1. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
TEMA 2: "DIVISIÓN DEL TRABAJO Y ESPECIALIZACIONES PROFESIONALES"
TERCERA PARTE: PROFESIONALIZACIÓN/DESPROFESIONALIZACIÓN,
MERCANTILIZACIÓN, BUROCRATIZACIÓN Y PROLETARIZACIÓN DEL TRABAJO
PROFESIONAL
Los procesos de incorporación de los profesionales a las grandes corporaciones y al Estado han
generado un debate sobre sus efectos sobre el trabajo y la autonomía profesional. Según sea la
orientación del autor, se pueden distinguir tres grandes líneas de análisis: la desprofesionalización, la
burocratización y la proletarización.
1. La hipótesis de la desprofesionalización
En el marco del estructural-funcionalismo, el análisis gira en torno a la tesis de la
desprofesionalización. Según M. Guillén:
“ La hipótesis de la desprofesionalización puede resumirse del modo
siguiente: el monopolio profesional del conocimiento se está
erosionando a causa de la mejora del nivel educativo de la población,
la división del trabajo profesional (especialización), la aspiración de los
consumidores de controlar a los profesionales y de alcanzar justicia
ocupativa, la agregación de clientes en entornos burocráticos y el uso
de computadores. A consecuencia, los profesionales pierden poder,
autonomía y autoridad.
Esta conclusión teórica no ha encontrado, sin embargo, ningún
fundamento empírico. La convergencia entre el nivel de conocimiento
de los profesionales y del público en general no está causando una
falta de confianza importante por parte del consumidor. Los
computadores no parecen ser tan útiles como sostienen los teóricos
de la desprofesionalización, puesto que clientes tan poderosos como
las grandes empresas o el gobierno todavía prefieren contratar o
alquilar los servicios de profesionales para abordar áreas
1
problemáticas como los asuntos legales o la salud de los empleados. “
El punto de partida de estos análisis sigue tomando como referencia las tesis de los rasgos y
los procesos de profesionalización, de modo que se considera que las profesiones dejan de serlo
cuando alguno/s de los rasgos que definen el tipo ideal de las profesiones pierde contenido: cuando se
pierde autonomía, o se produce un proceso de afiliación sindical, o se orientan las actuaciones y la
organización profesional desde el afán de lucro frente a la orientación de servicio, o la formación deja
de estar bajo el control de la profesión. Una parte importante de los propios colegios profesionales
suscriben estos planteamientos, sustentando estrategias que tienden a la defensa de las particulares
condiciones (y los privilegios, en muchos casos) de los grupos profesionales. Los rasgos profesionales se
defienden como singulares para estos grupos, no para el conjunto del trabajo asalariado, y en realidad
las luchas frente a la “desprofesionalización” ha sido más característica de aquellas ocupaciones que,
en realidad, nunca han conseguido el reconocimiento pleno como “grupos profesionales” y sin
embargo aspiran a serlo: es el caso fundamentalmente de las semiprofesiones.
1
Guillén, M. (1990): "Profesionales y burocracia: desprofesionalización, proletarización y poder profesional en las
organizaciones complejas", REIS, nº 51, p. 43.
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El problema de estos planteamientos viene dado por el carácter abstracto y ahistórico que, en
sí misma, tiene la propia definición del profesionalismo del que parten estos planteamientos. De
hecho, podemos observar algunos problemas del propio marco teórico.
1.1. Problemas vinculados a la falta de "autonomía"
Como vimos en el tema 1, la "autonomía" constituye uno de los rasgos que definen
específicamente la forma de funcionamiento de los profesionales y sus organizaciones. Siguiendo a
2
Tenorth , este rasgo es concebido en relación a los "clientes" (sus juicios no pueden de ninguna forma
"socavar los fundamentos de las actividades profesionales") y frente a cualquier intento de control
ejercido por "profanos" o instancias de control externo, como pueden ser el Estado, las empresas o,
especialmente las organizaciones representativas de una clase social (sobre todo cuando han adoptado
3
forma sindical) o un partido político .
Desde esta perspectiva se defiende, entonces, que la "autonomía" es específica de las
profesiones (no necesariamente la disfrutan otras ocupaciones) y ello se debe a la "complejidad" que
caracteriza a las actividades de este tipo, que requieren altos niveles de conocimientos teóricos y
prácticos: constituye una condición necesaria para que el profesional adopte las decisiones oportunas
en cada situación concreta que se le presente en su práctica profesional, así como para que pueda
renovar y mejorar dicha práctica. Y también se requiere autonomía en el control de los profesionales, a
través de organizaciones específicas (fundamentalmente, "colegios profesionales"), porque sólo a
través de ellas es posible realizar una valoración de su actividad y competencia en términos
estrictamente "técnicos", sin contaminaciones de tipo ideológico, afectivo, político,...
No obstante, dentro del mismo enfoque estructural, esta visión "aséptica" y "neutralista" del
auto-control (que, en definitiva es en lo que se traduce la autonomía) en cierto modo ha resultado
problemática. Así, por ejemplo, Barber muestra su disconformidad con la defensa a ultranza de una
autonomía absoluta de los profesionales, sobre todo en lo referido al auto-control, porque supone que
no se asegura el cumplimiento de uno de los fundamentos de la existencia misma de las profesiones:
su funcionalidad social. Según este autor:
"Una satisfactoria teoría parsonsiana de las profesiones prestaría atención a (los)
problemas del auto-control. En la sociedad moderna diferenciada, todas las actividades
especializadas (como los negocios y las profesiones) tienen consecuencias ramificadas que,
por su propia razón de ser, afectan vitalmente a la sociedad en general y, por tanto, son
4
actividades que deben ser controladas por la sociedad en general y por procesos políticos"
En los análisis sobre las semiprofesiones en general, esta confrontación entre la "autonomía
profesional" y el "control social" permanece latente. Hemos de tener en cuenta que, desde la
perspectiva funcionalista, ocupaciones como las relaciones laborales, la educación, la enfermería, o el
trabajo social, cumplen una función clave en la sociedad: parece irrenunciable, por ello, admitir que la
sociedad se dote de algún mecanismo que permita salvaguardar la "funcionalidad" de sistemas como
el educativo, los servicios sanitarios o sociales y, por ende, la congruencia entre las funciones de estas
ocupaciones, el sistema de valores institucionalizado y las aspiraciones de la sociedad en sus ámbitos
2
Tenorth, E.-H. (1988): “Profesiones y profesionalización. Un marco de referencia para el análisis histórico del
enseñante y sus organizaciones”, monográfico de la Revista de Educación, nº 285, p. 81.
