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Echú
Capítulo Dos:
Mano de Orunla
Había mencionado que la espalda estaba acabando conmigo. No era sólo una
regresión: estaba empeorando. Curiosamente, mientras más se acercaba el
viaje, más me dolía. Esto me motivó aún más a ir en busca de Betti y
continuar mi terapia. Cuando hice mis reservaciones en la agencia de viajes,
comencé a sentir intolerables dolores de espalda. Sentado en el bus a
Hermosillo desde Nogales, donde vivo, el dolor se agravó; tomaba los
medicamentos Aleve y Advil como si fueran caramelos. Pasé la noche
inquieto y llegué a Ciudad de México donde debí esperar dos horas con un
dolor intenso. Cuando llegué a Cuba esa tarde, estaba cojeando y me sentía
viejo. Llamé a Amado y a Yoshi, su esposa, así como a Rosa y a Betti. Betti y
Rosa vinieron al día siguiente y a las dos les preocupó verme tan adolorido.
Al percatarse de lo mal que tenía la espalda, Betti me preguntó si había
participado en alguna función de circo. Cuando le dije que no había hecho
nada inusual, aumentó su confusión.
Tenía verdaderos deseos de visitar a Popi, el padre de Amado, y darle las
vitaminas que le traía de regalo. Por alguna razón es difícil encontrar
vitaminas en Cuba, algo más de que culpar al embargo. El problema de
visitar a Popi era que vivía en un tercer piso. Con el estado de mi espalda,
tenía pocas esperanzas de hacerlo.
Popi es como un segundo padre para mí y tanto él como mi padre biológico
se habían divertido de lo lindo cuando éste último vino a mi boda. Los dos
son unos donjuanes porque les encanta perseguir mujeres.
Me agradó inmensamente cuando Rosa entró en mi habitación y me dijo que
Popi estaba en la sala. A él también le preocupó ver que el dolor se había
hecho atormentador. Popi no habla inglés y a veces me cuesta entenderle.
Me dijo con mucha seriedad que deseaba que fuera a ver a otros sacerdotes
supremos (babalawos) porque estaba seguro que el problema de mi espalda
era cosa de brujería. Sí, de acuerdo, dije con un gesto de dolor. Recuérdese
que yo rechazaba con toda vehemencia la santería y aquí estaba mi padre
cubano asegurándome con toda firmeza que esa era la causa de mi dolor.
Hablamos y hablamos hasta que yo me puse casi cianótico, pero él
permanecía implacable en su apreciación.
Amado y Yoshi se nos habían unido y yo trataba de encontrar apoyo en
ellos, pero nada: Popi continuaba insistiendo de modo indeclinable. Rosa,
también creyente, asentía con la cabeza, mientras incluso Betti, que no era
creyente, sugirió que tal vez sería bueno que aceptara el consejo de Popi.
Me sentía superado en número y razones. Yo, el gran polemista, estaba
derrotado. Me sentía desesperado, ¡caramba, si apenas podía caminar!
Habíamos estado hablando durante dos horas y yo seguía sin estar acuerdo,
de modo que usé la antigua estrategia corporativa del aplazamiento y dije
que lo consultaría con la almohada.
Al siguiente día, cuando Betti terminó, me sentí un poco mejor de la
espalda, aunque ni cerca de lo que había esperado. ¡Dios mío, Popi estaba
en la puerta otra vez! Al fin acepté a regañadientes y pregunté cuál era el
costo total de aquello. Respondió que yo era parte de la familia, que no era
cuestión de dinero y ofreció pagar de su bolsillo. Ese es un verdadero
sacrificio para un cubano, pues carecen de una fuente financiera cómoda
como nosotros.
Lo discutimos con mayor profundidad y me recordó el interés que yo había
mostrado por conocer qué oricha era mi ángel de la guarda, en otras
palabras, quién era mi oricha padre o madre. Me informó que lo más
aconsejable era celebrar una ceremonia conocida como Mano de Orunla que
ellos combinarían con otra llamada los Guerreros y podríamos saber si en
verdad era la brujería lo que me provocaba el dolor de espalda. Además, no
solamente conocería quién era mi padre o mi madre oricha, sino también el
sendero o camino que sería mi destino. En aquel momento, todo eso me
parecía por completo absurdo: en realidad no estaba buscando algo así. A mi
entender, si lo hacía, era para complacer a mi padre cubano. No estaba en
modo alguno convencido de que esto sirviera para algo o me curara el dolor
de espalda. Popi me informó que las ceremonias durarían tres días, pero que
el segundo era de descanso, así que en total serían dos. El costo no era para
turistas: eran 150.00 CUC. Cuando lo oí, sentí deseos de preguntarle,
“¿Estás bromeando?” Cuatro babalawos y Popi trabajando por lo menos seis
horas al día, con comida y bebida: era una ganga.
Al día siguiente, fui a conocer al padrino de Popi, un viejo babalawo llamado
Antonio. Vivía en un suburbio de La Habana ubicado a veinticinco minutos de
Centro Habana, que era donde vivíamos nosotros. Antonio pertenecía a la
santería de Matanzas. Tenía una casa grande, bien conservada, agradable y
con un encantador jardín detrás. No daré su nombre completo porque se
produjeron problemas que mencionaré más adelante. Me senté y pasé cerca
de una hora con Antonio, mientras Popi miraba por encima de mi hombro,
como protegiéndome. Popi y yo habíamos hablado con detenimiento en el
transcurso de los años sobre la forma creciente en que se estaba
manipulando la santería. Me preocupaba, por supuesto, que mi ceremonia se
convirtiera en un acto de superchería. Me decía que si iba a hacerlo, lo haría
bien, sin mistificaciones. Tener a Popi junto a mí al menos disminuía la
probabilidad de fraude. Popi me aseguró que el padrino tenía mucha
experiencia y llevaba cuarenta años como babalawo.
