1. El Surrealismo
Movimiento literario y artístico, elitista y de izquierdas, que nació en Francia en 1924
impulsado por André Breton. Este defendió en su Manifiesto la inconsciencia, el sueño
y la locura. Este movimiento estaba basado en la teoría del psicoanálisis de Freud.
Pretende visualizar el inconsciente del individuo en su estado puro, esto es, despojado
del control que ejerce la razón y al margen de las represiones éticas y morales de los
convencionalismos sociales. Se propone pues, un arte basado en el inconsciente y el
mundo de los sueños, fuera de toda preocupación estética y moral.
En el arte surrealista el inconsciente se va a convertir en protagonista. En el
inconsciente se piensa en imágenes y dado que el arte formula imágenes es el medio
más adecuado para emerger a la superficie los contenidos profundos del inconsciente.
Si la realidad auténtica es la profunda, la que no se ve, ¿cómo hacerla surgir? ¿cómo
liberarla? Un método consiste en dejarse llevar por aquello que nace de nuestro interior
sin aplicar ningún filtro, automáticamente (automatismo); el otro supone tratar de
reproducir la arbitrariedad del sueño y del delirio.
Los recursos utilizados presentan una cierta cohesión de escuela: animación de lo
inanimado, metamorfosis, aislamiento de fragmentos anatómicos, máquinas fantásticas,
confrontación de cosas incongruentes, perspectivas vacías, creación evocativa del caos;
a menudo, como referencia a sus raíces psicoanalíticas y a la importancia que el
psicoanálisis otorga a todas las dimensiones del sexo, se cultiva el tema erótico tratado
de forma lúbrica (lujuriosa)
La plástica surrealista no aporta un formalismo nuevo como las otras vanguardias. El
vocabulario del Surrealismo no es nuevo; lo novedoso es la síntesis y, sobre todo, la
semántica (el sentido o significación).
Por tanto, el Surrealismo no posee unidad formal. Desde la figuración casi hiperrealista,
hasta la influencia cubista o los límites de la abstracción, coinciden en él. Sin embargo,
en su conjunto hay un elemento común: la perfección técnica y la minuciosa
ejecución, para poder exponer los sueños con claridad.
Encontramos dos corrientes en el movimiento: el surrealismo del automatismo
abstracto que inventa un universo personal y se deja llevar por lo que a cada pintor le
surge de dentro y el llamado surrealismo figurativo en el que se reconocen las formas
pero fuera de su contexto real.
Abstractos Figurativos
Joan Miró Salvador Dalí
Yves Tanguy René Magritte
Óscar Dominguez
Giorgio de Chirico
El surrealismo se deshizo como movimiento en 1944, debido a la Segunda Guerra
Mundial, pero la tendencia surrealista se extendió por todo el mundo y aún hoy
sobrevive. En España los grandes pintores de nuestro siglo: Picasso, Dalí y Miró, han
participado del surrealismo.
De la ruptura con la consciencia, el Surrealismo ha pasado con frecuencia a la ruptura
con las convenciones sociales, de ahí que las excentricidades hayan sido una
connotación de su historia.
2. Salvador Dalí (1904-1989). Su obra se pude resumir en surrealismo y provocación, se
marchará de la escuela de Bellas Artes de Madrid por juzgar de incompetentes a sus
profesores y ya en París se alista a la tendencia Surrealista (1929).
Influido por Freud y por Jacques Lacan defendía que, al igual que cuando miras nubes o
cualquier otro elemento del paisaje, reconoces formas fantásticas porque proyectas
visualmente tus delirios, de igual modo puedes pintar sin automatismos y reproducir tus
propias visiones u obsesiones con todo detalle y precisión.
Es excepcional en sus calidades plásticas, de asombroso dibujo de influencias
renacentistas y barrocas (confesaba su admiración por Rafael, Velázquez, Vermeer),
con una luz limpia y transparente, esa luz nítida del Ampurdám. Pero esta capacidad la
utiliza para desarrollar el llamado “método paranoico-crítico” Este método coge
elementos tomados de la realidad, otros también reales pero descontextualizados,
modificados o deformados, y otros totalmente irreales, asociados en un contexto, en un
ambiente en el que nunca aparecen asociados en la realidad. Lo que siempre va a buscar
es la insólita asociación, el impacto visual que provoca al espectador y lo descoloca. El
subconsciente, los sueños, la imaginación actúan sobre el pintor, que plasma sobre el
lienzo esas imágenes soñadas en asociaciones insólitas e, incluso, delirantes.
