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Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 2 ~
Garcia Ochoa, Samuel Raúl
Grillos : un canto a la poesía / Samuel Raúl Garcia Ochoa. - 1a ed .-
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Samuel Raúl Garcia Ochoa, 2019.
Libro digital, PDF
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-86-0700-9
1. Cronología. 2. Cuentos Románticos. 3. Narrativa Puertorriqueña. I. Título.
CDD Pr863
Todos los derechos reservados:
Gracias por descargar este libro electrónico. El copyright es propiedad exclusiva del
autor, y este libro es de distribución gratuita, por lo tanto no se permite su reproducción,
copiado ni distribución con fines comerciales y/o políticos.
Todo interesado en interpretar, representar o reproducir esta crónica narrada en cine,
televisión, teatro o cualquier forma multimedia o audiovisual existente, ya sea con fines
comerciales o sin fines de lucro, deberá previamente contactar al autor en el mail brindado
al final de esta página. ©
SRGO
Diseño Portada: Samuel Raúl García Ochoa
Maquetado: Samuel Raúl García Ochoa
Mail de contacto: sraulgochoa@gmail.com
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 3 ~
Introducción
Voy a empezar este libro con un solo pensamiento.
¿SUEÑO O HISTORIA?
Yo no sé cuál de las dos vidas,
es mi verdadera historia.
Si cuando estoy despierto,
o cuando estoy dormido.
Tampoco sé cuándo estoy dormido o despierto,
porque es que en ambas dimensiones lloro, grito, me río y vivo,
a tal punto que ya no tengo noción de lo real o lo irreal.
¿Qué es lo real, y qué no?
Esa respuesta no la sabré.
Porque los sueños son una realidad que tengo y vivo,
en este tiempo en que estoy dormido o despierto.
Un sueño me mata o me vive, al igual que cuando no sueño.
Si la vida es un sueño,
entonces ahora estoy dormido,
y cuando me acueste, es que despertaré.
==X==
Todo el mundo tiene en algún lugar de su mente, una historia que pudiera ser la mezcla
de sueños con sucesos de la vida real. Si combináramos detalladamente lo vivido en sueños con
lo vivido en la realidad, podríamos escribir grandes y lindas historias; muchas de amor,
comedia, aventura y hasta fantasía. Yo he combinado esta gamma de elementos para poder
escribir esta historia. Algunos nombres, lugares, y circunstancias fueron modificados, con la
intención de preservar su verdadera realidad en el anonimato.
Ahora afilen la imaginación, y juzguen por ustedes mismos, que ésta es mi historia.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 4 ~
Grillos: Un canto a la poesía.
Frente a la entrada del estacionamiento de una parroquia, un hombre de 27 años de
edad, se bajó de una camioneta que lo trajo para que se quedara en ese lugar por tiempo
indefinido. Con una sonrisa triste en su rostro, entró a la iglesia, caminó hasta el altar, y cayó
de rodillas casi inconsciente postrado ante la cruz. Rápidamente fue abrazado por Miguelo, un
sacerdote misionero de 34 años de edad, pelirrojo, barbudo y de ojos verdes. Ayudado por los
seminaristas, el sacerdote pudo llevar al hombre a una de las habitaciones del seminario.
====0====
Diecisiete meses antes. 2 de febrero de 1996.
En la intersección de la Avenida Laurel con la Calle 24 en el municipio de Bayamón, un
auto que provenía del hospital en la cercanía detuvo su marcha. El conductor que lo
manejaba bajó la ventanilla del lado del pasajero, para hablarle a un hombre que se encontraba
caminando por la vereda.
Raúl —Buenas tardes padre.
José —Buenas tardes.
Raúl —¿Me podría decir cómo llegó a la Número 2?
José —¿Cómo no? Sigues por esta misma avenida hasta el final, y doblas a la izquierda.
Después te vas a encontrar con la 199, y ahí doblas a la derecha. Cuando el carril se
divida en dos, te vas por el de la izquierda, y lo continuas de corrido hasta la 167. En la
167 giras a la derecha, y directito hasta la Número 2.
Raúl —Muchas gracias Padre.
José —De nada hijo.
Raúl —Oiga, ¿usted no estuvo recién en la oficina del doctor González?
José —Sí. ¿Por qué?
Raúl —Porque es que yo entré cuando usted salía.
José —¡Ah! ¿Así que tú eres el técnico que estaban esperando?
Raúl —Sí, ese soy yo. ¡Presente! Y le pido perdón por inmiscuirme en sus asuntos.
José —Bien.
Raúl —¡Sabe! Es muy difícil arreglar una computadora, y no escuchar lo que otros hablan
cuando están pegaito a uno.
José —¡Y supongo que puede ser!
Raúl —Oiga, eso que usted habló de los chicos maltratados es muy interesante. Me voló el
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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cerebro, y me aplastó el corazón.
José —Es un tema delicado.
Raúl —¿Y usted no me podría dar un poco más información? Digo, si se puede.
José —Me encantaría quedarme a charlar, pero tengo muchísimo que caminar, y si me
detengo ahora, voy a llegar tarde para la misa.
Raúl —¿Y pa dónde tiene que ir?
José —A mi parroquia.
Raúl —Pues suba que yo lo llevo. Usted me dice como llegar, y yo lo llevo.
José —Mira hijo, no te lo tomes a mal, pero prefiero ir caminando. No quiero ser una carga,
ni que tengas problemas.
Raúl —Tranquilo padre, que ya salí de trabajar, y voy sin prisa.
José —Bueno, pues si es así, y tanto insistes... vamos... Te agradezco por el pon.
Raúl —Abróchese el cinturón, y bendiga nuestro viaje, que es más lindo seguir con vida.
El sacerdote español de 58 años de edad, pelo blanco, y prolijamente afeitado, le fue
contando y respondiendo todas las preguntas e inquietudes al conductor. Ya habían cruzado la
carretera 167, e ingresado por otra calle, cuando de repente, un niño de 8 años de edad que
corría tras su balón, se atravesó en el camino.
Raúl — ¡Qué cabrón, hijo de puta! Un poco más, y lo hago mierda... Perdón padre.
José —No te disculpes hijo. Cuando tienes razón, tienes razón. Y esta vez, opino casi como
tú. Si no hubieras frenado como lo hiciste, ese pequeño estaría muerto. Habría que hablar
con sus padres, para...
Raúl —Sí, pero es un niño... Espéreme un momentito, que vengo ahora. Algo no está
bien, y no me gusta verlo así.
Raúl se bajó del auto, caminó hasta el niño que permanecía paralizado por el miedo,
cruzó la calle, buscó el balón, se lo entregó al pequeño, y lo abrazó. Luego de sacarle una
sonrisa, y acompañarlo de regreso a su vereda, le dio un par de palmaditas suaves en la espalda,
se montó en su auto, y se despidió del pequeño con una sonrisa. El padre José miró con absoluto
beneplácito la acción de quien lo llevaba.
José —¿Te gustan los niños?
Raúl —Mucho.
José —¿Tienes hijos?
Raúl —No, pero tengo sobrinos, y me encanta pasar el tiempo con ellos.
José —¿Tienes esposa, novia?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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Raúl —Tampoco.
José —¿Tuviste?
Raúl —Digamos que tuve la posibilidad, y fallé en el intento.
José —¿Cómo es que fallaste en el intento?
Raúl —La espanté.
José —Ja, ja, ja. La espantaste. ¿Cómo la espantaste? ¿Qué hiciste?
Raúl —Le recité un poema, y vivimos jamases para siempre.
José —Ja, ja, ja. ¿Qué poema le recitaste?
Raúl —Uno mío.
José —¿Escribes poemas y poesías?
Raúl —Que yo recuerde, desde que estuve en octavo grado.
José —¿Y cuál fue ese poema? Digo, si se puede saber.
Raúl —¿Quiere que se lo recite?
José —Por favor.
Raúl —Bueno, lo titulé: «Solo Quiero Ser», y dice así:
SOLO QUIERO SER.
Que malo es estar enamorado,
y saber que quizás nunca, sea correspondido.
Y es por eso que te digo,
que pongas mucha atención,
pues te digo de corazón,
que:
Solo quiero ser tu amigo.
Aunque mi corazón esté dolido,
por tan dramática decisión,
el cual de ti está enamorado,
y siempre quiera estar a tu lado,
hoy te digo con razón,
que:
Solo quiero ser tu amigo.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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Esto es fuerte, y también es duro,
el podértelo decir,
por eso lo tengo que escribir,
para desahogar mis sentidos,
y tratar de no perder tu amistad,
pues no quiero enemigos,
y poderte así decir:
Solo quiero ser tu amigo.
Por favor no te enojes,
y sígueme hablando.
Pues tu amistad es valiosa,
y quizás no sepa cuanto más valga,
porque personas como tú,
no se consiguen hoy en día.
Yo te quiero mucho,
quizás te quiera demasiado,
y es por eso que te digo,
que es malo estar enamorado,
y saber que quizás nunca, sea correspondido,
pero en el fondo yo sí sé,
que podemos ser amigos.
==X==
José —Detén el auto, y espérame en la acera un segundito.
Raúl —Ok. Sí usted lo pide, así lo haré... Listo padre. ¿Y ahora qué?
José —Ahora dime cómo hago para que esto arranque, y te pase por encima.
Raúl —¿Qué?
José —¡Que el que la espantaras fue muy poco! Seguramente todavía debe estar buscando
algo con qué matarte, sin dejar evidencia de ti.
Raúl —¡Oiga!
José —Sube al auto, y vámonos. Te prometo que no te voy a matar, aunque ganas no me
faltan.
Raúl —Ja, ja, ja. Vaya curita. Gracias a Dios que es religioso, porque si no, la figura de
Satanás le sienta a usted como anillo al dedo.
José —¿Cómo se te ocurrió decirle semejante burrada?
Raúl —Pero no está tan mal.
José —¿Qué no? ¿Qué no está mal? Pedazo de animal. Primero la ilusionas diciéndole
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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que es linda, que es hermosa, que estás perdidamente enamorado de ella, y que bajarías
hasta la luna por ella si fuera necesario. Y después, le dices que te cagaste en las patas, que
eres un indeciso, que mejor sean amigos, porque eres un maldito cobarde que le huyes al
compromiso, porque ella no lo vale tanto.
Raúl —Viéndolo así, ahora entiendo porque no me soporta ni en fotos.
José — Me alegro mucho de que lo comprendieras. ¡Ah! Qué bien. Hemos llegado.
Bueno hijo, espero que la información que te di te haya servido de algo... Gracias por el
pon. Fue un placer charlar contigo.
El sacerdote estaba por terminar de bajar del automóvil, cuando su descenso fue
interrumpido por una pregunta que lo hizo retroceder. Una pregunta que marcaría un antes y
un después. Una pregunta que anunciaba el principio del nuevo camino de una vida.
Raúl —¿Cómo puedo trabajar con ustedes sin ser sacerdote?
José —¿Por qué?
Raúl —Porque quiero ser parte de su obra.
José —Mira que es un trabajo duro...
Raúl —No me importa. Estoy dispuesto a darlo todo.
José —¡Ok! Hagamos una cosa. Vete a tu casa, duerme, y piénsalo bien. Si te decides,
te veo mañana después de la primera misa, entonces hablamos.
Dicho y hecho, Raúl se marchó para su casa, y al otro día temprano, llegó a tiempo para
escuchar al padre en su homilía. Después de la misa, se reunió con él. Allí conoció al padre
Antonio, un sacerdote español de 63 años de edad, que se desempeñaba como director de la
orden. También se encontraba el padre Miguelo, quien era el formador de un seminario, y
encargado de las actividades juveniles. Ni bien terminó la reunión, los sacerdotes le asignaron su
primera tarea, limpiar y preparar el salón parroquial de actos para cuanto antes. Con sus
elementos de limpieza en mano, aquel hombre se fue para el salón. Acompañado por el padre
Miguelo para que lo dirigiera, Raúl se puso a trabajar.
Raúl —Perfecto. Saco estas sillas al estacionamiento, y empiezo a barrer porque esta mesa
no hay Dios que la mueva.
José —(Gritando desde la sacristía)¡Blasfemo!
Raúl —Perdón padre.
Miguelo —Je, je, je. Dale, que yo mientras tanto le paso un pañito a la bibliotequita de los
niños... Así que eres de Arecibo, y trabajas en Hatillo durante la semana.
Raúl —Sí.
Miguelo —Y por las tardes cada tanto, haces servicio técnico a domicilio, pero por tu
cuenta.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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Raúl —Exactamente.
Miguelo —¿Y no te dan ganas de quedarte en tu casa los fines de semana?
Raúl —Y a veces sí, no te digo que no, pero...
Miguelo —Los compromisos, los amigos, la cerveza, y la joda... ja, ja, ja.
Raúl —Tú lo dijiste mejor que yo. Tú lo dijiste mejor.
Miguelo —Tranquilo, que yo también hacía de las mías. Me calmé, y mírame ahora. ¡Si me
viera mi abuela! No se lo cree. Después que pases el mapo, y acomodemos las sillas, vamos
al hogar para que conozcas a los niños.
Raúl —¡Qué bien!
Finalizada la limpieza, José, Miguelo y Raúl se montaron en la camioneta del seminario, y
se fueron para el hogar. Los ojos del más joven se inundaron de lágrimas, en el mismo
momento en que los niños comenzaron a decirle: «papá», con los brazos estirados en alto. El
nudo atorado que tenía en su garganta, hacía casi imposible su comunicación. José le dio una
palmada en la espalda, al mismo tiempo que le hizo un guiño, y le regaló una sonrisa. Raúl
comprendió perfectamente, y sacando fuerzas de donde no las tenía, sonrió, agarró al primer
chiquito, y lo abrazó. Así continuó hasta abrazar a todos los pequeñines que seguían gritándole
o llamándole como mejor podían. Cómo si los conociera de toda la vida, agarró una pelota, le
pidió permiso a la monjita para jugar con los chiquitos, y se tiró al piso. Después de quedar
rendido por tanto jugar, y disfrutar una sabrosa taza de café que le brindaron las monjitas para
que recuperara fuerzas, los tres caballeros regresaron a la parroquia. Hay quienes dicen que un
rayo no cae dos veces en un mismo lugar, pero hay quienes sostienen que a veces hasta la propia
naturaleza rompe sus reglas. Igualito que un programa de televisión que se repite al día
siguiente, a la misma hora, y por el mismo canal, el niño que corría tras el balón, se atravesó en
el camino. La reacción rápida de Miguelo, acompañada de las mismas palabras proferidas por
Raúl el día anterior, hicieron que José se bajara del vehículo, y buscara el balón. Esta vez, en
vez de entregárselo al niño, el sacerdote agarró al pequeño de la mano, y lo llevó hasta la puerta
de su casa. Sin miramientos, ni contemplaciones, comenzó a llamar a la madre del niño.
José —Wen... Wen.
Wen —Ya voy. Ya voy... ¡Ay! Hola padre. Buenas tardes. Dígame...
José —Buenas tardes. Perdone que la moleste...
Wen —No se haga problema, dígame...
José —Quería decirle...
Raúl —Perdón por la interrupción señora. Buenas tardes. Mi nombre es Raúl, y soy nuevo
en esto. Queríamos saber... Antes que nada, ¿usted es católica?
Wen —Sí, soy católica. Eso el padre lo sabe.
Raúl —Perfecto. Ahora, ¿su hijo hizo la primera comunión?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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Wen —No. Todavía no la ha hecho.
Raúl —Mejor todavía.
José —Bueno, ¿y que estamos esperando para que la haga?
Wen —No sé. Es que como siempre anda solo, porque siempre lo molestan...
Raúl —¿Y usted no sabe si él quiera ir a clases?
Wen —No.
Miguelo —Y por lo dicho, tampoco le insiste.
Wen —Y no. A mí me duele mucho cuando se burlan de él. Lastiman su corazón, y sufre.
José —Pues no se preocupe, porque eso no va a pasar más. Al contrario...
Raúl —La vas a pasar de maravilla pequeño Tian. ¿Oíste? De maravilla.
José —Bueno Wen, simplemente era eso, y nada más que eso. Por cierto, la pelota de Tian
necesita un poco más de aire... Perdone las molestias, y gracias por atendernos.
Después de la despedida, los dos sacerdotes y su ayudante entrometido, se montaron en
la camioneta. Antes de subirse, Miguelo le entregó la llave a Raúl. El joven sacerdote se sentó
en el asiento del pasajero, para ver las destrezas de manejo de su ayudante. Cinturones puestos,
motor encendido, y el vehículo en marcha.
Raúl —¡Qué raro!
Miguelo —¿Qué raro, qué?
Raúl —Esa señora se nos quedó mirando.
Miguelo —A ver...
Raúl —Llevo dos manzanas, y no nos ha dejado de mirar ni por un segundo.
Miguelo —Sí. Tienes razón. ¿Se podrá mover?
José—(Hablando con los ojos cerrados, y las manos apoyadas sobre su cabeza.) Sí que se puede
mover. Solamente se asegura de vernos desaparecer, y que no regresamos para molestarla.
Miguelo —Sí tú lo dices...
Casi, casi que tenía razón José con sus palabras. Pues Wen no solamente vio cómo se
marchaban, sino que también estaba esperando, a quien apareció en el mismo momento que
ellos desaparecieron. Un taxi proveniente del aeropuerto se estacionó frente a su casa. Ni bien
se bajaron los dos pasajeros, ella y Tian corrieron para abrazarlos. ¿Qué dijeron exactamente
después de tan emotivo encuentro? Eso no lo sé. Si supiera chino con gusto se los diría, pero por
la forma en que ella se movía, señalando en donde estuvieron los forasteros, puedo suponer que
les contó todo con respecto a la visita. El hombre oriental que bajó del taxi, asintió con una
sonrisa al tiempo que abrazó a su pequeño. Hiroyuki y Kumiko habían llegado de un viaje
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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extenuante desde Sichuan, China, para descansar algunas horas, y retornar a su normalidad al
día siguiente. Las horas del reloj pasan volando, y una semana no es nada. Al igual que el
sábado anterior, Raúl apareció en la parroquia a eso de las 7 de la mañana. Luego de la misa
tendría una importante reunión con Miguelo y José, para ver como él y un grupo de amigos
universitarios, podrían organizar una actividad para recaudar fondos para la misión. Mientras
esperaba por José, Antonio le pidió de favor que lo ayudara a ordenar los salones y áreas
reservadas para la catequesis. Con una sonrisa de oreja a oreja, y sin perder tiempo, Raúl
comenzó a mover sillas, pizarras y material didáctico para las clases que se darían. A eso de las
ocho y media de la mañana, cuando ya estaba todo prácticamente ordenado, Miguelo lo
interrumpió para invitarlo a desayunar en el seminario. Más contento que un perro con dos
rabos, aquel hombre subió inmediatamente. Algunos minutos después, la quietud de la parroquia
comenzó a desaparecer, y el bullicio en el recinto a cobrar vida. Poco a poco el estacionamiento
de la parroquia se fue llenando de algarabía. Niños, jóvenes y adultos, llegaban de todos lados
para dar comienzo a sus actividades. Después de haber trabajado juntos el sábado anterior,
ordenando, limpiando, y visitando varios hogares de la zona, una amistad de hermanos como
pocas, empezó a surgir entre Miguelo y Raúl. Terminado el desayuno, el joven sacerdote le pidió
a su ayudante, que llevara unos libros que había dejado dentro de la camioneta a la oficina
parroquial, y si había alguien esperando, que lo atendiera en lo que él llegaba. «Será un placer»,
fueron las palabras con las que Raúl se despidió antes de bajar. Con libros, lápices y crayones en
ambas manos, el ayudante de los curas, se dirigió a la oficina. De repente, una voz muy hermosa
distrajo su atención. ¿Que era esa canción? ¿Quién la cantaba? ¿De dónde provenía?, eran las
primeras tres interrogantes que pasaron por su mente. Su camino a la oficina era como un
premio, pues a medida que se acercaba, la canción se escuchaba más fuerte. Una chica que
esperaba sentada, era quien cantaba. Raúl volteó su mirada para ver el rostro de la cantante,
pero una fuerza mayor que se enredó entre sus pies, lo derribó al suelo como un David a Goliat.
La chica detuvo inmediatamente su cantar, y se puso de pie para ver quién era el que se había
reventado detrás del escritorio. Ni bien percibió su movimiento, sin levantarse del suelo, Raúl
partió dos crayones, y se los puso en la boca como si fueran dos colmillos vampirescos rotos. No
habría terminado de girarse hacia arriba, que pudo sentir un par de ojitos que lo miraban
fijamente. Entonces terminó de voltearse, y expresó su: «Ta Ran», tipo fanfarria con una sonrisa.
Kumiko comenzó a reírse poco a poco, y lentamente, hasta reventar en una carcajada. Raúl se
reincorporó rápidamente, jaló una silla hasta el escritorio, y la invitó a sentarse. Mientras ella
se reía, él aprovechaba ese instante para mirarle el rostro atentamente, y escuchar su voz.
¿Quién era ella? ¿De dónde venía? ¿Qué hacía allí? Fueron algunas de las interrogantes que se
planteó inmediatamente. Apenas pudo ella calmar un poco la risa, lo suficiente como para
hablar, Raúl la saludó.
Raúl —Buenos días señorita. ¿Cómo le puedo ayudar?
Kumiko —Buenos días... Vengo a.… Los colmillos...Esos colmillos me matan. Ja, ja, ja.
Colocándose una mano en la boca para frenar su risa, permitió que el hombre
continuara.
Raúl —Perdón, por la distracción. Pero es tan cómoda la dentadura de mi abuelito, que
hasta se me olvida que la llevo puesta...
Kumiko no ocultó más su risa, y comenzó a reírse como más tenía ganas. Una vez que
se calmó, Raúl prosiguió.
Raúl —Ahora sí. ¿Cómo la puedo ayudar?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 12 ~
Kumiko —Buenos días, vengo a inscribir a... ¿Y mi hermanito?
Raúl colocó un dedo índice frente a su boca, señaló hacia la cortina que tapaba la
ventana con su otra mano, y habló con voz fuerte y pausada mientras miraba a Kumiko.
Raúl —¡Ay! No me digas que se fue. Y yo que pensaba invitarlo a jugar al básquet, con
esta pelota que me acabo de encontrar en el piso. ¡Qué pena! Tenía tantas ganas de jugar un
dos pa' uno después de clase... pero si no está, tendré que ir a jugar sólo... Adiós a la
diversión.
Raúl volvió a señalar la cortina, a la vez que sonreía. El hermano de Kumiko salió
inmediatamente de su escondite, y sin perder un solo segundo de tiempo, habló con ilusión.
Tian —¿Me lo prometes?
Raúl —¿Qué te dije la semana pasada?
Tian —Que lo iba a pasar bien.
Raúl —Y así mismo va a ser. Dime, ¿qué se hace cuando uno ve a otra persona por primera
vez en el día?
Hecha la pregunta, Tian estiró su mano.
Tian —Saludar. ¿Tú vas a ser mi maestro de primera comunión?
Raúl —Me encantaría. Y si me dejan, sí... Es más, voy a tratar porque te quiero.
El pequeño saltó a donde Raúl para abrazarlo, y el hombre lo abrazó fuertemente. Una
vez que lo tuvo entre sus brazos, le habló con ternura.
Raúl —Si alguna vez Papa Dios me regala un hijo, quiero uno que sea como tú.
Tian —¡Qué bien! ¿Viste eso hermana? Ya tengo un amigo, y me quiere.
Raúl —Así es. Ahora choca esa mano, y llévale la pelota al padre Miguelo para que la
llene.
Tian —¿Y en dónde está?
Raúl —Allá arriba. Llámalo para te busque.
Tian —Gracias.
Raúl —Bien. Completo este papel, y listo. ¿Tu nombre?
Kumiko —Kumiko Li. Kumiko con K, las dos veces con K.
Raúl —Ku mi ko... La dirección ya está, ... Kumiko ¡Qué lindo nombre! Me gusta.
Kumiko —Gracias.
Raúl —¿De dónde eres?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 13 ~
Kumiko —De China.
Raúl —¡Qué lindo país! Me gustaría conocerlo. Ok. El teléfono está. El beeper de tú mamá
también. Esto también, nombre, edad y escuela también están... Perfecto, ya está casi todo.
Solo falta... ¿Tienes celular?
Kumiko —Sí.
Raúl —¿Lo puedes escribir en esta esquinita?
Kumiko —¿Ahí?
Raúl —Sí, así se me hace más fácil arrancarlo del papel.
Kumiko —Si vas a arrancarlo, ¿para qué quieres mi número?
Raúl —Y si un día te quiero invitar al cine, ¿cómo hago?
Las mejillas de ella se sonrojaron rápidamente con una sonrisa muy bonita, ella le
respondió.
Kumiko —No, ahora no te doy mi número.
Raúl —(Chasqueando los dedos.) ¡Ay! Pero valió la pena intentarlo.
Kumiko —Además de cura, eres chistosito.
Raúl —No, yo no soy cura. Curas son los otros.
Kumiko —¿Y tú?
Raúl —Mi nombre es Raúl, y soy el diablo. Me gusta tentar, y que la gente peque. Mucho
gusto.
Kumiko —(Hablando entre risas, y estrechando la mano de Raúl) Encantada.
José —¡Ah! Por fin veo que se conocieron.
Raúl —Él es satanás vestido de oveja.
Kumiko —Y algo me dice que tienes razón.
José —Te felicito diablo, al fin vas a purgar tu maldad. A partir de hoy, eres el catequista
de Tian.
Raúl —¡Yes¡ Y después de clase, nos vamos pa la cancha. Padre, no se le olvide que
usted también va.
José —¿Y Miguelo?
Raúl —No, Miguelo no. Usted, pecador, va conmigo.
José —¿Pero con este calor vamos a jugar?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 14 ~
Raúl —No importa, el infierno siempre está caliente. Por eso a la gente le gusta tanto.
Kumiko —¿Ah sí?
Raúl —Sí. La gente se muere por un lugar calentito y acogedor. ¿No es cierto Satanás?
Kumiko volvió a reír.
José —¿Lo vez niña? Es el diablo.
Kumiko —Pero un diablo bueno padre. Porque si Tian lo quiere, no puede ser tan malo.
