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Tema I:



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    I- La prehistoria.
          I.1- El Paleolítico (c. 1 m.a.-10.000 años b.p.).
          I.2- El Mesolítico o Epipaleolítico (c. 10.000 a 6.000 a.C).
          I.3- El Neolítico (c. 6.000 a 2.500 a.C).
          I.4- La Edad de los Metales (c. 2.500-750 a.C.).
                  I.4.1- El Eneolítico, Calcolítico o Edad del Cobre (c. 2.500-1.700 a.C).
                  I.4.2- La Edad del Bronce (c. 1.700-750 a.C.).

    II- Las colonizaciones y los indígenas. Dentro y fuera de la historia.
          II.1- Fenicios y griegos. Las colonizaciones comerciales.
          II.2- Tartessos y el periodo Orientalizante.
          II.3- La colonización cartaginesa. El imperialismo militar.
          II.4- Los pueblos prerromanos.

    III- La dominación romana. Hispania (218 a.C.-s. V d.C.).
          III.1- La conquista (218-19 a.C.).
                  III.1.1- Primera fase (218-154 a.C.). Ocupación del territorio íbero.
                  III.1.2- Segunda fase (154-123 a.C.). Las guerras celtíberas y lusitanas.
                  III.1.3- Tercera fase (123-19 a.C.). Las guerras civiles y la Pax Augusta.
          III.2- El fenómeno de la romanización.
                  III.2.1- La organización y administración del territorio.
                  III.2.2- La explotación económica de Hispania.
                  III.2.3- La organización social.
                  III.2.4- La difusión de los nuevos elementos culturales.
          III.3- La crisis del Bajo Imperio (ss. III-V d.C.).
I- LA PREHISTORIA.
  I.1- El Paleolítico (c. 1 m.a.-10.000 años b.p.).
        Con este nombre se conoce una larguísima etapa previa a la fase interglaciar climática en
que nos encontramos actualmente, con condiciones ambientales cambiantes y durante la cual se fue
produciendo la evolución física, técnica y cultural del ser humano. Dicha etapa, dividida en tres
fases, se conoce exclusivamente a través de los fósiles y restos materiales conservados en
yacimientos y recuperados gracias a la arqueología.
  1- Durante el Paleolítico Inferior, hasta hace unos 100.000 años, la península Ibérica estuvo
habitada por diversos presapiens, de los que apenas se habían encontrado restos, hasta la explosión
de descubrimientos en Atapuerca (Burgos). Sin embargo, se han hallado numerosos útiles de piedra,
entre los que destacan las hachas de piedra labradas en sílex, de industrias abbevillenses y
achelenses. Algunos de estos útiles podrían remontarse a 1 m.a. atrás, sin que conozcamos a sus
artífices, una vez desechado el polémico “Hombre de Orce”.
        Los homínidos más antiguos son los “Homo antecessor” de la Gran Dolina de Atapuerca,
datados en 800.000 años de antigüedad, y que, según sus descubridores, serían el tronco común de
las dos especies de sapiens. Más adelante encontramos a los “Homo heidelbergensis” de la Sima de
los Huesos, también en Atapuerca, unos preneanderthales datados en unos 130.000 años de
antigüedad. A este grupo están vinculados los restos de Cova Negra (Valencia).
  2- Durante el Paleolítico Medio (c. 100.000 a 35.000 años) el homínido dominante es el “Homo
sapiens neanderthalensis”, del cual se han encontrado abundantes restos óseos, destacando los de
Gibraltar, Bañolas (Gerona) y Carigüela (Granada). También se han hallado numerosos yacimientos
al aire libre y, en ocasiones, en cuevas, con restos líticos. Estos útiles revelan una industria muy
especializada, la industria musteriense, que utilizaba la técnica de lascas para la elaboración de
piezas muy diversas (raederas, buriles, cuchillos, puntas triangulares para dardos y flechas, etc…)
con una talla muy cuidada y un fino retoque en el trabajo del sílex.
   3- En el Paleolítico Superior (c. 35.000 a 10.000 años) los neanderthales desaparecieron, más
bien se extinguieron, sustituidos por una nueva especie, posiblemente originaria de África, el
“Homo sapiens fossilis” o Cro-Magnon. Las razones de la extinción aún se discuten. Lo que parece
claro es que no hubo hibridación o mestizaje entre ambas especies, dadas sus diferencias genéticas.
Pero tampoco se encuentran evidencias de enfrentamientos armados entre unos y otros.
        El nuevo homínido desarrolló de forma notable la fabricación de útiles, dando lugar a
múltiples industrias: desde el perigordiense al auriñaciense la industria lítica de hojas sustituyó a la
de lascas, al tiempo que se empleó profusamente el asta y el hueso; durante el solutrense se
desarrolló un nuevo tipo de talla: el retoque plano, con el que se realizaron útiles de gran precisión,
como las puntas de aleta y las puntas triangulares con pedúnculo; y durante el magdaleniense,
último periodo del Paleolítico Superior, el trabajo del sílex retrocedió en favor del hueso, con el que
se realizaron agujas, arpones y azagayas. Esta cultura se desarrolló, especialmente, en la zona
cantábrica y en la costa mediterránea, escaseando los restos en el interior, posiblemente por las
duras condiciones climáticas.
   Formas de vida.
        Durante todo este periodo los seres humanos practicaron un modo de vida depredador,
basado en la recolección, la caza y la pesca. Esta actividad se desarrolló en ecosistemas bastante
diferentes al actual, unas veces boreales, y otras tropicales. Los útiles y otros restos revelan este tipo
de actividades. Esta actividad económica conlleva una forma de vida nómada, con abundantes
ejemplos de hábitats temporales en cuevas en etapas frías y campamentos al aire libre en las etapas
cálidas.
        La organización social se basaba en pequeños grupos o clanes, unidos por lazos afectivos y
familiares, sin clases económicas, pero con jerarquías reconocidas, que seguramente se limitaban al
anciano o jefe del clan y al chamán o especialista ritual, que podían ser la misma persona o no, sin
que sea fácil determinar su existencia hasta el Paleolítico Superior. Probablemente existiese también
una especialización sexual en el trabajo, dedicándose los hombres a la caza y las mujeres a la
recolección. La causa está en el cuidado de los inmaduros, por lo que las mujeres deben evitar las
actividades más peligrosas. Esto se traduce también en un importante dimorfismo sexual apreciable
en los restos de los homínidos de la época.
        En cuanto a la vida ritual podemos señalar la constatación en el yacimiento de Atapuerca de
prácticas de antropofagia entre los antecessor. ¿Ritual o meramente alimenticia? Y el posible
enterramiento colectivo de heidelbergensis de la Sima de los Huesos. El neanderthal es un sapiens,
ya que está probado que tenía creencias y un pensamiento elaborado, tal como revelan sus
enterramientos. Y lo mismo podemos decir de los cromañoides, no sólo por la presencia de
enterramientos con ajuares y restos de ritos, como el empleo del ocre, sino también por el desarrollo
de las actividades artísticas, que revela la existencia de un pensamiento simbólico y un lenguaje.
        El arte paleolítico parecía circunscrito en España a la zona cantábrica, formando parte del
núcleo franco-cantábrico, pero en los últimos tiempos se va extendiendo el ámbito de estas
representaciones artísticas, y no sólo en cuevas, como la de Maltravieso en Cáceres, sino también en
yacimientos al aire libre. Hay una gran abundancia de cuevas decoradas con grabados y pinturas
monocromas y polícromas. Los motivos principales son los signos abstractos y animales
naturalistas, siendo muy escasas las representaciones humanas. Además existen variadas
manifestaciones de arte mueble, en placas de piedra y en hueso.
  I.2- El Mesolítico o Epipaleolítico (c. 10.000-6.000 a.C.).
        El Mesolítico se caracteriza por una serie de cambios ecológicos derivados del calentamiento
climático tras la última glaciación y la consiguiente subida del nivel del mar. La gran fauna fría fue
sustituida por animales más pequeños, propios del ecosistema mediterráneo, más ágiles, huidizos y
con menos carne. Aunque como contrapartida, el nuevo ecosistema mediterráneo tiene una mayor
variedad de especies vegetales y una mayor abundancia de gramíneas silvestres. Desde el punto de
vista de la cultura material lo característico es la aparición masiva de microlitos en los yacimientos.
        La recolección se convirtió seguramente en la actividad económica principal, mientras en la
caza se hizo necesario el desarrollo de nuevas técnicas, como el arco y la flecha, diversos tipos de
trampas o el auxilio del perro, con lo que las actividades de grupo perdieron importancia frente a la
habilidad individual. También se detecta un fuerte desarrollo de la pesca y la recolección de
moluscos.
        Desde un punto de vista social, este cambio económico provocó también un equilibrio tanto
de la dieta como de la actividad entre los sexos y un menor dimorfismo sexual. Parece ser que hubo
un desarrollo demográfico y que los desplazamientos de población se redujeron al no ser ya
migratorias las presas de caza. Todo ello propició una sedentarización incipiente y el germen de la
desmembración de los clanes.
        En la zona cantábrica a los grupos mesolíticos se les conoce como “cultura aziliense” y
“cultura asturiense”, mientras en la mediterránea se conocen dos grupos, el “microlaminar”
vinculado al aziliense, y el “geométrico”, vinculado a grupos mesolíticos franceses. Siguiendo la
pauta del Paleolítico Superior, las zonas del interior no debieron tener importante presencia
humana; de hecho, en Extremadura no conocemos nada de esta etapa.
        La vida ritual sigue siendo intensa, destacando los enterramientos azilienses, con los cuerpos
decapitados post morten y acompañados de cantos pintados en la fosa y otros ajuares. Lo más
característico del arte propiamente mesolítico es su carácter abstracto y anicónico, realizado con
técnicas de pintura y grabado, sobre placas o cantos, como los de la cultura aziliense.
  I.3- El Neolítico (c. 6.000-2.500 a.C.).
       El concepto de “Neolítico” va mucho más allá de una nueva forma de trabajar la piedra.
Incluye la sedentarización de las poblaciones, el desarrollo de una economía de producción basada
en la agricultura y la ganadería, y la aparición de innovaciones técnicas como la cerámica, la textil o
el pulimento de la piedra. Todo ello es la consecuencia final del cambio climático y medioambiental
del mesolítico en varios lugares del mundo, aunque en primer lugar en el Próximo Oriente, desde
donde, por difusión, llegó a toda Europa y a la Península Ibérica.
        En nuestro caso la «revolución neolítica» llegó a través del Mediterráneo y se asentó en
primer lugar en sus costas. En la Cova de l’Or (Alicante), datada en el V Milenio a.C., se
encontraron las características cerámicas cardiales o impresas de origen oriental. Otros datos, como
el yacimiento de Cocina (Valencia), sin discontinuidad entre mesolítico y neolítico, nos hablan de
un posible proceso de aculturación, con la presencia de cerámicas a la almagra, y el hecho de que la
ganadería parece ser más antigua, con restos de cerdo, buey cabra o conejo datables en el VI
milenio a.C.
        En el primer neolítico o “Neolítico Antiguo” la caza y la recolección seguían siendo
actividades más importantes que la ganadería o la agricultura, cuyos restos son escasos. El hábitat
más usual era en cuevas y abrigos. En el IV y III milenio a.C. se desarrolla el Neolítico Pleno, con
la Cultura de los Sepulcros de Fosa en Cataluña y la aparición de poblados en Levante y Almería,
con cabañas de piedra y adobe, y abundantes restos de cerámicas incisas y lisas, aunque se siguen
habitando las cuevas.
        En la zona occidental de la Península Ibérica, y sobre todo en Portugal, se desarrolla el
megalitismo desde el IV milenio. El elemento más característico es el enterramiento colectivo, el
dolmen, sobre todo el de corredor, algunos con grabados y pinturas. También hay algunos menhires.
Estos monumentos podrían tener una función de demarcación territorial entre pueblos
esencialmente pastoriles, y no están asociados a poblados conocidos. No se encuentran megalitos en
Levante, Valle del Ebro y la zona oriental de la Meseta.
        El utillaje más común y abundante sigue siendo el lítico, y no precisamente el pulimentado
(hachas y azuelas), sino el tallado (microlitos y puntas de flecha), siendo también abundantes los
molinos de mano. Aparecen también todo tipo de útiles óseos, como punzones, agujas, espátulas,
mangos, etc… Pero el principal fósil director será ahora la cerámica; en general eran realizadas a
mano, lisas, y más raramente con decoración impresa o incisa, y se cocían en hornos rudimentarios.
        Desde el punto de vista social, a pesar de que se estaban poniendo en marcha los
mecanismos de las divisiones sociales, tanto por la riqueza como por la función, parece ser que
estos grupos humanos del neolítico mantuvieron unas condiciones de igualitarismo, aunque con la
aparición de ciertas jerarquías. Posiblemente se produjese la reunión de clanes en tribus y poblados
de cierta importancia, apareciendo los consejos de ancianos. La presencia de poblados fortificados y
escenas bélicas en el arte rupestre nos pone en el camino de la guerra, defensiva u ofensiva, por
causas económicas y territoriales; lo cual propicia la aparición de castas guerreras y líderes militares
con capacidad de movilizar y ordenar a toda la población. También pudo desarrollarse una casta
sacerdotal en relación con la proliferación de ritos agrarios y ganaderos de fecundidad, de
iniciación, etc…
        Los enterramientos son muy complejos y de tipos muy variados, algunos con grandes
construcciones y colectivos, otros en fosas individuales, algunos en el interior de las viviendas, casi
siempre en posición fetal, revelando ritos por los restos de fuego, de ocre, adornos y ajuares que los
acompañan. Esta riquísima ritualidad revela creencias complejas y organizadas. La presencia en
ellos de ajuares con adornos personales tales como brazaletes, anillos, cuentas de collar, vestidos de
pieles y esparto, etc… podría ilustrar esas incipientes diferencias.
        Las manifestaciones artísticas más conocidas corresponden al llamado “arte levantino”, por
localizarse sobre todo en las zonas montañosas de la vertiente mediterránea. Se trata básicamente de
pinturas rupestres monocromas, rojas o negras principalmente, situadas en abrigos rupestres. Se
representan animales naturalistas, figuras humanas muy estilizadas y multitud de signos abstractos.
Generalmente se agrupan y combinan componiendo escenas muy significativas que muestran
actividades económicas de caza, recolección y producción, y también escenas rituales y sociales. El
elemento más polémico de estas manifestaciones artísticas es su datación, que unos remontan a
tiempos mesolíticos y otros llevan a periodos posteriores al Neolítico.
I.4- La Edad de los Metales (c. 2.500-750 a.C.).
        Esta etapa supone fundamentalmente la aparición de una nueva técnica, la metalurgia, sin
cambios económicos muy importantes respecto al Neolítico, aunque sí tendrá una gran
trascendencia social.
        I.4.1- El Eneolítico, Calcolítico o Edad del Cobre (c. 2.500-1.700 a.C).
        La metalurgia de cobre apareció en el tercer milenio a.C. Según algunos mediante un
proceso de aculturación, y según otros como resultado de las influencias de comerciantes de las
civilizaciones del Creciente Fértil que arribaron a la península Ibérica en busca de metales. Las
nuevas técnicas, las formas de hábitat y de enterramiento podrían apoyar esta tesis, pero lo
rudimentario de las primeras muestras de metalurgia apoya la tesis de la aculturación. La mezcla de
rasgos autóctonos y alóctonos complica el panorama.
        La cultura de Los Millares, en Almería, supone la más brillante expresión de esta nueva
etapa, con poblados en alturas medianas, fortificados con fosos, murallas y atalayas. En su interior
es norma la anarquía urbanística de las viviendas circulares de piedra y adobe. A pesar de todo, en
muchos lugares continúa siendo abundante el hábitat en cuevas y abrigos. Aunque en toda la
península se detectan asentamientos de esta etapa, es en las zonas mineras del SE y el SW donde
son más característicos.
        Otro elemento característico, aunque no nuevo, de esta etapa es el empleo de enterramientos
colectivos. A mediados del tercer milenio a. de J.C. se desarrolló en casi toda la Península la cultura
megalítica. En el Sur, y también en Extremadura, se desarrollan los tholoi e hipogeos, quizás por
influencia oriental; mientras en el Norte aparecen los dólmenes, de influencia atlántica. En
cualquier caso, lo que define al megalitismo, más que las técnicas de construcción, es el carácter
colectivo y monumental del enterramiento, con ajuares homogéneos consistentes en recipientes
cerámicos, útiles de hueso y piedra e ídolos oculados pintados o grabados en piedra, hueso o
cerámica. Si nos atenemos a los datos y el carácter de estos enterramientos, estamos ante una
sociedad igualitaria.
        La expansión de la agricultura y la ganadería es ahora más clara, abundando los útiles
agrícolas (microlitos geométricos, molinos de mano, hachas pulimentadas, etc…), e incluso se
aprecian estructuras de regadío en algunos poblados. La recolección de productos como la miel, las
bellotas y las olivas es una actividad secundaria, al igual que la caza, que supone sólo el 30% de la
carne consumida.