Antonio fue muy afable al empezar la lectura. Usaba un dispositivo de
adivinación conocido como opele. Esto se explicará en mayor detalle en
capítulos posteriores, pero es un objeto desarrollado en África, donde se
originó el culto a los orichas y es un instrumento exclusivamente de los
babalawos. A los de rango inferior al babalawo se les prohíbe usarlo.
Básicamente, desde mi punto de vista, la entrevista consistió en que él
lanzara al aire este opele muchas veces y tomara notas en un cuaderno. Era
una consulta, no una ceremonia. Mi ceremonia debería ser dos días después
en el mismo lugar. Le agradecimos y pagamos poniendo los 150 CUC en el
suelo casi al comienzo de la consulta. Di las gracias, me despedí y salí
cojeando de la casa con el bastón que ahora me veía obligado a usar. Popi
parecía satisfecho y al menos había dejado de sermonearme para que
aceptara esta “sanación”. Amado llegó a mi casa y conversó con Popi largo y
tendido, mientras yo me le quejaba a Yoshi de mi espalda.
Con el apoyo de Popi y Amado llegué doblado de dolor dos días después. A
Amado no se le permitía a veces permanecer en la habitación porque
algunas partes de las dos ceremonias eran exclusivamente para babalawos y
Amado no tenía ese rango. Junto a Popi y Antonio, había otros dos
babalawos; me caía realmente bien uno que no dejaba de sonreír: José. Este
parecía realizar la mayoría de los diversos rituales que yo recibía. Casi todo
el tiempo estuve sentado en una silla, con los pies desnudos sobre una
estera, respondiendo preguntas o sacudiendo dos pequeños caracoles o
piedras que tenía en la mano, mientras José tomaba unas cuantas nueces de
palma de su mano y terminaba sólo con una o dos. Luego hacía una o dos
marcas en un plato de madera tallado con objetos extraños. En el plato
había un polvo de color naranja. Yo hice otras cosas, como repetir varias
veces los nombres de mis parientes y observar a los babalawos que
cantaban en el jardín y también dentro de la casa, pero en realidad casi
siempre me sentía perdido, sin entender nada de lo que estaba pasando.
Al fin supe que mi padre era Agayú, el oricha del volcán, y eso me hizo reír
entre dientes, puesto que es cierto que soy bastante irascible. Se me había
dicho que podía conocer quién era mi padre o mi madre, pero no los dos, y
había optado por mi padre. Conocí un poco sobre la extraña estatua de la
cabeza que era Echú, o Eleguá, mensajero de los demás orichas y guardián
de las encrucijadas. También recibí una vasija de hierro con algunos objetos
metálicos y piedras que representaban a Ogún, el oricha del hierro, y a su
hermano Ochoshi, el cazador divino. El objeto más extraño que recibí fue un
gallo de metal sobre lo que parecía una copa cubierta. Estos orichas
conforman los Guerreros. Orunla (Orúnmila) se recibe naturalmente durante
la ceremonia de Mano o Cofá de Orunla que estábamos combinando.
Recuerdo que nos tomó mucho tiempo descubrir que mi padre era Agayú.
Tomamos algunos descansos y comimos bien durante estas ceremonias y en
todo momento la espalda seguía haciéndome padecer.
Recuerdo que me le quejé a Popi porque, a pesar de haber terminado el
primer día, la espalda me seguía doliendo. Me dijo que tuviese paciencia
porque la solución llegaría al segundo día. Mientras avanzábamos por el
largo proceso de encontrarlos, Amado me explicaba los 256 caminos con que
nace cada persona.
Observaba a José trabajar con las nueces de palma y veía la ansiedad en los
rostros de todos los que allí estaban. Hubo un momento en que estaban
sentados literalmente en el borde de sus asientos. Para cuando se hizo la
séptima marca, el babalawo más joven se veía visiblemente emocionado y
tanto José como Antonio compartían sonrisas con Popi. ¿Y yo? Estaba
perdido y no tenía idea de qué les provocaba este regocijo. Por supuesto,
más tarde supe que como hay solo ocho marcas, después de la séptima
quedan únicamente dos posibilidades y cualquier babalawo con experiencia
conoce estas dos antes de la última. Bien, yo tenía mi signo, sendero o ruta
y todos parecían encantados. Era el signo conocido como Irso Meji (Melli).
Todo esto me lo explicaron los babalawos, quienes se turnaron para
hablarme sobre mí.
Por esos días yo tenía una novia a quien amaba entrañablemente. Era
comentarista de noticias y aún es columnista del Chicago Sun Times. Se
llama Mary y a Mary le encantaba todo lo espiritual. En los cuatro años que
estuvimos juntos, me llevó a rastras a muchos espiritistas. Sidney Omar y
Jean Dixon me hicieron el horóscopo. Visitamos a Uri Geller y a Barbara
Comarte. La señora Comarte fue la más descabellada y la más precisa; se
había hecho famosa por haber predicho que Oprah saldría de Filadelfia,
cuando aún tenía allí un programa de radio, e iría a Chicago donde su triunfo
sería enorme. Con Mary tuve mi despertar espiritual aunque en realidad
tomé casi todo con pinzas. Hacía poco mi amigo Indu había logrado que el
principal astrólogo de la India hiciera mi horóscopo y fue agradable, pero la
mayoría de estas cosas son demasiado generales para ser precisas.
Naturalmente, esperaba que con los babalawos ocurriera otro tanto. Me
sorprendió mucho ver que no fueron generalidades si no, por el contrario,
algo bien específico. Una advertencia: no espere que todo babalawo sea
preciso o incluso honesto. Desafortunadamente, en toda religión hay muchos
que se aprovechan de quienes necesitan oír algo. En mi caso, no fue así. No
esperaba oír lo que oí y en realidad no había ido para nada de eso: estaba
allí buscando sanarme porque quería complacer a Popi y eso era todo.