José —Eso es cierto. Bueno, vayan por el chiquito, y feliz comienzo de clases.
Raúl saltó de su asiento, y le besó la frente al sacerdote.
Raúl —Gracias viejito, te quiero. ¿Me acompañas a buscarlo? Quiero darle la sorpresa.
Kumiko —Y yo quiero verle la cara. Vamos.
Después de finalizado el partido, el padre José regresó a la parroquia. Kumiko y Raúl
decidieron quedarse un rato más, charlando entre ellos, y jugando con Tian. Durante la
conversación, ella le contó que era natural de Chengdu, capital de la provincia de Sichuan en
China, pero que su hermano había nacido en Puerto Rico. Con respecto a su padre, ella prefirió
no hablar mucho, más bien casi nada. Lo único que dejó saber por el momento, es que Hiroyuki
era un japonés que había emigrado a China junto a su joven madre Jia Li, pero que Katashi,
quien era su padre, se había quedado en Japón con su hermano menor. La abuela de Kumiko era
de Meishan, y con la ayuda de los monjes de la Montaña Sagrada Emei criaron a Hiroyuki con
sabiduría. Durante su adolescencia, en un viaje que hizo junto a los monjes a los valles de
Chengdú, Hiroyuki vio a una linda jovencita que paseaba por debajo de unos árboles de cerezo.
Unos niños que jugaban en el lugar, comenzaron a tirar piedras a las ramas más altas de uno de
los árboles. Hiroyuki saltó corriendo lo más rápido que pudo del carruaje que lo llevaba, pues
era un peligro que una de las piedras golpeara a la jovencita. Por fortuna, ninguna de las
piedras golpeó a nadie, pero por desgracia, las últimas dos piedras lanzadas, sí golpearon justo
en la rama en donde se encontraba un enjambre de abejas de dimensiones considerables. No
solamente que golpearon la rama, sino que en el rebote, las piedras chocaron contra el panal.
Hiroyuki empujó a la jovencita contra un pastizal, recibiendo sobre sus hombros y espalda, un
trozo del panal en caída. La chica y los niños salieron libres de picaduras, no en cambio así el
joven budista, que las recibió todas. Inconsciente por la consecuencia de su heroísmo, Hiroyuki
fue llevado inmediatamente a un centro de salud en donde le brindaron los primeros auxilios, y
lo derivaron a un hospital. Tres días después del incidente, Hiroyuki abrió los ojos. A su lado se
encontraban su mamá, los monjes, la chica que salvó, y su ya sin saberlo todavía suegro. El papá
de Wen agradeció al joven por haber protegido a su hija. Ella sin embargo fue más directa, y
derechita al grano, le pidió noviazgo y casamiento al instante. Los monjes, Jia Li, el padre de la
chica, y hasta el propio Hiroyuki quedaron pasmados y boquiabierto ante semejante proposición.
Caracterizado por la honestidad y la franqueza que lo distinguía, el joven le preguntó que cómo
la iba a mantener, si no sabía hacer otra cosa que las tareas que hacía en el monasterio, si no
tenía trabajo, no tenía dinero, no poseía bienes materiales, y no tenía una educación tan
avanzada como ella seguramente. Hiroyuki le agradeció, y le dijo que se sentía muy honrado y
privilegiado de que una joven tan hermosa, se hubiera fijado en él, pero antes de que pudiera
avanzar con una negativa, el padre de Wen le dijo que no se preocupara, que eso ya estaba
solucionado. Si aceptaba casarse con su hija, tan pronto como saliera del hospital, tendría la
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 15 ~
educación que quisiera tener, además de casa, comida, trabajo, y una esposa que lo iba a querer
mucho, y con la cual tendría una familia. Sin pensarlo ni dudarlo Hiroyuki aceptó. ¿Cómo decirle
que no a semejante proposición, y sobre todo viniendo de una jovencita tan preciosa, fina,
delicada, y todos los adjetivos hermosos que la pudieran describir? Aquello fue un flechazo
certero que impactó en ambos corazones al mismo tiempo. Dos días después, ni bien salió del
hospital, Hiroyuki se casó con Wen. Gracias a su nueva vida, Hiroyuki pudo viajar a Japón, y
junto con Jia Li, reencontrarse con su hermano. El hermano comenzó a viajar a Sichuan, ya que
ahora sí sabía en donde vivían la madre e Hiroyuki. Varios años después del primer
reencuentro, el hermano de Hiroyuki viajo a Nueva York, y allí se instaló. Dado a los avances de
las nuevas tecnologías, cuando no se podían visitar, se mantenían en constante comunicación.
Por el otro lado de la historia, y sin desviarse mucho del tema, Kumiko le dejó saber que Wen
provenía de una familia que se dedicaba al cultivo de rosas y peonias, para la exportación en
países de Europa, y América. Su manejo de los idiomas ruso, alemán, inglés, español y japonés,
además de su idioma natal, era clave importante para el manejo de sus negocios. Como buena
empresaria, y digna hija de su padre, ella llevaba y controlaba las cuentas de algunos de los
clientes internacionales más importantes de la empresa de su familia. Cuando Wen confirmó su
sospecha de estar embarazada por segunda vez, le avisó a su esposo. En China el control de la
natalidad es algo serio. A tal punto, que si después de tener un primer hijo la mujer queda
embarazada, corre el riesgo de que la arresten, o de que la obliguen a abortar, o que
directamente no pueda inscribir al segundo hijo en el gobierno, y por lo tanto el recién nacido, no
tendría papeles, ni derecho a nada de por vida. Ninguna de las tres opciones era aceptable.
Por lo que sin perder tiempo, y antes de que su suegro se enterase, Hiroyuki se puso en contacto
con su hermano que trabajaba en Nueva York. A las dos meses de ese llamado, ya estaban
viajando hacia la isla. Ni bien se enteró del embarazo, su padre que era muy empatizante del
gobierno y de sus leyes, la denunció. Por suerte para ella, cuando la buscaron en el último lugar
en donde se quedó, su avión ya había aterrizado en los Estados Unidos. Como el tío de Kumiko
tenía grandes contactos en el gobierno estadounidense, y en Puerto Rico, conseguirle un trabajo
a Hiroyuki fue algo bastante sencillo. El padre de Wen, nunca le perdonó su segundo embarazo, y
mucho menos su huida, por tal motivo, la dio por desterrada de la familia.
Kumiko tenía 16 años de edad cuando emigraron, pero aprender el idioma, y
acostumbrarse a la jerga boricua, no representó ninguna dificultad. Solo era cuestión de
practicar un poquito para ganar la fluidez. Desde pequeña, Kumiko había asistido a una de las
mejores escuelas de Chengdu, en donde el idioma español y el idioma inglés como lenguas
extranjeras, eran parte de las materias obligatorias que se les brindaba a los estudiantes. Estas
clases eran dictadas pura y exclusivamente por maestros extranjeros, bajo la atenta mirada de
sus directores. Con la ayuda de su tío, apenas ella llegó a Puerto Rico, presentó los exámenes de
equivalencia, y gracias a su buen resultado, rápidamente se incorporó a clases. Terminada la
secundaria con excelentes calificaciones, prosiguió sus estudios en la universidad, y se graduó
de licenciatura en psicología a los 22. Ahora mismo, se encontraba realizando la práctica, con
miras de entregar la tesis de su maestría en pocos meses. El día pasó rápidamente, y el cansancio
después de mucho jugar, se hizo presente. Con el permiso de la dama, Raúl los acompaño hasta
su casa.
Raúl —Hasta pronto campeón. Nos estamos viendo... Me despido de tu hermana, y me
voy.
Kumiko —Gracias por acompañarnos.
Raúl —El placer fue todo mío. ¿Qué vas a hacer mañana?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 16 ~
Kumiko —Terminar un trabajo bien tempranito, y después me voy para Utuado.
Raúl —¿Para Utuado?
Kumiko —Sí. Es que allí estoy haciendo mi práctica…
Raúl —¿Y tu papá te lleva?
Kumiko —No, porque le robaron el carro.
Raúl —Si tú no sabes manejar, y tu papá no tiene carro, ¿cómo piensas ir?
Kumiko —Me voy en carro público.
Raúl —Demasiadas combinaciones. Si quieres te puedo llevar. Conozco a ese pueblo como
la palma de mi mano.
Kumiko —Es mucho viaje. ¿Te vas a ir a Arecibo, para venir mañana, y llevarme a
Utuado?
Raúl —No tan así, no tan así.
Kumiko —¿Ah no? ¿Y por qué?
Raúl — (Hablando muy sonriente.) Porque pienso quedarme a dormir en casa de mi hermana
que vive en Guaynabo por acá cerquita, y cuando estés lista, te paso a buscar... ¿Te llevo?
Kumiko —¡Mmm! ¡Dejame ver! Lo pienso, y después te digo.
Raúl —Dame tu celular, y tu beeper, y mañana te llamo al medio día para saber tu
respuesta... ¡Lo conseguí! El diablo 1, Satanás 0.
Kumiko le dio un beso en la mejilla sonriendo, y al ver como se sonrojó el joven, se rio
con una breve carcajada.
Raúl — Hasta mañana preciosa. Que duermas bien.
Kumiko —Hasta mañana diablo, qué descanses.
El caballero llegó a la parroquia con la mayor de sus sonrisas, pero Miguelo lo bajó de la
nube inmediatamente, cuando lo puso a servir de monaguillo. Terminada la misa, Raúl, Miguelo,
Antonio y los seminaristas, se fueron a comer a un restaurante cercano. Raúl avisó a su
hermana, y después de cenar, a la casa de ella fue a parar. Luego de recibir una afirmativa como
respuesta, lo menos que se esperaba, era encontrarse con una sorpresa. Satanás había empatado
el partido a 1.
José —No sabés como te agradezco. Un viajecito hacia Ponce por el centro de la isla, hacía
tiempo que le tenía ganas.
Raúl —No hay porqué padre. Primero la dejamos a ella, y después lo dejo a usted. ¿Le
parece?
José —Me parece perfecto. ¿Por dónde vamos?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 17 ~
Raúl —Estoy tomando la 165 para empalmar con la autopista que va hacia Arecibo.
José —Estupendo. Ahora dedícate a manejar, que nosotros mientras tanto vamos charlando.
Raúl —Ok.
El viaje se daba tranquilo, y sin contratiempo. Llegando a Manatí, Raúl salió de la
autopista para recargar combustible. Una vez que llenaron el tanque, siguieron su camino.
Luego de casi una hora de viaje, Raúl interrumpió la conversación de sus pasajeros.
Raúl — Quiero hacer una pregunta. ¿Puedo?
José —Adelante.
Raúl —Kumiko, ¿qué era esa canción tan bonita que cantaste ayer, cuando llevaste a tu
hermano?
Kumiko —Era una canción de amor que me enseñó mi abuelita.
Raúl —Wow, pues tienes una voz preciosa.
Kumiko —Gracias.
Raúl —Se la podrías cantar al padre, también.
Kumiko — Sí.
José — ¿Cantas?
Kumiko —Sí.
Raúl —Y muy bonito. No sabe lo lindo que canta. Es como si un ángel bajara del cielo
para cantar.
José — Pues qué suerte, te felicito. Porque si llegas a cantar como el amigo acá , ya sería
una desgracia.
Kumiko —¿Canta feo?
José — ¡Uff! No solo que canta feo, sino que también dan ganas de matarlo para que se
calle.
Kumiko —¿Y qué canta?
José — No canta, chilla.
Kumiko —¿Y qué chilla?
José — Eh, no sé si son berrinches, o… ¿qué cosa dices que haces?...
Raúl — Padre, yo no canto, porque mi cantar no es un canto. Yo recito o declamo.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 18 ~
José —¡Perdón! Tú no declamas. Tú estropeas el sentido de la palabra, y al sentido auditivo,
lo asesinas.
Raúl explotó riéndose a carcajadas, risas que contagiaron a su pasajera y al sacerdote
que trataba de terminar lo que decía entre risas.
José — El que te escucha... el que te escucha sale huyendo... Quiere encontrar lo que tenga
a mano... pero para matarte...
Kumiko —¿Tan feo lo hace?
Raúl —No lo hago tan feo... Pero horrible, sí...
José —Si no encontramos un baño pronto, con esta risa que tengo me va a explotar la
vejiga...
Kumiko—¿Te atreves a decirme un poema, sin que nos espantemos?
José —No, por favor no...
Raúl—De hecho sí. Ayer por la noche estuve leyendo un libro que me regaló padre
Miguelo, y vi algo que me ayudó a escribir.
José —¿A noche? ¿Qué libro?
Raúl —A noche padre. El libro de la Liturgia de las Horas. Tomé un fragmento, lo
reescribí a mi manera, y me gustó.
José —Interesante. ¿Y cómo dice?
Raúl —No lo titulé, pero dice así:
Tras la cima más alta,
todas las noches,
mi corazón te sueña,
no te conoce.
¿Entre qué manos dime,
duerme la noche,
la música en la brisa,
mi amor en dónde?
¿La infancia de mis ojos,
y el leve roce,
de la sangre en mis venas,
mi amor en dónde?
Lo mismo que las nubes,
y más veloces,
¿las horas de mi infancia,
mi amor, en dónde?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 19 ~
Kumiko —¡Es hermoso!
Raúl —Gracias. Te lo dedico.
José —Hasta me dieron ganas de darte un beso.
Raúl — Pues démelo. ¿Quién se lo impide? Ja, ja, ja. La cara que puso. Tranquilo padre
que es una broma. No se asuste.
Kumiko —Me gustó mucho.
Raúl — Me alegra oír eso.
José — ¡Por fin! Tu rezo fue lo más parecido a una canción. Eso es poesía.
Kumiko —Escrito con el corazón, e interpretado por los sentimientos. Para mí fue muy
lindo que me lo dedicaras.
Raúl agradeció los halagos con una sonrisa, y continuó manejando mientras los demás
charlaban. Antes de lo pensado, realizaron su primera parada, Catedral de Nuestra Señora de
Guadalupe en Ponce. José miró sorprendido al conductor, quien lo miraba con una sonrisa que
no le gustó para nada. Raúl había aprovechado la distracción del sacerdote, para cruzar la isla
por la carretera 149 que va desde el municipio de Manatí, hasta el municipio de Juana Diaz, y allí
conectó con la carretera 14, que lo llevó directito a su destino. «Bueno padre, que la pase lindo.
Salúdeme al obispo», fueron las palabras con las que el conductor se despidió del sacerdote.
José se quedaría en Ponce durante algunos días, y sería llevado de regreso por amigos del clero.
Kumiko no lo podía creer, el diablo había jugado con la pericia de su manejo, para dejar al
párroco primero, y después llevarla a ella. Raúl se había quitado de encima al sacerdote, sin
levantar sospechas que lo delataran de su accionar. El Diablo puso el marcador dos a uno,
consiguiendo iniciar una ventaja que Satanás nunca más podría superar. Apenas retomaron el
camino, Kumiko miró a Raúl, y cerró los ojos girando su rostro sonriente, al mismo tiempo que
escondía su cuello entre los hombros. Entonces miró por la ventana tapando su sonrisa con la
mano, para luego mirar al que la llevaba, y volver a sonreír. Estarían llegando al centro urbano
de Adjuntas, cuando el que nadie llama, se hizo presente.
Raúl —¿Tienes hambre?
Kumiko —Un poco.
Raúl —¿Qué te parece si paramos a comer algo, nos estiramos un poco, y después
seguimos?
Kumiko —Buena idea.
Desviando la trayectoria, y cambiando totalmente de rumbo, los jóvenes se detuvieron a
cenar. El ambiente familiar y acogedor del restaurante, acompañado de las delicias que ofrecían,
hicieron el deleite de los comensales. Una vista espectacular de las montañas, de los sembradíos
en la cercanía, y del pequeño río bajo la falda cordillerana, conformaron el escenario ideal para
esa primera salida. Antes de dejarla en su destino, el hombre le facilitó a ella, varios nombres y
teléfonos de contactos, con los que podría contar en caso de requerir ayuda inmediata. ¡Que
sorpresa que se llevó ella cuando bajó del automóvil! La dueña de la casa en donde se hospedaba,
salió corriendo hacia el auto. Un: «Raúl», gritado por la dueña, seguido de un: «Ay doña Dolores,
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 20 ~
a mí también me alegra verla, pero no me apriete tan fuerte, que me asfixia», dieron crédito a las
palabras de Raúl; conocer el pueblo como la palma de su mano, y la enorme lista de contactos
que le había brindado. Dejando a la dama en manos seguras, el caballero retomó el último
trayecto de su viaje. No habrían pasado 48 horas, cuando Kumiko decidió salir de Utuado para
visitar Arecibo. Recorriendo cada rincón de la universidad estatal, ella lo buscó. Primero en la
biblioteca, después en todos los salones, anfiteatros, centro de estudiantes, salas de reuniones,
baños, cafeterías, pista de ejercicios, cancha de básquet, el lobby, estudios de radio y televisión, y
no lo encontró. Entonces utilizó su último recurso para poder regresar a su hospedaje de forma
segura. Así de rápido como marcó su celular, recibió una respuesta, «Mira detrás tuyo». La
sonrisa y el suspiro de alivio de ella cuando lo vio, fueron seguidos inmediatamente por una
pregunta.
Kumiko —¿Pero cómo?
Raúl — ¿Sabes? Hay una señora en Utuado que te quiere, y que me quiere a mí también.
Ella me llamó.
Kumiko —Doña Dolores.
Raúl —Ella misma. ¿Tienes hambre?
Kumiko —Mucha.
Raúl —Vamos a comer algo rico, y después te llevo.
Kumiko —Gracias.
Raúl —No te enseño la universidad, porque has ido por sitios que ni yo sabía que existían.
Kumiko —(Soltando una pequeña carcajada.) Me parece bien.
Saliendo de la universidad por el portoncito que da a un pasillo, los caminantes entraron
a una urbanización. Después de caminar por algunos minutos, Raúl apuntó hacia una casa.
Rápidamente, y de manera inesperada, un: «¡wipitiii! Mami, Raulito tiene novia», gritado desde
la ventana corrediza de una casa cercana, fue respondido desde otro lugar dentro de la misma
casa, con un: «¡Nene no! Debe ser una amiga. No lo jodas».
Raúl —El pequeño en aquella ventana, es mi sobrino.
Kumiko —¡Qué bonito!
Raúl —Sí, y es tremendo. ¡Igualito a su madre!
Kumiko —¿Tu cuñada?
Raúl —No, mi hermana.
Kumiko —Ja, entonces tiene a quién salir.
Raúl —Llegamos. Esta es la casa de mis viejos. Saco el carro de la marquesina, y nos
vamos.
Kumiko —¡Que linda!
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 21 ~
Raúl —Si necesitas ir al baño antes de irnos... .
Kumiko —¿Y tus papás?
Raúl —Ellos están en la iglesia, y no vienen hasta dentro de un rato.
Kumiko —Bueno, si es así... paso un momentito.
Raúl —Sígueme, que yo te digo en dónde es.
Después de mostrarle la casa a su amiga, se fueron de salida. Él la invitó a cenar, y
luego fueron al cine. Por último la llevó de regreso a su hospedaje, y permaneció allí durante
toda la noche. Kumiko en su habitación, y Raúl roncando dentro de su carro lo más placido.
Serían las siete de la mañana cuando Doña Dolores lo despertó. Le dio una tacita de café, y el
muchacho emprendió su camino, no sin antes llevar a la joven de vuelta a su práctica. Esa misma
tarde, él regresó por ella para salir como quedaron, y así durante toda la semana. La dueña
de la casa ya no sabía si cobrarle estacionamiento con vigilancia, o alojamiento con desayuno.
¡Qué triste se puso Doña Dolores la tarde que apareció Raúl, para irse con Kumiko de regreso a
Bayamón. Era solamente por unos días, pero para la señora, esos días serían como una eternidad.
El sábado llegó, y Raúl yacía estacionado dentro de la parroquia, durmiendo muy cómodamente
dentro de su carro. Un bocinazo como pocos, hizo que el joven saltara, y se golpeara la frente
contra el techo de su auto. Un sacerdote lo miraba muy sonriente mientras acomodaba su mano
nuevamente sobre la tapa del volante. Tan rápida como la lengua del camaleón, la mano de Raúl
frustró la jugada de José. Antes de comenzar la misa, el joven se acicaló en el bañito de la
parroquia, y se tomó el café que el sacerdote pensaba disfrutar. José cerró sus ojitos, y la sonrisa
con la que había comenzado su día, se le borró rápidamente cuando descubrió en donde se
encontraba su taza de café.
Un abrazo bien fuerte, seguido de un: «te quiero», bien dicho, le dieron la fuerza y la
energía que necesitaba para comenzar su día. Ese día, Raúl se encargó solamente de integrar al
pequeño con los demás chicos de su edad. Eso sí, aquel que se atreviera a molestarlo, o hacerle
cosas hirientes, sería llevado a la oficina para que diera explicaciones frente a sus padres del
porqué de su acciones. Solo bastó con llevar al primer voluntario a la oficina parroquial, para
que el resto del día transcurriera con normalidad. Al finalizar las clases, Tian se había integrado
perfectamente con los demás, jugando y disfrutando como si nunca hubiera pasado nada.
Kumiko había quedado sorprendida por todo el trabajo que Raúl había hecho para la
integración y felicidad de su hermanito. Pero más alegría sintió, cuando luego de las clases, y
junto con otros papás y niños del catecismo, se fueron con Tian a jugar un buen partido de
básquet. Finalizado el juego, acompañaron al pequeño a la casa para regresarse solos a la
cancha. Sentada en una grada, ella le dijo que quería cantar, que se sentía feliz. Así que él sólo se
dedicó a mirarla mientras la escuchaba. El suspiro de Raúl al final de la canción, despertó en
Kumiko la más bella de sus sonrisas. El caballero la tomó de la mano, y sin mediar permisos, ni
presentaciones, simplemente declamó:
De la vida en la arena,
me llevas de la mano,
al puerto más cercano,
al agua más serena.
Mi corazón se llena,
mujer de tu ternura,
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 22 ~
y es la noche más pura,
y la ruta más bella,
porque tú estás en ella,
sea clara u oscura.
La noche misteriosa,
acerca a lo escondido,
el sueño es el olvido,
dónde la paz se posa.
Y esa paz es la rosa,
de los vientos velero,
inquieto marinero,
ya mi timón preparo,
tú, el mar y el cielo claro,
hacia el alba que espero.
El suspiro que salía de la chica, fue violentamente interrumpido, por el susto que se
llevaron cuando una voz fuerte tras las gradas declamó:
«Canta mi grillo canta,
que cantar es tu canción,
métele pecho, y alma,
y también el corazón.
Tú canción es la poesía,
que sostiene la ilusión,
que nutre de vida el alma,
y alimenta mi corazón.»
Ante el mudo reflejo de la perplejidad de sus oyentes, la misma voz, les comentó: «Y
ahora sí, ya se pueden dar un besito». El padre José asomó su cuerpo por el agujero entre
gradas, provocando la risa de los cantores. Luego de aplaudir, y felicitar a su amigo por su
poesía, le preguntó de dónde había sacado la inspiración. No la sacó, simplemente surgió cuando
la escuchó cantar viendo la hermosura de su rostro. Entonces se acordó inmediatamente de un
pasaje del libro de Las Liturgias de las Horas, y simplemente lo recitó a su manera. Contento con
la respuesta, el padre se marchó. Kumiko se aferró a Raúl en un abrazo, y él aprovechó para
abrazarla a ella, y acariciarle el pelo. Así finalizó el día, y transcurrió el fin de semana. Raúl
frenó la frecuencia de sus viajes a Bayamón los sábados, como también lo hizo Kumiko, y desde
ese último encuentro en las gradas, comenzaron a verse todos los días. Cuando él no viajaba
para Utuado, ella viajaba para Arecibo, y más tarde, él la llevaba de regreso. El amor comenzaba
a rugir, como un dragón que llama a su princesa para protegerla, y ella acudía sin dudar. Eran
cerca de las seis de la tarde del primer jueves de mayo, cuando Kumiko apareció por la
universidad de Arecibo. Raúl estaba a las carcajadas con dos amigos, sentado en las cercanías
del lobby del departamento de comunicaciones, hablando sobre un examen. Sin que él se
percatara de su presencia, ella les hizo seña a los que hablaban con él para que no la delataran.
Tan tramposa, ágil y silente, Kumiko se ubicó justito detrás de su amigo. Un dedito por la
izquierda, y un dedito por la derecha, pinchando al mismo tiempo los costados del vientre,
hicieron saltar a Raúl, y pegar un grito que no dijo nada, pero que hizo reír a todos.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 23 ~
Rápidamente él la abrazó bien fuerte, le revolcó el cabello mientras la abrazaba, y la besó en la
mejilla por varios segundos. Sin pedir permiso, ni decir nada más, la tomó de la mano, y arrancó
a caminar. Kumiko lo miraba sin entender que pasaba, pero aun así, se dejó llevar. Un simple:
«vamos», fue suficiente, para que los otros dos lo siguieran a él. Con Raúl en el control maestro,
y sus amigos en las guitarras, Kumiko se acercó al micrófono, y comenzó a cantar. Terminada la
canción, el embobamiento de los tres varones era más que evidente. Un ángel había prestado
su voz para ser grabada por simples y feos mortales. En particular uno, que se moría de ganas
por darle un beso, y declararle su amor. ¡Qué bello momento! Y qué hermoso recuerdo. Los días
pasaban, las horas volaban, y cuatro meses en la vida de haberse conocido no son nada. Tian ya
había hecho su primera comunión, y junto con sus compañeritos de catequesis, armaron un
equipo de baloncesto.
