1. Mitos y Leyendas Chilenas
ARCHIPIÉLAGO DEL CABO DE HORNOS Vamos a iniciar estos relatos de mitos y
leyendas de Chile en el extremo austro, allá donde —al decir de Ercllla— "el Mar Océano
y el Chileno mezclan sus aguas", vale decir, al sur del canal Beagle, donde el archipiélago
del Cabo de Hornos daba albergue a los yamanas, el pueblo más austral del mundo.
Supónese que llegaron a nuestro continente hace unos doce milenios por Alaska, como
los primeros inmigrantes desde el Asia. Otros pueblos les siguieron, y los fueron
impulsando hacia el sur. Recorrieron toda su inmensa longitud en el curso de dos o tres
milenios, hasta ser empujados a su territorio actual. Puede considerárseles, pues, como
tos integrantes más antiguos de esta tierra americana, y justamente este hecho justifica el
interés especial que se les ha dedicado. Ocupan, por lo demás, un territorio inhóspito,
fragmentado en una infinidad de islas, canales, fiordos y bahías por los hielos que lo
cubrían antes que llegaran; de clima muy ingrato; no demasiado frío, pero en que ningún
mes alcanza una temperatura media superior a 10°; muy húmedo y con intensa
nubosidad; de relieve accidentado, en que la fauna y la flora apenas encuentran espacio
para arraigarse y ofrecen escasos recursos; en que, en cambio, el mar, aunque
frecuentemente tempestuoso, es la base de todo su sustento, abundante en ballenas,
focas, peces y —sobre todo— mariscos. Pero cedámosles la palabra, para que ellos
mismos, en sus mitos y leyendas, nos digan lo que saben acerca de ese sector de nuestro
globo terrestre, casi siempre azotado por las tempestades.
1. LA ÉPOCA DE LOS HÉROES El mundo es creación de Vatauinehua, el Ancianísimo.
En el origen de todas las cosas existía únicamente El, y cuando haya terminado todo, sólo
El sobrevivirá. Nadie sabe de dónde viene. Vive allá arriba, en el cielo, y desde allá ha
creado cuanto existe: astros, tierra, plantas, animales y hombres. Por eso lo llaman
Hitapúan, "nuestro padre". Es todopoderoso, pues puede cambiar cuanto ocurre y sabe
todo lo que hacemos y pensamos. Y si no cumplimos fielmente sus mandamientos, nos
castiga con enfermedades e incluso con la muerte. Por lo demás, es quéspij, o sea, puro
espíritu, desprovisto de la envoltura carnal de los mortales. Los yamanas se dirigen a él
en todos los trances difíciles de la vida: le imploran salud, buen tiempo, prosperidad. Esta
obra no está destinada, sin embargo, como ya se dijo, a tratar de la religión. Vatauinehua
pertenece a ella, es el Ser Supremo, creador y fijador de las costumbres. Mucho más
tarde que él formara la tierra, llegaron al archipiélago los miembros de la familia Yoáloj,
que inmigró desde el norte y se dirigió por la costa oriental de la Isla Grande de Tierra del
Fuego hacia el sur, prosiguiendo el viaje en seguida hacia el poniente. Fueron los
primeros pobladores de esta tierra. Poco después llegó también la familia de Lem (el Sol),
a la que pertenecía su cuñada Hánuja (la Luna), y su hermano Acáinij (el Arco Iris). Luego
llegaron muchas otras familias. Sus componentes no eran, sin embargo, iguales a los
actuales seres humanos, ni llevaban una vida similar a la nuestra. Desde luego, faltaban
en el cielo los astros, la tierra representaba una planicie informe y plana, sin vientos ni
lluvias o nevazones, y tampoco existía entonces la muerte. Además, había muy pocos
animales, pues la mayor parte de las especies sólo se generaron en una gran
transformación cósmica posterior, en que muchos de aquellos lejanos progenitores se
convirtieron en las variedades conocidas. En realidad, vivían en la tierra en aquel lejano
tiempo dos hombres que se transformaron más tarde en el sol: Lem, ya nombrado, y
Tárhualem. Este último era de muy mal carácter, egoísta y preocupado de dañar a los
demás, por lo cual era aborrecido. Cuando alguien le contradecía, se irritaba
2. terriblemente. En una ocasión quemó cuanto estaba a su alcance e hizo hervir el agua del
mar. Ardieron todos los bosques, y es por eso que hasta ahora las cumbres y sierras de
aquel archipiélago se presentan desprovistas de vegetación. En aquel remoto tiempo
hubo otra particularidad: las mujeres imperaban en la comunidad y le imponían su
dominio. Pues bien, ellas acordaron matar a Tárhualem. Con ese propósito lo asaltaron en
su choza, pero como era muy vigoroso, logró librarse de ellas y se elevó al cielo, donde
ahora es una luminosa estrella. La familia más importante era, sin embargo, la de los
hermanos Yoáloj. En ella se destacaba sobre todo la hermana mayor, cuyos consejos
todos respetaban. Se mencionan mucho también los dos hermanos mayores, que, sin
embargo, discrepaban casi siempre de opinión. Esta familia había recorrido gran parte de
la tierra antes de llegar al canal Beagle. Cuando acá nacieron los primeros hombres
propiamente tales, aquellos 9 hermanos les enseñaron cuanto necesitaban saber para
poder existir. El mayor de ellos, por ejemplo, juntó numerosas piedrecltas y se divertía
golpeando unas contra las otras. Entre ellas se encontraba un shehuáli (obsidiana), que
daba chispas. Recogió un montoncito de finas plumas y logró hacerlas arder. Luego
agregó astillas y leña, y de este modo inventó el arte de hacer fuego. Desde entonces
hemos podido asar la carne, preparar los mariscos al rescoldo y confeccionar los arcos,
doblando la madera recalentada. Estaba feliz de haber hecho ese invento y manifestó que
procuraría que el fuego ya nunca más se apagara. Se opuso, sin embargo, el hermano
menor, quien manifestó que era imprescindible hacer trabajar a las gentes y no facilitarle
tanto la vida, por lo cual convenía que se esforzaran ellas mismas en producirlo. La
hermana mayor había inventado un magnífico arpón para la casa de leones marinos, el
que nunca fallaba la presa, ni se perdía. El hermano mayor deseaba que los hombres
dispusieran también de tan excelente instrumento, pero el menor se opuso, alegando que
convenía que ellos se empeñasen ingeniando sus propias herramientas. La hermana fue
también la inventora del yécush (punta de flecha). Sus hermanos ya habían elaborado
uno, pero era muy imperfecto, pues le faltaba el pedúnculo que permite fijarlo bien en el
asta. Mucho habría que contar de las acciones realizadas por la familia Yoáloj, pero
hemos de abreviar, y nos limitaremos a una sola de ellas. Cuando la madre de aquellos
hermanos llegó a la ancianidad, se sentía cansada y anhelaba tranquilidad y paz. El
hermano mayor la miraba, sin embargo, insistentemente, y siempre volvía a abrir los ojos,
sonriéndose dolorosamente. El hermano menor comprendió entonces que la muerte era
imprescindible: para una persona de edad tan avanzada, la vida se transforma en un
martirio, y la muerte es una liberación. Por eso hizo que su madre cerrara sus ojos para
siempre: fue la primera vez que alguien muriera en esta tierra. Sus hijos, sin embargo, no
fallecieron, sino que se elevaron el cielo una vez que hubieron terminado todas las obras
que realizaron en este mundo. Los contemplamos todavía diariamente en el firmamento:
uno es Proquión y el otro Sirio, y la acumulación de estrellas cerca de éste son los demás
hermanos.