Se me explicó que los 256 caminos son senderos de los dieciséis reinos
principales; dieciséis veces dieciséis es 256. Aprendí que Irosun, o Irso, es
uno de los dieciséis reinos principales y resultaba que yo era el rey de esa
casa. “Claro, sí, correcto, lo que digan” era exactamente lo que estaba
pensando. Hablamos sobre la razón por la cual estaban tan alegres y se me
dijo que este es el sendero del Sacerdote Supremo o babalawo. No es el
único sendero, pero sí un sendero principal. Se me explicó además que
aunque era un buen signo o sendero también era muy peligroso; aquellos
que nacen con este sendero asumen el culto a los orichas o lo dejan y
mueren jóvenes, a menos que cambien su destino.
Bueno, yo estaba confundido porque creía que todo el mundo nacía con su
camino y, aunque fuera posible influenciarlo, no se podía cambiar. No
exactamente, se me informó; en mi caso Ifá, o hacerme babalawo, era mi
salvación. Orunla u Orúnmila, el oricha y patrono de los babalawos, me
salvaría. Esto me confundió más aún, pues pensaba que llegar a ser
sacerdote supremo exigía mucho tiempo y mucho estudio. Entonces se me
explicó que en este signo o sendero es posible y necesario saltar a Ifá.
Cuando uno se hace babalawo, puede saltarse ser santero o sacerdote
normal de la religión. “Sí,” pensé; “¿pero para qué va alguien a saltar
cuando ya es rey?” Mi apellido es King, me gustaba ser un rey. Es mejor ser
rey que labriego siempre digo.
Debo admitir que cuando los babalawos dijeron Rey, experimenté un
sentimiento de derechos. Todos los 256 caminos, senderos o signos tienen
asociados aspectos positivos y negativos, o al menos se supone que los
tengan. Aprendí que mi signo, Irosun Meji, era bien difícil. Apenas tiene algo
positivo, salvo poder cambiar de suerte en la vida saltando a Ifá.
No es mi deseo provocar temor con una recapitulación completa y deberán
creerme que no todos los signos u odus son así. Véanlo del modo siguiente:
un odu o signo, camino, sendero o señal (todos se llaman odus) es nuestro
destino. Como un mapa de carreteras, debe ayudar a mostrar dónde están
los peligros y cómo evitarlos. A veces hace sugerencias que son obvias;
otras, si no son sencillas, el babalawo las interpreta por nosotros. Como un
médico, entonces prescribe la sanación.
Popi y Amado me habían explicado gran parte de esto con anterioridad.
Escuché mi odu, me mantuve esperando y esperando a que llegara lo bueno.
Lo bueno era que Ifá podría salvarme y en realidad eso era lo único bueno.
Compartiré con ustedes algunos rasgos de mi odu, con ayuda de la
excelente traducción al español del libro de mi amigo de Chicago, James J.
Kulevich titulado The Odu of Lucumi (El odu del lucumí), publicado por Ile
Orúnmila Communications en 2003.
Irosun Meji es el signo del fuego y la vista. Las tumbas se crearon en este
signo, así como los accidentes, la mala suerte y las desgracias. Irosun Meji
es el dueño de todos los orificios del mundo. Ifá dice que si uno no cree en
nada, recibirá malas noticias. Es el odu del robo, el engaño y las malas
noticias. Los de ese signo están o estarán en guerra. El fuego y la muerte
rondan su casa (literalmente). Un día se tiene dinero y al siguiente no. Debe
tenerse cuidado al invitar gente a la casa porque pueden robarle a la esposa.
Se tienen muchos enemigos; se es víctima de traición y engaño. Los amigos
lo traicionan. Se debe tener cuidado con los orificios. Se puede uno quedar
ciego. Los amigos son hipócritas y hablan a sus espaldas. Son posibles el
suicidio y la pérdida de la memoria. El signo representa la puesta del sol, las
noches sin luna, los sepelios, el fondo del océano y lo desconocido. En este
signo se tortura a alguien (presumiblemente a mi hermano el 11 de
septiembre de 2001 en el World Trade Center).
Todo signo puede ser Ire (positivo) o venir con Ogsobo (negativo). En este
signo ocurren algunas cosas positivas, pero son bien pocas. Lo principal de
este signo es seguir adelante o alejarse de él para ser salvado por Orúnmila
e Ifá. Antonio me explicó todo esto y me advirtió de nuevo que las personas
de este signo suelen abandonar el culto a los orichas y pagan las
consecuencias. También existe un famoso pataquín asociado con este signo.
Al terminar las ceremonias, mi espalda aún clamaba por la respuesta
prometida. Este era el momento de averiguar por qué estaba aquí. De
nuevo, José se sentó frente a mí e indagó esta vez por mi espalda. En
breves instantes, me enteré que la causa de mi dolor sí era la brujería. Se
me dio la oportunidad de formular dos preguntas cuyas respuestas fueran
"si" o "no" y reflexioné sobre lo que debía preguntar. Se me dijo que
susurrara mi pregunta en la piedra y el caracol que tenía en la mano. Me
pareció extraño que José no deseara que las preguntas fueran en voz alta.
La primera fue lógicamente si estos babalawos podrían curarme o tenían el
poder de curarme. La respuesta, por fortuna, fue "sí".
Esto me dejaba solo una pregunta y pensé un poco más. Sí, quería saber
quién me estaba haciendo la brujería. Pensé y pensé, pero por mí mismo no
pude dar con nadie. Estaba bastante seguro que no podría ser mi antigua
esposa puesto que nuestra relación había terminado amigablemente. Pero
luego se me ocurrió que podía haber sido su madrina. Al fin y al cabo, ella
era una santera poderosa y puede que no le hubiera agradado el divorcio.
Decidí preguntar si la brujería venía de mi esposa o de alguien relacionado
con ella: la respuesta fue "sí".
Estaba decepcionado, pero pensé que podía ser su madrina o alguien que
actuara sin conocimiento suyo. De todos modos, seguía siendo escéptico y
no creía todo al pie de la letra porque la espalda no se me había curado y
continuaba doliéndome. Lo que quería saber era cómo curarme.
Me dijeron que eso sería al día siguiente. Mientras comíamos sándwiches, el
babalawo más joven fue al jardín y regresó con un líquido verde de aspecto
repugnante del que se me dijo debía beber un vaso grande. Era espantoso.