Era sábado en la mañana, y el día con Kumiko sería uno muy especial. La noche anterior
ella había viajado a Bayamón con una amiga, así que quedó con Raúl de encontrarse ese día bien
temprano. Miguelo, Antonio y los seminaristas, aguardaban por ellos en la parroquia. Raúl
llamó a Kumiko, gritando su nombre desde la acera. Wen salió de la casa, y de buena manera, le
pidió que la disculpara, y que se marchara también. Su hija no estaba porque había salido a
estudiar con algunas amigas. Antes de dar un paso para ir a cualquier parte, Raúl había sido
inmovilizado por un niño que se había aferrado a él con un abrazo. El pequeño Tian vitoreó su
nombre, y con una sonrisa más grande que su rostro, lo invitó para verlo jugar en la final que su
equipo enfrentaba esa tarde. Con una respuesta clara, y no prometiendo nada, el pequeño
quedó más que satisfecho. Si llegaba a tiempo después de su compromiso en la parroquia, iría
sin dudar. La madre del pequeño se rascó la cabeza, y se mordió los labios bastante fuerte.
Entonces le pidió perdón al joven por haberlo juzgado mal, y mentirle. Su hija se encontraba
en la casa, y ahora sí tenía su permiso para poder salir. Raúl le agradeció a la señora con una
reverencia, y como todo un caballero, aguardó por su damisela. Saliendo de la parroquia, y
llegando al hogar, las lágrimas en los ojos de Kumiko no se hicieron esperar. La emoción de ver a
los niños aclamando por amor, fue un golpe de realidad que la hizo derribar. Todavía no se
habría bajado de la camioneta cuando comenzó a llorar. Raúl la cobijó entre sus brazos, y con
mucho amor y sutileza le comentó: «Muestrales tu mejor sonrisa, y que no te vean llorar. Ya
han sufrido demasiado con su maltrato, como para que sufran más, por vernos sufrir. ¿No te
parece? No sería justo para ellos, ¿no? Lloremos donde no nos vean y escuchen, y sonriamos
cuando sí». Ella le dio un beso en la mejilla, provocando inmediatamente un sonrojo en el
rostro de su amigo, y una carcajada en ella por semejante reacción. Kumiko se dedicó a
platicar con las monjitas y las cuidadoras del hogar, conociendo cada caso de maltrato en forma
individual. Raúl por su parte, se revolcó por los suelos como tenía gusto y gana. Los niños
estaban felices, hacía tiempo no jugaban tanto. Antonio, Miguelo y los seminaristas, arreglaron
los problemas de la cerca, y se pusieron a jugar.
Mientras tanto, en la casa de Wen algo raro se comenzó a cocinar desde el momento
exacto en el que Kumiko partió para la parroquia. Compartiendo un té caliente con su marido
en el comedor, y hablando en chino, la madre comentó algo que picó la conversación.
Wen —Kumiko está enamorada.
Hiroyuki —No hace tantos meses que regresamos de China.
Wen —Esta vez es diferente.
Hiroyuki —Para mí no. Ella decidió ser soltera cuando le dijo que no se casaba.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 24 ~
Wen —Él no la amaba, solo la quería como un objeto que se luce por su belleza.
Hiroyuki —Kumiko dijo que lo amaba...
Wen —Hasta el momento en que le dijo que no.
Hiroyuki —Ella lo decidió así... Nadie la obligó.
Wen —Fu Shen tenía hijos, y los había ocultado.
Hiroyuki —¿Qué?
Wen —El día que llegaron a China, ella lo descubrió. Se escapó del hotel para darle la
sorpresa, pero cuando llegó a la casa de él, la sorpresa se la llevó ella.
Hiroyuki —¿Fu Shen tenía hijos?
Wen —Además de una esposa.
Hiroyuki —¿Una esposa?
Wen —Dos hijos, y una esposa. Era un sinvergüenza casado.
Hiroyuki —¿Por qué no me lo contó? Hubiéramos regresado ese mismo día.
Wen —Porque no quería arruinarte el momento con el tío y su abuela. Además, quería que
Fu pagara con el peor de los castigos su traición.
Hiroyuki —La humillación en público, y la deshonra.
Wen —Así es. Por eso Kumiko se ocupó de que toda China lo viera pidiéndole matrimonio,
frente a los ojos de sus hijos, y de su esposa.
Hiroyuki —¿Cómo lo hizo?
Wen —Esperó a que Fu se fuera de su casa, para poder hablar con la mujer. Allí se
presentó, y le contó toda la verdad del engaño. Kumiko pidió perdón, y fue perdonada.
Junto con la esposa de Fu, idearon el plan. Un plan para descubrirlo frente a todos, y
funcionó a la perfección. Salió por todos los medios locales.
Hiroyuki —Si todavía le queda algo de honor, ese cobarde tendría que...
Wen —Y lo hizo. Su cuerpo fue encontrado sin vida por la policía de Hong Kong. Se mató
en uno de los viejos muelles del puerto.
Hiroyuki —Fu Shen es asunto terminado. Ahora dime, ¿qué sabes de este nuevo
pretendiente?
Wen —Por lo que sé, él sí la quiere de verdad, y Kumiko también lo quiere a él. Dice que
es muy bueno, y que tiene un gran corazón.
Hiroyuki —¿Lo has visto? ¿Cómo es?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 25 ~
Wen —Pues es gordito, de pelo negro, y es muy blanco. Anda siempre despeinado. Viste
bien, pero tampoco va muy arreglado ni perfumado. Su barba es a medio afeitar. Sus ojos
son negros, no es narizón, y es bastante hiperactivo. Le gustan los niños, y Tian lo quiere
con locura... Por lo demás, está bien. A mí también me parece buena gente, y los padres
de la parroquia lo quieren mucho.
Hiroyuki —Si es bueno o no es bueno, eso lo decidiré yo… Ahora pásame el teléfono, que
necesito hacer un llamado.
La noche llegó rápidamente, y los mencionados no tardaron en aparecer. Frente a la
casa de Kumiko, se encontraban Wen y el padre José conversando tranquilamente. De manera
curiosa y un tanto extraña, el sacerdote dirigió sus palabras al joven enamorado.
José —Hijo, ayer por la mañana un amigo mío te vio con una hermosa jovencita...
Raúl —Sí...
El rostro de Kumiko empalideció, y sus ojos se abrieron al máximo.
José —Creo que era tu hermana. ¿Puede ser?
Raúl — Sí. Seguramente nos vio cuando salí de su casa.
Kumiko respiró aliviada.
José —Pero un rato después, te volvió a ver, pero esta vez, con otra chica muy linda, y tres
niños.
Un hilo de ira se instaló en la cara de Kumiko.
José —De hecho, tú estabas cargando al más pequeño.
Los crujidos de los huesos de un puño al cerrarse, pudieron escucharse.
Raúl —Es cierto.
Kumiko centró su mirada en Raúl.
Raúl —Era mi segunda hermana con mis sobrinos que fueron a visitar a mis papás.
Kumiko respiró aliviada nuevamente.
José —Por último, y con esto cierro mi curiosidad. ¿Quién era esa hermosa chica, lindísima
por cierto,
Kumiko empalideció nuevamente.
José — que no era ni tu mamá,
La respiración de ella se detuvo.
José —ni tu hermana, ni nadie de tu familia,
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 26 ~
El hilo de la ira se volvió a instalar en el rostro de Kumiko.
José —que te saludó con un beso,
El crujir de huesos se escuchó otra vez.
José —te dijo algo al oído, y después se marchó muy sonriente?
Raúl —Mi vecina.
Una mano más rápida que un látigo, aterrizó golpeando la mejilla del joven.
Raúl —Hermana de mi mejor amigo, y madre de dos...
Como rayos que se envician con un árbol, la otra mano de la chica también lo golpeó.
Kumiko no dijo nada, y salió corriendo para dentro de su casa casi llorando.
Raúl —nenes que son amigos de mis sobrinos.
José —¿No vas a hacer nada? ¿Vas a dejar que te pegue así porque sí?
Raúl —¿Sabe qué padre? Kumiko me puede golpear a mi todas las veces que le dé la gana.
Y usted es un cabrón que le gusta buscar bulla.
Wen —En mi país, si una mujer golpea a un hombre sin justificación, está justificando que
la golpeen.
Raúl —Pues muy mal.
Wen —Es nuestra cultura. Así que si quieres pegarle...
Raúl —Yo no pienso pegarle.
Wen —¿Ah no?
Raúl —Yo no voy a pegar, ni maltratar a ninguna mujer, y mucho menos a Kumiko. Yo
estoy aquí para protegerla, quererla y respetarla.
El rostro de Wen se iluminó con una sonrisa, y una lágrima que nadie vio, corrió por la
mejilla de Hiroyuki. Raúl se disculpó con la madre de Kumiko, pues no fue su intención causar
tan mal rato. José lo frenó, y le pidió disculpas. Todo había sido una prueba para ver como
actuaba. Las preguntas y situaciones planteadas por el sacerdote, eran una serie de mentiras
que encajaban perfectamente con la realidad cotidiana del implicado. Fue una gran casualidad
que todas tuvieran su acierto. Aunque para mala fortuna, quien terminó pagando, no estaba
contento. Wen le pidió paciencia, y le manifestó que Kumiko no estaba enfadada con él, sino
más bien molesta. Entonces le contó de la experiencia vivida en su último viaje a China, y el
joven comprendió. Hacerle revivir de alguna manera a Kumiko, lo que ya había vivido en China,
fue una pésima idea, y muy molesto, se los hizo saber. Aprovechando de que Raúl estaba en
vacaciones universitarias, y de que en dos días tendría franco laboral, el padre José no dudó ni
por un segundo en pedirle que fuera el lunes temprano a la parroquia. El domingo transcurrió
con normalidad, y sin novedades de la enojada. El ayudante del sacerdote permaneció en Arecibo
hasta las cuatro y media de la madrugada del lunes, que fue cuando arrancó hacia Bayamón.
Tan tempranito como le fue solicitado, llegó. El cielo estaba completamente oscuro, y el diluvio
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 27 ~
que se esperaba, caería en cualquier momento. Después de tomarse un café, Miguelo le entregó
las llaves de la camioneta, y le dio las instrucciones. Ese día, Raúl llevaría a los seminaristas al
convento dominico pegado a la universidad, se quedaría con ellos, y cuando terminaran su
actividad, los traería de vuelta. Cantando bomba, y bailando plena, los cinco jinetes del
apocalipsis arrancaron hacia su destino. Raúl les asignó un número a tres de los seminaristas, y a
cada uno lo ubicó en un asiento distinto. El uno iría en el primer asiento detrás del conductor,
el dos en el último asiento de la camioneta, y el tres en el asiento del medio. Al seminarista
que no numeró, lo sentó a su lado. Llegando a la calle nueve de la urbanización, les pidió a los
numerados que se desabrocharan el cinturón de seguridad, y se sentaran en el medio de sus
asientos. «¿Alguno de ustedes jugó a la lotería alguna vez?», fue la pregunta que despertó
cierta preocupación en los numerados. «Porque ahora van a hacerlo», sentenció el chofer
confirmando lo que estaría por pasar. Pisando la nombrada calle, la camioneta comenzó a
brincar. Los que tenían número no pararon de saltar ni de sacudirse hasta finalizar la nueve.
Entonces el chofer miró por el retrovisor para ver en qué lugar de sus asientos habían quedado, y
gritó: «231 es el número ganador. Hay que jugarlo». Al final de la broma, todos se rieron. La
lluvia comenzó a caer en proporciones torrenciales, y la visibilidad para transitar se redujo en
gran porcentaje. El chofer encendió las luces de la camioneta, y habilitó las intermitentes. El
agua subía rápido, y las condiciones para el manejo se complicaban un poco. Un charco de
agua en mitad de la carretera 861, no fue impedimento para que Raúl acelerara, y le pasara por
encima a buena velocidad. El salpicón de agua tan impresionante como una ola, cruzó la
carretera por los aires. Casi al instante, el seminarista del ultimo asiento grito: «¡Dios! La china.
Empapaste a la china». Alineándose abruptamente en la orilla de la carretera, y frenando de
golpe, Raúl se bajó del vehículo y corrió a donde Kumiko. Estática y silente, la joven
permanecía de pie, sosteniendo una bicicleta con sus manos. Dos lagrimas que corrieron por su
rostro, marcaron el comienzo de la conversación.
Raúl —¡Kumiko! ¡Kumiko!
Kumiko —No me toques.
Raúl —¿Todavía estás enojada por lo de la otra noche?
Kumiko —Le seguiste el juego a mi padre, y te descubrí.
Raúl —¿Qué juego? ¿Que hice?
Kumiko —El beso, tu vecina, te gusta...Tus hijos.
Raúl —Aguarda, aguarda, aguarda, un momentito. ¿Te refieres al beso que me dio
Jannette cuando me saludó?
Kumiko —¿Jannette?
Raúl —Sí, Jannette, la mamá de los nenes que juegan con mis sobrinos.
Kumiko —¿La de la universidad?
Raúl —Sí, ella misma, ¿o quién pensabas que era? ...¡Ah! Cómo te cambia la carita. Muy
bonita... (Colocando el cabello de Kumiko tras una de sus orejas.) Sonriente eres más linda.
¡Ojo! (Bajando la voz gradualmente hasta casi susurrar) Que enojada también eres preciosa,
y no...
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 28 ~
Kumiko —¿No qué?
Raúl —(Hablando en voz baja y pausada, mientras la miraba fijamente a los ojos. )Está
lloviendo. Me miras fijamente, y te estás mojando... (Acercándose a ella lentamente.) Te ves
hermosa, preciosa, y no...
Kumiko —¿No qué?
Raúl —No dudaría...
Kumiko —¿No duda...
Sin pensarlo ni dudarlo, en un movimiento audaz y veloz, Raúl sostuvo el rostro de
Kumiko con sus manos, al mismo tiempo que le robó los labios con un beso. Ni bien él se apartó,
ella lo cacheteó. Con una sonrisa que no ocultó, el atrevido se animó a preguntarle a una joven
que lo miraba con más enojo.
Raúl —¿Y eso?
Kumiko —Un beso, una cachetada.
Él sonreía, y ella más enfadada, y aun así, el diablo contento siguió preguntando con la
mejor de sus sonrisas.
Raúl —¿Ah sí?
Kumiko —Sí.
Raúl —Pues entonces dame otra.
Kumiko —Listo.
Raúl —Y otra más.
Kumiko —Listo.
Raúl —Ahora quiero dos más...
Kumiko —Listo.
Raúl —Y una más por si las dudas.
Kumiko —Listo.
Raúl —Perfecto.
Kumiko —¿Perfecto qué?
Raúl —Un beso, una cachetada.
Kumiko —Sí
Raúl —Yo te di un beso, y tú me diste una cachetada.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 29 ~
Kumiko —Sí
Raúl —Luego tú me diste cuatro cachetadas.
Kumiko —Sí...
Raúl —Pero yo no te besé. Así que me debes cuatro.
Kumiko —¿Cua...
Raúl —Ese fue el primero... El segundo. Sin cachetazos, recuerda que me debes dos más.
Kumiko —¿Do...
A medida que fueron dándose los besos, el rostro de ella fue transformándose de enojo, a
rendición.
Raúl —El tercero.
Kumiko —Falta uno...
Raúl —Van a hacer falta muchísimos cachetazos más...
Kumiko —¿Por qué?
Raúl —Porque después del próximo beso, no pienso parar de besarte nunca más.
Kumiko — ¿Y por qué?
Raúl —Pega tu nariz con la mía, y cierra tus ojitos.
Kumiko —¿Así?
Raúl — Así.
El caballero también cerró sus ojos, y no los volvió abrir hasta después de hablar .
Raúl — Ahora solo quiero que escuches, y te concentres en lo que digo, porque el grillo
que late en mi pecho, acaba de cantar la respuesta a tu pregunta. Su título es: «Víctima
Predilecta», y dice así:
VICTIMA PREDILECTA
Quisiera ser el ladrón,
que por la noche roba,
y acercarme a tu alcoba,
para poderte ver,
y así lograr saber,
lo que en tu siesta sueñas,
y saber de quién es dueña,
pues tan magnifica mujer.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 30 ~
Quisiera poderte observar,
más detenidamente,
y mirándote de frente,
arriesgarme a llegar,
y tus labios besar,
con gran pasión ardiente,
y poderte conquistar,
en tan romántico ambiente.
¡Oh! lluvia misteriosa,
que ocultas mi bandada,
haz feliz todos mis sueños,
en los brazos de mi amada.
Si lograse yo escapar,
de tan oscura habitación,
te quisiera yo robar,
alma, cuerpo e ilusión.
Permíteme intentar,
tan peligrosa misión,
de a tu cuarto yo entrar,
y robarte el corazón.
=X=
Raúl apostó a todo, besándola con alma y corazón al terminar la poesía. Ella se dejó de
llevar, cuando él la volvió a besar bajo el manto de la lluvia, y el amor que Dios les dio. Kumiko
sostuvo el rostro de Raúl, y también lo besó. Luego de un beso largo y apasionado, el joven selló
su conquista con un: «Te amo». Ella se encogió de brazos, y él la arropó con su campera de la
fraternidad. «Un caballero siempre protege a su dama, y usted señorita es la mía», fueron las
palabras que usó cuando la abrigó. Sosteniendo la mano de su chica con una mano, y llevando
la bicicleta con la otra, caminó hasta el vehículo. En un acto de liderazgo, y respeto hacia la
mujer, mandó a los cuatro seminaristas a que salieran de la camioneta, y se pararan frente al
vehículo, mirando hacia donde irían. Teniendo todos los asientos disponibles para su comodidad,
Kumiko se pudo desprender de la ropa mojada, y vestir con el hábito que su bien enamorado le
consiguió. Como sargento de regimiento bajo la lluvia, Raúl observó atentamente cada
movimiento, cada pestañeo, cada mirada, y cada respirar que los cuatro seminaristas hicieron,
durante la muda de ropa de su chica. Después de que ella les avisó de estar lista, y de él
verificar que todo estuviera en orden, encendió la camioneta, y arrancó hacia la universidad.
No habría pasado una hora, cuando el sol salió con todo. El calor del aliento emanado por el
rubio en el firmamento, secó todo lo mojado, dándole un color más brillante al ambiente. Kumiko
pudo presentar su tesis, defenderla, y finalizar su maestría. Los seminaristas y su chofer
aguardaron pacientemente afuera del aula. Una lagrima que corrió en un rostro marcado
por una sonrisa caída, hizo entristecer los corazones de quienes la esperaron. Bonita broma les
jugó, dejándolo saber cuándo comenzó a saltar, y a reírse a carcajadas, por verle las caras a
quienes la esperaban. «¡Ay! Tan linda ella, tan chistosita», dijo su novio, provocándole un mayor
ataque de risas. Raúl miró a sus protegidos, y alzando un poco la mano, les hizo una señal de
esperar. Entonces se acercó a Kumiko, la tomó por la cintura, sostuvo suavemente su rostro con
una mano, y la besó. Las manos de ella se aflojaron en el mismo instante que él la empezó a besar.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 31 ~
Los cuatro seminaristas comenzaron a aplaudir, al igual que lo hicieron varias de las personas
que pasaron por allí. Raúl también comenzó a aplaudir, y a felicitarla por sus logros. De
regreso en la parroquia, el joven tuvo que explicar a los sacerdotes el porqué de su accionar, de
despojar de los hábitos a los cuatro seminaristas, y utilizar el vehículo como cambiador de ropa.
¿Qué osadía, y qué atrevimiento era eso de permitir que una mujer se cambiara adentro de un
vehículo, en donde viajaban cuatro jóvenes que buscaban el discernimiento de lo mundano con lo
espiritual? No, no lo podría explicar, y no había justificación alguna que ellos pudieran percibir,
o al menos que se les ocurriera. Pero el diablo no tardó nada en hacerles cambiar de parecer.
¿No era acaso esta orden, una cuya regla pregonaba el servicio, la humildad, la entrega al pobre
y cautivo, esté en donde esté? Porque si era así, este era el caso en donde una persona cautiva por
las inclemencias del tiempo, y el remojón que él le dio, necesitaba ayuda. Miguelo fue el
primero en saltar para felicitarlo, seguido lo hizo José, y por último Antonio. El joven tenía
razón, mirándolo desde su punto de vista, el joven tenía razón, y de eso no se hablaba más.
Disculpado por el asunto, Raúl se marchó a la casa de su novia. «¿Por qué su hija
llevaba puesto un hábito religioso, y sobre el hábito vestía una campera con un escudo de
caballero bordado, que tenía unas letras griegas acompañadas de una leyenda que decía Phi
Zeta Chi?», preguntó su madre. Kumiko le respondió, contándole todo lo sucedido, incluyendo
lo de los besos. Con una sonrisa de verdadera felicidad, Wen aprovechó que su hija se había ido
a la habitación, para salir de la casa, y buscarlo a él. Que sorpresa se llevó Kumiko cuando vio a
su novio sentado en el sofá de la sala, conversando con su madre, y tomándose un café. Cuentan
los que saben, que ni bien Kumiko terminó de vestirse, partió con Raúl para disfrutar de la
puesta del sol, en algún lugar de San Juan. Eran cerca de las diez de la noche, cuando Hiroyuki
llegó a su casa preguntando por su hija. La respuesta de su esposa no le gustó para nada.
Wen —No está.
Hiroyki —Otra vez en la calle.
Wen —Así es.
Hiroyki —Desde que conoció a ese hombre, no hace otra cosa más que salir.
Wen —No seas injusto.
Hiroyki —No estudia, no comparte con su hermano, no ayuda en la casa, no tiene tiempo
para nosotros.
Wen —Eres un egoísta con tu hija.
Hiroyki —Ahí están sus libros tirados sobre la mesa.
Wen —Ella ya presentó su tesis, y terminó.
Hiroyki —¿Abandonó sus estudios por irse con él?
Wen —No solo eres egoísta con ella, sino que también eres tonto, y sordo conmigo... Sí,
así es. Mírame atentamente, y escucha. Solamente me prestas atención cuando te hablo feo.
Tu hija presentó su tesis, y aprobó... Así es, terminó su maestría. Ahora cúmplele tu
promesa, y déjala vivir.
Hiroyki — Así lo haré. Y desde ahora la casa de arriba es de ella. Mañana le diré a Tian
que la barra un poco, para que pueda subir sus cosas.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 32 ~
Wen se acercó a su marido, puso sus manos sobre los hombros de él, y lo besó en la
frente.
Hiroyuki —¿Puedo saber en dónde están?
Wen —Fueron a festejar su doble victoria, pero ya deben de estar por llegar.
Hiroyuki —¿Doble victoria?
Wen —Así es.
Hiroyuki —Supongo que una es por los estudios, ¿pero la otra?
Wen —Son novios.
Hiroyuki —¿Son qué?
Wen —Hoy se dieron su primer beso de amor.
Hiroyuki —Eso no puede ser. No lo voy a permitir. Si ella quiere un novio, volvemos a
China para que lo busque...
Wen avanzó un paso, y muy molesta, le habló con voz fuerte, y un tono muy firme.
Wen —No, ella decidió, y eligió quedarse aquí. Él la ama, y ella a él. ¿O no es eso lo que
queremos para nuestra hija?
Hiroyuki —(Hablando en japonés, y haciendo una afirmación con el rostro) Hai [Sí]
Wen —Ellos se aman, y se corresponden. (Hablando entre lágrimas) No te entrometas más
en la vida amorosa de tu hija. No le arruines el amor una vez más. Eso sí que no te lo
perdonaría jamás. La felicidad de Kumiko es sagrada.
Kumiko —¡Papá!
Kumiko entró en la casa, justo cuando su madre terminó de hablar, y su padre salió
corriendo a su encuentro con ella.
Hiroyuki —Hija… Mi hija. Deme un abrazo, y perdóneme...
Hiroyuki lloró amargamente abrazado a su hija. Luego de obtener el consuelo, y el
perdón que necesitaba, la felicitó, y siguieron hablando.
Hiroyuki —¿Y tu novio?
Kumiko —Me espera frente a la parroquia, se quedó hablando con Miguelo.
Hiroyuki —¿No se quieren quedar un rato?
Kumiko —Es que tenemos que ir para Utuado. Además, él se va a encontrar con sus...
¡Mamá! Se me olvidó su jacket.
Wen —Tranquila, yo lo tendí un rato, y ya está seco.
Kumiko —Gracias mamá. ¿En dónde lo pusiste?
Wen —Doblado sobre tu cama.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 33 ~
Hiroyuki —Mi niña, ¿por qué no nos reunimos el viernes, y cenamos juntos? Quiero
conocerlo...
Kumiko —El viernes, o mañana. ¿Dónde siempre, a la hora de siempre?
Hiroyuki —En donde siempre, y a la hora que tú digas... Solamente llámame.
La noche transcurrió con normalidad, y todo el mundo contento. Los viajantes llegaron a
sus destinos sin ninguna dificultad. Ya en el hospedaje, Kumiko se quitó la camisola de su piyama,
se vistió la campera, y se acostó a dormir. Milagros que regala la naturaleza, a quienes
disfrutándola saben apreciar, al gallo de los vecinos, los de la casa quieren estofar. Eran las cinco
y media de la mañana, cuando un gallo en la cercanía comenzó a cantar. Hiroyuki y Tian se
levantaron temprano, agarraron sus herramientas, y se pusieron a trabajar. A esa misma hora,
después de estar casi toda la noche con sus fraternos, Raúl llegó a la casa de sus padres, se pegó
un baño, se tomó una taza de café, y se volvió a marchar. Kumiko no lo podía creer, ese loco
que no había dormido pensando en ella, viajó a la universidad, se coló en las oficinas, fue a donde
ella estaba como si fuera el dueño de todo, la agarró de las manos, y se la llevó. «Lares, allá
vamos», dijo Raúl. Primero el parque de las cavernas de Camuy para arrancar el día, y luego a
Lares para disfrutar de la belleza de un pueblo con un toque muy romántico. Kumiko cumplía
años, y ese día había que celebrarlo. Estando adentro de la iglesia San José, y arrodillados
frente al altar, él le colocó un anillo de precompromiso para formalizar el noviazgo. El curioso
sacerdote que atestiguó el momento, se acercó para darles la bendición y felicitarlos. La casita
de Kumiko había quedado totalmente limpia e impecable, dos habitaciones, un baño, una cocina,
una sala-comedor, y un balconcito en la parte de atrás. Luego de cambiarle las dos ruedas
frontales al auto en Manatí, y de discutir un buen rato con un conductor ebrio que por poquito
les chocaba, los enamorados regresaban a Bayamón saliendo de la autopista por la bajada de
Rio Hondo. Eran cerca de las siete de la tarde, cuando el hambre picó.