        A pesar de la novedad de la metalurgia las técnicas antiguas no desaparecieron, sino al
contrario. La fabricación de numerosos instrumentos (agujas, punzones, sierras, cuchillos, etc…) y
armas (puñales y puntas) de cobre y piezas decorativas de plata y oro (diademas y cintas) coincidió
con un renacimiento en el trabajo de la piedra, especialmente el sílex; y con un desarrollo de la
industria ósea, con agujas, punzones, peines, puntas, botones… La proliferación de pesas de telar y
fusayolas revela el desarrollo de las técnicas textiles.
        La Cultura del Vaso Campaniforme. Avanzado ya el Calcolítico, se desarrolló un tipo de
cerámica funeraria muy original, la del vaso campaniforme, que se extendió, posiblemente desde la
península Ibérica, por gran parte de Europa, lo que parece indicar un notable incremento de las
relaciones comerciales. Esta Cultura del Vaso Campaniforme es claramente calcolítica, pero sus
restos aparecen en poblados ajenos, preexistentes, sin que se conozcan poblados que puedan
atribuirse con exclusividad a esta cultura.
        El yacimiento más usual es funerario. Sus enterramientos suelen ser individuales, en fosas
aisladas, sin formar necrópolis, e incluso de forma intrusiva en megalitos que ya no se utilizaban.
Los cadáveres tienen siempre un ajuar muy característico: vaso, cazuela y cuenco campaniformes,
puñal de cobre, brazal de arquero y punta de flecha, junto con cuentas de collar u otros adornos.
Todo esto ha llevado a pensar que podría tratarse de un grupo de metalurgistas o comerciantes
itinerantes, buhoneros de la prehistoria, que dejan sus restos materiales, esencialmente funerarios,
en aquellos ámbitos geográficos y culturas que visitaban.
I.4.2- La Edad del Bronce (c. 1.700-750 a.C.).
        Al igual que en la etapa anterior, se inicia con la aparición de nuevas técnicas metalúrgicas
de aleación en el sur de la península y Levante, desde donde se extiende al resto del territorio,
especialmente el SW, La Mancha y Cataluña. La cultura más importante es la de El Argar, también
en Almería, que se originó en torno al año 1700 a.C. En el resto de la península, y sobre todo en el
valle del Duero los restos son muy dispersos hasta el final de esta etapa, revelando un poblamiento
menos denso y al margen de las rutas comerciales, que eran sobre todo marítimas. Las diferencias
entre los distintos grupos son bastante acusadas, anticipando la división de los pueblos que
encontrarán los colonizadores cartagineses y romanos.
        Al margen del desarrollo de la metalurgia, lo característico de esta etapa está en los poblados
y los nuevos ritos de inhumación. Se supone que estos cambios tienen un origen oriental, como
consecuencia de un activo comercio de metales e incluso la instalación en la península de colonos
de aquellas tierras. Los poblados se van a situar preferentemente en zonas mineras, elevadas y bien
abastecidas de agua, con fortificaciones más poderosas que en etapas anteriores, mientras en el
interior se aprecia una cierta estructura urbana ordenada, con viviendas de planta cuadrangular de
piedra y adobe con techumbres vegetales.
        Los enterramientos megalíticos colectivos prácticamente desaparecen, sustituidos por
inhumaciones individuales en cistas, fosas o tinajas, el pithos. Estos enterramientos tienen una
ubicación muy variada, en el interior o exterior de las viviendas o al margen de ellas formando
necrópolis. En algunas zonas, como en Valencia, ni siquiera se conocen. Finalmente hay que señalar
la existencia de ajuares diferenciados por riqueza y sexo.
        En cuanto a la economía, parece ser que la agricultura tuvo un menor peso económico,
mientras progresa la ganadería, especialmente la equina, y sobre todo las actividades de
transformación. Se detecta un notable desarrollo de la industria textil, y la minería y la metalurgia se
convirtieron en actividades importantes, abundando en estos poblados los restos de fundición, como
escorias, crisoles y moldes de todo tipo de objetos que ya sustituyen a los de piedra y hueso. En
relación con el desarrollo de la metalurgia hay que señalar también el desarrollo técnico de la
cerámica, poco decorada, y con las copas con pie como elemento característico.
        Una de las actividades económicas más destacadas de esta etapa fue el comercio de metales
a larga distancia. Parece ser que desde el NW de la península se establecieron contactos comerciales
con Inglaterra y Bretaña en busca del preciado estaño; éste llegaría al Mediterráneo Oriental tras la
intermediación de las culturas asentadas en el SW. Los depósitos de armas y tesoros son abundantes
en toda la zona occidental, y es muy significativo el depósito de la Ría de Huelva, un naufragio de
un barco cargado de objetos de bronce: puñales, espadas, hachas, cascos…
        En cuanto a la sociedad, la mayor complejidad y especialización económica, con una
creciente división del trabajo, se traduciría en diferencias de riqueza y prestigio, desarrollándose las
desigualdades. En este sentido, la abundancia de armas, las fortificaciones, la ocultación de tesoros
y depósitos de metales y la constatación de muertes violentas, nos habla de una sociedad cuyos
individuos poseen riquezas y las defienden, por lo cual las castas militares cobran importancia. La
organización política debió de desarrollarse en torno a la autoridad de jefes y príncipes, como
revelan las espadas de bronce con empuñadura de plata y las diademas de oro, que han aparecido en
ajuares funerarios. Las estelas, con figuras de guerreros, muy abundantes en todo el SW, incluida
Extremadura (Ibahernando, Torrejón el Rubio, Cabeza del Buey…), apoyan esta idea. Las
jerarquías religiosas, en cambio, no debieron ser muy importantes si consideramos la escasez de
estructuras rituales o templos.
        La Edad del Bronce en las islas Baleares. Además de los grupos andaluces y levantinos,
vinculados a la cultura oriental, y los de la zona occidental, vinculados al Bronce Atlántico, existió
en las Baleares un grupo muy peculiar que se relaciona con otras culturas insulares del
Mediterráneo, como las de Córcega, Cerdeña o Malta, y sin relación con las culturas peninsulares.
Se conoce como Cultura Talaiótica y se desarrolló hacia el 1.300 a.C., con un carácter ciclópeo más
que megalítico, desarrollada en torno a grandes poblados amurallados. Los monumentos más
característicos de esta cultura son el talaiot, de planta circular o cuadrada y estructura troncocónica,
que se supone que eran una estructura con carácter defensivo, la taula, de utilidad incierta, y la
naveta, que es un tipo de sepulcro colectivo.

II- LAS COLONIZACIONES Y LOS INDÍGENAS. Dentro y fuera de la
historia.
       En el I Milenio a.C., en plena Edad del Bronce, la península Ibérica entra en la Historia de la
mano de una serie de civilizaciones atraídas por la riqueza metalífera. Primero los comerciantes
fenicios de Tiro y griegos de Focea, y luego las potencias imperialistas de Cartago y Roma. Todos
ellos legaron los primeros testimonios escritos de nuestros antepasados, se convirtieron ellos
mismos en antepasados nuestros, y dejaron un fuerte poso cultural, técnico, económico y social.
       Desde el norte entraron en la misma época varias oleadas de pueblos indoeuropeos
relacionados con la Cultura de Hallstatt, como los creadores de la Cultura de los Campos de Urnas
en Cataluña y todo el NE peninsular, portadores del nuevo rito funerario de incineración, y más
delante de la metalurgia de hierro. Eran ganaderos seminómadas que se van asentando lentamente
en poblados con viviendas cuadrangulares de piedra y adobe, y son los responsables del poso
“céltico” de los pueblos indígenas de la península Ibérica.




II.1- Fenicios y griegos. Las colonizaciones comerciales.
        La colonización de los fenicios de Tiro se remonta al s. VIII a.C. con el establecimiento de
una serie de pequeñas factorías comerciales y colonias de mayor importancia en la costa andaluza,
en islas o promontorios de la costa junto a la desembocadura de algún río, desde Abdera (Adra)
hasta Huelva, siendo Gádir (Cádiz) la más importante; siempre en contacto con Tartessos.
        La colonización griega la iniciaron los focenses, jonios de Focea, con toda certeza a partir
del siglo VII. Se trataba en principio de viajes de exploración y comerciales, sin crear asentamientos
estables, y por la zona norte del Mediterráneo, evitando a los fenicios y cartagineses. Su
asentamiento en Massalia (Marsella) hacia el 600 a.C. les permitió crear rutas hacia el S de la
península, con asentamientos costeros. Su principal fundación fue Emporion (Ampurias), en la
costa de Gerona, y algo más al N se situaba Rhode (Rosas).
        La principal actividad de los colonizadores era el comercio, con un importantísimo impacto
económico. Vinieron en busca de metales, como estaño, cobre, plata, oro, hierro… pero también
cereales, sal, pescado en salazón y garum. A cambio traían manufacturas orientales de lujo, muy
apreciadas por los jefes locales, además de vino y aceite de oliva. Además, introdujeron el torno
para la fabricación de cerámica, mejoras notables en las técnicas textiles, la metalurgia del hierro,
las técnicas de salazón para la conservación del pescado, el cultivo de la vid y el olivo y el uso del
arado. Y finalmente, hay que destacar el inicio del uso de la moneda, siendo Emporion la primera
ciudad de la península Ibérica en acuñar moneda propia, concretamente dracmas.
        El asentamiento permanente de estos pueblos propició además el desarrollo de formas
políticas, sociales y culturales nuevas entre las poblaciones indígenas. La imitación de las
instituciones políticas de los colonizadores dio lugar a las primeras estructuras estatales o
protoestatales indígenas. El arte y el urbanismo copia los modelos orientales y griegos, y algunos
pueblos adoptan el alfabeto fenicio y griego para realizar los primeros testimonios escritos propios,
aunque en lengua indígena, por lo que se pueden leer pero no traducir. Por otro lado, los nuevos
cultos religiosos orientales y griegos se abrieron paso entre las poblaciones indígenas, siendo
especialmente importantes los cultos fenicios a Astarté y Melkart.
  II.2- Tartessos y el periodo Orientalizante.
        Las fuentes literarias griegas y los hallazgos arqueológicos documentan la existencia de una
importante entidad estatal indígena llamada Tartessos. Aunque durante mucho tiempo se pensó en
una ciudad-estado, en realidad fue un gran reino cuya influencia se extendía por todo el SW de la
península. Su auge coincidió con el reinado del mítico Argantonio en el s. VI a.C. Posiblemente su
centro principal o capital se encuentre bajo el casco antiguo de la ciudad de Huelva. Tenían incluso
un sistema de escritura semisilábico basado en el alfabeto fenicio.
        Los restos arqueológicos relacionados con el mundo tartéssico son muy variados y dispersos,
y consisten sobre todo en ostentosos enterramientos tumulares con ricos ajuares en los que abundan
los artículos de lujo griegos y fenicios. Esto nos revela una sociedad con fuertes desigualdades, en
la que el dominio correspondería a una aristocracia (los régulos) que controlaba el comercio de
metales, las relaciones con los colonizadores y los pueblos vecinos, además de las tierras y ganados
del Valle del Guadalquivir. En la misma línea se encuentran importantes tesoros encontrados en
Andalucía, como el de El Carambolo y Lebrija, pero también en Extremadura, como los de Segura
de León, Aliseda o Serradilla. Y finalmente, numerosos depósitos de metales y pequeños poblados
mineros.
         Su economía utilizaba plenamente los yacimientos minerales de la región onubense (plata,
cobre, plomo) y obtenía el estaño de las islas Casitérides (islas Británicas) mediante el control de las
rutas marítimas por el Atlántico. Además hubo un gran desarrollo de la agricultura, y sobre todo de
la ganadería en el valle del Guadalquivir. También controlaba dos importantes rutas comerciales
terrestres, conocidas posteriormente como “Vía de la Plata” hacia el NW y “Vía Heraclea” hacia
Levante y el NE, extendiendo sus dominios por las actuales regiones de Extremadura, Algarve y
Alentejo.
        Tartessos desapareció tan misteriosamente como había aparecido coincidiendo con la
conquista de Tiro por los babilonios y la llegada de los cartagineses a finales del s. VI a.C.
Posiblemente, más que una derrota militar o una conquista, lo que se produjo fue una disgregación
del poder monárquico tartéssico en unidades menores como resultado de una crisis interna y el
cambio de las relaciones comerciales y económicas. Del mismo modo que el florecimiento
tartéssico tuvo como causa principal el comercio fenicio, su decadencia como consecuencia de las
conquistas de Nabucodonosor y la apertura de una nueva ruta para el estaño a través del Ródano
hacia Massalia (Marsella) explica su final, la disolución de una entidad estatal poco asentada.
II.3- La colonización cartaginesa. El imperialismo militar.
        La conquista babilonia del territorio fenicio desvinculó a las colonias occidentales que,
como Carthago, iniciaron una trayectoria propia desde el s. VI a.C. Desde entonces los cartagineses
crearon en el Mediterráneo occidental un sólido sistema de posiciones estratégicas insulares (Sicilia,
Cerdeña, Ibiza) que les permitió el dominio sobre toda la región. Este dominio fue indiscutible tras
la derrota inflingida a los griegos en la batalla de Alalia (535 a.C.).
        Desde Mallorca e Ibiza, donde se asentaron en el s. V a.C. pasaron a controlar el Levante y
Andalucía, coincidiendo con el declive de Tartessos. Pero fue un control o dominio muy diferente al
de fenicios y griegos, con un carácter imperialista y militar, además del puramente comercial,
combinando la conquista de territorios con las alianzas, reclutando soldados e imponiendo tributos.
Los restos arqueológicos revelan una mayor inestabilidad y conflictos con los pueblos indígenas.
        El carácter imperialista se acentuó en el siglo III a.C. tras su derrota frente a Roma en la I
Guerra Púnica (241 a.C.). Las campañas de Amílcar Barca y de su hijo Aníbal aseguraron a Cartago
el control de un territorio que, en tiempos de Aníbal, se extendía desde la línea del Ebro, según un
acuerdo con Roma, hasta el sur peninsular y llegaba, por el Atlántico, hasta la desembocadura del
Tajo, con incursiones en los territorios del interior. Se cree que las campañas de Aníbal llegaron
hasta el Valle del Duero. El objetivo fue convertir a la península Ibérica en una colonia de
explotación, organizando la explotación minera a gran escala.
        El imperialismo mediterráneo cartaginés chocó con el creciente imperialismo de Roma,
iniciándose así las guerras púnicas (264-146 a.C.), que acabaron teniendo como escenario la
Península desde el año 218 a.C. y supusieron la desaparición de los cartagineses y la entrada de los
romanos en nuestra historia.
II.4- Los pueblos prerromanos.
        Los pueblos indígenas habían continuado y enriquecido su desarrollo socioeconómico y
político, con las nuevas aportaciones indoeuropeas, fenicias, griegas y cartaginesas, constituyendo
grupos tribales característicos, o incluso entidades protoestatales, de las que la más avanzada fue
Tartessos. Todos ellos, posteriormente sometidos y romanizados, reciben la denominación genérica
de “pueblos prerromanos”. Las noticias aportadas por los colonizadores, y sobre todo por las
fuentes romanas, nos ponen en contacto con una enorme variedad de pueblos, costumbres y formas
de vida. Antiguamente divididos en “íberos” y “celtas”, actualmente se clasifican según su ámbito
geográfico.




        Los pueblos prerromanos mediterráneos y de Andalucía se conocen como “íberos”. Se
extienden desde Cataluña hasta el Valle del Guadalquivir, pasando por Levante y el Valle del Ebro.
Parecen tener relación con poblaciones bereberes del N de África de estirpe bereber. Como
consecuencia de las influencias aportadas por los pueblos colonizadores, alcanzaron un elevado
grado de desarrollo económico, político y cultural respecto al resto de la Península. Mantuvieron el
comercio y relaciones pacíficas con las colonias, llegando a usar moneda propia. También destaca
el empleo de un sistema alfabético uniforme desde el s. IV a.C.
        Vivían en poblados fortificados sobre colinas cercanas a ríos y en ciudades más importantes,
como Sagunto (Valencia), que copiaba el urbanismo griego. Se consideran auténticas “Ciudades-
Estado”. En la organización tribal de los íberos las desigualdades entre hombres y clanes eran ya
muy fuertes. En la cúspide social estaba una aristocracia militar que controlaba el poder político
mediante los régulos o jefes militares y un consejo aristocrático; este grupo además poseía la mayor
parte de las tierras, ganado y minas. Luego estaba el grupo de los hombres libres y armados, que
podían intervenir en las cuestiones políticas mediante una asamblea popular; muchos eran
mercaderes y artesanos. Y finalmente encontramos a los hombres dependientes, sin derechos
políticos y sin medios propios de vida. Los esclavos eran escasos aún. Existían instituciones como
la “fides” y la “devotio” que articulaban las relaciones personales entre estos grupos.
