El marinerismo y sus características en la arquitectura
Calacas, el color de la eternidad, edición digital
1. C A LA C A S
el color de la eternidad
Poemas:
Aureliano Cañadas
FOTOGRAFÍFotografías:
Juan Ortiz de Mendívil
Depósito legal M-17370-2016
2. De los poemas: Aureliano Cañadas
De la fotografías: Juan Ortiz de Mendívil
Depósito legal M-17370-2016
Visionado del libro.
Es aconsejable visionar el libro
en la modalidad de páginas opuestas,
de forma que las imágenes estén
siempre a la derecha del lector y los
poemas a la izquierda, tal y como ha
sido previsto por los autores.
lianocanadas@gmail.com
jortizmendivil@telefonica.net
3. Calacas, el color de la eternidad, es el encuentro fértil
entre la palabra poética y la imagen.
La visión de una ofrenda de muertos mejicana atrajo
poderosamente la atención de Juan Ortiz de Mendívil,
surgiendo así la primera serie de imágenes.
Lacontemplacióndeestasimágenesdespertólapalabra
y el concepto poéticos de Aureliano Cañadas.
A partir de este encuentro siguió desarrollándose, con
énfasis, la imagen (siempre sobre la misma temática,
Calacas) y la palabra poética.
De este forma, el fascinante y surrealista mundo de la
Calaca mejicana, precipitó, después de transitar por
dos mentes españolas, en una nueva realidad, en la
que lo mejicano y lo español se han transmutado y
trascendido.
Calacas, el color de la eternidad, es el resultado de
esta alquimia artística.
4. Vuelvo a engalanarme para ti
con mis más preciosas joyas:
aquellas que poseen el valor
incalculable de lo efímero.
Como en mis mejores días
escojo el color que no apague el de mis
labios,
que no empañe el brillo de mis ojos.
No tardes, amor, no tardes:
El gusano de la impaciencia me corroe.
5.
6. Los últimos inviernos abría la ventana
intentando encontrar en aquel aire frío
algo que me anunciase al fin la primavera.
¡Cómo se hacía esperar! Aprendí a descubrirla
por yemas abultadas, por los brotes ocultos
o el piar todavía desvalido de un pájaro,
por la perduración de la luz vespertina.
Cuando no era posible esperanza ninguna
y la mano inocente del invierno borraba
imperceptibles signos, me volvía hacia dentro
de mí misma, hacia el débil resplandor que dejó
un día luminoso de verano en la sangre.
7.
8. El adiós no fue fácil
porque yo no quería
inmensidad ninguna,
sino el humano límite
y su conciencia intacta.
Y rogaba a aquel pobre
corazón un latido
y otro más y otro aún.
Nunca
fui tan intensamente.
9.
10. Viví tal si los miles
címbalos de la lluvia
hubiesen de sonar
en el tejado eternos,
como si eternamente
redoblaran las olas,
y entre las altas ramas
de los árboles fuese
a murmurar la brisa
tu nombre, o la materia
hubiera de llamarme
con su múltiple voz.
Y no sabía cómo
me aguardaba el silencio.
11. Así olvidaste mis ojos,
los mismos que habías dicho
de color indefinible,
y las yemas de mis dedos
que succionabas entonces
como los frutos más dulces
(¡ah, entonces cuando la vida,
la tibieza de la sangre!),
el vientre que conocía
el peso de tu cabeza.
Dime, amor, qué hizo la lluvia
maligna o este gusano
implacable que no hiciera
di, tu memoria conmigo.
12. Cómo me complacía
en jugar a estar muerta
entre el acre murmullo
de aquellos crisantemos
para volver de pronto
a tu boca, a tus manos,
a la vida más vida.
Y ahora sé que estar muerta
es más que no estar viva:
es no estar junto a ti,
raíces persistentes
en lugar de tus manos
en lugar de tu boca
la humedad de la lluvia.
13.
14. Llamé a mi paje,
al más diligente,
y no vino.
Llamé a mi chambelán
y no vino.
Llamé al bufón
y no vino.
En vano llamé al mayor
de mis palafreneros.
Una y otra vez,
llamé a mi guardia
y nadie vino.
Y nadie viene nunca
desde hace cuántos días,
no sé: yo no hay días,
meses, años.
15.
16. Fue cruel abandonar tus brazos de repente
y encontrarme asediada por oscuras raíces
que alimentaban árboles con mi nostalgia
solo.
Cuando alguno, tenaz, al fin me poseyera,
la brisa estremeció allá sus verdes ramas,
allá donde la luz del sol, donde la vida.