Kumiko —¡Amor!
Raúl —Dime florcita.
Kumiko —Florcita, tengo muchas ganas de comer algo rico de mi tierra.
Él soltó una carcajada leve, y habló
Raúl —¿Qué quieres comer?
Kumiko —Un Huoguo como a mí me gusta.
Raúl —Buena idea. ¿Quieres que paremos en?
Kumiko —No. Conozco un lugar que me gusta más. ¿Vamos?
Raúl — Ok. ¿En dónde es?
Ella se acerca a él, y le da un beso en la mejilla.
Kumiko —Toma la Roosevelt como si fueras para Plaza...
Raúl —Muy bien, retomo la autopista, y allá vamos... (Hablando entre suspiros) Cada vez
que me das un beso, mi corazón late más fuerte, y mi pecho se aprieta más...
Ella corrió su cabello sutilmente con la mano, descubriendo su oreja, y mordiendo
delicadamente su labio inferior mientras mantenía su mirada enfocada en él. Raúl suspiró
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 34 ~
fuertemente, alineó el vehículo al costado de la autopista, le partió la boca de un beso, y continuó
manejando.
Raúl —Es imposible no besarte cuando me miras tan linda.
Kumiko se sonrojó, y así le respondió: «Te amo». Después de manejar durante algunos
minutos por la avenida Roosevelt, y de dar un par de vueltas por otras calles, su trayectoria
concluyó. El estacionamiento del local era bastante pequeño, y aun así, en su interior cabían
bastantes personas. Dos patrullas, y un auto de color verde, eran los únicos estacionados. Más
allá de los policías que permanecían en la entrada decidiendo si entraban, adentro del
restaurante solo se visualizaba al personal. Raúl abrió la puerta, permitiendo que Kumiko
entrara primero. Ni bien cruzaron el umbral, ella se volteó, y le plantó un beso que por poco lo
manda al suelo. De repente, un loco vestido de carnicero bañado con sangre, salió de las
cocinas gritando y moviendo un machete ensangrentado con su mano. Inmediatamente Raúl
agarró a Kumiko de la mano, la ubicó detrás suyo, y gritó: «Corre». Entonces agarró una silla
para usarla de escudo, pero antes de que pudiera levantarla, tenía el filo del metal a milímetros
de su cabeza. El loco del machete frenó su embestida, y gritó: «¡Aaaah!».
Hiroyuki — ¿Quién es este gordito?
Kumiko —(Hablando con voz de ruego.) No lo cocines, es mi cerdito.
Hiroyuki miró a su hija sin saber qué hacer, pero ella comenzó a reírse a las carcajadas.
Al ver la cara de su padre sin una sonrisa, se dio cuenta de que algo no andaba bien. Raúl se
había quedado completamente petrificado, y con los ojos perdidos en la nada. Tan rápido como
pudo, Kumiko se puso frente a su novio, le dio un par de cachetadas suaves en las mejillas, y lo
besó.
Kumiko —Amor...(Agitándole los hombros) Amor ¿estás bien?
Hiroyuki —Está reaccionando, creo que está reaccionando.
Kumiko — Amor...
El joven volvió a interponerse entre ella y el asesino. Mirándola fijamente a los ojos como
en un estado de shock total, él le guiñó un ojo, sonrió levemente, y le habló pausadamente.
Raúl —Cocinelo con cuchillo, no es bueno enflental, puede sel un asesino, o un loco
oliental... Cole, huye, salva tu vida.
Kumiko comenzó a reírse, lo abrazó, le besó en la mejilla, y continuó riendo.
Hiroyuki —(Hablando con una gran sonrisa.) ¡Es un cabrón! ¡Este hijo de puta es un cabrón!
Me ganó.
Kumiko —¿Oíste mi amor? Le ganaste a mi padre.
Raúl —No entiendo.
Hiroyuki —Señor.
Kumiko —(Hablando para sí misma con sorpresa.) Es la primera vez que mi padre llama
señor a alguien que me pretende, y le da la mano.
Hiroyuki —Usted es el único que me ha demostrado ser digno de ella.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 35 ~
Raúl miró fijamente a Hiroyuki, estudiándolo en detalles, si necesidad de mover sus ojos.
Kumiko se aferró a él en un abrazo, que fue correspondido de igual manera, pero sin perder de
vista su objetivo.
Hiroyuki —Ninguno de los que dijo quererla, arriesgó su vida por salvarla, pero usted...
usted sí lo hizo... Gracias.
El joven reaccionó agarrando la mano a Kumiko, y mirando a Hiroyuki más concentrado
que antes, le estrechó la mano, y le respondió.
Raúl — No me dé las gracias. (Hablando en japonés) Anata no musume wa watashi ga isshō
no ma hoshī joseidesu. [Su hija es la mujer que yo quiero para toda la vida]... No me miren así.
(Hablando con una sonrisa) Es lo único que sé decir en japonés.
El padre de Kumiko abrazó al joven que le dijo perfectamente, y en su idioma natal,
cuáles eran las verdaderas intenciones que tenía con su hija. Luego la miró a ella, y también la
abrazo. Kumiko se emocionó, y se puso a llorar en los brazos de Hiroyuki, igual que cuando era
una niña pequeña. Wen salió de su escondite en la cocina, y se les acercó. Aprovechando el
momento, y el clima que necesitaba, Kumiko les mostró a sus padres el anillo en su mano. Tian
salió de su escondite en el baño, corrió hasta donde Raúl, y lo abrazó. El pequeño estaba que
saltaba de la emoción, desde ahora su amigo, ya no era tan solo su amigo y maestro, ahora era
también parte de su familia. Hiroyuki entró en la cocina para limpiarse y cambiarse. Wen
llamó a los oficiales de policía, y demás invitados que aguardaban afuera. Raúl sentó a Kumiko
en el asiento principal, y fue a la cocina para ayudar a Wen. Ni bien entraron los cuatro oficiales
de la policía, junto con José, Antonio y Miguelo, el pequeño Tian cerró las puertas del negocio, y
comenzó la celebración. Unos minutos después, se sumaron su tío y dos primas muy queridas que
vinieron desde Nueva York. Aunque las primas hablaban bastante bien el español, y el inglés lo
dominaban como si nada, preferían hablar en chino con su Kumiko. Dicen que el hombre tiene
sus mañas, y el diablo sus artimañas. Pues bien, esta vez el diablo no se quedó quieto, y dio su
primera lección a un diablito en entrenamiento. Qué bueno es haber tenido a Tian a su lado
para hacerle de interprete, y traducir hasta lo que no debía. Hiroyuki miraba con alegría el trato
de hermanos que tenían su hijo y Raúl. El padre José se puso de pie, y alzando una copa, brindó
por la cumpleañera. Terminada la celebración, todo el mundo se fue para su casa, todos,
excepto uno. El novio tendría que llevar a la novia, a su cuñado y a Satanás, que por supuesto,
fue al primero que dejó en su casa. Eran casi las tres y media de la madrugada, cuando
Hiroyuki salió de su residencia para decirle a Raúl que no viajara. De manera muy atenta e
insistente, le pidió que se quedara a dormir en la sala de su casa, pues con el cansancio que tenía,
si se iba manejando para Arecibo, su destino sería la morgue. El joven accedió, y en un sofá
bastante cómodo se tiró. Como sombra que se escurre en la oscuridad, Kumiko aguardó a que
todos se durmieran. Entonces se acercó a Raúl, lo sentó en el sofá, y se recostó colocando su
cabeza sobre la falda de él.
Kumiko —Amor, ¿no me cuentas un cuentito de las buenas noches?
Raúl —(Hablando muy seriamente, y con los ojos cerrados, mientras le acariciaba el cabello a
Kumiko) ¿Cuál?
Kumiko —¡No sé! Alguno de los que ya todo el mundo sabe.
Raúl — Yo no soy todo el mundo, por eso no me sé ninguno.
Kumiko —¡Ah! ¿Y te sabes alguno?
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 36 ~
Raúl —Solamente tres.
Kumiko —¿Cuales?
Raúl —Blancanitos, y los siete Enanieves.
La joven se tapó la boca inmediatamente con ambas manos, y sus ojos se cerraron un
poquito.
Raúl — La pesticienta.
Los ojos de Kumiko se inundaron de lágrimas, y su cuerpo comenzó a estremecerse, pero
en ningún momento se destapó la boca. Raúl continuaba hablando muy seriamente, y con los
ojos cerrados.
Raúl — y La Fiebre y la Tortura.
Sin pena, ni piedad, pero con muchas ganas, Kumiko comenzó a reírse a carcajada limpia.
Raúl abrió los ojos, y también sonrió. Hiroyuki se puso en pie, pero antes de que pudiera dar un
paso, fue detenido por Wen cuando lo sostuvo del calzoncillo.
Wen —(Hablando en voz baja.) ¿Para dónde crees que vas?
Hiroyuki —Para...
Wen —Déjalos solos. Ya son bastante grandecitos como para que nos estemos metiendo.
Ellos se quieren, y no están haciendo nada malo...
Hiroyuki —Pero...
Wen —Pero nada. Si ellos se tienen ganas, pues que se desquiten. ¿Qué? ¿Qué cosas van a
hacer que nosotros no hayamos hecho? Acuéstate como un viejo aburrido, o diviértete
conmigo. ¿Qué prefieres?
Hiroyuki — Yumm.
Aprovechando los últimos días que le quedaban de las vacaciones laborales, con brocha,
rodillo y pintura, Raúl comenzó a preparar la casa de su novia. Ambiente que pintaban,
ambiente que amueblaban. Al ritmo de bandas de rock estadounidenses que los hacían bailar,
cantar y moverse, la casa fue tomando forma. Cada tanto, ella se pintaba dos rayas en la cara,
y como indio cazando a vaquero, le jugaba alguna broma. Cuando más concentrada ella estaba
pintando algún detalle, sin permitir que arruinara su trabajo, él la bromeaba también.
Dándosela de cantante, Kumiko agarró un rodillo, y empezó a cantar como si tuviera un
micrófono. Raúl se le acercó muy seriamente, y apuntó su dedo índice hacia arriba. Apenas ella
giró su cabeza, y concentró su mirada en el techo, él aprovechó que tenía una brocha recién
cargada, y le pintó un bigote. Raúl arrancó a correr, y Kumiko se le fue detrás. Él entró en la
cocina, y se escabulló por debajo de la mesada. Ella casi lo alcanzaba, cuando él salió corriendo
de la casita, bajó por la escalera, y se escondió tras la primera puerta que encontró. Ella entró
corriendo a la casa de sus padres, pero siguió de largo. Entonces él viró para atrás, subió la
escalera, y se puso a pintar. A los pocos segundos, tenía una chica encaramada sobre su
espalda tratando de moverle las manos para pintarle un bigote. Él le sujetó las manos, y
comenzó a caminar en reversa sin quitársela de encima. Cuando llegó a la habitación de Kumiko,
giró en media vuelta, caminó hasta quedar frente a la cama, y muy sonriente gritó: «La noria».
«¿La qué?», preguntó ella. «La noria», repitió él. Rápidamente, y sin dar tiempo al escape, realizó
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 37 ~
un juego de manos, para sostener las dos manos de ella con una sola mano de él, y colocar su
otra mano en una de las rodillas de ella. Como una noria, o un rotor de feria, en un movimiento
veloz la pasó por encima de su cabeza, y la dejó caer en peso completo sobre la cama. Él comenzó
a reírse, y ella también. Kumiko se levantó con una actitud sospechosa, y mirándolo a él muy
sonriente, le saltó encima. Entonces él la llevó de espalda contra la pared, y lentamente acercó su
rostro al de Kumiko y la besó en los labios. Ella lo cacheteó, le sostuvo la cara, y lo volvió besar.
La adrenalina subía, el calor aumentaba, y la pasión crecía.
Raúl —La casa...tenemos que terminar la casa... Falta poco.
Kumiko —Mañana... la terminamos mañana...
Raúl —Como quieras...
Kumiko —Calla, y sigue besando.
Así de rápido como subió, así de rápido bajó. Wen regresó a la cocina de su casa, perdida
en la nada...
Tian —Mami, ¿te pasa algo?
Wen —Nooo.
Tian — ¿Y por qué estás tan pálida? ¿Viste un fantasma?
Wen —No, un fantasma no, aunque era igual de blanco.
Tian — ¿Un fantasma no, y qué era?
Wen —Era un cucarachón con rueditas que se comía a una cucarachita frágil y débil...
Tian — (Casi llorando.) ¡Pobre cucarachita! ¿Sufría mucho?
Wen —No, al contrario. Nunca vi a una cucarachita tan feliz...
Tian — ¿Estaba feliz que se la comieran?
Wen —Muy feliz. ¡No sabes cómo!
Tian —¡Ah! ¡Qué raro! Nunca vi a una cucarachita masoquista. Tengo que ver eso.
Wen —No.
Tian —¿No? ¿Y por qué no?
Wen —El cucarachón. El cucarachón blanco es un peligro. Hay que esperar a que termine
de comer, para que se calme.
Tian —¡Bueno! Entonces espero a que se duerma, y lo piso.
Wen —No. Eres muy pequeño para poder aplastar semejante bestia. Mejor llama a tu padre,
y dile que la casita está casi lista, y que tu hermana está completamente feliz, más feliz que
nunca.
Tian —Eso sí lo puedo hacer. Ahora lo llamo.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
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El pequeño Tian llamó a su padre, y después de darle el mensaje, le pasó el teléfono a su
madre.
Wen —Sí, así es. Va quedando perfecta... No, no hay ninguna cucarachita, tampoco hay un
mostro come cucarachas... La cuca... (Hablando como susurro) La cucarachita es tu hija, y el
otro... ¡Dios! Escucha, no seas sordo... Jumjum, está con Jumjum, haciendo jumjumjum...
Dame un segundo, que tu hijo quiere hablarte.
Tian —Papi, lo que mami te quiere decir, es que Kumiko y Raúl estaban teniendo
relaciones sexuales, y que cuando ella subió para ver la casa, los vio desnuditos, desnuditos,
jugando a la procreación. ¿Entendiste? ...Bien, me alegro. Eso era todo… Yo también te
quiero... Toma mami, papi quiere hablar contigo.
Wen —¡Ay sí! Estos niños de hoy en día. Lo que yo no supe hasta grande, ellos ya nacen
sabiéndolo... Pues sí, yo los vi... Él estaba como un león arriba, y en todos lados ...
Kumiko —¡Ay mamá! Eso no es cierto. Tú no viste nada, porque la casa estaba cerrada con
llave. Además, si hubieras visto algo, serías un pajarito que se mantuvo volando al lado de
la ventana.
Raúl —¡A ver! Levante los brazos... No, no tiene plumas. Así que no pudo volar hasta tan
alto.
Wen —¡No! Pero yo escuché...
Tian —Los gritos de la porno que ve Don Juan.
Wen —¡Nene! ¿Y cómo tú sabes esas cosas?
Tian —Nos vemos después, me voy a jugar...
Wen —Tian... Tian. ¡Que niño!
Kumiko —No papi, no, no pasó nada… Quédate tranquilo que mami está inventando... Sí,
te prometo que sólo eran besitos, apasionados y extra cariñosos, pero solo eran besitos...
No... No. Ok. Nos vemos cuando llegues… Yo también te amo.
Y era cierto, era cierto, todo lo que había dicho Kumiko era cierto. Raúl y ella se habían
prometido, y le habían prometido al padre, no avanzar al siguiente paso, hasta que al menos
fuesen bendecidos como pareja. Pues bien, más allá de los besitos, el toqueteo y los jueguitos,
estos tortolitos no habían llegado más allá de los límites del cinturón . Terminada la casa, y
finalizadas las vacaciones de verano, Raúl volvió a su horario regular. Trabajando por las
mañanas, estudiando al medio día, y viviendo las tardes y noches con quién más quería, ¿qué más
podía pedir? Kumiko regresó a Utuado, pero esta vez, ejercía como toda una profesional en un
centro de salud durante tres días a la semana. También comenzó a trabajar como voluntaria en
la parroquia durante algunos sábados. Allí atendía a los jóvenes del programa contra las drogas
y el alcohol.
Era agosto 14, y las ganas de ir al trabajo ese miércoles, eran tan pocas como las ganas
que tenía de asistir a la universidad. Así que se levantó a las cuatro de la madrugada, y se lanzó
para Utuado. Una vez que llegó a su destino, y estacionó el auto, trepó por el portón al costado
de la residencia, e ingresó al patio. Ya estando adentro de las inmediaciones de la casa de Doña
Dolores, Raúl subió la escalera silentemente, buscó su llavecita, y entró. Sin hacer ruido, y
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 39 ~
con mucho cuidado de no despertar a nadie, encendió el fuego, y preparó café. Esta vez no hizo
falta que cantara el gallo para que la bella durmiente que nunca le hacía caso al despertador
emplumado despertara. Un café negro sin azúcar, acompañado de unas tostadas de pan integral
y mermelada, fueron colocados en la mesita del comedor, junto a una rosa blanca. La rosa
blanca era la flor favorita de Kumiko, y la más que le gustaba a él también. Con una pijama
muy seductora, y una sonrisa encantadora, la hermosa joven de ojos achinados apareció por el
comedor. Un: «buen día mi amor», acompañado de un beso soñoliento, y un abrazo
adormecido, le dieron las fuerzas a ese hombre para gritar a viva voz: «Vamos Doña, que traigo
el café y las tostaditas para los Doloooreees». Un paletazo bien dado en el trasero de quien
gritaba, frenó de un susto a quien la llamaba. «¿Ah, sí? Pues ahora de castigo la saco a bailar, y
usted sabe que yo bailo feo. Mire como bailo, mire como bailo», dijo Raúl. La señora le dio
una mano al joven, y al ritmo del mambo tarareado, ambos se pusieron a cantar y bailar.
Kumiko se despabiló de la manera que más le gustaba, sonriendo, y riendo mientras miraba a
dos bailarines, que no sabría decir quien bailaba peor, y quien cantaba menos malo, pero la
diversión no faltó. Finalizado el desayuno, y los tres en el carro, montaña adentro, y a Ponce
llegaron. Guayanilla, Yauco, Guánica, Lajas, Cabo Rojo, y dentro de Cabo Rojo, Boquerón. Que
hermoso lugar para pasar un día de playa, alejado del ajetreo del trabajo y la universidad.
Doña Dolores se había quedado en la entrada del poblado visitando a su hermana, mientras que
los tortolito siguieron de largo, y caminaron por la playa para pasar un día inolvidable. Antes
de entrar a nadar, Kumiko realizó algunos ejercicios de estiramiento y elongamiento, como si se
tratada de una batalla de artes marciales. Raúl la ayudó cuando fue requerido, y cuando no, de
alguna manera, y como podía, trataba de hacer lo mismo. Más duro que estirado, el nudo
humano pidió a su pareja que lo destrabara un poco. Dos o tres toques de digitopuntura,
fueron más que suficiente. La libélula y el ballenato nadaron felices hasta las boyas, y
regresaron. Luego, como cualquier parejita de novios, se pusieron a jugar. La libélula salpicó
agua para provocar al ballenato, pero el ballenato se sumergió, desapareciendo
misteriosamente de la atenta mirada de ella. No había burbujas, ni olillas de movimiento que
delataran su posición. La libélula se puso en guardia defensiva, pues sabía que de donde
menos se lo esperaba, podría emerger un ataque. Pasaron treinta segundos, y nada pasaba, un
minuto y dos, y comenzó a preocuparse. De pronto, y de donde menos pensaba, un: «¿se te perdió
algo?», muy sonriente, hizo que achinara más sus ojos, y saliera corriendo hacia la orilla. Raúl
comenzó a reírse y a correr, Kumiko se le fue detrás. Estaba por alcanzarlo con un salto,
cuando él giró inesperadamente hacia el agua, dejando que ella siguiera de largo. Entonces él la
atrapó a ella, la agarró entre sus brazos, y cargándola como si no pesara nada, entró en el agua.
Ya con el agua hasta la cintura, él la liberó. Kumiko cayó al agua, se sumergió, y emergió en el
acto. Ni bien ella asomó su rostro fuera del agua, él la sostuvo y la besó. Ella aflojó sus brazos
y se dejó llevar. Luego Kumiko se abrazó a Raúl, y le cantó dulcemente al oído.
HECHIZO
Una princesa caminaba,
por los campos del cerezo.
pidiendo por un dragón,
que la quisiera defender.
Despierta bestia del fuego,
expande muy bien tus alas,
cúbrela con tu vida,
y defiéndela con tu espada.
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 40 ~
La doncella lo miraba,
como él a ella también,
permitiéndola que se acercara,
y expresara su querer.
Soy vulnerable a ti, llévame a volar,
cubriéndome con tus alas, te empiezas a enamorar.
Quiéreme con tu vida, quiéreme con tu amor,
protégeme con tu alma, usando tu corazón,
protégeme con tu alma, usando tu corazón,
escudo de piel y escamas, mi sueño y mi ilusión.
Embrujo del hechicero, que de amor se completó.
La princesa se enamoró, del dragón que la cuidaba,
pues él la protegió, con fuego, alma y espada.
Amor gritaba al viento, la reina de su corazón,
hechizados por las nubes, la princesa y el dragón.
Declara tu amor y ruge, el fuego de tu amor.
Soy vulnerable a ti, llévame a volar,
cubriéndome con tus alas, te empiezas a enamorar.
Quiéreme con tu vida, quiéreme con tu amor,
protégeme con tu alma, usando tu corazón,
protégeme con tu alma, usando tu corazón,
escudo de piel y escamas, mi sueño y mi ilusión.
La princesa está esperando, la llama de tu pasión.
Bésala por la noche, protégela durante el día,
desenvaina tu argumento, y proponle con valentía.
Soy vulnerable a ti, llévame a volar,
cubriéndome con tus alas, me empiezas a enamorar.
Quiéreme con tu vida, quiéreme con tu amor,
protégeme con tu alma, usando tu corazón,
protégeme con tu alma, usando tu corazón,
escudo de piel y escamas, mi sueño y mi ilusión.
=X=
Raúl —¡Esa canción!
Kumiko —¿Te gusta?
Raúl —Mucho.
Kumiko —Fue la misma que cantaba el día en que te vi por primera vez... pero ahora la
canté en español, y solo para ti...
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 41 ~
Raúl —Significa tanto, y significa todo, mi princesa.
Kumiko —Quiero que me protejas, y me lleves a volar. No quiero volver a sufrir, como
lo hice en el pasado...
Raúl la abrazó muy fuerte, y se aferró a ella como nunca antes. Luego de salir del mar,
recogieron sus cosas, y emprendieron camino hacia uno de los restaurantes costeros de ese
poblado, en donde la puesta del sol es la más hermosa. El reloj de arena dio varias vueltas, y
en tres días más llegaría septiembre, mes en donde el Huracán Hortensia dejaría sus huellas en
la isla. Ese último jueves de agosto, Kumiko llamó a Raúl bien tempranito en la mañana, para
quedar con él en dónde se encontrarían unas horas más tarde. El día anterior él la había
llevado a Bayamón para que pudiera trabajar en los expedientes de la parroquia. Con la
compañía de José y Miguelo, ella regresó a Arecibo en la camioneta del seminario. Los curas iban
de camino a Isabela para una reunión, y una parada en el camino, no les haría daño. En la
bajada final de la autopista hacia Arecibo, Raúl esperó pacientemente a su amada. Una vez que
ella se cambió de vehículo, los sacerdotes siguieron a los tortolitos hasta la playa de Sardinera en
Hatillo. Kumiko y Raúl se bajaron primero. José y Miguelo aguardaron unos minutos antes de
bajarse. La parejita se alejó a unos cuantos pasos de distancia en dirección a las rocas, y fue
allí, justo allí, cuando el joven la tomó de las manos, la miró fijamente, y comenzó a hablar.
Raúl — No te prometo el cielo, porque no soy Dios. No te prometo la luna, porque no
puedo bajarla. No te ofrezco un castillo, porque no soy millonario. No te ofrezco el sol
porque te quemarías. Pero lo que sí puedo ofrecer, es amarte, respetarte, protegerte y
cuidarte. Trabajar muy duro para salir adelante, y estar codo a codo contigo para que
tengamos una vida digna, y un alegre porvenir. Estar contigo en las malas, y en las
buenas. Esmerarme por ser cada día mejor hombre, mejor amante, mejor todo. Soy alguien
sencillo, y las únicas riquezas que importan en la vida, son las que tengo para ofrecerte,
mis valores, mi alma, mi corazón, mi cantar. Este tiempo que he estado junto a ti, ha
sido suficiente para saber que quiero estar contigo por el resto de mi vida. Kumiko, te
amo mucho. Tú eres mi luz, mi florcita de la China, mi mundo, mi todo. Tu perfume, tu
sonrisa, tu personalidad, tu mirada, tu pelo hasta los hombros, tu cuerpito delgado, frágil y
delicado, tu voz, tus labios, tu forma de besar, y tu cantar, simplemente, sencillamente, y
completamente tú. Me gustas mucho, y me tienes rendido a tus pies porque eres realmente,
lo único que necesito para vivir. Mi amor...
Ella colocó su dedo índice sobre la boca de él, y mirándolo con mucho amor, le habló.
Kumiko —Yo te amo mucho, pero somos muy diferentes. Tú eres un hombre del mundo de
las computadoras, y las comunicaciones. Inteligente, loco, divertido, sencillo, trabajador, y
auténtico, amante de la naturaleza y de los niños, y una hermosa persona que le gusta
ayudar a los demás. Yo en cambió, soy una mujer del psicoanálisis, come libros, recatada,
aburrida, amante de la naturaleza y de los niños, y una mujer muy estudiosa de su profesión.
Más allá de que nos queremos, somos totalmente opuestos. Dime, ¿por qué alguien como tú,
querría estar con alguien como yo?
Raúl —Es la pregunta más fácil de mi vida. A parte de lo mucho que te amo, y que me
gustas un montón, no somos tan distintos. A ti te gusta cantar, y a mí me gusta recitar.
Quiero que seas mi cantante, y yo ser tu canción. Quiero ser tu poeta, y que tú seas mi
Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía
~ 42 ~
poesía. ¿Sabes? Somos grillos enamorados, que le cantan a su amor. Somos muy
parecidos, pues la poesía es una canción, como la que cantan los grillos...
