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EL ESPAÑOL, UNA LENGUA AFORTUNADA:
   GRANDES MOMENTOS DE SU HISTORIA.
                              Rafael del Moral

Resumen: La lengua española, que empezó siendo un habla latina en boca de
pastores y campesinos y usada en un rincón del norte de España, ha llegado al
siglo XXI transformada en una de las cuatro grandes lenguas de la humanidad.
La conferencia explica los momentos decisivos de su historia, los cambios que
hicieron que la lengua fuera creciendo cada vez más hasta extenderse por todo
el mundo. La reflexión se concentra en cómo habría evolucionado de no haber
sucedido uno de los ocho acontecimientos que aquí se consideran.


Sobre fortuna e infortunio: la valoración de las lenguas

      ¿Qué es una lengua afortunada? ¿Por qué la variedad latina nacida en un
rincón del norte de la península ibérica llegó a convertirse en una de las cuatro
grandes lenguas de la humanidad? ¿Cuáles son las razones que han multiplicado
en el mundo a los hablantes o estudiosos del español?

       Veamos lo que sucede en otros campos… ¿Es afortunado ese millonario
norteamericano que pasará a la historia como el gran innovador de la informáti-
ca? ¿Es una suerte que sus ingresos sean los mas importantes del mundo solo
superados por esas grandes superficies suecas de muebles que han revoluciona-
do el mercado y que han logrado que sus propietarios europeos, según las cifras,
superen al norteamericano de la informática? Las fortunas se cuentan en cifras,
y para las lenguas contamos en hablantes… Bien mirado, una lengua como el
sueco, que ocupa por número de hablantes, según mis cálculos, el lugar número
81 entre las lenguas del mundo y que es hablada por unos ocho millones y me-
dio de personas en Suecia y en Finlandia, no parece excesivamente afortunada.
Si embargo los hablantes de sueco y sus riquezas en euros serían capaces de
neutralizar la pobreza hispanoamericana, tal vez solo con los excedentes de sus
fortunas… ¿Tendría que ser el sueco más importante que el español, que ocupa
el tercer rango, o que el bengalí que ocupa el sexto? ¿Son las fortunas ajenas a
las lenguas…? Los suecos, que no son muchos, han tenido la habilidad de pres-
cindir de su idioma en los negocios para utilizar otras lenguas, como el inglés, o
el español que le han sido mucho más eficaces… Recordemos que ya tienen una
decena de grandes superficies en España… ¡y con qué éxito…! Por eso quiero
dejar claro que cuando hablo de fortuna me refiero a una condición eminente-
mente lingüística.


Sobres los permanentes cambios en las lenguas

       Pocos hablantes se sienten poseedores absolutos de sus lenguas. Constan-
temente falta algo. Los cambios son tan rápidos que en cuanto queremos ajustar
la actualidad, se torna en pasado.

       El español hablado en Madrid, que es el instrumento de comunicación
que yo más utilizo, ya no se modula ni se vocaliza igual que hace unos años; ya
no sirven expresiones que hasta hace poco estuvieron de moda; han envejecido
los apelativos de invocación o de contacto; bullen y fluyen en permanente cam-
bio los pronombres de cortesía y otras fórmulas de respeto; las exigencias pre-
posicionales parecen mostrarse más permisivas; formas léxicas que hasta hace
poco gozaban de elegante prestigio se tambalean; formas gramaticales inacep-
tables en el lenguaje cuidado de hace unos años ganan terreno; la lengua de los
medios de comunicación languidece, se ajusta como puede con escasos deseos
de innovación, y notamos tantas alteraciones que no podemos sino sospechar
que habrá inevitablemente un reajuste. Eso es lo que sucede cuando las lenguas
gozan de dilatado uso y prestigio, que continuamente se mueven, cambian, para
reacomodarse y, curiosamente, para rejuvenecerse… Se sienten ajenas y distan-
tes a las heridas del tiempo que necesariamente afecta a las personas. Y cabe
pensar que en ese continuo proceso de adaptación saldremos ganando, de mane-
ra natural, los usuarios.

       Se alzan, es verdad, voces críticas contra los medios de comunicación,
contra la oratoria política, contra quienes tienen voz hacia las masas, es decir,
contra todo aquello que más se difunde. Pero ese estado inestable que duda de
la corrección de un término, ese estado que se pregunta por la adecuación de
una palabra o una expresión es lo propio de las lenguas, y lo habitual en todas
las épocas y periodos. Cada hablante tiene su estilo, su patrimonio léxico, sus
preferencias por determinados usos metafóricos, sus lista de máximas, fórmulas
y muletillas, sus modos de organizar la ironía, su patrimonio expresivo privado.
Y en la continua búsqueda de esa pureza, tan atractivo nos resulta oír al un ora-
dor formado en las normas académicas como al hablante rural que, sin mirada a
las normas académicas, porque ni las conoce ni las quiere conocer, cuenta sus
cosas con admirable estilo para entonar y elegir frases y expresiones capaces de
cautivar a cualquier oyente, aunque vulnere las exigencias teóricamente correc-
tas. Tan necesaria es la norma como la libertad expresiva, tan necesaria es la
intuición e innovación del hablante, propietario de su lengua, como la conserva-



                                                                               2
ción y defensa del patrimonio lingüístico. Por eso las lenguas vivas necesitan
mostrarse en continuo cambio, en perpetua ebullición, como tributo a su propia
existencia.

       Las lenguas no tienen presente, decíamos, porque no son estáticas. Y no
son estáticas porque rara vez se encuentran ancladas, como los barcos, a la espe-
ra de su singladura. Las lenguas fluyen, cambian, mudan de aires, se ajustan, se
renuevan y cuando en alguno de estos vaivenes caen enfermas, se preparan para
la muerte si una cirugía adecuada, un cambio social, no lo remedia. Desapare-
cen, según el lingüista francés Claude Hagege, unos centenares de lenguas al
año. La escasa repercusión social de sus hablantes, y el exiguo interés que la
pérdida de las lenguas suscita entre quienes se inquietan por los movimientos
sociales, relega al olvido a todas esas que fallecen y no son enterradas. Ni si-
quiera una lápida las recuerda. ¿A quién le interesa el fin del dalmático o del
córnico, o la inminente disipación de los hablantes de queto, de navajo o de
inuí? ¿A quién le interesa la desaparición del labortano o del suletino, últimos
dialectos del vasco en su dominio francés? Los ecologistas se concentran mu-
cho más en la vida animal y vegetal, los historiadores investigan bastante ajenos
a la historia de las lenguas, a la mayoría de los políticos les inspira más la unifi-
cación que la diversificación, y para los comerciantes, modernos economistas,
solo cuenta la eficacia: fenicio y latín fueron las grandes lenguas del comercio,
inglés y español, entre otras, son hoy también grandes lenguas comerciales. ¿Y
qué hacemos los lingüistas? Para nosotros, y difícilmente podríamos hacer algo
distinto, el interés por las lenguas que no se transmiten por escrito, que son la
mayoría, no puede ir más allá de cierta mirada etnológica, de cierto talante
nostálgico.


Sobres lenguas y edades. Vidas y muerte de las lenguas.

      Pero volvamos al español. Produce cierto estupor pensar que, sometido a
esa regla universal e ineludible, también va a sucumbir. ¿Quién puede imaginar
su desaparición en estos momentos?¿Cómo se va a desmoronar? Sería difícil
que cualquier cataclismo aniquilara, redujera o desencadenara su decadencia,
pero sabemos que se extinguió el latín, que fue, probablemente, la lengua más
poderosa de occidente. ¿Y dónde están aquellas lenguas de los grandes imperios
que sucumbieron al ritmo que se hundía el armazón político? ¿Dónde está el
sumerio? ¿Dónde está el egipcio?

       Las lenguas son instrumentos de comunicación. Nadie utiliza un destorni-
llador despuntado o inapropiado, si a su lado tiene otro que se adapta perfecta-


                                                                                   3
mente al tornillo que quiere acoplar o desenroscar. Si el español se ha extendido
por el mundo con tanta elegancia, y nunca, contrariamente a lo que muchos pro-
pugnan, de manera impuesta, ha sido porque los hablantes de leonés y aragonés,
que fueron sus primeros vecinos, y luego los de catalán, gallego o vasco, prefi-
rieron el instrumento más adecuado, es decir, la lengua española, para determi-
nados usos de comunicación. Y también porque tras la independencia de los
países americanos, a lo largo del siglo XIX, aquellos gobiernos, de manera natu-
ral, eligieron la lengua que más convenía a sus administrados, y fue oficializada
la que hoy nos une aquí. Las lenguas no se imponen. Las lenguas están ahí, a
disposición de los hablantes, y una serie de acontecimientos las incitan a des-
arrollarse, extenderse, difundirse, universalizarse, y también a morir. Todas las
grandes lenguas de la humanidad murieron. La nuestra, no puede ser una excep-
ción.

       La perspectiva en la historia de las lenguas es todavía muy escasa. Solo
algunas se perpetuaron en textos escritos. Sabemos que las más longevas no han
alcanzado más de tres mil años de vida, y eso con serios achaques. El chino ac-
tual se parece al de hace treinta siglos gracias a un tempranísimo uso literario,
mil años anterior a nuestra era, mucho antes de que supiéramos lo que iba a ser
el griego. La lengua de Aristóteles y Platón es otra de las más ancianas, o por lo
menos se parecía mucho a la usada en Grecia antes de las profundas modifica-
ciones a que se vio sometida a mediados del siglo XX, casi una cirugía estética.
Muy particular es también la edad del hebreo, lengua bíblica y mítica que reapa-
reció después de muerta al servicio del actual estado de Israel. Nuestra cuarta
anciana, el sánscrito, consolidó su poder, una vez más, en la cultura. Estas cua-
tro lenguas han tenido una vida azarosa, difícil, combativa, pero han conseguido
cumplir esa edad tan codiciada que no llegaron a alcanzar lenguas tan influyen-
tes como el sumerio (unos mil años de vida), el egipcio (unos dos mil), y ni si-
quiera el latín (unos mil trescientos años). Otras menos afortunadas murieron
tan jóvenes que ni siquiera llegaron a tener nombre, y otras que sí lo han tenido,
como el mozárabe en el sur de España, gozó de una breve existencia de seis si-
glos. Del guanche, lengua bereber que se habló en las Islas Canarias, conoce-
mos su desaparición, pero no tenemos la fecha de nacimiento. Algo parecido
sucede actualmente con el eusquera o vasco: sabemos que está vivo, y que esta-
ba vivo en el siglo XVI, pero ignoramos todo sobre su linaje, su infancia y su
juventud, y sabemos mucho, eso sí, de su truculenta madurez. Las lenguas sepa-
ran a los pueblos de manera natural, pero también ideológica.


Momentos mágicos en la historia del español




                                                                                4
Del español tenemos datos muy precisos: lugar de nacimiento, fecha
aproximada de alumbramiento, razones para la aceptación de sus hablantes, in-
teligentísimo ajuste al uso escrito logrado por el rey castellano Alfonso X el Sa-
bio, acierto excepcional, y casi espeluznante, del uso que de aquella lengua hizo
Fernando de Rojas en La Celestina, y una serie de coincidencias, de momentos
claves de su historia, que la elevaron a esa categoría de grandes lenguas de la
humanidad que también ocupa, en orden cronológico, el sumerio, el chino, el
griego, el latín, el árabe, el italiano, el francés, el ruso y el inglés.

      ¿Y cuáles fueron esos momentos mágicos de la historia del español que
hizo que aquella lengua de los rudos pastores cántabros refugiados en las mon-
tañas del norte de España se convirtiera en una de las más apreciadas por la
humanidad?

       Veamos, más a modo anecdótico que riguroso, más de manera caricatu-
resca que fotográfica, más en disposición divulgativa que rigurosamente cientí-
fica, veamos, digo, en qué puntos se concentra la grandeza de los aparentemente
insignificantes hechos.

       Casi todos los momentos clave en biografía del español, que de joven se
llamó castellano, estuvieron inspirados en la melancolía, pero también en la re-
beldía, en la desobediencia al orden establecido, en decisiones taciturnas, en
talantes románticos, en coincidencias afortunadas, en regalos de las fuerzas cie-
gas de la naturaleza. Porque las lenguas llegan a distanciarse unas de otras como
resultado, como decíamos, del azar, de ese toque de varita mágica que la con-
vierte en privilegiada frente a las vecinas. No depende de su estructura interna,
no, ni de la riqueza léxica, ni siquiera de la facilidad gramatical, tampoco, en
eso no piensa la historia, depende de situaciones tan ajenas a los propios
hablantes que merece la pena detenerse románticamente en ellas.

       Revisemos, pues, algunos momentos mágicos de la historia del español
que han de ayudarnos a explicar lo que puede sucederle en los próximos años,
en los siglos lejanos. Y lo vamos a hacer recordando ocho momentos mágicos.
Para una mejor continuidad, enumerémoslos con la prudente intención de enca-
minar esta lección, para que no se pierdan quienes lo oyen, para que, si es posi-
ble, nadie se desinterese, nadie se disipe en esta particular relación de la historia
de una lengua que tanto ha dado que hablar, en todos los sentidos, a la humani-
dad. Estos momentos mágicos y también míticos son los siguientes:

      Primero - La soberbia de Fernán González el rebelde, un hombre que le
plantó cara al mismísimo rey. Corrían los años en que la España visigoda había

                                                                                   5
sido invadida por los musulmanes. Por entonces Europa entera podía haber pen-
sado que la lengua del futuro era… la poderosa lengua árabe.

       Segundo - El trueque de Alfonso X, un rey apodado el sabio que prefiere
las letras a la guerra, la cultura a las armas, los libros a los ejércitos, y eleva al
español, que por entonces ni siquiera se llamaba castellano sino lengua roman-
ce, aunque era la lengua de Castilla, a la categoría de lengua escrita.

      Tercero - Una boda clandestina, sí. Una boda clandestina influyó radi-
calmente en el destino del español. Creo que de no haberse producido, nunca
habríamos llegado a la dimensión actual de la lengua. El novio se llamaba Fer-
nando, la novia, mayor que él, Isabel… Los padres ni estaban de acuerdo ni co-
nocían la estrategia de los esposos, que se conocieron poco antes de la ceremo-
nia.

      Cuarto - Un inesperado éxito militar en una ciudad mítica: Granada. Los
musulmanes desaparecen de España. La supremacía castellana coincide con el
declive del poder musulmán. Corría el final del siglo XV.

