La recuperación económica española: avances y desafíos pendientes
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¿HA TERMINADO LA PESADILLA DE LA CRISIS?
Manfred Nolte
Ayer domingo hizo diez años de la quiebra de la Sociedad hipotecaria ‘American
Home Mortgage’ y pasado mañana, 9 de agosto, marcará igualmente el décimo
aniversario de un evento asombroso, cuando BNP (Banque Nationale de Paris)
anunció que se había evaporado el valor de los Fondos de inversión
administrados por sus gestores, Fondos que invertían en préstamos
hipotecarios de la supuesta máxima seguridad. A partir de esa fecha los países
desarrollados experimentaron el más largo periodo de recesión desde la década
que comenzó con el ‘crash’ del 29 y terminó con el estallido de la segunda guerra
mundial. Con la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de setiembre de 2.008, se
abrían definitivamente las esclusas de la Gran Crisis Global. La totalidad de
naciones del planeta sufrieron en sus carnes el azote de la recesión y del paro:
países pobres y ricos; emergentes y subdesarrollados; periféricos y centrales.
Nadie escapó a la plaga fatídica, y la recuperación posterior ha ido mostrando
rostros y ritmos bien distintos en cada uno de los países damnificados.
Aunque en España algunos medios ya hayan echado las campanas al vuelo, la
realidad es que las estadísticas oficiales –siempre conservadoras, como
corresponde a la fe pública que deben ostentar- se resisten a reconocer que la
economía española haya pasado el Rubicón de la crisis y que pueda, en
consecuencia, cerrarse siquiera parcialmente y con las condicionalidades
oportunas, el capítulo de una década económica perdida: la que ha transcurrido
entre 2.007 y la actualidad.
¿Qué acontece a la economía española?
EUROSTAT, la agencia oficial estadística de la Unión Europea nos recuerda que
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el PIB record en el año del boom inmobiliario registraba en nuestro país un
valor de 1,116 billones de euros, cifra que aun no ha sido superada al 31 de
diciembre de 2.016 cuando el valor de nuestra producción final ascendía a 1,113
billones. Es cierto –así se ha atrevido a insinuarlo incluso el Presidente del
Gobierno en la reciente conferencia de prensa con la que cerró el curso 2016-
17 - que los notables crecimientos acumulados durante el primer semestre de
2.017 aventuran sin temor a equivocarnos, que en lo concerniente al indicador
de la producción, el PIB, la economía española ha puesto fin a la crisis desatada
una década atrás. Y ello es así aprovechando el empujón propinado a las series
históricas con la nueva metodología del INE/Eurostat que ha engrosado meses
atrás nuestro PIB incluyendo en el mismo negocios en la sombra como la
prostitución o las drogas.
Buenas noticias, sin duda, jaleadas unánimemente por todos los informes
recientes de la Instituciones Multilaterales, desde la Comisión Europea a la
OCDE, pasando por el Fondo Monetario Internacional. Que no vienen solas,
digámoslo. Lo primero a destacar es la espectacular ganancia de nuestra
competitividad. La economía española produce lo mismo que hace una década
pero con 2 millones menos de empleos. Consecuencia directa ha sido el boom de
las exportaciones –con el estallido de los ingresos por turismo- exportaciones
que suponen ya un tercio de nuestro valor agregado nacional. Se añade la
fortaleza demostrada por el consumo de los hogares; el crecimiento de la
recaudación que se aproxima igualmente a los niveles pre-crisis; la recuperación
inmobiliaria con las subidas de los precios, las ventas y la construcción; la
recuperación de la inversión; y también la mejora de la percepción de los
españoles acreditada por el Índice de Confianza del Consumidor que se sitúa
en niveles cercanos a los observados en 2005 y 2006, antes del estallido de
la Gran Recesión. El índice PMI de Markit destaca el crecimiento del empleo, el
más vigoroso en 19 años, pero de ello hablaremos a continuación.
Adicionalmente el sentimiento empresarial es positivo debido a las predicciones
de nuevas ordenes y el aumento de la capacidad productiva y en consecuencia
del PIB potencial.
Lamentablemente, la música de las buenas noticias viene acompañada casi
siempre por la sordina de las malas.
Comenzando no ya por el PIB en abstracto sino por la participación
individualizada de los habitantes del país en dicho índice general, es decir, el
PIB per cápita, indicador circunstancial, adicionalmente, de la evolución de la
productividad del trabajo de un país. Dado que la población española ha pasado
de 46 millones en 2.008 a 46,53 millones en 2.017 ya puede fácilmente
colegirse que el concepto de ‘recuperación’ de la crisis no puede aplicarse al
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hablar simplemente de la media poblacional sin hacer herida en este lugar con
la referencia al grave problema distribucional que la drástica caída de la
ocupación ha acarreado a las personas menos cualificadas de entre los
trabajadores residentes en España, sean estos nacionales o procedentes de la
inmigración. El PIB per cápita no se recuperará hasta finales de 2017 o
principios de 2018, según predicciones de BBVA. Y la renta disponible per
cápita todavía tardará más.