Kumiko —Alto...
Ella lo miró seriamente, y él comenzó a sudar en frío.
Kumiko — Si realmente eres un poeta, y quieres que yo sea tu poesía... recítame como
hacen los grillos, un canto a la poesía.
Raúl —Muy bien. A esta improvisación la llamo: «El Mar y la Arena», y dice así:
EL MAR Y LA ARENA
Un jilguero le cantaba,
a la espuma en el mar.
Entonando emociones,
que podía expresar.
De blanco cubres la arena.
que te gusta acariciar,
¿le propones en la orilla,
y te la llevas para el mar?
«Tranquilo», el mar responde,
al jilguero que cantaba,
la arena era su novia,
y por eso la besaba.
En las tardes y en las noches,
si por frío ella temblaba,
la arropaba con sus olas,
y a la arena calentaba.
Pídele casamiento,
le sugiere el jilguero.
Exprésale tu sentir,
y que ella es primero.
Prométele con tu manto,
o júrale amor eterno.
Has de su vida un encanto,
pero nunca un infierno.
Gracias por el consejo,
así lo voy a hacer,
antes del mediodía,
pero después del amanecer.
Si mal no me equivoco,
todavía estoy a tiempo,
de mirarla a la cara,
y preguntarle lo que siento.
Libro: Grillos un canto a la poesia
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Libro: Grillos un canto a la poesia

  • 1.
  • 2. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 2 ~ Garcia Ochoa, Samuel Raúl Grillos : un canto a la poesía / Samuel Raúl Garcia Ochoa. - 1a ed .- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Samuel Raúl Garcia Ochoa, 2019. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-86-0700-9 1. Cronología. 2. Cuentos Románticos. 3. Narrativa Puertorriqueña. I. Título. CDD Pr863 Todos los derechos reservados: Gracias por descargar este libro electrónico. El copyright es propiedad exclusiva del autor, y este libro es de distribución gratuita, por lo tanto no se permite su reproducción, copiado ni distribución con fines comerciales y/o políticos. Todo interesado en interpretar, representar o reproducir esta crónica narrada en cine, televisión, teatro o cualquier forma multimedia o audiovisual existente, ya sea con fines comerciales o sin fines de lucro, deberá previamente contactar al autor en el mail brindado al final de esta página. © SRGO Diseño Portada: Samuel Raúl García Ochoa Maquetado: Samuel Raúl García Ochoa Mail de contacto: sraulgochoa@gmail.com
  • 3. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 3 ~ Introducción Voy a empezar este libro con un solo pensamiento. ¿SUEÑO O HISTORIA? Yo no sé cuál de las dos vidas, es mi verdadera historia. Si cuando estoy despierto, o cuando estoy dormido. Tampoco sé cuándo estoy dormido o despierto, porque es que en ambas dimensiones lloro, grito, me río y vivo, a tal punto que ya no tengo noción de lo real o lo irreal. ¿Qué es lo real, y qué no? Esa respuesta no la sabré. Porque los sueños son una realidad que tengo y vivo, en este tiempo en que estoy dormido o despierto. Un sueño me mata o me vive, al igual que cuando no sueño. Si la vida es un sueño, entonces ahora estoy dormido, y cuando me acueste, es que despertaré. ==X== Todo el mundo tiene en algún lugar de su mente, una historia que pudiera ser la mezcla de sueños con sucesos de la vida real. Si combináramos detalladamente lo vivido en sueños con lo vivido en la realidad, podríamos escribir grandes y lindas historias; muchas de amor, comedia, aventura y hasta fantasía. Yo he combinado esta gamma de elementos para poder escribir esta historia. Algunos nombres, lugares, y circunstancias fueron modificados, con la intención de preservar su verdadera realidad en el anonimato. Ahora afilen la imaginación, y juzguen por ustedes mismos, que ésta es mi historia.
  • 4. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 4 ~ Grillos: Un canto a la poesía. Frente a la entrada del estacionamiento de una parroquia, un hombre de 27 años de edad, se bajó de una camioneta que lo trajo para que se quedara en ese lugar por tiempo indefinido. Con una sonrisa triste en su rostro, entró a la iglesia, caminó hasta el altar, y cayó de rodillas casi inconsciente postrado ante la cruz. Rápidamente fue abrazado por Miguelo, un sacerdote misionero de 34 años de edad, pelirrojo, barbudo y de ojos verdes. Ayudado por los seminaristas, el sacerdote pudo llevar al hombre a una de las habitaciones del seminario. ====0==== Diecisiete meses antes. 2 de febrero de 1996. En la intersección de la Avenida Laurel con la Calle 24 en el municipio de Bayamón, un auto que provenía del hospital en la cercanía detuvo su marcha. El conductor que lo manejaba bajó la ventanilla del lado del pasajero, para hablarle a un hombre que se encontraba caminando por la vereda. Raúl —Buenas tardes padre. José —Buenas tardes. Raúl —¿Me podría decir cómo llegó a la Número 2? José —¿Cómo no? Sigues por esta misma avenida hasta el final, y doblas a la izquierda. Después te vas a encontrar con la 199, y ahí doblas a la derecha. Cuando el carril se divida en dos, te vas por el de la izquierda, y lo continuas de corrido hasta la 167. En la 167 giras a la derecha, y directito hasta la Número 2. Raúl —Muchas gracias Padre. José —De nada hijo. Raúl —Oiga, ¿usted no estuvo recién en la oficina del doctor González? José —Sí. ¿Por qué? Raúl —Porque es que yo entré cuando usted salía. José —¡Ah! ¿Así que tú eres el técnico que estaban esperando? Raúl —Sí, ese soy yo. ¡Presente! Y le pido perdón por inmiscuirme en sus asuntos. José —Bien. Raúl —¡Sabe! Es muy difícil arreglar una computadora, y no escuchar lo que otros hablan cuando están pegaito a uno. José —¡Y supongo que puede ser! Raúl —Oiga, eso que usted habló de los chicos maltratados es muy interesante. Me voló el
  • 5. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 5 ~ cerebro, y me aplastó el corazón. José —Es un tema delicado. Raúl —¿Y usted no me podría dar un poco más información? Digo, si se puede. José —Me encantaría quedarme a charlar, pero tengo muchísimo que caminar, y si me detengo ahora, voy a llegar tarde para la misa. Raúl —¿Y pa dónde tiene que ir? José —A mi parroquia. Raúl —Pues suba que yo lo llevo. Usted me dice como llegar, y yo lo llevo. José —Mira hijo, no te lo tomes a mal, pero prefiero ir caminando. No quiero ser una carga, ni que tengas problemas. Raúl —Tranquilo padre, que ya salí de trabajar, y voy sin prisa. José —Bueno, pues si es así, y tanto insistes... vamos... Te agradezco por el pon. Raúl —Abróchese el cinturón, y bendiga nuestro viaje, que es más lindo seguir con vida. El sacerdote español de 58 años de edad, pelo blanco, y prolijamente afeitado, le fue contando y respondiendo todas las preguntas e inquietudes al conductor. Ya habían cruzado la carretera 167, e ingresado por otra calle, cuando de repente, un niño de 8 años de edad que corría tras su balón, se atravesó en el camino. Raúl — ¡Qué cabrón, hijo de puta! Un poco más, y lo hago mierda... Perdón padre. José —No te disculpes hijo. Cuando tienes razón, tienes razón. Y esta vez, opino casi como tú. Si no hubieras frenado como lo hiciste, ese pequeño estaría muerto. Habría que hablar con sus padres, para... Raúl —Sí, pero es un niño... Espéreme un momentito, que vengo ahora. Algo no está bien, y no me gusta verlo así. Raúl se bajó del auto, caminó hasta el niño que permanecía paralizado por el miedo, cruzó la calle, buscó el balón, se lo entregó al pequeño, y lo abrazó. Luego de sacarle una sonrisa, y acompañarlo de regreso a su vereda, le dio un par de palmaditas suaves en la espalda, se montó en su auto, y se despidió del pequeño con una sonrisa. El padre José miró con absoluto beneplácito la acción de quien lo llevaba. José —¿Te gustan los niños? Raúl —Mucho. José —¿Tienes hijos? Raúl —No, pero tengo sobrinos, y me encanta pasar el tiempo con ellos. José —¿Tienes esposa, novia?
  • 6. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 6 ~ Raúl —Tampoco. José —¿Tuviste? Raúl —Digamos que tuve la posibilidad, y fallé en el intento. José —¿Cómo es que fallaste en el intento? Raúl —La espanté. José —Ja, ja, ja. La espantaste. ¿Cómo la espantaste? ¿Qué hiciste? Raúl —Le recité un poema, y vivimos jamases para siempre. José —Ja, ja, ja. ¿Qué poema le recitaste? Raúl —Uno mío. José —¿Escribes poemas y poesías? Raúl —Que yo recuerde, desde que estuve en octavo grado. José —¿Y cuál fue ese poema? Digo, si se puede saber. Raúl —¿Quiere que se lo recite? José —Por favor. Raúl —Bueno, lo titulé: «Solo Quiero Ser», y dice así: SOLO QUIERO SER. Que malo es estar enamorado, y saber que quizás nunca, sea correspondido. Y es por eso que te digo, que pongas mucha atención, pues te digo de corazón, que: Solo quiero ser tu amigo. Aunque mi corazón esté dolido, por tan dramática decisión, el cual de ti está enamorado, y siempre quiera estar a tu lado, hoy te digo con razón, que: Solo quiero ser tu amigo.
  • 7. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 7 ~ Esto es fuerte, y también es duro, el podértelo decir, por eso lo tengo que escribir, para desahogar mis sentidos, y tratar de no perder tu amistad, pues no quiero enemigos, y poderte así decir: Solo quiero ser tu amigo. Por favor no te enojes, y sígueme hablando. Pues tu amistad es valiosa, y quizás no sepa cuanto más valga, porque personas como tú, no se consiguen hoy en día. Yo te quiero mucho, quizás te quiera demasiado, y es por eso que te digo, que es malo estar enamorado, y saber que quizás nunca, sea correspondido, pero en el fondo yo sí sé, que podemos ser amigos. ==X== José —Detén el auto, y espérame en la acera un segundito. Raúl —Ok. Sí usted lo pide, así lo haré... Listo padre. ¿Y ahora qué? José —Ahora dime cómo hago para que esto arranque, y te pase por encima. Raúl —¿Qué? José —¡Que el que la espantaras fue muy poco! Seguramente todavía debe estar buscando algo con qué matarte, sin dejar evidencia de ti. Raúl —¡Oiga! José —Sube al auto, y vámonos. Te prometo que no te voy a matar, aunque ganas no me faltan. Raúl —Ja, ja, ja. Vaya curita. Gracias a Dios que es religioso, porque si no, la figura de Satanás le sienta a usted como anillo al dedo. José —¿Cómo se te ocurrió decirle semejante burrada? Raúl —Pero no está tan mal. José —¿Qué no? ¿Qué no está mal? Pedazo de animal. Primero la ilusionas diciéndole
  • 8. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 8 ~ que es linda, que es hermosa, que estás perdidamente enamorado de ella, y que bajarías hasta la luna por ella si fuera necesario. Y después, le dices que te cagaste en las patas, que eres un indeciso, que mejor sean amigos, porque eres un maldito cobarde que le huyes al compromiso, porque ella no lo vale tanto. Raúl —Viéndolo así, ahora entiendo porque no me soporta ni en fotos. José — Me alegro mucho de que lo comprendieras. ¡Ah! Qué bien. Hemos llegado. Bueno hijo, espero que la información que te di te haya servido de algo... Gracias por el pon. Fue un placer charlar contigo. El sacerdote estaba por terminar de bajar del automóvil, cuando su descenso fue interrumpido por una pregunta que lo hizo retroceder. Una pregunta que marcaría un antes y un después. Una pregunta que anunciaba el principio del nuevo camino de una vida. Raúl —¿Cómo puedo trabajar con ustedes sin ser sacerdote? José —¿Por qué? Raúl —Porque quiero ser parte de su obra. José —Mira que es un trabajo duro... Raúl —No me importa. Estoy dispuesto a darlo todo. José —¡Ok! Hagamos una cosa. Vete a tu casa, duerme, y piénsalo bien. Si te decides, te veo mañana después de la primera misa, entonces hablamos. Dicho y hecho, Raúl se marchó para su casa, y al otro día temprano, llegó a tiempo para escuchar al padre en su homilía. Después de la misa, se reunió con él. Allí conoció al padre Antonio, un sacerdote español de 63 años de edad, que se desempeñaba como director de la orden. También se encontraba el padre Miguelo, quien era el formador de un seminario, y encargado de las actividades juveniles. Ni bien terminó la reunión, los sacerdotes le asignaron su primera tarea, limpiar y preparar el salón parroquial de actos para cuanto antes. Con sus elementos de limpieza en mano, aquel hombre se fue para el salón. Acompañado por el padre Miguelo para que lo dirigiera, Raúl se puso a trabajar. Raúl —Perfecto. Saco estas sillas al estacionamiento, y empiezo a barrer porque esta mesa no hay Dios que la mueva. José —(Gritando desde la sacristía)¡Blasfemo! Raúl —Perdón padre. Miguelo —Je, je, je. Dale, que yo mientras tanto le paso un pañito a la bibliotequita de los niños... Así que eres de Arecibo, y trabajas en Hatillo durante la semana. Raúl —Sí. Miguelo —Y por las tardes cada tanto, haces servicio técnico a domicilio, pero por tu cuenta.
  • 9. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 9 ~ Raúl —Exactamente. Miguelo —¿Y no te dan ganas de quedarte en tu casa los fines de semana? Raúl —Y a veces sí, no te digo que no, pero... Miguelo —Los compromisos, los amigos, la cerveza, y la joda... ja, ja, ja. Raúl —Tú lo dijiste mejor que yo. Tú lo dijiste mejor. Miguelo —Tranquilo, que yo también hacía de las mías. Me calmé, y mírame ahora. ¡Si me viera mi abuela! No se lo cree. Después que pases el mapo, y acomodemos las sillas, vamos al hogar para que conozcas a los niños. Raúl —¡Qué bien! Finalizada la limpieza, José, Miguelo y Raúl se montaron en la camioneta del seminario, y se fueron para el hogar. Los ojos del más joven se inundaron de lágrimas, en el mismo momento en que los niños comenzaron a decirle: «papá», con los brazos estirados en alto. El nudo atorado que tenía en su garganta, hacía casi imposible su comunicación. José le dio una palmada en la espalda, al mismo tiempo que le hizo un guiño, y le regaló una sonrisa. Raúl comprendió perfectamente, y sacando fuerzas de donde no las tenía, sonrió, agarró al primer chiquito, y lo abrazó. Así continuó hasta abrazar a todos los pequeñines que seguían gritándole o llamándole como mejor podían. Cómo si los conociera de toda la vida, agarró una pelota, le pidió permiso a la monjita para jugar con los chiquitos, y se tiró al piso. Después de quedar rendido por tanto jugar, y disfrutar una sabrosa taza de café que le brindaron las monjitas para que recuperara fuerzas, los tres caballeros regresaron a la parroquia. Hay quienes dicen que un rayo no cae dos veces en un mismo lugar, pero hay quienes sostienen que a veces hasta la propia naturaleza rompe sus reglas. Igualito que un programa de televisión que se repite al día siguiente, a la misma hora, y por el mismo canal, el niño que corría tras el balón, se atravesó en el camino. La reacción rápida de Miguelo, acompañada de las mismas palabras proferidas por Raúl el día anterior, hicieron que José se bajara del vehículo, y buscara el balón. Esta vez, en vez de entregárselo al niño, el sacerdote agarró al pequeño de la mano, y lo llevó hasta la puerta de su casa. Sin miramientos, ni contemplaciones, comenzó a llamar a la madre del niño. José —Wen... Wen. Wen —Ya voy. Ya voy... ¡Ay! Hola padre. Buenas tardes. Dígame... José —Buenas tardes. Perdone que la moleste... Wen —No se haga problema, dígame... José —Quería decirle... Raúl —Perdón por la interrupción señora. Buenas tardes. Mi nombre es Raúl, y soy nuevo en esto. Queríamos saber... Antes que nada, ¿usted es católica? Wen —Sí, soy católica. Eso el padre lo sabe. Raúl —Perfecto. Ahora, ¿su hijo hizo la primera comunión?
  • 10. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 10 ~ Wen —No. Todavía no la ha hecho. Raúl —Mejor todavía. José —Bueno, ¿y que estamos esperando para que la haga? Wen —No sé. Es que como siempre anda solo, porque siempre lo molestan... Raúl —¿Y usted no sabe si él quiera ir a clases? Wen —No. Miguelo —Y por lo dicho, tampoco le insiste. Wen —Y no. A mí me duele mucho cuando se burlan de él. Lastiman su corazón, y sufre. José —Pues no se preocupe, porque eso no va a pasar más. Al contrario... Raúl —La vas a pasar de maravilla pequeño Tian. ¿Oíste? De maravilla. José —Bueno Wen, simplemente era eso, y nada más que eso. Por cierto, la pelota de Tian necesita un poco más de aire... Perdone las molestias, y gracias por atendernos. Después de la despedida, los dos sacerdotes y su ayudante entrometido, se montaron en la camioneta. Antes de subirse, Miguelo le entregó la llave a Raúl. El joven sacerdote se sentó en el asiento del pasajero, para ver las destrezas de manejo de su ayudante. Cinturones puestos, motor encendido, y el vehículo en marcha. Raúl —¡Qué raro! Miguelo —¿Qué raro, qué? Raúl —Esa señora se nos quedó mirando. Miguelo —A ver... Raúl —Llevo dos manzanas, y no nos ha dejado de mirar ni por un segundo. Miguelo —Sí. Tienes razón. ¿Se podrá mover? José—(Hablando con los ojos cerrados, y las manos apoyadas sobre su cabeza.) Sí que se puede mover. Solamente se asegura de vernos desaparecer, y que no regresamos para molestarla. Miguelo —Sí tú lo dices... Casi, casi que tenía razón José con sus palabras. Pues Wen no solamente vio cómo se marchaban, sino que también estaba esperando, a quien apareció en el mismo momento que ellos desaparecieron. Un taxi proveniente del aeropuerto se estacionó frente a su casa. Ni bien se bajaron los dos pasajeros, ella y Tian corrieron para abrazarlos. ¿Qué dijeron exactamente después de tan emotivo encuentro? Eso no lo sé. Si supiera chino con gusto se los diría, pero por la forma en que ella se movía, señalando en donde estuvieron los forasteros, puedo suponer que les contó todo con respecto a la visita. El hombre oriental que bajó del taxi, asintió con una sonrisa al tiempo que abrazó a su pequeño. Hiroyuki y Kumiko habían llegado de un viaje
  • 11. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 11 ~ extenuante desde Sichuan, China, para descansar algunas horas, y retornar a su normalidad al día siguiente. Las horas del reloj pasan volando, y una semana no es nada. Al igual que el sábado anterior, Raúl apareció en la parroquia a eso de las 7 de la mañana. Luego de la misa tendría una importante reunión con Miguelo y José, para ver como él y un grupo de amigos universitarios, podrían organizar una actividad para recaudar fondos para la misión. Mientras esperaba por José, Antonio le pidió de favor que lo ayudara a ordenar los salones y áreas reservadas para la catequesis. Con una sonrisa de oreja a oreja, y sin perder tiempo, Raúl comenzó a mover sillas, pizarras y material didáctico para las clases que se darían. A eso de las ocho y media de la mañana, cuando ya estaba todo prácticamente ordenado, Miguelo lo interrumpió para invitarlo a desayunar en el seminario. Más contento que un perro con dos rabos, aquel hombre subió inmediatamente. Algunos minutos después, la quietud de la parroquia comenzó a desaparecer, y el bullicio en el recinto a cobrar vida. Poco a poco el estacionamiento de la parroquia se fue llenando de algarabía. Niños, jóvenes y adultos, llegaban de todos lados para dar comienzo a sus actividades. Después de haber trabajado juntos el sábado anterior, ordenando, limpiando, y visitando varios hogares de la zona, una amistad de hermanos como pocas, empezó a surgir entre Miguelo y Raúl. Terminado el desayuno, el joven sacerdote le pidió a su ayudante, que llevara unos libros que había dejado dentro de la camioneta a la oficina parroquial, y si había alguien esperando, que lo atendiera en lo que él llegaba. «Será un placer», fueron las palabras con las que Raúl se despidió antes de bajar. Con libros, lápices y crayones en ambas manos, el ayudante de los curas, se dirigió a la oficina. De repente, una voz muy hermosa distrajo su atención. ¿Que era esa canción? ¿Quién la cantaba? ¿De dónde provenía?, eran las primeras tres interrogantes que pasaron por su mente. Su camino a la oficina era como un premio, pues a medida que se acercaba, la canción se escuchaba más fuerte. Una chica que esperaba sentada, era quien cantaba. Raúl volteó su mirada para ver el rostro de la cantante, pero una fuerza mayor que se enredó entre sus pies, lo derribó al suelo como un David a Goliat. La chica detuvo inmediatamente su cantar, y se puso de pie para ver quién era el que se había reventado detrás del escritorio. Ni bien percibió su movimiento, sin levantarse del suelo, Raúl partió dos crayones, y se los puso en la boca como si fueran dos colmillos vampirescos rotos. No habría terminado de girarse hacia arriba, que pudo sentir un par de ojitos que lo miraban fijamente. Entonces terminó de voltearse, y expresó su: «Ta Ran», tipo fanfarria con una sonrisa. Kumiko comenzó a reírse poco a poco, y lentamente, hasta reventar en una carcajada. Raúl se reincorporó rápidamente, jaló una silla hasta el escritorio, y la invitó a sentarse. Mientras ella se reía, él aprovechaba ese instante para mirarle el rostro atentamente, y escuchar su voz. ¿Quién era ella? ¿De dónde venía? ¿Qué hacía allí? Fueron algunas de las interrogantes que se planteó inmediatamente. Apenas pudo ella calmar un poco la risa, lo suficiente como para hablar, Raúl la saludó. Raúl —Buenos días señorita. ¿Cómo le puedo ayudar? Kumiko —Buenos días... Vengo a.… Los colmillos...Esos colmillos me matan. Ja, ja, ja. Colocándose una mano en la boca para frenar su risa, permitió que el hombre continuara. Raúl —Perdón, por la distracción. Pero es tan cómoda la dentadura de mi abuelito, que hasta se me olvida que la llevo puesta... Kumiko no ocultó más su risa, y comenzó a reírse como más tenía ganas. Una vez que se calmó, Raúl prosiguió. Raúl —Ahora sí. ¿Cómo la puedo ayudar?
  • 12. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 12 ~ Kumiko —Buenos días, vengo a inscribir a... ¿Y mi hermanito? Raúl colocó un dedo índice frente a su boca, señaló hacia la cortina que tapaba la ventana con su otra mano, y habló con voz fuerte y pausada mientras miraba a Kumiko. Raúl —¡Ay! No me digas que se fue. Y yo que pensaba invitarlo a jugar al básquet, con esta pelota que me acabo de encontrar en el piso. ¡Qué pena! Tenía tantas ganas de jugar un dos pa' uno después de clase... pero si no está, tendré que ir a jugar sólo... Adiós a la diversión. Raúl volvió a señalar la cortina, a la vez que sonreía. El hermano de Kumiko salió inmediatamente de su escondite, y sin perder un solo segundo de tiempo, habló con ilusión. Tian —¿Me lo prometes? Raúl —¿Qué te dije la semana pasada? Tian —Que lo iba a pasar bien. Raúl —Y así mismo va a ser. Dime, ¿qué se hace cuando uno ve a otra persona por primera vez en el día? Hecha la pregunta, Tian estiró su mano. Tian —Saludar. ¿Tú vas a ser mi maestro de primera comunión? Raúl —Me encantaría. Y si me dejan, sí... Es más, voy a tratar porque te quiero. El pequeño saltó a donde Raúl para abrazarlo, y el hombre lo abrazó fuertemente. Una vez que lo tuvo entre sus brazos, le habló con ternura. Raúl —Si alguna vez Papa Dios me regala un hijo, quiero uno que sea como tú. Tian —¡Qué bien! ¿Viste eso hermana? Ya tengo un amigo, y me quiere. Raúl —Así es. Ahora choca esa mano, y llévale la pelota al padre Miguelo para que la llene. Tian —¿Y en dónde está? Raúl —Allá arriba. Llámalo para te busque. Tian —Gracias. Raúl —Bien. Completo este papel, y listo. ¿Tu nombre? Kumiko —Kumiko Li. Kumiko con K, las dos veces con K. Raúl —Ku mi ko... La dirección ya está, ... Kumiko ¡Qué lindo nombre! Me gusta. Kumiko —Gracias. Raúl —¿De dónde eres?
  • 13. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 13 ~ Kumiko —De China. Raúl —¡Qué lindo país! Me gustaría conocerlo. Ok. El teléfono está. El beeper de tú mamá también. Esto también, nombre, edad y escuela también están... Perfecto, ya está casi todo. Solo falta... ¿Tienes celular? Kumiko —Sí. Raúl —¿Lo puedes escribir en esta esquinita? Kumiko —¿Ahí? Raúl —Sí, así se me hace más fácil arrancarlo del papel. Kumiko —Si vas a arrancarlo, ¿para qué quieres mi número? Raúl —Y si un día te quiero invitar al cine, ¿cómo hago? Las mejillas de ella se sonrojaron rápidamente con una sonrisa muy bonita, ella le respondió. Kumiko —No, ahora no te doy mi número. Raúl —(Chasqueando los dedos.) ¡Ay! Pero valió la pena intentarlo. Kumiko —Además de cura, eres chistosito. Raúl —No, yo no soy cura. Curas son los otros. Kumiko —¿Y tú? Raúl —Mi nombre es Raúl, y soy el diablo. Me gusta tentar, y que la gente peque. Mucho gusto. Kumiko —(Hablando entre risas, y estrechando la mano de Raúl) Encantada. José —¡Ah! Por fin veo que se conocieron. Raúl —Él es satanás vestido de oveja. Kumiko —Y algo me dice que tienes razón. José —Te felicito diablo, al fin vas a purgar tu maldad. A partir de hoy, eres el catequista de Tian. Raúl —¡Yes¡ Y después de clase, nos vamos pa la cancha. Padre, no se le olvide que usted también va. José —¿Y Miguelo? Raúl —No, Miguelo no. Usted, pecador, va conmigo. José —¿Pero con este calor vamos a jugar?