17.
18. Si supieras, mirarías
como un milagro a una piedra,
escaparías del sueño,
la noche, como enemigos,
y al contemplar una hoja,
cuando ya no es sólo verde,
en otoño, llorarías lágrimas
de agradecimiento y goce.
¡Ah, si supieras cuál es
el color de la eternidad!
Nunca cerrarías los ojos.
19.
20. Sobre todas las cosas,
sobre todas, amé
las flores,
no porque ellas supiesen
llegar a mí,
sustentadas
de mil maneras,
descender
hasta mis ojos
desde una altura de ave,
reproducir, íntimas,
la simetría de los astros,
llamarme súbitamente
en el silencio del alma
con su aroma y su voz inconfundibles,
sino porque a ninguna,
ni siquiera a la más breve,
la que nace con la aurora
mas no llega a contemplar
el primer rayo de sol,
le fue dado saber
que alguien había medido,
inexorablemente,
su vida.
21.
22. Quedaba tan poco tiempo, tan poco,
era como si todo él escapase
vertiginosamente hacia esa fecha:
un agua impetuosa que arrastrara
muebles al fin sobre el parquet, brillantes
sellos y pálidas invitaciones,
repentinas llamadas, cajas súbitas
de inútiles y bellos utensilios.
Y de repente aquel tiempo perdió
su medida. No hubo ya otras mañanas,
sino una masa informe, una extensión
sin límites de piedra sobre piedra.
23.
24. Cuántas veces contemplara
un crepuscular insecto
que no sobreviviría
al primer rayo de luna,
sin saber que era mi propia
vida un vuelo tan fastuoso
y tan breve como el suyo,
aunque nunca llevé en ala
ninguna el indescifrable
estigma de la belleza.
25.
26. Ningún lago se mira
a sí mismo, ninguno.
Y yo fui la mirada
de aquel lago, de un bosque,
la mirada del mar.
Soy este lago ahora
y soy todos los lagos,
bosque y todos los bosques
y mar y mar y mar.
Quién me ofrece sus ojos
para mirarme azul.
27. Viví tal si los miles
címbalos de la lluvia
hubiesen de sonar
en el tejado eternos,
como si eternamente
redoblaran las olas,
entre las altas ramas
de los árboles fuese
a murmurar la brisa
tu nombre, o la materia
hubiera de llamarme
con su múltiple voz.
Y no sabía cómo
me aguardaba el silencio.
28. De que me vale al fin,
de qué, la inmensidad
donde mi alma se expande
continuamente, mi alma,
aquel preciso límite,
el espejo en el cual
te reconocerías.
¡Ah, el placer de ser única
y diferente a ti,
de escuchar en tus brazos
el fluido del tiempo
como el de un agua mansa!
Por volver a ellos diera
el espacio, el fulgor
infinito que ya soy.
29.
30. Es ahora cuando te veo
desde el fondo de mis ojos sin fondo,
y no entonces en las largas
noches de la vida en que,
hermético, te entregabas
al sueño para huirme,
amor, pequeño como el gusano
que a modo de conciencia me corroe.
31.
32. ¡Dormir, ir adentrándose en el agua apacible
y perder lentamente el contorno del alma
en ella, respirar con su respiración,
alzarse sobre abismos donde acechan reptiles
como días aciagos y volver a los más
felices, como fueron, pudieran haber sido.
¡Oh noche de la vida, cuántas vidas me diera!
33.
34. Supe dormir cuando la vida
me ofreciera su rostro airado
y la estridencia de su voz,
despertar a los días tan magnolia
que hasta el final gocé de su fragancia.
Tal fue el secreto de una dicha
que me enseñaron los seres más elementales.
35.
36. ¡Ah, si hubiese llegado
la soledad de pronto!
Mas no, tuve una vida
para ir aprendiéndola.
¿No fue mi adolescencia
ya un puro aprendizaje?
¿Acaso no perdiera
el calor de tus brazos?
¿No bebí tu recuerdo
yo sola como un vino
hasta la última gota?
37.
38. Para qué tanto tiempo
como agua que fluyera
lenta y sucia, hacia donde.
¿No me hubiera bastado
tu boca y un instante
para saber ya siempre
qué llama era la vida?
39.
40. Ya sé cómo la muerte satisface
todos nuestros deseos, ahogándolos
en este mar sin olas, sin orillas
y sin color, siempre igual a sí mismo.
41.
42. Cuando se acerque el fin, suma los malos
momentos de tu vida y los peores.
No temas: el infierno habrá quedado atrás.