3
Jiménez Jaén, M. (2000): El sindicalismo en la enseñanza desde la LGE: 1970-1976, La Laguna, Servicio de
Publicaciones de la ULL.
4
Barber, B. (1985): "Beyond Parson's Theory of Professions", en Alexander,J. (ed.): Neofuntionalism, Londres, Sage,
p. 216.
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de actuación. El dilema se plantea, entonces, en términos de admitir, en todo caso, la existencia de
unos "mecanismos" de control social que operen de forma que no pongan en peligro la necesaria
autonomía de expertos como los graduados sociales, el profesorado, las enfermeras o las trabajadoras
sociales.
Las respuestas a este dilema no han sido unívocas. Si bien tiende a reconocerse que, en líneas
generales, estas ocupaciones tienen poca autonomía en su desempeño "profesional", tampoco ello
supone siempre defender la idea de que esa autonomía debe ser absoluta. En general, la propia
estructuración tradicional de los diversos sistemas educativos, sanitarios y sociales en Occidente,
donde de formas diversas siempre se incluyen organismos de control donde no sólo participan los
profesionales, constituye un contexto que de alguna forma hace inconcebible (o impopular, como
5
afirma Kimball para el caso de la educación) la defensa de un status de autonomía absoluta y
excluyente. Así, la posición más compartida entre quienes denuncian la falta de autonomía de este tipo
de ocupaciones es la de vincular esta situación al hecho de que se desempeñen en el seno de unas
instituciones burocráticas y jerarquizadas, criticando su subordinación a formas diversas de controles
6
burocráticos y administrativos . Se trata, por tanto, de cuestionar las formas burocráticas que ha
asumido el control y los extremadamente limitados márgenes de iniciativa que éstos le permiten
disfrutar, pero admitiendo la idea de que algunos límites han de existir.
Sin embargo, quienes se mueven en esta idea de una "autonomía limitada" no tienen en
cuenta que, partiendo del enfoque parsonsiano no tiene cabida el control "profano", en la medida en
que no se fundamenta en criterios "técnicos"; eso, al menos, es lo que opina Kimball, para quien el
principal obstáculo que actualmente impide la "profesionalización" de colectivos como el profesorado
es precisamente la existencia de un control "público" ejercido por los consejos locales sobre las
7
decisiones relativas a su trabajo .
Pero lo que es obviado por los autores que, de una forma u otra, consideran que es escasa la
autonomía profesional y formulan propuestas para que ésta se vea incrementada, es lo que constituye
la contradicción de fondo que subyace al propio planteamiento estructural en torno a esta cuestión: si
se admite que la autonomía no es un objetivo en sí, sino que es una "necesidad", derivada de la propia
complejidad que caracteriza las actividades profesionales, y que sólo es defendible en la medida en
que es una condición que asegura la "funcionalidad" de esas actividades a nivel social, ¿cómo es
posible que los sistemas jurídicos, educativos, sociales y en cierto modo de los cuidados sanitarios,
donde la autonomía profesional ha sido escasa, hayan sido funcionales a pesar de todo? ¿cómo es
posible que el control "profano" haya tenido algún efecto si el fundamento de la negación del mismo
es la inaccesibilidad de los contenidos de la "profesión" para los no formados en ella? En el estrecho
margen del enfoque estructural no queda claro, en definitiva, si la "autonomía" constituye
verdaderamente una necesidad para que los servicios sean "funcionales" o si, al contrario, como
plantean algunos teóricos neoweberianos, constituye ésta un objetivo en sí, al margen de los
requerimientos "técnicos" de la actividad. En el enfoque estructural, no obstante, se intenta resolver el
dilema bien desarrollando el problema de la "integridad" del "saber" (es decir, tratando de definir una
"base de conocimientos" que no dé lugar a dudas sobre hasta dónde llegan los controles "sociales" y
en qué cuestiones sólo pueden decidir los profesionales, bien cuestionando la visión de que los
profesionales no tengan autonomía (es decir, afirmando que los controles "profanos" realmente no
5
Kimball, B. (1988): “The problem of teacher`s authority in light of the structural analysis of professions”,
Educational Theory, vol. 38, nº 1, p. 9.
6
Ver, por ejemplo: Solomon, B. (1961): "A Profession Taken for Granted", Sociological Review, nº 61, pp. 286-299.
Lortie, D.: "The Balance of Control and Autonomy in Elementary School Teaching", en Etzioni,A. (ed.) (1969): The
Semi-Professions and their Organization, New York, Free Press. Banks, O. (1973): Aspectos sociológicos de la
educación, Madrid, Narcea, 1983. Shipman, M.D.: Sociología escolar, Madrid, Morata.
7
Opus cit., pp. 7-9.
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8
han tenido efecto) . No obstante, lo esencial del enfoque se pretende que quede inalterado, esto es, la
idea de que la autonomía sigue siendo una condición irrenunciable de las profesiones porque, en
palabras de Tenorth, "el trabajo de alta cualificación implica situaciones de una `actividad laboral
9
indeterminada'" que requieren márgenes de iniciativa que no se pueden socavar. Así, se mantiene
también la ocultación de algo que, desde nuestro punto de vista, constituye probablemente el núcleo
del problema de la autonomía: las implicaciones políticas que acompañan a esta característica (que
resultan inevitables, en la medida en que constituye un privilegio que se supone sólo tienen derecho a
disfrutar determinados colectivos), el no tener en cuenta que ésta se ha convertido en el eje de luchas
políticas que no sólo atañen a los profesionales sino que han afectado, con implicaciones diferentes, a
los distintos sectores laborales y, más aún, que han tenido que ver con conflictos laborales que
sobrepasan los límites del sistema educativo o de los servicios sociales, jurídicos e incluso sanitarios.
1.2. Problemas vinculados a la "base de conocimientos"
En no pocas ocasiones -y partiendo de reflexiones diversas sobre el status profesional- los
análisis estructurales han centrado el problema de la "profesionalización" en la "base de
conocimientos" atribuible a ciertas actividades.
Esta preocupación, explicable en la medida en que la "base de conocimientos" constituye en
esta perspectiva el fundamento de la "autoridad" de los profesionales en su materia, se ha tratado de
abordar de forma diversa entre los distintos autores, siendo enorme, al menos a niveles aparienciales,
10
la dispersión teórica en esta temática . Sin embargo, como planteábamos en el caso de la definición
de "profesión", se pueden constatar ciertas confluencias entre los distintos planteamientos,
especialmente en lo que se refiere a la conceptualización del saber y de la propia actividad profesional.