Luego me dieron un recipiente grande lleno de él y me dijeron que lo usara
para bañarme. Amado me enseñó cómo hacerlo y debí beber varios vasos
más antes de regresar al día siguiente. La sanación me costaría otros 50
CUC. Para ese momento pensaba que por qué no dejar que la siguieran
pasando bien.
Mi gente llegó al atardecer para la sanación. José nuevamente hacía los
honores bajo la supervisión vigilante de Popi. Nos detuvimos primero en el
jardín, donde bebí algo del líquido bajo las estrellas. Cuando entramos en el
cuarto, agitaron algunas aves a mi alrededor y las sacrificaron. Me duché por
última vez y se me dijo que no me vistiera. Desnudo, me condujeron hasta
un jardín cercado que se encontraba en la calle de enfrente. Me aterraba
que, en esa barriada tan concurrida, me vieran y se burlaran de mí.
Al parecer, uno de los babalawos había despejado la calle puesto que ahora
estaba desolada. Me dijeron que volviera la cara a la luna y no mirara atrás.
Antonio empezó a pronunciar palabras africanas y agitaron frente a mí una
o dos aves más. Entonces oí como si las golpearan contra una piedra o en el
pavimento.
Pronto, me entregaron un paquete de lino empapado en sangre. Se me
recordó que no mirara atrás. Antonio me condujo, aún desnudo, hasta la
esquina donde se me dijo que dejara el paquete en la calle y no mirara
atrás. Luego, se me dijo que entrara enseguida y me vistiera. Crucé la calle
rápido como un rayo (de acuerdo, cojeando) y me sentí feliz al hacerlo.
“¡Concho, cuánta superchería!”, pensé. Les pregunté a los babalawos cómo
había salido la ceremonia y si había dado resultado. Sonrieron y dijeron que
así era y que yo estaba curado. Bien, no sentía ninguna mejoría en la
espalda, pero les di las gracias y me marché con los míos.
Popi, Amado y yo nos fuimos al Barrio Chino a celebrar. Popi estaba
claramente eufórico con los resultados de mis ceremonias. Me explicó que
aunque el signo parecía terrible, era una bendición siempre que yo saltara a
Ifá. Principalmente hablamos sobre el culto a los orichas. Al fin Popi se fue,
porque se le estaba haciendo tarde, y me dejó con Amado para regresar a
casa. Hablé con Amado un poco más y le pregunté sobre su religión. Amado
nunca había mostrado mucho interés en el culto a los orichas, aunque yo
sabía que, de pequeño, había sido bautizado en esa religión.
Yo había visto muchos recipientes que adornaban su habitación, pero no lo
había oído hablar sobre su fe en todos estos años. Vi que llevaba varias
pulseras llamadas “idé” con los colores de su oricha Eleguá, pero aparte de
eso rara vez hablamos de ello. Había asistido un par de veces a algunas
ceremonias en su casa donde se sacrificaban algunas aves, pollos o animales
pequeños y se dejaba caer su sangre en varios recipientes, pero yo en
realidad no entendía nada. Para mí, Amado era sólo mi mejor amigo y con
eso bastaba. Nunca hablábamos mucho sobre el culto a los orichas, aparte
de alguna pregunta ocasional que yo le hiciera.
Presentía que había pasado algo que le había provocado algún conflicto y
para mí esto sigue siendo un misterio. Tal vez fuera que toda mi familia
cubana esperaba con paciencia que los orichas entraran a formar parte de
mi vida, aunque no estoy seguro de ello. Ahora, esto constituye el centro de
nuestra relación, pero en aquel momento era lo menos importante o al
menos así me parecía a mí. Cuando le hacía mis infrecuentes preguntas a
Amado, él normalmente reía entre dientes y levantaba las cejas. Tampoco le
agradó la esposa que elegí y estos dos temas, aunque nada impidiera hablar
de ellos, muy pocas veces eran parte de nuestras conversaciones. Yo me
había criado dentro del cristianismo y me había alejado de él todavía joven,
de modo que supuse que Amado había dejado atrás el culto a los orichas
como yo había hecho con el cristianismo. A veces ocurre, muchas veces hay
un catalizador y otras solo nos distanciamos.
Cuando desperté, quedé atónito: mi espalda había mejorado en un 50 por
ciento. Me dolía aún, pero ya yo no cojeaba y me estiré y pude abrirles la
puerta a Rosa y a Betti. Rosa preparó el desayuno mientras Betti examinaba
mi espalda. Ella también tenía los ojos bien abiertos del asombro;
recuérdese que Betti no era creyente del culto a los orichas. Durante la
terapia, Amado pasó por la casa. Es capaz de oler la comida a una distancia
de dos cuadras de mi apartamento. Desayunó a sus anchas mientras yo le
explicaba lo mucho que me había mejorado la espalda. Su felicidad era
inocultable. Enseguida llamó a Popi y le dio las buenas nuevas.
Al despertar al siguiente día, el dolor había desaparecido por completo.
Recuérdese que había vivido con él los últimos ocho meses. Betti confirmó
que mi espalda, del manojo de músculos y nervios tensos que era tan solo
dos días atrás, había sanado por sí misma. Estaba y sigue estando tan
sorprendida como yo. Para alguien con mi escepticismo y que no deseaba
creer en esto, representaba un violento estremecimiento del mundo. Puedo
decir que me sentía en un estado de cambio continuo ante la revelación de
que algo sin dudas había transformado mi condición. Soy una persona lógica
y analítica y, por mucho que lo deseaba, no podía explicar los hechos ni
hacer caso omiso de ellos.
Me veía obligado a creer que todo el galimatías y las mistificaciones podían
ser ciertos. Era como si hubiese visto a Moisés caminar sobre el agua con
mis propios ojos. Al día siguiente, fui al club a jugar golf e hice veintisiete
hoyos sintiéndome magníficamente bien. En realidad estaba en las nubes.
Una cosa es oír la narración de un milagro y otra muy diferente vivirlo en
carne propia.