Su economía era agrícola y ganadera fundamentalmente, de carácter ya plenamente
mediterráneo. En cuanto a la ganadería, predomina la oveja, pero también tiene gran importancia el
caballo, complemento indispensable del guerrero ibérico. Naturalmente, en las zonas mineras la
explotación de metales siguió siendo una actividad fundamental en relación con el comercio
colonial; y el desarrollo artesanal, tanto metalúrgico, como textil o cerámico fue notabilísimo, así
como las industrias de transformación del pescado en el Sur.
        La vida ritual de los íberos era muy variada y compleja. En sus enterramientos se encuentran
sobre todo incineraciones, pero también inhumaciones, con estructuras diferentes y variadas, desde
grandes monumentos a simples fosas, y con notables diferencias de ajuar. Hay también una amplia
gama de santuarios en emplazamientos naturales, pero no hay templos propiamente dichos, ni
existen evidencias de una casta sacerdotal. Sus numerosos dioses y ritos reflejan una mezcolanza
entre lo oriental y lo indoeuropeo.
        Más homogéneo es el arte, en el que abundan las esculturas antropomorfas y zoomorfas de
clara inspiración oriental, sobre todo de carácter funerario y religioso, como exvotos. También son
muy abundantes los relieves y las cerámicas con decoración pintada y a veces escritas. Igualmente
es muy destacada la joyería de influencia tartéssica.
        Los pueblos prerromanos del interior y el occidente tienen su origen en el contacto entre
poblaciones autóctonas y oleadas de indoeuropeos, también conocidos como “celtas”, que, tras
atravesar los pasos pirenaicos se asentaron en el Valle del Ebro y por toda la Meseta. Tienen en
común un modo de vida sobre todo pastoril, la organización tribal, hábitats en altura fortificados
conocidos como “castros”, y la práctica de ritos de incineración en necrópolis. Pero se pueden
distinguir tres grupos principales:
        Los celtíberos son una confederación de tribus o pueblos (arévacos, belos, titos, lusones y
pelendones) asentados a ambos lados del Sistema Ibérico, en la confluencia del Valle del Ebro con
las dos submesetas. Su nombre viene del contacto e influencia de los pueblos íberos, llegando casi a
constituir una entidad estatal, con capital en Numancia (Soria). Tuvieron un desarrollo económico
notable en los años previos a la conquista romana, y sus necrópolis atestiguan una fuerte división
social.
        Carpetanos, vettones y lusitanos ocupan ambas vertientes del Sistema Central centro-
occidental al S del Duero y los valles occidentales del Tajo y Guadiana. Es una cultura con una
fuerte base económica ganadera, por el condicionamiento del territorio, y que se manifiesta en la
abundancia de los verracos, esculturas pétreas de cerdos o bóvidos. Esto provoca un modo de vida
seminómada y una menor y más tardía urbanización. Aún siendo pueblos más pobres, también se
aprecian diferencias en los ajuares funerarios de sus necrópolis tubulares.
        La cultura agraria del Duero corresponde a los vacceos, un pueblo más atrasado en el
sentido de la diferenciación social, pues conservaban un régimen de propiedad colectiva de la tierra,
dedicándose sobre todo al cultivo de cereales. Tenían su capital o núcleo más importante en la
actual Palencia.
        La organización social de todos estos pueblos, fundamentada en los lazos de sangre, tenía
como unidad básica la agrupación de clanes o tribu. Estaban gobernados por jefes militares que no
llegaban a la consideración de monarcas, elegidos por la asamblea popular, aunque los consejos de
ancianos o reunión de jefes de clan se ocupaban del gobierno ordinario. Fue frecuente entre estos
pueblos la existencia de instituciones sociales como la “clientela” (dependencia respecto a un
hombre más poderoso), y la “devotio” (encomendación de servicio militar), por las cuales se pasaba
a depender de un jefe al que se debía fidelidad.
        Con el desarrollo de las jerarquías se produjo un acaparamiento de tierras por parte de
grupos aristocráticos, que obligó a los individuos desposeídos a formar bandas armadas para
saquear a sus vecinos más ricos: sobre todo los turdetanos, pueblo íbero del Valle del Guadalquivir,
heredero del mundo tartéssico. El bandolerismo fue, por tanto, un modo de vida típico sobre todo de
los lusitanos, aunque también hay ejemplos entre los celtíberos.
Desde el punto de vista ritual, al margen de sus necrópolis de incineración, existen
estructuras y testimonios que revelan la práctica de sacrificios humanos y animales; se han
contabilizado, junto con los pueblos norteños, trescientas veinte divinidades de carácter naturalista;
existe también una destacada estatuaria de carácter funerario y una rica joyería de oro y otros
metales. Pero no tenemos noticias de sus jerarquías sacerdotales.
        Los pueblos prerromanos del Norte ocupaban el NW y la zona cantábrica. Era la región
más atrasada y con menos influencias externas. En ella se asentaban diversos pueblos
tradicionalmente llamados “célticos”, como los galaicos, astures, cántabros y vascones. La
proliferación de hábitats en castros hace que se les conozca también como “Cultura Castreña”.
Éstos, diferentes a los de la Meseta, tenían una tipología característica: amurallados, en lugares
estratégicos, no muy grandes, y con viviendas de planta circular en el interior, sin una estructura
urbana. En cambio, se desconocen sus necrópolis.
        Desde el punto de vista económico, practicaban una agricultura y ganadería bastante
rudimentarias, en manos sobre todo de las mujeres, mientras los hombres se dedicaban sobre todo a
la economía guerrera: el saqueo sobre los pueblos de la Meseta más próximos para proveerse de
trigo que ellos no tenían. Su nivel artesanal era más rudimentario, lo cual no les impidió el
desarrollo de una importante metalurgia, sobre todo de oro. Seguramente mantenían contactos
comerciales con otros pueblos atlánticos del Norte.
        También su organización social y política era muy precaria. Se basaba en la tribu y mantenía
un carácter igualitario, con formas de propiedad colectiva de la tierra y sin diferencias sociales
apreciables en los poblados. Los jefes de clan constituirían seguramente la máxima autoridad de
estas comunidades, que contarían también con asambleas populares. Como dato curioso, hay que
destacar el carácter matriarcal de esta sociedad, a pesar de lo cual las divinidades más importantes
eran de carácter guerrero.
        El destino común de todos los pueblos prerromanos fue caer bajo el dominio de Roma entre
el 218 y el 19 a.C. y entrar en un proceso de uniformización social, económica, política y cultural
que conocemos como “Romanización”.
III- LA DOMINACIÓN ROMANA. HISPANIA (218 a.C.-s. V d.C.).
  III.1- La conquista (218-19 a.C.).
        Se inicia en el marco de la lucha contra Carthago por el control del Mediterráneo occidental.
Tras la I Guerra Púnica (264-241 a.C.) Roma domina las grandes islas del Tirreno y empuja a los
cartagineses hacia el dominio de la península Ibérica, estableciendo el Tratado del Ebro (226 a.C.),
que limitaba la soberanía cartaginesa al sur de dicho río. Tomando como pretexto el conflicto de
Sagunto (219 a.C.) Roma fuerza un nuevo enfrentamiento con los cartagineses, la II Guerra Púnica
(218-201 a.C.), en el marco de la cual llegarán a la península Ibérica las primeras tropas romanas.
        III.1.1- Primera fase (218-154 a.C.). Ocupación del territorio íbero.
        El desembarco de Cneo Cornelio Escipión en Ampurias (218) inició una campaña contra las
bases cartaginesas en el litoral mediterráneo, asegurando el control del Valle del Ebro, interviniendo
en el Betis y cortando los abastecimientos que Aníbal necesitaba en Italia. Las campañas dirigidas
por los hermanos Publio y Cneo Cornelio Escipión, con el apoyo de algunos grupos indígenas de la
actual Cataluña, como los ilergetes y lacetanos al mando de Indíbil y Mandonio, lograron acabar
con la presencia cartaginesa en la península Ibérica. Tras algunas derrotas, a partir del 210 a.C. se
inicia una fase exitosa para las armas romanas, que conquistan Carthago Nova en 209 a.C., y logran
dominar el valle del Guadalquivir y rendir Gádir en el 206 a.C.
        Controlados los valles del Ebro y Guadalquivir y la fachada mediterránea, los romanos
deciden quedarse e incorporar el territorio peninsular como provincia. Los antiguos aliados iberos,
Indíbil y Mandonio, se levantan de inmediato contra los nuevos dominadores sin éxito. En el 197
a.C. el territorio se divide en dos provincias, Hispania Citerior, en torno al Valle del Ebro, e
Hispania Ulterior, en el valle del Guadalquivir. Esto provoca nuevamente sublevaciones hasta el
año 179 a.C., reprimidas con tremenda dureza por Marco Porcio Catón y Fulvio Flaco, que logran el
control efectivo del territorio de los pueblos íberos.
        La respuesta a las resistencias consistía en ejecuciones masivas y la esclavización de los
rebeldes, hasta la intervención de Tiberio Sempronio Graco en 179 a.C., que abre un periodo de
paz. Tras derrotar a los celtíberos, que amenazaban el Valle del Ebro, realiza una política de pactos
y un reparto de tierras entre ellos para conseguir su sometimiento. Funda la ciudad de Graccurris
(Alfaro), uniéndose a Itálica, Cartaya (Algeciras) y Corduba.
        III.1.2- Segunda fase (154-123 a.C.). Las guerras celtíberas y lusitanas.
        Entre estos años se producen constantes conflictos con los pueblos asentados en la Meseta,
lo que llevará finalmente a su dominio e incorporación a las provincias ya establecidas. La guerra
contra los lusitanos estuvo motivada por las continuas incursiones de éstos sobre los territorios de
Hispania Ulterior; es decir, la causa estaba en la pobreza e inestabilidad socioeconómica de estos
pueblos pastoriles.
        La actitud romana contribuyó a agravar el conflicto. La línea marcada por Graco no se siguió
por el interés de los generales, ya que la duración de estos conflictos acentuaba su enriquecimiento
personal. Así, en 151 a.C. el pretor Servio Sulpicio Galba, masacró a más de siete mil lusitanos que
se habían rendido ante la promesa de un reparto de tierras. Esto encendió más el conflicto, contando
ahora los lusitanos con un líder legendario, Viriato, y un perfeccionado sistema de guerrillas,
manteniendo su lucha contra Roma hasta el año 139 a.C. en que Viriato fue asesinado por
compañeros sobornados por Roma. Este hecho novelesco pone de relieve la táctica de los romanos,
que pactaron con las élites terratenientes y ganaderas frente a la masa de indigentes que constituían
las partidas lusitanas. Pocos años después, los romanos dominaban todo el territorio lusitano hasta
el Miño.
        Las causas de las guerras celtibéricas son coincidentes en los aspectos socioeconómicos;
pero también hay que destacar la cuestión política. Los territorios celtíberos estaban constituyendo
un estado territorial, y de hecho, el detonante de la guerra fue una cuestión de soberanía: el derecho
a fortificar sus ciudades. Las derrotas del ejército romano (154-151 a.C.), obligaron al cónsul
Claudio Marcelo a firmar un tratado que mantuvo la paz hasta el 143 a.C. Este periodo fue
aprovechado por los romanos para combatir a los lusitanos y realizar incursiones en los territorios
vacceos. Desde entonces el elemento más destacado fue la resistencia de la ciudad arévaca de Nu-
mancia, y la derrota de todos los jefes romanos enviados a tomarla, hasta que fue arrasada por
Publio Escipión Emiliano (133 a.C.), poniendo fin así a las guerras celtíberas.
        En ningún otro lugar del imperio territorial romano, sus ejércitos encontraron tantos
problemas y sufrieron tantas derrotas en un periodo tan abultado de tiempo. Además de los
problemas económicos, estos conflictos hispanos tendrán una notable influencia en el inicio de la
crisis del sistema político republicano, ya que obligaron a extender los mandatos de los magistrados,
generando un proceso de caudillismo entre las tropas permanentes que creó líderes con ambiciones
de poder. Años después se concretará la crisis, que tendrá en Hispania uno de sus principales
escenarios.
        Como último detalle, hay que señalar la anexión de las islas Baleares sin dificultades por
Quinto Cecilio Metelo en el 123 a.C. Sus tierras fueron entregadas a veteranos y pasó a depender de
la provincia Hispania Citerior.




        III.1.3- Tercera fase (123-19 a.C.). Las guerras civiles y la Pax Augusta.
        Entre los años 83 y 44 a.C. Hispania fue escenario de enfrentamientos armados entre los dos
partidos que luchaban por el control de la república romana: optimates o senatoriales, y populares.
En el marco de la guerra civil entre Mario (popular) y Sila (senatorial), uno de los lugartenientes de
Mario, Sertorio, mantendrá la resistencia en Hispania desde el 83 al 72 a.C. En el área bajo su
dominio y bajo su liderazgo muchos indígenas entraron en las formas de vida romanas.
        También la guerra civil entre Cneo Pompeyo (senatorial) y Julio César (popular) tuvo una
notable influencia en Hispania entre el 49 y 45 a.C. César ganó varias batallas al inicio de la guerra
civil en Hispania, controlando la provincia Citerior, y volvió para poner fin a la guerra derrotando a
los hijos de Pompeyo en la batalla de Munda (45 a.C.), pasando a controlar también la Ulterior.
Finalizada la guerra se produjo el asentamiento de numerosos veteranos en Hispania mediante la
fundación de colonias, como Hispalis (Sevilla), Norba (Cáceres) o Metellinum (Medellín), además
de municipalizarse numerosas ciudades indígenas aliadas del vencedor, como Cádiz. Tras el
asesinato de César (44 a.C.), su ahijado Octaviano logrará controlar todo el poder en Roma,
estableciendo un régimen imperial en el 27 a.C. Desde entonces le conocemos como Augusto.
       Desde el 29 hasta el 19 a.C. Augusto desarrolla personalmente, pero sobre todo a través de
su lugarteniente Agripa, una serie de campañas militares para someter a los pueblos del Norte. En
esta decisión influyen varios factores: dotar al imperio de fronteras estables y seguras, recuperar el
carácter conquistador de los líderes romanos tras un periodo en que han estado luchando sobre todo
entre ellos; y finalmente, las noticias sobre las riquezas auríferas de los territorios del NW. No fue
un dominio fácil y obligó a la presencia permanente del ejército romano en la zona durante mucho
tiempo. En cualquier caso, supuso el dominio total de la península ibérica por Roma tras dos siglos
de campañas militares intermitentes y fue seguido de un activo proceso colonizador, del que
destacaremos Emérita Augusta (Mérida), Caesar Augusta (Zaragoza), Bracara Augusta (Braga),
Artúrica Augusta (Astorga) o Lucus Augusti (Lugo).




 III.2- El fenómeno de la romanización.
       Con este nombre se conoce el proceso por el cual los pueblos de la península Ibérica asi-
milaron las formas de vida y organización romanas. La causa primera de este proceso fue la
conquista militar, seguida de la implantación de una organización militar y administrativa romanas
y del desarrollo de la vida urbana. Este proceso transformó las estructuras socioeconómicas
indígenas, unas nuevas instituciones basadas en el derecho romano; y sobre todo la inclusión de la
península en el ámbito económico del Imperio Romano.
       La romanización no fue un proceso homogéneo, sino que muestra unas diferencias
geográficas muy destacadas como consecuencia de la lentitud del proceso de conquista. Así, fue
más rápida y más profunda en las tierras del Sur y de Levante, que habían sido las primeras zonas
conquistadas y las que contaban con una larga historia anterior de contactos con pueblos
colonizadores. Por el contrario, las tierras de la cornisa cantábrica recibieron muy levemente la
acción de Roma. Además, durante toda la etapa republicana el proceso romanizador fue lento,
predominando la explotación frente a la integración. Desde las guerras civiles, y sobre todo desde el
gobierno de Augusto, el proceso se aceleró. Durante esos años, la participación de indígenas en el
ejército fue uno de los principales factores del proceso de romanización.
        III.2.1- La organización y administración del territorio.
        Desde el punto de vista administrativo el territorio de Hispania fue dividido en provincias
diferentes según las etapas. La primera división, ya citada, se hizo en 197 a.C. creando dos
provincias: Hispania Citerior, con capital en Tarraco, e Hispania Ulterior, con capital en Corduba.
Las provincias estaban gobernadas por pretores o procónsules auxiliados por un questor.
        En el 15 a.C. Augusto crea la provincia de Lusitania con capital en Emérita Augusta,
desgajándola de la Ulterior, que pasa a llamarse Bética mientras la Citerior recibe el nombre de
Tarraconense; la Bética pasa a ser provincia senatorial, es decir sin ejército, mientras las otras dos
serán provincias imperiales, gobernadas por legados (Legatus Augusti propraetorii). Durante el
Imperio, existió una asamblea provincial o concilium que fiscalizaba al gobernador y organizaba el
culto al emperador. A su vez, las provincias quedaron divididas en conventos jurídicos, civitates y
populi.