      Quinto - La milagrosa aventura de un loco y su final feliz. El iluminado
se llama Cristóbal y ha sido premiado por su perseverancia con tres barquitos
más parecidos a una cáscara de nuez que a cualquier navío moderno. Seguimos
en finales del quince. Milagrosamente el aventurero regresa. Por fortuna puede
asegurar que ha llegado a algún sitio. Muere sin saber que se trata de un nuevo
continente.

       Sexto - Un fracaso, una tragedia, la muerte de un tal Felipe, de gran belle-
za, se convierte en éxito, en cambio favorable de rumbo. Acaba de iniciarse el
siglo XVI. La extensión de aquella lengua, que ya se conoce como el español,
parece imparable.

      Séptimo - La impericia de un rey de escasa inteligencia, Fernando VII, y
la inevitable fuerza de una lengua ya consolidada para esparcirse por América.
Nunca antes había llegado al continente de manera tan firme.

       Octavo - El mimo y la generosidad de sus hablantes le ha puesto el último
galardón. Son grandes las voluntades y útiles los acuerdos de los últimos años.
Es la época del éxito, y de los maridajes.

      Hablemos de cada uno de estos ocho momentos.




                                                                                    6
1
      El primero de ellos, ese primer momento especial sin el que no habría lle-
gado a la madurez de hoy, ese período de la concepción, se cobijó en la rebeld-
ía de un hombre llamado Fernán González. Era el revolucionario caballero
un leonés inquieto y aguerrido, conde y señor de Castilla, uno de los territorios
de aquel reino de León, uno de los primeros formados por los cristianos que lu-
charon contra la invasión árabe.

       De Fernán González, primer contribuyente para la historia de nuestra len-
gua, sabemos que murió en el año 970, y también que, después de mostrar su
intrepidez y arrojo en defensa del monarca leonés, Ramiro II, desveló sus dese-
os de independencia para Castilla. Y para evitarlo, Ramiro II lo encarceló. A la
muerte del rey, en 951, y aprovechando a la crisis interna del reino leonés,
Fernán González consolidó su poder y consiguió vincular Castilla a su familia,
una decisión tan patriótica para los castellanos como insubordinada para los
leoneses. Por entonces la lengua leonesa y la lengua castellana no se diferencia-
ban, o si lo hacían era en tan ínfima medida que sus hablantes apenas aprecia-
ban las distancias.
       El condado castellano pasó a la muerte de Fernán González y por heren-
cia, a su hijo García I Fernández. Quedó así consolidada la cuna del castellano.
       Hoy recordamos aquellos hechos, insignificantes en la densidad de la his-
toria, en la multitud de nombres y apellidos que con estas raíces: Ramírez,
Fernández, Martinez, González, García… Estos antropónimos se multiplican
por el territorio de las dos Castillas y otros aledaños, y en el olvido de la mayor-
ía de los hablantes que ya recuerdan poco de sus antecesores. El castellano
avanzó hacia el sur, al mismo ritmo que avanzaba la conquista de territorios
ocupados por los árabes. De no haber avanzado, la lengua habría quedado es-
tancada. Eso le sucedió al leonés, que no era sino el resultado del latín hablado
en el reino de león y tan cercano del castellano en léxico y fonética. Ambas len-
guas se llamaron romance en sus orígenes. El leonés no dio ni un paso más. El
castellano siguió avanzando, pero al castellano nadie le dio la menor importan-
cia, nadie le adjudicó identidad alguna, nadie le atribuyó el menor interés futu-
ro, nadie experimentó la menor inquietud o aprecio por aquel dialecto rústico y
aldeano frente al refinado latín, nadie sospechó por entonces que había de con-
vertirse en una lengua hablada y estudiada, diez siglos después, en los cinco
continentes.




                                                                                  7
2
       El segundo momento mágico, el segundo paso de la vida de aquella len-
gua, una de las muchas en que se había fragmentado el latín, acontece porque un
sucesor de la estirpe iniciada por el guerrero rebelde Fernán González, conocido
como Alfonso X, que vivió en el siglo XIII, agrandado ya el reino de Castilla
hacia territorios del sur, tomó la decisión, también rebelde y cuestionada, de
huir del latín para la redacción de las leyes y otros asuntos, y utilizar una lengua
sin prestigio en boca de gentes humildes. Por entonces las otras lenguas del te-
rritorio que había sido la Hispania visigoda eran el gallego, el aragonés y el ca-
talán.

       Aquel gesto le hizo merecer a Alfonso X el sobrenombre de el sabio. Pero
si queremos concederle su exacto valor como instrumento útil, como vehículo
de comunicación, hemos de recordar también que el rey Alfonso no utilizó el
castellano, sino el gallego, por entonces lengua de más rango, en su obra poética
personal. Difícilmente podríamos estar en una consideración más justa de los
hechos: reconozco, viene a decir el rey, que la lengua de mi reino es el castella-
no, no cabe duda, y esa es la lengua más útil para la comunicación. Pero al
mismo tiempo reconozco también que la lengua más avanzada en capacidad ex-
presiva, en riqueza literaria, es el gallego, y por eso la utilizo para mi poesía
personal.

      Los colaboradores del rey Alfonso X, puestos por él mismo al servicio de
la lengua, alcanzan una insospechada dignidad en sus expresiones, una acomo-
dadísima sintaxis y un léxico que nos enternece. Aquel modo de redactar solo
podía ser consecuencia de un clarividente y plácido sentimiento de respeto y
consideración hacia una lengua, el castellano, que empieza a dar sus primeros
pasos serios. Todavía está muy lejos de convertirse en la primera en importancia
de las herederas del latín. Además de los gallegos, los poetas provenzales han
desarrollado una literatura de la que el castellano se encuentra aún muy distante.




3.
      Y llegamos al tercer momento mágico, el más significado en la historia
del español.

      Le ocurrió por entonces a nuestra lengua, y durante un periodo de unos
cincuenta años, algo parecido a lo que le sucede ahora, desde hace solo unas



                                                                                  8
décadas. El año de 1469 se parece mucho al de 1978. En aquel entonces, una
boda clandestina. En la fecha reciente, un cambio social.

       En aquel 1469, en la mañana del 19 de octubre, una princesa castellana
que contaba entonces dieciocho años, contrajo matrimonio con un joven ara-
gonés, príncipe también, un año menor que ella. Los contrayentes se habían co-
nocido cuatro días antes de la ceremonia, y una y otro, Isabel y Fernando, eran
herederos de sus respectivos reinos. Y una vez heredero del reino de Aragón, al
que también pertenecía Cataluña y las Islas Baleares, Fernando I, casado con
Isabel I, heredera del reino de Castilla, al que también pertenecía ya el de León,
se hicieron cargo, por igual, de dos reinos en los que convivían cinco lenguas
que de este a oeste eran las siguientes: el gallego, cultivado por poetas y habla-
do vivamente por el pueblo, el leonés o astur-leonés, confundido profundamente
con su lengua vecina el castellano, que ha corrido mejor suerte; el propio caste-
llano, que es la lengua de la reina Isabel, el aragonés, que también se confunde
con el castellano, y el catalán, que tiene sus propias raíces, su difusión escrita y
literaria y cuyos hablantes no sienten, por entonces, necesidad alguna de acer-
carse al castellano, ni nadie se lo pide.

       Aquel fue el primero de una larga y afortunada serie de acontecimientos,
bastante seguidos, que catapultaron al castellano hacia la condición de lengua
privilegiada. Por entonces pasó a llamarse español. ¿Y qué había sucedido en
1469? Pues sencillamente una conspiración, otra vez un acto de rebeldía, de de-
safío de los poderes establecidos porque ni el monarca de Aragón, Juan II, ni el
de Castilla, Enrique IV, su hermano, tuvieron noticia de aquel matrimonio hasta
después de consumado. Había sido una nueva insubordinación de la nobleza,
como aquella del conde Fernán González, frente a los poderes establecidos.
       Pero cuando las revoluciones triunfan, no se buscan culpables. El pro-
blema solo existe cuando fracasan.




4.
       Pasemos al cuarto momento. La fortuna, que de manera tan desigual se
reparte en tantas circunstancias, acompañó a Isabel de Castilla y Fernando de
Aragón desde el principio. Sus decisiones, tan cuestionadas, resultaron políti-
camente acertadas. Incluso los aparentes fracasos, se tornaron inexplicablemen-
te en éxitos. ¿Y cuáles fueron aquellos éxitos? Sin duda alguna los dos más im-
portantes sucedieron el mismo año, probablemente el año decisivo para la histo-
ria del español, el de 1492. Aquel año apareció la primera gramática en lengua


                                                                                  9
castellana, la que escribió el humanista sevillano Antonio de Nebrija. Pero eso
no tuvo ninguna importancia para la expansión del castellano. Si la tuvo, y mu-
cho más, la guerra sin batalla que los príncipes Isabel y Fernando, ahora conver-
tidos en Reyes y posteriormente identificados como Reyes Católicos, lograron
someter al último vestigio de la presencia musulmana en España, la del re-
ino de Granada. Conquistado aquel reducto musulmán, muchos herederos de los
invasores huyeron, otros, los menos, se acomodaron a la nueva vida de los cató-
licos, y los nuevos pobladores de aquellos territorios, castellanos y leoneses,
llevaron allí el castellano y desplazaron a la lengua románica hablada en aque-
llos territorios, el mozárabe, que por aquel entonces desapareció. Lo que era un
éxito para el castellano, actuaba, no lo olvidemos, en demérito de otras lenguas,
que es lo que suele suceder con la historia. Unos siglos antes el latín había des-
plazado al íbero.

       La política unificadora de los Reyes Católicos utilizaba la lengua, la reli-
gión y el poder como signos de cohesión. Recordemos que desde el punto de
vista lingüístico, y solo desde este, la expulsión de los judíos, que contribuyó a
la unidad religiosa, se recuerda hoy en la variedad del castellano, el sefardí, que
los herederos de aquellos siguen hablando en muchos rincones del mundo.



5.
       Y entre todas aquellas medidas que tanto contribuyeron a la unidad del
país, hubo otra, continuadora de la euforia de victorias y éxitos de los reyes.
Otra que también tuvo lugar el mismo memorable año de 1492, la de conceder-
le tres barcos a un maniático aventurero que no cesaba de importunar a mo-
narcas. Es la quinta coincidencia.

       A medida que conocemos la vida de Cristóbal Colon, cuando leemos su
diario del viaje hacia las Indias, hoy América, cuando entramos en su personali-
dad, descubrimos un mundo místico, intelectual, íntimo y aventurero… El mis-
mo que inspiraría después a tantos conquistadores españoles viajeros del conti-
nente americano. Pero como estamos en la historia del azar, podemos añadir que
también el rey de Portugal estaba cansado de oír las demandas de Colón, y que
la reina Isabel, porque fue ella quien tomó la generosa decisión, no le habría
prestado ayuda alguna si no hubiera tenido aquel mismo año de 1492, el 6 de
enero, aquella grandiosa y decisiva victoria sobre los musulmanes. Inspirada en
aquellos éxitos accedió a regalarle tres cáscaras de nuez, tres insignificantes ca-
laveras, tres grandes trozos de madera flotante, aunque las llamemos barcos,
para descubrir las rutas occidentales hacia oriente. Y tuvo una intuición de éxi-
to, porque el 12 de octubre de aquel mismo año el marinero genovés divisó un


                                                                                10
nuevo continente. Pero lo difícil quedaba aún pendiente, había que regresar. Y
se produjo el milagro. Colón atrapó las costas peninsulares portuguesas con so-
lo dos de sus tres barcos después de sobrevivir a una difícil tormenta. El otro,
incluida su tripulación, desapareció en América.

       Para la reina no fue sino una más en la amplia lista de decisiones en la
que casi nadie confiaba. Lo difícil para aquel excéntrico marino, inquieto y tro-
tamundos, que tenía nombre de iluminado, y origen forzadamente desconocido,
quedaba todavía pendiente: mostrar que había ido. Poco a poco se lo fueron
creyendo, y con la incertidumbre, y la seguridad de lo que aparecía a la vista, de
lo que allí había, empezó a inflarse el reino. Responsables de aquella extensión
fueron los conquistadores, gentes tan aventurera como Colón que con sus pro-
pios medios y un contrato real se lanzaban al continente Americano en busca de
tierras con que engrandecer la corona castellano-aragonesa. Los conquistadores
Francisco Pizarro y Hernán Cortés lograron sus mayores éxitos al adentrarse en
el Imperio Inca y en el Imperio Azteca respectivamente. No entraremos en las
críticas que aquellos acontecimientos suscitaron y suscitan en nuestros días. Por
muy interesantes que sean, que no son, nos desviarían de nuestro estudio.




6.
       El sexto momento mágico en la historia del castellano es una muerte.
¡Cuántas veces la muerte de algo da vida a otro ser o acontecimiento! El repen-
tinamente desaparecido es un príncipe alemán. ¿Y qué hace aquí este hom-
bre de sangre azul? ¿Por qué una muerte favorece la expansión de la lengua?
Pues muy sencillo, otra vez la política matrimonial. El hijo del príncipe alemán
lo es también de la princesa de España. Y llegamos a un momento turbio de la
historia que debemos aclarar.

       Muchos fueron los reyes que dividieron sus territorios para repartirlo en-
tre sus hijos. Así, por ejemplo, se escindió el territorio de Galicia y Portugal, y
hoy, unos y otros, consideran dos las lenguas que estaban destinadas a ser una.
Los Reyes Católicos, que tantos éxitos habían obtenido con su unión, desearon
que sus descendientes hubieran contribuido a la expansión, especialmente con
Portugal. Y a ello dedicaron grandes esfuerzos. Todos ellos fracasaron por mo-
tivos que no viene al caso aclarar para no extender innecesariamente estos razo-
namientos. El hecho es que a la muerte de Fernando, en 1516 (Isabel había des-
aparecido en 1504), la heredera legítima de ambos es la hija Juana. Juana se ha
casado con un príncipe alemán, Felipe, apodado el hermoso, y ella se ha enamo-


                                                                                11
rado locamente, él, parece ser que mucho menos. Pero Felipe ha muerto inespe-
radamente al beber un vaso de agua fría tras una partida de pelota, según cuenta
la leyenda. La heredera de tan vasto imperio es Juana. Pero la princesa ha lleva-
do su tristeza por la desaparición de su amadísimo Felipe a tal extremo, ha ma-
nifestado en público tantas lamentaciones y llantos, ha seguido tan de cerca al
cadáver de su marido que primero unos pocos y luego muchos más empiezan a
considerarla loca. Las cortes del reino, el parlamento de entonces, toma en con-
sideración su comportamiento y debe considerar si goza o no de suficiente luci-
dez para el gobierno. Deciden que no, que en ese estado de enajenación no pue-
de reinar. Ella pasará a la historia con el sobrenombre de la loca, Juana la loca,
y él como Felipe el hermoso. Se hará cargo del reino, y aún más, del imperio, el
hijo de ambos, Carlos de Austria. Carlos es nieto de los Reyes Católicos, y
heredero por tanto del reino de España y sus territorios coloniales, y también es
nieto del emperador Maximiliano de Austria, de quien recibe las posesiones
centroeuropeas. Carlos I es, digámoslo con toda audacia, el gran monarca de la
lengua española, conocido también por ser el primer rey de Europa y nombrado
Carlos V el Emperador, y lo fue también de muchos territorios más que dilata-
ban el imperio, que extendían el señorío, que unificaban territorios tanto en Eu-
ropa como en América, y como acompañante de aquella parafernalia, la lengua.
El español, la lengua del Imperio, alcanzó por entonces un prestigio muy pare-
cido al que hoy detenta el inglés, o al que años antes había tenido el latín. Fue la
lengua de moda, la lengua de referencia, la lengua de los viajes, la lengua de la
formación, de la cultura, de la clase, de la fineza, de la expresión distinguida,
del señorío… Todo occidental que se preciara tenía la obligación de pasar por el
español. Y así fue hasta que el francés, en el siglo XVIII fue raspando protago-
nismo a la lengua española en Europa, y en buena parte del mundo, pero no en
el continente americano.



