El documento discute el tema de la deuda, particularmente la deuda pública. Explica que la deuda pública española actualmente asciende a 1 billón de euros o el 97,6% del PIB, aunque su vida media es razonable y los tipos de interés son relativamente bajos. Sin embargo, la deuda soberana española se acerca a niveles insostenibles y representa un talón de Aquiles para la economía junto con el alto desempleo. El documento también advierte que altos niveles de deuda pueden impedir el crecimiento econ
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LA DEUDA.
Manfred Nolte
Es hermana gemela de lo que en el argot económico se llama ‘apalancamiento’.
Al referirse a ella, el ministro de finanzas alemán entona un padrenuestro, pero
tan singular, que se salta una frase completa del mismo, porque el no se la
perdona a quienes la tienen contraída.
Nos referimos a la deuda. La deuda o las deudas, la deuda privada y la deuda
pública de un país, aquel capital que los distintos agentes económicos obtienen
de los demás para financiar déficits de liquidez y acometer inversiones
productivas. Aunque en coyunturas de crisis se haya aplicado a apuntalar
quebrantos inaplazables de protección social o, por el contrario, en tiempos de
vacas gordas se hayan usado pródigamente para la financiación de la
extravagancia, el consumo improductivo o el derroche. A nivel de los grandes
agregados económicos seguimos con minuciosidad y detalle la evolución y
composición de la deuda, muy en particular de la deuda pública o deuda
soberana.
El reciente velatorio griego hunde en buena parte sus raíces en la ingente cifra
de la deuda pública helénica hasta el punto de que los inversores
internacionales ya no la quieran a ningún precio. Pero eso Tsipras tiene que
acudir a la Troika y aceptar un nuevo rescate con las condicionalidades que
establecen los estatutos del Eurogrupo. También las deudas portuguesa o
española son espectaculares por no hablar de la italiana o de la japonesa que
traspasan los límites de lo razonable. En el viejo continente, la crisis ha
provocado el aumento más pronunciado en los ratios deuda-PIB desde la
segunda Guerra Mundial. Recientemente McKinsey, Deutsche Bank, y Banco de
Pagos Internacionales, entre otros, han alertado de que el endeudamiento
mundial, lejos de contenerse, sigue su progresión imparable.
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¿Cómo interpretamos este fenómeno reptante, generalizado y creciente, y como
se sitúa la deuda pública española en este escenario global?
Es verdad que todo el mundo –particulares, empresas y sector público- se
endeuda, aunque no todos lo hagan en igual medida y con el mismo propósito.
Pagar por un préstamo intereses inferiores a la tasa de rendimiento de la
inversión que se está financiando refleja cordura y audacia, ya que se multiplica
de ese modo el potencial de los fondos propios. Para los gobiernos, el salto
peligroso se produce cuando el presupuesto público se desequilibra y los gastos
no financiados con impuestos deben cuadrarse acudiendo a los mercados de
capitales.
¿Donde están, entonces, las líneas rojas del endeudamiento soberano?
Básicamente en dos conceptos fácilmente comprensibles. El primero se halla en
el servicio de la deuda, el pago periódico de los intereses debidos y la devolución
correspondiente del capital. A mayor deuda emitida, mayor será la cifra anual
que los presupuestos fiscales deberán consignar a su reembolso. En 2015,
España afectará 37.000 millones de euros solo en intereses sin contar
amortizaciones de principal, 3,5 veces el presupuesto de investigación. El
servicio de la deuda detrae así recursos sociales u otros imprescindibles para el
desarrollo de la economía. De no ser por la audacia de ese banquero
providencial llamado Mario Draghi, esta cifra podría ser sensiblemente mayor.
A Draghi le debe el Tesoro español unos buenos miles de millones de euros.
Como suena. Además, Kenneth Rogoff, uno de los gurús en la materia, ha
presentado evidencias empíricas de que altos niveles de endeudamiento
impiden el crecimiento saludable de las economías convirtiéndose en una
variable involucionista. Tampoco parece muy edificante hacer recaer en
nuestros hijos y nietos la amortización de aquello de lo que hoy disponemos.
Salvo que no asumamos dicha deuda como propia y pensemos que tal vez, en el
futuro, como ahora pretende Grecia, nos la condonen.
La segunda línea roja –esta es la crítica- se refiere al comportamiento de los
inversores internacionales, al aportar o retirar algo tan frágil y huidizo como su
confianza en un país. Con mayor o menor celeridad, los compradores de deuda
pública cuestionan la capacidad de repago de un Estado en función de lo que se
llaman sus ‘fundamentales’. Y, en su caso, repudian dicha deuda, dejan de
comprarla y malvenden la que tienen en sus carteras produciendo una caída
brusca de su valor efectivo y una escalada en los tipos de interés, disparando su
prima de riesgo.
El Tesoro español mantiene en los mercados un saldo vivo de 1 billón de euros
en forma de títulos públicos, el 97,6 % de su PIB. Su vida media es de 6,40 años,
un plazo razonable y su tipo promedio de interés es del 3,73%, relativamente
competitivo. Para tener perspectiva, en 2001 el saldo era de 306.000 millones
de euros, con una vida media de 5,92 años y un tipo de interés medio del 5,55%.
Pero con todo y con eso, el saldo de la deuda soberana española está a un corto
trecho de la insostenibilidad. Y es, junto al paro, nuestro más vulnerable talón
de Aquiles.
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El acuerdo contraído por los países de la zona euro es que su deuda no debe
superar el 60% del PIB. Por eso se controlan sus déficits fiscales anuales que el
Pacto de estabilidad europeo cifra en el 3% del PIB o inferior y el compromiso
tiene rango constitucional. A eso es a lo que, de momento, se llama legalidad y
también ortodoxia.
Lamentablemente, la heterodoxia antisistema es un deporte que produce altas
dosis de adrenalina e inspira arriesgados saltos mentales. Desautorizar la
austeridad es una de esas figuras heterodoxas, que desfilan entre estallidos de
aplausos por la pasarela de la moda ácrata. Ya lo consignaba Goethe: para
propagar la ignorancia, Mefistófeles aconsejaba a sus discípulos tergiversar las
palabras y amañar sutilmente su contenido. Tal es el caso de las palabras
legalidad, legitimidad, austeridad, y bajo los vientos revanchistas que soplan,
otras varias más.