       Y ya en el Bajo Imperio (297 d.C.), bajo Diocleciano, se divide en cinco provincias, con
Gallaecia y Carthaginensis desgajadas de la Tarraconense. Las cinco, más la norteafricana
Mauritania Tingitana, formaban la Diócesis Hispaniarum, una de las tres en que estaba dividida la
prefectura de las Galias. Esta diócesis estaba gobernada por un vicario que controlaba a los
gobernadores provinciales. Ya en el s. IV Constantino crea la provincia Baleárica.
       La ciudad, romana o preexistente, y el desarrollo de la vida urbana, fue el marco básico en el
que se produjo la romanización. Las ciudades indígenas podían ser básicamente de dos tipos:
estipendiarias, que eran la mayoría, y pagan un tributo, y libres, que a su vez pueden ser federadas
(deben prestar auxilio a la metrópoli en caso de guerra) e inmunes, ambas exentas de impuestos.
Durante el gobierno de Augusto todas estas ciudades se convirtieron en municipios, similares en
todo a las ciudades romanas o colonias. Desde entonces todas las ciudades se gobernaban por medio
de una asamblea o Curia integrada por los decuriones y unos magistrados anuales llamados
duumviri, ediles y cuestores, siguiendo el modelo de Roma. Los cargos públicos no estaban
remunerados, por lo que sólo estaban al alcance de los ricos, que solían iniciar así su cursus
honorum.
       Dicho modelo también se sigue en el urbanismo, con una serie de edificios públicos (foros,
templos, termas, teatros, circos, basílicas, curias…) indispensables para la vida de los ciudadanos
romanos; aunque en el plano general se sigue el modelo de los campamentos militares, organizados
en torno a dos ejes (cardo y decumano) y con las calles perpendiculares a los mismos, dando lugar a
un plano ortogonal.
       Todas las ciudades estaban unidas entre sí por una densa red de vías y calzadas, concebidas
en principio como una vía rápida de desplazamiento de tropas, pero que también fueron
aprovechadas como elementos fundamentales para el comercio. Las más importantes eran la Vía
Augusta, antes Vía Heraclea, que comunicaba directamente la Bética con Roma, y la Vía de la
Plata, entre Emérita Augusta y Asturica Augusta. De ellas se conservan numerosos tramos, y
especialmente los puentes, que salvaban los grandes ríos del oeste peninsular.
III.2.2- La explotación económica de Hispania.
        Roma aprovechó al máximo los recursos naturales de la Península, cambiando
profundamente su estructura económica, que quedó organizada a partir de la ciudad y su territorio.
        La agricultura será la principal actividad económica. Bajo el dominio romano perfeccionó
sus técnicas con la introducción del arado romano o el trillo de ruedas, aplicándose también los
sistemas de barbecho bienal y trienal y el regadío. Además de los cultivos tradicionales se
desarrollaron cultivos industriales, entre los que destaca la producción de lino y esparto. Su
desarrollo fue mucho mayor en la Bética y la zona mediterránea en el marco de las villae, grandes
propiedades pertenecientes a las clases altas. También hay que destacar el desarrollo notable de la
ganadería ovina en la Bética y la equina en toda Hispania, siendo muy apreciados los caballos
íberos y astures. Si bien el Estado se reservó el derecho de propiedad de la tierra (ager publicus)
gran parte de la misma fue arrendada a la clase dirigente de las ciudades o bien repartida entre sus
fundadores, como pago a los servicios militares de colonos e indígenas.
        La minería fue otra de las principales fuentes de riqueza y una de las causas de la presencia
romana en la península Ibérica. Las minas eran explotadas directamente por el Estado mediante
cuestores, o bien por sociedades de publicanos o arrendatarios particulares. El masivo empleo de
esclavos fue el procedimiento habitual en la producción, aunque también se utilizó el trabajo de
asalariados libres. De esta manera, Roma controló el oro del Noroeste, la plata de Sierra Morena, el
cobre de Río Tinto, el plomo de Cartagena y el cinabrio de Almadén. Junto a las zonas mineras se
desarrollaron hornos de fundición.
        La artesanía fue uno de los sectores de más espectacular desarrollo en las ciudades de la
Bética y la zona levantina. Se basó en la producción de lino (Játiva), lana de la Bética, esparto de
Cartagena, armas de Bilbilis (Calatayud) y Toledo. Más importancia tuvo la producción de aceite,
salsas (garum) y salazones para la exportación hacia la metrópoli. Estos productos generaron un
importante sector pesquero y salinero en el sur de Hispania. También existían numerosos talleres de
alfarería, tanto de lujo (terra sigilata) como comercial (ánforas).
        El comercio exterior, básicamente de materias primas, se dirigía a Roma, desde donde
llegaba a cualquier punto del Imperio. Los productos se embarcaban en los puertos de Tarraco
(Tarragona), Carthago Spartaria (Cartagena) y Gades (Cádiz). A cambio se recibían productos
manufacturados y de lujo. Se trataba, por tanto, de un comercio de carácter marcadamente colonial.
        Naturalmente, también existía un activo comercio interior a través de las vías y calzadas que
tenía como principal función el abastecimiento de las ciudades. Esto fue fundamental para la
implantación de una economía monetaria, paralela al impulso urbano. Aunque ya había
acuñaciones anteriores a la llegada de los romanos y se mantuvieron algunas acuñaciones indígenas
durante algún tiempo, es ahora cuando se generalizan sirviendo al importante comercio local e in-
terior. Desde el s. I d.C. sólo el Estado romano emitía moneda, tomando como base el denario de
plata.
        III.2.3- La organización social.
        Los aproximadamente seis millones de habitantes de Hispania bajo el dominio de Roma
tenían situaciones sociales muy variables, dependiendo de si eran libres o no, y en el primer caso de
qué derechos disponían. En la organización social romana existía una enorme diferencia entre los
hombres libres (ingenui) según su linaje, capacidad económica y derechos políticos.
        Desde el punto de vista de los derechos políticos, éstos no eran iguales para todos. Así, sólo
los ciudadanos romanos tenían plenos derechos, públicos y privados; los ciudadanos latinos sólo
tenían derechos privados; y finalmente, los peregrinus o extranjeros, sólo tenían los derechos de sus
respectivas comunidades. Estas diferencias fueron perdiendo importancia a lo largo de la etapa
imperial, de modo que algunos indígenas lograron ascender a lo más alto del escalafón social.
Vespasiano generalizó el derecho latino (ius latii minus) a todos los hombres libres de Hispania en
el año 70, con lo que desaparecieron los peregrinus; y en 212 Caracalla concedió la ciudadanía
romana a todos los hombres libres del Imperio. Estas medidas buscaban objetivos hacendísticos y
militares, más que sociales.
        Desde entonces, las diferencias entre los hombres libres se basaban en el linaje y la riqueza,
con tres grupos fundamentales:
        - Potentiores: Eran la aristocracia romana, patricios, miembros del orden senatorial. Este
grupo cerrado tenía el más elevado rango social, fundamentado en su linaje y en la posesión de
inmensas propiedades territoriales trabajadas por esclavos, de las que obtenían enormes recursos
económicos. Este orden lo constituían fundamentalmente familias procedentes de la propia Roma, a
la que siguieron estrechamente vinculados a través del ejercicio de altos cargos políticos o del
ejército.
        - Honestiores: Segundo grupo en importancia, en este caso por cuestiones económicas y
políticas exclusivamente. Incluye dos categorías: equites y decuriones. Los equites constituyen el
orden de los caballeros o ecuestre, mientras los decuriones constituyen la oligarquía urbana. Este
grupo absorbió con facilidad a la aristocracia indígena, y ocupó importantes magistraturas
provinciales y municipales. De hecho, los decuriones controlaban la dirección de los municipios.
        - Humiliores: Eran la plebe o pueblo común, que agrupaba a la plebe urbana, obreros,
comerciantes y artesanos de las ciudades reunidos en collegia; la plebe rústica, constituida por los
pequeños propietarios rurales; y la plebe frumentaria, desheredados qué recibían alimentos y dinero
de los poderosos.
        Al margen de los hombres libres se encuentran otras dos categorías sociales. Por un lado
estaban los esclavos, muy abundantes, obtenidos en campañas militares o mediante el comercio,
procedentes de cualquier lugar, sin derechos de ningún tipo, sin libertad y explotados sobre todo en
los trabajos no especializados, como la agricultura o la minería.
        Por otro lado estaba el grupo de los semilibres, los libertos, antiguos esclavos liberados por
sus amos, pero con los que mantenían vínculos de dependencia. A pesar de su situación, o gracias a
ella, podían adquirir importantes riquezas y cargos, siendo el caso más destacado el de los libertos
imperiales, que se ocupaban de la gobernación de las provincias con el cargo de legados.
         III.2.4- La difusión de los nuevos elementos culturales.
        Del mismo modo que el desarrollo económico, el desarrollo cultural de la España romana
varió de unas regiones a otras de acuerdo con el grado de romanización. Las grandes figuras
culturales hispanorromanas proceden sobre todo de la Bética, pertenecen al grupo de los potentiores
y son de origen romano. Es el caso del retórico Marco Anneo Séneca, su hijo Lucio Anneo Séneca,
destacado filósofo estoico, su sobrino Lucano, gran poeta épico e historiador, el geógrafo Pomponio
Mela, o el naturalista Columela, así como los emperadores Trajano y Adriano, que dejaron algunas
obras escritas. También en la Tarraconense surgieron figuras de primer orden, como el escritor
Marco Valerio Marcial, natural de Bilbilis (Calatayud), o el maestro de oratoria Fabio Quintiliano,
nacido en Calagurris (Calahorra). También se puede destacar al poeta emeritense Deciano.
        Unos y otros contribuyeron a la difusión de la lengua del Imperio, el latín, que al margen
de los textos pobló la geografía ibérica en múltiples inscripciones epigráficas (estelas, dinteles,
placas, miliarios…). Su difusión oral fue rápida e intensa a través de los numerosos colonos y
militares, llegando a sustituir las numerosas lenguas prerromanas. En esta difusión se fue
transformando hasta conformar una forma de latín oral que hacía mucha gracia a los romanos, y que
en las distintas zonas de Hispania dio lugar a varios idiomas y dialectos.
        El desarrollo urbano generó una arquitectura monumental hasta entonces inexistente en la
península Ibérica, sobre todo a través de las numerosas obras públicas ejecutadas por las
autoridades romanas. La densa red de calzadas que puso en relación campos y ciudades y
contribuyó poderosamente al desarrollo de la romanización, necesitó de los puentes para salvar los
grandes ríos del Oeste peninsular. Mientras, en las ciudades las necesidades de abastecimiento y
evacuación de aguas motivaron la construcción de embalses, grandes acueductos y cloacas. Los
edificios públicos tuvieron un marcado carácter monumental: teatros, anfiteatros, circos y los foros,
con sus templos, basílicas, puertas monumentales, monumentos conmemorativos y arcos de triunfo.
Además de la arquitectura hubo un notable desarrollo de todas las artes. La escultura, tanto
de influencia helenística, con temáticas mitológicas o religiosas, como plenamente romanas con los
numerosos retratos de emperadores o particulares de gran realismo, se generalizó tanto en ámbitos
públicos como privados. Los mosaicos constituyen otro capítulo artístico importante por el gran
número y calidad de los encontrados en las villas tanto urbanas como rurales. Decoraban muros y
suelos con bellas escenas mitológicas o de la vida cotidiana, o simples elementos decorativos,
elaborados con miles de teselas de diferentes colores entre las que no faltan piezas de oro.
        Otro elemento cultural importante fue la religión, o mejor, las religiones, dado el tremendo
sincretismo que se produjo entre los cultos romanos, helénicos, orientales e indígenas. Esta
situación se vio favorecida por el carácter politeísta y la similitud de formas cultuales, y el hecho de
que el estado romano fue muy tolerante con cualquier tipo de religión que no cuestionase el orden
político y social romano. El único culto obligatorio fue durante el Imperio el culto al emperador.
Como en otros ámbitos, también hubo diferencias geográficas, con una mayor pervivencia de los
cultos indígenas en la zona del NW.
        Al igual que en otros territorios, entre los legionarios tuvo bastante desarrollo el culto a
Mitra, de origen indoiranio; entre las clases altas, junto a los cultos familiares, predominaban los
cultos helenísticos; y desde el s. II aparecieron las primeras sectas cristianas, al principio entre las
clases altas urbanas, y luego entre las clases bajas. En el s. III contaban con sedes episcopales en las
principales ciudades, entre ellas Emerita Augusta, que fue de las primeras junto con las de Astorga
y Zaragoza, ya citadas en el año 220.
  III.3- La crisis del Bajo Imperio (ss. III-V d.C.).
        Durante la segunda mitad del siglo III el Imperio romano se vio afectado por una profunda
crisis que se manifestó también en Hispania. Fue una crisis de carácter militar, social y económica,
caracterizada en primer lugar por el final del ciclo de conquistas militares tras la dinastía de los
Antoninos. Al ser la guerra ofensiva una actividad que se retroalimenta, el paso a una política
defensiva en las fronteras incrementó los gastos militares ocasionados por las legiones, al tiempo
que se cortaba una de las principales fuentes de abastecimiento de esclavos.
        El nombramiento de emperadores por las legiones, que fue el procedimiento seguido desde
la muerte de Alejandro Severo (235), debilitó su autoridad, provocó la rivalidad de los generales
más poderosos y las guerras civiles se convirtieron en un fenómeno casi permanente, hasta tal punto
que a este periodo se le conoce como de la “Anarquía Militar”. Además del desorden económico
que esta situación provocó a nivel interno, se produjo un debilitamiento militar en las fronteras,
desde entonces muy inseguras. Esta situación facilitó las primeras invasiones de los pueblos
germanos (francos y alamanes) en la península Ibérica, desde el año 258.
        Esta situación militar, en la que se combinaban las incursiones de los pueblos bárbaros y las
disputas civiles romanas, provocó la decadencia de las ciudades, que tuvieron que amurallarse
para no ser destruidas. Al margen de los ocasionales saqueos, lo que más dañó a la vida urbana fue
la inseguridad económica a causa de las continuas requisas, impuestos extraordinarios y las
constantes devaluaciones llevadas a cabo por el Estado. Además, ante tanta inseguridad la principal
víctima económica fue el comercio, del que dependían las ciudades para su abastecimiento.
También se paralizó el trabajo en la mayor parte de las minas hispanas. Y también tuvieron una
amplia cuota de responsabilidad los curiales y magistrados, que abandonaron sus obligaciones para
refugiarse en las villas, contribuyendo al caos de las ciudades.
        Como consecuencia de esta crisis urbana se impuso la ruralización de la economía y creció
la importancia del latifundio, pero sobre nuevas bases. El sistema esclavista entró en crisis al
escasear los esclavos tanto por el desabastecimiento militar como por la tendencia a la manumisión,
lo que hizo aumentar mucho su precio. Por ello se convirtió en un sistema muy poco productivo,
paulatinamente sustituido por un nuevo sistema de explotación: el colonato.
        La ruina de las oligarquías urbanas facilitó el encumbramiento de la aristocracia rural
latifundista. El gran propietario, desde su villa, dirigió la vida del latifundio atrayendo hacia él a los
colonos, cuyo número fue creciendo a base de hombres libres, pequeños propietarios e, incluso, de
esclavos que lograban liberarse de su condición. El régimen de colonato, en el que adquirió fuerza
el patrocinio, impulsó las relaciones de dependencia personal del colono hacia el propietario,
llegando a la adscripción forzosa y hereditaria del campesino a la tierra. Algunos llegaron a tener
ejército propio y a conquistar parcelas de poder político. Las villae se convirtieron así en unidades
productivas autosuficientes y diversificadas que, al tiempo que reducían los monocultivos
comerciales, acogían también actividades artesanales.
        Todo este proceso estuvo marcado también por los conflictos sociales. La sociedad se
polarizaba entre el grupo de los potentiores y honestiores, que acaparaban propiedades y cargos,
mientras la situación de los humiliores se deterioraba cada vez más, pasando a depender de los
poderosos. Esta situación se tradujo en conflictos de masas, protagonizados sobre todo por
pequeños campesinos, como fue el movimiento de los bagaudas o, en cierto modo, la extensión de
la herejía prisciliana.
        La expansión del cristianismo en Hispania se documenta con certeza desde finales del siglo
II, y sobre todo durante el siglo III; a pesar de las tradiciones difícilmente comprobables que hablan
de las predicaciones de Santiago y San Pablo en el s. I. Estuvo en estrecha relación con la Iglesia
del norte de África más que con la de las Galias, y utilizó en su expansión la lengua latina. Las
provincias más romanizadas fueron las que antes y más profundamente se cristianizaron.




       Para esta expansión el cristianismo no sólo se valió del marco administrativo creado por
Roma, sino que lo imitó. La organización de la Iglesia se basaba en la diócesis, que se correspondía
con el conventus, a cuyo cargo se encontraba el obispo; a su vez, las diócesis dependían de un
metropolitano, que residía en la capital de la provincia. El centro de culto fue la basílica, tomada
igualmente de la organización civil romana.