Así, en términos generales se puede afirmar que en estos análisis se participa de una
concepción implícita sobre el saber y la ciencia confluyentes con los presupuestos positivistas en este
terreno, especialmente en lo que se refiere a la consideración de la ciencia como un corpus monolítico
de conocimientos: sólo una visión de este tipo puede justificar la centralidad que en este enfoque se
asigna a los conocimientos de los profesionales en la explicación -y legitimación- de su carácter
"específico" frente a otros grupos ocupacionales. Cuando se accede a definir la "base de
conocimientos" de una profesión, se está partiendo de la idea de que existen un saber y unas destrezas
que unívocamente pueden -y deben- ser asumidos y aplicados por los componentes de la misma; esta
"unidad", que viene asociada al carácter sistemático y generalizado de los saberes científicos, distingue
a éstos del "saber hacer" asistemático que pueden poseer los "aficionados".
A pesar de que han sido relevantes los debates que se han desarrollado en torno a las
concepciones epistemológicas que sustentan estas formulaciones, en los que se han vertido críticas por
8
En esta línea se define, por ejemplo, Tenorth, quien plantea la necesidad de acceder a una reinterpretación del
concepto de autonomía que no parte de la consideración de que son excluyentes el estatus de empleado y la
profesionalización. Para este autor, habría que redefinir en términos más precisos los distintos tipos de autonomía
que se pueden presentar asociados a las diferentes condiciones en que actualmente se realizan las actividades
profesionales (burocratizadas, liberales,...). Ver: Tenorth, E.-H. (1988): opus cit., p. 81. Meyer, J. - Rowan, B. (1978):
"The Structure of Educational Organizations", en Meyer, M. (ed.): Environments and Organizations, San Francisco,
Jossey Bass, pp. 78-109.
9
Tenorth, E-H. (1988): opus cit., p. 81.
10
Según K. Densmore, en realidad esta dispersión se debe en gran medida a la escasez de estudios empíricos que
permitirían aclarar no teórica, sino realmente, qué destrezas poseen en la actualidad los docentes. Ver: Densmora,
K. (1987): "Professionalism, Proletarianization and Teacher Work", en Popkewitz, TH. (ed.): Critical Studies in
Teacher Education. Its Folklore, Theory and Practice, London, The Falmer Press, p. 133.
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el carácter evolutivo, acrítico y ahistórico que se asigna a la ciencia y al saber en este enfoque, nos
parece que revisten especial interés para nuestro trabajo los debates más específicamente centrados
en el papel estrictamente "funcional" que se asigna a la "ciencia" con respecto a la configuración de los
procesos profesionalizadores.
11
Tal como hemos visto hasta ahora, y haciéndonos eco de las palabras de Kimball , se puede
afirmar que el análisis estructural ha producido una definición de las profesiones que incorpora dos
12
características, la "ciencia" y el "gremio", entre las que se establece una relación de legitimación que
se explica en términos "funcionales", esto es, se considera que la constitución del gremio y su acceso a
la "autoridad" social sobre sus funciones derivan de "...la emergencia inicial de un cuerpo de
13
conocimientos concerniente a una función social importante" .
Sin embargo, esta explicación "funcional", planteada en términos simples, ha sido cuestionada
a la luz del análisis de distintas experiencias históricas de profesionalización de ciertas ocupaciones. El
principal problema que se plantea es que, como recoge Tenorth:
"...tratándose de la situación actual, el análisis meramente funcional no tiene en
cuenta que la profesionalización no se basa tan sólo en las motivaciones de los
profesionales y en las expectativas de la sociedad o de un cliente, sino también en los
intereses del status profesional. La función social de las profesiones relativamente
privilegiadas, que destacan por su prestigio y sus ingresos económicos, hace que
todos los grupos basados en la actividad profesional aspiren a un status similar
14
mediante la profesionalización."
Según este autor, entonces, la constitución de un "gremio" no siempre ha tenido su origen en
la existencia de un corpus científico de conocimientos, sino que ha podido ser forzada la definición de
este corpus para justificar el que determinados grupos pudieran acceder a los privilegios que la
sociedad ha asignado a ciertas profesiones.
Esta tesis ha sido incorporada al enfoque estructural sólo en términos parciales, tendiendo a
considerarse las "motivaciones del status profesional" como limitadas, no exclusivas y, en todo caso,
como desviaciones del modelo de profesionalización "puro". Así, por ejemplo, Daheim -que, según
Tenorth, ha sido uno de los defensores principales de la explicación "funcional"- plantea que pueden
existir estas motivaciones en algunas fases del proceso profesionalizador de ciertas ocupaciones, pero
15
nunca han estado presentes en sus fases iniciales . Tenorth, por su parte, parece suscribir más bien la
idea de que estas motivaciones han presidido algunos procesos profesionalizadores (los
16
"autodirigidos"), pero no la totalidad (existen procesos "no dirigidos") .
Desde otras perspectivas, sin embargo, esta explicación constituye uno de los puntos débiles
más cuestionables de la teoría estructural de las profesiones. Es este el caso de muchos de los autores
de inspiración neoweberiana que, como veremos, han tratado de poner de manifiesto que ha sido el
uso "político" e "ideológico" del discurso científico el que ha prevalecido históricamente en la
configuración de los distintos grupos profesionales.
11
Opus cit., p. 4.
12
"La ciencia sirve para legitimar la autoridad del gremio y el gremio ejerce autoridad sobre la función social a la
que pertenece la ciencia" (ibídem).
13
Ibídem.
14
Tenorth, H-E. (1988): opus cit., p. 82.
15
Ver: Daheim, H.: "Professionalisierung. Begriff und einige latente Makrofunktionen", citado por Tenorth, H-E.:
ibídem.
16
Ibídem, p. 83.
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Con todo, si bien constituye un acierto resaltar el carácter político-ideológico, y no sólo
"funcional", que ha acompañado a la constitución de la "profesionalidad" de diversos colectivos, otras
perspectivas de análisis se han desarrollado en una línea que apunta al cuestionamiento de esta visión
de las semiprofesiones como inmersas en un proceso de progresiva "monopolización" de
conocimientos. Esta es precisamente la fuente de problemas de la que parten los autores neomarxistas
su situación es la de verse sometidos a un proceso de "descualificación".