Ahora deseaba haber prestado más atención al resto de las ceremonias y le
confesé a Popi que estaba meditando en todo lo ocurrido. Él me escuchaba
luchar con la situación y sonreía comprensivamente. El siguiente paso, si
decidía continuar, incluiría participar en una ceremonia llamada el lavado de
los orichas. En esto pensaba mientras disfrutaba de La Habana durante el
resto de mi estancia allí.

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  • 1. Echú Capítulo Dos: Mano de Orunla Había mencionado que la espalda estaba acabando conmigo. No era sólo una regresión: estaba empeorando. Curiosamente, mientras más se acercaba el viaje, más me dolía. Esto me motivó aún más a ir en busca de Betti y continuar mi terapia. Cuando hice mis reservaciones en la agencia de viajes, comencé a sentir intolerables dolores de espalda. Sentado en el bus a Hermosillo desde Nogales, donde vivo, el dolor se agravó; tomaba los
  • 2. medicamentos Aleve y Advil como si fueran caramelos. Pasé la noche inquieto y llegué a Ciudad de México donde debí esperar dos horas con un dolor intenso. Cuando llegué a Cuba esa tarde, estaba cojeando y me sentía viejo. Llamé a Amado y a Yoshi, su esposa, así como a Rosa y a Betti. Betti y Rosa vinieron al día siguiente y a las dos les preocupó verme tan adolorido. Al percatarse de lo mal que tenía la espalda, Betti me preguntó si había participado en alguna función de circo. Cuando le dije que no había hecho nada inusual, aumentó su confusión. Tenía verdaderos deseos de visitar a Popi, el padre de Amado, y darle las vitaminas que le traía de regalo. Por alguna razón es difícil encontrar vitaminas en Cuba, algo más de que culpar al embargo. El problema de visitar a Popi era que vivía en un tercer piso. Con el estado de mi espalda, tenía pocas esperanzas de hacerlo. Popi es como un segundo padre para mí y tanto él como mi padre biológico se habían divertido de lo lindo cuando éste último vino a mi boda. Los dos son unos donjuanes porque les encanta perseguir mujeres. Me agradó inmensamente cuando Rosa entró en mi habitación y me dijo que Popi estaba en la sala. A él también le preocupó ver que el dolor se había hecho atormentador. Popi no habla inglés y a veces me cuesta entenderle. Me dijo con mucha seriedad que deseaba que fuera a ver a otros sacerdotes supremos (babalawos) porque estaba seguro que el problema de mi espalda era cosa de brujería. Sí, de acuerdo, dije con un gesto de dolor. Recuérdese que yo rechazaba con toda vehemencia la santería y aquí estaba mi padre cubano asegurándome con toda firmeza que esa era la causa de mi dolor. Hablamos y hablamos hasta que yo me puse casi cianótico, pero él permanecía implacable en su apreciación.
  • 3. Amado y Yoshi se nos habían unido y yo trataba de encontrar apoyo en ellos, pero nada: Popi continuaba insistiendo de modo indeclinable. Rosa, también creyente, asentía con la cabeza, mientras incluso Betti, que no era creyente, sugirió que tal vez sería bueno que aceptara el consejo de Popi. Me sentía superado en número y razones. Yo, el gran polemista, estaba derrotado. Me sentía desesperado, ¡caramba, si apenas podía caminar! Habíamos estado hablando durante dos horas y yo seguía sin estar acuerdo, de modo que usé la antigua estrategia corporativa del aplazamiento y dije que lo consultaría con la almohada. Al siguiente día, cuando Betti terminó, me sentí un poco mejor de la espalda, aunque ni cerca de lo que había esperado. ¡Dios mío, Popi estaba en la puerta otra vez! Al fin acepté a regañadientes y pregunté cuál era el costo total de aquello. Respondió que yo era parte de la familia, que no era cuestión de dinero y ofreció pagar de su bolsillo. Ese es un verdadero sacrificio para un cubano, pues carecen de una fuente financiera cómoda como nosotros. Lo discutimos con mayor profundidad y me recordó el interés que yo había mostrado por conocer qué oricha era mi ángel de la guarda, en otras palabras, quién era mi oricha padre o madre. Me informó que lo más aconsejable era celebrar una ceremonia conocida como Mano de Orunla que ellos combinarían con otra llamada los Guerreros y podríamos saber si en verdad era la brujería lo que me provocaba el dolor de espalda. Además, no solamente conocería quién era mi padre o mi madre oricha, sino también el sendero o camino que sería mi destino. En aquel momento, todo eso me parecía por completo absurdo: en realidad no estaba buscando algo así. A mi entender, si lo hacía, era para complacer a mi padre cubano. No estaba en modo alguno convencido de que esto sirviera para algo o me curara el dolor de espalda. Popi me informó que las ceremonias durarían tres días, pero que
  • 4. el segundo era de descanso, así que en total serían dos. El costo no era para turistas: eran 150.00 CUC. Cuando lo oí, sentí deseos de preguntarle, “¿Estás bromeando?” Cuatro babalawos y Popi trabajando por lo menos seis horas al día, con comida y bebida: era una ganga. Al día siguiente, fui a conocer al padrino de Popi, un viejo babalawo llamado Antonio. Vivía en un suburbio de La Habana ubicado a veinticinco minutos de Centro Habana, que era donde vivíamos nosotros. Antonio pertenecía a la santería de Matanzas. Tenía una casa grande, bien conservada, agradable y con un encantador jardín detrás. No daré su nombre completo porque se produjeron problemas que mencionaré más adelante. Me senté y pasé cerca de una hora con Antonio, mientras Popi miraba por encima de mi hombro, como protegiéndome. Popi y yo habíamos hablado con detenimiento en el transcurso de los años sobre la forma creciente en que se estaba manipulando la santería. Me preocupaba, por supuesto, que mi ceremonia se convirtiera en un acto de superchería. Me decía que si iba a hacerlo, lo haría bien, sin mistificaciones. Tener a Popi junto a mí al menos disminuía la probabilidad de fraude. Popi me aseguró que el padrino tenía mucha experiencia y llevaba cuarenta años como babalawo. Antonio fue muy afable al empezar la lectura. Usaba un dispositivo de adivinación conocido como opele. Esto se explicará en mayor detalle en capítulos posteriores, pero es un objeto desarrollado en África, donde se originó el culto a los orichas y es un instrumento exclusivamente de los babalawos. A los de rango inferior al babalawo se les prohíbe usarlo. Básicamente, desde mi punto de vista, la entrevista consistió en que él lanzara al aire este opele muchas veces y tomara notas en un cuaderno. Era una consulta, no una ceremonia. Mi ceremonia debería ser dos días después en el mismo lugar. Le agradecimos y pagamos poniendo los 150 CUC en el suelo casi al comienzo de la consulta. Di las gracias, me despedí y salí
