1. El falso conflicto entre estímulo y austeridad.
Manfred Nolte
Esta crisis, cuyos culpables aún no se han desenmascarado suficientemente,
computa ya su quinto de año de estragos sobre las finanzas, el crecimiento y
muy particularmente sobre el empleo. El paro en Europa registra tasas del
11,6% de media pero con sangrantes disparidades: en España y Grecia afecta a
uno de cada cuatro ciudadanos.
A la exigible reacción para superar la crisis le acompaña un encendido debate:
¿No están las políticas de austeridad y las reformas estructurales yugulando el
crecimiento y conduciendo a la economía a un desfiladero que finalmente aboca
a un abismo?
En términos de política económica, el conflicto es solo secuencial. Veamos.
Cuando los líderes del G20 se reunieron en marzo de 2009 en Londres para
atajar el pánico en los mercados financieros mundiales, apostaron por masivas
medidas de estímulo. La consigna consistía en activar el gasto público: pura
política anticíclica.
Lamentablemente, con los albores de la crisis soberana en la reunión de
Toronto en 2010 surgen vehementemente las tesis de la consolidación fiscal,
lideradas por la canciller Merkel. Los instrumentos de recorte presupuestario
tienen carácter procíclico. A partir de ese momento la crisis de la deuda exterior
en los mercados periféricos, el recrudecimiento del paro, los rescates y la
recaída de la producción sumen a Europa en el desconcierto y España alcanza
cotas desalentadoras en gran parte de sus indicadores económicos.
Pero estos efectos demoledores no son, primariamente, efecto de las políticas de
austeridad y de oferta sino de unas dicotomías o círculos viciosos –tildados
también de ‘espiral infernal’- de orden económico y también político. Solo nos
fijaremos en los primeros. En efecto, la espiral diabólica relaciona la deuda
soberana con unos bancos profundamente tocados por la crisis y un crecimiento
económico anémico. Cuando el sistema financiero se desmorona y comienza el
proceso de un desapalancamiento inevitable, el crédito se colapsa, el
crecimiento cede y aflora la crisis soberana: los gestores internacionales evitan
el riesgo periférico. Ese ha sido notoriamente el caso de España.
La espiral acentúa el colapso de la financiación bancaria exterior, que multiplica
el ‘credit crunch’ o destrucción del crédito. Nueva caída de la producción, mayor
desconfianza extranjera y nuevo ataque a los precios de la financiación exterior,
amenazando con abortar el acceso a los mercados internacionales. Una cadena
maldita de reacciones que es preciso atajar. Porque una vez cerrada la espita de
la financiación exterior, el país está abocado a la quiebra y a solicitar un rescate
en el que no habrá capacidad alguna de negociación.
Debe, en su consecuencia, reconocerse que la consolidación fiscal necesaria para
corregir los balances públicos no va de austeridad frente a crecimiento, sino de
rescatar la credibilidad soberana, la confianza de los mercados extranjeros en la
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2. deuda española, lo que apuntalará a su vez la financiación del sector privado, en
particular el bancario que, tras los procesos en curso de desapalancamiento y
recapitalización, construirán la base del crecimiento. Debe resaltarse que en los
últimos tres años se ha quebrado uno de los axiomas del sistema financiero, al
pasar la deuda soberana de ser un ‘activo sin riesgo’ a convertirse en un activo
de escrutinio minucioso y en su caso desechable. De ahí que no quepa hoy por
hoy exigir un estímulo fiscal beligerante y que la consolidación fiscal resulte
esencial.
No obstante lo cual procede agregar a estas proposiciones un grado de
temporalidad. Como ya viene asumiéndose, la consolidación fiscal no es una
prueba de velocidad sino un maratón, y debe desarrollarse a un ritmo que no
sea tan rápido como para asfixiar el crecimiento ni tan lento como para
espantar a los inversores internacionales. España ya ha obtenido una moratoria
y se apresta posiblemente a una segunda que deberá concederse sin titubeos por
Bruselas con el aval de los sobresalientes méritos acumulados: en 2012 entre 4,5
y 5,2 puntos de reducción en el déficit fiscal.
Una pincelada sobre las políticas de reforma estructural. Es sabido que la
demanda define la producción de hoy, pero es la oferta la que configura la
capacidad del mañana. De ahí que las políticas de oferta sean igualmente
esenciales en la coyuntura actual, para crear las oportunidades de inversión que
puedan relanzar nuestro menguado empleo. Agregaríamos finalmente las
reformas regulatorias, principalmente las que afectan al crítico sector bancario,
a punto de ser rematadas con la segregación de activos al banco malo, Sareb.
De lo que cabe concluir que estímulo y austeridad no constituyen una disyuntiva
conveniente a los intereses actuales del país, que convergen en evitar el colapso
financiero y combinar inteligentemente la gestión de la demanda, de los
cambios estructurales de oferta y de las reformas regulatorias que sienten las
bases próximas de una recuperación ansiada.
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