Pero, sin adentrarnos ahora en estas críticas, hay algo que queda en evidencia del enfoque
estructural y que probablemente constituya su principal error en el análisis de los profesionales: el
distanciamiento entre sus análisis teóricos y la dinámica real actual e histórica de estos colectivos, que
permite caracterizar a esta perspectiva más como una teoría del "deber ser" ("normativa", en palabras
17
de Tenorth ) que del "ser", concibiendo a los colectivos profesionales como grupos cuyas conductas y
compromisos se orientan básicamente desde los procesos autodirigidos de "socialización profesional",
pretendiendo que es la ocupación el fundamento casi exclusivo de su identidad como agentes sociales,
una identidad que, a su vez, se muestra como unívoca y congruente con las "funciones" que la
sociedad formalmente les asigna.
Asumir como punto de partida la identidad "profesional" supone, por tanto, considerar que
se ubican en una posición funcionalmente específica en la sociedad, al margen de las clases sociales.
Esta idea se defiende, además, admitiendo los planteamientos de Parsons que tendían a concebir el
quehacer sociológico como, fundamentalmente, elaboración/definición de modelos teóricos abstractos
("sistemas"), que permitieran concebir las estructuras y el funcionamiento de las sociedades más allá
de las circunstancias históricas en las que éstas se presentan. No sólo se parte, en definitiva, de una
visión neutralista del conocimiento (como ajeno a las dinámicas sociohistóricas de cada sociedad), sino
que se aplica su visión de la cultura como un conjunto de normas y valores unitariamente asumidos por
la sociedad, con un papel cohesionador, para la cual los procesos educativos cumplen, supuestamente
sin conflictos ni contradicciones, un doble papel: como espacio de selección de los más capaces y de
socialización de los individuos en los valores y normas establecidos. Se nos muestra, así, a los colectivos
profesionales, como grupos que, por su socialización profesional, comparten actitudes, visiones del
mundo y de su propio quehacer "profesional", al margen de las opciones culturales, políticas e
18
ideológicas que puedan asumir en momentos históricos particulares .
2. La tesis de la burocratización y la proletarización
El segundo desarrollo de los análisis se centra en los planteamientos neoweberianos sobre la
burocratización. Desde esta perspectiva, la salarización y dependencia burocrática de los profesionales
19
supone una pérdida de autonomía. Según Derber , ya desde los años cincuenta del siglo XX empiezan
a aparecer reflexiones sobre el fenómeno de la burocratización como un proceso que conlleva la
pérdida de autonomía profesional. Remite a las reflexiones de Ch. Wright Mills en 1951, quien
desarrolló una primera aproximación a la idea de que la burocratización podría implicar la
proletarización, afirmando que
17
Ibídem, p. 88.
18
Cabrera, B.- Jiménez Jaén, M. (1991): "Quem sao e que fazem os docentes? Sobre o "conhecimento" sociológico
do professorado", Educaçao & Realidade, nº 4, p. 193.
19
Derber, Ch. (1982): Professionals as Workers: Mental Labor in Advanced Capitalism, Boston, G.K.Hall and Co.
Traducción: Marta Jiménez Jaén.
7. Sociología de las Profesiones
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“los requerimientos de especialización burocrática reducen
drásticamente la amplitud y el alcance del trabajo profesional,
transformando al profesional “libre” en un técnico especializado y
limitado. La autonomía profesional así se convierte en una libertad o
discrecionalidad constreñida a opciones técnicas. Al mismo tiempo
los profesionales burocratizados pierden la habilidad crítica para
fijar los objetivos o directrices de su propio trabajo. Como otros
empleados, los profesionales en las burocracias desarrollan
directrices, a menudo en el seno de equipos estrechamente
coordinados caracterizados por una división del trabajo altamente
desarrollada e institucionalmente especificada. La administración
establece y dirige los proyectos y fines del equipo, y los
profesionales consecuentemente pierden control sobre la política
organizativa global y las condiciones de su propio trabajo. En la
visión de Mills, los profesionales han renunciado a las formas más
preciosas de autonomía en su trabajo. Los profesionales
tradicionalmente se han diferenciado de otros trabajadores en su
exigencia exclusiva de teoría y conocimientos amplios,
licenciándolos para controlar los objetivos políticos y éticos, pero
esta reducción burocrática de la libertad profesional a mera
discreción técnica supone una herida de muerte a la identidad
profesional”.
En la obra citada de 1982, Derber se hace eco también de otros autores. Oppenheimer planteó que
“la lógica de las estructuras burocráticas genera
proletarización porque toda burocracia crea divisiones del trabajo
altamente desarrolladas que fragmentan las tareas de todos los
empleados y crean, entre los profesionales, funciones y
descripciones del oficio estrechamente especializadas. Además toda
burocracia concentra el poder en élites administrativas que, a través
de las regulaciones, los procedimientos operativos estandarizados,
programas de perfeccionamiento y otras técnicas, mantienen el
control sobre los fines y objetivos de todos sus empleados, así como
sobre el ritmo y los procesos de trabajo.”
Otros autores a los que nos remite son Blau y Schoenherr, que llegan a similares conclusiones
respecto a la relación entre burocratización y autonomía profesional:
“Blau plantea que a pesar de que los profesionales son más
libres que otros empleados respecto a las normas escritas y la
estricta autoridad jerárquica que constituyen las bases del control
administrativo en las burocracias tradicionales, son cada vez más
vulnerables a lo que él denomina formas indirectas de control
administrativo desarrolladas en los sistemas burocráticos
contemporáneos. Estos controles indirectos no se basan ni en
normas escritas ni en una férrea supervisión sino en medidas más
sutiles como la promoción, el ascenso, la movilidad, así como en el
control sobre la adquisición y el uso de tecnología en la
organización. La administración intenta de este modo controlar a los
profesionales por la implementación de procedimientos operativos
8. Sociología de las Profesiones
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estandarizados que nunca pueden explicitarse en manuales escritos
o mandatos de supervisión, pero que son reforzados a través de
evaluaciones de resultados que afectan a la seguridad del empleo,
producen méritos o promociones, y por medio del control del
hardware y software tecnológico apropiado y administrado por la
20
organización”.