  • 5. cojeando de la casa con el bastón que ahora me veía obligado a usar. Popi parecía satisfecho y al menos había dejado de sermonearme para que aceptara esta “sanación”. Amado llegó a mi casa y conversó con Popi largo y tendido, mientras yo me le quejaba a Yoshi de mi espalda. Con el apoyo de Popi y Amado llegué doblado de dolor dos días después. A Amado no se le permitía a veces permanecer en la habitación porque algunas partes de las dos ceremonias eran exclusivamente para babalawos y Amado no tenía ese rango. Junto a Popi y Antonio, había otros dos babalawos; me caía realmente bien uno que no dejaba de sonreír: José. Este parecía realizar la mayoría de los diversos rituales que yo recibía. Casi todo el tiempo estuve sentado en una silla, con los pies desnudos sobre una estera, respondiendo preguntas o sacudiendo dos pequeños caracoles o piedras que tenía en la mano, mientras José tomaba unas cuantas nueces de palma de su mano y terminaba sólo con una o dos. Luego hacía una o dos marcas en un plato de madera tallado con objetos extraños. En el plato había un polvo de color naranja. Yo hice otras cosas, como repetir varias veces los nombres de mis parientes y observar a los babalawos que cantaban en el jardín y también dentro de la casa, pero en realidad casi siempre me sentía perdido, sin entender nada de lo que estaba pasando. Al fin supe que mi padre era Agayú, el oricha del volcán, y eso me hizo reír entre dientes, puesto que es cierto que soy bastante irascible. Se me había dicho que podía conocer quién era mi padre o mi madre, pero no los dos, y había optado por mi padre. Conocí un poco sobre la extraña estatua de la cabeza que era Echú, o Eleguá, mensajero de los demás orichas y guardián de las encrucijadas. También recibí una vasija de hierro con algunos objetos metálicos y piedras que representaban a Ogún, el oricha del hierro, y a su hermano Ochoshi, el cazador divino. El objeto más extraño que recibí fue un gallo de metal sobre lo que parecía una copa cubierta. Estos orichas
  • 6. conforman los Guerreros. Orunla (Orúnmila) se recibe naturalmente durante la ceremonia de Mano o Cofá de Orunla que estábamos combinando. Recuerdo que nos tomó mucho tiempo descubrir que mi padre era Agayú. Tomamos algunos descansos y comimos bien durante estas ceremonias y en todo momento la espalda seguía haciéndome padecer. Recuerdo que me le quejé a Popi porque, a pesar de haber terminado el primer día, la espalda me seguía doliendo. Me dijo que tuviese paciencia porque la solución llegaría al segundo día. Mientras avanzábamos por el largo proceso de encontrarlos, Amado me explicaba los 256 caminos con que nace cada persona. Observaba a José trabajar con las nueces de palma y veía la ansiedad en los rostros de todos los que allí estaban. Hubo un momento en que estaban sentados literalmente en el borde de sus asientos. Para cuando se hizo la séptima marca, el babalawo más joven se veía visiblemente emocionado y tanto José como Antonio compartían sonrisas con Popi. ¿Y yo? Estaba perdido y no tenía idea de qué les provocaba este regocijo. Por supuesto, más tarde supe que como hay solo ocho marcas, después de la séptima quedan únicamente dos posibilidades y cualquier babalawo con experiencia conoce estas dos antes de la última. Bien, yo tenía mi signo, sendero o ruta y todos parecían encantados. Era el signo conocido como Irso Meji (Melli). Todo esto me lo explicaron los babalawos, quienes se turnaron para hablarme sobre mí. Por esos días yo tenía una novia a quien amaba entrañablemente. Era comentarista de noticias y aún es columnista del Chicago Sun Times. Se llama Mary y a Mary le encantaba todo lo espiritual. En los cuatro años que estuvimos juntos, me llevó a rastras a muchos espiritistas. Sidney Omar y Jean Dixon me hicieron el horóscopo. Visitamos a Uri Geller y a Barbara Comarte. La señora Comarte fue la más descabellada y la más precisa; se
  • 7. había hecho famosa por haber predicho que Oprah saldría de Filadelfia, cuando aún tenía allí un programa de radio, e iría a Chicago donde su triunfo sería enorme. Con Mary tuve mi despertar espiritual aunque en realidad tomé casi todo con pinzas. Hacía poco mi amigo Indu había logrado que el principal astrólogo de la India hiciera mi horóscopo y fue agradable, pero la mayoría de estas cosas son demasiado generales para ser precisas. Naturalmente, esperaba que con los babalawos ocurriera otro tanto. Me sorprendió mucho ver que no fueron generalidades si no, por el contrario, algo bien específico. Una advertencia: no espere que todo babalawo sea preciso o incluso honesto. Desafortunadamente, en toda religión hay muchos que se aprovechan de quienes necesitan oír algo. En mi caso, no fue así. No esperaba oír lo que oí y en realidad no había ido para nada de eso: estaba allí buscando sanarme porque quería complacer a Popi y eso era todo. Se me explicó que los 256 caminos son senderos de los dieciséis reinos principales; dieciséis veces dieciséis es 256. Aprendí que Irosun, o Irso, es uno de los dieciséis reinos principales y resultaba que yo era el rey de esa casa. “Claro, sí, correcto, lo que digan” era exactamente lo que estaba pensando. Hablamos sobre la razón por la cual estaban tan alegres y se me dijo que este es el sendero del Sacerdote Supremo o babalawo. No es el único sendero, pero sí un sendero principal. Se me explicó además que aunque era un buen signo o sendero también era muy peligroso; aquellos que nacen con este sendero asumen el culto a los orichas o lo dejan y mueren jóvenes, a menos que cambien su destino. Bueno, yo estaba confundido porque creía que todo el mundo nacía con su camino y, aunque fuera posible influenciarlo, no se podía cambiar. No exactamente, se me informó; en mi caso Ifá, o hacerme babalawo, era mi salvación. Orunla u Orúnmila, el oricha y patrono de los babalawos, me salvaría. Esto me confundió más aún, pues pensaba que llegar a ser