7.
       En séptimo lugar llegamos al acontecimiento menos rebelde de todos, al
más inesperado, al más teñido de magia. El número de hablantes que hoy tiene
nuestra lengua se concentra en un continente donde no nació. Un continente
que, para mucha gente, recibió a los colonizadores españoles que en su conquis-
ta arrasaron con aquella civilización y, según muchas torcidas interpretaciones,
impusieron su lengua. Hoy sabemos que aquello no fue así, que ninguna de las
medidas que Felipe II, Felipe III, Felipe IV y, Carlos II, reyes herederos del Im-
perio de Carlos I y administradores con mayor o menor fortuna, tuvieron como
objetivo desplazar o anular a las lenguas del continente americano. Las lenguas,
al parecer de muchos especialistas en sociolingüística, no se imponen. Ni se han
impuesto nunca. Y cuando un imperio ha intentado hacerlo, ha tenido los resul-



                                                                                 12
tados opuestos. Tampoco Felipe V, el primer rey Borbón, ni Fernando VI, tal vez
el mejor rey de España, ni Carlos III, el mejor alcalde de Madrid, y Carlos IV,
que sencillamente olvidó que era rey y se desentendió de su legado, adoptaron
decisión alguna contraria a las lenguas americanas. Muchas veces fueron los
españoles quienes aprendieron las lenguas amerindias, y las primeras universi-
dades fundadas en América utilizaron, a igual que en España, la lengua latina.
Ninguna de las decisiones tomadas por los virreyes de España en América pudo
contribuir a la extensión, expansión y divulgación masiva del español en el con-
tinente americano. Ahí están los estudios de Rafael Lapesa, de Manuel Alvar,
de Antonio Quilis y de tantos otros que tan minuciosamente lo explican. Una
vez más el acto más inesperado, la acción que aparentemente debía contribuir
en menor grado a la difusión del español en América, milagrosamente, fue la
que desparramó a los hablantes. La gran explosión del español en el continente
americano fue la que los propios gobernantes de allí llevaron a cabo una vez
independientes, y no antes, una vez organizados los estados, y con el único fin
natural de disponer de un instrumento de comunicación útil entre los adminis-
trados. El español fue declarado lengua oficial en los países a medida que
iban declarando su independencia. Así fue como el español trepó, se alzó,
conquistó sin colonizadores el continente americano. Y así es como se extien-
den las lenguas: de manera natural, sin imposiciones, con la necesidad de con-
vertirse en instrumentos útiles de comunicación, con la llaneza con que elegi-
mos un destornillador, y no otro, para ser eficaces en nuestro trabajo.



8.
      Envueltos en esta aureola histórica, conscientes de haber llegado a la ex-
pansión sin que nadie hubiera podrido programarlo, satisfechos de que sea así y
no de otra manera, hablemos ahora, en este octavo y último momento mágico,
en lo que podemos llamar el mimo y generosidad de sus hablantes, la historia
reciente de los grandes acuerdos, los éxitos y maridajes de los últimos años.

       Podríamos decir que en los orígenes estaban nuestros vecinos del norte,
los franceses. El rey que en el siglo XVIII sucedió a Carlos II de Austria, fue
Felipe V de Borbón, antecesor de nuestro actual Juan Carlos I, también de
Borbón. Carlos II de Austria había muerto sin descendencia a finales del siglo
XVII. Media España quería como descendiente a otro rey de su familia, aunque
fuera de otra rama, y la otra media prefería a un rey de la familia francesa de los
borbones. ¡Hemos estado tantas veces divididos los españoles…! Una pequeña
guerra, nada que ver con las de ahora, convirtió en perdedores a los partidarios
del rey de la casa de Austria, y el rey francés sentó sus reales aposentos en el


                                                                                13
trono de la España Imperial con el nombre de Felipe V. Con independencia de
su labor política, diremos que una de sus primeras decisiones fue la fundación,
según el modelo francés, de la Real Academia de la Lengua… Y su labor puli-
dora de estilo se inició de inmediato. Perdimos desarrollo literario porque du-
rante el siglo XVIII España fue una nación traducida, pero ganamos en rigor
lingüístico. Resultado de aquella exquisita tradición son tres obras de gran clase
y estilo, tres obras extraordinariamente unificadoras, la ortografía, el diccionario
y la gramática. Las tres definen un estilo, señalan una norma, marcan un com-
portamiento, indican un camino para todos los hablantes de español del mundo.

       La ortografía apenas ha cumplido ocho años de vida. Las 22 academias de
la lengua española que existen en el mundo se han puesto de acuerdo para su
redacción y ahora podemos escribir el español sin dudas en cuanto a los normas
escritas para todos los rincones del mundo.

      La misma suerte ha corrido el léxico. A la vigésimo segunda edición del
diccionario de la Real Academia Española, que había incluido más de veinte mil
términos usados solo en América, le ha seguido una obra singular: el Dicciona-
rio Panhispánico. De él podemos servirnos para resolver las dudas de aquellos
términos que no coinciden en el continente americano y en el nuestro.

      Y la tercera publicación unificadora aún no ha aparecido, pero lo va a
hacer uno de estos días. Se trata de la Gramática de la lengua española aproba-
da, una vez más, por todas las academias de la lengua.


       Envueltos en esta aureola histórica, podemos decir que los hechos que
más han contribuido a la difusión y extensión del español son, dicho de manera
grata y sin aristas, los siguientes:

      - La rebelión sediciosa de aquel joven aguerrido que independiza al
        condado de Castilla de su monarca.
      - La boda clandestina de los herederos de dos reinos.
      - La capacidad de seducción de un marinero errante que se atrevió a
        persuadir a una reina.
      - La supresión de los derechos a la reina Juana, convertida en loca, sin
        que nunca supiéramos, aunque si sospechamos, en qué consistió exac-
        tamente su demencia.
      - Y la aceptación y beneplácito del español en América en el momento
        más inesperado, en la independencia de los estados americanos.




                                                                                 14
Ninguno de ellos son motivos estrictamente lingüísticos. Las lenguas se
ajustan al perfil de la sociedad que las sustenta; las lenguas fluyen y cambian
muy a pesar de sus hablantes, las lenguas se escabullen como hábiles serpientes,
como escurridizas culebrillas, sin que el poder político tenga en sus manos su
control, aunque sí puede hacer mucho por su protección.

       El español, condicionado por fases y transformaciones, escapa de la es-
tricta voluntad de sus hablantes. Y sin entrar a considerar más asuntos que pro-
longuen inútilmente los razonamientos, diremos que nadie hubiera aventurado
la expansión del español por América precisamente en el momento en que me-
nos influencia política tenía en el Nuevo Mundo. Algo parecido le sucede tam-
bién al inglés: su aprendizaje se realiza hoy al margen de los países, europeos o
americanos que dieron luz a la lengua, con independencia del afecto o desafecto
que se manifieste por aquel pueblo que la originó.


El español y otras lenguas en las últimas décadas

       Desde hace algo más de un siglo y medio las cosas le han ido muy bien al
español. Luego pasó unos años estabilizado, y en las últimas décadas la fortuna
parece acompañarlo de la misma manera: en gratas coincidencias, en elegantes
posturas ante el mundo, en capacidad difusora, en atracción estética, en gusto
por su estudio, aprendizaje y uso. Los extraordinarios progresos sociopolíticos
del territorio que fue cuna del español han catapultado su reputación, y con ella
su atractivo y su difusión. A su afianzamiento como lengua vehicular en el
mundo contribuyen otros factores que hemos de enumerar con prudencia, pero
sin recelos, con respeto, pero sin remilgada educación.

      Las lenguas del mundo que viven durante tiempo deportadas, proscritas,
eclipsadas u oprimidas por la lengua que elige el poder como única son numero-
sas. Y no por ello estas lenguas en inferioridad desaparecen. Es el caso de los
centenares de idiomas hablados en la India, y la imposibilidad de unificarlas con
el poder del hindi y del inglés. Pero, desde el otro lado de la observación, tam-
poco los esfuerzos de lenguas que pretenden recuperar su identidad con medi-
das legales consiguen afianzar su uso como a los poderes públicos les gustaría
que fuera. En las calles de Riga (Letonia), como en las de Barcelona (España),
la inmensa mayoría de periódicos y libros que ocupan las estanterías de los
kioscos, librerías y bibliotecas están escritos en ruso y en español, respectiva-
mente, y no en letón y en catalán como preferirían las autoridades locales. Solo
unas cuantas publicaciones, con financiación pública, atestiguan la presencia de



                                                                              15
aquellas interesantísimas lenguas no elegidas en la difusión de noticias, literatu-
ra o divulgación científica.

       Veamos, a modo de ejemplo, la expansión del francés por el mundo y sus
modos de arraigo, comparados con los del español. Hasta épocas recientes el
francés ocupaba un lugar muy destacado en Europa y en el mundo. Hoy, eclip-
sado por la fuerza arrolladora del inglés, pierde impulso. Pero también porque la
expansión del francés por el mundo nunca entró de lleno en el lugar donde se
cuecen las lenguas para que se perpetúen, en la cocina de las casas. El espacio
que ganó el francés en aquellos países casi nunca fue comparable al del español
en América. Los castellanos y las criollas formaron parejas felices, crearon fa-
milias bilingües en cuyos dormitorios convivieron la lengua amerindia y el cas-
tellano. Una generación tras otra ganó terreno el instrumento de comunicación
más útil, el que más convino en cada momento. De aquella misma manera se
introdujo el latín en la península Ibérica y desplazó al íbero y a otras lenguas
celtas. Suponemos que todo aquello empezó cuando un soldado del imperio le
dijo a una íbera en latín coloquial: “Tía, estoy por ti.” Y a los pocos años ya ten-
ían cuatro vástagos bilingües. Luego, también de manera natural, el latín ganó
terreno y echó raíces en las cocinas. El francés de la colonización alcanzó gran-
des cotas entre intelectuales locales, pero nunca se armó con la fuerza de la len-
gua en la que los padres les regañan a los hijos, de la lengua en la que hablan
dos vecinas, en la lengua de la fiesta, de la broma… Los franceses viajaban en
pareja, los aventureros romanos y castellanos iban solos a la aventura… las mu-
jeres esperaban al final del viaje.

       Y todo esto sucede porque la naturalidad en el uso, el suave y práctico
manejo de los instrumentos, preside la vida y pervivencia de las lenguas. ¿Y qué
situación ocupa el español en esta elección práctica de los hablantes?

       El mundo de la cultura se interesa cada vez más por las lenguas. Los pla-
nes de enseñanza incluyen más de una en la formación de los estudiantes. La
condición de bilingüe, incluso trilingüe, es hoy inevitable en la formación de
una persona, con independencia de su especialidad. El mayor porcentaje de
hablantes monolingües del planeta se encuentra en los países anglófonos. De
manera más generalizada que en otros países, sus usuarios, conscientes de la
difusión de su lengua, prescinden de añadir otra a sus conocimientos, o si lo
hacen la tienen en escasa consideración y destreza. En otras muchas partes del
mundo, en especial en las regiones más abandonadas por la fortuna, se concen-
tran gran cantidad de políglotas, también en mayor o menor grado de habilidad.
 La mayoría de los inmigrantes procedentes de África central hablan la lengua
de sus padres, la lengua de su ciudad, que con frecuencia no coincide con la ma-
terna, la lengua vehicular comercial más extendida en su región (suahili, volofo,


                                                                                 16
sango…) y el inglés o el francés, lenguas obligatorias en la formación que les
permite arrojarse a la aventura europea. La lengua del país de destino (español,
francés, italiano…) la añaden poco a poco, a veces no tan rápido como cabría
esperar. No entraremos en la consideración de la destreza, contextos y fines con
que se usan tales lenguas, pero sí diremos que cumplen perfectamente con la
función para la que han sido aprendidas. Y diremos también que han sido
aprendidas sin esfuerzo, es decir, con la naturalidad que aprendemos, pongamos
por caso, a conducir bien, a comportarnos en público o a montar en bicicleta.

       Si exceptuamos estos dos extremos de monolingües y políglotas, la mayor
parte de los europeos, incluidos los países eslavos, buena parte del este asiático
y toda América, añaden a su formación una o más lenguas a la propia. No hace
falta insistir en citar o recordar a las que tradicionalmente se han alzado a ese
privilegiado lugar.


El español del futuro

       Mientras las cosas no se tuerzan, que no parece que vayan a torcerse, el
español goza hoy de uno de los mayores privilegios que la historia concede a las
lenguas. Con la universalización de su literatura, atraviesa uno de los momentos
mágicos, semejante al que vivió el latín en el siglo I, el griego en el siglo V an-
terior a nuestra era o el francés en el siglo XVIII y en la francofonía. Ya nadie
lo considera patrimonio de los españoles, sino de la humanidad, que es el mayor
galardón que se le pueden ofrecer a una lengua. Las miradas de quieres la estu-
dian, la practican o simplemente la admiran no se dirigen hacia Madrid, sino
hacia tantos puntos a la vez que no encuentran referencia única. El español es la
lengua del argentino Jorge Luis Borges, del mexicano Octavio Paz, del chileno
Pablo Neruda o del colombiano Gabriel García Márquez, aunque también del
gallego Camilo José Cela, del catalán Eduardo Mendoza, y de tantos otros con
tantas y tan variadas nacionalidades y orígenes, vivencias y convivencias, que
las miradas del mundo hacia el español se pierden entre los confines de los con-
tinentes. Los que hemos pasado por esta universidad sabemos que aquí, en
Moscú, en la MGIMO, lo hablamos como en nuestra casa.

