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N201607 al 25 ESPECIAL VERDAD Y RECONCILIACIÓN: MUJER
Contenido
Rocío Silva Santisteban: Esa cosa negra ........................................................................1
Patricia del Río: Otra ......................................................................................................2
Juan Carlos Tafur: #NiUnaMenos ..................................................................................3
Marco Sifuentes: Corazones rojos ..................................................................................3
Fátima Toche: Ni una menos..........................................................................................4
Eduardo Dargent: Justicia Podrida .................................................................................5
Raúl Tola: Ellas ..............................................................................................................6
Claudia Cisneros: El grito es de guerra: Ni una menos ..................................................7
Carmen McEvoy: MNo es odio, es desprecio ................................................................8
La República, el martes 19 de julio de 2016
Rocío Silva Santisteban: Esa cosa negra
Emilia, Silvia, Cindy Arlette y Giorgina. Son cuatro mujeres peruanas pero tan diferentes.
Emilia es alta, tiene los ojos claros, limeña, tuvo una educación privilegiada y una familia
amorosa. Silvia es pequeña, recia, de pelo ensortijado y voluntad a prueba de alturas. Arlette
es huamanguina pero una chica urbana, bluyines y una voz muy queda, susurrante. Giorgina
también es de Ayacucho, pero de Vilcashuamán, tiene el rostro redondo y sonriente, es una
mujer aguerrida con manos que se han dedicado a la tierra.
Emilia fue abusada por un consejero de sus padres, una "especie de pastor" y felizmente sus
amigas y su madre la ayudaron. Silvia fue sometida a violencia sexual de los 6 a 8 años de
edad de manera sistemática y gracias a la decisión de salir del país y de escalar montañas, se
ha reconciliado consigo misma. Arlette recibió los golpes y la furia de un exenamorado en
un hostal y por la fuerza de su abuela Paulina, supo denunciar ante los medios. Giorgina fue
violada por siete sinchis cuando tenía 16 años y salió embarazada; después de 35 años sigue
creyendo en la justicia.
Peruanas, bellas, valientes. Todas las mujeres de este relato han narrado sus testimonios en
voz alta para que otras mujeres no tengan que pasar por lo mismo. La actriz Emilia Drago, la
escaladora Silvia Vásquez-Lavado, la joven Cindy Arlette Contreras y la señora Giorgina
Gamboa han sido abusadas sexualmente en un país con el más alto índice de violencia sexual
en Sudamérica.
No quiero volver a repetir los índices anuales, las edades de incidencia, los espacios
geográficos y perfiles de los perpetradores. No quiero volver a referirme, como lo vengo
haciendo desde hace muchos años, al machismo como el sustrato, la base, sobre el cual todas
las prácticas violentas de dominación masculina se erigen y se justifican; no quiero volver a
hablar de la connivencia del Estado, con su indiferencia y sus operadores judiciales
cómplices, ni de los medios que azuzan la lubricidad de los varones y que acusan a las
víctimas de sus propios daños. Todo esto es perverso, es inmoral. Pero debajo de la sentina
que abona el albañal, en ese mismo lodo, nace como una flor extraña y hermosa la solidaridad
de las mujeres.
No sé si tú que estás leyendo estas líneas has pasado por lo mismo, espero que no. Yo también
pasé por lo mismo, cuando tenía 13 años, confiando en el hermano mayor de un amigo. Un
hombre que aún veo de lejos y cuya presencia me produce miedo, después de 40 años. Toda
mi vida me he echado la culpa: me hicieron sentir que el abuso sexual me lo tenía merecido,
que yo "era la sucia". No es nada singular: nos ha pasado a muchas.
"Contarlo me ha generado mucho alivio -dice Emilia Drago- es que es tan fuerte, a uno le
queda como una cosa que no puedes sacarte… Fue como una violación al alma". A su vez,
Arlette Contreras ha tenido el valor de seguir saliendo a los medios y Giorgina Gamboa de
llevar su caso a la Comisión Interamericana de DDHH. Y como dice Silvia Vásquez-Lavado:
"Si nosotras mismas, las que hemos pasado abuso sexual, no lo decimos, seguimos
permitiendo que esto sea aceptable".
El Comercio, el jueves 21 de julio de 2016
Patricia del Río: Otra
No importa si te ocurrió a los seis, a los quince, a los veinticuatro o a los cuarenta. No importa
si tienes tres maestrías o si no terminaste primaria. No importa si ganas un sueldo de infarto
o si sobrevives con las justas con el sueldo mínimo. No importa de qué color es tu pelo ni la
marca de ropa que usas ni la cantidad de hijos que crías o que no crías. Si alguna vez fuiste
víctima de un abuso sexual, de una agresión física o de un sometimiento psicológico sabes
de lo que estoy hablando. Pasa el tiempo y sigues tu camino, te suenas los mocos, te refriegas
las lágrimas y echas para adelante.
Pero ya nada es igual. Después de esa metida de mano te cruzas la pista si ves a un grupo de
chicos parados en la esquina. Si te manosearon en el Metropolitano no vuelves a ponerte un
jean apretado. Si te dijeron groserías desde esa construcción, al día siguiente cambias de ruta.
Si te jaló los pelos tu último enamorado, te cuesta volverte a enganchar con una pareja. Si
alguien te dijo cien veces que eres una bruta, vivirás con ese eco para siempre.
Algunos cambios los identificarás, de otros no serás consciente. Y creerás haber enterrado el
asunto hasta que te lo encuentres en una discoteca, te sonría como si nada hubiera pasado, y
se te paralice el corazón del susto. Hasta que esa escena violenta de esa mala película te haga
llorar sin mayor explicación. Hasta que seas testigo de la agresión a alguien más y de pronto
te asalte una furia que no creías capaz de sentir.
Porque por más que la sociedad se empeñe en decirte que la violencia existe en todas partes,
que te encanta hacerte la víctima, que la culpa es tuya, que eres una sonsa que no sabe
defenderse, que no es para tanto; tú sabes que sí es para tanto. Tú sabes, en realidad, que es
para más.
Por eso te uniste a ese grupo en Facebook Ni Una Menos y te atreviste a contar tu historia.
Por eso cada minuto apareció un post de alguien que confesaba haber sido maltratada por su
novio, manoseada por su primo, acosada por su jefe, golpeada por su marido, humillada por
su ex. Por eso vas a marchar el 13 de agosto para que ningún juez libere a un golpeador con
la excusa de que no mató a su víctima.
Porque los ojos morados no los llevas en la cara sino en el alma, porque la fractura que te
deja la violencia se sana pero no se olvida. Porque el miedo que te dejó esa pateadura se
supera, pero nunca se ignora. Porque tú sabes de qué se trata y no quieres que nadie más lo
experimente. Porque esto tiene que parar. Porque tú ya no eres la misma.
Exitosa Diario, el viernes 22 de julio de 2016
Juan Carlos Tafur: #NiUnaMenos
Más allá de las reflexiones culturales que caben para entender la terrible extensión del
machismo en una sociedad como la peruana y que tiene, entre otras consecuencias, la
violencia física y psicológica contra las mujeres, es menester atender también un asunto
concreto que ayudaría a disminuir los efectos de esta tara nacional.
A la estadística habitual que revela porcentajes inamovibles de personas con alguna
patología, se le suma un gran número de peruanos que enfrentan situaciones patológicas por
diversas particularidades sociales, propias del Perú: pobreza, desigualdad social,
violencia cotidiana, informalidad, marginación.