21
Un autor relevante para Derber en el análisis de la burocratización es Richard Edwards que,
aunque no se centra exclusivamente en los profesionales, defiende que el control burocrático ha
emergido como la estrategia más novedosa y más importante de control administrativo en el
capitalismo avanzado:
“El control burocrático se distingue de anteriores sistemas
administrativos organizados en torno al control por la supervisión
personal o por la maquinaria de la cadena de montaje debido a que
se institucionaliza el control en las normas impersonales, en los
procedimientos y mecanismos de evaluación y promoción de la
empresa burocrática. Tal control, menos intrusista y arbitrario que
las formas anteriores, e investido con la simbología de la legalidad,
neutralidad y meritocracia, representa una forma de autoridad más
consistente con las concepciones de los profesionales sobre su
propio estatus y cualificación. Sin embargo, éste efectivamente
proletariza a los profesionales así como los vincula a una división del
trabajo concebida por la administración e institucionalizada en las
descripciones y procedimientos del trabajo. El control burocrático
también somete a los profesionales a los objetivos organizativos y
los procedimientos técnicos diseñados por el presupuesto
administrativo y las decisiones políticas y son reforzados por los
procedimientos de promoción y evaluación aplicados a todos los
22
profesionales empleados.”
Sin embargo, para Derber el trabajo que más explícitamente sienta las bases para el análisis de
las implicaciones de la salarización y racionalización del trabajo profesional es el que desarrolló, desde
23
una perspectiva marxista, H. Braverman en su obra Trabajo y capital monopolista .
En su obra se ofrece una interpretación sobre el proceso de racionalización capitalista del
trabajo, de acuerdo con una interpretación de las tesis de Marx (que estudiamos en la primera parte
de este tema) en la que se considera que la división capitalista del trabajo ha implicado la
descualificación de los trabajadores, su separación de la concepción (y relegamiento a la mera
ejecución) y el sometimiento al control del capital en su proceso de trabajo. Braverman, además,
vincula dichos procesos al análisis de clase de los agentes sociales. Centra sus análisis en los grupos de
agentes en situación de permanente expansión en el capitalismo avanzado (profesionales, científicos,
ideólogos, técnicos, burócratas, trabajadores de servicios,...), planteando que el desarrollo capitalista
ha producido nuevos fenómenos en el mundo de la producción:
20
Ibídem.
21
Ver Edwards, R. (1983): "Conflicto y control en el lugar de trabajo", en Toharia, L. (comp.): El mercado de
trabajo: teorías y aplicaciones, Madrid, Alianza.
22
Derber, Ch. (1982): opus cit.
23
Braverman, H. (1980): Trabajo y capital monopolista, México, Nueva Visión.
9. Sociología de las Profesiones
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1) La expansión de los sectores no productivos (banca, hostelería, comercio, informática,
burocracia, sistemas educativos, sanidad,...), que lleva aparejada una sustancial
transformación en el mundo del trabajo en un doble sentido: la expansión de los
colectivos de trabajadores no directamente vinculados a la producción entendida en
términos clásicos, y la tendencia a la salarización de las funciones y trabajos vinculados a
esos servicios.
2) Sobre todo, Braverman trata de mostrar que esta expansión y salarización se ha visto
acompañada de una sustancial transformación de los procesos de trabajo en estos
sectores: no sólo se han asalariado, sino que la lógica racionalizadora del capital en la
producción se ha extrapolado a estos trabajos y en su interior se han producido también
procesos de descualificación, separación entre concepción y ejecución y pérdida de
control sobre el trabajo.
3) Estos procesos son interpretados por Braverman como un proceso de proletarización de
los colectivos sometidos a la racionalización capitalista, considerando que la gestación de
la clase obrera se produjo no sólo por la salarización de los artesanos, sino que se
consumó a través de los procesos de descualificación y sumisión del trabajo al capital. Si
ello fue así, entonces la salarización y sumisión en otros ámbitos laborales debe conducir
a preguntarse por la situación de clase de los nuevos colectivos asalariados.
Sus aportaciones han sido claves en el análisis sociológico de las profesiones, aplicando esta
conceptualización a diversos colectivos profesionales. En particular, Braverman se refiere al trabajo
administrativo, en el que analiza los efectos de la aplicación de los principios del taylorismo.
La situación del oficinista en el marco del capitalismo competitivo era bien distante de la de
los trabajadores manuales: “Pero en un sentido amplio, en términos de función, autoridad, pago,
categoría del empleo (un puesto de oficina era generalmente un empleo de por vida), perspectivas,
para no mencionar status e incluso ropa, los oficinistas estaban más cerca del patrón que del trabajo
24
en la fábrica” .
El tamaño del colectivo era, además, reducido. Su composición empieza a aumentar a finales
del siglo XIX, adquiriendo ya dimensiones relevantes en la década de los 60 del siglo XX (13% en
Inglaterra, 18% en USA). Además, se ve modificada su composición en dos aspectos: el sexo y el salario
relativo. Se ha producido, básicamente, un proceso de feminización, al tiempo que se han ido
25
aproximando sus salarios, en un sentido descendente, a los de los trabajadores manuales .
Para Braverman, el trabajo de oficinista antes de producirse estas modificaciones era
comparable a un oficio:
“Maestros de oficios, tales como tenedores de libros o jefes de
oficinas, mantenían control sobre el proceso en su totalidad y los
aprendices o jornaleros –oficinistas ordinarios, empleados copistas,
mandaderos- aprendían el oficio en aprendizajes de oficina y en la
marcha ordinaria de los acontecimientos mientras avanzaban hasta los
26
niveles altos por promoción” .
Con el paso del tiempo esta situación se ve modificada, insertándose un proceso de división de
tareas y especialización en un doble sentido:
24
Ibídem, p. 339.
25
Ibídem, p. 340.
26
Ibídem, p. 343.
10. Sociología de las Profesiones
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- Especialización por departamentos que se ocupan de estas funciones por separado dentro
de la propia empresa.
- Surgimiento de empresas especializadas en las tareas parciales,
empresas enteramente separadas del proceso de producción,
especializadas en el propio trabajo de oficina: banca, seguros, agencias
de publicidad,...
