2. Para muchas cristianas, la oración contemplativa parece algo muy lejano: una etapa
muy alta que sólo alcanzan místicos privilegiados. Pero no es así. Dios llama a todas
sus hijas a contemplar su rostro, no sólo en la vida eterna, sino aquí en la vida
cotidiana, como un anticipo del cielo. Todos somos invitados a recorrer paso a paso el
camino de la contemplación.
La oración es un constante «recuerdo de Dios» que nos despierta la «memoria del
corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» , y orar
incesantemente. Pero no se puede orar en todo tiempo si no se ora, con particular
determinación, en algunos tiempos fuertes, en cada día, cada semana, cada mes y
cada año.
3. Primero es necesario tener la determinada determinación de comenzar y perseverar en el camino
de la oración. Segundo, como en toda relación de amor, necesitamos establecer nuestros tiempos
de oración:
Un tiempo fuerte cada día. Podemos comenzar por veinte minutos todos los días.
Un tiempo fuerte cada semana, compartido en el grupo de oración.
Un tiempo fuerte cada mes. Un día de desierto en nuestra vida cotidiana, un tiempo más largo
estar con el Señor, solos o en comunidad. Es como «un desierto» en la vida cotidiana, en el que
podemos alternar los tiempos de silencio con la adoración al Santísimo, con la meditación de la
Palabra, escribiendo en los cuadernos de oración, percibiendo la naturaleza y con ejercicios
corporales.
Un tiempo fuerte en el año. Pueden ser unos días dedicados a un retiro o a ejercicios espirituales.
4. Estos tiempos de oración, nos ayudan a vivir orando, a ser contemplativas y
místicas en nuestras vidas cotidianas, capaces de reconocer a Dios y
contemplarlo en la sencillez de cada día.
A medida que avanzamos en el camino de la contemplación, comenzamos a
descubrir que ésta fructifica en nuestra vida ensanchando nuestro corazón
para hacerlo cada vez más capaz de amar a Dios y a los hermanos. Vamos
creciendo paso a paso en madurez humana y espiritual, y nos vamos
transformando, hasta llegar “al estado de la mujer perfecta y a la madurez
que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef.4, 13).
La contemplación nos va enseñando a ser quienes somos, a vivir presentes a
nosotros mismos, abiertos a la vida tal cual se nos presenta, dispuestos para
el servicio y la entrega a los hermanos.
6. Es una metodología que ayuda, cuando llega la noche, a mirar
todo nuestro día en presencia de Jesús.
-Es un hábito de oración saludable para una vida plena.
-Es un camino sencillo que sostiene nuestra decisión de amar a lo
largo de todo el día.
Es muy bueno acostumbrarnos a terminar cada día haciendo la
higiene del corazón, que es una forma de orar nuestro día,
mirando cada una de las cosas que hicimos y descubriendo en lo
cotidiano el resplandor de la eternidad. Todo lo que nos pasa en
la vida es contenido para la oración.
7. Hago la señal de la cruz y comienzo mi oración rezando el Padrenuestro. En presencia del
Señor miro mi día desde que me levanté hasta ese momento. Repaso todo lo que hice, los
lugares en los que estuve, recordando a cada una de las personas con quienes me encontré a
lo largo del día.
Hago una respiración profunda y trato de recordar cómo me sentí al levantarme.
¿Cuál fue mi primer pensamiento?
¿Cuál fue mi primer sentimiento?
¿Cuál fue la sensación corporal con la que amanecí? ¿Puede descansar bien?
Vuelvo a hacer una respiración profunda, y voy recorriendo cada uno de los lugares en los que
estuve a lo largo del día.
¿Cómo me sentí en cada uno: a gusto, a disgusto, agredido, recibido, contento, molesto, etc.?
¿Pude ser yo mismo en todo lugar?
¿Cuál fue mi actitud en estos lugares? ¿Cuál fue mi aporte?
¿Hay algo de lo hice o dije de lo que me arrepienta o tenga que pedir perdón?
8. Respiro profundamente y voy recordando cada una de las cosas que hice a lo largo
del día: mis tareas cotidianas, trabajos y actividades.
¿Cómo fue mi actitud interior al realizarlas?
¿Qué pensamientos, palabras, gestos, sensaciones y emociones me
acompañaron en mi trabajo del día?
¿Qué fue lo más lindo que hice, lo que más me gustó, lo que más disfruté?
¿Qué fue lo que hice muy bien?
¿Hubo algo que hice mal o que dejé de hacer por pereza? ¿Qué hubiera podido
hacer con más amor y dedicación?
9. Respiro profundamente. Recuerdo a cada una de las persona con las que me
encontré a lo largo del día.
¿Qué es lo más lindo que viví en mis encuentros con los demás? ¿Qué es lo más gozoso de ese
encuentro, que sigue resonando en mi corazón al terminar este día?
¿Qué fue lo que más me costó? ¿Con quién me resultó difícil estar?
Trato de darme cuenta las emociones que viví a lo largo del día con respecto a las personas; las
que pude expresar y las que no, positivas y negativas. Revivo los encuentros que las produjeron y
desahogo mi corazón en el Señor animándome a expresar lo que sentí y quizás no supe o no
pude manifestar.
¿Hay alguien a quien le tenga que pedir perdón por mi actitud a lo largo de este día?
¿Hay alguien a quien tenga que perdonar?
10. Respiro profundamente
Tomo conciencia de mis pensamientos, palabras, emociones, sensaciones corporales y
actos confrontándolos con la luz del Amor: ¿de qué manera me ayudaron a crecer en mi
propia identidad? ¿De qué manera me hicieron presente a mi mismo, a los demás y a cada
cosa que fui viviendo? ¿Cómo los pude traducir en actos y gestos concretos de amor?
Vuelvo a respirar profundamente y me pregunto: ¿Cómo está mi corazón al terminar este
día? ¿Qué le quiero decir al Señor? ¿Por qué quiero darle gracias, bendecirlo, alabarlo?
¿Qué le quiero pedir para el día de mañana?
Me confío en los brazos maternales de María. Rezo un Ave María, hago la señal de la cruz y
me dispongo a dormir en paz, dejando que mi corazón, siempre en vela, siga repitiendo al
compás de sus latidos el Nombre del Señor.
Extraído del libro No te importa que nos hundamos – Inés Ordoñez de Lanús, Ed. Camino
al Corazón