      Pero se someterá, estamos seguros, a algunos cambios.

      El sistema de cinco vocales nos sitúa entre la monotonía de las lenguas
que solo tienen tres, como el árabe, y la confusión de las que utilizan más de
una docena como el inglés o el francés. El inglés muestra tal inconsistencia
vocálica que frecuentemente los interlocutores exigen una mayor precisión para


                                                                                17
comprenderse. Parece que las cinco trasparentes vocales del español van a per-
manecer más o menos estables, y eso a pesar de que el habla relajada sureña
tiende a abrir unas y cerrar otras para señalar la pérdida de una consonante de
difícil articulación en posiciones finales de sílaba. Es difícil augurar soluciones,
pero lo que parece más probable, tras una mirada histórica, es que el fenómeno
no supere el ámbito regional.

       Más evidente parece la tendencia consonántica. Cada vez son menos los
hablantes de diecinueve consonantes, es decir los que distinguen casa de caza y
los que distinguen poyo de pollo. Si exceptuamos el yeísmo rehilado de los ar-
gentinos, la mayoría de los hablantes utilizan diecisiete consonantes. Si tenemos
en cuenta la permanente extensión del yeísmo, parece clara la pronta desapari-
ción de la consonante lateral palatal sonora, uso prácticamente relegado al norte
de España, en especial en las zonas rurales. Menos evidente resulta la extensión
del seseo. Aunque los hablantes de español que no usan la fricativa interdental
de Zaragoza son mayoría, los libros normativos del español en el mundo ense-
ñan el habla minoritaria de Madrid, y no la de México. Es también difícil aven-
turar el futuro, sobre todo para un fenómeno que considera más normativo lo
que es una excepción entre sus hablantes.

       El caudal léxico, ancho y extenso, comparte un uso común en todo el vo-
cabulario elemental y diario, al que se añaden las especificidades de cada re-
gión: así hablamos del léxico andaluz, murciano, canario, cubano, mexicano,
panameño, ecuatoriano, boliviano, rioplatense, chileno… El sistema permite la
creación de todo tipo de terminologías, en cualquier campo, y si se muestra
permeable y receptivo a los neologismos ingleses, no es sino por esa dimensión
útil, práctica y generosamente suave en sus transacciones que deben tener las
lenguas que se muestra hábiles, y no rígidas o exigentes. No aparece ningún pe-
ligro en el acercamiento del español al léxico inglés. Todas las lenguas han nu-
trido su vocabulario con el de otras. Incluso el inglés está plagado de términos
griegos y latinos que hoy, introducidos y ajustados a los hábitos fónicos ingle-
ses, solo los expertos identifican. El patrimonio léxico tradicional se concentra
el las palabras más frecuentes, mientras el importado se especializa en signifi-
cados que matizan y amplían los campos de significado. Si el corpus léxico de
la Real Academia Española recoge más de un millón de palabras que alguna vez
fueron utilizadas en la historia del español, y el actual diccionario recoge unas
ciento veinte mil, nuestro léxico seguirá ampliándose y especializándose, y unas
palabras darán paso a otras, y se mantendrán estables aquellas que ocupan las
frecuencias máximas.




                                                                                 18
Las exigencias gramaticales en cuanto al orden de las palabras son hoy de
una generosa fluidez en usos, y permite una gran amplitud de posibilidades con
pocos elementos y reglas. La tendencia parece aún más permisiva.

       Alguna solución debe buscar para el equilibrio de las formas pronomi-
nales. El desequilibrio de los adjetivos y pronombres posesivos de tercera per-
sona, su y sus, ha de buscar un acomodo en las formas. Tal vez la imparable
tendencia a reducir el uso las fórmulas de respeto usted y ustedes no sea más
que la voluntad de suprimir el polivalente uso de sus correspondientes su, sus,
que tanto han afeado a nuestra lengua en la expresión elegante. Mucho más
atractiva era la fórmula vos – vuestras, desviadas hacia la más elegante de vues-
tra merced y luego convertida en ese usted – ustedes que, según todos los indi-
cios, parece mostrarse inelegante, si observamos el camino emprendido por
nuestra lengua.

      El español actual parece estar abierto también a una simplificación de las
formas verbales. Algunos tiempos de subjuntivo, como los de futuro, han des-
aparecido en el último siglo. Las formas de futuro de indicativo también están
en decadencia. Hoy parece más frecuente oír voy a estudiar matemáticas que
estudiaré matemáticas. Algo parecido le sucedió al inglés.

        En general los usuarios futuros asistirán a una simplificación de las for-
mas verbales, que es la tendencia de todas las lenguas que se tiñen de las carac-
terísticas de las vehiculares.

       Tiene el español una inmerecida fama de no disponer de la riqueza en va-
riedades de entonación, de la emoción altisonante del italiano, y en otros casos
del francés. Olvidamos que si eso es cierto para el habla de Madrid, no lo es pa-
ra algunas variedades del español como la andaluza, la canaria, o la mexicana,
capaces de envolverse en una dulzura expresiva envidiable, de un ingenio ex-
cepcional, de una viveza incomparable. Su flexibilidad para el humor, para la
broma rápida, para la distensión, para una entonación que suaviza los enfren-
tamientos en las conversaciones, parece mucho más lograda que las rígidas exi-
gencias de otras lenguas de su categoría y difusión.


      El sistema ortográfico, aunque con dificultades, supera en utilidad a las
enrevesadas, alambicadas y casi diabólicas ortografías del inglés y del francés,
sin duda una dificultad añadida. Tienen a bien los usuarios del francés y de
inglés defender su ortografía por el arraigo tradicional y el elegante uso, pero
muestran ambas lenguas serias dificultades como sistema práctico de comunica-


                                                                               19
ción y aprendizaje. Esta extraña complacencia en la dificultad, en las trabas,
está seriamente arraigada como un elemento de clase, de estilo, de categoría.
Recientemente algunas lenguas africanas han sido dotadas de un sistema de es-
critura. La razón impone la lógica en la relación fonema-grafía. Pero se queja-
ban algunos usuarios de estas nuevas lenguas escritas de que su ortografía no
tuviera las trabas del inglés y del francés, en una torcida interpretación del uso
práctico que han de tener las lenguas. En los últimos años las variedades ge-
ográficas y sociales del español se han puesto de acuerdo en todo el mundo para
unificar la ortografía, para hacer de ella un uso común. Tal esfuerzo unificador
no se ha conseguido para ninguna otra lengua tan universalizada como la nues-
tra.

      La influencia del inglés es algo común a las lenguas del mundo. Para los
hablantes de planeta el aprendizaje del inglés sigue de cerca al aprendizaje de la
lengua materna; para los hablantes de lenguas con un número reducido de
hablantes (las lenguas septentrionales de Europa, por ejemplo), el aprendizaje y
el posterior uso del inglés es inevitable en la comunicación con otros países, en
cualquier ámbito, en cualquier actividad. Sabemos que no se trata sólo de una
influencia lingüística, sino de una influencia que, en determinados campos, ad-
quiere el valor de modelo de referencia.

       Francia ha tomado una postura clara, al menos institucionalmente, que
tiende al rechazo del préstamo del inglés, que sanciona la rotulación pública en
esa lengua, etc.

      La investigación del peso del inglés en las lenguas europeas está en mar-
cha y ha dado frutos de mucho valor. Son frecuentes los encuentros organizados
para debatir esta cuestión Las posturas son tan encontradas que el fenómeno del
anglicismo en el español está muy presente en la Red.

       Lo que parece claro es que, para el caso del español, la influencia del
inglés es notoria de preferencia en los préstamos léxicos. Y a este respecto con-
viene advertir que una proporción elevada de anglicismos léxicos tiene un étimo
procedente de una de las dos lenguas clásicas de prestigio (griego, latín), una de
las cuales, la latina, es la base del “léxico patrimonial” del español. Si esto es
cierto, todavía lo es más que los hablantes de español no tardan en dar a estas
palabras una nueva forma, si la suya de origen difiere de lo que establecen los
cánones formales del sistema lingüístico del español, tanto por lo que respecta a
su fonética como a su representación gráfica. Se tiende a la españolización de la
pronunciación.




                                                                               20
Esta influencia del léxico inglés se da sobre el español de España y sobre
el español de los países hispanoamericanos. Posiblemente sea más perceptible
en el español del país que tiene frontera con Estados Unidos, México, o en el
español de países, como Panamá, que han mantenido con los Estados Unidos
estrechas relaciones económicas y políticas. Por otra parte, la frontera mexicana
del norte ha sido lugar de paso de un flujo incesante de emigración. El ritmo de
crecimiento de la población hispánica en los EEUU es tal que, por una parte, lo
“latino” ejerce un peso en las culturas musical, cinematográfica o gastronómica;
por otra, lo “hispano” requiere de los políticos estadounidenses una atención
hacia la lengua española; por otra más, una variedad de mezcla, el spanglish,
que surge y es adoptado por unos como bandera de identidad creativa y por
otros como elemento distanciador.


Riesgo de fragmentación

        Hoy por hoy el español se coloca entre los instrumentos de comunicación
más prácticos y dispuestos para su uso por el mundo. El español de Madrid ha
dejado de ser el modelo, mientras nuevos y variados núcleos y tendencias la
independizan, abren nuevos rumbos dentro de la unidad. Hoy el español no
puede desaparecer como el latín porque no es la lengua de un imperio, sino de
muchas de comunidades lingüísticas. El arraigo en la humanidad es tan grande y
variado que no tiene peligro alguno de morir por la desaparición de sus hablan-
tes. El riesgo de fragmentación es mínimo. Aunque el léxico aleja a las distin-
tas variedades y algunas consonantes también, las diferencias son insignifican-
tes si las comparamos con la unidad del resto de los fonemas, con la coinciden-
cia en las formas de los artículos, de los demostrativos, de los números, de los
pronombres, del léxico básico, del que está entre las frecuencias máximas como
los nombres de los objetos de la vida diaria, de parentesco, etc., También existe
una coherente unidad en las exigencias gramaticales como la concordancia, el
uso de las formas verbales y el orden de la oración. Las divergencias son insig-
nificantes frente a la unidad.

      Los hablantes de español no disponemos de tres grandes países que ex-
panden su influencia y su cultura, ni tampoco de una colección de países que
admiran la sabiduría y la cultura a través de una lengua europea, ni nuestros
hablantes se concentran en una gran nación o en una nación muy poblada donde
sus habitantes se multiplican. El español se distribuye por el mundo en amplio
espectro. No enumeraré los países que lo incluyen en sus planes de estudio para
no cansar con una larga lista, pero sabemos que se admira sin condiciones, con
naturalidad, en cualquier lugar del planeta. Las posibilidades de que un cata-


                                                                              21
clismo social la conduzca a la situación de peligro que viven hoy más de cuatro
mil lenguas en los próximos tiempos es impensable. El español está llamado a
perpetuarse, a extenderse, a recordarse y a instalarse en la conciencia de todos
los hablantes del planeta como una de las lenguas más codiciadas por la huma-
nidad.


Conclusiones

       Por eso los estudiantes de español, que son muy numerosos en todo el
mundo aunque, como sucede siempre, en diversos grados de destreza, se mues-
tran felices en los primeros pasos porque el sistema fónico permite que se dejen
entender rápidamente, porque el caudal léxico, en los niveles esenciales, se pre-
senta claro y accesible, porque la frase elemental no es rígida y exigente. Si a
esto añadimos el peso de la tradición literaria, una de las más ricas de todas las
lenguas, nos encontramos ante una lengua que reúne todas las características
para perpetuarse en la humanidad durante siglos, y mantenerse como uno de los
instrumentos de comunicación más eficaces que nunca existieron sobre el pla-
neta.

       Enhorabuena a todos los que me oyen y me entienden por haber elegido
al español como lengua añadida a la legendaria e ilustre lengua rusa. Enhora-
buena por disponer de uno de los elementos de comunicación que más puede
contribuir al acercamiento entre los pueblos. Enhorabuena, también, por mostrar
en su uso esa habilidad que tantos hablantes de español en el mundo desearían
tener. Sois un verdadero ejemplo de estudio y logros.

      Muchas gracias.

                                                   Moscú, 29 de octubre de 2007




                                                                               22
Bibliografía

ALARCOS LLORACH, E., El español, lengua milenaria (y otros escritos castellanos), Vallado-
       lid, Ámbito, 1982
ALATORRE, A., Los 1001 años de la lengua española, México, 1979 [20 ed.: México: Fondo
       de Cultura Económica, 1989]
ALVAR, M., B. POTTIER, Morfología histórica del español, Madrid, Gredos, 1983
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CANO AGUILAR, R. (coord.), Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, 2004
CANO AGUILAR, R., El español a través de los tiempos, Madrid, Arco Libros, 1988
COROMINAS, J., Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Madrid, Gredos,
       1987-1991, 6 vols.
LAPESA, R., Estudios de morfosintaxis histórica del español, 2 vols., Madrid, Gredos, 2000
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LÓPEZ GARCÍA, Á., Cómo surgió el español. Introducción a la sintaxis histórica del español
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       rica, Barcelona, Anagrama, 1985
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       sa-Calpe, 1977
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       Menéndez Pidal / Real Academia Española, 2005
MENÉNDEZ PIDAL, R., La lengua de Cristóbal Colón, 50ª ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1968
MENÉNDEZ PIDAL, R., Orígenes del español, 3ª ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1976
MENÉNDEZ PIDAL, R., Manual de gramática histórica española, Madrid, Espasa-Calpe, 1985,
       18ª ed.
PENNY, R. J., Gramática histórica del español, Barcelona, Ariel, 1993
PENNY, R., Variación y cambio en el español, Madrid, Gredos, 2004
QUILIS MERÍN, M., Orígenes históricos de la lengua española, Universidad de Valencia, 1999
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       del Toro, 1968
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       rian Peninsula between the Roman Empire and the Thirteenth Century, Newark, Juan
       de la Cuesta, 1994




                                                                                       23
EL ESPAÑOL, UNA LENGUA AFORTUNADA:
                         GRANDES MOMENTOS DE SU HISTORIA.
                                         Rafael del Moral

                                (MGIMO, Moscú, octubre de 2007)



                                  (Guía para la orientación)


Sobre fortuna e infortunio: la valoración de las lenguas

Sobres los permanentes cambios

Sobres lenguas y edades. Vidas y muerte de las lenguas.