Las mismas funciones directivas que anteriormente realizaba el capital y, en todo caso, el
gerente, “se han convertido ellas mismas en procesos de trabajo. Son llevadas a cabo por el capital en
la misma forma que conduce los procesos de trabajo en la producción: con trabajo asalariado
comprado en gran escala en el mercado de trabajo y originado en amplias máquinas de “producción”
27
de acuerdo a los mismos principios que gobiernan la organización del trabajo fabril” . Además, estos
sectores adquieren cada vez más importancia en la sociedad capitalista. Con estos procesos, empezó a
surgir la necesidad de sistematizar y controlar estos procesos de trabajo:
“Conforme cambió esta situación, las asociaciones estrechas,
la atmósfera de obligación mutua, y el grado de lealtad que
caracterizaban a la oficina pequeña se transformaron de un deseo
principal en un riesgo positivo, y la administración patronal empezó a
cortar esos lazos y sustituirlos con la disciplina impersonal de la
28
organización moderna” .
Esto supuso la aplicación de los métodos de organización científica a la oficina. Los primeros
practicantes “aplicaron a la oficina los conceptos básicos del sistema de Taylor, comenzando con la
fragmentación del arreglo bajo el que cada oficinista hace su trabajo conforme a los métodos de trabajo
tradicionales: criterio independiente y ligera supervisión general, usualmente por parte del tenedor de
libros. En adelante el trabajo se debería hacer como lo prescribía el gerente de oficina, y sus métodos y
duraciones de tiempo debían ser verificadas y controladas por la gerencia sobre las bases de sus
29
propios estudios de cada trabajo” . “Su efecto fue someter el trabajo de cada empleado de oficina, no
importa cuán experimentado fuera, a la interferencia de la gerencia. En esta forma, la gerencia empezó
a ejercer su hasta entonces casi no usado y esporádicamente ejercitado derecho de control sobre el
30
proceso de trabajo” .
Posteriormente, las modificaciones se centraron en los instrumentos de trabajo: máquinas de
escribir, tinta y papel de escritorio... son estudiados de modo que su uso permitiera una mayor
productividad y control. Posteriormente, se apostó por una amplia remodelación de las máquinas y
materiales empleados, principalmente a través de la informática. Las consecuencias de la división del
trabajo y de la automatización son para Braverman bien claras:
- Conversión del trabajo de oficina en trabajo manual, dado que se ve sometido a un
proceso de separación entre la concepción (en manos de unos pocos gerentes) y
ejecución (realizada por el grueso de los trabajadores de oficina): “La eliminación del
pensamiento del trabajo del oficinista toma así la forma, al principio, de reducción del
trabajo mental a una ejecución repetitiva del mismo pequeño marco de funciones. El
trabajo es todavía ejecutado en el cerebro, pero el cerebro es usado como el equivalente
de la mano del obrero en la producción tomando y dejando una sola pieza de “datos” una
27
Ibídem, p. 346.
28
Ibídem, p. 350.
29
Ibídem, p. 353.
30
Ibídem, p. 355.
11. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
y otra vez. El siguiente paso es la eliminación total del proceso del pensamiento –o al
menos en tanto en cuanto siempre ha estado removido del trabajo humano- y el
31
incremento de las categorías de oficina en las que tan sólo se ejecuta trabajo manual” .
- Transferencia de control sobre el proceso de trabajo a la gerencia y a la maquinaria. La
informática es un tipo de maquinaria similar a la introducida por el capital en las fábricas, y
Braverman destaca que se usa en las oficinas con las mismas implicaciones políticas que la
maquinaria fabril: no se desmantela la división del trabajo, aunque hay condiciones
técnicas para ello; el ritmo mecánico de trabajo se convierte cada vez más en un arma de
control disponible para la gerencia de la oficina; y se reducen las cualificaciones y con ello
el coste y esfuerzo de aprendizaje.
Finalmente, para Braverman todo esto conduce a una transformación del carácter de clase de
este colectivo. Pone en cuestión los análisis que sitúan a este colectivo en la “clase media” porque
considera que no tienen en cuenta las transformaciones citadas de los procesos de trabajo: estas
transformaciones conducen a la “proletarización de los trabajadores de cuello blanco”, por la
asimilación de sus condiciones de trabajo a las de la fábrica:
“El problema del llamado empleado o trabajador de cuello-
blanco que tanto preocupó a las primeras generaciones de marxistas y
que fue blandido por los antimarxistas como prueba de la falsedad de la
“proletarización”, ha sido clarificado en esta forma sin ninguna
ambigüedad por la polarización del empleo de oficina y el crecimiento en
un polo de una inmensa masa de “obreros asalariados”. La tendencia
aparente hacia una amplia “clase media” no proletaria se ha resuelto en
la creación de un gran proletariado en forma nueva. En sus condiciones
de empleo, esta población trabajadora ha perdido todas las anteriores
superioridades que tenía sobre los obreros de la industria, y en sus
32
escalas de pago ha sido reducida hasta el fondo mismo” .
Sin embargo, las tesis de H. Braverman han sido sometidas a debate dentro de la propia
perspectiva marxista. Partiendo de una lectura matizadamente diferente de las aportaciones de Marx
sobre la división capitalista del trabajo en la producción, Derber introduce una nueva conceptualización
de la tesis de la proletarización:
“Nuestra discusión acerca de la proletarización de los profesionales
asalariados requiere un cuidadoso refinamiento del concepto de
proletarización y, especialmente, del significado de la pérdida de
control sobre el proceso de trabajo que supuestamente caracteriza
al trabajo dependiente y no autoempleado. Marx teorizó que el
trabajador, forzado a vender su fuerza de trabajo a otros, perdió
control sobre el proceso de su trabajo y sobre el uso final de su
producto. Lo primero refleja el derecho de los que compraron su
trabajo a “organizar” (o ‘administrar’) la producción imponiendo su
propio concepto de cómo organizar y ejecutar las tareas. La pérdida
de control sobre la disposición del producto refleja a su vez los
derechos del empresario a definir lo que se va a producir y las
condiciones bajo las cuales se va a vender, incluyendo el precio, los
mercados, así como los propósitos sociales.
31
Ibídem, p. 366.
32
Ibídem, p. 409.
12. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
Estas dos formas de que los trabajadores pierdan el control de su
trabajo se refieren, más ampliamente, a los medios y los fines de su
trabajo. La pérdida de control sobre el propio proceso de trabajo
(los medios), tiene lugar cada vez que la dirección somete a sus
trabajadores a un plan técnico de producción y/o a un ritmo o
secuencia de trabajo donde ellos no tienen voz para su creación, y
puede denominarse proletarización técnica. El grado de
proletarización técnica puede variar significativamente, según el
grado de especialización y de fragmentación impuesto por el plan de
producción de la empresa y la extensión en que sean rutinizadas las
tareas hasta la unidad más pequeña. La proletarización técnica
puede conceder a los trabajadores un nivel más alto o más bajo de
33
discreción y de habilidad en el desarrollo de su trabajo.” .
