Esta investigación nos muestra varias razonas por las que debería desaparecer la pena de muerte en todo el mundo, además de que hace énfasis en los derechos humanos a los que a toda persona le pertenecen.
1. DERECHOS HUMANOS VS PENA DE MUERTE
La vida es un derecho fundamental básico y, por grave que haya sido el delito
cometido por el condenado, ningún Estado puede arrogarse el derecho de
eliminarla. Se ha demostrado hasta la saciedad que no es ejemplar. Más que
justicia, que es lo que alegan sus defensores, es una venganza e impide la
rehabilitación del delincuente. La frecuente demostración de errores judiciales, y
más ahora, cuando los forenses disponen de instrumentos de gran fiabilidad como
el ADN, es otro motivo claro de orden práctico contra la pena capital. Pese a estos
argumentos, EEUU sigue siendo el único país de toda América donde se sigue
ejecutando -aunque bien es cierto que no en todos los estados-, y en las estadísticas
internacionales aparece junto a Irán, Irak o Arabia Saudí, lo que ya debería ser razón
más que suficiente para querer salir corriendo de esta siniestra liga.
2. A través de la historia de su ejecución, de las masacres, del intento de buscar
formas menos crueles de ejecución, se repasa la situación en el mundo y el proceso
de abolición. Se aborda la crítica del llamado efecto especialmente intimidante de
tal pena y las pretendidas exigencias de la pena capital por la opinión pública, su
aplicación discriminatoria y las condenas de inocentes. Especial consideración se
presta a la calificación como pena cruel e inhumana por los órganos y Cortes
regionales de DERECHOS HUMANOS.
El castigo de la pena de muerte es injusto e inaceptable pues el respeto a la
vida debe prevalecer como valor fundamental, independientemente de la
responsabilidad penal que se le impute a una persona.
Quienes se quejan de la protección de los Derechos Humanos de los delincuentes,
sostienen entonces, que la vida de esas personas merece menor protección.
Pero en Democracia todas las vidas humanas deben tener el mismo valor, pues
los Derechos Humanos no dependen de ninguna acción para su merecimiento, se
los tiene porque son conquistas históricas frente al poder público, y porque su
respeto evita las masacres.
La pregunta central es si la igualdad es o no un deseo. Si todos somos iguales
¿no nos merecemos todos los mismos derechos? ¿O depende de lo que hagamos
para que se nos garanticen? Responder negativamente la primera y
afirmativamente la segunda pregunta es éticamente inaceptable y
democráticamente inviable. El argumento de no respetarle derechos a quien no los
respetó no es plausible porque la obligación del Estado de garantizar los Derechos
Humanos no puede supeditarse a la conducta del autor. Una de las mayores
virtudes de los Derechos Humanos es que no se merecen, sino que se tienen
independientemente del comportamiento. No se otorgan, se conquistan y no
dependen del capricho de nadie para su disfrute.
No hay documento que avale que la pena de muerte sea útil para modificar el
comportamiento de la sociedad o para reordenar las conductas de los individuos.
3. No cuento con palabras suficientes para juzgar las vilezas que cometen los
secuestradores y no existe lenguaje adecuado para calificarlos cuando asesinan.
No dudo que deben ser encerrados de por vida y castigados sin misericordia. Pero
aun con todo esto la pena de muerte no sirve: envilece.
Aplicarla en naciones tan injustas como la nuestra sería un error y semilla para
nuevos odios.
Si los estados que están a favor de la pena de muerte pusieran un poco más de
atención a las necesidades de estos niños en pobreza extrema o niños huérfanos,
niños que el día de mañana se convierten en delincuentes buscando un pedazo de
pan, en su peor caso entran a las drogas y posteriormente son encarcelados por
diversos delitos, el estado debe velar por ellos antes de que lleguen a estas
extremas situaciones, si todos hiciéramos lo mismo por los nuestros, si solo
admitiéramos que cada uno necesita ser amado y educados en un hogar pleno, y
que debemos comprometernos a ayudar para asegurar un buen resultado, así
nuestro mundo podría evolucionar más rápido. Y con toda seguridad se afirma que
no necesitaríamos sillas eléctricas, horcas e inyecciones letales.
Entonces podríamos repetir las palabras que pronunció el poeta y clérigo John
Donne en 1623: "la muerte de cualquier hombre minimiza lo que soy porque todos
somos parte de la humanidad".