Por lo menos dos tercios de peruanos viven como si, en la práctica, fueran ilegales o
indocumentados dentro de su propio país, sin acceso a niveles mínimos de confort y
seguridad: sin salud asequible, sin educación de relativa calidad, sin dosis mínimas de
resguardo. Violencia y patología son consecuencias inevitables de semejante situación.
A contrapelo de ello, la gran mayoría de colegios no tiene psicólogos al servicio de la
detección temprana de patologías. Los centros de salud primarios carecen del mismo servicio.
Los policlínicos de EsSalud tampoco lo tienen. Los seguros médicos privados no cubren
atenciones psicológicas o psiquiátricas. Las oficinas del Ministerio de la Mujer apenas se dan
abasto con poco personal. El MIDIS, que podría aprovechar su inmensa red clientelar para
supervisar estos aspectos psicológicos, ni los tiene en cuenta. Al INPE no se le ocurre trabajar
con las familias de los reos, que ven afectada severamente su vida por la situación del familiar
preso.
Se necesita una política pública de salud mental. La violencia contra la mujer es solo la
punta del iceberg de un drama nacional que crece enmedio del abandono institucional.
El Comercio, el viernes 22 de julio de 2016
Marco Sifuentes: Corazones rojos
Amiga mía: No le di ‘like’ a tu historia. ¿Cómo podría? Pensaba que nos conocíamos tanto y
no, mira, todo el tiempo estuvo allí esa herida abierta y yo ni cuenta. No le di ‘like’ ni nada
porque me paralicé. Mientras leía cada línea en mi celular, más desconcertado quedaba. Más
furioso, también. Y triste. Todo junto. Porque no le estaba pasando a otra víctima del
noticiero. No, te había pasado a ti, te estaba pasando a ti.
Así como tú, esta semana cientos de peruanas contaron en público, muchas de ellas por
primera vez en sus vidas, sus desgarradores testimonios. Todo empezó el lunes, cuando se
creó Ni Una Menos, un grupo de Facebook cuyo objetivo, recordarás, era coordinar una
marcha contra la violencia machista. Pero algo pasó. Una de las participantes contó su
historia. Y luego otra. Y otra. La bola de nieve fue imparable y para el jueves el grupo había
alcanzado su tope de 40 mil miembros. Y las historias seguían.
"Les conté a mis papás y abuelos, pero me callaron...". "Siempre critiqué a las que perdonan
al marido que las golpea hasta que...". "Él vive tranquilo mientras yo, aquí, vivo el día a día
tratando de no seguir odiándome". "No sé cuantas personas me conozcan en este grupo, y la
verdad, no me importa, porque leerlas me hace sentir que no estoy sola, ya no". "No puedo
creer que voy a publicar esto. Varias de mis amigas, que no saben nada, están en este grupo.
Pero eso me hace pensar, si ellas no sabían sobre mí, ¿qué no sabré yo sobre ellas?".
Se supone que yo ya sabía. Allí están los datos. Perú, el país con más denuncias de violación
de América Latina. Tercer lugar en el mundo en mujeres que sufren de violencia de su pareja
(7 de cada 10). Sesenta mil violaciones en 10 años (16 al día). El 90% de víctimas son
menores. Pero los datos no bastan sin un rostro. Sin una historia. Y esta semana todos nos
topamos con cientos de rostros con cientos de historias.
Amiga mía: Me encantaría decir que fuiste la única, pero no. Esta semana he visto una
veintena de amigas o conocidas o colegas contar su historia en ese grupo. Tampoco a ellas
les di ningún ‘like’. No pude. Me paraliza también la culpa.
Mira, no quisiera caer en el simplismo de decir que todos los hombres hemos sido
perpetradores, ya sea por algún acto estúpido o incluso por simple inacción. No quisiera
decirlo porque suena a cliché, pero no puedo evitar sentirlo. Cuando eres un chiquillo crees,
porque así te formatearon, que las mujeres exageran. Que las ‘feminazis’. Que blablablá.
Cuando vas creciendo y conociendo historias de cerca, vas cambiando. Cuando tienes niñas,
empiezas a entender. Y a temer. Por supuesto, nunca podremos ponernos completamente en
los zapatos de ellas.
Pero si tú peleaste, amiga mía, nosotros también. Vamos a pelear juntos. Por ti, por mis
hermanas, por las que ni siquiera han podido compartir su testimonio en Facebook. La
marcha es el 13 de agosto. Como sabes, ando lejos y no podré ir, pero cuando vayas, llévame
contigo en uno de los parchecitos que le pusiste a tu corazón.
Perú.21, el sábado 23 de julio de 2016
Fátima Toche: Ni una menos
Sororidad es un término que se viene acuñando y que alude a la solidaridad y concordia entre
mujeres. Esta palabra, desconocida por muchos, busca romper con la percepción muy
arraigada en nuestro imaginario, de que las mujeres son incapaces de generar vínculos
amicales sinceros y duraderos, que los ambientes mayoritariamente femeninos son
conflictivos y que por esencia somos enemigas, confabuladoras y saboteadoras. Todo ello
muy conveniente en sociedades que buscan perpetuar el machismo.
Yo no estaba convencida de la sororidad hasta que hace unos días me invitaron a un grupo
cerrado de Facebook llamado "Ni una menos: movilización nacional ya".
Dicho grupo fue creado a partir de los nefastos fallos judiciales que la semana pasada
generaron indignación por favorecer alevosamente a los perpetradores de terribles actos de
violencia contra Lady Guillén y Arlette Contreras.
Si bien el grupo inició como un medio para la coordinación de una marcha, derivó en una
especie de catarsis en el que no cientos, sino miles de mujeres empezaron a dar sus
testimonios de abuso, en muchos casos por primera vez, desde acoso callejero, hasta
terribles casos de violencia física y violación sexual. Era simplemente abrumador, en
cuestión de horas, pasados de ser personas a más de 40 mil.
Quienes nos tomamos el tiempo de leer los testimonios terminamos con el alma rota al
estallarnos en la cara la magnitud del problema de la violencia de género, al evidenciar
que no son casos aislado, que las afectadas por esta forma de violencia es un colectivo,
todas las mujeres del país.
Lo esperanzador fue que en medio de esta catarsis colectiva, surgió la solidaridad. Los
mensajes de consuelo, fuerza y aliento no se hicieron esperar, ni las iniciativas de apoyo y
movilización. Esas mujeres por primera vez en mucho tiempo no se sintieron solas. Nunca
estuvimos solas, simplemente no nos mirábamos la una a la otra.
Tal vez la armonía no dure mucho tiempo, tal vez con los días surgen más diferencias que
consensos, pero ya se dio un primer paso. Ya inició un movimiento social, tal vez el más
importante en mucho tiempo, que busca romper el círculo de violencia contra la mujer
que está tan normalizada en nuestra sociedad y visibilizarlo.
Nos vemos este 13 de agosto enla marcha nacional. Ni una menos. Si tocan a una, tocan
a todas.
La República, el sábado 23 de julio de 2016
Eduardo Dargent: Justicia Podrida
La Sala Plena Ampliada de Justicia de Ayacucho ha defendido el lamentable fallo de tres de
sus magistrados contra Adriano Pozo, el salvaje que vimos masacrar a golpes a Arlette
Contreras en un brutal video. En un comunicado la Sala intenta pasar su fallo como el
ejercicio normal de su función. Nos dicen que podemos criticarlo, e impugnarlo quienes se
sientan afectados, pero debe aceptarse en nombre de principios democráticos y garantías
judiciales.