Momentos mágicos en la historia del español

       1. Fernán González
       2. Alfonso X, el sabio
       3. Boda de Isabel y Fernando
       4. Unificación territorial
       5. Conquista de América
       6. Muerte de Felipe el hermoso
       7. Independencia de los países americanos
       8. Acuerdos entre los hablantes

El español y otras lenguas en las últimas décadas

El español del futuro

    El sistema de cinco vocales
    La tendencia consonántica
    El caudal léxico
    El raro equilibrio de las formas pronominales
    La simplificación de las formas verbales
    La riqueza o parquedad en variedades de entonación
    El sistema ortográfico
    La influencia del inglés

Riesgo de fragmentación

Conclusiones




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EL ESPAÑOL, UNA LENGUA AFORTUNADA

  • 1. EL ESPAÑOL, UNA LENGUA AFORTUNADA: GRANDES MOMENTOS DE SU HISTORIA. Rafael del Moral Resumen: La lengua española, que empezó siendo un habla latina en boca de pastores y campesinos y usada en un rincón del norte de España, ha llegado al siglo XXI transformada en una de las cuatro grandes lenguas de la humanidad. La conferencia explica los momentos decisivos de su historia, los cambios que hicieron que la lengua fuera creciendo cada vez más hasta extenderse por todo el mundo. La reflexión se concentra en cómo habría evolucionado de no haber sucedido uno de los ocho acontecimientos que aquí se consideran. Sobre fortuna e infortunio: la valoración de las lenguas ¿Qué es una lengua afortunada? ¿Por qué la variedad latina nacida en un rincón del norte de la península ibérica llegó a convertirse en una de las cuatro grandes lenguas de la humanidad? ¿Cuáles son las razones que han multiplicado en el mundo a los hablantes o estudiosos del español? Veamos lo que sucede en otros campos… ¿Es afortunado ese millonario norteamericano que pasará a la historia como el gran innovador de la informáti- ca? ¿Es una suerte que sus ingresos sean los mas importantes del mundo solo superados por esas grandes superficies suecas de muebles que han revoluciona- do el mercado y que han logrado que sus propietarios europeos, según las cifras, superen al norteamericano de la informática? Las fortunas se cuentan en cifras, y para las lenguas contamos en hablantes… Bien mirado, una lengua como el sueco, que ocupa por número de hablantes, según mis cálculos, el lugar número 81 entre las lenguas del mundo y que es hablada por unos ocho millones y me- dio de personas en Suecia y en Finlandia, no parece excesivamente afortunada. Si embargo los hablantes de sueco y sus riquezas en euros serían capaces de neutralizar la pobreza hispanoamericana, tal vez solo con los excedentes de sus fortunas… ¿Tendría que ser el sueco más importante que el español, que ocupa el tercer rango, o que el bengalí que ocupa el sexto? ¿Son las fortunas ajenas a las lenguas…? Los suecos, que no son muchos, han tenido la habilidad de pres- cindir de su idioma en los negocios para utilizar otras lenguas, como el inglés, o el español que le han sido mucho más eficaces… Recordemos que ya tienen una decena de grandes superficies en España… ¡y con qué éxito…! Por eso quiero
  • 2. dejar claro que cuando hablo de fortuna me refiero a una condición eminente- mente lingüística. Sobres los permanentes cambios en las lenguas Pocos hablantes se sienten poseedores absolutos de sus lenguas. Constan- temente falta algo. Los cambios son tan rápidos que en cuanto queremos ajustar la actualidad, se torna en pasado. El español hablado en Madrid, que es el instrumento de comunicación que yo más utilizo, ya no se modula ni se vocaliza igual que hace unos años; ya no sirven expresiones que hasta hace poco estuvieron de moda; han envejecido los apelativos de invocación o de contacto; bullen y fluyen en permanente cam- bio los pronombres de cortesía y otras fórmulas de respeto; las exigencias pre- posicionales parecen mostrarse más permisivas; formas léxicas que hasta hace poco gozaban de elegante prestigio se tambalean; formas gramaticales inacep- tables en el lenguaje cuidado de hace unos años ganan terreno; la lengua de los medios de comunicación languidece, se ajusta como puede con escasos deseos de innovación, y notamos tantas alteraciones que no podemos sino sospechar que habrá inevitablemente un reajuste. Eso es lo que sucede cuando las lenguas gozan de dilatado uso y prestigio, que continuamente se mueven, cambian, para reacomodarse y, curiosamente, para rejuvenecerse… Se sienten ajenas y distan- tes a las heridas del tiempo que necesariamente afecta a las personas. Y cabe pensar que en ese continuo proceso de adaptación saldremos ganando, de mane- ra natural, los usuarios. Se alzan, es verdad, voces críticas contra los medios de comunicación, contra la oratoria política, contra quienes tienen voz hacia las masas, es decir, contra todo aquello que más se difunde. Pero ese estado inestable que duda de la corrección de un término, ese estado que se pregunta por la adecuación de una palabra o una expresión es lo propio de las lenguas, y lo habitual en todas las épocas y periodos. Cada hablante tiene su estilo, su patrimonio léxico, sus preferencias por determinados usos metafóricos, sus lista de máximas, fórmulas y muletillas, sus modos de organizar la ironía, su patrimonio expresivo privado. Y en la continua búsqueda de esa pureza, tan atractivo nos resulta oír al un ora- dor formado en las normas académicas como al hablante rural que, sin mirada a las normas académicas, porque ni las conoce ni las quiere conocer, cuenta sus cosas con admirable estilo para entonar y elegir frases y expresiones capaces de cautivar a cualquier oyente, aunque vulnere las exigencias teóricamente correc- tas. Tan necesaria es la norma como la libertad expresiva, tan necesaria es la intuición e innovación del hablante, propietario de su lengua, como la conserva- 2
  • 3. ción y defensa del patrimonio lingüístico. Por eso las lenguas vivas necesitan mostrarse en continuo cambio, en perpetua ebullición, como tributo a su propia existencia. Las lenguas no tienen presente, decíamos, porque no son estáticas. Y no son estáticas porque rara vez se encuentran ancladas, como los barcos, a la espe- ra de su singladura. Las lenguas fluyen, cambian, mudan de aires, se ajustan, se renuevan y cuando en alguno de estos vaivenes caen enfermas, se preparan para la muerte si una cirugía adecuada, un cambio social, no lo remedia. Desapare- cen, según el lingüista francés Claude Hagege, unos centenares de lenguas al año. La escasa repercusión social de sus hablantes, y el exiguo interés que la pérdida de las lenguas suscita entre quienes se inquietan por los movimientos sociales, relega al olvido a todas esas que fallecen y no son enterradas. Ni si- quiera una lápida las recuerda. ¿A quién le interesa el fin del dalmático o del córnico, o la inminente disipación de los hablantes de queto, de navajo o de inuí? ¿A quién le interesa la desaparición del labortano o del suletino, últimos dialectos del vasco en su dominio francés? Los ecologistas se concentran mu- cho más en la vida animal y vegetal, los historiadores investigan bastante ajenos a la historia de las lenguas, a la mayoría de los políticos les inspira más la unifi- cación que la diversificación, y para los comerciantes, modernos economistas, solo cuenta la eficacia: fenicio y latín fueron las grandes lenguas del comercio, inglés y español, entre otras, son hoy también grandes lenguas comerciales. ¿Y qué hacemos los lingüistas? Para nosotros, y difícilmente podríamos hacer algo distinto, el interés por las lenguas que no se transmiten por escrito, que son la mayoría, no puede ir más allá de cierta mirada etnológica, de cierto talante nostálgico. Sobres lenguas y edades. Vidas y muerte de las lenguas. Pero volvamos al español. Produce cierto estupor pensar que, sometido a esa regla universal e ineludible, también va a sucumbir. ¿Quién puede imaginar su desaparición en estos momentos?¿Cómo se va a desmoronar? Sería difícil que cualquier cataclismo aniquilara, redujera o desencadenara su decadencia, pero sabemos que se extinguió el latín, que fue, probablemente, la lengua más poderosa de occidente. ¿Y dónde están aquellas lenguas de los grandes imperios que sucumbieron al ritmo que se hundía el armazón político? ¿Dónde está el sumerio? ¿Dónde está el egipcio? Las lenguas son instrumentos de comunicación. Nadie utiliza un destorni- llador despuntado o inapropiado, si a su lado tiene otro que se adapta perfecta- 3
  • 4. mente al tornillo que quiere acoplar o desenroscar. Si el español se ha extendido por el mundo con tanta elegancia, y nunca, contrariamente a lo que muchos pro- pugnan, de manera impuesta, ha sido porque los hablantes de leonés y aragonés, que fueron sus primeros vecinos, y luego los de catalán, gallego o vasco, prefi- rieron el instrumento más adecuado, es decir, la lengua española, para determi- nados usos de comunicación. Y también porque tras la independencia de los países americanos, a lo largo del siglo XIX, aquellos gobiernos, de manera natu- ral, eligieron la lengua que más convenía a sus administrados, y fue oficializada la que hoy nos une aquí. Las lenguas no se imponen. Las lenguas están ahí, a disposición de los hablantes, y una serie de acontecimientos las incitan a des- arrollarse, extenderse, difundirse, universalizarse, y también a morir. Todas las grandes lenguas de la humanidad murieron. La nuestra, no puede ser una excep- ción. La perspectiva en la historia de las lenguas es todavía muy escasa. Solo algunas se perpetuaron en textos escritos. Sabemos que las más longevas no han alcanzado más de tres mil años de vida, y eso con serios achaques. El chino ac- tual se parece al de hace treinta siglos gracias a un tempranísimo uso literario, mil años anterior a nuestra era, mucho antes de que supiéramos lo que iba a ser el griego. La lengua de Aristóteles y Platón es otra de las más ancianas, o por lo menos se parecía mucho a la usada en Grecia antes de las profundas modifica- ciones a que se vio sometida a mediados del siglo XX, casi una cirugía estética. Muy particular es también la edad del hebreo, lengua bíblica y mítica que reapa- reció después de muerta al servicio del actual estado de Israel. Nuestra cuarta anciana, el sánscrito, consolidó su poder, una vez más, en la cultura. Estas cua- tro lenguas han tenido una vida azarosa, difícil, combativa, pero han conseguido cumplir esa edad tan codiciada que no llegaron a alcanzar lenguas tan influyen- tes como el sumerio (unos mil años de vida), el egipcio (unos dos mil), y ni si- quiera el latín (unos mil trescientos años). Otras menos afortunadas murieron tan jóvenes que ni siquiera llegaron a tener nombre, y otras que sí lo han tenido, como el mozárabe en el sur de España, gozó de una breve existencia de seis si- glos. Del guanche, lengua bereber que se habló en las Islas Canarias, conoce- mos su desaparición, pero no tenemos la fecha de nacimiento. Algo parecido sucede actualmente con el eusquera o vasco: sabemos que está vivo, y que esta- ba vivo en el siglo XVI, pero ignoramos todo sobre su linaje, su infancia y su juventud, y sabemos mucho, eso sí, de su truculenta madurez. Las lenguas sepa- ran a los pueblos de manera natural, pero también ideológica. Momentos mágicos en la historia del español 4
  • 5. Del español tenemos datos muy precisos: lugar de nacimiento, fecha aproximada de alumbramiento, razones para la aceptación de sus hablantes, in- teligentísimo ajuste al uso escrito logrado por el rey castellano Alfonso X el Sa- bio, acierto excepcional, y casi espeluznante, del uso que de aquella lengua hizo Fernando de Rojas en La Celestina, y una serie de coincidencias, de momentos claves de su historia, que la elevaron a esa categoría de grandes lenguas de la humanidad que también ocupa, en orden cronológico, el sumerio, el chino, el griego, el latín, el árabe, el italiano, el francés, el ruso y el inglés. ¿Y cuáles fueron esos momentos mágicos de la historia del español que hizo que aquella lengua de los rudos pastores cántabros refugiados en las mon- tañas del norte de España se convirtiera en una de las más apreciadas por la humanidad? Veamos, más a modo anecdótico que riguroso, más de manera caricatu- resca que fotográfica, más en disposición divulgativa que rigurosamente cientí- fica, veamos, digo, en qué puntos se concentra la grandeza de los aparentemente insignificantes hechos. Casi todos los momentos clave en biografía del español, que de joven se llamó castellano, estuvieron inspirados en la melancolía, pero también en la re- beldía, en la desobediencia al orden establecido, en decisiones taciturnas, en talantes románticos, en coincidencias afortunadas, en regalos de las fuerzas cie- gas de la naturaleza. Porque las lenguas llegan a distanciarse unas de otras como resultado, como decíamos, del azar, de ese toque de varita mágica que la con- vierte en privilegiada frente a las vecinas. No depende de su estructura interna, no, ni de la riqueza léxica, ni siquiera de la facilidad gramatical, tampoco, en eso no piensa la historia, depende de situaciones tan ajenas a los propios hablantes que merece la pena detenerse románticamente en ellas. Revisemos, pues, algunos momentos mágicos de la historia del español que han de ayudarnos a explicar lo que puede sucederle en los próximos años, en los siglos lejanos. Y lo vamos a hacer recordando ocho momentos mágicos. Para una mejor continuidad, enumerémoslos con la prudente intención de enca- minar esta lección, para que no se pierdan quienes lo oyen, para que, si es posi- ble, nadie se desinterese, nadie se disipe en esta particular relación de la historia de una lengua que tanto ha dado que hablar, en todos los sentidos, a la humani- dad. Estos momentos mágicos y también míticos son los siguientes: Primero - La soberbia de Fernán González el rebelde, un hombre que le plantó cara al mismísimo rey. Corrían los años en que la España visigoda había 5
  • 6. sido invadida por los musulmanes. Por entonces Europa entera podía haber pen- sado que la lengua del futuro era… la poderosa lengua árabe. Segundo - El trueque de Alfonso X, un rey apodado el sabio que prefiere las letras a la guerra, la cultura a las armas, los libros a los ejércitos, y eleva al español, que por entonces ni siquiera se llamaba castellano sino lengua roman- ce, aunque era la lengua de Castilla, a la categoría de lengua escrita. Tercero - Una boda clandestina, sí. Una boda clandestina influyó radi- calmente en el destino del español. Creo que de no haberse producido, nunca habríamos llegado a la dimensión actual de la lengua. El novio se llamaba Fer- nando, la novia, mayor que él, Isabel… Los padres ni estaban de acuerdo ni co- nocían la estrategia de los esposos, que se conocieron poco antes de la ceremo- nia. Cuarto - Un inesperado éxito militar en una ciudad mítica: Granada. Los musulmanes desaparecen de España. La supremacía castellana coincide con el declive del poder musulmán. Corría el final del siglo XV. Quinto - La milagrosa aventura de un loco y su final feliz. El iluminado se llama Cristóbal y ha sido premiado por su perseverancia con tres barquitos más parecidos a una cáscara de nuez que a cualquier navío moderno. Seguimos en finales del quince. Milagrosamente el aventurero regresa. Por fortuna puede asegurar que ha llegado a algún sitio. Muere sin saber que se trata de un nuevo continente. Sexto - Un fracaso, una tragedia, la muerte de un tal Felipe, de gran belle- za, se convierte en éxito, en cambio favorable de rumbo. Acaba de iniciarse el siglo XVI. La extensión de aquella lengua, que ya se conoce como el español, parece imparable. Séptimo - La impericia de un rey de escasa inteligencia, Fernando VII, y la inevitable fuerza de una lengua ya consolidada para esparcirse por América. Nunca antes había llegado al continente de manera tan firme. Octavo - El mimo y la generosidad de sus hablantes le ha puesto el último galardón. Son grandes las voluntades y útiles los acuerdos de los últimos años. Es la época del éxito, y de los maridajes. Hablemos de cada uno de estos ocho momentos. 6