Para Derber, Braverman sólo se centró en la proletarización técnica y no en la primera (a la
que él denomina proletarización ideológica), así como no considera la posibilidad de formas distintas
de avance de la proletarización técnica, centrándose exclusivamente en las formas avanzadas de la
misma. Para el autor es importante resaltar la especificidad de las distintas fases del proceso de
sumisión del trabajo al capital, planteando que no necesariamente el acceso a una tiene por qué
suponer, en todos los ámbitos, el acceso a la otra. Es decir, que los trabajadores, por ejemplo, pueden
perder control sobre los objetivos y el producto final de su trabajo y no sobre la forma del mismo.
Los análisis del autor, en definitiva, plantean la necesidad de resaltar la especificidad de los
efectos y la forma misma del proceso racionalizador de los trabajos profesionales. Su tesis básica,
frente a Braverman y sus seguidores, radica en defender que la racionalización de estos trabajos
realmente se desarrolla poniendo en funcionamiento sistemas de control específicos que, si bien
tienen aspectos en común con los aplicados por el capital en la producción, no son del todo
equiparables. Así, Derber plantea que en los trabajos profesionales:
- La forma predominante de control se corresponde con la proletarización ideológica, es
decir, con la desposesión de los profesionales del control sobre los fines de su trabajo,
que genera “un tipo de trabajador cuya integridad es amenazada por la expropiación de
sus valores o del sentido de sus propósitos más que de sus habilidades. Reduce el dominio
de libertad y creatividad a problemas técnicos; así, produce trabajadores, no importa con
qué nivel de cualificación, que actúan como técnicos o funcionarios. Los aspectos morales,
sociales y tecnológicos son sutilmente situados fuera del alcance del trabajador, así como
34
éste pierde el control de su producto y su relación con la comunidad” .
- Por otro lado, aunque se admite la posibilidad de que los profesionales se vean sometidos
también a la “proletarización técnica”, la pérdida de control sobre los modos de ejecución
de su trabajo no ha llegado a equipararse a las formas avanzadas que han conducido a la
descualificación del proletariado industrial y puede asumir, además, contenidos
específicos según las profesiones.
Otro elemento que separa a ambos autores son las consideraciones sobre las respuestas que
los profesionales han desarrollado frente a la pérdida de control. Los seguidores de Braverman
(aunque se suele destacar que Braverman olvidó este aspecto), suelen interpretar las fórmulas
organizadas en torno al profesionalismo y la aparición de sindicatos entre los trabajadores
profesionales como fórmulas de resistencia equiparables a las desarrolladas por los trabajadores
33
Derber, Ch. (1982): opus cit., p. 169.
34
Ibídem.
13. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
manuales frente al capital en la producción. También suelen interpretar en este mismo sentido las
distintas formas de respuesta individual (tanto conscientes como inconscientes: la ineficacia del
funcionariado). Sin embargo, para Derber lo más generalizado entre los profesionales no es tanto la
resistencia como la acomodación, destacando dos formas de respuestas acomodaticias entre los
profesionales sometidos a la proletarización ideológica:
- “Desensibilización ideológica”, consistente en desvincular el trabajo propio de toda
reflexión y planteamiento ideológico: se refuerza una tendencia a desconsiderar la
dimensión moral o social del trabajo, pasando a prestar atención exclusivamente al
interés por hacer el trabajo conforme a los criterios científicos y técnicos establecidos.
- “Cooptación ideológica” que, a diferencia de la anterior, implica no tanto abandonar el
interés ético por el trabajo como asumir, identificarse con los fines y usos que le asigna la
administración.
Derber considera, en definitiva, que los trabajadores profesionales, aunque pierden control
sobre los fines de su trabajo, son relativamente invulnerables a la descualificación; en todo caso,
cuando ésta se da, se orienta “hacia una subordinación radicalmente distinta de la del proletariado
industrial”; él prefiere aludir a la posibilidad del surgimiento de un sistema de control organizativo
postindustrial, diferenciado de los desplegados para los trabajadores manuales, uno de cuyos
elementos podría ser el intento de integrar a los profesionales asegurándoles una “relativa autonomía
35
técnica”
3. Las aportaciones de A. Gramsci
36
Según R. Díaz Salazar , “en los diversos proyectos que Gramsci elaboró para centrar su
reflexión carcelaria, la cuestión de los intelectuales aparece siempre en un lugar central muy unida a la
temática del Estado.” En particular, elaboró una serie de reflexiones sobre los intelectuales y las masas
sociales.
La identidad definitoria de los intelectuales, como ya vimos en la primera parte del tema, no
hay que buscarla en su actividad intrínseca, sino en el conjunto de relaciones sociales en el que
desarrollan su función: no existen los no-intelectuales, ya que todos los hombres son filósofos de algún
modo, pero no todos ejercen la función de intelectual en la sociedad. Gramsci tiene una concepción
ampliada de los intelectuales; éstos no son sólo los productores de cultura o de filosofía, sino todos
aquellos que desarrollan funciones organizativas en la producción, la política, la Administración, la
cultura, etc. Con la industrialización del mundo moderno se amplía la función intelectual y aparecen
nuevas capas de intelectuales: técnicos, economistas, etc. La extensión de la educación y de la
democracia también incide en esta ampliación, provocando incluso el fenómeno de la desocupación de
estratos intelectuales medios.
Por lo general los intelectuales no tienen una relación inmediata con el mundo de la
producción; ellos se desenvuelven, sobre todo, en las superestructuras (los servicios sociales, jurídicos,
educativos, políticos), de las que son “funcionarios”. En la organización de estas “superestructuras” es
en donde éstos desarrollan su misión en estrecha dependencia de la clase a la que sirven para extender
su dominio. Gramsci señala que siempre existe un vínculo “orgánico” (es decir, de vinculación,
identificación, colaboración desde sus funciones y su conocimiento) entre las clases y los intelectuales;
35
Ibídem.
36
Díaz Salazar, R. (1991): El proyecto de Gramsci, Barcelona, Anthropos, pp. 163 y ss.
14. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
de ahí que éstos sean necesarios tanto para la reproducción del capitalismo como para la difusión de la
ideología burguesa. La pervivencia o la destrucción del Estado capitalista está ligada a la actividad de
los intelectuales. Desde estas premisas puede captarse que la centralidad de la reflexión gramsciana
sobre esta temática gire en torno a las relaciones entre intelectuales y masas.