  • 8. sacerdote supremo exigía mucho tiempo y mucho estudio. Entonces se me explicó que en este signo o sendero es posible y necesario saltar a Ifá. Cuando uno se hace babalawo, puede saltarse ser santero o sacerdote normal de la religión. “Sí,” pensé; “¿pero para qué va alguien a saltar cuando ya es rey?” Mi apellido es King, me gustaba ser un rey. Es mejor ser rey que labriego siempre digo. Debo admitir que cuando los babalawos dijeron Rey, experimenté un sentimiento de derechos. Todos los 256 caminos, senderos o signos tienen asociados aspectos positivos y negativos, o al menos se supone que los tengan. Aprendí que mi signo, Irosun Meji, era bien difícil. Apenas tiene algo positivo, salvo poder cambiar de suerte en la vida saltando a Ifá. No es mi deseo provocar temor con una recapitulación completa y deberán creerme que no todos los signos u odus son así. Véanlo del modo siguiente: un odu o signo, camino, sendero o señal (todos se llaman odus) es nuestro destino. Como un mapa de carreteras, debe ayudar a mostrar dónde están los peligros y cómo evitarlos. A veces hace sugerencias que son obvias; otras, si no son sencillas, el babalawo las interpreta por nosotros. Como un médico, entonces prescribe la sanación. Popi y Amado me habían explicado gran parte de esto con anterioridad. Escuché mi odu, me mantuve esperando y esperando a que llegara lo bueno. Lo bueno era que Ifá podría salvarme y en realidad eso era lo único bueno. Compartiré con ustedes algunos rasgos de mi odu, con ayuda de la excelente traducción al español del libro de mi amigo de Chicago, James J. Kulevich titulado The Odu of Lucumi (El odu del lucumí), publicado por Ile Orúnmila Communications en 2003. Irosun Meji es el signo del fuego y la vista. Las tumbas se crearon en este signo, así como los accidentes, la mala suerte y las desgracias. Irosun Meji
  • 9. es el dueño de todos los orificios del mundo. Ifá dice que si uno no cree en nada, recibirá malas noticias. Es el odu del robo, el engaño y las malas noticias. Los de ese signo están o estarán en guerra. El fuego y la muerte rondan su casa (literalmente). Un día se tiene dinero y al siguiente no. Debe tenerse cuidado al invitar gente a la casa porque pueden robarle a la esposa. Se tienen muchos enemigos; se es víctima de traición y engaño. Los amigos lo traicionan. Se debe tener cuidado con los orificios. Se puede uno quedar ciego. Los amigos son hipócritas y hablan a sus espaldas. Son posibles el suicidio y la pérdida de la memoria. El signo representa la puesta del sol, las noches sin luna, los sepelios, el fondo del océano y lo desconocido. En este signo se tortura a alguien (presumiblemente a mi hermano el 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center). Todo signo puede ser Ire (positivo) o venir con Ogsobo (negativo). En este signo ocurren algunas cosas positivas, pero son bien pocas. Lo principal de este signo es seguir adelante o alejarse de él para ser salvado por Orúnmila e Ifá. Antonio me explicó todo esto y me advirtió de nuevo que las personas de este signo suelen abandonar el culto a los orichas y pagan las consecuencias. También existe un famoso pataquín asociado con este signo. Al terminar las ceremonias, mi espalda aún clamaba por la respuesta prometida. Este era el momento de averiguar por qué estaba aquí. De nuevo, José se sentó frente a mí e indagó esta vez por mi espalda. En breves instantes, me enteré que la causa de mi dolor sí era la brujería. Se me dio la oportunidad de formular dos preguntas cuyas respuestas fueran "si" o "no" y reflexioné sobre lo que debía preguntar. Se me dijo que susurrara mi pregunta en la piedra y el caracol que tenía en la mano. Me pareció extraño que José no deseara que las preguntas fueran en voz alta. La primera fue lógicamente si estos babalawos podrían curarme o tenían el poder de curarme. La respuesta, por fortuna, fue "sí".
  • 10. Esto me dejaba solo una pregunta y pensé un poco más. Sí, quería saber quién me estaba haciendo la brujería. Pensé y pensé, pero por mí mismo no pude dar con nadie. Estaba bastante seguro que no podría ser mi antigua esposa puesto que nuestra relación había terminado amigablemente. Pero luego se me ocurrió que podía haber sido su madrina. Al fin y al cabo, ella era una santera poderosa y puede que no le hubiera agradado el divorcio. Decidí preguntar si la brujería venía de mi esposa o de alguien relacionado con ella: la respuesta fue "sí". Estaba decepcionado, pero pensé que podía ser su madrina o alguien que actuara sin conocimiento suyo. De todos modos, seguía siendo escéptico y no creía todo al pie de la letra porque la espalda no se me había curado y continuaba doliéndome. Lo que quería saber era cómo curarme. Me dijeron que eso sería al día siguiente. Mientras comíamos sándwiches, el babalawo más joven fue al jardín y regresó con un líquido verde de aspecto repugnante del que se me dijo debía beber un vaso grande. Era espantoso. Luego me dieron un recipiente grande lleno de él y me dijeron que lo usara para bañarme. Amado me enseñó cómo hacerlo y debí beber varios vasos más antes de regresar al día siguiente. La sanación me costaría otros 50 CUC. Para ese momento pensaba que por qué no dejar que la siguieran pasando bien. Mi gente llegó al atardecer para la sanación. José nuevamente hacía los honores bajo la supervisión vigilante de Popi. Nos detuvimos primero en el jardín, donde bebí algo del líquido bajo las estrellas. Cuando entramos en el cuarto, agitaron algunas aves a mi alrededor y las sacrificaron. Me duché por última vez y se me dijo que no me vistiera. Desnudo, me condujeron hasta un jardín cercado que se encontraba en la calle de enfrente. Me aterraba que, en esa barriada tan concurrida, me vieran y se burlaran de mí.