Les copio un pedazo de dicho comunicado: "Si bien es cierto que constitucionalmente se
reconoce el derecho de todo ciudadano de formular críticas contra las decisiones judiciales,
también es cierto que estos atributos propios de un Estado constitucional de derecho, se
encuentran sujetos a límites; entre estos, resaltan el respeto de la dignidad humana y a la
institucionalidad de los principios de independencia y autonomía judicial, que constituyen
pilares fundamentales para la seguridad jurídica de la ciudadanía en su conjunto". Si se saca
un comunicado, es porque consideran que, con nuestras críticas, ya se estaría afectando estos
principios.
Hay que ser muy obtuso para intentar esta defensa. Los firmantes invocan la autonomía
judicial y los valores superiores que busca proteger. Este país ya vio muchos inocentes en
prisión y violaciones sistemáticas por culpa de un Poder Judicial débil como para minimizar
estos principios. Pero no mezclemos papas con camotes. En este caso, como en muchos otros,
la autonomía sirve de careta precisamente para no hacer lo que un Poder Judicial debe hacer.
Lo que queda de esta sentencia, y otras que se discuten en estos días, es el uso de esa
autonomía para proteger la corrupción, la injusticia y el abuso.
Su comunicado y la sentencia son parte de un patrón. Un patrón de varios asociado a la
violencia contra la mujer. Si han seguido los valientes y poderosos testimonios de
#niunamenos van a encontrar esos patrones. Hombres celosos y abusivos que destruyen con
golpes o violencia psicológica a sus parejas, muchas veces mientras en público son
encantadores y respetuosos. Podrán percibir el miedo, el terror cotidiano, en espacios
privados que deberían ser un refugio. Miserables que duermen con medicamentos a sus
víctimas para pasar una violación como sexo consensual. Tolerancia familiar al agresor o
violador para evitar escándalos. Testimonio tras testimonio de pedofilia por parte de quienes
estaban a cargo del cuidado de niñas y niños. Patrones.
El patrón que nos ocupa: autoridades que no protegen a las víctimas, que dejan en claro que
por machismo, corrupción, o lo que sea, no somos iguales ante la ley. Y que cuando se busca
ayuda, el Estado falla. Un patrón que muestra que nuestro Estado mantiene formas
autoritarias y de exclusión que conviven, y con frecuencia, violan esos grandes principios
con los que intentan defender su sentencia. No son una garantía, son una trampa. Un patrón
que, además, permite negar que se trate de "malos jueces".
Mario Montalbetti tiene una hermosa y poderosa figura para explicar por qué es nefasto
hablar de "malos elementos" al observar fenómenos de corrupción o abuso en el Estado o la
sociedad. Hablar de manzanas podridas hace pensar que "si extraemos las manzanas podridas
es posible restablecer lo que juzgamos es el orden natural del barril: un conjunto de manzanas
rojas, saludables, nutritivas". Sin embargo, nos dice, comienza "a sospechar que no son las
manzanas, sino que es el barril lo que está podrido".
No todos los barriles están podridos. He visto de primera mano el admirable trabajo de
funcionarias del Ministerio de la Mujer en Ayacucho, comisionados de la Defensoría del
Pueblo, algunos fiscales y policías, que enfrentan este enorme problema armados de escasos
recursos y mucha voluntad. Pero los jueces que firman el comunicado, y me atrevo a decir
que buena parte del Poder Judicial, sí está podrido. Podredumbre que podemos ayudar a
limpiar marchando este 13 de agosto.
La República, el sábado 23 de julio de 2016
Raúl Tola: Ellas
El rostro desfigurado a golpes de Lady Guillén, con la ceja abierta de un mordisco y los ojos
hinchados y amoratados, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la violencia que
sufren las mujeres, y que en 2012 la tuvo entre sus víctimas. Durante un año debió soportar
las repetidas golpizas de Ronny García, que una noche estuvo a punto de matarla, azotando
una y otra vez su cabeza contra la pared. Felizmente alcanzó a escapar, y denunció lo ocurrido
ante la justicia y los medios de comunicación. Pero en vez de ampararla, el Poder Judicial
pareció aliarse con su agresor. Primero lo dejó libre por exceso de carcelería, y hace una
semana lo absolvió del delito de secuestro, condenándolo a cuatro años de prisión suspendida
por delitos contra la vida, el cuerpo y la salud.
A Arlette Contreras no le fue mejor. En una escena que parece salida de las peores
perversiones de Quentin Tarantino, se ve a Adriano Pozo (su ex pareja) completamente
desnudo y fuera de sus cabales, que la golpea con puñetes y patadas, mientras la amenaza, la
insulta y la arrastra de los pelos por el piso de la recepción de un hotel. En un fallo que bordea
el ridículo, a pesar de las contundentes evidencias y la gravedad de los hechos, un juzgado
de Ayacucho condenó a Pozo a solo un año de prisión suspendida y al pago de cinco mil
soles de caución, argumentando que la fiscalía no había logrado probar que hubiera tentativa
de homicidio e intento de violación sexual.
¿Qué se esconde detrás de esta clase de fallos? ¿Por qué el Poder Judicial peruano es capaz
de condenar a seis años de cárcel a quien forcejea con un policía, pero deja libre a quienes
golpean a una mujer, casi hasta matarla, adoptando una actitud que se parece
sospechosamente a la complicidad? ¿Por qué luego de sus traumáticas experiencias, Lady
Guillén y Arlette Contreras deben vivir en el miedo, con la posibilidad latente de encontrarse
con sus maltratadores por la calle? ¿Acaso el Estado es incapaz de mostrar humanidad,
impartir justicia y proteger a sus ciudadanos, aplicando los instrumentos legales existentes?
Detrás de estos fallos no hay más que dos posibles explicaciones. La primera y más
mencionada, es la corrupción. Pero la segunda es incluso más preocupante, porque recorre
transversalmente nuestra sociedad. Todavía quedan muchos peruanos -entre ellos más de un
juez-, que siguen pensando en la mujer como un ciudadano de segunda categoría, que debe
vivir subordinada a los caprichos de su pareja o sometida a las humillaciones de su jefe, está
obligada de encargarse de la crianza de los hijos y los quehaceres del hogar en condiciones
semejantes a la semiesclavitud, o de tener relaciones sexuales cada vez que se le ordena, y
puede ser puesta en vereda -de un empujón, un sopapo o una patada-, cuando incumple sus
obligaciones, se muestra independiente o se pone respondona. ¿Por qué sancionar a los
pegalones, si de antiguo han existido y están justificados?
Solo en lo que va del año, 54 mujeres murieron víctimas de feminicidio y 118 consiguieron
salvarse. El lamentable desempeño de los juzgados peruanos frente a este silencioso
genocidio ha despertado una necesaria oleada de indignación ciudadana, empujada por la
campaña «Ni una menos», cuyo evento central será la marcha de este 13 de agosto. Ojalá
seamos muchos miles, para que no vuelva a ocurrir.
La República, el domingo 24 de julio de 2016
Claudia Cisneros: El grito es de guerra: Ni una menos
Crecí pensando que era un sucio y desafortunado secreto; un malhadado infortunio.