Desde la consideración de la influencia de la Iglesia en la escisión entre el “pueblo” y la
cultura, Gramsci desarrolló la crítica de los intelectuales <puros>, es decir, los que –como sucede en el
discurso “oficial” de los colectivos profesionales- se muestran a la sociedad como ajenos a los
conflictos que atraviesan la vida social: para nuestro autor tanto los intelectuales liberales como los
eclesiásticos participan del error de creerse autónomos e independientes de la lucha de clases. Aunque
se separen e intenten distinguirse de las masas, de hecho son expresión del grupo social burgués, al
cual le suministran la ideología necesaria para su dominio. “La mayoría de los intelectuales se abstraen
de las situaciones de clase y de las funciones de clase. Se autoconciben como casta y categoría social
históricamente ininterrumpida y permanecen alejados del pueblo, al que psicológicamente desprecian
y para el cual son <extranjeros>. No conocen las necesidades, sentimientos y aspiraciones de las masas,
ni se sienten responsables de la educación nacional de éstas. La inexistencia de una comunidad de
sentimientos y aspiraciones entre intelectuales y masas provoca la ausencia de un bloque nacional
intelectual-moral y puede considerarse como uno de los mayores fracasos sociales, cuyo indicador más
37
elocuente es el abismo entre la cultura de la clase culta y la cultura de las masas.”
La tipología gramsciana alcanza su mayor grado de relevancia con la distinción establecida
entre intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales, la cual constituye el punto central de la
reflexión realizada en los Quaderni sobre este tema. Para Gramsci cada nuevo tipo de sociedad crea
nuevas superestructuras y produce nuevos intelectuales que se encargan de que éstas funcionen de
una determinada manera. Cada grupo social tiene sus propios intelectuales, a los que se denomina
<orgánicos> en cuanto sirven a los intereses del grupo social al que están unidos: “Todo grupo social, al
nacer sobre el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se
crea conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y
conciencia de la propia función, no sólo en el campo económico, sino también en el social y en el
38
político.” Históricamente las clases dominantes han podido extender su dominio gracias a la labor de
sus intelectuales orgánicos. El empresario capitalista ha creado también sus intelectuales.
“El proletariado necesita dotarse de intelectuales orgánicos para lograr
su emancipación. Debe aprender de la historia de las clases subalternas que el
campesinado no conquistó su liberación por no haber sabido producir o asimilar
intelectuales orgánicos. Los intelectuales políticos del proletariado elevarán a las
masas, conectarán a los grupos sociales inferiores con los superiores, y de este
modo cambiarán el panorama ideológico de la época. Dentro de la organización
del proletariado tienen como misión elevar la cultura obrera, educar la conciencia
de clase, y articular y defender los intereses de los trabajadores. Por la actividad
de sus intelectuales orgánicos, las clases subalternas pueden convertirse en
dirigentes y responsables de la actividad de masas y transformar todo el mundo
39
social de pensar y de ser de una sociedad.”
37
Ibídem.
38
Ibídem.
39
Ibídem.
15. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
La noción de intelectual orgánico es la que mejor ayuda a entender la concepción gramsciana
de la misión de los intelectuales en la sociedad, así como su convicción de que las masas no se
transforman sin los intelectuales –en el sentido amplio que da a este término.
Para captar la importancia política, y no meramente teórica, de los intelectuales orgánicos hay
que ver la labor que éstos realizan en el mantenimiento del poder de clase y en la perpetuación de las
relaciones de dominación entre las clases mediante la ejecución de dos funciones: a) lograr el consenso
<espontáneo> y el asentimiento de las masas a una política de clase; b) organizar el aparato de
coerción que asegura legalmente la disciplina social. Los profesores, periodistas, sacerdotes,
funcionarios, diputados, jueces, economistas, técnicos, etc., mediante su actuación en las
superestructuras, constituyen las células vivas de la sociedad civil y la sociedad política. Este conjunto
de intelectuales organizan la función económica, hacen corresponder la concepción del mundo a la
dirección socio-política y económica del grupo dominante, organizan la concepción de la clase
dominante en visión común para todos los ciudadanos, y convierten las leyes de una clase en disciplina
social común. Mediante el moldeamiento de las masas a unos intereses y la homogeneización y
conjunción de la clase dominante, ciertos intelectuales orgánicos se revelan como empleados,
legitimadores, y artífices del poder de la clase que se adueña del estado. Igual que un determinado tipo
de intelectuales intervienen en la dirección y organización de un bloque de poder, otros intelectuales
orgánicos están llamados a romper dicho bloque y a crear otro nuevo, organizando un nuevo tipo de
acción política y cultural de las clases subalternas; de este modo encarnan la figura del dirigente
(especialista + político).
Desde un punto de vista que retoma en gran medida ciertas vertientes del pensamiento
gramsciano sobre los intelectuales y la cultura, se percibe que los profesionales, por ser intelectuales,
están en una situación privilegiada (con la que no cuentan, ni por asomo, los trabajadores manuales de
la producción ni otros colectivos de trabajadores intelectuales) para acceder a concepciones de la vida
y del mundo alternativas a las que vienen impuestas o predominan en la sociedad. Concebirlos como
"intelectuales" en este sentido nos permite afirmar que tienen muchas posibilidades (según Gramsci, la
40
obligación moral y política ) de analizar, interpretar y comprender la sociedad en su conjunto. En este
sentido, su situación permite resistir y generar respuestas a los sistemáticos intentos por parte de la
Administración por controlar el contenido de su trabajo y sus concepciones sociales.
En definitiva, al analizar la situación de los profesionales en la actualidad, debemos tener
presente que sus intereses particulares ni son los únicos elementos configuradores de sus
posicionamientos sociales, políticos e ideológicos, ni éstos se definen pura y exclusivamente en
relación a los márgenes de autonomía que les asigna el Estado en su trabajo. Los profesionales, en
cuanto intelectuales, poseen concepciones del mundo elaboradas, desarrollan procesos de
comprensión críticos y autónomos, se sitúan prácticamente de acuerdo a los mismos, a sus
expectativas e ideales y a lo que interpretan como sus intereses en el conflicto económico y social,
ideológico y político existente dentro de las instituciones, pero también, y sobre todo, fuera de ellas.
40
Gramsci, A. (1975): Quaderni del Carcere, Torino, Einaudi Ed., Vol. III, p. 1542.
16. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
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