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  • 1. Tema I: 'H$WDSXHUFDDODFLYLOL]DFLyQ DSXHUFDDODFL LOL]DFLyQ PDDWUiVG
  • 2. P DWUi G I- La prehistoria. I.1- El Paleolítico (c. 1 m.a.-10.000 años b.p.). I.2- El Mesolítico o Epipaleolítico (c. 10.000 a 6.000 a.C). I.3- El Neolítico (c. 6.000 a 2.500 a.C). I.4- La Edad de los Metales (c. 2.500-750 a.C.). I.4.1- El Eneolítico, Calcolítico o Edad del Cobre (c. 2.500-1.700 a.C). I.4.2- La Edad del Bronce (c. 1.700-750 a.C.). II- Las colonizaciones y los indígenas. Dentro y fuera de la historia. II.1- Fenicios y griegos. Las colonizaciones comerciales. II.2- Tartessos y el periodo Orientalizante. II.3- La colonización cartaginesa. El imperialismo militar. II.4- Los pueblos prerromanos. III- La dominación romana. Hispania (218 a.C.-s. V d.C.). III.1- La conquista (218-19 a.C.). III.1.1- Primera fase (218-154 a.C.). Ocupación del territorio íbero. III.1.2- Segunda fase (154-123 a.C.). Las guerras celtíberas y lusitanas. III.1.3- Tercera fase (123-19 a.C.). Las guerras civiles y la Pax Augusta. III.2- El fenómeno de la romanización. III.2.1- La organización y administración del territorio. III.2.2- La explotación económica de Hispania. III.2.3- La organización social. III.2.4- La difusión de los nuevos elementos culturales. III.3- La crisis del Bajo Imperio (ss. III-V d.C.).
  • 3. I- LA PREHISTORIA. I.1- El Paleolítico (c. 1 m.a.-10.000 años b.p.). Con este nombre se conoce una larguísima etapa previa a la fase interglaciar climática en que nos encontramos actualmente, con condiciones ambientales cambiantes y durante la cual se fue produciendo la evolución física, técnica y cultural del ser humano. Dicha etapa, dividida en tres fases, se conoce exclusivamente a través de los fósiles y restos materiales conservados en yacimientos y recuperados gracias a la arqueología. 1- Durante el Paleolítico Inferior, hasta hace unos 100.000 años, la península Ibérica estuvo habitada por diversos presapiens, de los que apenas se habían encontrado restos, hasta la explosión de descubrimientos en Atapuerca (Burgos). Sin embargo, se han hallado numerosos útiles de piedra, entre los que destacan las hachas de piedra labradas en sílex, de industrias abbevillenses y achelenses. Algunos de estos útiles podrían remontarse a 1 m.a. atrás, sin que conozcamos a sus artífices, una vez desechado el polémico “Hombre de Orce”. Los homínidos más antiguos son los “Homo antecessor” de la Gran Dolina de Atapuerca, datados en 800.000 años de antigüedad, y que, según sus descubridores, serían el tronco común de las dos especies de sapiens. Más adelante encontramos a los “Homo heidelbergensis” de la Sima de los Huesos, también en Atapuerca, unos preneanderthales datados en unos 130.000 años de antigüedad. A este grupo están vinculados los restos de Cova Negra (Valencia). 2- Durante el Paleolítico Medio (c. 100.000 a 35.000 años) el homínido dominante es el “Homo sapiens neanderthalensis”, del cual se han encontrado abundantes restos óseos, destacando los de Gibraltar, Bañolas (Gerona) y Carigüela (Granada). También se han hallado numerosos yacimientos al aire libre y, en ocasiones, en cuevas, con restos líticos. Estos útiles revelan una industria muy especializada, la industria musteriense, que utilizaba la técnica de lascas para la elaboración de piezas muy diversas (raederas, buriles, cuchillos, puntas triangulares para dardos y flechas, etc…) con una talla muy cuidada y un fino retoque en el trabajo del sílex. 3- En el Paleolítico Superior (c. 35.000 a 10.000 años) los neanderthales desaparecieron, más bien se extinguieron, sustituidos por una nueva especie, posiblemente originaria de África, el “Homo sapiens fossilis” o Cro-Magnon. Las razones de la extinción aún se discuten. Lo que parece claro es que no hubo hibridación o mestizaje entre ambas especies, dadas sus diferencias genéticas. Pero tampoco se encuentran evidencias de enfrentamientos armados entre unos y otros. El nuevo homínido desarrolló de forma notable la fabricación de útiles, dando lugar a múltiples industrias: desde el perigordiense al auriñaciense la industria lítica de hojas sustituyó a la de lascas, al tiempo que se empleó profusamente el asta y el hueso; durante el solutrense se desarrolló un nuevo tipo de talla: el retoque plano, con el que se realizaron útiles de gran precisión, como las puntas de aleta y las puntas triangulares con pedúnculo; y durante el magdaleniense, último periodo del Paleolítico Superior, el trabajo del sílex retrocedió en favor del hueso, con el que se realizaron agujas, arpones y azagayas. Esta cultura se desarrolló, especialmente, en la zona cantábrica y en la costa mediterránea, escaseando los restos en el interior, posiblemente por las duras condiciones climáticas. Formas de vida. Durante todo este periodo los seres humanos practicaron un modo de vida depredador, basado en la recolección, la caza y la pesca. Esta actividad se desarrolló en ecosistemas bastante diferentes al actual, unas veces boreales, y otras tropicales. Los útiles y otros restos revelan este tipo de actividades. Esta actividad económica conlleva una forma de vida nómada, con abundantes ejemplos de hábitats temporales en cuevas en etapas frías y campamentos al aire libre en las etapas cálidas. La organización social se basaba en pequeños grupos o clanes, unidos por lazos afectivos y familiares, sin clases económicas, pero con jerarquías reconocidas, que seguramente se limitaban al anciano o jefe del clan y al chamán o especialista ritual, que podían ser la misma persona o no, sin que sea fácil determinar su existencia hasta el Paleolítico Superior. Probablemente existiese también
  • 4. una especialización sexual en el trabajo, dedicándose los hombres a la caza y las mujeres a la recolección. La causa está en el cuidado de los inmaduros, por lo que las mujeres deben evitar las actividades más peligrosas. Esto se traduce también en un importante dimorfismo sexual apreciable en los restos de los homínidos de la época. En cuanto a la vida ritual podemos señalar la constatación en el yacimiento de Atapuerca de prácticas de antropofagia entre los antecessor. ¿Ritual o meramente alimenticia? Y el posible enterramiento colectivo de heidelbergensis de la Sima de los Huesos. El neanderthal es un sapiens, ya que está probado que tenía creencias y un pensamiento elaborado, tal como revelan sus enterramientos. Y lo mismo podemos decir de los cromañoides, no sólo por la presencia de enterramientos con ajuares y restos de ritos, como el empleo del ocre, sino también por el desarrollo de las actividades artísticas, que revela la existencia de un pensamiento simbólico y un lenguaje. El arte paleolítico parecía circunscrito en España a la zona cantábrica, formando parte del núcleo franco-cantábrico, pero en los últimos tiempos se va extendiendo el ámbito de estas representaciones artísticas, y no sólo en cuevas, como la de Maltravieso en Cáceres, sino también en yacimientos al aire libre. Hay una gran abundancia de cuevas decoradas con grabados y pinturas monocromas y polícromas. Los motivos principales son los signos abstractos y animales naturalistas, siendo muy escasas las representaciones humanas. Además existen variadas manifestaciones de arte mueble, en placas de piedra y en hueso. I.2- El Mesolítico o Epipaleolítico (c. 10.000-6.000 a.C.). El Mesolítico se caracteriza por una serie de cambios ecológicos derivados del calentamiento climático tras la última glaciación y la consiguiente subida del nivel del mar. La gran fauna fría fue sustituida por animales más pequeños, propios del ecosistema mediterráneo, más ágiles, huidizos y con menos carne. Aunque como contrapartida, el nuevo ecosistema mediterráneo tiene una mayor variedad de especies vegetales y una mayor abundancia de gramíneas silvestres. Desde el punto de vista de la cultura material lo característico es la aparición masiva de microlitos en los yacimientos. La recolección se convirtió seguramente en la actividad económica principal, mientras en la caza se hizo necesario el desarrollo de nuevas técnicas, como el arco y la flecha, diversos tipos de trampas o el auxilio del perro, con lo que las actividades de grupo perdieron importancia frente a la habilidad individual. También se detecta un fuerte desarrollo de la pesca y la recolección de moluscos. Desde un punto de vista social, este cambio económico provocó también un equilibrio tanto de la dieta como de la actividad entre los sexos y un menor dimorfismo sexual. Parece ser que hubo un desarrollo demográfico y que los desplazamientos de población se redujeron al no ser ya migratorias las presas de caza. Todo ello propició una sedentarización incipiente y el germen de la desmembración de los clanes. En la zona cantábrica a los grupos mesolíticos se les conoce como “cultura aziliense” y “cultura asturiense”, mientras en la mediterránea se conocen dos grupos, el “microlaminar” vinculado al aziliense, y el “geométrico”, vinculado a grupos mesolíticos franceses. Siguiendo la pauta del Paleolítico Superior, las zonas del interior no debieron tener importante presencia humana; de hecho, en Extremadura no conocemos nada de esta etapa. La vida ritual sigue siendo intensa, destacando los enterramientos azilienses, con los cuerpos decapitados post morten y acompañados de cantos pintados en la fosa y otros ajuares. Lo más característico del arte propiamente mesolítico es su carácter abstracto y anicónico, realizado con técnicas de pintura y grabado, sobre placas o cantos, como los de la cultura aziliense. I.3- El Neolítico (c. 6.000-2.500 a.C.). El concepto de “Neolítico” va mucho más allá de una nueva forma de trabajar la piedra. Incluye la sedentarización de las poblaciones, el desarrollo de una economía de producción basada en la agricultura y la ganadería, y la aparición de innovaciones técnicas como la cerámica, la textil o el pulimento de la piedra. Todo ello es la consecuencia final del cambio climático y medioambiental del mesolítico en varios lugares del mundo, aunque en primer lugar en el Próximo Oriente, desde
  • 5. donde, por difusión, llegó a toda Europa y a la Península Ibérica. En nuestro caso la «revolución neolítica» llegó a través del Mediterráneo y se asentó en primer lugar en sus costas. En la Cova de l’Or (Alicante), datada en el V Milenio a.C., se encontraron las características cerámicas cardiales o impresas de origen oriental. Otros datos, como el yacimiento de Cocina (Valencia), sin discontinuidad entre mesolítico y neolítico, nos hablan de un posible proceso de aculturación, con la presencia de cerámicas a la almagra, y el hecho de que la ganadería parece ser más antigua, con restos de cerdo, buey cabra o conejo datables en el VI milenio a.C. En el primer neolítico o “Neolítico Antiguo” la caza y la recolección seguían siendo actividades más importantes que la ganadería o la agricultura, cuyos restos son escasos. El hábitat más usual era en cuevas y abrigos. En el IV y III milenio a.C. se desarrolla el Neolítico Pleno, con la Cultura de los Sepulcros de Fosa en Cataluña y la aparición de poblados en Levante y Almería, con cabañas de piedra y adobe, y abundantes restos de cerámicas incisas y lisas, aunque se siguen habitando las cuevas. En la zona occidental de la Península Ibérica, y sobre todo en Portugal, se desarrolla el megalitismo desde el IV milenio. El elemento más característico es el enterramiento colectivo, el dolmen, sobre todo el de corredor, algunos con grabados y pinturas. También hay algunos menhires. Estos monumentos podrían tener una función de demarcación territorial entre pueblos esencialmente pastoriles, y no están asociados a poblados conocidos. No se encuentran megalitos en Levante, Valle del Ebro y la zona oriental de la Meseta. El utillaje más común y abundante sigue siendo el lítico, y no precisamente el pulimentado (hachas y azuelas), sino el tallado (microlitos y puntas de flecha), siendo también abundantes los molinos de mano. Aparecen también todo tipo de útiles óseos, como punzones, agujas, espátulas, mangos, etc… Pero el principal fósil director será ahora la cerámica; en general eran realizadas a mano, lisas, y más raramente con decoración impresa o incisa, y se cocían en hornos rudimentarios. Desde el punto de vista social, a pesar de que se estaban poniendo en marcha los mecanismos de las divisiones sociales, tanto por la riqueza como por la función, parece ser que estos grupos humanos del neolítico mantuvieron unas condiciones de igualitarismo, aunque con la aparición de ciertas jerarquías. Posiblemente se produjese la reunión de clanes en tribus y poblados de cierta importancia, apareciendo los consejos de ancianos. La presencia de poblados fortificados y escenas bélicas en el arte rupestre nos pone en el camino de la guerra, defensiva u ofensiva, por causas económicas y territoriales; lo cual propicia la aparición de castas guerreras y líderes militares con capacidad de movilizar y ordenar a toda la población. También pudo desarrollarse una casta sacerdotal en relación con la proliferación de ritos agrarios y ganaderos de fecundidad, de iniciación, etc… Los enterramientos son muy complejos y de tipos muy variados, algunos con grandes construcciones y colectivos, otros en fosas individuales, algunos en el interior de las viviendas, casi siempre en posición fetal, revelando ritos por los restos de fuego, de ocre, adornos y ajuares que los acompañan. Esta riquísima ritualidad revela creencias complejas y organizadas. La presencia en ellos de ajuares con adornos personales tales como brazaletes, anillos, cuentas de collar, vestidos de pieles y esparto, etc… podría ilustrar esas incipientes diferencias. Las manifestaciones artísticas más conocidas corresponden al llamado “arte levantino”, por localizarse sobre todo en las zonas montañosas de la vertiente mediterránea. Se trata básicamente de pinturas rupestres monocromas, rojas o negras principalmente, situadas en abrigos rupestres. Se representan animales naturalistas, figuras humanas muy estilizadas y multitud de signos abstractos. Generalmente se agrupan y combinan componiendo escenas muy significativas que muestran actividades económicas de caza, recolección y producción, y también escenas rituales y sociales. El elemento más polémico de estas manifestaciones artísticas es su datación, que unos remontan a tiempos mesolíticos y otros llevan a periodos posteriores al Neolítico.
  • 6. I.4- La Edad de los Metales (c. 2.500-750 a.C.). Esta etapa supone fundamentalmente la aparición de una nueva técnica, la metalurgia, sin cambios económicos muy importantes respecto al Neolítico, aunque sí tendrá una gran trascendencia social. I.4.1- El Eneolítico, Calcolítico o Edad del Cobre (c. 2.500-1.700 a.C). La metalurgia de cobre apareció en el tercer milenio a.C. Según algunos mediante un proceso de aculturación, y según otros como resultado de las influencias de comerciantes de las civilizaciones del Creciente Fértil que arribaron a la península Ibérica en busca de metales. Las nuevas técnicas, las formas de hábitat y de enterramiento podrían apoyar esta tesis, pero lo rudimentario de las primeras muestras de metalurgia apoya la tesis de la aculturación. La mezcla de rasgos autóctonos y alóctonos complica el panorama. La cultura de Los Millares, en Almería, supone la más brillante expresión de esta nueva etapa, con poblados en alturas medianas, fortificados con fosos, murallas y atalayas. En su interior es norma la anarquía urbanística de las viviendas circulares de piedra y adobe. A pesar de todo, en muchos lugares continúa siendo abundante el hábitat en cuevas y abrigos. Aunque en toda la península se detectan asentamientos de esta etapa, es en las zonas mineras del SE y el SW donde son más característicos. Otro elemento característico, aunque no nuevo, de esta etapa es el empleo de enterramientos colectivos. A mediados del tercer milenio a. de J.C. se desarrolló en casi toda la Península la cultura megalítica. En el Sur, y también en Extremadura, se desarrollan los tholoi e hipogeos, quizás por influencia oriental; mientras en el Norte aparecen los dólmenes, de influencia atlántica. En cualquier caso, lo que define al megalitismo, más que las técnicas de construcción, es el carácter colectivo y monumental del enterramiento, con ajuares homogéneos consistentes en recipientes cerámicos, útiles de hueso y piedra e ídolos oculados pintados o grabados en piedra, hueso o cerámica. Si nos atenemos a los datos y el carácter de estos enterramientos, estamos ante una sociedad igualitaria. La expansión de la agricultura y la ganadería es ahora más clara, abundando los útiles agrícolas (microlitos geométricos, molinos de mano, hachas pulimentadas, etc…), e incluso se aprecian estructuras de regadío en algunos poblados. La recolección de productos como la miel, las bellotas y las olivas es una actividad secundaria, al igual que la caza, que supone sólo el 30% de la carne consumida. A pesar de la novedad de la metalurgia las técnicas antiguas no desaparecieron, sino al contrario. La fabricación de numerosos instrumentos (agujas, punzones, sierras, cuchillos, etc…) y armas (puñales y puntas) de cobre y piezas decorativas de plata y oro (diademas y cintas) coincidió con un renacimiento en el trabajo de la piedra, especialmente el sílex; y con un desarrollo de la industria ósea, con agujas, punzones, peines, puntas, botones… La proliferación de pesas de telar y fusayolas revela el desarrollo de las técnicas textiles. La Cultura del Vaso Campaniforme. Avanzado ya el Calcolítico, se desarrolló un tipo de cerámica funeraria muy original, la del vaso campaniforme, que se extendió, posiblemente desde la península Ibérica, por gran parte de Europa, lo que parece indicar un notable incremento de las relaciones comerciales. Esta Cultura del Vaso Campaniforme es claramente calcolítica, pero sus restos aparecen en poblados ajenos, preexistentes, sin que se conozcan poblados que puedan atribuirse con exclusividad a esta cultura. El yacimiento más usual es funerario. Sus enterramientos suelen ser individuales, en fosas aisladas, sin formar necrópolis, e incluso de forma intrusiva en megalitos que ya no se utilizaban. Los cadáveres tienen siempre un ajuar muy característico: vaso, cazuela y cuenco campaniformes, puñal de cobre, brazal de arquero y punta de flecha, junto con cuentas de collar u otros adornos. Todo esto ha llevado a pensar que podría tratarse de un grupo de metalurgistas o comerciantes itinerantes, buhoneros de la prehistoria, que dejan sus restos materiales, esencialmente funerarios, en aquellos ámbitos geográficos y culturas que visitaban.
