1. TRAGEDIA GRIEGA, SEGUNDA PARTE.
Manfred Nolte
El 25 de enero próximo se celebran elecciones generales en Grecia y no es en
absoluto descartable que la izquierda radical se haga con la mayoría
parlamentaria. El líder de la formación Syriza Alexis Tsipras ha manifestado su
voluntad de permanecer, en principio, en la zona euro pero sujeta en todo caso a
una relajación sustancial de los compromisos contraídos con la Troika. Además
de renegociar la deuda gubernamental, Tsipras ha prometido recortar
impuestos, revertir los recortes de las pensiones y aumentar el gasto en servicios
públicos.
De aquellos barros estos lodos. En la primavera de 2010 la economía griega se
enfrentaba por primera vez al riesgo del colapso exterior, con una altísima
probabilidad de impago de su deuda soberana. Varias décadas de políticas
erróneas, acompañadas de una corrupción tercermundista y una evasión fiscal
generalizada, deslizaron al país helénico por el peligroso carrusel de un déficit y
deuda pública desmesuradas, al mismo tiempo que las estructuras productivas
evidenciaban una pérdida sustancial de competitividad exterior. A ello hubo de
agregarse el efecto devastador de la gran crisis importada de Estados Unidos,
que en su marea arrastró al país al callejón sin salida del impago. En mayo de
2010, ante la imposibilidad de obtener el apoyo de los mercados exteriores para
la refinanciación de su deuda, la Unión europea y el FMI pactaron con el
gobierno de Papandreu un plan de austeridad sin precedentes a cambio de un
cheque de 110.000 millones de euros reembolsable a tres años vista. Además
Grecia convenía un vasto programa de privatizaciones.
En marzo de 2011, Grecia logró una suavización de las condiciones impuestas en
el acuerdo inicial, extendiendo la duración media del programa hasta los 7,5
años, reduciendo adicionalmente en un 1% el interés de la facilidad dejándola en
el 4%. Tan solo un año después, en marzo de 2012 se produjo un segundo
rescate por valor de 130.000 millones de dólares, con una quita efectiva por
parte de la banca privada del 75% de sus posiciones en deuda. Se halla en curso
la posible negociación del tercero.
Pero los resultados están ahí y las ayudas, a diferencia de lo sucedido con
Irlanda o, en menor medida, con Portugal han resultado insuficientes. Deflación
de precios, un paro superior al 25% y la pérdida de un cuarto de la producción
bruta anual en relación a los niveles de 2007 han llevado al país al caos y a la
desmoralización. La explosión de la deuda hasta el 175% del PIB –aunque los
costes de su financiación han sido moderados- y un déficit presupuestario del
12,7% han hecho de Grecia un país inviable.
En su consecuencia, y aunque Syriza sostenga desear lo contrario, en caso de un
resultado arrollador de la formación radical, existiría la posibilidad de
interpretar el triunfo en clave plebiscitaria como un voto que alentase el
abandono de la eurozona y el retorno al dracma. Análisis jurídicos aparte, tal
eventualidad que en caso de unirse al impago de la deuda tendría costes
significativos para los Estados firmantes del rescate (unos 25.000 millones de
Euros en el caso de España) no la tendría, sin embargo, para los inversionistas
2. ni para la Banca privada que en los últimos años se ha desprendido de la
práctica totalidad del riesgo soberano helénico. “Grexit”, la salida griega del
euro sería asumible para la eurozona, dado que a diferencia de lo que sucedía en
2010, sus efectos ya no serían sistémicos. Grecia representa tan solo en 1,4% de
la economía de la Unión Europea. Ahí se sitúa actualmente el talón de Aquiles
del gobierno de Atenas. Si se cae la ficha griega ya no rodará por los suelos el
dominó enterode la construcción del viejo continente.
Otra cosa son las consecuencias que la renuncia al euro acarrearía para la propia
Grecia, cuna de la democracia y de la civilización occidental. Muy
previsiblemente, para empezar y de forma inmediata, contemplaríamos la
reedición del ‘corralito’ al estilo argentino. La fuga de euros del sistema bancario
daría invariablemente en la quiebra del mismo, salvo que el gobierno decretase
el estado de ‘economía de guerra’ y emprendiera un expolio sobre la totalidad de
los depósitos y cuentas corrientes de la ciudadanía. Paralelamente, el repudio de
la deuda y el impago exterior cortarían ‘sine die’ los circuitos de la financiación
exterior y Grecia iniciaría un penoso camino de autarquía económica, apoyada
quizá por bloques políticos de discutible altruismo, que también buscarían
compensaciones alternativas en otros dominios. En resumen, un negrísimo
horizonte de paro, inflación, desabastecimiento y, a la postre, igual o mayor
conflicto social.
Como este escenario es sencillamente caótico, resulta también impensable. La
conclusión es clara: gane quien gane en las próximas elecciones griegas la
opción de la reestructuración de la deuda y su renegociación ordenada con la
Troika se consolida como la única alternativa viable. La duda reside solo en el
‘cuanto’. Tal vez tenga razón Wolfgang Schäuble cuando vaticina que “las
elecciones griegas no cambiarán nada”.