacerla feliz?"... La juez frunció las cejas ante la idea. Inesperadamente Michelle dirigió su vista hacia ella atrapándola en la actividad de observarla. Sus ojos estuvieron a la misma y en la profundidad de la mirada la joven morena sintió un escalofrío de conocimiento. Como si fuera usual el mirarle, como si siempre lo hubiese hecho. Apenas se sostuvieron la mirada unos segundos pero pareciera que el momento había sido eterno. Cecilia esbozó una sonrisilla y Michelle le contestó levantando la mano a manera de saludo para luego devolver su mirada al libro un tanto turbada por lo extraño del momento. Cuando volvió a mirar hacia la oficina, la juez ya no estaba. La rubia clavó su mirada en las letras pero lejos de leer se preguntó qué sería de su vida de ahora en delante. Se había librado de un CCS para caer en otra cárcel. Bueno, no es que fuera un mal lugar para estar encerrada, más que todo a ella le afectaba la soledad. Siempre había estado rodeada de amigos. Le hacían falta las pláticas, las risas y las demostraciones de cariño. Patricia como jefa de la organización no le daba muchas concesiones, las reglas que ella seguía eran igual de estrictas que las de los demás.  Pero como madre siempre tenía un abrazo o una mirada que le hiciera sentir mejor. Seguramente por eso se había sentido tan bien al ver sonreír a la juez. No que le importara ella en sí, más bien necesitaba un gesto amable de quien fuera. – ¿Michelle? –dijo la juez que apareció cual fantasma tras de ella. –¿Por qué no entras a la casa? Está haciendo un poco de frío y puedes enfermarte. Tal vez era la necesidad urgente de sentirse querida pero la rubia encontró en las palabras de la juez un tono preocupado que le resultó familiar. Así que asintió con la cabeza y caminó junto a la juez hasta llegar a la casa, sintiéndose por primera vez cómoda con la presencia de la otra... 31.Janeth colocó dos pesas de 20 kilos para ejercitarse. Se recostó en el aparato, afianzó las piernas y soltó las trabas permitiendo que el peso cayera sobre su cuerpo. La sensación de resistencia le encantaba. Respiró hondo y extendió las piernas impulsando el peso hacia arriba.  "Uno... Tengo que encontrar alguna pista..." Mientras pensaba contraía y expandía las piernas otra vez  "dos... Estoy segura que hay algo más detrás de este caso. Nunca antes me había fallado el sexto sentido, debe haber algo que esté pasando por alto. Siete... Se me está acabando el tiempo y no encuentro nada nuevo, las cartas están sobre la mesa pero aún no les descubro sentido alguno." La cuenta de la joven llegó a 15 así que trabó de nuevo el aparato y subió la medida de resistencia otros cuarenta kilos. Repitió todo el procedimiento y comenzó a contar de nuevo.  Para Janeth el hacer ejercicio le permitía un alza en la concentración. Y sí quería encontrar algo a este caso tenía que poner los cinco sentidos al máximo. ¡Y cómo quería desenredar este misterio! Tan sólo pensar en la carrera destruida de Cecilia le provocaba satisfacción. Esa tipa era una traidora, de eso estaba segura. Y se había metido con ella de manera personal. La había humillado frente a todo el equipo de investigaciones, eso nunca iba a perdonárselo. La cuenta llegó por fin a quince y Janeth repitió una vez más el procedimiento de agregar resistencia al aparato y colocarse en posición. Estaba orgullosa de su físico, no cualquiera levantaba 160 kilos. Mientras tomaba un ritmo constante, su pensamiento voló hacía los papeles en su oficina. Pareciera que su cuerpo y mente trabajaran al mismo tiempo. Y así mientras la cuenta iba pasando, un gesto conocedor iba esparciéndose por su cara. Al llegar a 30 su sonrisa ya era completa. 32. Cecilia miró con flojera la papelería en su escritorio y suspiró como preámbulo para iniciar el trabajo. Trató de concentrarse pero la extraña mirada que le dirigía Alberto la sacaba de quicio. Por primera vez se sentía muy incómoda con ella. – Cecilia... –Llamó Alberto. – ¿Desde hace cuánto tiempo estás en la organización? Todos los sentidos de la juez se encendieron y su instinto la hizo ponerse alerta. Sin embargo su cara no mostraba diferencia alguna.