  • 7. I.4.2- La Edad del Bronce (c. 1.700-750 a.C.). Al igual que en la etapa anterior, se inicia con la aparición de nuevas técnicas metalúrgicas de aleación en el sur de la península y Levante, desde donde se extiende al resto del territorio, especialmente el SW, La Mancha y Cataluña. La cultura más importante es la de El Argar, también en Almería, que se originó en torno al año 1700 a.C. En el resto de la península, y sobre todo en el valle del Duero los restos son muy dispersos hasta el final de esta etapa, revelando un poblamiento menos denso y al margen de las rutas comerciales, que eran sobre todo marítimas. Las diferencias entre los distintos grupos son bastante acusadas, anticipando la división de los pueblos que encontrarán los colonizadores cartagineses y romanos. Al margen del desarrollo de la metalurgia, lo característico de esta etapa está en los poblados y los nuevos ritos de inhumación. Se supone que estos cambios tienen un origen oriental, como consecuencia de un activo comercio de metales e incluso la instalación en la península de colonos de aquellas tierras. Los poblados se van a situar preferentemente en zonas mineras, elevadas y bien abastecidas de agua, con fortificaciones más poderosas que en etapas anteriores, mientras en el interior se aprecia una cierta estructura urbana ordenada, con viviendas de planta cuadrangular de piedra y adobe con techumbres vegetales. Los enterramientos megalíticos colectivos prácticamente desaparecen, sustituidos por inhumaciones individuales en cistas, fosas o tinajas, el pithos. Estos enterramientos tienen una ubicación muy variada, en el interior o exterior de las viviendas o al margen de ellas formando necrópolis. En algunas zonas, como en Valencia, ni siquiera se conocen. Finalmente hay que señalar la existencia de ajuares diferenciados por riqueza y sexo. En cuanto a la economía, parece ser que la agricultura tuvo un menor peso económico, mientras progresa la ganadería, especialmente la equina, y sobre todo las actividades de transformación. Se detecta un notable desarrollo de la industria textil, y la minería y la metalurgia se convirtieron en actividades importantes, abundando en estos poblados los restos de fundición, como escorias, crisoles y moldes de todo tipo de objetos que ya sustituyen a los de piedra y hueso. En relación con el desarrollo de la metalurgia hay que señalar también el desarrollo técnico de la cerámica, poco decorada, y con las copas con pie como elemento característico. Una de las actividades económicas más destacadas de esta etapa fue el comercio de metales a larga distancia. Parece ser que desde el NW de la península se establecieron contactos comerciales con Inglaterra y Bretaña en busca del preciado estaño; éste llegaría al Mediterráneo Oriental tras la intermediación de las culturas asentadas en el SW. Los depósitos de armas y tesoros son abundantes en toda la zona occidental, y es muy significativo el depósito de la Ría de Huelva, un naufragio de un barco cargado de objetos de bronce: puñales, espadas, hachas, cascos… En cuanto a la sociedad, la mayor complejidad y especialización económica, con una creciente división del trabajo, se traduciría en diferencias de riqueza y prestigio, desarrollándose las desigualdades. En este sentido, la abundancia de armas, las fortificaciones, la ocultación de tesoros y depósitos de metales y la constatación de muertes violentas, nos habla de una sociedad cuyos individuos poseen riquezas y las defienden, por lo cual las castas militares cobran importancia. La organización política debió de desarrollarse en torno a la autoridad de jefes y príncipes, como revelan las espadas de bronce con empuñadura de plata y las diademas de oro, que han aparecido en ajuares funerarios. Las estelas, con figuras de guerreros, muy abundantes en todo el SW, incluida Extremadura (Ibahernando, Torrejón el Rubio, Cabeza del Buey…), apoyan esta idea. Las jerarquías religiosas, en cambio, no debieron ser muy importantes si consideramos la escasez de estructuras rituales o templos. La Edad del Bronce en las islas Baleares. Además de los grupos andaluces y levantinos, vinculados a la cultura oriental, y los de la zona occidental, vinculados al Bronce Atlántico, existió en las Baleares un grupo muy peculiar que se relaciona con otras culturas insulares del Mediterráneo, como las de Córcega, Cerdeña o Malta, y sin relación con las culturas peninsulares. Se conoce como Cultura Talaiótica y se desarrolló hacia el 1.300 a.C., con un carácter ciclópeo más
  • 8. que megalítico, desarrollada en torno a grandes poblados amurallados. Los monumentos más característicos de esta cultura son el talaiot, de planta circular o cuadrada y estructura troncocónica, que se supone que eran una estructura con carácter defensivo, la taula, de utilidad incierta, y la naveta, que es un tipo de sepulcro colectivo. II- LAS COLONIZACIONES Y LOS INDÍGENAS. Dentro y fuera de la historia. En el I Milenio a.C., en plena Edad del Bronce, la península Ibérica entra en la Historia de la mano de una serie de civilizaciones atraídas por la riqueza metalífera. Primero los comerciantes fenicios de Tiro y griegos de Focea, y luego las potencias imperialistas de Cartago y Roma. Todos ellos legaron los primeros testimonios escritos de nuestros antepasados, se convirtieron ellos mismos en antepasados nuestros, y dejaron un fuerte poso cultural, técnico, económico y social. Desde el norte entraron en la misma época varias oleadas de pueblos indoeuropeos relacionados con la Cultura de Hallstatt, como los creadores de la Cultura de los Campos de Urnas en Cataluña y todo el NE peninsular, portadores del nuevo rito funerario de incineración, y más delante de la metalurgia de hierro. Eran ganaderos seminómadas que se van asentando lentamente en poblados con viviendas cuadrangulares de piedra y adobe, y son los responsables del poso “céltico” de los pueblos indígenas de la península Ibérica. II.1- Fenicios y griegos. Las colonizaciones comerciales. La colonización de los fenicios de Tiro se remonta al s. VIII a.C. con el establecimiento de una serie de pequeñas factorías comerciales y colonias de mayor importancia en la costa andaluza, en islas o promontorios de la costa junto a la desembocadura de algún río, desde Abdera (Adra) hasta Huelva, siendo Gádir (Cádiz) la más importante; siempre en contacto con Tartessos. La colonización griega la iniciaron los focenses, jonios de Focea, con toda certeza a partir del siglo VII. Se trataba en principio de viajes de exploración y comerciales, sin crear asentamientos estables, y por la zona norte del Mediterráneo, evitando a los fenicios y cartagineses. Su
  • 9. asentamiento en Massalia (Marsella) hacia el 600 a.C. les permitió crear rutas hacia el S de la península, con asentamientos costeros. Su principal fundación fue Emporion (Ampurias), en la costa de Gerona, y algo más al N se situaba Rhode (Rosas). La principal actividad de los colonizadores era el comercio, con un importantísimo impacto económico. Vinieron en busca de metales, como estaño, cobre, plata, oro, hierro… pero también cereales, sal, pescado en salazón y garum. A cambio traían manufacturas orientales de lujo, muy apreciadas por los jefes locales, además de vino y aceite de oliva. Además, introdujeron el torno para la fabricación de cerámica, mejoras notables en las técnicas textiles, la metalurgia del hierro, las técnicas de salazón para la conservación del pescado, el cultivo de la vid y el olivo y el uso del arado. Y finalmente, hay que destacar el inicio del uso de la moneda, siendo Emporion la primera ciudad de la península Ibérica en acuñar moneda propia, concretamente dracmas. El asentamiento permanente de estos pueblos propició además el desarrollo de formas políticas, sociales y culturales nuevas entre las poblaciones indígenas. La imitación de las instituciones políticas de los colonizadores dio lugar a las primeras estructuras estatales o protoestatales indígenas. El arte y el urbanismo copia los modelos orientales y griegos, y algunos pueblos adoptan el alfabeto fenicio y griego para realizar los primeros testimonios escritos propios, aunque en lengua indígena, por lo que se pueden leer pero no traducir. Por otro lado, los nuevos cultos religiosos orientales y griegos se abrieron paso entre las poblaciones indígenas, siendo especialmente importantes los cultos fenicios a Astarté y Melkart. II.2- Tartessos y el periodo Orientalizante. Las fuentes literarias griegas y los hallazgos arqueológicos documentan la existencia de una importante entidad estatal indígena llamada Tartessos. Aunque durante mucho tiempo se pensó en una ciudad-estado, en realidad fue un gran reino cuya influencia se extendía por todo el SW de la península. Su auge coincidió con el reinado del mítico Argantonio en el s. VI a.C. Posiblemente su centro principal o capital se encuentre bajo el casco antiguo de la ciudad de Huelva. Tenían incluso un sistema de escritura semisilábico basado en el alfabeto fenicio. Los restos arqueológicos relacionados con el mundo tartéssico son muy variados y dispersos, y consisten sobre todo en ostentosos enterramientos tumulares con ricos ajuares en los que abundan los artículos de lujo griegos y fenicios. Esto nos revela una sociedad con fuertes desigualdades, en la que el dominio correspondería a una aristocracia (los régulos) que controlaba el comercio de metales, las relaciones con los colonizadores y los pueblos vecinos, además de las tierras y ganados del Valle del Guadalquivir. En la misma línea se encuentran importantes tesoros encontrados en Andalucía, como el de El Carambolo y Lebrija, pero también en Extremadura, como los de Segura de León, Aliseda o Serradilla. Y finalmente, numerosos depósitos de metales y pequeños poblados mineros. Su economía utilizaba plenamente los yacimientos minerales de la región onubense (plata, cobre, plomo) y obtenía el estaño de las islas Casitérides (islas Británicas) mediante el control de las rutas marítimas por el Atlántico. Además hubo un gran desarrollo de la agricultura, y sobre todo de la ganadería en el valle del Guadalquivir. También controlaba dos importantes rutas comerciales terrestres, conocidas posteriormente como “Vía de la Plata” hacia el NW y “Vía Heraclea” hacia Levante y el NE, extendiendo sus dominios por las actuales regiones de Extremadura, Algarve y Alentejo. Tartessos desapareció tan misteriosamente como había aparecido coincidiendo con la conquista de Tiro por los babilonios y la llegada de los cartagineses a finales del s. VI a.C. Posiblemente, más que una derrota militar o una conquista, lo que se produjo fue una disgregación del poder monárquico tartéssico en unidades menores como resultado de una crisis interna y el cambio de las relaciones comerciales y económicas. Del mismo modo que el florecimiento tartéssico tuvo como causa principal el comercio fenicio, su decadencia como consecuencia de las conquistas de Nabucodonosor y la apertura de una nueva ruta para el estaño a través del Ródano hacia Massalia (Marsella) explica su final, la disolución de una entidad estatal poco asentada.
  • 10. II.3- La colonización cartaginesa. El imperialismo militar. La conquista babilonia del territorio fenicio desvinculó a las colonias occidentales que, como Carthago, iniciaron una trayectoria propia desde el s. VI a.C. Desde entonces los cartagineses crearon en el Mediterráneo occidental un sólido sistema de posiciones estratégicas insulares (Sicilia, Cerdeña, Ibiza) que les permitió el dominio sobre toda la región. Este dominio fue indiscutible tras la derrota inflingida a los griegos en la batalla de Alalia (535 a.C.). Desde Mallorca e Ibiza, donde se asentaron en el s. V a.C. pasaron a controlar el Levante y Andalucía, coincidiendo con el declive de Tartessos. Pero fue un control o dominio muy diferente al de fenicios y griegos, con un carácter imperialista y militar, además del puramente comercial, combinando la conquista de territorios con las alianzas, reclutando soldados e imponiendo tributos. Los restos arqueológicos revelan una mayor inestabilidad y conflictos con los pueblos indígenas. El carácter imperialista se acentuó en el siglo III a.C. tras su derrota frente a Roma en la I Guerra Púnica (241 a.C.). Las campañas de Amílcar Barca y de su hijo Aníbal aseguraron a Cartago el control de un territorio que, en tiempos de Aníbal, se extendía desde la línea del Ebro, según un acuerdo con Roma, hasta el sur peninsular y llegaba, por el Atlántico, hasta la desembocadura del Tajo, con incursiones en los territorios del interior. Se cree que las campañas de Aníbal llegaron hasta el Valle del Duero. El objetivo fue convertir a la península Ibérica en una colonia de explotación, organizando la explotación minera a gran escala. El imperialismo mediterráneo cartaginés chocó con el creciente imperialismo de Roma, iniciándose así las guerras púnicas (264-146 a.C.), que acabaron teniendo como escenario la Península desde el año 218 a.C. y supusieron la desaparición de los cartagineses y la entrada de los romanos en nuestra historia.
  • 11. II.4- Los pueblos prerromanos. Los pueblos indígenas habían continuado y enriquecido su desarrollo socioeconómico y político, con las nuevas aportaciones indoeuropeas, fenicias, griegas y cartaginesas, constituyendo grupos tribales característicos, o incluso entidades protoestatales, de las que la más avanzada fue Tartessos. Todos ellos, posteriormente sometidos y romanizados, reciben la denominación genérica de “pueblos prerromanos”. Las noticias aportadas por los colonizadores, y sobre todo por las fuentes romanas, nos ponen en contacto con una enorme variedad de pueblos, costumbres y formas de vida. Antiguamente divididos en “íberos” y “celtas”, actualmente se clasifican según su ámbito geográfico. Los pueblos prerromanos mediterráneos y de Andalucía se conocen como “íberos”. Se extienden desde Cataluña hasta el Valle del Guadalquivir, pasando por Levante y el Valle del Ebro. Parecen tener relación con poblaciones bereberes del N de África de estirpe bereber. Como consecuencia de las influencias aportadas por los pueblos colonizadores, alcanzaron un elevado grado de desarrollo económico, político y cultural respecto al resto de la Península. Mantuvieron el comercio y relaciones pacíficas con las colonias, llegando a usar moneda propia. También destaca el empleo de un sistema alfabético uniforme desde el s. IV a.C. Vivían en poblados fortificados sobre colinas cercanas a ríos y en ciudades más importantes, como Sagunto (Valencia), que copiaba el urbanismo griego. Se consideran auténticas “Ciudades- Estado”. En la organización tribal de los íberos las desigualdades entre hombres y clanes eran ya muy fuertes. En la cúspide social estaba una aristocracia militar que controlaba el poder político mediante los régulos o jefes militares y un consejo aristocrático; este grupo además poseía la mayor parte de las tierras, ganado y minas. Luego estaba el grupo de los hombres libres y armados, que podían intervenir en las cuestiones políticas mediante una asamblea popular; muchos eran mercaderes y artesanos. Y finalmente encontramos a los hombres dependientes, sin derechos políticos y sin medios propios de vida. Los esclavos eran escasos aún. Existían instituciones como la “fides” y la “devotio” que articulaban las relaciones personales entre estos grupos.