  • 7. 1 El primero de ellos, ese primer momento especial sin el que no habría lle- gado a la madurez de hoy, ese período de la concepción, se cobijó en la rebeld- ía de un hombre llamado Fernán González. Era el revolucionario caballero un leonés inquieto y aguerrido, conde y señor de Castilla, uno de los territorios de aquel reino de León, uno de los primeros formados por los cristianos que lu- charon contra la invasión árabe. De Fernán González, primer contribuyente para la historia de nuestra len- gua, sabemos que murió en el año 970, y también que, después de mostrar su intrepidez y arrojo en defensa del monarca leonés, Ramiro II, desveló sus dese- os de independencia para Castilla. Y para evitarlo, Ramiro II lo encarceló. A la muerte del rey, en 951, y aprovechando a la crisis interna del reino leonés, Fernán González consolidó su poder y consiguió vincular Castilla a su familia, una decisión tan patriótica para los castellanos como insubordinada para los leoneses. Por entonces la lengua leonesa y la lengua castellana no se diferencia- ban, o si lo hacían era en tan ínfima medida que sus hablantes apenas aprecia- ban las distancias. El condado castellano pasó a la muerte de Fernán González y por heren- cia, a su hijo García I Fernández. Quedó así consolidada la cuna del castellano. Hoy recordamos aquellos hechos, insignificantes en la densidad de la his- toria, en la multitud de nombres y apellidos que con estas raíces: Ramírez, Fernández, Martinez, González, García… Estos antropónimos se multiplican por el territorio de las dos Castillas y otros aledaños, y en el olvido de la mayor- ía de los hablantes que ya recuerdan poco de sus antecesores. El castellano avanzó hacia el sur, al mismo ritmo que avanzaba la conquista de territorios ocupados por los árabes. De no haber avanzado, la lengua habría quedado es- tancada. Eso le sucedió al leonés, que no era sino el resultado del latín hablado en el reino de león y tan cercano del castellano en léxico y fonética. Ambas len- guas se llamaron romance en sus orígenes. El leonés no dio ni un paso más. El castellano siguió avanzando, pero al castellano nadie le dio la menor importan- cia, nadie le adjudicó identidad alguna, nadie le atribuyó el menor interés futu- ro, nadie experimentó la menor inquietud o aprecio por aquel dialecto rústico y aldeano frente al refinado latín, nadie sospechó por entonces que había de con- vertirse en una lengua hablada y estudiada, diez siglos después, en los cinco continentes. 7
  • 8. 2 El segundo momento mágico, el segundo paso de la vida de aquella len- gua, una de las muchas en que se había fragmentado el latín, acontece porque un sucesor de la estirpe iniciada por el guerrero rebelde Fernán González, conocido como Alfonso X, que vivió en el siglo XIII, agrandado ya el reino de Castilla hacia territorios del sur, tomó la decisión, también rebelde y cuestionada, de huir del latín para la redacción de las leyes y otros asuntos, y utilizar una lengua sin prestigio en boca de gentes humildes. Por entonces las otras lenguas del te- rritorio que había sido la Hispania visigoda eran el gallego, el aragonés y el ca- talán. Aquel gesto le hizo merecer a Alfonso X el sobrenombre de el sabio. Pero si queremos concederle su exacto valor como instrumento útil, como vehículo de comunicación, hemos de recordar también que el rey Alfonso no utilizó el castellano, sino el gallego, por entonces lengua de más rango, en su obra poética personal. Difícilmente podríamos estar en una consideración más justa de los hechos: reconozco, viene a decir el rey, que la lengua de mi reino es el castella- no, no cabe duda, y esa es la lengua más útil para la comunicación. Pero al mismo tiempo reconozco también que la lengua más avanzada en capacidad ex- presiva, en riqueza literaria, es el gallego, y por eso la utilizo para mi poesía personal. Los colaboradores del rey Alfonso X, puestos por él mismo al servicio de la lengua, alcanzan una insospechada dignidad en sus expresiones, una acomo- dadísima sintaxis y un léxico que nos enternece. Aquel modo de redactar solo podía ser consecuencia de un clarividente y plácido sentimiento de respeto y consideración hacia una lengua, el castellano, que empieza a dar sus primeros pasos serios. Todavía está muy lejos de convertirse en la primera en importancia de las herederas del latín. Además de los gallegos, los poetas provenzales han desarrollado una literatura de la que el castellano se encuentra aún muy distante. 3. Y llegamos al tercer momento mágico, el más significado en la historia del español. Le ocurrió por entonces a nuestra lengua, y durante un periodo de unos cincuenta años, algo parecido a lo que le sucede ahora, desde hace solo unas 8
  • 9. décadas. El año de 1469 se parece mucho al de 1978. En aquel entonces, una boda clandestina. En la fecha reciente, un cambio social. En aquel 1469, en la mañana del 19 de octubre, una princesa castellana que contaba entonces dieciocho años, contrajo matrimonio con un joven ara- gonés, príncipe también, un año menor que ella. Los contrayentes se habían co- nocido cuatro días antes de la ceremonia, y una y otro, Isabel y Fernando, eran herederos de sus respectivos reinos. Y una vez heredero del reino de Aragón, al que también pertenecía Cataluña y las Islas Baleares, Fernando I, casado con Isabel I, heredera del reino de Castilla, al que también pertenecía ya el de León, se hicieron cargo, por igual, de dos reinos en los que convivían cinco lenguas que de este a oeste eran las siguientes: el gallego, cultivado por poetas y habla- do vivamente por el pueblo, el leonés o astur-leonés, confundido profundamente con su lengua vecina el castellano, que ha corrido mejor suerte; el propio caste- llano, que es la lengua de la reina Isabel, el aragonés, que también se confunde con el castellano, y el catalán, que tiene sus propias raíces, su difusión escrita y literaria y cuyos hablantes no sienten, por entonces, necesidad alguna de acer- carse al castellano, ni nadie se lo pide. Aquel fue el primero de una larga y afortunada serie de acontecimientos, bastante seguidos, que catapultaron al castellano hacia la condición de lengua privilegiada. Por entonces pasó a llamarse español. ¿Y qué había sucedido en 1469? Pues sencillamente una conspiración, otra vez un acto de rebeldía, de de- safío de los poderes establecidos porque ni el monarca de Aragón, Juan II, ni el de Castilla, Enrique IV, su hermano, tuvieron noticia de aquel matrimonio hasta después de consumado. Había sido una nueva insubordinación de la nobleza, como aquella del conde Fernán González, frente a los poderes establecidos. Pero cuando las revoluciones triunfan, no se buscan culpables. El pro- blema solo existe cuando fracasan. 4. Pasemos al cuarto momento. La fortuna, que de manera tan desigual se reparte en tantas circunstancias, acompañó a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón desde el principio. Sus decisiones, tan cuestionadas, resultaron políti- camente acertadas. Incluso los aparentes fracasos, se tornaron inexplicablemen- te en éxitos. ¿Y cuáles fueron aquellos éxitos? Sin duda alguna los dos más im- portantes sucedieron el mismo año, probablemente el año decisivo para la histo- ria del español, el de 1492. Aquel año apareció la primera gramática en lengua 9
  • 10. castellana, la que escribió el humanista sevillano Antonio de Nebrija. Pero eso no tuvo ninguna importancia para la expansión del castellano. Si la tuvo, y mu- cho más, la guerra sin batalla que los príncipes Isabel y Fernando, ahora conver- tidos en Reyes y posteriormente identificados como Reyes Católicos, lograron someter al último vestigio de la presencia musulmana en España, la del re- ino de Granada. Conquistado aquel reducto musulmán, muchos herederos de los invasores huyeron, otros, los menos, se acomodaron a la nueva vida de los cató- licos, y los nuevos pobladores de aquellos territorios, castellanos y leoneses, llevaron allí el castellano y desplazaron a la lengua románica hablada en aque- llos territorios, el mozárabe, que por aquel entonces desapareció. Lo que era un éxito para el castellano, actuaba, no lo olvidemos, en demérito de otras lenguas, que es lo que suele suceder con la historia. Unos siglos antes el latín había des- plazado al íbero. La política unificadora de los Reyes Católicos utilizaba la lengua, la reli- gión y el poder como signos de cohesión. Recordemos que desde el punto de vista lingüístico, y solo desde este, la expulsión de los judíos, que contribuyó a la unidad religiosa, se recuerda hoy en la variedad del castellano, el sefardí, que los herederos de aquellos siguen hablando en muchos rincones del mundo. 5. Y entre todas aquellas medidas que tanto contribuyeron a la unidad del país, hubo otra, continuadora de la euforia de victorias y éxitos de los reyes. Otra que también tuvo lugar el mismo memorable año de 1492, la de conceder- le tres barcos a un maniático aventurero que no cesaba de importunar a mo- narcas. Es la quinta coincidencia. A medida que conocemos la vida de Cristóbal Colon, cuando leemos su diario del viaje hacia las Indias, hoy América, cuando entramos en su personali- dad, descubrimos un mundo místico, intelectual, íntimo y aventurero… El mis- mo que inspiraría después a tantos conquistadores españoles viajeros del conti- nente americano. Pero como estamos en la historia del azar, podemos añadir que también el rey de Portugal estaba cansado de oír las demandas de Colón, y que la reina Isabel, porque fue ella quien tomó la generosa decisión, no le habría prestado ayuda alguna si no hubiera tenido aquel mismo año de 1492, el 6 de enero, aquella grandiosa y decisiva victoria sobre los musulmanes. Inspirada en aquellos éxitos accedió a regalarle tres cáscaras de nuez, tres insignificantes ca- laveras, tres grandes trozos de madera flotante, aunque las llamemos barcos, para descubrir las rutas occidentales hacia oriente. Y tuvo una intuición de éxi- to, porque el 12 de octubre de aquel mismo año el marinero genovés divisó un 10
  • 11. nuevo continente. Pero lo difícil quedaba aún pendiente, había que regresar. Y se produjo el milagro. Colón atrapó las costas peninsulares portuguesas con so- lo dos de sus tres barcos después de sobrevivir a una difícil tormenta. El otro, incluida su tripulación, desapareció en América. Para la reina no fue sino una más en la amplia lista de decisiones en la que casi nadie confiaba. Lo difícil para aquel excéntrico marino, inquieto y tro- tamundos, que tenía nombre de iluminado, y origen forzadamente desconocido, quedaba todavía pendiente: mostrar que había ido. Poco a poco se lo fueron creyendo, y con la incertidumbre, y la seguridad de lo que aparecía a la vista, de lo que allí había, empezó a inflarse el reino. Responsables de aquella extensión fueron los conquistadores, gentes tan aventurera como Colón que con sus pro- pios medios y un contrato real se lanzaban al continente Americano en busca de tierras con que engrandecer la corona castellano-aragonesa. Los conquistadores Francisco Pizarro y Hernán Cortés lograron sus mayores éxitos al adentrarse en el Imperio Inca y en el Imperio Azteca respectivamente. No entraremos en las críticas que aquellos acontecimientos suscitaron y suscitan en nuestros días. Por muy interesantes que sean, que no son, nos desviarían de nuestro estudio. 6. El sexto momento mágico en la historia del castellano es una muerte. ¡Cuántas veces la muerte de algo da vida a otro ser o acontecimiento! El repen- tinamente desaparecido es un príncipe alemán. ¿Y qué hace aquí este hom- bre de sangre azul? ¿Por qué una muerte favorece la expansión de la lengua? Pues muy sencillo, otra vez la política matrimonial. El hijo del príncipe alemán lo es también de la princesa de España. Y llegamos a un momento turbio de la historia que debemos aclarar. Muchos fueron los reyes que dividieron sus territorios para repartirlo en- tre sus hijos. Así, por ejemplo, se escindió el territorio de Galicia y Portugal, y hoy, unos y otros, consideran dos las lenguas que estaban destinadas a ser una. Los Reyes Católicos, que tantos éxitos habían obtenido con su unión, desearon que sus descendientes hubieran contribuido a la expansión, especialmente con Portugal. Y a ello dedicaron grandes esfuerzos. Todos ellos fracasaron por mo- tivos que no viene al caso aclarar para no extender innecesariamente estos razo- namientos. El hecho es que a la muerte de Fernando, en 1516 (Isabel había des- aparecido en 1504), la heredera legítima de ambos es la hija Juana. Juana se ha casado con un príncipe alemán, Felipe, apodado el hermoso, y ella se ha enamo- 11
  • 12. rado locamente, él, parece ser que mucho menos. Pero Felipe ha muerto inespe- radamente al beber un vaso de agua fría tras una partida de pelota, según cuenta la leyenda. La heredera de tan vasto imperio es Juana. Pero la princesa ha lleva- do su tristeza por la desaparición de su amadísimo Felipe a tal extremo, ha ma- nifestado en público tantas lamentaciones y llantos, ha seguido tan de cerca al cadáver de su marido que primero unos pocos y luego muchos más empiezan a considerarla loca. Las cortes del reino, el parlamento de entonces, toma en con- sideración su comportamiento y debe considerar si goza o no de suficiente luci- dez para el gobierno. Deciden que no, que en ese estado de enajenación no pue- de reinar. Ella pasará a la historia con el sobrenombre de la loca, Juana la loca, y él como Felipe el hermoso. Se hará cargo del reino, y aún más, del imperio, el hijo de ambos, Carlos de Austria. Carlos es nieto de los Reyes Católicos, y heredero por tanto del reino de España y sus territorios coloniales, y también es nieto del emperador Maximiliano de Austria, de quien recibe las posesiones centroeuropeas. Carlos I es, digámoslo con toda audacia, el gran monarca de la lengua española, conocido también por ser el primer rey de Europa y nombrado Carlos V el Emperador, y lo fue también de muchos territorios más que dilata- ban el imperio, que extendían el señorío, que unificaban territorios tanto en Eu- ropa como en América, y como acompañante de aquella parafernalia, la lengua. El español, la lengua del Imperio, alcanzó por entonces un prestigio muy pare- cido al que hoy detenta el inglés, o al que años antes había tenido el latín. Fue la lengua de moda, la lengua de referencia, la lengua de los viajes, la lengua de la formación, de la cultura, de la clase, de la fineza, de la expresión distinguida, del señorío… Todo occidental que se preciara tenía la obligación de pasar por el español. Y así fue hasta que el francés, en el siglo XVIII fue raspando protago- nismo a la lengua española en Europa, y en buena parte del mundo, pero no en el continente americano. 7. En séptimo lugar llegamos al acontecimiento menos rebelde de todos, al más inesperado, al más teñido de magia. El número de hablantes que hoy tiene nuestra lengua se concentra en un continente donde no nació. Un continente que, para mucha gente, recibió a los colonizadores españoles que en su conquis- ta arrasaron con aquella civilización y, según muchas torcidas interpretaciones, impusieron su lengua. Hoy sabemos que aquello no fue así, que ninguna de las medidas que Felipe II, Felipe III, Felipe IV y, Carlos II, reyes herederos del Im- perio de Carlos I y administradores con mayor o menor fortuna, tuvieron como objetivo desplazar o anular a las lenguas del continente americano. Las lenguas, al parecer de muchos especialistas en sociolingüística, no se imponen. Ni se han impuesto nunca. Y cuando un imperio ha intentado hacerlo, ha tenido los resul- 12