Pero el desembalse de experiencias que vienen siendo compartidas en estos días por
mujeres de toda edad, me asombra. Nos revela cuán generalizado y cuán soterrado ha
estado este problema por años. El espectro del abuso es amplio: acoso sexual, violencia
psicológica y violencia física que acaba, en muchos casos, violentando la vida misma, en
asesinato.
Verbalizar estos episodios creo que es importante. Dejar de sentir vergüenza por algo
que no hicimos, que nos hicieron. Creo que hace falta hacer legible -para nuestra salud
y la de la sociedad- lo que tras su tejido viene sangrando. También porque creo que esta
catarsis colectiva de algún mágico modo nos hermana, nos refuerza y nos convierte en una.
En una sola voz de un síntoma psicológico y social, a medias manifiesto. Nombrar lo poco
nombrado. Ponerlo en agenda. Hacernos cargo del problema y del esfuerzo por
eliminarlo.
Mis casos en nada se comparan con atrocidades y vejaciones que incluso han llegado a la
muerte para algunas, pero empatizo con ellas porque he sentido aquellas veces que no había
nada que yo pudiera hacer. ¿Sería porque soy mujer que me sentí así? Me pregunto hoy.
¿Sería que respondía a las expectativas de la mujer perfilada por esa sociedad de hegemonía
masculina? ¿Sería que el implícito consenso social de la dictadura masculina me dictaba el
silencio?
La violencia masculina se erige a partir de un aprovechamiento de la asimetría de la
fuerza física. Fuerza, o su amenaza, utilizadas como sustento de poder. El hombre
abusivo se sabe protegido por el silencio de sus víctimas. Un silencio con el que pueden
contar porque saben que es una sociedad en la que muchas de sus instancias y capas
minimiza el abuso psicológico, social y físico hacia las mujeres, y por tanto de manera
perversa, lo estimula. Los casos de Cindy o Lady que hemos visto en los últimos días dejan
claro no solo que hay una hegemonía masculina que se resiste a morir, sino que figuras
protagónicas de las instituciones de la sociedad, que deberían ayudar a combatirla, más bien
se suman en complicidad que apaña y promueve la violencia contra las mujeres. Y que en
muchos casos acaba en feminicidio, el asesinato de la mujer por género. Jueces, fiscales,
periodistas, comunicadores, congresistas y más, que cotidianamente interactúan
desvalorizando a la mujer, insultándola, vejándola, son también cómplices de su
victimización. En democracia, las instituciones deberían acompañar a consolidar los mejores
valores de una sociedad, no sus más perniciosos contravalores. No tomarse en serio esta tarea
contribuye a la degradación de nuestra convivencia. Si la ley es un obstáculo porque valora
el problema de la violencia de un hombre contra una mujer en proporción al daño físico
infligido en esa primera cachetada, puñete o amenaza, habrá que cambiar la ley. Las leyes
deben contribuir a solucionar problemas sociales o evitarlos, no a perpetuarlos. Se sabe hoy
que la violencia de hombre a mujer puede iniciarse con una lesión leve, y que casi
invariablemente, escala en intensidad y frecuencia que atemorizan y debilitan cada vez
más a la víctima. Entonces, la lesiónno es útil como criterio de pena y castigo. Tampoco
si el agresor es marido, pareja o conocido. Esta problemática requiere otros criterios y
otros tratamientos.
El silencio más estruendoso es de la mujer que no puede hablar porque ya no está. Porque
fue silenciada de un balazo, un mazazo o a patadas. Pero más estruendoso aún es el silencio
cómplice de la indiferencia o el apañamiento. Esa mujer silente somos cualquiera y todas.
Somos una y la misma. Por eso siento que la marcha de este 13 de agosto es de una
amarga belleza, porque nos hermana pero también nos recuerda el dolor, la impotencia,
el sufrimiento solitario de tantas. A levantar la voz y el puño en contra de los cobardes
enanos humanos que traicionan a la especie maltratando a quien es imprescindible para su
propia existencia. Por eso creo que el #niunamenos es un grito de guerra. Nos vemos en
la calle.
El Comercio, el lunes 25 de julio de 2016
Carmen McEvoy: MNo es odio, es desprecio
La que revela la violencia de género sobre el agresor
Ni Una Menos se focaliza en el drama de las mujeres violadas,
pero comienza a explorar cómo el desprecio vive entre nosotros
Edgar Yaranga de la Cruz, subprefecto de Huamanguilla, fue capturado hace unos días por
la policía acusado de acosar y violar a treinta niñas, cifra que va en aumento. Entre las
pertenencias de este "representante" del Estado Peruano, la policía encontró 244 videos de
pornografía infantil. Algunos de ellos grabados por Yaranga y en los que comete actos
execrables contra niñas cuyas edades fluctúan entre los 11 y 14 años.
La historia de horror ocurrió en Ayacucho, el mismo lugar donde Adriano Pozo fue liberado
por los representantes del Poder Judicial pese a que miles de peruanos lo vimos arrastrando
de los pelos a Cindy Contreras. Una mujer inerme a quien este matón humilló, golpeó y luego
intentó ahorcar por negarse a tener relaciones sexuales con él.
Cientos de mujeres han salido del anonimato para compartir sus historias de violencia sexual
gracias a la iniciativa del colectivo Ni Una Menos. Lo que salta a la vista es la existencia de
una tendencia perversa, que se reproduce y fortalece en una sociedad machista y autoritaria
como la nuestra.
Además del inmenso daño físico, la violación produce en la víctima un sentimiento de culpa.
Este requiere un proceso que ayude a asimilar un trauma terrible e irreparable. Para los que
tenemos hijas o nietas pequeñas, es inimaginable lo que puede sufrir una criatura de 4, 5 o 6
añitos luego de una violación perpetrada por un familiar o alguien en quien la menor confía.
Por seres que desprecian la vida y, en su lugar, ejercen la violencia con el fin de dominar y
privar a otro ser humano de sus derechos. Entre ellos, el de la felicidad.
Hace algunas semanas se ha venido discutiendo el tema del odio entre los peruanos. Lideran
esta suerte de reflexión -que es válida- políticos que lo denuncian para luego practicar ellos
mismos la satanización más primitiva del adversario.
Pienso, por ejemplo, en el congresista Héctor Becerril, quien mediante un meme define a su
par como una terrorista, negándole sus derechos, al colocarla fuera de la ley y de las reglas
de la humanidad civilizada. Este es un acto de desprecio por el otro. Expresión mucho más
elaborada del odio que tanto preocupa a su bancada y que pareciera ser la moneda corriente
en una cultura tan violenta como la nuestra.
La actitud de desprecio, dicen los expertos, muestra la falta de respeto hacia otra persona a
través de un trato injusto y despectivo. Cuando alguien es despreciado, se hiere su dignidad,
como es el caso de muchas de las mujeres maltratadas y violadas cuyas historias van saliendo
a la luz. El desprecio implica la humillación y, en muchos casos, el maltrato físico. Siempre
pienso en el terrible desprecio del subprefecto Recharte, quien en 1866 mandó a quemar
vivos a cientos de seguidores de Juan Bustamante, todos ellos indígenas, por el simple hecho
de rebelarse contra su poder.
Ni Una Menos se focaliza en el drama de las mujeres violadas, pero comienza a explorar
cómo el desprecio vive y mora entre nosotros, siendo su expresión más terrible la violación.
