2. Determina las oportunidades,
responsabilidades, recursos, y competencias
asociadas con el hecho de ser hombre o mujer.
Define las relaciones entre mujeres y
hombres, entre niñas y niños, así como las
relaciones entre mujeres y entre hombres.
Determina lo que se espera de una mujer o de
un hombre, lo que se les permite o lo que se
valora de unas y otros en un contexto dado.
En la mayoría de las sociedades, las relaciones de género conllevan una
jerarquización, una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres
que pondera lo masculino por sobre lo femenino y está en la base de las
desigualdades que todavía afectan a las mujeres.
3. Las vulnerabilidades de mujeres, niñas, niños y hombres varían según
sus edades y los estratos económicos-sociales de los que provengan, y
todo esto va dando forma a la manera en que enfrentan y viven los
desastres y a su capacidad de recuperación. De hecho, en los países
en los que se tolera la discriminación de género, las mujeres y las
niñas ocupan un lugar de especial vulnerabilidad ante los peligros
naturales. Esto se ve reflejado no sólo en el porcentaje de mujeres y
niñas que mueren, mucho más alto en estos países que en otros, sino
también en la incidencia de la violencia de género en la que se
incluyen la violación, la trata de personas y la violencia doméstica,
que aumenta de forma exponencial durante y después de los
desastres. En la mayoría de los casos, los desastres acarrean para
mujeres y niñas una carga adicional, puesto que es sobre ellas sobre
las que recae la responsabilidad del trabajo no remunerado
(suministro de cuidados, agua y alimentos para los hogares, entre
otros).
4. Las diferencias biológicas entre
hombres y mujeres han sido el
soporte para justificar y
transformar en natural la división
de tareas y responsabilidades en
función del sexo, así, en casi todas
las sociedades, de las mujeres se
espera que asuman el trabajo
reproductivo (tareas vinculadas a la
alimentación, la higiene, el cuidado
y la educación de los niños y las
niñas, la atención de la salud del
grupo familiar, la atención de las
personas adultas dependientes);
mientras que de los hombres se
espera el trabajo productivo
generador de ingresos. El trabajo
reproductivo es un trabajo sin
reconocimiento social ni
económico.
5. La distribución sexual del trabajo, los roles, los estereotipos de
género, condicionan la forma en que hombres y mujeres se
posicionan en relación con la gestión del riesgo de desastres y son
afectados en los desastres mismos. El hecho de que la mayor parte
de las actividades asumidas por las mujeres se desarrollen
principalmente en el hogar y en su entorno comunitario (tareas de
cuidado, trabajo comunitario, actividades productivas en el hogar),
con frecuencia las deja en una situación de mayor exposición frente
a, por ejemplo, inundaciones o deslizamientos, ya que es más
probable que las encuentre en sus casas. En el caso de los hombres,
los mandatos de género tales como la audacia o el heroísmo, suelen
incidir en una menor percepción del riesgo y conducirlos a exponer
sus vidas para rescatar víctimas o proteger los bienes..
6. Las mujeres tienen menos acceso a los recursos – redes sociales
e influencia, transporte, información, habilidades (incluido el
alfabetismo), control de la tierra y otros recursos económicos,
movilidad personal, vivienda y empleos seguros, a la no violencia
y control de la toma de decisiones que son esenciales en la
preparación, mitigación y rehabilitación de desastres naturales.
Dado que las mujeres se encargan principalmente de las
responsabilidades domésticas como el cuidado de los niños,
ancianos o discapacitados, quedan sin libertad de migrar para
buscar trabajo después de un desastre. Los hombres migran con
mayor frecuencia, dejando a grandes cantidades de mujeres
como jefes de familia. El desconocer esta realidad y la doble
carga del trabajo productivo y reproductivo de las mujeres,
significa que las mujeres siguen siendo invisibles en la sociedad y
la atención a sus necesidades sigue siendo deplorablemente
inadecuada.
Dado que frecuentemente la vivienda queda destruida por el
desastre, muchas familias se ven obligadas a reubicarse en
albergues. Estos albergues no son adecuados para tareas diarias
como cocinar, aumentando la carga doméstica y económica de la
mujer y disminuyendo su libertad de movimiento para buscar
fuentes alternativas de ingreso.
Las mujeres son más vulnerables a los desastres debido al papel que les ha asignado la sociedad.
7. De 141 países afectados por desastres entre 1981 y
2002, los desastres tienen un impacto negativo mayor
sobre la esperanza de vida de las mujeres que sobre la
de los hombres.
Las mujeres, los niños y las niñas son 14 veces más
propensos que los hombres a morir durante un
desastre.
La mayoría de las víctimas atrapadas en Nueva Orleans
después del huracán Katrina fueron mujeres
afroamericanas y sus hijos, el grupo demográfico más
pobre de la zona.
Las probabilidades de que una mujer sea víctima de la
violencia doméstica o sexual aumentan después de un
desastre; muchas mujeres evitan albergarse en refugios
por miedo a ser violadas.