  • 14. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 14 ~ Raúl —No importa, el infierno siempre está caliente. Por eso a la gente le gusta tanto. Kumiko —¿Ah sí? Raúl —Sí. La gente se muere por un lugar calentito y acogedor. ¿No es cierto Satanás? Kumiko volvió a reír. José —¿Lo vez niña? Es el diablo. Kumiko —Pero un diablo bueno padre. Porque si Tian lo quiere, no puede ser tan malo. José —Eso es cierto. Bueno, vayan por el chiquito, y feliz comienzo de clases. Raúl saltó de su asiento, y le besó la frente al sacerdote. Raúl —Gracias viejito, te quiero. ¿Me acompañas a buscarlo? Quiero darle la sorpresa. Kumiko —Y yo quiero verle la cara. Vamos. Después de finalizado el partido, el padre José regresó a la parroquia. Kumiko y Raúl decidieron quedarse un rato más, charlando entre ellos, y jugando con Tian. Durante la conversación, ella le contó que era natural de Chengdu, capital de la provincia de Sichuan en China, pero que su hermano había nacido en Puerto Rico. Con respecto a su padre, ella prefirió no hablar mucho, más bien casi nada. Lo único que dejó saber por el momento, es que Hiroyuki era un japonés que había emigrado a China junto a su joven madre Jia Li, pero que Katashi, quien era su padre, se había quedado en Japón con su hermano menor. La abuela de Kumiko era de Meishan, y con la ayuda de los monjes de la Montaña Sagrada Emei criaron a Hiroyuki con sabiduría. Durante su adolescencia, en un viaje que hizo junto a los monjes a los valles de Chengdú, Hiroyuki vio a una linda jovencita que paseaba por debajo de unos árboles de cerezo. Unos niños que jugaban en el lugar, comenzaron a tirar piedras a las ramas más altas de uno de los árboles. Hiroyuki saltó corriendo lo más rápido que pudo del carruaje que lo llevaba, pues era un peligro que una de las piedras golpeara a la jovencita. Por fortuna, ninguna de las piedras golpeó a nadie, pero por desgracia, las últimas dos piedras lanzadas, sí golpearon justo en la rama en donde se encontraba un enjambre de abejas de dimensiones considerables. No solamente que golpearon la rama, sino que en el rebote, las piedras chocaron contra el panal. Hiroyuki empujó a la jovencita contra un pastizal, recibiendo sobre sus hombros y espalda, un trozo del panal en caída. La chica y los niños salieron libres de picaduras, no en cambio así el joven budista, que las recibió todas. Inconsciente por la consecuencia de su heroísmo, Hiroyuki fue llevado inmediatamente a un centro de salud en donde le brindaron los primeros auxilios, y lo derivaron a un hospital. Tres días después del incidente, Hiroyuki abrió los ojos. A su lado se encontraban su mamá, los monjes, la chica que salvó, y su ya sin saberlo todavía suegro. El papá de Wen agradeció al joven por haber protegido a su hija. Ella sin embargo fue más directa, y derechita al grano, le pidió noviazgo y casamiento al instante. Los monjes, Jia Li, el padre de la chica, y hasta el propio Hiroyuki quedaron pasmados y boquiabierto ante semejante proposición. Caracterizado por la honestidad y la franqueza que lo distinguía, el joven le preguntó que cómo la iba a mantener, si no sabía hacer otra cosa que las tareas que hacía en el monasterio, si no tenía trabajo, no tenía dinero, no poseía bienes materiales, y no tenía una educación tan avanzada como ella seguramente. Hiroyuki le agradeció, y le dijo que se sentía muy honrado y privilegiado de que una joven tan hermosa, se hubiera fijado en él, pero antes de que pudiera avanzar con una negativa, el padre de Wen le dijo que no se preocupara, que eso ya estaba solucionado. Si aceptaba casarse con su hija, tan pronto como saliera del hospital, tendría la
  • 15. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 15 ~ educación que quisiera tener, además de casa, comida, trabajo, y una esposa que lo iba a querer mucho, y con la cual tendría una familia. Sin pensarlo ni dudarlo Hiroyuki aceptó. ¿Cómo decirle que no a semejante proposición, y sobre todo viniendo de una jovencita tan preciosa, fina, delicada, y todos los adjetivos hermosos que la pudieran describir? Aquello fue un flechazo certero que impactó en ambos corazones al mismo tiempo. Dos días después, ni bien salió del hospital, Hiroyuki se casó con Wen. Gracias a su nueva vida, Hiroyuki pudo viajar a Japón, y junto con Jia Li, reencontrarse con su hermano. El hermano comenzó a viajar a Sichuan, ya que ahora sí sabía en donde vivían la madre e Hiroyuki. Varios años después del primer reencuentro, el hermano de Hiroyuki viajo a Nueva York, y allí se instaló. Dado a los avances de las nuevas tecnologías, cuando no se podían visitar, se mantenían en constante comunicación. Por el otro lado de la historia, y sin desviarse mucho del tema, Kumiko le dejó saber que Wen provenía de una familia que se dedicaba al cultivo de rosas y peonias, para la exportación en países de Europa, y América. Su manejo de los idiomas ruso, alemán, inglés, español y japonés, además de su idioma natal, era clave importante para el manejo de sus negocios. Como buena empresaria, y digna hija de su padre, ella llevaba y controlaba las cuentas de algunos de los clientes internacionales más importantes de la empresa de su familia. Cuando Wen confirmó su sospecha de estar embarazada por segunda vez, le avisó a su esposo. En China el control de la natalidad es algo serio. A tal punto, que si después de tener un primer hijo la mujer queda embarazada, corre el riesgo de que la arresten, o de que la obliguen a abortar, o que directamente no pueda inscribir al segundo hijo en el gobierno, y por lo tanto el recién nacido, no tendría papeles, ni derecho a nada de por vida. Ninguna de las tres opciones era aceptable. Por lo que sin perder tiempo, y antes de que su suegro se enterase, Hiroyuki se puso en contacto con su hermano que trabajaba en Nueva York. A las dos meses de ese llamado, ya estaban viajando hacia la isla. Ni bien se enteró del embarazo, su padre que era muy empatizante del gobierno y de sus leyes, la denunció. Por suerte para ella, cuando la buscaron en el último lugar en donde se quedó, su avión ya había aterrizado en los Estados Unidos. Como el tío de Kumiko tenía grandes contactos en el gobierno estadounidense, y en Puerto Rico, conseguirle un trabajo a Hiroyuki fue algo bastante sencillo. El padre de Wen, nunca le perdonó su segundo embarazo, y mucho menos su huida, por tal motivo, la dio por desterrada de la familia. Kumiko tenía 16 años de edad cuando emigraron, pero aprender el idioma, y acostumbrarse a la jerga boricua, no representó ninguna dificultad. Solo era cuestión de practicar un poquito para ganar la fluidez. Desde pequeña, Kumiko había asistido a una de las mejores escuelas de Chengdu, en donde el idioma español y el idioma inglés como lenguas extranjeras, eran parte de las materias obligatorias que se les brindaba a los estudiantes. Estas clases eran dictadas pura y exclusivamente por maestros extranjeros, bajo la atenta mirada de sus directores. Con la ayuda de su tío, apenas ella llegó a Puerto Rico, presentó los exámenes de equivalencia, y gracias a su buen resultado, rápidamente se incorporó a clases. Terminada la secundaria con excelentes calificaciones, prosiguió sus estudios en la universidad, y se graduó de licenciatura en psicología a los 22. Ahora mismo, se encontraba realizando la práctica, con miras de entregar la tesis de su maestría en pocos meses. El día pasó rápidamente, y el cansancio después de mucho jugar, se hizo presente. Con el permiso de la dama, Raúl los acompaño hasta su casa. Raúl —Hasta pronto campeón. Nos estamos viendo... Me despido de tu hermana, y me voy. Kumiko —Gracias por acompañarnos. Raúl —El placer fue todo mío. ¿Qué vas a hacer mañana?
  • 16. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 16 ~ Kumiko —Terminar un trabajo bien tempranito, y después me voy para Utuado. Raúl —¿Para Utuado? Kumiko —Sí. Es que allí estoy haciendo mi práctica… Raúl —¿Y tu papá te lleva? Kumiko —No, porque le robaron el carro. Raúl —Si tú no sabes manejar, y tu papá no tiene carro, ¿cómo piensas ir? Kumiko —Me voy en carro público. Raúl —Demasiadas combinaciones. Si quieres te puedo llevar. Conozco a ese pueblo como la palma de mi mano. Kumiko —Es mucho viaje. ¿Te vas a ir a Arecibo, para venir mañana, y llevarme a Utuado? Raúl —No tan así, no tan así. Kumiko —¿Ah no? ¿Y por qué? Raúl — (Hablando muy sonriente.) Porque pienso quedarme a dormir en casa de mi hermana que vive en Guaynabo por acá cerquita, y cuando estés lista, te paso a buscar... ¿Te llevo? Kumiko —¡Mmm! ¡Dejame ver! Lo pienso, y después te digo. Raúl —Dame tu celular, y tu beeper, y mañana te llamo al medio día para saber tu respuesta... ¡Lo conseguí! El diablo 1, Satanás 0. Kumiko le dio un beso en la mejilla sonriendo, y al ver como se sonrojó el joven, se rio con una breve carcajada. Raúl — Hasta mañana preciosa. Que duermas bien. Kumiko —Hasta mañana diablo, qué descanses. El caballero llegó a la parroquia con la mayor de sus sonrisas, pero Miguelo lo bajó de la nube inmediatamente, cuando lo puso a servir de monaguillo. Terminada la misa, Raúl, Miguelo, Antonio y los seminaristas, se fueron a comer a un restaurante cercano. Raúl avisó a su hermana, y después de cenar, a la casa de ella fue a parar. Luego de recibir una afirmativa como respuesta, lo menos que se esperaba, era encontrarse con una sorpresa. Satanás había empatado el partido a 1. José —No sabés como te agradezco. Un viajecito hacia Ponce por el centro de la isla, hacía tiempo que le tenía ganas. Raúl —No hay porqué padre. Primero la dejamos a ella, y después lo dejo a usted. ¿Le parece? José —Me parece perfecto. ¿Por dónde vamos?
  • 17. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 17 ~ Raúl —Estoy tomando la 165 para empalmar con la autopista que va hacia Arecibo. José —Estupendo. Ahora dedícate a manejar, que nosotros mientras tanto vamos charlando. Raúl —Ok. El viaje se daba tranquilo, y sin contratiempo. Llegando a Manatí, Raúl salió de la autopista para recargar combustible. Una vez que llenaron el tanque, siguieron su camino. Luego de casi una hora de viaje, Raúl interrumpió la conversación de sus pasajeros. Raúl — Quiero hacer una pregunta. ¿Puedo? José —Adelante. Raúl —Kumiko, ¿qué era esa canción tan bonita que cantaste ayer, cuando llevaste a tu hermano? Kumiko —Era una canción de amor que me enseñó mi abuelita. Raúl —Wow, pues tienes una voz preciosa. Kumiko —Gracias. Raúl —Se la podrías cantar al padre, también. Kumiko — Sí. José — ¿Cantas? Kumiko —Sí. Raúl —Y muy bonito. No sabe lo lindo que canta. Es como si un ángel bajara del cielo para cantar. José — Pues qué suerte, te felicito. Porque si llegas a cantar como el amigo acá , ya sería una desgracia. Kumiko —¿Canta feo? José — ¡Uff! No solo que canta feo, sino que también dan ganas de matarlo para que se calle. Kumiko —¿Y qué canta? José — No canta, chilla. Kumiko —¿Y qué chilla? José — Eh, no sé si son berrinches, o… ¿qué cosa dices que haces?... Raúl — Padre, yo no canto, porque mi cantar no es un canto. Yo recito o declamo.
  • 18. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 18 ~ José —¡Perdón! Tú no declamas. Tú estropeas el sentido de la palabra, y al sentido auditivo, lo asesinas. Raúl explotó riéndose a carcajadas, risas que contagiaron a su pasajera y al sacerdote que trataba de terminar lo que decía entre risas. José — El que te escucha... el que te escucha sale huyendo... Quiere encontrar lo que tenga a mano... pero para matarte... Kumiko —¿Tan feo lo hace? Raúl —No lo hago tan feo... Pero horrible, sí... José —Si no encontramos un baño pronto, con esta risa que tengo me va a explotar la vejiga... Kumiko—¿Te atreves a decirme un poema, sin que nos espantemos? José —No, por favor no... Raúl—De hecho sí. Ayer por la noche estuve leyendo un libro que me regaló padre Miguelo, y vi algo que me ayudó a escribir. José —¿A noche? ¿Qué libro? Raúl —A noche padre. El libro de la Liturgia de las Horas. Tomé un fragmento, lo reescribí a mi manera, y me gustó. José —Interesante. ¿Y cómo dice? Raúl —No lo titulé, pero dice así: Tras la cima más alta, todas las noches, mi corazón te sueña, no te conoce. ¿Entre qué manos dime, duerme la noche, la música en la brisa, mi amor en dónde? ¿La infancia de mis ojos, y el leve roce, de la sangre en mis venas, mi amor en dónde? Lo mismo que las nubes, y más veloces, ¿las horas de mi infancia, mi amor, en dónde?
  • 19. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 19 ~ Kumiko —¡Es hermoso! Raúl —Gracias. Te lo dedico. José —Hasta me dieron ganas de darte un beso. Raúl — Pues démelo. ¿Quién se lo impide? Ja, ja, ja. La cara que puso. Tranquilo padre que es una broma. No se asuste. Kumiko —Me gustó mucho. Raúl — Me alegra oír eso. José — ¡Por fin! Tu rezo fue lo más parecido a una canción. Eso es poesía. Kumiko —Escrito con el corazón, e interpretado por los sentimientos. Para mí fue muy lindo que me lo dedicaras. Raúl agradeció los halagos con una sonrisa, y continuó manejando mientras los demás charlaban. Antes de lo pensado, realizaron su primera parada, Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe en Ponce. José miró sorprendido al conductor, quien lo miraba con una sonrisa que no le gustó para nada. Raúl había aprovechado la distracción del sacerdote, para cruzar la isla por la carretera 149 que va desde el municipio de Manatí, hasta el municipio de Juana Diaz, y allí conectó con la carretera 14, que lo llevó directito a su destino. «Bueno padre, que la pase lindo. Salúdeme al obispo», fueron las palabras con las que el conductor se despidió del sacerdote. José se quedaría en Ponce durante algunos días, y sería llevado de regreso por amigos del clero. Kumiko no lo podía creer, el diablo había jugado con la pericia de su manejo, para dejar al párroco primero, y después llevarla a ella. Raúl se había quitado de encima al sacerdote, sin levantar sospechas que lo delataran de su accionar. El Diablo puso el marcador dos a uno, consiguiendo iniciar una ventaja que Satanás nunca más podría superar. Apenas retomaron el camino, Kumiko miró a Raúl, y cerró los ojos girando su rostro sonriente, al mismo tiempo que escondía su cuello entre los hombros. Entonces miró por la ventana tapando su sonrisa con la mano, para luego mirar al que la llevaba, y volver a sonreír. Estarían llegando al centro urbano de Adjuntas, cuando el que nadie llama, se hizo presente. Raúl —¿Tienes hambre? Kumiko —Un poco. Raúl —¿Qué te parece si paramos a comer algo, nos estiramos un poco, y después seguimos? Kumiko —Buena idea. Desviando la trayectoria, y cambiando totalmente de rumbo, los jóvenes se detuvieron a cenar. El ambiente familiar y acogedor del restaurante, acompañado de las delicias que ofrecían, hicieron el deleite de los comensales. Una vista espectacular de las montañas, de los sembradíos en la cercanía, y del pequeño río bajo la falda cordillerana, conformaron el escenario ideal para esa primera salida. Antes de dejarla en su destino, el hombre le facilitó a ella, varios nombres y teléfonos de contactos, con los que podría contar en caso de requerir ayuda inmediata. ¡Que sorpresa que se llevó ella cuando bajó del automóvil! La dueña de la casa en donde se hospedaba, salió corriendo hacia el auto. Un: «Raúl», gritado por la dueña, seguido de un: «Ay doña Dolores,
  • 20. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 20 ~ a mí también me alegra verla, pero no me apriete tan fuerte, que me asfixia», dieron crédito a las palabras de Raúl; conocer el pueblo como la palma de su mano, y la enorme lista de contactos que le había brindado. Dejando a la dama en manos seguras, el caballero retomó el último trayecto de su viaje. No habrían pasado 48 horas, cuando Kumiko decidió salir de Utuado para visitar Arecibo. Recorriendo cada rincón de la universidad estatal, ella lo buscó. Primero en la biblioteca, después en todos los salones, anfiteatros, centro de estudiantes, salas de reuniones, baños, cafeterías, pista de ejercicios, cancha de básquet, el lobby, estudios de radio y televisión, y no lo encontró. Entonces utilizó su último recurso para poder regresar a su hospedaje de forma segura. Así de rápido como marcó su celular, recibió una respuesta, «Mira detrás tuyo». La sonrisa y el suspiro de alivio de ella cuando lo vio, fueron seguidos inmediatamente por una pregunta. Kumiko —¿Pero cómo? Raúl — ¿Sabes? Hay una señora en Utuado que te quiere, y que me quiere a mí también. Ella me llamó. Kumiko —Doña Dolores. Raúl —Ella misma. ¿Tienes hambre? Kumiko —Mucha. Raúl —Vamos a comer algo rico, y después te llevo. Kumiko —Gracias. Raúl —No te enseño la universidad, porque has ido por sitios que ni yo sabía que existían. Kumiko —(Soltando una pequeña carcajada.) Me parece bien. Saliendo de la universidad por el portoncito que da a un pasillo, los caminantes entraron a una urbanización. Después de caminar por algunos minutos, Raúl apuntó hacia una casa. Rápidamente, y de manera inesperada, un: «¡wipitiii! Mami, Raulito tiene novia», gritado desde la ventana corrediza de una casa cercana, fue respondido desde otro lugar dentro de la misma casa, con un: «¡Nene no! Debe ser una amiga. No lo jodas». Raúl —El pequeño en aquella ventana, es mi sobrino. Kumiko —¡Qué bonito! Raúl —Sí, y es tremendo. ¡Igualito a su madre! Kumiko —¿Tu cuñada? Raúl —No, mi hermana. Kumiko —Ja, entonces tiene a quién salir. Raúl —Llegamos. Esta es la casa de mis viejos. Saco el carro de la marquesina, y nos vamos. Kumiko —¡Que linda!
  • 21. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 21 ~ Raúl —Si necesitas ir al baño antes de irnos... . Kumiko —¿Y tus papás? Raúl —Ellos están en la iglesia, y no vienen hasta dentro de un rato. Kumiko —Bueno, si es así... paso un momentito. Raúl —Sígueme, que yo te digo en dónde es. Después de mostrarle la casa a su amiga, se fueron de salida. Él la invitó a cenar, y luego fueron al cine. Por último la llevó de regreso a su hospedaje, y permaneció allí durante toda la noche. Kumiko en su habitación, y Raúl roncando dentro de su carro lo más placido. Serían las siete de la mañana cuando Doña Dolores lo despertó. Le dio una tacita de café, y el muchacho emprendió su camino, no sin antes llevar a la joven de vuelta a su práctica. Esa misma tarde, él regresó por ella para salir como quedaron, y así durante toda la semana. La dueña de la casa ya no sabía si cobrarle estacionamiento con vigilancia, o alojamiento con desayuno. ¡Qué triste se puso Doña Dolores la tarde que apareció Raúl, para irse con Kumiko de regreso a Bayamón. Era solamente por unos días, pero para la señora, esos días serían como una eternidad. El sábado llegó, y Raúl yacía estacionado dentro de la parroquia, durmiendo muy cómodamente dentro de su carro. Un bocinazo como pocos, hizo que el joven saltara, y se golpeara la frente contra el techo de su auto. Un sacerdote lo miraba muy sonriente mientras acomodaba su mano nuevamente sobre la tapa del volante. Tan rápida como la lengua del camaleón, la mano de Raúl frustró la jugada de José. Antes de comenzar la misa, el joven se acicaló en el bañito de la parroquia, y se tomó el café que el sacerdote pensaba disfrutar. José cerró sus ojitos, y la sonrisa con la que había comenzado su día, se le borró rápidamente cuando descubrió en donde se encontraba su taza de café. Un abrazo bien fuerte, seguido de un: «te quiero», bien dicho, le dieron la fuerza y la energía que necesitaba para comenzar su día. Ese día, Raúl se encargó solamente de integrar al pequeño con los demás chicos de su edad. Eso sí, aquel que se atreviera a molestarlo, o hacerle cosas hirientes, sería llevado a la oficina para que diera explicaciones frente a sus padres del porqué de su acciones. Solo bastó con llevar al primer voluntario a la oficina parroquial, para que el resto del día transcurriera con normalidad. Al finalizar las clases, Tian se había integrado perfectamente con los demás, jugando y disfrutando como si nunca hubiera pasado nada. Kumiko había quedado sorprendida por todo el trabajo que Raúl había hecho para la integración y felicidad de su hermanito. Pero más alegría sintió, cuando luego de las clases, y junto con otros papás y niños del catecismo, se fueron con Tian a jugar un buen partido de básquet. Finalizado el juego, acompañaron al pequeño a la casa para regresarse solos a la cancha. Sentada en una grada, ella le dijo que quería cantar, que se sentía feliz. Así que él sólo se dedicó a mirarla mientras la escuchaba. El suspiro de Raúl al final de la canción, despertó en Kumiko la más bella de sus sonrisas. El caballero la tomó de la mano, y sin mediar permisos, ni presentaciones, simplemente declamó: De la vida en la arena, me llevas de la mano, al puerto más cercano, al agua más serena. Mi corazón se llena, mujer de tu ternura,
  • 22. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 22 ~ y es la noche más pura, y la ruta más bella, porque tú estás en ella, sea clara u oscura. La noche misteriosa, acerca a lo escondido, el sueño es el olvido, dónde la paz se posa. Y esa paz es la rosa, de los vientos velero, inquieto marinero, ya mi timón preparo, tú, el mar y el cielo claro, hacia el alba que espero. El suspiro que salía de la chica, fue violentamente interrumpido, por el susto que se llevaron cuando una voz fuerte tras las gradas declamó: «Canta mi grillo canta, que cantar es tu canción, métele pecho, y alma, y también el corazón. Tú canción es la poesía, que sostiene la ilusión, que nutre de vida el alma, y alimenta mi corazón.» Ante el mudo reflejo de la perplejidad de sus oyentes, la misma voz, les comentó: «Y ahora sí, ya se pueden dar un besito». El padre José asomó su cuerpo por el agujero entre gradas, provocando la risa de los cantores. Luego de aplaudir, y felicitar a su amigo por su poesía, le preguntó de dónde había sacado la inspiración. No la sacó, simplemente surgió cuando la escuchó cantar viendo la hermosura de su rostro. Entonces se acordó inmediatamente de un pasaje del libro de Las Liturgias de las Horas, y simplemente lo recitó a su manera. Contento con la respuesta, el padre se marchó. Kumiko se aferró a Raúl en un abrazo, y él aprovechó para abrazarla a ella, y acariciarle el pelo. Así finalizó el día, y transcurrió el fin de semana. Raúl frenó la frecuencia de sus viajes a Bayamón los sábados, como también lo hizo Kumiko, y desde ese último encuentro en las gradas, comenzaron a verse todos los días. Cuando él no viajaba para Utuado, ella viajaba para Arecibo, y más tarde, él la llevaba de regreso. El amor comenzaba a rugir, como un dragón que llama a su princesa para protegerla, y ella acudía sin dudar. Eran cerca de las seis de la tarde del primer jueves de mayo, cuando Kumiko apareció por la universidad de Arecibo. Raúl estaba a las carcajadas con dos amigos, sentado en las cercanías del lobby del departamento de comunicaciones, hablando sobre un examen. Sin que él se percatara de su presencia, ella les hizo seña a los que hablaban con él para que no la delataran. Tan tramposa, ágil y silente, Kumiko se ubicó justito detrás de su amigo. Un dedito por la izquierda, y un dedito por la derecha, pinchando al mismo tiempo los costados del vientre, hicieron saltar a Raúl, y pegar un grito que no dijo nada, pero que hizo reír a todos.