Esta infravalora a otra persona y la convierte en víctima de un ser que ha pervertido su propia
escala de valores e imagina una superioridad social, económica, racial o de género que no
existe. Camino al bicentenario, una de nuestras grandes prioridades debería ser
aprender a reconocernos todos como iguales, lo que implica devolverle la dignidad a
nuestra sociedad.

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  • 1. N201607 al 25 ESPECIAL VERDAD Y RECONCILIACIÓN: MUJER Contenido Rocío Silva Santisteban: Esa cosa negra ........................................................................1 Patricia del Río: Otra ......................................................................................................2 Juan Carlos Tafur: #NiUnaMenos ..................................................................................3 Marco Sifuentes: Corazones rojos ..................................................................................3 Fátima Toche: Ni una menos..........................................................................................4 Eduardo Dargent: Justicia Podrida .................................................................................5 Raúl Tola: Ellas ..............................................................................................................6 Claudia Cisneros: El grito es de guerra: Ni una menos ..................................................7 Carmen McEvoy: MNo es odio, es desprecio ................................................................8 La República, el martes 19 de julio de 2016 Rocío Silva Santisteban: Esa cosa negra Emilia, Silvia, Cindy Arlette y Giorgina. Son cuatro mujeres peruanas pero tan diferentes. Emilia es alta, tiene los ojos claros, limeña, tuvo una educación privilegiada y una familia amorosa. Silvia es pequeña, recia, de pelo ensortijado y voluntad a prueba de alturas. Arlette es huamanguina pero una chica urbana, bluyines y una voz muy queda, susurrante. Giorgina también es de Ayacucho, pero de Vilcashuamán, tiene el rostro redondo y sonriente, es una mujer aguerrida con manos que se han dedicado a la tierra. Emilia fue abusada por un consejero de sus padres, una "especie de pastor" y felizmente sus amigas y su madre la ayudaron. Silvia fue sometida a violencia sexual de los 6 a 8 años de edad de manera sistemática y gracias a la decisión de salir del país y de escalar montañas, se ha reconciliado consigo misma. Arlette recibió los golpes y la furia de un exenamorado en un hostal y por la fuerza de su abuela Paulina, supo denunciar ante los medios. Giorgina fue violada por siete sinchis cuando tenía 16 años y salió embarazada; después de 35 años sigue creyendo en la justicia. Peruanas, bellas, valientes. Todas las mujeres de este relato han narrado sus testimonios en voz alta para que otras mujeres no tengan que pasar por lo mismo. La actriz Emilia Drago, la escaladora Silvia Vásquez-Lavado, la joven Cindy Arlette Contreras y la señora Giorgina Gamboa han sido abusadas sexualmente en un país con el más alto índice de violencia sexual en Sudamérica. No quiero volver a repetir los índices anuales, las edades de incidencia, los espacios geográficos y perfiles de los perpetradores. No quiero volver a referirme, como lo vengo haciendo desde hace muchos años, al machismo como el sustrato, la base, sobre el cual todas las prácticas violentas de dominación masculina se erigen y se justifican; no quiero volver a hablar de la connivencia del Estado, con su indiferencia y sus operadores judiciales cómplices, ni de los medios que azuzan la lubricidad de los varones y que acusan a las víctimas de sus propios daños. Todo esto es perverso, es inmoral. Pero debajo de la sentina
  • 2. que abona el albañal, en ese mismo lodo, nace como una flor extraña y hermosa la solidaridad de las mujeres. No sé si tú que estás leyendo estas líneas has pasado por lo mismo, espero que no. Yo también pasé por lo mismo, cuando tenía 13 años, confiando en el hermano mayor de un amigo. Un hombre que aún veo de lejos y cuya presencia me produce miedo, después de 40 años. Toda mi vida me he echado la culpa: me hicieron sentir que el abuso sexual me lo tenía merecido, que yo "era la sucia". No es nada singular: nos ha pasado a muchas. "Contarlo me ha generado mucho alivio -dice Emilia Drago- es que es tan fuerte, a uno le queda como una cosa que no puedes sacarte… Fue como una violación al alma". A su vez, Arlette Contreras ha tenido el valor de seguir saliendo a los medios y Giorgina Gamboa de llevar su caso a la Comisión Interamericana de DDHH. Y como dice Silvia Vásquez-Lavado: "Si nosotras mismas, las que hemos pasado abuso sexual, no lo decimos, seguimos permitiendo que esto sea aceptable". El Comercio, el jueves 21 de julio de 2016 Patricia del Río: Otra No importa si te ocurrió a los seis, a los quince, a los veinticuatro o a los cuarenta. No importa si tienes tres maestrías o si no terminaste primaria. No importa si ganas un sueldo de infarto o si sobrevives con las justas con el sueldo mínimo. No importa de qué color es tu pelo ni la marca de ropa que usas ni la cantidad de hijos que crías o que no crías. Si alguna vez fuiste víctima de un abuso sexual, de una agresión física o de un sometimiento psicológico sabes de lo que estoy hablando. Pasa el tiempo y sigues tu camino, te suenas los mocos, te refriegas las lágrimas y echas para adelante. Pero ya nada es igual. Después de esa metida de mano te cruzas la pista si ves a un grupo de chicos parados en la esquina. Si te manosearon en el Metropolitano no vuelves a ponerte un jean apretado. Si te dijeron groserías desde esa construcción, al día siguiente cambias de ruta. Si te jaló los pelos tu último enamorado, te cuesta volverte a enganchar con una pareja. Si alguien te dijo cien veces que eres una bruta, vivirás con ese eco para siempre. Algunos cambios los identificarás, de otros no serás consciente. Y creerás haber enterrado el asunto hasta que te lo encuentres en una discoteca, te sonría como si nada hubiera pasado, y se te paralice el corazón del susto. Hasta que esa escena violenta de esa mala película te haga llorar sin mayor explicación. Hasta que seas testigo de la agresión a alguien más y de pronto te asalte una furia que no creías capaz de sentir. Porque por más que la sociedad se empeñe en decirte que la violencia existe en todas partes, que te encanta hacerte la víctima, que la culpa es tuya, que eres una sonsa que no sabe defenderse, que no es para tanto; tú sabes que sí es para tanto. Tú sabes, en realidad, que es para más. Por eso te uniste a ese grupo en Facebook Ni Una Menos y te atreviste a contar tu historia. Por eso cada minuto apareció un post de alguien que confesaba haber sido maltratada por su novio, manoseada por su primo, acosada por su jefe, golpeada por su marido, humillada por su ex. Por eso vas a marchar el 13 de agosto para que ningún juez libere a un golpeador con la excusa de que no mató a su víctima. Porque los ojos morados no los llevas en la cara sino en el alma, porque la fractura que te deja la violencia se sana pero no se olvida. Porque el miedo que te dejó esa pateadura se