  • 13. tados opuestos. Tampoco Felipe V, el primer rey Borbón, ni Fernando VI, tal vez el mejor rey de España, ni Carlos III, el mejor alcalde de Madrid, y Carlos IV, que sencillamente olvidó que era rey y se desentendió de su legado, adoptaron decisión alguna contraria a las lenguas americanas. Muchas veces fueron los españoles quienes aprendieron las lenguas amerindias, y las primeras universi- dades fundadas en América utilizaron, a igual que en España, la lengua latina. Ninguna de las decisiones tomadas por los virreyes de España en América pudo contribuir a la extensión, expansión y divulgación masiva del español en el con- tinente americano. Ahí están los estudios de Rafael Lapesa, de Manuel Alvar, de Antonio Quilis y de tantos otros que tan minuciosamente lo explican. Una vez más el acto más inesperado, la acción que aparentemente debía contribuir en menor grado a la difusión del español en América, milagrosamente, fue la que desparramó a los hablantes. La gran explosión del español en el continente americano fue la que los propios gobernantes de allí llevaron a cabo una vez independientes, y no antes, una vez organizados los estados, y con el único fin natural de disponer de un instrumento de comunicación útil entre los adminis- trados. El español fue declarado lengua oficial en los países a medida que iban declarando su independencia. Así fue como el español trepó, se alzó, conquistó sin colonizadores el continente americano. Y así es como se extien- den las lenguas: de manera natural, sin imposiciones, con la necesidad de con- vertirse en instrumentos útiles de comunicación, con la llaneza con que elegi- mos un destornillador, y no otro, para ser eficaces en nuestro trabajo. 8. Envueltos en esta aureola histórica, conscientes de haber llegado a la ex- pansión sin que nadie hubiera podrido programarlo, satisfechos de que sea así y no de otra manera, hablemos ahora, en este octavo y último momento mágico, en lo que podemos llamar el mimo y generosidad de sus hablantes, la historia reciente de los grandes acuerdos, los éxitos y maridajes de los últimos años. Podríamos decir que en los orígenes estaban nuestros vecinos del norte, los franceses. El rey que en el siglo XVIII sucedió a Carlos II de Austria, fue Felipe V de Borbón, antecesor de nuestro actual Juan Carlos I, también de Borbón. Carlos II de Austria había muerto sin descendencia a finales del siglo XVII. Media España quería como descendiente a otro rey de su familia, aunque fuera de otra rama, y la otra media prefería a un rey de la familia francesa de los borbones. ¡Hemos estado tantas veces divididos los españoles…! Una pequeña guerra, nada que ver con las de ahora, convirtió en perdedores a los partidarios del rey de la casa de Austria, y el rey francés sentó sus reales aposentos en el 13
  • 14. trono de la España Imperial con el nombre de Felipe V. Con independencia de su labor política, diremos que una de sus primeras decisiones fue la fundación, según el modelo francés, de la Real Academia de la Lengua… Y su labor puli- dora de estilo se inició de inmediato. Perdimos desarrollo literario porque du- rante el siglo XVIII España fue una nación traducida, pero ganamos en rigor lingüístico. Resultado de aquella exquisita tradición son tres obras de gran clase y estilo, tres obras extraordinariamente unificadoras, la ortografía, el diccionario y la gramática. Las tres definen un estilo, señalan una norma, marcan un com- portamiento, indican un camino para todos los hablantes de español del mundo. La ortografía apenas ha cumplido ocho años de vida. Las 22 academias de la lengua española que existen en el mundo se han puesto de acuerdo para su redacción y ahora podemos escribir el español sin dudas en cuanto a los normas escritas para todos los rincones del mundo. La misma suerte ha corrido el léxico. A la vigésimo segunda edición del diccionario de la Real Academia Española, que había incluido más de veinte mil términos usados solo en América, le ha seguido una obra singular: el Dicciona- rio Panhispánico. De él podemos servirnos para resolver las dudas de aquellos términos que no coinciden en el continente americano y en el nuestro. Y la tercera publicación unificadora aún no ha aparecido, pero lo va a hacer uno de estos días. Se trata de la Gramática de la lengua española aproba- da, una vez más, por todas las academias de la lengua. Envueltos en esta aureola histórica, podemos decir que los hechos que más han contribuido a la difusión y extensión del español son, dicho de manera grata y sin aristas, los siguientes: - La rebelión sediciosa de aquel joven aguerrido que independiza al condado de Castilla de su monarca. - La boda clandestina de los herederos de dos reinos. - La capacidad de seducción de un marinero errante que se atrevió a persuadir a una reina. - La supresión de los derechos a la reina Juana, convertida en loca, sin que nunca supiéramos, aunque si sospechamos, en qué consistió exac- tamente su demencia. - Y la aceptación y beneplácito del español en América en el momento más inesperado, en la independencia de los estados americanos. 14
  • 15. Ninguno de ellos son motivos estrictamente lingüísticos. Las lenguas se ajustan al perfil de la sociedad que las sustenta; las lenguas fluyen y cambian muy a pesar de sus hablantes, las lenguas se escabullen como hábiles serpientes, como escurridizas culebrillas, sin que el poder político tenga en sus manos su control, aunque sí puede hacer mucho por su protección. El español, condicionado por fases y transformaciones, escapa de la es- tricta voluntad de sus hablantes. Y sin entrar a considerar más asuntos que pro- longuen inútilmente los razonamientos, diremos que nadie hubiera aventurado la expansión del español por América precisamente en el momento en que me- nos influencia política tenía en el Nuevo Mundo. Algo parecido le sucede tam- bién al inglés: su aprendizaje se realiza hoy al margen de los países, europeos o americanos que dieron luz a la lengua, con independencia del afecto o desafecto que se manifieste por aquel pueblo que la originó. El español y otras lenguas en las últimas décadas Desde hace algo más de un siglo y medio las cosas le han ido muy bien al español. Luego pasó unos años estabilizado, y en las últimas décadas la fortuna parece acompañarlo de la misma manera: en gratas coincidencias, en elegantes posturas ante el mundo, en capacidad difusora, en atracción estética, en gusto por su estudio, aprendizaje y uso. Los extraordinarios progresos sociopolíticos del territorio que fue cuna del español han catapultado su reputación, y con ella su atractivo y su difusión. A su afianzamiento como lengua vehicular en el mundo contribuyen otros factores que hemos de enumerar con prudencia, pero sin recelos, con respeto, pero sin remilgada educación. Las lenguas del mundo que viven durante tiempo deportadas, proscritas, eclipsadas u oprimidas por la lengua que elige el poder como única son numero- sas. Y no por ello estas lenguas en inferioridad desaparecen. Es el caso de los centenares de idiomas hablados en la India, y la imposibilidad de unificarlas con el poder del hindi y del inglés. Pero, desde el otro lado de la observación, tam- poco los esfuerzos de lenguas que pretenden recuperar su identidad con medi- das legales consiguen afianzar su uso como a los poderes públicos les gustaría que fuera. En las calles de Riga (Letonia), como en las de Barcelona (España), la inmensa mayoría de periódicos y libros que ocupan las estanterías de los kioscos, librerías y bibliotecas están escritos en ruso y en español, respectiva- mente, y no en letón y en catalán como preferirían las autoridades locales. Solo unas cuantas publicaciones, con financiación pública, atestiguan la presencia de 15
  • 16. aquellas interesantísimas lenguas no elegidas en la difusión de noticias, literatu- ra o divulgación científica. Veamos, a modo de ejemplo, la expansión del francés por el mundo y sus modos de arraigo, comparados con los del español. Hasta épocas recientes el francés ocupaba un lugar muy destacado en Europa y en el mundo. Hoy, eclip- sado por la fuerza arrolladora del inglés, pierde impulso. Pero también porque la expansión del francés por el mundo nunca entró de lleno en el lugar donde se cuecen las lenguas para que se perpetúen, en la cocina de las casas. El espacio que ganó el francés en aquellos países casi nunca fue comparable al del español en América. Los castellanos y las criollas formaron parejas felices, crearon fa- milias bilingües en cuyos dormitorios convivieron la lengua amerindia y el cas- tellano. Una generación tras otra ganó terreno el instrumento de comunicación más útil, el que más convino en cada momento. De aquella misma manera se introdujo el latín en la península Ibérica y desplazó al íbero y a otras lenguas celtas. Suponemos que todo aquello empezó cuando un soldado del imperio le dijo a una íbera en latín coloquial: “Tía, estoy por ti.” Y a los pocos años ya ten- ían cuatro vástagos bilingües. Luego, también de manera natural, el latín ganó terreno y echó raíces en las cocinas. El francés de la colonización alcanzó gran- des cotas entre intelectuales locales, pero nunca se armó con la fuerza de la len- gua en la que los padres les regañan a los hijos, de la lengua en la que hablan dos vecinas, en la lengua de la fiesta, de la broma… Los franceses viajaban en pareja, los aventureros romanos y castellanos iban solos a la aventura… las mu- jeres esperaban al final del viaje. Y todo esto sucede porque la naturalidad en el uso, el suave y práctico manejo de los instrumentos, preside la vida y pervivencia de las lenguas. ¿Y qué situación ocupa el español en esta elección práctica de los hablantes? El mundo de la cultura se interesa cada vez más por las lenguas. Los pla- nes de enseñanza incluyen más de una en la formación de los estudiantes. La condición de bilingüe, incluso trilingüe, es hoy inevitable en la formación de una persona, con independencia de su especialidad. El mayor porcentaje de hablantes monolingües del planeta se encuentra en los países anglófonos. De manera más generalizada que en otros países, sus usuarios, conscientes de la difusión de su lengua, prescinden de añadir otra a sus conocimientos, o si lo hacen la tienen en escasa consideración y destreza. En otras muchas partes del mundo, en especial en las regiones más abandonadas por la fortuna, se concen- tran gran cantidad de políglotas, también en mayor o menor grado de habilidad. La mayoría de los inmigrantes procedentes de África central hablan la lengua de sus padres, la lengua de su ciudad, que con frecuencia no coincide con la ma- terna, la lengua vehicular comercial más extendida en su región (suahili, volofo, 16
  • 17. sango…) y el inglés o el francés, lenguas obligatorias en la formación que les permite arrojarse a la aventura europea. La lengua del país de destino (español, francés, italiano…) la añaden poco a poco, a veces no tan rápido como cabría esperar. No entraremos en la consideración de la destreza, contextos y fines con que se usan tales lenguas, pero sí diremos que cumplen perfectamente con la función para la que han sido aprendidas. Y diremos también que han sido aprendidas sin esfuerzo, es decir, con la naturalidad que aprendemos, pongamos por caso, a conducir bien, a comportarnos en público o a montar en bicicleta. Si exceptuamos estos dos extremos de monolingües y políglotas, la mayor parte de los europeos, incluidos los países eslavos, buena parte del este asiático y toda América, añaden a su formación una o más lenguas a la propia. No hace falta insistir en citar o recordar a las que tradicionalmente se han alzado a ese privilegiado lugar. El español del futuro Mientras las cosas no se tuerzan, que no parece que vayan a torcerse, el español goza hoy de uno de los mayores privilegios que la historia concede a las lenguas. Con la universalización de su literatura, atraviesa uno de los momentos mágicos, semejante al que vivió el latín en el siglo I, el griego en el siglo V an- terior a nuestra era o el francés en el siglo XVIII y en la francofonía. Ya nadie lo considera patrimonio de los españoles, sino de la humanidad, que es el mayor galardón que se le pueden ofrecer a una lengua. Las miradas de quieres la estu- dian, la practican o simplemente la admiran no se dirigen hacia Madrid, sino hacia tantos puntos a la vez que no encuentran referencia única. El español es la lengua del argentino Jorge Luis Borges, del mexicano Octavio Paz, del chileno Pablo Neruda o del colombiano Gabriel García Márquez, aunque también del gallego Camilo José Cela, del catalán Eduardo Mendoza, y de tantos otros con tantas y tan variadas nacionalidades y orígenes, vivencias y convivencias, que las miradas del mundo hacia el español se pierden entre los confines de los con- tinentes. Los que hemos pasado por esta universidad sabemos que aquí, en Moscú, en la MGIMO, lo hablamos como en nuestra casa. Pero se someterá, estamos seguros, a algunos cambios. El sistema de cinco vocales nos sitúa entre la monotonía de las lenguas que solo tienen tres, como el árabe, y la confusión de las que utilizan más de una docena como el inglés o el francés. El inglés muestra tal inconsistencia vocálica que frecuentemente los interlocutores exigen una mayor precisión para 17