  • 23. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 23 ~ Rápidamente él la abrazó bien fuerte, le revolcó el cabello mientras la abrazaba, y la besó en la mejilla por varios segundos. Sin pedir permiso, ni decir nada más, la tomó de la mano, y arrancó a caminar. Kumiko lo miraba sin entender que pasaba, pero aun así, se dejó llevar. Un simple: «vamos», fue suficiente, para que los otros dos lo siguieran a él. Con Raúl en el control maestro, y sus amigos en las guitarras, Kumiko se acercó al micrófono, y comenzó a cantar. Terminada la canción, el embobamiento de los tres varones era más que evidente. Un ángel había prestado su voz para ser grabada por simples y feos mortales. En particular uno, que se moría de ganas por darle un beso, y declararle su amor. ¡Qué bello momento! Y qué hermoso recuerdo. Los días pasaban, las horas volaban, y cuatro meses en la vida de haberse conocido no son nada. Tian ya había hecho su primera comunión, y junto con sus compañeritos de catequesis, armaron un equipo de baloncesto. Era sábado en la mañana, y el día con Kumiko sería uno muy especial. La noche anterior ella había viajado a Bayamón con una amiga, así que quedó con Raúl de encontrarse ese día bien temprano. Miguelo, Antonio y los seminaristas, aguardaban por ellos en la parroquia. Raúl llamó a Kumiko, gritando su nombre desde la acera. Wen salió de la casa, y de buena manera, le pidió que la disculpara, y que se marchara también. Su hija no estaba porque había salido a estudiar con algunas amigas. Antes de dar un paso para ir a cualquier parte, Raúl había sido inmovilizado por un niño que se había aferrado a él con un abrazo. El pequeño Tian vitoreó su nombre, y con una sonrisa más grande que su rostro, lo invitó para verlo jugar en la final que su equipo enfrentaba esa tarde. Con una respuesta clara, y no prometiendo nada, el pequeño quedó más que satisfecho. Si llegaba a tiempo después de su compromiso en la parroquia, iría sin dudar. La madre del pequeño se rascó la cabeza, y se mordió los labios bastante fuerte. Entonces le pidió perdón al joven por haberlo juzgado mal, y mentirle. Su hija se encontraba en la casa, y ahora sí tenía su permiso para poder salir. Raúl le agradeció a la señora con una reverencia, y como todo un caballero, aguardó por su damisela. Saliendo de la parroquia, y llegando al hogar, las lágrimas en los ojos de Kumiko no se hicieron esperar. La emoción de ver a los niños aclamando por amor, fue un golpe de realidad que la hizo derribar. Todavía no se habría bajado de la camioneta cuando comenzó a llorar. Raúl la cobijó entre sus brazos, y con mucho amor y sutileza le comentó: «Muestrales tu mejor sonrisa, y que no te vean llorar. Ya han sufrido demasiado con su maltrato, como para que sufran más, por vernos sufrir. ¿No te parece? No sería justo para ellos, ¿no? Lloremos donde no nos vean y escuchen, y sonriamos cuando sí». Ella le dio un beso en la mejilla, provocando inmediatamente un sonrojo en el rostro de su amigo, y una carcajada en ella por semejante reacción. Kumiko se dedicó a platicar con las monjitas y las cuidadoras del hogar, conociendo cada caso de maltrato en forma individual. Raúl por su parte, se revolcó por los suelos como tenía gusto y gana. Los niños estaban felices, hacía tiempo no jugaban tanto. Antonio, Miguelo y los seminaristas, arreglaron los problemas de la cerca, y se pusieron a jugar. Mientras tanto, en la casa de Wen algo raro se comenzó a cocinar desde el momento exacto en el que Kumiko partió para la parroquia. Compartiendo un té caliente con su marido en el comedor, y hablando en chino, la madre comentó algo que picó la conversación. Wen —Kumiko está enamorada. Hiroyuki —No hace tantos meses que regresamos de China. Wen —Esta vez es diferente. Hiroyuki —Para mí no. Ella decidió ser soltera cuando le dijo que no se casaba.
  • 24. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 24 ~ Wen —Él no la amaba, solo la quería como un objeto que se luce por su belleza. Hiroyuki —Kumiko dijo que lo amaba... Wen —Hasta el momento en que le dijo que no. Hiroyuki —Ella lo decidió así... Nadie la obligó. Wen —Fu Shen tenía hijos, y los había ocultado. Hiroyuki —¿Qué? Wen —El día que llegaron a China, ella lo descubrió. Se escapó del hotel para darle la sorpresa, pero cuando llegó a la casa de él, la sorpresa se la llevó ella. Hiroyuki —¿Fu Shen tenía hijos? Wen —Además de una esposa. Hiroyuki —¿Una esposa? Wen —Dos hijos, y una esposa. Era un sinvergüenza casado. Hiroyuki —¿Por qué no me lo contó? Hubiéramos regresado ese mismo día. Wen —Porque no quería arruinarte el momento con el tío y su abuela. Además, quería que Fu pagara con el peor de los castigos su traición. Hiroyuki —La humillación en público, y la deshonra. Wen —Así es. Por eso Kumiko se ocupó de que toda China lo viera pidiéndole matrimonio, frente a los ojos de sus hijos, y de su esposa. Hiroyuki —¿Cómo lo hizo? Wen —Esperó a que Fu se fuera de su casa, para poder hablar con la mujer. Allí se presentó, y le contó toda la verdad del engaño. Kumiko pidió perdón, y fue perdonada. Junto con la esposa de Fu, idearon el plan. Un plan para descubrirlo frente a todos, y funcionó a la perfección. Salió por todos los medios locales. Hiroyuki —Si todavía le queda algo de honor, ese cobarde tendría que... Wen —Y lo hizo. Su cuerpo fue encontrado sin vida por la policía de Hong Kong. Se mató en uno de los viejos muelles del puerto. Hiroyuki —Fu Shen es asunto terminado. Ahora dime, ¿qué sabes de este nuevo pretendiente? Wen —Por lo que sé, él sí la quiere de verdad, y Kumiko también lo quiere a él. Dice que es muy bueno, y que tiene un gran corazón. Hiroyuki —¿Lo has visto? ¿Cómo es?
  • 25. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 25 ~ Wen —Pues es gordito, de pelo negro, y es muy blanco. Anda siempre despeinado. Viste bien, pero tampoco va muy arreglado ni perfumado. Su barba es a medio afeitar. Sus ojos son negros, no es narizón, y es bastante hiperactivo. Le gustan los niños, y Tian lo quiere con locura... Por lo demás, está bien. A mí también me parece buena gente, y los padres de la parroquia lo quieren mucho. Hiroyuki —Si es bueno o no es bueno, eso lo decidiré yo… Ahora pásame el teléfono, que necesito hacer un llamado. La noche llegó rápidamente, y los mencionados no tardaron en aparecer. Frente a la casa de Kumiko, se encontraban Wen y el padre José conversando tranquilamente. De manera curiosa y un tanto extraña, el sacerdote dirigió sus palabras al joven enamorado. José —Hijo, ayer por la mañana un amigo mío te vio con una hermosa jovencita... Raúl —Sí... El rostro de Kumiko empalideció, y sus ojos se abrieron al máximo. José —Creo que era tu hermana. ¿Puede ser? Raúl — Sí. Seguramente nos vio cuando salí de su casa. Kumiko respiró aliviada. José —Pero un rato después, te volvió a ver, pero esta vez, con otra chica muy linda, y tres niños. Un hilo de ira se instaló en la cara de Kumiko. José —De hecho, tú estabas cargando al más pequeño. Los crujidos de los huesos de un puño al cerrarse, pudieron escucharse. Raúl —Es cierto. Kumiko centró su mirada en Raúl. Raúl —Era mi segunda hermana con mis sobrinos que fueron a visitar a mis papás. Kumiko respiró aliviada nuevamente. José —Por último, y con esto cierro mi curiosidad. ¿Quién era esa hermosa chica, lindísima por cierto, Kumiko empalideció nuevamente. José — que no era ni tu mamá, La respiración de ella se detuvo. José —ni tu hermana, ni nadie de tu familia,
  • 26. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 26 ~ El hilo de la ira se volvió a instalar en el rostro de Kumiko. José —que te saludó con un beso, El crujir de huesos se escuchó otra vez. José —te dijo algo al oído, y después se marchó muy sonriente? Raúl —Mi vecina. Una mano más rápida que un látigo, aterrizó golpeando la mejilla del joven. Raúl —Hermana de mi mejor amigo, y madre de dos... Como rayos que se envician con un árbol, la otra mano de la chica también lo golpeó. Kumiko no dijo nada, y salió corriendo para dentro de su casa casi llorando. Raúl —nenes que son amigos de mis sobrinos. José —¿No vas a hacer nada? ¿Vas a dejar que te pegue así porque sí? Raúl —¿Sabe qué padre? Kumiko me puede golpear a mi todas las veces que le dé la gana. Y usted es un cabrón que le gusta buscar bulla. Wen —En mi país, si una mujer golpea a un hombre sin justificación, está justificando que la golpeen. Raúl —Pues muy mal. Wen —Es nuestra cultura. Así que si quieres pegarle... Raúl —Yo no pienso pegarle. Wen —¿Ah no? Raúl —Yo no voy a pegar, ni maltratar a ninguna mujer, y mucho menos a Kumiko. Yo estoy aquí para protegerla, quererla y respetarla. El rostro de Wen se iluminó con una sonrisa, y una lágrima que nadie vio, corrió por la mejilla de Hiroyuki. Raúl se disculpó con la madre de Kumiko, pues no fue su intención causar tan mal rato. José lo frenó, y le pidió disculpas. Todo había sido una prueba para ver como actuaba. Las preguntas y situaciones planteadas por el sacerdote, eran una serie de mentiras que encajaban perfectamente con la realidad cotidiana del implicado. Fue una gran casualidad que todas tuvieran su acierto. Aunque para mala fortuna, quien terminó pagando, no estaba contento. Wen le pidió paciencia, y le manifestó que Kumiko no estaba enfadada con él, sino más bien molesta. Entonces le contó de la experiencia vivida en su último viaje a China, y el joven comprendió. Hacerle revivir de alguna manera a Kumiko, lo que ya había vivido en China, fue una pésima idea, y muy molesto, se los hizo saber. Aprovechando de que Raúl estaba en vacaciones universitarias, y de que en dos días tendría franco laboral, el padre José no dudó ni por un segundo en pedirle que fuera el lunes temprano a la parroquia. El domingo transcurrió con normalidad, y sin novedades de la enojada. El ayudante del sacerdote permaneció en Arecibo hasta las cuatro y media de la madrugada del lunes, que fue cuando arrancó hacia Bayamón. Tan tempranito como le fue solicitado, llegó. El cielo estaba completamente oscuro, y el diluvio
  • 27. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 27 ~ que se esperaba, caería en cualquier momento. Después de tomarse un café, Miguelo le entregó las llaves de la camioneta, y le dio las instrucciones. Ese día, Raúl llevaría a los seminaristas al convento dominico pegado a la universidad, se quedaría con ellos, y cuando terminaran su actividad, los traería de vuelta. Cantando bomba, y bailando plena, los cinco jinetes del apocalipsis arrancaron hacia su destino. Raúl les asignó un número a tres de los seminaristas, y a cada uno lo ubicó en un asiento distinto. El uno iría en el primer asiento detrás del conductor, el dos en el último asiento de la camioneta, y el tres en el asiento del medio. Al seminarista que no numeró, lo sentó a su lado. Llegando a la calle nueve de la urbanización, les pidió a los numerados que se desabrocharan el cinturón de seguridad, y se sentaran en el medio de sus asientos. «¿Alguno de ustedes jugó a la lotería alguna vez?», fue la pregunta que despertó cierta preocupación en los numerados. «Porque ahora van a hacerlo», sentenció el chofer confirmando lo que estaría por pasar. Pisando la nombrada calle, la camioneta comenzó a brincar. Los que tenían número no pararon de saltar ni de sacudirse hasta finalizar la nueve. Entonces el chofer miró por el retrovisor para ver en qué lugar de sus asientos habían quedado, y gritó: «231 es el número ganador. Hay que jugarlo». Al final de la broma, todos se rieron. La lluvia comenzó a caer en proporciones torrenciales, y la visibilidad para transitar se redujo en gran porcentaje. El chofer encendió las luces de la camioneta, y habilitó las intermitentes. El agua subía rápido, y las condiciones para el manejo se complicaban un poco. Un charco de agua en mitad de la carretera 861, no fue impedimento para que Raúl acelerara, y le pasara por encima a buena velocidad. El salpicón de agua tan impresionante como una ola, cruzó la carretera por los aires. Casi al instante, el seminarista del ultimo asiento grito: «¡Dios! La china. Empapaste a la china». Alineándose abruptamente en la orilla de la carretera, y frenando de golpe, Raúl se bajó del vehículo y corrió a donde Kumiko. Estática y silente, la joven permanecía de pie, sosteniendo una bicicleta con sus manos. Dos lagrimas que corrieron por su rostro, marcaron el comienzo de la conversación. Raúl —¡Kumiko! ¡Kumiko! Kumiko —No me toques. Raúl —¿Todavía estás enojada por lo de la otra noche? Kumiko —Le seguiste el juego a mi padre, y te descubrí. Raúl —¿Qué juego? ¿Que hice? Kumiko —El beso, tu vecina, te gusta...Tus hijos. Raúl —Aguarda, aguarda, aguarda, un momentito. ¿Te refieres al beso que me dio Jannette cuando me saludó? Kumiko —¿Jannette? Raúl —Sí, Jannette, la mamá de los nenes que juegan con mis sobrinos. Kumiko —¿La de la universidad? Raúl —Sí, ella misma, ¿o quién pensabas que era? ...¡Ah! Cómo te cambia la carita. Muy bonita... (Colocando el cabello de Kumiko tras una de sus orejas.) Sonriente eres más linda. ¡Ojo! (Bajando la voz gradualmente hasta casi susurrar) Que enojada también eres preciosa, y no...
  • 28. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 28 ~ Kumiko —¿No qué? Raúl —(Hablando en voz baja y pausada, mientras la miraba fijamente a los ojos. )Está lloviendo. Me miras fijamente, y te estás mojando... (Acercándose a ella lentamente.) Te ves hermosa, preciosa, y no... Kumiko —¿No qué? Raúl —No dudaría... Kumiko —¿No duda... Sin pensarlo ni dudarlo, en un movimiento audaz y veloz, Raúl sostuvo el rostro de Kumiko con sus manos, al mismo tiempo que le robó los labios con un beso. Ni bien él se apartó, ella lo cacheteó. Con una sonrisa que no ocultó, el atrevido se animó a preguntarle a una joven que lo miraba con más enojo. Raúl —¿Y eso? Kumiko —Un beso, una cachetada. Él sonreía, y ella más enfadada, y aun así, el diablo contento siguió preguntando con la mejor de sus sonrisas. Raúl —¿Ah sí? Kumiko —Sí. Raúl —Pues entonces dame otra. Kumiko —Listo. Raúl —Y otra más. Kumiko —Listo. Raúl —Ahora quiero dos más... Kumiko —Listo. Raúl —Y una más por si las dudas. Kumiko —Listo. Raúl —Perfecto. Kumiko —¿Perfecto qué? Raúl —Un beso, una cachetada. Kumiko —Sí Raúl —Yo te di un beso, y tú me diste una cachetada.
  • 29. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 29 ~ Kumiko —Sí Raúl —Luego tú me diste cuatro cachetadas. Kumiko —Sí... Raúl —Pero yo no te besé. Así que me debes cuatro. Kumiko —¿Cua... Raúl —Ese fue el primero... El segundo. Sin cachetazos, recuerda que me debes dos más. Kumiko —¿Do... A medida que fueron dándose los besos, el rostro de ella fue transformándose de enojo, a rendición. Raúl —El tercero. Kumiko —Falta uno... Raúl —Van a hacer falta muchísimos cachetazos más... Kumiko —¿Por qué? Raúl —Porque después del próximo beso, no pienso parar de besarte nunca más. Kumiko — ¿Y por qué? Raúl —Pega tu nariz con la mía, y cierra tus ojitos. Kumiko —¿Así? Raúl — Así. El caballero también cerró sus ojos, y no los volvió abrir hasta después de hablar . Raúl — Ahora solo quiero que escuches, y te concentres en lo que digo, porque el grillo que late en mi pecho, acaba de cantar la respuesta a tu pregunta. Su título es: «Víctima Predilecta», y dice así: VICTIMA PREDILECTA Quisiera ser el ladrón, que por la noche roba, y acercarme a tu alcoba, para poderte ver, y así lograr saber, lo que en tu siesta sueñas, y saber de quién es dueña, pues tan magnifica mujer.
  • 30. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 30 ~ Quisiera poderte observar, más detenidamente, y mirándote de frente, arriesgarme a llegar, y tus labios besar, con gran pasión ardiente, y poderte conquistar, en tan romántico ambiente. ¡Oh! lluvia misteriosa, que ocultas mi bandada, haz feliz todos mis sueños, en los brazos de mi amada. Si lograse yo escapar, de tan oscura habitación, te quisiera yo robar, alma, cuerpo e ilusión. Permíteme intentar, tan peligrosa misión, de a tu cuarto yo entrar, y robarte el corazón. =X= Raúl apostó a todo, besándola con alma y corazón al terminar la poesía. Ella se dejó de llevar, cuando él la volvió a besar bajo el manto de la lluvia, y el amor que Dios les dio. Kumiko sostuvo el rostro de Raúl, y también lo besó. Luego de un beso largo y apasionado, el joven selló su conquista con un: «Te amo». Ella se encogió de brazos, y él la arropó con su campera de la fraternidad. «Un caballero siempre protege a su dama, y usted señorita es la mía», fueron las palabras que usó cuando la abrigó. Sosteniendo la mano de su chica con una mano, y llevando la bicicleta con la otra, caminó hasta el vehículo. En un acto de liderazgo, y respeto hacia la mujer, mandó a los cuatro seminaristas a que salieran de la camioneta, y se pararan frente al vehículo, mirando hacia donde irían. Teniendo todos los asientos disponibles para su comodidad, Kumiko se pudo desprender de la ropa mojada, y vestir con el hábito que su bien enamorado le consiguió. Como sargento de regimiento bajo la lluvia, Raúl observó atentamente cada movimiento, cada pestañeo, cada mirada, y cada respirar que los cuatro seminaristas hicieron, durante la muda de ropa de su chica. Después de que ella les avisó de estar lista, y de él verificar que todo estuviera en orden, encendió la camioneta, y arrancó hacia la universidad. No habría pasado una hora, cuando el sol salió con todo. El calor del aliento emanado por el rubio en el firmamento, secó todo lo mojado, dándole un color más brillante al ambiente. Kumiko pudo presentar su tesis, defenderla, y finalizar su maestría. Los seminaristas y su chofer aguardaron pacientemente afuera del aula. Una lagrima que corrió en un rostro marcado por una sonrisa caída, hizo entristecer los corazones de quienes la esperaron. Bonita broma les jugó, dejándolo saber cuándo comenzó a saltar, y a reírse a carcajadas, por verle las caras a quienes la esperaban. «¡Ay! Tan linda ella, tan chistosita», dijo su novio, provocándole un mayor ataque de risas. Raúl miró a sus protegidos, y alzando un poco la mano, les hizo una señal de esperar. Entonces se acercó a Kumiko, la tomó por la cintura, sostuvo suavemente su rostro con una mano, y la besó. Las manos de ella se aflojaron en el mismo instante que él la empezó a besar.
  • 31. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 31 ~ Los cuatro seminaristas comenzaron a aplaudir, al igual que lo hicieron varias de las personas que pasaron por allí. Raúl también comenzó a aplaudir, y a felicitarla por sus logros. De regreso en la parroquia, el joven tuvo que explicar a los sacerdotes el porqué de su accionar, de despojar de los hábitos a los cuatro seminaristas, y utilizar el vehículo como cambiador de ropa. ¿Qué osadía, y qué atrevimiento era eso de permitir que una mujer se cambiara adentro de un vehículo, en donde viajaban cuatro jóvenes que buscaban el discernimiento de lo mundano con lo espiritual? No, no lo podría explicar, y no había justificación alguna que ellos pudieran percibir, o al menos que se les ocurriera. Pero el diablo no tardó nada en hacerles cambiar de parecer. ¿No era acaso esta orden, una cuya regla pregonaba el servicio, la humildad, la entrega al pobre y cautivo, esté en donde esté? Porque si era así, este era el caso en donde una persona cautiva por las inclemencias del tiempo, y el remojón que él le dio, necesitaba ayuda. Miguelo fue el primero en saltar para felicitarlo, seguido lo hizo José, y por último Antonio. El joven tenía razón, mirándolo desde su punto de vista, el joven tenía razón, y de eso no se hablaba más. Disculpado por el asunto, Raúl se marchó a la casa de su novia. «¿Por qué su hija llevaba puesto un hábito religioso, y sobre el hábito vestía una campera con un escudo de caballero bordado, que tenía unas letras griegas acompañadas de una leyenda que decía Phi Zeta Chi?», preguntó su madre. Kumiko le respondió, contándole todo lo sucedido, incluyendo lo de los besos. Con una sonrisa de verdadera felicidad, Wen aprovechó que su hija se había ido a la habitación, para salir de la casa, y buscarlo a él. Que sorpresa se llevó Kumiko cuando vio a su novio sentado en el sofá de la sala, conversando con su madre, y tomándose un café. Cuentan los que saben, que ni bien Kumiko terminó de vestirse, partió con Raúl para disfrutar de la puesta del sol, en algún lugar de San Juan. Eran cerca de las diez de la noche, cuando Hiroyuki llegó a su casa preguntando por su hija. La respuesta de su esposa no le gustó para nada. Wen —No está. Hiroyki —Otra vez en la calle. Wen —Así es. Hiroyki —Desde que conoció a ese hombre, no hace otra cosa más que salir. Wen —No seas injusto. Hiroyki —No estudia, no comparte con su hermano, no ayuda en la casa, no tiene tiempo para nosotros. Wen —Eres un egoísta con tu hija. Hiroyki —Ahí están sus libros tirados sobre la mesa. Wen —Ella ya presentó su tesis, y terminó. Hiroyki —¿Abandonó sus estudios por irse con él? Wen —No solo eres egoísta con ella, sino que también eres tonto, y sordo conmigo... Sí, así es. Mírame atentamente, y escucha. Solamente me prestas atención cuando te hablo feo. Tu hija presentó su tesis, y aprobó... Así es, terminó su maestría. Ahora cúmplele tu promesa, y déjala vivir. Hiroyki — Así lo haré. Y desde ahora la casa de arriba es de ella. Mañana le diré a Tian que la barra un poco, para que pueda subir sus cosas.
  • 32. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 32 ~ Wen se acercó a su marido, puso sus manos sobre los hombros de él, y lo besó en la frente. Hiroyuki —¿Puedo saber en dónde están? Wen —Fueron a festejar su doble victoria, pero ya deben de estar por llegar. Hiroyuki —¿Doble victoria? Wen —Así es. Hiroyuki —Supongo que una es por los estudios, ¿pero la otra? Wen —Son novios. Hiroyuki —¿Son qué? Wen —Hoy se dieron su primer beso de amor. Hiroyuki —Eso no puede ser. No lo voy a permitir. Si ella quiere un novio, volvemos a China para que lo busque... Wen avanzó un paso, y muy molesta, le habló con voz fuerte, y un tono muy firme. Wen —No, ella decidió, y eligió quedarse aquí. Él la ama, y ella a él. ¿O no es eso lo que queremos para nuestra hija? Hiroyuki —(Hablando en japonés, y haciendo una afirmación con el rostro) Hai [Sí] Wen —Ellos se aman, y se corresponden. (Hablando entre lágrimas) No te entrometas más en la vida amorosa de tu hija. No le arruines el amor una vez más. Eso sí que no te lo perdonaría jamás. La felicidad de Kumiko es sagrada. Kumiko —¡Papá! Kumiko entró en la casa, justo cuando su madre terminó de hablar, y su padre salió corriendo a su encuentro con ella. Hiroyuki —Hija… Mi hija. Deme un abrazo, y perdóneme... Hiroyuki lloró amargamente abrazado a su hija. Luego de obtener el consuelo, y el perdón que necesitaba, la felicitó, y siguieron hablando. Hiroyuki —¿Y tu novio? Kumiko —Me espera frente a la parroquia, se quedó hablando con Miguelo. Hiroyuki —¿No se quieren quedar un rato? Kumiko —Es que tenemos que ir para Utuado. Además, él se va a encontrar con sus... ¡Mamá! Se me olvidó su jacket. Wen —Tranquila, yo lo tendí un rato, y ya está seco. Kumiko —Gracias mamá. ¿En dónde lo pusiste? Wen —Doblado sobre tu cama.