  • 3. supera, pero nunca se ignora. Porque tú sabes de qué se trata y no quieres que nadie más lo experimente. Porque esto tiene que parar. Porque tú ya no eres la misma. Exitosa Diario, el viernes 22 de julio de 2016 Juan Carlos Tafur: #NiUnaMenos Más allá de las reflexiones culturales que caben para entender la terrible extensión del machismo en una sociedad como la peruana y que tiene, entre otras consecuencias, la violencia física y psicológica contra las mujeres, es menester atender también un asunto concreto que ayudaría a disminuir los efectos de esta tara nacional. A la estadística habitual que revela porcentajes inamovibles de personas con alguna patología, se le suma un gran número de peruanos que enfrentan situaciones patológicas por diversas particularidades sociales, propias del Perú: pobreza, desigualdad social, violencia cotidiana, informalidad, marginación. Por lo menos dos tercios de peruanos viven como si, en la práctica, fueran ilegales o indocumentados dentro de su propio país, sin acceso a niveles mínimos de confort y seguridad: sin salud asequible, sin educación de relativa calidad, sin dosis mínimas de resguardo. Violencia y patología son consecuencias inevitables de semejante situación. A contrapelo de ello, la gran mayoría de colegios no tiene psicólogos al servicio de la detección temprana de patologías. Los centros de salud primarios carecen del mismo servicio. Los policlínicos de EsSalud tampoco lo tienen. Los seguros médicos privados no cubren atenciones psicológicas o psiquiátricas. Las oficinas del Ministerio de la Mujer apenas se dan abasto con poco personal. El MIDIS, que podría aprovechar su inmensa red clientelar para supervisar estos aspectos psicológicos, ni los tiene en cuenta. Al INPE no se le ocurre trabajar con las familias de los reos, que ven afectada severamente su vida por la situación del familiar preso. Se necesita una política pública de salud mental. La violencia contra la mujer es solo la punta del iceberg de un drama nacional que crece enmedio del abandono institucional. El Comercio, el viernes 22 de julio de 2016 Marco Sifuentes: Corazones rojos Amiga mía: No le di ‘like’ a tu historia. ¿Cómo podría? Pensaba que nos conocíamos tanto y no, mira, todo el tiempo estuvo allí esa herida abierta y yo ni cuenta. No le di ‘like’ ni nada porque me paralicé. Mientras leía cada línea en mi celular, más desconcertado quedaba. Más furioso, también. Y triste. Todo junto. Porque no le estaba pasando a otra víctima del noticiero. No, te había pasado a ti, te estaba pasando a ti. Así como tú, esta semana cientos de peruanas contaron en público, muchas de ellas por primera vez en sus vidas, sus desgarradores testimonios. Todo empezó el lunes, cuando se creó Ni Una Menos, un grupo de Facebook cuyo objetivo, recordarás, era coordinar una marcha contra la violencia machista. Pero algo pasó. Una de las participantes contó su historia. Y luego otra. Y otra. La bola de nieve fue imparable y para el jueves el grupo había alcanzado su tope de 40 mil miembros. Y las historias seguían.
  • 4. "Les conté a mis papás y abuelos, pero me callaron...". "Siempre critiqué a las que perdonan al marido que las golpea hasta que...". "Él vive tranquilo mientras yo, aquí, vivo el día a día tratando de no seguir odiándome". "No sé cuantas personas me conozcan en este grupo, y la verdad, no me importa, porque leerlas me hace sentir que no estoy sola, ya no". "No puedo creer que voy a publicar esto. Varias de mis amigas, que no saben nada, están en este grupo. Pero eso me hace pensar, si ellas no sabían sobre mí, ¿qué no sabré yo sobre ellas?". Se supone que yo ya sabía. Allí están los datos. Perú, el país con más denuncias de violación de América Latina. Tercer lugar en el mundo en mujeres que sufren de violencia de su pareja (7 de cada 10). Sesenta mil violaciones en 10 años (16 al día). El 90% de víctimas son menores. Pero los datos no bastan sin un rostro. Sin una historia. Y esta semana todos nos topamos con cientos de rostros con cientos de historias. Amiga mía: Me encantaría decir que fuiste la única, pero no. Esta semana he visto una veintena de amigas o conocidas o colegas contar su historia en ese grupo. Tampoco a ellas les di ningún ‘like’. No pude. Me paraliza también la culpa. Mira, no quisiera caer en el simplismo de decir que todos los hombres hemos sido perpetradores, ya sea por algún acto estúpido o incluso por simple inacción. No quisiera decirlo porque suena a cliché, pero no puedo evitar sentirlo. Cuando eres un chiquillo crees, porque así te formatearon, que las mujeres exageran. Que las ‘feminazis’. Que blablablá. Cuando vas creciendo y conociendo historias de cerca, vas cambiando. Cuando tienes niñas, empiezas a entender. Y a temer. Por supuesto, nunca podremos ponernos completamente en los zapatos de ellas. Pero si tú peleaste, amiga mía, nosotros también. Vamos a pelear juntos. Por ti, por mis hermanas, por las que ni siquiera han podido compartir su testimonio en Facebook. La marcha es el 13 de agosto. Como sabes, ando lejos y no podré ir, pero cuando vayas, llévame contigo en uno de los parchecitos que le pusiste a tu corazón. Perú.21, el sábado 23 de julio de 2016 Fátima Toche: Ni una menos Sororidad es un término que se viene acuñando y que alude a la solidaridad y concordia entre mujeres. Esta palabra, desconocida por muchos, busca romper con la percepción muy arraigada en nuestro imaginario, de que las mujeres son incapaces de generar vínculos amicales sinceros y duraderos, que los ambientes mayoritariamente femeninos son conflictivos y que por esencia somos enemigas, confabuladoras y saboteadoras. Todo ello muy conveniente en sociedades que buscan perpetuar el machismo. Yo no estaba convencida de la sororidad hasta que hace unos días me invitaron a un grupo cerrado de Facebook llamado "Ni una menos: movilización nacional ya". Dicho grupo fue creado a partir de los nefastos fallos judiciales que la semana pasada generaron indignación por favorecer alevosamente a los perpetradores de terribles actos de violencia contra Lady Guillén y Arlette Contreras. Si bien el grupo inició como un medio para la coordinación de una marcha, derivó en una especie de catarsis en el que no cientos, sino miles de mujeres empezaron a dar sus testimonios de abuso, en muchos casos por primera vez, desde acoso callejero, hasta
  • 5. terribles casos de violencia física y violación sexual. Era simplemente abrumador, en cuestión de horas, pasados de ser personas a más de 40 mil. Quienes nos tomamos el tiempo de leer los testimonios terminamos con el alma rota al estallarnos en la cara la magnitud del problema de la violencia de género, al evidenciar que no son casos aislado, que las afectadas por esta forma de violencia es un colectivo, todas las mujeres del país. Lo esperanzador fue que en medio de esta catarsis colectiva, surgió la solidaridad. Los mensajes de consuelo, fuerza y aliento no se hicieron esperar, ni las iniciativas de apoyo y movilización. Esas mujeres por primera vez en mucho tiempo no se sintieron solas. Nunca estuvimos solas, simplemente no nos mirábamos la una a la otra. Tal vez la armonía no dure mucho tiempo, tal vez con los días surgen más diferencias que consensos, pero ya se dio un primer paso. Ya inició un movimiento social, tal vez el más importante en mucho tiempo, que busca romper el círculo de violencia contra la mujer que está tan normalizada en nuestra sociedad y visibilizarlo. Nos vemos este 13 de agosto enla marcha nacional. Ni una menos. Si tocan a una, tocan a todas. La República, el sábado 23 de julio de 2016 Eduardo Dargent: Justicia Podrida La Sala Plena Ampliada de Justicia de Ayacucho ha defendido el lamentable fallo de tres de sus magistrados contra Adriano Pozo, el salvaje que vimos masacrar a golpes a Arlette Contreras en un brutal video. En un comunicado la Sala intenta pasar su fallo como el ejercicio normal de su función. Nos dicen que podemos criticarlo, e impugnarlo quienes se sientan afectados, pero debe aceptarse en nombre de principios democráticos y garantías judiciales. Les copio un pedazo de dicho comunicado: "Si bien es cierto que constitucionalmente se reconoce el derecho de todo ciudadano de formular críticas contra las decisiones judiciales, también es cierto que estos atributos propios de un Estado constitucional de derecho, se encuentran sujetos a límites; entre estos, resaltan el respeto de la dignidad humana y a la institucionalidad de los principios de independencia y autonomía judicial, que constituyen pilares fundamentales para la seguridad jurídica de la ciudadanía en su conjunto". Si se saca un comunicado, es porque consideran que, con nuestras críticas, ya se estaría afectando estos principios. Hay que ser muy obtuso para intentar esta defensa. Los firmantes invocan la autonomía judicial y los valores superiores que busca proteger. Este país ya vio muchos inocentes en prisión y violaciones sistemáticas por culpa de un Poder Judicial débil como para minimizar estos principios. Pero no mezclemos papas con camotes. En este caso, como en muchos otros, la autonomía sirve de careta precisamente para no hacer lo que un Poder Judicial debe hacer. Lo que queda de esta sentencia, y otras que se discuten en estos días, es el uso de esa autonomía para proteger la corrupción, la injusticia y el abuso. Su comunicado y la sentencia son parte de un patrón. Un patrón de varios asociado a la violencia contra la mujer. Si han seguido los valientes y poderosos testimonios de #niunamenos van a encontrar esos patrones. Hombres celosos y abusivos que destruyen con golpes o violencia psicológica a sus parejas, muchas veces mientras en público son