  • 18. comprenderse. Parece que las cinco trasparentes vocales del español van a per- manecer más o menos estables, y eso a pesar de que el habla relajada sureña tiende a abrir unas y cerrar otras para señalar la pérdida de una consonante de difícil articulación en posiciones finales de sílaba. Es difícil augurar soluciones, pero lo que parece más probable, tras una mirada histórica, es que el fenómeno no supere el ámbito regional. Más evidente parece la tendencia consonántica. Cada vez son menos los hablantes de diecinueve consonantes, es decir los que distinguen casa de caza y los que distinguen poyo de pollo. Si exceptuamos el yeísmo rehilado de los ar- gentinos, la mayoría de los hablantes utilizan diecisiete consonantes. Si tenemos en cuenta la permanente extensión del yeísmo, parece clara la pronta desapari- ción de la consonante lateral palatal sonora, uso prácticamente relegado al norte de España, en especial en las zonas rurales. Menos evidente resulta la extensión del seseo. Aunque los hablantes de español que no usan la fricativa interdental de Zaragoza son mayoría, los libros normativos del español en el mundo ense- ñan el habla minoritaria de Madrid, y no la de México. Es también difícil aven- turar el futuro, sobre todo para un fenómeno que considera más normativo lo que es una excepción entre sus hablantes. El caudal léxico, ancho y extenso, comparte un uso común en todo el vo- cabulario elemental y diario, al que se añaden las especificidades de cada re- gión: así hablamos del léxico andaluz, murciano, canario, cubano, mexicano, panameño, ecuatoriano, boliviano, rioplatense, chileno… El sistema permite la creación de todo tipo de terminologías, en cualquier campo, y si se muestra permeable y receptivo a los neologismos ingleses, no es sino por esa dimensión útil, práctica y generosamente suave en sus transacciones que deben tener las lenguas que se muestra hábiles, y no rígidas o exigentes. No aparece ningún pe- ligro en el acercamiento del español al léxico inglés. Todas las lenguas han nu- trido su vocabulario con el de otras. Incluso el inglés está plagado de términos griegos y latinos que hoy, introducidos y ajustados a los hábitos fónicos ingle- ses, solo los expertos identifican. El patrimonio léxico tradicional se concentra el las palabras más frecuentes, mientras el importado se especializa en signifi- cados que matizan y amplían los campos de significado. Si el corpus léxico de la Real Academia Española recoge más de un millón de palabras que alguna vez fueron utilizadas en la historia del español, y el actual diccionario recoge unas ciento veinte mil, nuestro léxico seguirá ampliándose y especializándose, y unas palabras darán paso a otras, y se mantendrán estables aquellas que ocupan las frecuencias máximas. 18
  • 19. Las exigencias gramaticales en cuanto al orden de las palabras son hoy de una generosa fluidez en usos, y permite una gran amplitud de posibilidades con pocos elementos y reglas. La tendencia parece aún más permisiva. Alguna solución debe buscar para el equilibrio de las formas pronomi- nales. El desequilibrio de los adjetivos y pronombres posesivos de tercera per- sona, su y sus, ha de buscar un acomodo en las formas. Tal vez la imparable tendencia a reducir el uso las fórmulas de respeto usted y ustedes no sea más que la voluntad de suprimir el polivalente uso de sus correspondientes su, sus, que tanto han afeado a nuestra lengua en la expresión elegante. Mucho más atractiva era la fórmula vos – vuestras, desviadas hacia la más elegante de vues- tra merced y luego convertida en ese usted – ustedes que, según todos los indi- cios, parece mostrarse inelegante, si observamos el camino emprendido por nuestra lengua. El español actual parece estar abierto también a una simplificación de las formas verbales. Algunos tiempos de subjuntivo, como los de futuro, han des- aparecido en el último siglo. Las formas de futuro de indicativo también están en decadencia. Hoy parece más frecuente oír voy a estudiar matemáticas que estudiaré matemáticas. Algo parecido le sucedió al inglés. En general los usuarios futuros asistirán a una simplificación de las for- mas verbales, que es la tendencia de todas las lenguas que se tiñen de las carac- terísticas de las vehiculares. Tiene el español una inmerecida fama de no disponer de la riqueza en va- riedades de entonación, de la emoción altisonante del italiano, y en otros casos del francés. Olvidamos que si eso es cierto para el habla de Madrid, no lo es pa- ra algunas variedades del español como la andaluza, la canaria, o la mexicana, capaces de envolverse en una dulzura expresiva envidiable, de un ingenio ex- cepcional, de una viveza incomparable. Su flexibilidad para el humor, para la broma rápida, para la distensión, para una entonación que suaviza los enfren- tamientos en las conversaciones, parece mucho más lograda que las rígidas exi- gencias de otras lenguas de su categoría y difusión. El sistema ortográfico, aunque con dificultades, supera en utilidad a las enrevesadas, alambicadas y casi diabólicas ortografías del inglés y del francés, sin duda una dificultad añadida. Tienen a bien los usuarios del francés y de inglés defender su ortografía por el arraigo tradicional y el elegante uso, pero muestran ambas lenguas serias dificultades como sistema práctico de comunica- 19
  • 20. ción y aprendizaje. Esta extraña complacencia en la dificultad, en las trabas, está seriamente arraigada como un elemento de clase, de estilo, de categoría. Recientemente algunas lenguas africanas han sido dotadas de un sistema de es- critura. La razón impone la lógica en la relación fonema-grafía. Pero se queja- ban algunos usuarios de estas nuevas lenguas escritas de que su ortografía no tuviera las trabas del inglés y del francés, en una torcida interpretación del uso práctico que han de tener las lenguas. En los últimos años las variedades ge- ográficas y sociales del español se han puesto de acuerdo en todo el mundo para unificar la ortografía, para hacer de ella un uso común. Tal esfuerzo unificador no se ha conseguido para ninguna otra lengua tan universalizada como la nues- tra. La influencia del inglés es algo común a las lenguas del mundo. Para los hablantes de planeta el aprendizaje del inglés sigue de cerca al aprendizaje de la lengua materna; para los hablantes de lenguas con un número reducido de hablantes (las lenguas septentrionales de Europa, por ejemplo), el aprendizaje y el posterior uso del inglés es inevitable en la comunicación con otros países, en cualquier ámbito, en cualquier actividad. Sabemos que no se trata sólo de una influencia lingüística, sino de una influencia que, en determinados campos, ad- quiere el valor de modelo de referencia. Francia ha tomado una postura clara, al menos institucionalmente, que tiende al rechazo del préstamo del inglés, que sanciona la rotulación pública en esa lengua, etc. La investigación del peso del inglés en las lenguas europeas está en mar- cha y ha dado frutos de mucho valor. Son frecuentes los encuentros organizados para debatir esta cuestión Las posturas son tan encontradas que el fenómeno del anglicismo en el español está muy presente en la Red. Lo que parece claro es que, para el caso del español, la influencia del inglés es notoria de preferencia en los préstamos léxicos. Y a este respecto con- viene advertir que una proporción elevada de anglicismos léxicos tiene un étimo procedente de una de las dos lenguas clásicas de prestigio (griego, latín), una de las cuales, la latina, es la base del “léxico patrimonial” del español. Si esto es cierto, todavía lo es más que los hablantes de español no tardan en dar a estas palabras una nueva forma, si la suya de origen difiere de lo que establecen los cánones formales del sistema lingüístico del español, tanto por lo que respecta a su fonética como a su representación gráfica. Se tiende a la españolización de la pronunciación. 20
  • 21. Esta influencia del léxico inglés se da sobre el español de España y sobre el español de los países hispanoamericanos. Posiblemente sea más perceptible en el español del país que tiene frontera con Estados Unidos, México, o en el español de países, como Panamá, que han mantenido con los Estados Unidos estrechas relaciones económicas y políticas. Por otra parte, la frontera mexicana del norte ha sido lugar de paso de un flujo incesante de emigración. El ritmo de crecimiento de la población hispánica en los EEUU es tal que, por una parte, lo “latino” ejerce un peso en las culturas musical, cinematográfica o gastronómica; por otra, lo “hispano” requiere de los políticos estadounidenses una atención hacia la lengua española; por otra más, una variedad de mezcla, el spanglish, que surge y es adoptado por unos como bandera de identidad creativa y por otros como elemento distanciador. Riesgo de fragmentación Hoy por hoy el español se coloca entre los instrumentos de comunicación más prácticos y dispuestos para su uso por el mundo. El español de Madrid ha dejado de ser el modelo, mientras nuevos y variados núcleos y tendencias la independizan, abren nuevos rumbos dentro de la unidad. Hoy el español no puede desaparecer como el latín porque no es la lengua de un imperio, sino de muchas de comunidades lingüísticas. El arraigo en la humanidad es tan grande y variado que no tiene peligro alguno de morir por la desaparición de sus hablan- tes. El riesgo de fragmentación es mínimo. Aunque el léxico aleja a las distin- tas variedades y algunas consonantes también, las diferencias son insignifican- tes si las comparamos con la unidad del resto de los fonemas, con la coinciden- cia en las formas de los artículos, de los demostrativos, de los números, de los pronombres, del léxico básico, del que está entre las frecuencias máximas como los nombres de los objetos de la vida diaria, de parentesco, etc., También existe una coherente unidad en las exigencias gramaticales como la concordancia, el uso de las formas verbales y el orden de la oración. Las divergencias son insig- nificantes frente a la unidad. Los hablantes de español no disponemos de tres grandes países que ex- panden su influencia y su cultura, ni tampoco de una colección de países que admiran la sabiduría y la cultura a través de una lengua europea, ni nuestros hablantes se concentran en una gran nación o en una nación muy poblada donde sus habitantes se multiplican. El español se distribuye por el mundo en amplio espectro. No enumeraré los países que lo incluyen en sus planes de estudio para no cansar con una larga lista, pero sabemos que se admira sin condiciones, con naturalidad, en cualquier lugar del planeta. Las posibilidades de que un cata- 21
  • 22. clismo social la conduzca a la situación de peligro que viven hoy más de cuatro mil lenguas en los próximos tiempos es impensable. El español está llamado a perpetuarse, a extenderse, a recordarse y a instalarse en la conciencia de todos los hablantes del planeta como una de las lenguas más codiciadas por la huma- nidad. Conclusiones Por eso los estudiantes de español, que son muy numerosos en todo el mundo aunque, como sucede siempre, en diversos grados de destreza, se mues- tran felices en los primeros pasos porque el sistema fónico permite que se dejen entender rápidamente, porque el caudal léxico, en los niveles esenciales, se pre- senta claro y accesible, porque la frase elemental no es rígida y exigente. Si a esto añadimos el peso de la tradición literaria, una de las más ricas de todas las lenguas, nos encontramos ante una lengua que reúne todas las características para perpetuarse en la humanidad durante siglos, y mantenerse como uno de los instrumentos de comunicación más eficaces que nunca existieron sobre el pla- neta. Enhorabuena a todos los que me oyen y me entienden por haber elegido al español como lengua añadida a la legendaria e ilustre lengua rusa. Enhora- buena por disponer de uno de los elementos de comunicación que más puede contribuir al acercamiento entre los pueblos. Enhorabuena, también, por mostrar en su uso esa habilidad que tantos hablantes de español en el mundo desearían tener. Sois un verdadero ejemplo de estudio y logros. Muchas gracias. Moscú, 29 de octubre de 2007 22
  • 23. Bibliografía ALARCOS LLORACH, E., El español, lengua milenaria (y otros escritos castellanos), Vallado- lid, Ámbito, 1982 ALATORRE, A., Los 1001 años de la lengua española, México, 1979 [20 ed.: México: Fondo de Cultura Económica, 1989] ALVAR, M., B. POTTIER, Morfología histórica del español, Madrid, Gredos, 1983 ARIZA, M., Manual de fonología histórica del español, Madrid, Síntesis, 1989 CANO AGUILAR, R. (coord.), Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, 2004 CANO AGUILAR, R., El español a través de los tiempos, Madrid, Arco Libros, 1988 COROMINAS, J., Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Madrid, Gredos, 1987-1991, 6 vols. LAPESA, R., Estudios de morfosintaxis histórica del español, 2 vols., Madrid, Gredos, 2000 LAPESA, R., Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1995, 9ª ed. LATHROP, TH., Curso de gramática histórica española, Fundación Menéndez Pidal, 2005, 2 vols. LOPE BLANCH, J. M., Estudios de historia lingüística hispánica, Madrid, Arco Libros, 1990 LÓPEZ GARCÍA, Á., Cómo surgió el español. Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo, Madrid, Gredos, 2000 LÓPEZ GARCÍA, Á., El rumor de los desarraigados. Conflicto de lenguas en la Península Ibé- rica, Barcelona, Anagrama, 1985 MENÉNDEZ PIDAL, R., España, eslabón entre la Cristiandad y el Islam, 30 ed., Madrid, Espa- sa-Calpe, 1977 MENÉNDEZ PIDAL, R., Historia de la lengua española (ed. de D. Catalán), Madrid, Fundación Menéndez Pidal / Real Academia Española, 2005 MENÉNDEZ PIDAL, R., La lengua de Cristóbal Colón, 50ª ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1968 MENÉNDEZ PIDAL, R., Orígenes del español, 3ª ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1976 MENÉNDEZ PIDAL, R., Manual de gramática histórica española, Madrid, Espasa-Calpe, 1985, 18ª ed. PENNY, R. J., Gramática histórica del español, Barcelona, Ariel, 1993 PENNY, R., Variación y cambio en el español, Madrid, Gredos, 2004 QUILIS MERÍN, M., Orígenes históricos de la lengua española, Universidad de Valencia, 1999 TOVAR, A., Lo que sabemos de la lucha de lenguas en la Península Ibérica, Madrid, Gregorio del Toro, 1968 WRIGHT, R., Early Ibero-Romance: Twenty-One Studies on Language and Texts from the Ibe- rian Peninsula between the Roman Empire and the Thirteenth Century, Newark, Juan de la Cuesta, 1994 23
  • 24. EL ESPAÑOL, UNA LENGUA AFORTUNADA: GRANDES MOMENTOS DE SU HISTORIA. Rafael del Moral (MGIMO, Moscú, octubre de 2007) (Guía para la orientación) Sobre fortuna e infortunio: la valoración de las lenguas Sobres los permanentes cambios Sobres lenguas y edades. Vidas y muerte de las lenguas. Momentos mágicos en la historia del español 1. Fernán González 2. Alfonso X, el sabio 3. Boda de Isabel y Fernando 4. Unificación territorial 5. Conquista de América 6. Muerte de Felipe el hermoso 7. Independencia de los países americanos 8. Acuerdos entre los hablantes El español y otras lenguas en las últimas décadas El español del futuro  El sistema de cinco vocales  La tendencia consonántica  El caudal léxico  El raro equilibrio de las formas pronominales  La simplificación de las formas verbales  La riqueza o parquedad en variedades de entonación  El sistema ortográfico  La influencia del inglés Riesgo de fragmentación Conclusiones 24