  • 33. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 33 ~ Hiroyuki —Mi niña, ¿por qué no nos reunimos el viernes, y cenamos juntos? Quiero conocerlo... Kumiko —El viernes, o mañana. ¿Dónde siempre, a la hora de siempre? Hiroyuki —En donde siempre, y a la hora que tú digas... Solamente llámame. La noche transcurrió con normalidad, y todo el mundo contento. Los viajantes llegaron a sus destinos sin ninguna dificultad. Ya en el hospedaje, Kumiko se quitó la camisola de su piyama, se vistió la campera, y se acostó a dormir. Milagros que regala la naturaleza, a quienes disfrutándola saben apreciar, al gallo de los vecinos, los de la casa quieren estofar. Eran las cinco y media de la mañana, cuando un gallo en la cercanía comenzó a cantar. Hiroyuki y Tian se levantaron temprano, agarraron sus herramientas, y se pusieron a trabajar. A esa misma hora, después de estar casi toda la noche con sus fraternos, Raúl llegó a la casa de sus padres, se pegó un baño, se tomó una taza de café, y se volvió a marchar. Kumiko no lo podía creer, ese loco que no había dormido pensando en ella, viajó a la universidad, se coló en las oficinas, fue a donde ella estaba como si fuera el dueño de todo, la agarró de las manos, y se la llevó. «Lares, allá vamos», dijo Raúl. Primero el parque de las cavernas de Camuy para arrancar el día, y luego a Lares para disfrutar de la belleza de un pueblo con un toque muy romántico. Kumiko cumplía años, y ese día había que celebrarlo. Estando adentro de la iglesia San José, y arrodillados frente al altar, él le colocó un anillo de precompromiso para formalizar el noviazgo. El curioso sacerdote que atestiguó el momento, se acercó para darles la bendición y felicitarlos. La casita de Kumiko había quedado totalmente limpia e impecable, dos habitaciones, un baño, una cocina, una sala-comedor, y un balconcito en la parte de atrás. Luego de cambiarle las dos ruedas frontales al auto en Manatí, y de discutir un buen rato con un conductor ebrio que por poquito les chocaba, los enamorados regresaban a Bayamón saliendo de la autopista por la bajada de Rio Hondo. Eran cerca de las siete de la tarde, cuando el hambre picó. Kumiko —¡Amor! Raúl —Dime florcita. Kumiko —Florcita, tengo muchas ganas de comer algo rico de mi tierra. Él soltó una carcajada leve, y habló Raúl —¿Qué quieres comer? Kumiko —Un Huoguo como a mí me gusta. Raúl —Buena idea. ¿Quieres que paremos en? Kumiko —No. Conozco un lugar que me gusta más. ¿Vamos? Raúl — Ok. ¿En dónde es? Ella se acerca a él, y le da un beso en la mejilla. Kumiko —Toma la Roosevelt como si fueras para Plaza... Raúl —Muy bien, retomo la autopista, y allá vamos... (Hablando entre suspiros) Cada vez que me das un beso, mi corazón late más fuerte, y mi pecho se aprieta más... Ella corrió su cabello sutilmente con la mano, descubriendo su oreja, y mordiendo delicadamente su labio inferior mientras mantenía su mirada enfocada en él. Raúl suspiró
  • 34. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 34 ~ fuertemente, alineó el vehículo al costado de la autopista, le partió la boca de un beso, y continuó manejando. Raúl —Es imposible no besarte cuando me miras tan linda. Kumiko se sonrojó, y así le respondió: «Te amo». Después de manejar durante algunos minutos por la avenida Roosevelt, y de dar un par de vueltas por otras calles, su trayectoria concluyó. El estacionamiento del local era bastante pequeño, y aun así, en su interior cabían bastantes personas. Dos patrullas, y un auto de color verde, eran los únicos estacionados. Más allá de los policías que permanecían en la entrada decidiendo si entraban, adentro del restaurante solo se visualizaba al personal. Raúl abrió la puerta, permitiendo que Kumiko entrara primero. Ni bien cruzaron el umbral, ella se volteó, y le plantó un beso que por poco lo manda al suelo. De repente, un loco vestido de carnicero bañado con sangre, salió de las cocinas gritando y moviendo un machete ensangrentado con su mano. Inmediatamente Raúl agarró a Kumiko de la mano, la ubicó detrás suyo, y gritó: «Corre». Entonces agarró una silla para usarla de escudo, pero antes de que pudiera levantarla, tenía el filo del metal a milímetros de su cabeza. El loco del machete frenó su embestida, y gritó: «¡Aaaah!». Hiroyuki — ¿Quién es este gordito? Kumiko —(Hablando con voz de ruego.) No lo cocines, es mi cerdito. Hiroyuki miró a su hija sin saber qué hacer, pero ella comenzó a reírse a las carcajadas. Al ver la cara de su padre sin una sonrisa, se dio cuenta de que algo no andaba bien. Raúl se había quedado completamente petrificado, y con los ojos perdidos en la nada. Tan rápido como pudo, Kumiko se puso frente a su novio, le dio un par de cachetadas suaves en las mejillas, y lo besó. Kumiko —Amor...(Agitándole los hombros) Amor ¿estás bien? Hiroyuki —Está reaccionando, creo que está reaccionando. Kumiko — Amor... El joven volvió a interponerse entre ella y el asesino. Mirándola fijamente a los ojos como en un estado de shock total, él le guiñó un ojo, sonrió levemente, y le habló pausadamente. Raúl —Cocinelo con cuchillo, no es bueno enflental, puede sel un asesino, o un loco oliental... Cole, huye, salva tu vida. Kumiko comenzó a reírse, lo abrazó, le besó en la mejilla, y continuó riendo. Hiroyuki —(Hablando con una gran sonrisa.) ¡Es un cabrón! ¡Este hijo de puta es un cabrón! Me ganó. Kumiko —¿Oíste mi amor? Le ganaste a mi padre. Raúl —No entiendo. Hiroyuki —Señor. Kumiko —(Hablando para sí misma con sorpresa.) Es la primera vez que mi padre llama señor a alguien que me pretende, y le da la mano. Hiroyuki —Usted es el único que me ha demostrado ser digno de ella.
  • 35. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 35 ~ Raúl miró fijamente a Hiroyuki, estudiándolo en detalles, si necesidad de mover sus ojos. Kumiko se aferró a él en un abrazo, que fue correspondido de igual manera, pero sin perder de vista su objetivo. Hiroyuki —Ninguno de los que dijo quererla, arriesgó su vida por salvarla, pero usted... usted sí lo hizo... Gracias. El joven reaccionó agarrando la mano a Kumiko, y mirando a Hiroyuki más concentrado que antes, le estrechó la mano, y le respondió. Raúl — No me dé las gracias. (Hablando en japonés) Anata no musume wa watashi ga isshō no ma hoshī joseidesu. [Su hija es la mujer que yo quiero para toda la vida]... No me miren así. (Hablando con una sonrisa) Es lo único que sé decir en japonés. El padre de Kumiko abrazó al joven que le dijo perfectamente, y en su idioma natal, cuáles eran las verdaderas intenciones que tenía con su hija. Luego la miró a ella, y también la abrazo. Kumiko se emocionó, y se puso a llorar en los brazos de Hiroyuki, igual que cuando era una niña pequeña. Wen salió de su escondite en la cocina, y se les acercó. Aprovechando el momento, y el clima que necesitaba, Kumiko les mostró a sus padres el anillo en su mano. Tian salió de su escondite en el baño, corrió hasta donde Raúl, y lo abrazó. El pequeño estaba que saltaba de la emoción, desde ahora su amigo, ya no era tan solo su amigo y maestro, ahora era también parte de su familia. Hiroyuki entró en la cocina para limpiarse y cambiarse. Wen llamó a los oficiales de policía, y demás invitados que aguardaban afuera. Raúl sentó a Kumiko en el asiento principal, y fue a la cocina para ayudar a Wen. Ni bien entraron los cuatro oficiales de la policía, junto con José, Antonio y Miguelo, el pequeño Tian cerró las puertas del negocio, y comenzó la celebración. Unos minutos después, se sumaron su tío y dos primas muy queridas que vinieron desde Nueva York. Aunque las primas hablaban bastante bien el español, y el inglés lo dominaban como si nada, preferían hablar en chino con su Kumiko. Dicen que el hombre tiene sus mañas, y el diablo sus artimañas. Pues bien, esta vez el diablo no se quedó quieto, y dio su primera lección a un diablito en entrenamiento. Qué bueno es haber tenido a Tian a su lado para hacerle de interprete, y traducir hasta lo que no debía. Hiroyuki miraba con alegría el trato de hermanos que tenían su hijo y Raúl. El padre José se puso de pie, y alzando una copa, brindó por la cumpleañera. Terminada la celebración, todo el mundo se fue para su casa, todos, excepto uno. El novio tendría que llevar a la novia, a su cuñado y a Satanás, que por supuesto, fue al primero que dejó en su casa. Eran casi las tres y media de la madrugada, cuando Hiroyuki salió de su residencia para decirle a Raúl que no viajara. De manera muy atenta e insistente, le pidió que se quedara a dormir en la sala de su casa, pues con el cansancio que tenía, si se iba manejando para Arecibo, su destino sería la morgue. El joven accedió, y en un sofá bastante cómodo se tiró. Como sombra que se escurre en la oscuridad, Kumiko aguardó a que todos se durmieran. Entonces se acercó a Raúl, lo sentó en el sofá, y se recostó colocando su cabeza sobre la falda de él. Kumiko —Amor, ¿no me cuentas un cuentito de las buenas noches? Raúl —(Hablando muy seriamente, y con los ojos cerrados, mientras le acariciaba el cabello a Kumiko) ¿Cuál? Kumiko —¡No sé! Alguno de los que ya todo el mundo sabe. Raúl — Yo no soy todo el mundo, por eso no me sé ninguno. Kumiko —¡Ah! ¿Y te sabes alguno?
  • 36. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 36 ~ Raúl —Solamente tres. Kumiko —¿Cuales? Raúl —Blancanitos, y los siete Enanieves. La joven se tapó la boca inmediatamente con ambas manos, y sus ojos se cerraron un poquito. Raúl — La pesticienta. Los ojos de Kumiko se inundaron de lágrimas, y su cuerpo comenzó a estremecerse, pero en ningún momento se destapó la boca. Raúl continuaba hablando muy seriamente, y con los ojos cerrados. Raúl — y La Fiebre y la Tortura. Sin pena, ni piedad, pero con muchas ganas, Kumiko comenzó a reírse a carcajada limpia. Raúl abrió los ojos, y también sonrió. Hiroyuki se puso en pie, pero antes de que pudiera dar un paso, fue detenido por Wen cuando lo sostuvo del calzoncillo. Wen —(Hablando en voz baja.) ¿Para dónde crees que vas? Hiroyuki —Para... Wen —Déjalos solos. Ya son bastante grandecitos como para que nos estemos metiendo. Ellos se quieren, y no están haciendo nada malo... Hiroyuki —Pero... Wen —Pero nada. Si ellos se tienen ganas, pues que se desquiten. ¿Qué? ¿Qué cosas van a hacer que nosotros no hayamos hecho? Acuéstate como un viejo aburrido, o diviértete conmigo. ¿Qué prefieres? Hiroyuki — Yumm. Aprovechando los últimos días que le quedaban de las vacaciones laborales, con brocha, rodillo y pintura, Raúl comenzó a preparar la casa de su novia. Ambiente que pintaban, ambiente que amueblaban. Al ritmo de bandas de rock estadounidenses que los hacían bailar, cantar y moverse, la casa fue tomando forma. Cada tanto, ella se pintaba dos rayas en la cara, y como indio cazando a vaquero, le jugaba alguna broma. Cuando más concentrada ella estaba pintando algún detalle, sin permitir que arruinara su trabajo, él la bromeaba también. Dándosela de cantante, Kumiko agarró un rodillo, y empezó a cantar como si tuviera un micrófono. Raúl se le acercó muy seriamente, y apuntó su dedo índice hacia arriba. Apenas ella giró su cabeza, y concentró su mirada en el techo, él aprovechó que tenía una brocha recién cargada, y le pintó un bigote. Raúl arrancó a correr, y Kumiko se le fue detrás. Él entró en la cocina, y se escabulló por debajo de la mesada. Ella casi lo alcanzaba, cuando él salió corriendo de la casita, bajó por la escalera, y se escondió tras la primera puerta que encontró. Ella entró corriendo a la casa de sus padres, pero siguió de largo. Entonces él viró para atrás, subió la escalera, y se puso a pintar. A los pocos segundos, tenía una chica encaramada sobre su espalda tratando de moverle las manos para pintarle un bigote. Él le sujetó las manos, y comenzó a caminar en reversa sin quitársela de encima. Cuando llegó a la habitación de Kumiko, giró en media vuelta, caminó hasta quedar frente a la cama, y muy sonriente gritó: «La noria». «¿La qué?», preguntó ella. «La noria», repitió él. Rápidamente, y sin dar tiempo al escape, realizó
  • 37. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 37 ~ un juego de manos, para sostener las dos manos de ella con una sola mano de él, y colocar su otra mano en una de las rodillas de ella. Como una noria, o un rotor de feria, en un movimiento veloz la pasó por encima de su cabeza, y la dejó caer en peso completo sobre la cama. Él comenzó a reírse, y ella también. Kumiko se levantó con una actitud sospechosa, y mirándolo a él muy sonriente, le saltó encima. Entonces él la llevó de espalda contra la pared, y lentamente acercó su rostro al de Kumiko y la besó en los labios. Ella lo cacheteó, le sostuvo la cara, y lo volvió besar. La adrenalina subía, el calor aumentaba, y la pasión crecía. Raúl —La casa...tenemos que terminar la casa... Falta poco. Kumiko —Mañana... la terminamos mañana... Raúl —Como quieras... Kumiko —Calla, y sigue besando. Así de rápido como subió, así de rápido bajó. Wen regresó a la cocina de su casa, perdida en la nada... Tian —Mami, ¿te pasa algo? Wen —Nooo. Tian — ¿Y por qué estás tan pálida? ¿Viste un fantasma? Wen —No, un fantasma no, aunque era igual de blanco. Tian — ¿Un fantasma no, y qué era? Wen —Era un cucarachón con rueditas que se comía a una cucarachita frágil y débil... Tian — (Casi llorando.) ¡Pobre cucarachita! ¿Sufría mucho? Wen —No, al contrario. Nunca vi a una cucarachita tan feliz... Tian — ¿Estaba feliz que se la comieran? Wen —Muy feliz. ¡No sabes cómo! Tian —¡Ah! ¡Qué raro! Nunca vi a una cucarachita masoquista. Tengo que ver eso. Wen —No. Tian —¿No? ¿Y por qué no? Wen —El cucarachón. El cucarachón blanco es un peligro. Hay que esperar a que termine de comer, para que se calme. Tian —¡Bueno! Entonces espero a que se duerma, y lo piso. Wen —No. Eres muy pequeño para poder aplastar semejante bestia. Mejor llama a tu padre, y dile que la casita está casi lista, y que tu hermana está completamente feliz, más feliz que nunca. Tian —Eso sí lo puedo hacer. Ahora lo llamo.
  • 38. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 38 ~ El pequeño Tian llamó a su padre, y después de darle el mensaje, le pasó el teléfono a su madre. Wen —Sí, así es. Va quedando perfecta... No, no hay ninguna cucarachita, tampoco hay un mostro come cucarachas... La cuca... (Hablando como susurro) La cucarachita es tu hija, y el otro... ¡Dios! Escucha, no seas sordo... Jumjum, está con Jumjum, haciendo jumjumjum... Dame un segundo, que tu hijo quiere hablarte. Tian —Papi, lo que mami te quiere decir, es que Kumiko y Raúl estaban teniendo relaciones sexuales, y que cuando ella subió para ver la casa, los vio desnuditos, desnuditos, jugando a la procreación. ¿Entendiste? ...Bien, me alegro. Eso era todo… Yo también te quiero... Toma mami, papi quiere hablar contigo. Wen —¡Ay sí! Estos niños de hoy en día. Lo que yo no supe hasta grande, ellos ya nacen sabiéndolo... Pues sí, yo los vi... Él estaba como un león arriba, y en todos lados ... Kumiko —¡Ay mamá! Eso no es cierto. Tú no viste nada, porque la casa estaba cerrada con llave. Además, si hubieras visto algo, serías un pajarito que se mantuvo volando al lado de la ventana. Raúl —¡A ver! Levante los brazos... No, no tiene plumas. Así que no pudo volar hasta tan alto. Wen —¡No! Pero yo escuché... Tian —Los gritos de la porno que ve Don Juan. Wen —¡Nene! ¿Y cómo tú sabes esas cosas? Tian —Nos vemos después, me voy a jugar... Wen —Tian... Tian. ¡Que niño! Kumiko —No papi, no, no pasó nada… Quédate tranquilo que mami está inventando... Sí, te prometo que sólo eran besitos, apasionados y extra cariñosos, pero solo eran besitos... No... No. Ok. Nos vemos cuando llegues… Yo también te amo. Y era cierto, era cierto, todo lo que había dicho Kumiko era cierto. Raúl y ella se habían prometido, y le habían prometido al padre, no avanzar al siguiente paso, hasta que al menos fuesen bendecidos como pareja. Pues bien, más allá de los besitos, el toqueteo y los jueguitos, estos tortolitos no habían llegado más allá de los límites del cinturón . Terminada la casa, y finalizadas las vacaciones de verano, Raúl volvió a su horario regular. Trabajando por las mañanas, estudiando al medio día, y viviendo las tardes y noches con quién más quería, ¿qué más podía pedir? Kumiko regresó a Utuado, pero esta vez, ejercía como toda una profesional en un centro de salud durante tres días a la semana. También comenzó a trabajar como voluntaria en la parroquia durante algunos sábados. Allí atendía a los jóvenes del programa contra las drogas y el alcohol. Era agosto 14, y las ganas de ir al trabajo ese miércoles, eran tan pocas como las ganas que tenía de asistir a la universidad. Así que se levantó a las cuatro de la madrugada, y se lanzó para Utuado. Una vez que llegó a su destino, y estacionó el auto, trepó por el portón al costado de la residencia, e ingresó al patio. Ya estando adentro de las inmediaciones de la casa de Doña Dolores, Raúl subió la escalera silentemente, buscó su llavecita, y entró. Sin hacer ruido, y
  • 39. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 39 ~ con mucho cuidado de no despertar a nadie, encendió el fuego, y preparó café. Esta vez no hizo falta que cantara el gallo para que la bella durmiente que nunca le hacía caso al despertador emplumado despertara. Un café negro sin azúcar, acompañado de unas tostadas de pan integral y mermelada, fueron colocados en la mesita del comedor, junto a una rosa blanca. La rosa blanca era la flor favorita de Kumiko, y la más que le gustaba a él también. Con una pijama muy seductora, y una sonrisa encantadora, la hermosa joven de ojos achinados apareció por el comedor. Un: «buen día mi amor», acompañado de un beso soñoliento, y un abrazo adormecido, le dieron las fuerzas a ese hombre para gritar a viva voz: «Vamos Doña, que traigo el café y las tostaditas para los Doloooreees». Un paletazo bien dado en el trasero de quien gritaba, frenó de un susto a quien la llamaba. «¿Ah, sí? Pues ahora de castigo la saco a bailar, y usted sabe que yo bailo feo. Mire como bailo, mire como bailo», dijo Raúl. La señora le dio una mano al joven, y al ritmo del mambo tarareado, ambos se pusieron a cantar y bailar. Kumiko se despabiló de la manera que más le gustaba, sonriendo, y riendo mientras miraba a dos bailarines, que no sabría decir quien bailaba peor, y quien cantaba menos malo, pero la diversión no faltó. Finalizado el desayuno, y los tres en el carro, montaña adentro, y a Ponce llegaron. Guayanilla, Yauco, Guánica, Lajas, Cabo Rojo, y dentro de Cabo Rojo, Boquerón. Que hermoso lugar para pasar un día de playa, alejado del ajetreo del trabajo y la universidad. Doña Dolores se había quedado en la entrada del poblado visitando a su hermana, mientras que los tortolito siguieron de largo, y caminaron por la playa para pasar un día inolvidable. Antes de entrar a nadar, Kumiko realizó algunos ejercicios de estiramiento y elongamiento, como si se tratada de una batalla de artes marciales. Raúl la ayudó cuando fue requerido, y cuando no, de alguna manera, y como podía, trataba de hacer lo mismo. Más duro que estirado, el nudo humano pidió a su pareja que lo destrabara un poco. Dos o tres toques de digitopuntura, fueron más que suficiente. La libélula y el ballenato nadaron felices hasta las boyas, y regresaron. Luego, como cualquier parejita de novios, se pusieron a jugar. La libélula salpicó agua para provocar al ballenato, pero el ballenato se sumergió, desapareciendo misteriosamente de la atenta mirada de ella. No había burbujas, ni olillas de movimiento que delataran su posición. La libélula se puso en guardia defensiva, pues sabía que de donde menos se lo esperaba, podría emerger un ataque. Pasaron treinta segundos, y nada pasaba, un minuto y dos, y comenzó a preocuparse. De pronto, y de donde menos pensaba, un: «¿se te perdió algo?», muy sonriente, hizo que achinara más sus ojos, y saliera corriendo hacia la orilla. Raúl comenzó a reírse y a correr, Kumiko se le fue detrás. Estaba por alcanzarlo con un salto, cuando él giró inesperadamente hacia el agua, dejando que ella siguiera de largo. Entonces él la atrapó a ella, la agarró entre sus brazos, y cargándola como si no pesara nada, entró en el agua. Ya con el agua hasta la cintura, él la liberó. Kumiko cayó al agua, se sumergió, y emergió en el acto. Ni bien ella asomó su rostro fuera del agua, él la sostuvo y la besó. Ella aflojó sus brazos y se dejó llevar. Luego Kumiko se abrazó a Raúl, y le cantó dulcemente al oído. HECHIZO Una princesa caminaba, por los campos del cerezo. pidiendo por un dragón, que la quisiera defender. Despierta bestia del fuego, expande muy bien tus alas, cúbrela con tu vida, y defiéndela con tu espada.
  • 40. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 40 ~ La doncella lo miraba, como él a ella también, permitiéndola que se acercara, y expresara su querer. Soy vulnerable a ti, llévame a volar, cubriéndome con tus alas, te empiezas a enamorar. Quiéreme con tu vida, quiéreme con tu amor, protégeme con tu alma, usando tu corazón, protégeme con tu alma, usando tu corazón, escudo de piel y escamas, mi sueño y mi ilusión. Embrujo del hechicero, que de amor se completó. La princesa se enamoró, del dragón que la cuidaba, pues él la protegió, con fuego, alma y espada. Amor gritaba al viento, la reina de su corazón, hechizados por las nubes, la princesa y el dragón. Declara tu amor y ruge, el fuego de tu amor. Soy vulnerable a ti, llévame a volar, cubriéndome con tus alas, te empiezas a enamorar. Quiéreme con tu vida, quiéreme con tu amor, protégeme con tu alma, usando tu corazón, protégeme con tu alma, usando tu corazón, escudo de piel y escamas, mi sueño y mi ilusión. La princesa está esperando, la llama de tu pasión. Bésala por la noche, protégela durante el día, desenvaina tu argumento, y proponle con valentía. Soy vulnerable a ti, llévame a volar, cubriéndome con tus alas, me empiezas a enamorar. Quiéreme con tu vida, quiéreme con tu amor, protégeme con tu alma, usando tu corazón, protégeme con tu alma, usando tu corazón, escudo de piel y escamas, mi sueño y mi ilusión. =X= Raúl —¡Esa canción! Kumiko —¿Te gusta? Raúl —Mucho. Kumiko —Fue la misma que cantaba el día en que te vi por primera vez... pero ahora la canté en español, y solo para ti...
  • 41. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 41 ~ Raúl —Significa tanto, y significa todo, mi princesa. Kumiko —Quiero que me protejas, y me lleves a volar. No quiero volver a sufrir, como lo hice en el pasado... Raúl la abrazó muy fuerte, y se aferró a ella como nunca antes. Luego de salir del mar, recogieron sus cosas, y emprendieron camino hacia uno de los restaurantes costeros de ese poblado, en donde la puesta del sol es la más hermosa. El reloj de arena dio varias vueltas, y en tres días más llegaría septiembre, mes en donde el Huracán Hortensia dejaría sus huellas en la isla. Ese último jueves de agosto, Kumiko llamó a Raúl bien tempranito en la mañana, para quedar con él en dónde se encontrarían unas horas más tarde. El día anterior él la había llevado a Bayamón para que pudiera trabajar en los expedientes de la parroquia. Con la compañía de José y Miguelo, ella regresó a Arecibo en la camioneta del seminario. Los curas iban de camino a Isabela para una reunión, y una parada en el camino, no les haría daño. En la bajada final de la autopista hacia Arecibo, Raúl esperó pacientemente a su amada. Una vez que ella se cambió de vehículo, los sacerdotes siguieron a los tortolitos hasta la playa de Sardinera en Hatillo. Kumiko y Raúl se bajaron primero. José y Miguelo aguardaron unos minutos antes de bajarse. La parejita se alejó a unos cuantos pasos de distancia en dirección a las rocas, y fue allí, justo allí, cuando el joven la tomó de las manos, la miró fijamente, y comenzó a hablar. Raúl — No te prometo el cielo, porque no soy Dios. No te prometo la luna, porque no puedo bajarla. No te ofrezco un castillo, porque no soy millonario. No te ofrezco el sol porque te quemarías. Pero lo que sí puedo ofrecer, es amarte, respetarte, protegerte y cuidarte. Trabajar muy duro para salir adelante, y estar codo a codo contigo para que tengamos una vida digna, y un alegre porvenir. Estar contigo en las malas, y en las buenas. Esmerarme por ser cada día mejor hombre, mejor amante, mejor todo. Soy alguien sencillo, y las únicas riquezas que importan en la vida, son las que tengo para ofrecerte, mis valores, mi alma, mi corazón, mi cantar. Este tiempo que he estado junto a ti, ha sido suficiente para saber que quiero estar contigo por el resto de mi vida. Kumiko, te amo mucho. Tú eres mi luz, mi florcita de la China, mi mundo, mi todo. Tu perfume, tu sonrisa, tu personalidad, tu mirada, tu pelo hasta los hombros, tu cuerpito delgado, frágil y delicado, tu voz, tus labios, tu forma de besar, y tu cantar, simplemente, sencillamente, y completamente tú. Me gustas mucho, y me tienes rendido a tus pies porque eres realmente, lo único que necesito para vivir. Mi amor... Ella colocó su dedo índice sobre la boca de él, y mirándolo con mucho amor, le habló. Kumiko —Yo te amo mucho, pero somos muy diferentes. Tú eres un hombre del mundo de las computadoras, y las comunicaciones. Inteligente, loco, divertido, sencillo, trabajador, y auténtico, amante de la naturaleza y de los niños, y una hermosa persona que le gusta ayudar a los demás. Yo en cambió, soy una mujer del psicoanálisis, come libros, recatada, aburrida, amante de la naturaleza y de los niños, y una mujer muy estudiosa de su profesión. Más allá de que nos queremos, somos totalmente opuestos. Dime, ¿por qué alguien como tú, querría estar con alguien como yo? Raúl —Es la pregunta más fácil de mi vida. A parte de lo mucho que te amo, y que me gustas un montón, no somos tan distintos. A ti te gusta cantar, y a mí me gusta recitar. Quiero que seas mi cantante, y yo ser tu canción. Quiero ser tu poeta, y que tú seas mi
  • 42. Samuel Raúl García Ochoa Grillos: Un canto a la poesía ~ 42 ~ poesía. ¿Sabes? Somos grillos enamorados, que le cantan a su amor. Somos muy parecidos, pues la poesía es una canción, como la que cantan los grillos... Kumiko —Alto... Ella lo miró seriamente, y él comenzó a sudar en frío. Kumiko — Si realmente eres un poeta, y quieres que yo sea tu poesía... recítame como hacen los grillos, un canto a la poesía. Raúl —Muy bien. A esta improvisación la llamo: «El Mar y la Arena», y dice así: EL MAR Y LA ARENA Un jilguero le cantaba, a la espuma en el mar. Entonando emociones, que podía expresar. De blanco cubres la arena. que te gusta acariciar, ¿le propones en la orilla, y te la llevas para el mar? «Tranquilo», el mar responde, al jilguero que cantaba, la arena era su novia, y por eso la besaba. En las tardes y en las noches, si por frío ella temblaba, la arropaba con sus olas, y a la arena calentaba. Pídele casamiento, le sugiere el jilguero. Exprésale tu sentir, y que ella es primero. Prométele con tu manto, o júrale amor eterno. Has de su vida un encanto, pero nunca un infierno. Gracias por el consejo, así lo voy a hacer, antes del mediodía, pero después del amanecer. Si mal no me equivoco, todavía estoy a tiempo, de mirarla a la cara, y preguntarle lo que siento.