  • 6. encantadores y respetuosos. Podrán percibir el miedo, el terror cotidiano, en espacios privados que deberían ser un refugio. Miserables que duermen con medicamentos a sus víctimas para pasar una violación como sexo consensual. Tolerancia familiar al agresor o violador para evitar escándalos. Testimonio tras testimonio de pedofilia por parte de quienes estaban a cargo del cuidado de niñas y niños. Patrones. El patrón que nos ocupa: autoridades que no protegen a las víctimas, que dejan en claro que por machismo, corrupción, o lo que sea, no somos iguales ante la ley. Y que cuando se busca ayuda, el Estado falla. Un patrón que muestra que nuestro Estado mantiene formas autoritarias y de exclusión que conviven, y con frecuencia, violan esos grandes principios con los que intentan defender su sentencia. No son una garantía, son una trampa. Un patrón que, además, permite negar que se trate de "malos jueces". Mario Montalbetti tiene una hermosa y poderosa figura para explicar por qué es nefasto hablar de "malos elementos" al observar fenómenos de corrupción o abuso en el Estado o la sociedad. Hablar de manzanas podridas hace pensar que "si extraemos las manzanas podridas es posible restablecer lo que juzgamos es el orden natural del barril: un conjunto de manzanas rojas, saludables, nutritivas". Sin embargo, nos dice, comienza "a sospechar que no son las manzanas, sino que es el barril lo que está podrido". No todos los barriles están podridos. He visto de primera mano el admirable trabajo de funcionarias del Ministerio de la Mujer en Ayacucho, comisionados de la Defensoría del Pueblo, algunos fiscales y policías, que enfrentan este enorme problema armados de escasos recursos y mucha voluntad. Pero los jueces que firman el comunicado, y me atrevo a decir que buena parte del Poder Judicial, sí está podrido. Podredumbre que podemos ayudar a limpiar marchando este 13 de agosto. La República, el sábado 23 de julio de 2016 Raúl Tola: Ellas El rostro desfigurado a golpes de Lady Guillén, con la ceja abierta de un mordisco y los ojos hinchados y amoratados, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la violencia que sufren las mujeres, y que en 2012 la tuvo entre sus víctimas. Durante un año debió soportar las repetidas golpizas de Ronny García, que una noche estuvo a punto de matarla, azotando una y otra vez su cabeza contra la pared. Felizmente alcanzó a escapar, y denunció lo ocurrido ante la justicia y los medios de comunicación. Pero en vez de ampararla, el Poder Judicial pareció aliarse con su agresor. Primero lo dejó libre por exceso de carcelería, y hace una semana lo absolvió del delito de secuestro, condenándolo a cuatro años de prisión suspendida por delitos contra la vida, el cuerpo y la salud. A Arlette Contreras no le fue mejor. En una escena que parece salida de las peores perversiones de Quentin Tarantino, se ve a Adriano Pozo (su ex pareja) completamente desnudo y fuera de sus cabales, que la golpea con puñetes y patadas, mientras la amenaza, la insulta y la arrastra de los pelos por el piso de la recepción de un hotel. En un fallo que bordea el ridículo, a pesar de las contundentes evidencias y la gravedad de los hechos, un juzgado de Ayacucho condenó a Pozo a solo un año de prisión suspendida y al pago de cinco mil soles de caución, argumentando que la fiscalía no había logrado probar que hubiera tentativa de homicidio e intento de violación sexual.
  • 7. ¿Qué se esconde detrás de esta clase de fallos? ¿Por qué el Poder Judicial peruano es capaz de condenar a seis años de cárcel a quien forcejea con un policía, pero deja libre a quienes golpean a una mujer, casi hasta matarla, adoptando una actitud que se parece sospechosamente a la complicidad? ¿Por qué luego de sus traumáticas experiencias, Lady Guillén y Arlette Contreras deben vivir en el miedo, con la posibilidad latente de encontrarse con sus maltratadores por la calle? ¿Acaso el Estado es incapaz de mostrar humanidad, impartir justicia y proteger a sus ciudadanos, aplicando los instrumentos legales existentes? Detrás de estos fallos no hay más que dos posibles explicaciones. La primera y más mencionada, es la corrupción. Pero la segunda es incluso más preocupante, porque recorre transversalmente nuestra sociedad. Todavía quedan muchos peruanos -entre ellos más de un juez-, que siguen pensando en la mujer como un ciudadano de segunda categoría, que debe vivir subordinada a los caprichos de su pareja o sometida a las humillaciones de su jefe, está obligada de encargarse de la crianza de los hijos y los quehaceres del hogar en condiciones semejantes a la semiesclavitud, o de tener relaciones sexuales cada vez que se le ordena, y puede ser puesta en vereda -de un empujón, un sopapo o una patada-, cuando incumple sus obligaciones, se muestra independiente o se pone respondona. ¿Por qué sancionar a los pegalones, si de antiguo han existido y están justificados? Solo en lo que va del año, 54 mujeres murieron víctimas de feminicidio y 118 consiguieron salvarse. El lamentable desempeño de los juzgados peruanos frente a este silencioso genocidio ha despertado una necesaria oleada de indignación ciudadana, empujada por la campaña «Ni una menos», cuyo evento central será la marcha de este 13 de agosto. Ojalá seamos muchos miles, para que no vuelva a ocurrir. La República, el domingo 24 de julio de 2016 Claudia Cisneros: El grito es de guerra: Ni una menos Crecí pensando que era un sucio y desafortunado secreto; un malhadado infortunio. Pero el desembalse de experiencias que vienen siendo compartidas en estos días por mujeres de toda edad, me asombra. Nos revela cuán generalizado y cuán soterrado ha estado este problema por años. El espectro del abuso es amplio: acoso sexual, violencia psicológica y violencia física que acaba, en muchos casos, violentando la vida misma, en asesinato. Verbalizar estos episodios creo que es importante. Dejar de sentir vergüenza por algo que no hicimos, que nos hicieron. Creo que hace falta hacer legible -para nuestra salud y la de la sociedad- lo que tras su tejido viene sangrando. También porque creo que esta catarsis colectiva de algún mágico modo nos hermana, nos refuerza y nos convierte en una. En una sola voz de un síntoma psicológico y social, a medias manifiesto. Nombrar lo poco nombrado. Ponerlo en agenda. Hacernos cargo del problema y del esfuerzo por eliminarlo. Mis casos en nada se comparan con atrocidades y vejaciones que incluso han llegado a la muerte para algunas, pero empatizo con ellas porque he sentido aquellas veces que no había nada que yo pudiera hacer. ¿Sería porque soy mujer que me sentí así? Me pregunto hoy. ¿Sería que respondía a las expectativas de la mujer perfilada por esa sociedad de hegemonía masculina? ¿Sería que el implícito consenso social de la dictadura masculina me dictaba el silencio?