8. Después del huracán Mitch en 1998, las
mujeres guatemaltecas y hondureñas
construyeron casas, cavaron pozos y canales,
remolcaron agua y construyeron albergues. A
menudo, aun en contra de los deseos de los
hombres, las mujeres han estado dispuestas
y han demostrado ser capaces de asumir un
papel activo en tareas tradicionalmente
consideradas “masculinas”. Esto puede
ayudar a cambiar la percepción social de la
capacidad de las mujeres.
Las mujeres son más eficaces en la movilización
de la comunidad para responder a los desastres.
Forman grupos y redes de actores sociales que
trabajan para satisfacer las necesidades más
urgentes de la comunidad. Esta clase de
comunidad organizada ha resultado esencial en
preparativos para casos de desastre y mitigación
9. En respuesta a mayores niveles de violencia
basada en género en Nicaragua después del
huracán Mitch, la ONG Puntos de Encuentro
organizó una campaña de información que usó
diversos medios para transmitir un mensaje
sencillo: “La violencia contra la mujer – es un
desastre que los hombres sí pueden prevenir”. La
campaña demostró ser eficaz en el cambio de las
actitudes de los hombres hacia la violencia contra
la mujer.
Después del terremoto de 1985 en la Ciudad de
México, un grupo de maquiladoras se organizaron
para formar el Sindicato de Trabajadores Textiles
19 de septiembre, que fue reconocido por el
gobierno mexicano y probó ser instrumental en el
cabildeo para la recuperación del empleo de
mujeres.
Después del Huracán Joan, mujeres en Mulukutú,
Nicaragua se organizaron para elaborar planes
preparativos para casos de desastre que incluían a
todos los miembros del hogar. En consecuencia,
Mulukutú estaba mejor preparado para el Huracán
Mitch y el pueblo se recuperó más rápidamente que
otras comunidades igualmente afectadas.
10. Una visión cerrada a las consecuencias de un desastre conduce
a un foco netamente físico; las realidades sociales son pasadas
por alto y, nuevamente, las inquietudes de género son
marginalizadas. Las mujeres seguirán siendo afectadas
desproporcionadamente por los desastres naturales a menos
que los trabajadores y funcionarios reconozcan su estado
vulnerable y dirijan sus esfuerzos para cambiarlo.
La mayoría de los esfuerzos de ayuda son concebidos para
toda la población de un área afectada por un desastre, sin
embargo, cuando dependen de las estructuras existentes de la
distribución de recursos, que reflejan la estructura patriarcal
de la sociedad, las mujeres son marginalizadas en su acceso a
los recursos de ayuda.
11. La falta de armonía entre la respuesta inmediata a los
desastres y el desarrollo a largo plazo hace que los medios
asignados a la preparación para desastres sean sacrificados a
favor de los esfuerzos de respuesta. Los grupos de mujeres en
las Américas se han dado cuenta que la mejor manera de
mitigar las consecuencias negativas de un desastre es estar
preparadas. Las mujeres han sido fuertes defensoras de
medidas de preparación al nivel de la comunidad porque ellas
saben muy bien las consecuencias del desastre en su diario
vivir.
Los partidarios del enfoque de género han recalcado que para
estudiar los desastres naturales desde una perspectiva de
género, es necesario desagregar los datos por sexo, los
proyectos piloto durante la fase de reconstrucción, un diálogo
abierto dentro de las comunidades y entre las comunidades y
el gobierno, y la formación de capacidad para las mujeres
antes, durante y después de los desastres.
12. Finalmente, una ausencia de la capacidad institucional en el
análisis de género se refleja en los esfuerzos de ayuda, que
no incluyen esa perspectiva en sus normas y procedimientos.
Además esto significa que las necesidades e inquietudes
particulares de las mujeres y su potencial para contribuir no
se toman en cuenta durante los preparativos, respuesta y
reconstrucción para los desastres. Esto también sirve para
destacar la necesidad de un enfoque de género organizado
para el estudio de los desastres naturales y sus
consecuencias.
13. En la integración de las mujeres debe haber un cambio
en las relaciones de poder para evitar sobrecargar a las
que ya tienen un trabajo pesado y responsabilidades
familiares incrementadas. Es fundamental identificar las
experiencias de las mujeres en los desastres y apoyar sus
contribuciones en los sistemas de alerta temprana
oficiales e informales de preparación en la casa, en la
escuela, en la solidaridad comunitaria, en la
recuperación socioemocional inmediata y a largo plazo, y
en los cuidados a la familia extensa. Destinar recursos
para compensar materialmente el tiempo, energía y
habilidades de las mujeres de base que laboran con
organizaciones gestoras del riesgo de desastres, para que
dejen de ser voluntarias sin reconocimiento.
14. Una vez reconocida la importancia que
los roles de género juegan en la gestión
integral del riesgo de desastre, las
consideraciones de género no pueden
ser relegadas cuando ocurra un
desastre. En el sentido de reducir los
daños asociados con desastres por
fenómenos de origen natural, o bien,
antrópicos, es necesario reconocer las
vulnerabilidades preexistentes al
desastre y vincular los planes de gestión
integral de los desastres con la ayuda
humanitaria desde una perspectiva de
equidad de género, para que exista un
mejor entendimiento sobre qué es lo
necesario.