Vayamos al tema más espinoso: la evolución del empleo en España. La
economía española convence en su empeño y capacidad para crear puestos de
trabajo. En tres años, de los 3,8 millones de ocupados perdidos entre 2008 y
2013, se ha conseguido recobrar más de la mitad y en particular la reducción de
la tasa de desempleo en el segundo trimestre de 2017 -340.700 personas- ha
sido la mayor de los últimos quince años, dejándola en el 17,22%, su nivel más
bajo desde el inicio de la crisis. Además, el paro entre los menores de 25 años ha
caído un 50,7% desde los máximos de 2013. Igualmente, la contratación
indefinida creció un 10,63% interanual en julio, encadenando así 42 meses de
incremento, y casi un 22% entre los menores de 25 años. En este sentido, cabe
recordar que el 73,2% de los asalariados cuenta con un contrato indefinido, 7,5
puntos más que en 2006, según los datos de la Encuesta de Población Activa
(EPA) del segundo trimestre.
Si la evolución del empleo debe juzgarse favorable: ¿qué perspectivas se dibujan
para recuperar finalmente las tasas de paro previas a la crisis –un 7% de la
población activa- o lo que es lo mismo un nivel de ocupados y afiliados superior
a los 20 millones de personas? El gobierno aventura una tasa de paro del 17,4%
a finales de 2.017 y del 15,4% en 2.018. Solo en 2.021 se cerrará un ejercicio con
20,7 millones de empleos. Estos registros están aun a mucha distancia de los
records de empleo de 2.008. ¿Hay margen para sucesivos acercamientos?
La respuesta es relativamente ambigua y en todo caso sometida a un conjunto
de condicionalidades. Y ello sin entrar a extendernos ahora en cuatro
afecciones serias del tejido laboral español. La primera, su baja tasa de actividad
y la pérdida de la fuera laboral. De hecho, desde que el inicio de la recuperación
hace tres años, los trabajadores activos han disminuido en más de 250.000.
Más crecimiento no significa obligatoriamente una población más deseosa de
trabajar y la tasa de actividad en España esta en el 60%, entre 10 y 15 puntos por
debajo de la europea. La segunda la alta tasa de temporalidad: Durante los
últimos tres años, nuestra tasa de temporalidad ha pasado del 23,9% al 26,8%.
Si continuáramos a este ritmo la tasa de temporalidad podría alcanzar el 30%,
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porcentaje vigente antes de la crisis. Estas tasas se distancian de la de los países
centrales que se sitúan en el 15%. Se hace precisa, en consecuencia, una reforma
que acabe con la dualidad regulatoria. La tercera, la caída del número de horas
trabajadas: así, en el segundo trimestre de 2.017 se trabajaron 613 millones de
horas semanales frente a los 620 del segundo semestre de 2.106. La cuarta se
refiere a la magnitud del empleo sumergido.
Pero sobre todo, hay determinados elementos recurrentes que no pueden
soslayarse. Cabe recordar que la tasa de paro en España en los últimos
veinticinco años se ha mantenido a niveles del 15-25% salvo periodos realmente
excepcionales. Además la recuperación en curso es de naturaleza cíclica, no
estructural. Múltiples estudios siguen fijando el paro estructural de la economía
española en niveles del 15% o superior en 2.018. Es cierto que el aumento
reciente del stock de capital está contribuyendo al aumento del PIB potencial y
asimismo la contribución de la productividad al crecimiento potencial parece
aumentar ligeramente estimándose en 0,5 puntos básicos en 2020.
Por otra parte, si se inicia, como se augura, un nuevo rally inmobiliario, ello
daría ocupación a un amplio colectivo de trabajadores de baja cualificación que
hoy se incluyen en la tasa estructural. Una buena noticia acompañada de un
sentimiento agridulce: ¿es lo que queremos, un nuevo boom inmobiliario?
La recuperación de los niveles de paro precrisis se constituye así en el corazón
de la política económica. Pero como el empleo –aparte de una fracción de origen
público- tiene su origen en el sector privado, ¿cómo conseguir este objetivo?
¿Cómo lograr que los empresarios contraten masivamente nuevos trabajadores
hasta dar por cerrada la crisis? En gran medida depende de la demanda del
mercado, pero no pueden olvidarse las política de oferta que suponen hoy la
producción posible del mañana. Será preciso que los trabajadores muestren la
productividad suficiente para que al contratarlos aumenten las ventas y los
resultados de la empresa que los contrata. Se requiere, en consecuencia, una
gran revolución de la productividad laboral española, que será fruto de una
transformación radical de sus capacidades, conocimientos y empleabilidad. Yo
no atisbo, modestamente, signos determinantes en esta línea.