  • 8. La violencia masculina se erige a partir de un aprovechamiento de la asimetría de la fuerza física. Fuerza, o su amenaza, utilizadas como sustento de poder. El hombre abusivo se sabe protegido por el silencio de sus víctimas. Un silencio con el que pueden contar porque saben que es una sociedad en la que muchas de sus instancias y capas minimiza el abuso psicológico, social y físico hacia las mujeres, y por tanto de manera perversa, lo estimula. Los casos de Cindy o Lady que hemos visto en los últimos días dejan claro no solo que hay una hegemonía masculina que se resiste a morir, sino que figuras protagónicas de las instituciones de la sociedad, que deberían ayudar a combatirla, más bien se suman en complicidad que apaña y promueve la violencia contra las mujeres. Y que en muchos casos acaba en feminicidio, el asesinato de la mujer por género. Jueces, fiscales, periodistas, comunicadores, congresistas y más, que cotidianamente interactúan desvalorizando a la mujer, insultándola, vejándola, son también cómplices de su victimización. En democracia, las instituciones deberían acompañar a consolidar los mejores valores de una sociedad, no sus más perniciosos contravalores. No tomarse en serio esta tarea contribuye a la degradación de nuestra convivencia. Si la ley es un obstáculo porque valora el problema de la violencia de un hombre contra una mujer en proporción al daño físico infligido en esa primera cachetada, puñete o amenaza, habrá que cambiar la ley. Las leyes deben contribuir a solucionar problemas sociales o evitarlos, no a perpetuarlos. Se sabe hoy que la violencia de hombre a mujer puede iniciarse con una lesión leve, y que casi invariablemente, escala en intensidad y frecuencia que atemorizan y debilitan cada vez más a la víctima. Entonces, la lesiónno es útil como criterio de pena y castigo. Tampoco si el agresor es marido, pareja o conocido. Esta problemática requiere otros criterios y otros tratamientos. El silencio más estruendoso es de la mujer que no puede hablar porque ya no está. Porque fue silenciada de un balazo, un mazazo o a patadas. Pero más estruendoso aún es el silencio cómplice de la indiferencia o el apañamiento. Esa mujer silente somos cualquiera y todas. Somos una y la misma. Por eso siento que la marcha de este 13 de agosto es de una amarga belleza, porque nos hermana pero también nos recuerda el dolor, la impotencia, el sufrimiento solitario de tantas. A levantar la voz y el puño en contra de los cobardes enanos humanos que traicionan a la especie maltratando a quien es imprescindible para su propia existencia. Por eso creo que el #niunamenos es un grito de guerra. Nos vemos en la calle. El Comercio, el lunes 25 de julio de 2016 Carmen McEvoy: MNo es odio, es desprecio La que revela la violencia de género sobre el agresor Ni Una Menos se focaliza en el drama de las mujeres violadas, pero comienza a explorar cómo el desprecio vive entre nosotros Edgar Yaranga de la Cruz, subprefecto de Huamanguilla, fue capturado hace unos días por la policía acusado de acosar y violar a treinta niñas, cifra que va en aumento. Entre las pertenencias de este "representante" del Estado Peruano, la policía encontró 244 videos de pornografía infantil. Algunos de ellos grabados por Yaranga y en los que comete actos execrables contra niñas cuyas edades fluctúan entre los 11 y 14 años.
  • 9. La historia de horror ocurrió en Ayacucho, el mismo lugar donde Adriano Pozo fue liberado por los representantes del Poder Judicial pese a que miles de peruanos lo vimos arrastrando de los pelos a Cindy Contreras. Una mujer inerme a quien este matón humilló, golpeó y luego intentó ahorcar por negarse a tener relaciones sexuales con él. Cientos de mujeres han salido del anonimato para compartir sus historias de violencia sexual gracias a la iniciativa del colectivo Ni Una Menos. Lo que salta a la vista es la existencia de una tendencia perversa, que se reproduce y fortalece en una sociedad machista y autoritaria como la nuestra. Además del inmenso daño físico, la violación produce en la víctima un sentimiento de culpa. Este requiere un proceso que ayude a asimilar un trauma terrible e irreparable. Para los que tenemos hijas o nietas pequeñas, es inimaginable lo que puede sufrir una criatura de 4, 5 o 6 añitos luego de una violación perpetrada por un familiar o alguien en quien la menor confía. Por seres que desprecian la vida y, en su lugar, ejercen la violencia con el fin de dominar y privar a otro ser humano de sus derechos. Entre ellos, el de la felicidad. Hace algunas semanas se ha venido discutiendo el tema del odio entre los peruanos. Lideran esta suerte de reflexión -que es válida- políticos que lo denuncian para luego practicar ellos mismos la satanización más primitiva del adversario. Pienso, por ejemplo, en el congresista Héctor Becerril, quien mediante un meme define a su par como una terrorista, negándole sus derechos, al colocarla fuera de la ley y de las reglas de la humanidad civilizada. Este es un acto de desprecio por el otro. Expresión mucho más elaborada del odio que tanto preocupa a su bancada y que pareciera ser la moneda corriente en una cultura tan violenta como la nuestra. La actitud de desprecio, dicen los expertos, muestra la falta de respeto hacia otra persona a través de un trato injusto y despectivo. Cuando alguien es despreciado, se hiere su dignidad, como es el caso de muchas de las mujeres maltratadas y violadas cuyas historias van saliendo a la luz. El desprecio implica la humillación y, en muchos casos, el maltrato físico. Siempre pienso en el terrible desprecio del subprefecto Recharte, quien en 1866 mandó a quemar vivos a cientos de seguidores de Juan Bustamante, todos ellos indígenas, por el simple hecho de rebelarse contra su poder. Ni Una Menos se focaliza en el drama de las mujeres violadas, pero comienza a explorar cómo el desprecio vive y mora entre nosotros, siendo su expresión más terrible la violación. Esta infravalora a otra persona y la convierte en víctima de un ser que ha pervertido su propia escala de valores e imagina una superioridad social, económica, racial o de género que no existe. Camino al bicentenario, una de nuestras grandes prioridades debería ser aprender a reconocernos todos como iguales, lo que implica devolverle la dignidad a nuestra sociedad.