  • 11. Al parecer, uno de los babalawos había despejado la calle puesto que ahora estaba desolada. Me dijeron que volviera la cara a la luna y no mirara atrás. Antonio empezó a pronunciar palabras africanas y agitaron frente a mí una o dos aves más. Entonces oí como si las golpearan contra una piedra o en el pavimento. Pronto, me entregaron un paquete de lino empapado en sangre. Se me recordó que no mirara atrás. Antonio me condujo, aún desnudo, hasta la esquina donde se me dijo que dejara el paquete en la calle y no mirara atrás. Luego, se me dijo que entrara enseguida y me vistiera. Crucé la calle rápido como un rayo (de acuerdo, cojeando) y me sentí feliz al hacerlo. “¡Concho, cuánta superchería!”, pensé. Les pregunté a los babalawos cómo había salido la ceremonia y si había dado resultado. Sonrieron y dijeron que así era y que yo estaba curado. Bien, no sentía ninguna mejoría en la espalda, pero les di las gracias y me marché con los míos. Popi, Amado y yo nos fuimos al Barrio Chino a celebrar. Popi estaba claramente eufórico con los resultados de mis ceremonias. Me explicó que aunque el signo parecía terrible, era una bendición siempre que yo saltara a Ifá. Principalmente hablamos sobre el culto a los orichas. Al fin Popi se fue, porque se le estaba haciendo tarde, y me dejó con Amado para regresar a casa. Hablé con Amado un poco más y le pregunté sobre su religión. Amado nunca había mostrado mucho interés en el culto a los orichas, aunque yo sabía que, de pequeño, había sido bautizado en esa religión. Yo había visto muchos recipientes que adornaban su habitación, pero no lo había oído hablar sobre su fe en todos estos años. Vi que llevaba varias pulseras llamadas “idé” con los colores de su oricha Eleguá, pero aparte de eso rara vez hablamos de ello. Había asistido un par de veces a algunas ceremonias en su casa donde se sacrificaban algunas aves, pollos o animales pequeños y se dejaba caer su sangre en varios recipientes, pero yo en
  • 12. realidad no entendía nada. Para mí, Amado era sólo mi mejor amigo y con eso bastaba. Nunca hablábamos mucho sobre el culto a los orichas, aparte de alguna pregunta ocasional que yo le hiciera. Presentía que había pasado algo que le había provocado algún conflicto y para mí esto sigue siendo un misterio. Tal vez fuera que toda mi familia cubana esperaba con paciencia que los orichas entraran a formar parte de mi vida, aunque no estoy seguro de ello. Ahora, esto constituye el centro de nuestra relación, pero en aquel momento era lo menos importante o al menos así me parecía a mí. Cuando le hacía mis infrecuentes preguntas a Amado, él normalmente reía entre dientes y levantaba las cejas. Tampoco le agradó la esposa que elegí y estos dos temas, aunque nada impidiera hablar de ellos, muy pocas veces eran parte de nuestras conversaciones. Yo me había criado dentro del cristianismo y me había alejado de él todavía joven, de modo que supuse que Amado había dejado atrás el culto a los orichas como yo había hecho con el cristianismo. A veces ocurre, muchas veces hay un catalizador y otras solo nos distanciamos. Cuando desperté, quedé atónito: mi espalda había mejorado en un 50 por ciento. Me dolía aún, pero ya yo no cojeaba y me estiré y pude abrirles la puerta a Rosa y a Betti. Rosa preparó el desayuno mientras Betti examinaba mi espalda. Ella también tenía los ojos bien abiertos del asombro; recuérdese que Betti no era creyente del culto a los orichas. Durante la terapia, Amado pasó por la casa. Es capaz de oler la comida a una distancia de dos cuadras de mi apartamento. Desayunó a sus anchas mientras yo le explicaba lo mucho que me había mejorado la espalda. Su felicidad era inocultable. Enseguida llamó a Popi y le dio las buenas nuevas. Al despertar al siguiente día, el dolor había desaparecido por completo. Recuérdese que había vivido con él los últimos ocho meses. Betti confirmó que mi espalda, del manojo de músculos y nervios tensos que era tan solo
  • 13. dos días atrás, había sanado por sí misma. Estaba y sigue estando tan sorprendida como yo. Para alguien con mi escepticismo y que no deseaba creer en esto, representaba un violento estremecimiento del mundo. Puedo decir que me sentía en un estado de cambio continuo ante la revelación de que algo sin dudas había transformado mi condición. Soy una persona lógica y analítica y, por mucho que lo deseaba, no podía explicar los hechos ni hacer caso omiso de ellos. Me veía obligado a creer que todo el galimatías y las mistificaciones podían ser ciertos. Era como si hubiese visto a Moisés caminar sobre el agua con mis propios ojos. Al día siguiente, fui al club a jugar golf e hice veintisiete hoyos sintiéndome magníficamente bien. En realidad estaba en las nubes. Una cosa es oír la narración de un milagro y otra muy diferente vivirlo en carne propia. Ahora deseaba haber prestado más atención al resto de las ceremonias y le confesé a Popi que estaba meditando en todo lo ocurrido. Él me escuchaba luchar con la situación y sonreía comprensivamente. El siguiente paso, si decidía continuar, incluiría participar en una ceremonia llamada el lavado de los orichas. En esto pensaba mientras disfrutaba de La Habana durante el resto de mi estancia allí.