  • 12. Su economía era agrícola y ganadera fundamentalmente, de carácter ya plenamente mediterráneo. En cuanto a la ganadería, predomina la oveja, pero también tiene gran importancia el caballo, complemento indispensable del guerrero ibérico. Naturalmente, en las zonas mineras la explotación de metales siguió siendo una actividad fundamental en relación con el comercio colonial; y el desarrollo artesanal, tanto metalúrgico, como textil o cerámico fue notabilísimo, así como las industrias de transformación del pescado en el Sur. La vida ritual de los íberos era muy variada y compleja. En sus enterramientos se encuentran sobre todo incineraciones, pero también inhumaciones, con estructuras diferentes y variadas, desde grandes monumentos a simples fosas, y con notables diferencias de ajuar. Hay también una amplia gama de santuarios en emplazamientos naturales, pero no hay templos propiamente dichos, ni existen evidencias de una casta sacerdotal. Sus numerosos dioses y ritos reflejan una mezcolanza entre lo oriental y lo indoeuropeo. Más homogéneo es el arte, en el que abundan las esculturas antropomorfas y zoomorfas de clara inspiración oriental, sobre todo de carácter funerario y religioso, como exvotos. También son muy abundantes los relieves y las cerámicas con decoración pintada y a veces escritas. Igualmente es muy destacada la joyería de influencia tartéssica. Los pueblos prerromanos del interior y el occidente tienen su origen en el contacto entre poblaciones autóctonas y oleadas de indoeuropeos, también conocidos como “celtas”, que, tras atravesar los pasos pirenaicos se asentaron en el Valle del Ebro y por toda la Meseta. Tienen en común un modo de vida sobre todo pastoril, la organización tribal, hábitats en altura fortificados conocidos como “castros”, y la práctica de ritos de incineración en necrópolis. Pero se pueden distinguir tres grupos principales: Los celtíberos son una confederación de tribus o pueblos (arévacos, belos, titos, lusones y pelendones) asentados a ambos lados del Sistema Ibérico, en la confluencia del Valle del Ebro con las dos submesetas. Su nombre viene del contacto e influencia de los pueblos íberos, llegando casi a constituir una entidad estatal, con capital en Numancia (Soria). Tuvieron un desarrollo económico notable en los años previos a la conquista romana, y sus necrópolis atestiguan una fuerte división social. Carpetanos, vettones y lusitanos ocupan ambas vertientes del Sistema Central centro- occidental al S del Duero y los valles occidentales del Tajo y Guadiana. Es una cultura con una fuerte base económica ganadera, por el condicionamiento del territorio, y que se manifiesta en la abundancia de los verracos, esculturas pétreas de cerdos o bóvidos. Esto provoca un modo de vida seminómada y una menor y más tardía urbanización. Aún siendo pueblos más pobres, también se aprecian diferencias en los ajuares funerarios de sus necrópolis tubulares. La cultura agraria del Duero corresponde a los vacceos, un pueblo más atrasado en el sentido de la diferenciación social, pues conservaban un régimen de propiedad colectiva de la tierra, dedicándose sobre todo al cultivo de cereales. Tenían su capital o núcleo más importante en la actual Palencia. La organización social de todos estos pueblos, fundamentada en los lazos de sangre, tenía como unidad básica la agrupación de clanes o tribu. Estaban gobernados por jefes militares que no llegaban a la consideración de monarcas, elegidos por la asamblea popular, aunque los consejos de ancianos o reunión de jefes de clan se ocupaban del gobierno ordinario. Fue frecuente entre estos pueblos la existencia de instituciones sociales como la “clientela” (dependencia respecto a un hombre más poderoso), y la “devotio” (encomendación de servicio militar), por las cuales se pasaba a depender de un jefe al que se debía fidelidad. Con el desarrollo de las jerarquías se produjo un acaparamiento de tierras por parte de grupos aristocráticos, que obligó a los individuos desposeídos a formar bandas armadas para saquear a sus vecinos más ricos: sobre todo los turdetanos, pueblo íbero del Valle del Guadalquivir, heredero del mundo tartéssico. El bandolerismo fue, por tanto, un modo de vida típico sobre todo de los lusitanos, aunque también hay ejemplos entre los celtíberos.
  • 13. Desde el punto de vista ritual, al margen de sus necrópolis de incineración, existen estructuras y testimonios que revelan la práctica de sacrificios humanos y animales; se han contabilizado, junto con los pueblos norteños, trescientas veinte divinidades de carácter naturalista; existe también una destacada estatuaria de carácter funerario y una rica joyería de oro y otros metales. Pero no tenemos noticias de sus jerarquías sacerdotales. Los pueblos prerromanos del Norte ocupaban el NW y la zona cantábrica. Era la región más atrasada y con menos influencias externas. En ella se asentaban diversos pueblos tradicionalmente llamados “célticos”, como los galaicos, astures, cántabros y vascones. La proliferación de hábitats en castros hace que se les conozca también como “Cultura Castreña”. Éstos, diferentes a los de la Meseta, tenían una tipología característica: amurallados, en lugares estratégicos, no muy grandes, y con viviendas de planta circular en el interior, sin una estructura urbana. En cambio, se desconocen sus necrópolis. Desde el punto de vista económico, practicaban una agricultura y ganadería bastante rudimentarias, en manos sobre todo de las mujeres, mientras los hombres se dedicaban sobre todo a la economía guerrera: el saqueo sobre los pueblos de la Meseta más próximos para proveerse de trigo que ellos no tenían. Su nivel artesanal era más rudimentario, lo cual no les impidió el desarrollo de una importante metalurgia, sobre todo de oro. Seguramente mantenían contactos comerciales con otros pueblos atlánticos del Norte. También su organización social y política era muy precaria. Se basaba en la tribu y mantenía un carácter igualitario, con formas de propiedad colectiva de la tierra y sin diferencias sociales apreciables en los poblados. Los jefes de clan constituirían seguramente la máxima autoridad de estas comunidades, que contarían también con asambleas populares. Como dato curioso, hay que destacar el carácter matriarcal de esta sociedad, a pesar de lo cual las divinidades más importantes eran de carácter guerrero. El destino común de todos los pueblos prerromanos fue caer bajo el dominio de Roma entre el 218 y el 19 a.C. y entrar en un proceso de uniformización social, económica, política y cultural que conocemos como “Romanización”.
  • 14. III- LA DOMINACIÓN ROMANA. HISPANIA (218 a.C.-s. V d.C.). III.1- La conquista (218-19 a.C.). Se inicia en el marco de la lucha contra Carthago por el control del Mediterráneo occidental. Tras la I Guerra Púnica (264-241 a.C.) Roma domina las grandes islas del Tirreno y empuja a los cartagineses hacia el dominio de la península Ibérica, estableciendo el Tratado del Ebro (226 a.C.), que limitaba la soberanía cartaginesa al sur de dicho río. Tomando como pretexto el conflicto de Sagunto (219 a.C.) Roma fuerza un nuevo enfrentamiento con los cartagineses, la II Guerra Púnica (218-201 a.C.), en el marco de la cual llegarán a la península Ibérica las primeras tropas romanas. III.1.1- Primera fase (218-154 a.C.). Ocupación del territorio íbero. El desembarco de Cneo Cornelio Escipión en Ampurias (218) inició una campaña contra las bases cartaginesas en el litoral mediterráneo, asegurando el control del Valle del Ebro, interviniendo en el Betis y cortando los abastecimientos que Aníbal necesitaba en Italia. Las campañas dirigidas por los hermanos Publio y Cneo Cornelio Escipión, con el apoyo de algunos grupos indígenas de la actual Cataluña, como los ilergetes y lacetanos al mando de Indíbil y Mandonio, lograron acabar con la presencia cartaginesa en la península Ibérica. Tras algunas derrotas, a partir del 210 a.C. se inicia una fase exitosa para las armas romanas, que conquistan Carthago Nova en 209 a.C., y logran dominar el valle del Guadalquivir y rendir Gádir en el 206 a.C. Controlados los valles del Ebro y Guadalquivir y la fachada mediterránea, los romanos deciden quedarse e incorporar el territorio peninsular como provincia. Los antiguos aliados iberos, Indíbil y Mandonio, se levantan de inmediato contra los nuevos dominadores sin éxito. En el 197 a.C. el territorio se divide en dos provincias, Hispania Citerior, en torno al Valle del Ebro, e Hispania Ulterior, en el valle del Guadalquivir. Esto provoca nuevamente sublevaciones hasta el año 179 a.C., reprimidas con tremenda dureza por Marco Porcio Catón y Fulvio Flaco, que logran el control efectivo del territorio de los pueblos íberos. La respuesta a las resistencias consistía en ejecuciones masivas y la esclavización de los rebeldes, hasta la intervención de Tiberio Sempronio Graco en 179 a.C., que abre un periodo de paz. Tras derrotar a los celtíberos, que amenazaban el Valle del Ebro, realiza una política de pactos y un reparto de tierras entre ellos para conseguir su sometimiento. Funda la ciudad de Graccurris (Alfaro), uniéndose a Itálica, Cartaya (Algeciras) y Corduba. III.1.2- Segunda fase (154-123 a.C.). Las guerras celtíberas y lusitanas. Entre estos años se producen constantes conflictos con los pueblos asentados en la Meseta, lo que llevará finalmente a su dominio e incorporación a las provincias ya establecidas. La guerra contra los lusitanos estuvo motivada por las continuas incursiones de éstos sobre los territorios de Hispania Ulterior; es decir, la causa estaba en la pobreza e inestabilidad socioeconómica de estos pueblos pastoriles. La actitud romana contribuyó a agravar el conflicto. La línea marcada por Graco no se siguió por el interés de los generales, ya que la duración de estos conflictos acentuaba su enriquecimiento personal. Así, en 151 a.C. el pretor Servio Sulpicio Galba, masacró a más de siete mil lusitanos que se habían rendido ante la promesa de un reparto de tierras. Esto encendió más el conflicto, contando ahora los lusitanos con un líder legendario, Viriato, y un perfeccionado sistema de guerrillas, manteniendo su lucha contra Roma hasta el año 139 a.C. en que Viriato fue asesinado por compañeros sobornados por Roma. Este hecho novelesco pone de relieve la táctica de los romanos, que pactaron con las élites terratenientes y ganaderas frente a la masa de indigentes que constituían las partidas lusitanas. Pocos años después, los romanos dominaban todo el territorio lusitano hasta el Miño. Las causas de las guerras celtibéricas son coincidentes en los aspectos socioeconómicos; pero también hay que destacar la cuestión política. Los territorios celtíberos estaban constituyendo un estado territorial, y de hecho, el detonante de la guerra fue una cuestión de soberanía: el derecho a fortificar sus ciudades. Las derrotas del ejército romano (154-151 a.C.), obligaron al cónsul Claudio Marcelo a firmar un tratado que mantuvo la paz hasta el 143 a.C. Este periodo fue
  • 15. aprovechado por los romanos para combatir a los lusitanos y realizar incursiones en los territorios vacceos. Desde entonces el elemento más destacado fue la resistencia de la ciudad arévaca de Nu- mancia, y la derrota de todos los jefes romanos enviados a tomarla, hasta que fue arrasada por Publio Escipión Emiliano (133 a.C.), poniendo fin así a las guerras celtíberas. En ningún otro lugar del imperio territorial romano, sus ejércitos encontraron tantos problemas y sufrieron tantas derrotas en un periodo tan abultado de tiempo. Además de los problemas económicos, estos conflictos hispanos tendrán una notable influencia en el inicio de la crisis del sistema político republicano, ya que obligaron a extender los mandatos de los magistrados, generando un proceso de caudillismo entre las tropas permanentes que creó líderes con ambiciones de poder. Años después se concretará la crisis, que tendrá en Hispania uno de sus principales escenarios. Como último detalle, hay que señalar la anexión de las islas Baleares sin dificultades por Quinto Cecilio Metelo en el 123 a.C. Sus tierras fueron entregadas a veteranos y pasó a depender de la provincia Hispania Citerior. III.1.3- Tercera fase (123-19 a.C.). Las guerras civiles y la Pax Augusta. Entre los años 83 y 44 a.C. Hispania fue escenario de enfrentamientos armados entre los dos partidos que luchaban por el control de la república romana: optimates o senatoriales, y populares. En el marco de la guerra civil entre Mario (popular) y Sila (senatorial), uno de los lugartenientes de Mario, Sertorio, mantendrá la resistencia en Hispania desde el 83 al 72 a.C. En el área bajo su dominio y bajo su liderazgo muchos indígenas entraron en las formas de vida romanas. También la guerra civil entre Cneo Pompeyo (senatorial) y Julio César (popular) tuvo una notable influencia en Hispania entre el 49 y 45 a.C. César ganó varias batallas al inicio de la guerra civil en Hispania, controlando la provincia Citerior, y volvió para poner fin a la guerra derrotando a los hijos de Pompeyo en la batalla de Munda (45 a.C.), pasando a controlar también la Ulterior. Finalizada la guerra se produjo el asentamiento de numerosos veteranos en Hispania mediante la fundación de colonias, como Hispalis (Sevilla), Norba (Cáceres) o Metellinum (Medellín), además
  • 16. de municipalizarse numerosas ciudades indígenas aliadas del vencedor, como Cádiz. Tras el asesinato de César (44 a.C.), su ahijado Octaviano logrará controlar todo el poder en Roma, estableciendo un régimen imperial en el 27 a.C. Desde entonces le conocemos como Augusto. Desde el 29 hasta el 19 a.C. Augusto desarrolla personalmente, pero sobre todo a través de su lugarteniente Agripa, una serie de campañas militares para someter a los pueblos del Norte. En esta decisión influyen varios factores: dotar al imperio de fronteras estables y seguras, recuperar el carácter conquistador de los líderes romanos tras un periodo en que han estado luchando sobre todo entre ellos; y finalmente, las noticias sobre las riquezas auríferas de los territorios del NW. No fue un dominio fácil y obligó a la presencia permanente del ejército romano en la zona durante mucho tiempo. En cualquier caso, supuso el dominio total de la península ibérica por Roma tras dos siglos de campañas militares intermitentes y fue seguido de un activo proceso colonizador, del que destacaremos Emérita Augusta (Mérida), Caesar Augusta (Zaragoza), Bracara Augusta (Braga), Artúrica Augusta (Astorga) o Lucus Augusti (Lugo). III.2- El fenómeno de la romanización. Con este nombre se conoce el proceso por el cual los pueblos de la península Ibérica asi- milaron las formas de vida y organización romanas. La causa primera de este proceso fue la conquista militar, seguida de la implantación de una organización militar y administrativa romanas y del desarrollo de la vida urbana. Este proceso transformó las estructuras socioeconómicas indígenas, unas nuevas instituciones basadas en el derecho romano; y sobre todo la inclusión de la península en el ámbito económico del Imperio Romano. La romanización no fue un proceso homogéneo, sino que muestra unas diferencias geográficas muy destacadas como consecuencia de la lentitud del proceso de conquista. Así, fue más rápida y más profunda en las tierras del Sur y de Levante, que habían sido las primeras zonas conquistadas y las que contaban con una larga historia anterior de contactos con pueblos
  • 17. colonizadores. Por el contrario, las tierras de la cornisa cantábrica recibieron muy levemente la acción de Roma. Además, durante toda la etapa republicana el proceso romanizador fue lento, predominando la explotación frente a la integración. Desde las guerras civiles, y sobre todo desde el gobierno de Augusto, el proceso se aceleró. Durante esos años, la participación de indígenas en el ejército fue uno de los principales factores del proceso de romanización. III.2.1- La organización y administración del territorio. Desde el punto de vista administrativo el territorio de Hispania fue dividido en provincias diferentes según las etapas. La primera división, ya citada, se hizo en 197 a.C. creando dos provincias: Hispania Citerior, con capital en Tarraco, e Hispania Ulterior, con capital en Corduba. Las provincias estaban gobernadas por pretores o procónsules auxiliados por un questor. En el 15 a.C. Augusto crea la provincia de Lusitania con capital en Emérita Augusta, desgajándola de la Ulterior, que pasa a llamarse Bética mientras la Citerior recibe el nombre de Tarraconense; la Bética pasa a ser provincia senatorial, es decir sin ejército, mientras las otras dos serán provincias imperiales, gobernadas por legados (Legatus Augusti propraetorii). Durante el Imperio, existió una asamblea provincial o concilium que fiscalizaba al gobernador y organizaba el culto al emperador. A su vez, las provincias quedaron divididas en conventos jurídicos, civitates y populi. Y ya en el Bajo Imperio (297 d.C.), bajo Diocleciano, se divide en cinco provincias, con Gallaecia y Carthaginensis desgajadas de la Tarraconense. Las cinco, más la norteafricana Mauritania Tingitana, formaban la Diócesis Hispaniarum, una de las tres en que estaba dividida la prefectura de las Galias. Esta diócesis estaba gobernada por un vicario que controlaba a los gobernadores provinciales. Ya en el s. IV Constantino crea la provincia Baleárica. La ciudad, romana o preexistente, y el desarrollo de la vida urbana, fue el marco básico en el que se produjo la romanización. Las ciudades indígenas podían ser básicamente de dos tipos:
  • 18. estipendiarias, que eran la mayoría, y pagan un tributo, y libres, que a su vez pueden ser federadas (deben prestar auxilio a la metrópoli en caso de guerra) e inmunes, ambas exentas de impuestos. Durante el gobierno de Augusto todas estas ciudades se convirtieron en municipios, similares en todo a las ciudades romanas o colonias. Desde entonces todas las ciudades se gobernaban por medio de una asamblea o Curia integrada por los decuriones y unos magistrados anuales llamados duumviri, ediles y cuestores, siguiendo el modelo de Roma. Los cargos públicos no estaban remunerados, por lo que sólo estaban al alcance de los ricos, que solían iniciar así su cursus honorum. Dicho modelo también se sigue en el urbanismo, con una serie de edificios públicos (foros, templos, termas, teatros, circos, basílicas, curias…) indispensables para la vida de los ciudadanos romanos; aunque en el plano general se sigue el modelo de los campamentos militares, organizados en torno a dos ejes (cardo y decumano) y con las calles perpendiculares a los mismos, dando lugar a un plano ortogonal. Todas las ciudades estaban unidas entre sí por una densa red de vías y calzadas, concebidas en principio como una vía rápida de desplazamiento de tropas, pero que también fueron aprovechadas como elementos fundamentales para el comercio. Las más importantes eran la Vía Augusta, antes Vía Heraclea, que comunicaba directamente la Bética con Roma, y la Vía de la Plata, entre Emérita Augusta y Asturica Augusta. De ellas se conservan numerosos tramos, y especialmente los puentes, que salvaban los grandes ríos del oeste peninsular.