Algunos temas llegan a ser obsesivos, como las imágenes dobladas o las simbólicas
asociadas al sexo.
Dalí se sirvió de las teorías psicoanalíticas para plasmar su personalidad y sus
obsesiones: el complejo de Edipo, la megalomanía, la obsesión por Gala.
Tras un momento de aprendizaje, los años 30 son su periodo más creativo con obras
como El gran masturbador (1929), Persistencia de la Memoria, Premonición de la
Guerra Civil (1936). Más adelante se tornará grandiosamente barroco y sus obras, Leda
Atómica o el Cristo de San Juan de la Cruz imbuidas de un sentido del espacio y de la
composición más clásica pero siempre inquietante. Dalí abandona prácticamente la
pintura en 1982, al morir su musa y compañera, Gala Eluard.
El gran masturbador, 1929 Premonición de la Guerra Civil, 1936
Leda Atómica.1949
3. A Joan Miró (1893-1983) podemos situarlo fuera del surrealismo figurativo y
considerarlo representante genuino del surrealismo del automatismo (plasmar la
realidad surgida del sueño), un lenguaje artístico cercano a la abstracción.
Aportó una visión de su inconsciente mágica y lírica, llena de gran fantasía. Sobre
fondos blancos o azules y con una gama de colores brillantes (amarillos, rojos, verdes,
azules…) creaba en el espacio diferentes signos reconocibles, como estrellas, soles,
gatos, peces, escaleras o insectos, con un fuerte contenido simbólico… que sirven de
soporte a los mensajes del subconsciente.
De lenguaje preciso y minucioso. Sus creaciones están formadas por asociaciones
fantásticas, signos simbólicos, ondulaciones y curvas que imponen a su obra un
carácter rítmico y festivo.
Carnaval del arlequín, 1924 La Masía, 1921-22
4. La persistencia de la memoria. Óleo sobre lienzo. 1931. Dimensiones: 24 x 33 cm.
Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Estamos delante de un paisaje onírico. Parece una playa al anochecer. En primer
término y en posición central, destaca una extraña figura: una cabeza blanda con una
enorme nariz, de larga y carnosa lengua que sale de ella, pero carece de boca. Su raro
cuello se pierde en la oscuridad. Reposa dormida sobre la arena, ya que vemos cerrado
su ojo, con unas enormes pestañas. Puede muy bien ser un autorretrato estilizado del
pintor.
Tiene encima un blando reloj de bolsillo. A la izquierda, sobre lo que parece una mesa
de madera rectangular, aunque incompleta, encontramos otros dos relojes: uno más
pequeño, cerrado, sobre el que se apelotona una multitud de hormigas; el otro, enorme,
blando y alabeado- con una mosca encima y marcando casi las siete horas- , se escurre
por el borde de la mesa. De ésta nace un árbol roto, con una sola rama sin hojas sobre la
que hay un tercer reloj blando. Al fondo, iluminada fuertemente, vemos una cala
recortada por acantilados rocosos. Una piedra redondeada proyecta su sombra sobre la
arena de la playa, que está desierta. El mar se confunde casi con el cielo cubierto de
vaporosas nubes blancas.
El dibujo tiene una enorme importancia en el cuadro. Es de líneas puras, muy
académico. Los objetos están representados con exactitud y detallismo, pero sus
dimensiones no son reales y están deformados.
La luz juega un gran papel. El cuadro está dividido en dos partes no simétricas: una
tenebrista, en primer término, con un foco de luz a la derecha que ilumina suavemente
los objetos, que proyectan sus sombras y se recortan en el espacio; y la otra, fuertemente
iluminada, al fondo, con una luz muy blanca, irreal.
El color es rico y variado. Predominan los tonos fríos (azules, grises, blancos), que
contrastan con los cálidos (ocres, marrones y amarillos).
La composición está muy estudiada. Domina la línea horizontal del mar al fondo,
remarcada por la luz, que divide el cuadro en dos mitades desiguales pero armoniosas.
Se complementa con la horizontal de la rama seca del árbol, que con su tronco marca a
la izquierda una vertical que equilibra la composición. Como elementos dinámicos, el
pintor utiliza las líneas diagonales (mesa, cabeza) y las curvas (relojes, cabeza). El
color contribuye a lograr estos efectos, ya que los tonos cálidos nos acercan las formas,
mientras que los fríos las alejan. La perspectiva tradicional existe, pero el espacio
parece extraño. El punto de vista del espectador es alto, aunque no en todos los objetos.