  • 19. III.2.2- La explotación económica de Hispania. Roma aprovechó al máximo los recursos naturales de la Península, cambiando profundamente su estructura económica, que quedó organizada a partir de la ciudad y su territorio. La agricultura será la principal actividad económica. Bajo el dominio romano perfeccionó sus técnicas con la introducción del arado romano o el trillo de ruedas, aplicándose también los sistemas de barbecho bienal y trienal y el regadío. Además de los cultivos tradicionales se desarrollaron cultivos industriales, entre los que destaca la producción de lino y esparto. Su desarrollo fue mucho mayor en la Bética y la zona mediterránea en el marco de las villae, grandes propiedades pertenecientes a las clases altas. También hay que destacar el desarrollo notable de la ganadería ovina en la Bética y la equina en toda Hispania, siendo muy apreciados los caballos íberos y astures. Si bien el Estado se reservó el derecho de propiedad de la tierra (ager publicus) gran parte de la misma fue arrendada a la clase dirigente de las ciudades o bien repartida entre sus fundadores, como pago a los servicios militares de colonos e indígenas. La minería fue otra de las principales fuentes de riqueza y una de las causas de la presencia romana en la península Ibérica. Las minas eran explotadas directamente por el Estado mediante cuestores, o bien por sociedades de publicanos o arrendatarios particulares. El masivo empleo de esclavos fue el procedimiento habitual en la producción, aunque también se utilizó el trabajo de asalariados libres. De esta manera, Roma controló el oro del Noroeste, la plata de Sierra Morena, el cobre de Río Tinto, el plomo de Cartagena y el cinabrio de Almadén. Junto a las zonas mineras se desarrollaron hornos de fundición. La artesanía fue uno de los sectores de más espectacular desarrollo en las ciudades de la Bética y la zona levantina. Se basó en la producción de lino (Játiva), lana de la Bética, esparto de Cartagena, armas de Bilbilis (Calatayud) y Toledo. Más importancia tuvo la producción de aceite, salsas (garum) y salazones para la exportación hacia la metrópoli. Estos productos generaron un importante sector pesquero y salinero en el sur de Hispania. También existían numerosos talleres de alfarería, tanto de lujo (terra sigilata) como comercial (ánforas). El comercio exterior, básicamente de materias primas, se dirigía a Roma, desde donde llegaba a cualquier punto del Imperio. Los productos se embarcaban en los puertos de Tarraco (Tarragona), Carthago Spartaria (Cartagena) y Gades (Cádiz). A cambio se recibían productos manufacturados y de lujo. Se trataba, por tanto, de un comercio de carácter marcadamente colonial. Naturalmente, también existía un activo comercio interior a través de las vías y calzadas que tenía como principal función el abastecimiento de las ciudades. Esto fue fundamental para la implantación de una economía monetaria, paralela al impulso urbano. Aunque ya había acuñaciones anteriores a la llegada de los romanos y se mantuvieron algunas acuñaciones indígenas durante algún tiempo, es ahora cuando se generalizan sirviendo al importante comercio local e in- terior. Desde el s. I d.C. sólo el Estado romano emitía moneda, tomando como base el denario de plata. III.2.3- La organización social. Los aproximadamente seis millones de habitantes de Hispania bajo el dominio de Roma tenían situaciones sociales muy variables, dependiendo de si eran libres o no, y en el primer caso de qué derechos disponían. En la organización social romana existía una enorme diferencia entre los hombres libres (ingenui) según su linaje, capacidad económica y derechos políticos. Desde el punto de vista de los derechos políticos, éstos no eran iguales para todos. Así, sólo los ciudadanos romanos tenían plenos derechos, públicos y privados; los ciudadanos latinos sólo tenían derechos privados; y finalmente, los peregrinus o extranjeros, sólo tenían los derechos de sus respectivas comunidades. Estas diferencias fueron perdiendo importancia a lo largo de la etapa imperial, de modo que algunos indígenas lograron ascender a lo más alto del escalafón social. Vespasiano generalizó el derecho latino (ius latii minus) a todos los hombres libres de Hispania en el año 70, con lo que desaparecieron los peregrinus; y en 212 Caracalla concedió la ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio. Estas medidas buscaban objetivos hacendísticos y
  • 20. militares, más que sociales. Desde entonces, las diferencias entre los hombres libres se basaban en el linaje y la riqueza, con tres grupos fundamentales: - Potentiores: Eran la aristocracia romana, patricios, miembros del orden senatorial. Este grupo cerrado tenía el más elevado rango social, fundamentado en su linaje y en la posesión de inmensas propiedades territoriales trabajadas por esclavos, de las que obtenían enormes recursos económicos. Este orden lo constituían fundamentalmente familias procedentes de la propia Roma, a la que siguieron estrechamente vinculados a través del ejercicio de altos cargos políticos o del ejército. - Honestiores: Segundo grupo en importancia, en este caso por cuestiones económicas y políticas exclusivamente. Incluye dos categorías: equites y decuriones. Los equites constituyen el orden de los caballeros o ecuestre, mientras los decuriones constituyen la oligarquía urbana. Este grupo absorbió con facilidad a la aristocracia indígena, y ocupó importantes magistraturas provinciales y municipales. De hecho, los decuriones controlaban la dirección de los municipios. - Humiliores: Eran la plebe o pueblo común, que agrupaba a la plebe urbana, obreros, comerciantes y artesanos de las ciudades reunidos en collegia; la plebe rústica, constituida por los pequeños propietarios rurales; y la plebe frumentaria, desheredados qué recibían alimentos y dinero de los poderosos. Al margen de los hombres libres se encuentran otras dos categorías sociales. Por un lado estaban los esclavos, muy abundantes, obtenidos en campañas militares o mediante el comercio, procedentes de cualquier lugar, sin derechos de ningún tipo, sin libertad y explotados sobre todo en los trabajos no especializados, como la agricultura o la minería. Por otro lado estaba el grupo de los semilibres, los libertos, antiguos esclavos liberados por sus amos, pero con los que mantenían vínculos de dependencia. A pesar de su situación, o gracias a ella, podían adquirir importantes riquezas y cargos, siendo el caso más destacado el de los libertos imperiales, que se ocupaban de la gobernación de las provincias con el cargo de legados. III.2.4- La difusión de los nuevos elementos culturales. Del mismo modo que el desarrollo económico, el desarrollo cultural de la España romana varió de unas regiones a otras de acuerdo con el grado de romanización. Las grandes figuras culturales hispanorromanas proceden sobre todo de la Bética, pertenecen al grupo de los potentiores y son de origen romano. Es el caso del retórico Marco Anneo Séneca, su hijo Lucio Anneo Séneca, destacado filósofo estoico, su sobrino Lucano, gran poeta épico e historiador, el geógrafo Pomponio Mela, o el naturalista Columela, así como los emperadores Trajano y Adriano, que dejaron algunas obras escritas. También en la Tarraconense surgieron figuras de primer orden, como el escritor Marco Valerio Marcial, natural de Bilbilis (Calatayud), o el maestro de oratoria Fabio Quintiliano, nacido en Calagurris (Calahorra). También se puede destacar al poeta emeritense Deciano. Unos y otros contribuyeron a la difusión de la lengua del Imperio, el latín, que al margen de los textos pobló la geografía ibérica en múltiples inscripciones epigráficas (estelas, dinteles, placas, miliarios…). Su difusión oral fue rápida e intensa a través de los numerosos colonos y militares, llegando a sustituir las numerosas lenguas prerromanas. En esta difusión se fue transformando hasta conformar una forma de latín oral que hacía mucha gracia a los romanos, y que en las distintas zonas de Hispania dio lugar a varios idiomas y dialectos. El desarrollo urbano generó una arquitectura monumental hasta entonces inexistente en la península Ibérica, sobre todo a través de las numerosas obras públicas ejecutadas por las autoridades romanas. La densa red de calzadas que puso en relación campos y ciudades y contribuyó poderosamente al desarrollo de la romanización, necesitó de los puentes para salvar los grandes ríos del Oeste peninsular. Mientras, en las ciudades las necesidades de abastecimiento y evacuación de aguas motivaron la construcción de embalses, grandes acueductos y cloacas. Los edificios públicos tuvieron un marcado carácter monumental: teatros, anfiteatros, circos y los foros, con sus templos, basílicas, puertas monumentales, monumentos conmemorativos y arcos de triunfo.
  • 21. Además de la arquitectura hubo un notable desarrollo de todas las artes. La escultura, tanto de influencia helenística, con temáticas mitológicas o religiosas, como plenamente romanas con los numerosos retratos de emperadores o particulares de gran realismo, se generalizó tanto en ámbitos públicos como privados. Los mosaicos constituyen otro capítulo artístico importante por el gran número y calidad de los encontrados en las villas tanto urbanas como rurales. Decoraban muros y suelos con bellas escenas mitológicas o de la vida cotidiana, o simples elementos decorativos, elaborados con miles de teselas de diferentes colores entre las que no faltan piezas de oro. Otro elemento cultural importante fue la religión, o mejor, las religiones, dado el tremendo sincretismo que se produjo entre los cultos romanos, helénicos, orientales e indígenas. Esta situación se vio favorecida por el carácter politeísta y la similitud de formas cultuales, y el hecho de que el estado romano fue muy tolerante con cualquier tipo de religión que no cuestionase el orden político y social romano. El único culto obligatorio fue durante el Imperio el culto al emperador. Como en otros ámbitos, también hubo diferencias geográficas, con una mayor pervivencia de los cultos indígenas en la zona del NW. Al igual que en otros territorios, entre los legionarios tuvo bastante desarrollo el culto a Mitra, de origen indoiranio; entre las clases altas, junto a los cultos familiares, predominaban los cultos helenísticos; y desde el s. II aparecieron las primeras sectas cristianas, al principio entre las clases altas urbanas, y luego entre las clases bajas. En el s. III contaban con sedes episcopales en las principales ciudades, entre ellas Emerita Augusta, que fue de las primeras junto con las de Astorga y Zaragoza, ya citadas en el año 220. III.3- La crisis del Bajo Imperio (ss. III-V d.C.). Durante la segunda mitad del siglo III el Imperio romano se vio afectado por una profunda crisis que se manifestó también en Hispania. Fue una crisis de carácter militar, social y económica, caracterizada en primer lugar por el final del ciclo de conquistas militares tras la dinastía de los Antoninos. Al ser la guerra ofensiva una actividad que se retroalimenta, el paso a una política defensiva en las fronteras incrementó los gastos militares ocasionados por las legiones, al tiempo que se cortaba una de las principales fuentes de abastecimiento de esclavos. El nombramiento de emperadores por las legiones, que fue el procedimiento seguido desde la muerte de Alejandro Severo (235), debilitó su autoridad, provocó la rivalidad de los generales más poderosos y las guerras civiles se convirtieron en un fenómeno casi permanente, hasta tal punto que a este periodo se le conoce como de la “Anarquía Militar”. Además del desorden económico que esta situación provocó a nivel interno, se produjo un debilitamiento militar en las fronteras, desde entonces muy inseguras. Esta situación facilitó las primeras invasiones de los pueblos germanos (francos y alamanes) en la península Ibérica, desde el año 258. Esta situación militar, en la que se combinaban las incursiones de los pueblos bárbaros y las disputas civiles romanas, provocó la decadencia de las ciudades, que tuvieron que amurallarse para no ser destruidas. Al margen de los ocasionales saqueos, lo que más dañó a la vida urbana fue la inseguridad económica a causa de las continuas requisas, impuestos extraordinarios y las constantes devaluaciones llevadas a cabo por el Estado. Además, ante tanta inseguridad la principal víctima económica fue el comercio, del que dependían las ciudades para su abastecimiento. También se paralizó el trabajo en la mayor parte de las minas hispanas. Y también tuvieron una amplia cuota de responsabilidad los curiales y magistrados, que abandonaron sus obligaciones para refugiarse en las villas, contribuyendo al caos de las ciudades. Como consecuencia de esta crisis urbana se impuso la ruralización de la economía y creció la importancia del latifundio, pero sobre nuevas bases. El sistema esclavista entró en crisis al escasear los esclavos tanto por el desabastecimiento militar como por la tendencia a la manumisión, lo que hizo aumentar mucho su precio. Por ello se convirtió en un sistema muy poco productivo, paulatinamente sustituido por un nuevo sistema de explotación: el colonato. La ruina de las oligarquías urbanas facilitó el encumbramiento de la aristocracia rural latifundista. El gran propietario, desde su villa, dirigió la vida del latifundio atrayendo hacia él a los
  • 22. colonos, cuyo número fue creciendo a base de hombres libres, pequeños propietarios e, incluso, de esclavos que lograban liberarse de su condición. El régimen de colonato, en el que adquirió fuerza el patrocinio, impulsó las relaciones de dependencia personal del colono hacia el propietario, llegando a la adscripción forzosa y hereditaria del campesino a la tierra. Algunos llegaron a tener ejército propio y a conquistar parcelas de poder político. Las villae se convirtieron así en unidades productivas autosuficientes y diversificadas que, al tiempo que reducían los monocultivos comerciales, acogían también actividades artesanales. Todo este proceso estuvo marcado también por los conflictos sociales. La sociedad se polarizaba entre el grupo de los potentiores y honestiores, que acaparaban propiedades y cargos, mientras la situación de los humiliores se deterioraba cada vez más, pasando a depender de los poderosos. Esta situación se tradujo en conflictos de masas, protagonizados sobre todo por pequeños campesinos, como fue el movimiento de los bagaudas o, en cierto modo, la extensión de la herejía prisciliana. La expansión del cristianismo en Hispania se documenta con certeza desde finales del siglo II, y sobre todo durante el siglo III; a pesar de las tradiciones difícilmente comprobables que hablan de las predicaciones de Santiago y San Pablo en el s. I. Estuvo en estrecha relación con la Iglesia del norte de África más que con la de las Galias, y utilizó en su expansión la lengua latina. Las provincias más romanizadas fueron las que antes y más profundamente se cristianizaron. Para esta expansión el cristianismo no sólo se valió del marco administrativo creado por Roma, sino que lo imitó. La organización de la Iglesia se basaba en la diócesis, que se correspondía con el conventus, a cuyo cargo se encontraba el obispo; a su vez, las diócesis dependían de un metropolitano, que residía en la capital de la provincia. El centro de culto fue la basílica, tomada igualmente de la organización civil romana.
  • 23. Como en el resto del imperio, el cristianismo se vio sometido en la Península a persecuciones, como las llevadas a cabo en época de Diocleciano a finales del s. III. Durante el siglo IV la expansión continuó impulsada por la política del emperador Constantino, que publica en 313 el Edicto de Milán, que da plena libertad al culto cristiano; y culmina con el Edicto de Tesalónica (391), por el que Teodosio establece el cristianismo como religión oficial del Estado romano. También surgieron en su seno importantes herejías, como la de Prisciliano que, propagada entre los medios rurales y unida a una fuerte carga social, se extendió desde Galicia por Lusitania y la Bética en los años finales del s. IV. Esta herejía sobrevivió largo tiempo a su mentor, Prisciliano, ejecutado en el año 385. Tenía un carácter mágico, liberal en cuestiones de moral y maniqueo, con un fuerte carácter redentor para las clases bajas, por lo que se convirtió rápidamente en un vehículo de expresión del malestar social de los humiliores. Entre los desórdenes militares, políticos, económicos e ideológicos, y como culminación de esta larga etapa de crisis, en el s. V se multiplicaron las invasiones de pueblos bárbaros, que llegaron a provocar la desaparición del Imperio Romano de Occidente en el 476, mientras en su territorio se asentaban nuevas unidades políticas encabezadas por la nueva aristocracia militar. En el 411 penetraron los vándalos asdingos y los suevos en Gallaecia, mientras los alanos se asentaban en Lusitania y Carthaginense y los vándalos silingos hacían lo propio en la Bética. En muchos casos contaron con la colaboración de los bagaudas, con los que establecieron alianzas. Contra estos huéspedes indeseados Roma, muy debilitada militarmente, utilizó a los visigodos, que empezarán a asentarse en España, dando paso a una nueva etapa, no muy diferente de la anterior.