Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
Pentecostés - ciclo B
1. Ven, dulce huésped del alma
Domingo de Pentecostés – B
Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés, el nacimiento de la Iglesia. ¡Más de dos mil
dieciocho años de historia! Mirando atrás, y viendo todas las vicisitudes pasadas, más
de uno se puede preguntar: ¿cómo la Iglesia ha sobrevivido hasta hoy? Porque ha
pasado épocas de persecución, otras de poderío y sumisión a los reyes, otras de gran
expansión, pero también de corrupción. Por la Iglesia han pasado santos, héroes y
villanos, los hombres más nobles y también los más canallas. Y, pese a sus errores y
caídas, sigue en pie. Cuando Napoleón asedió el Vaticano y amenazó al papa diciendo
que la Iglesia llegaba a su fin, este respondió: Si nosotros no hemos podido acabar con
ella, menos aún podréis tú y tus tropas.
Y así ha sido. Y esto no es por mérito de los que formamos parte de ella, en absoluto. La
Iglesia sobrevive y vivirá siempre porque su cabeza es Cristo y está animada por el
Espíritu Santo. No hay mal ni muerte capaz de vencerlos.
La venida del Espíritu Santo convirtió a un grupo de discípulos espantadizos y llenos de
dudas en un puñado de apóstoles valientes y arrojados, dispuestos a dar la vida por Jesús
y su evangelio. Su fuerza alcanza hasta hoy, gracias a su coraje estamos aquí. La
experiencia que tuvieron se ha transmitido de siglo en siglo, y esto es lo que mantiene
viva la Iglesia. Lo más importante no es la institución y sus estructuras, sino que la Iglesia
es familia de Dios, embajada del cielo en la tierra. A pesar de la frialdad y la debilidad en
la fe de muchos, bastan unos pocos hombres y mujeres que realmente vivan la
experiencia de Dios para continuar expandiendo su reino. Bastaron doce hombres y
unas cuantas mujeres para cambiar el mundo…
Pero hoy podemos preguntarnos: ¿dónde está el Espíritu Santo? ¿Cómo actúa? ¿De qué
manera afecta a mi vida? ¿He sido tocado, también, por ese espíritu? ¿Me dejo
transformar por él?
El Espíritu Santo, dice un teólogo, está presente siempre, penetrando el universo entero
con su fuerza y su gracia. Todo está bañado en el amor de Dios, que todo lo crea y todo
lo sostiene. ¿Cómo percibir su presencia?
La Iglesia nos ofrece los sacramentos: en todos ellos actúa el Espíritu Santo.
Especialmente en la misa, y en la comunión, él está presente, con Jesús. La oración,
solitaria o en grupo, también es una ocasión para abrirnos a sus dones. El Espíritu no
deja de soplar, y está deseando hacer llover sobre nosotros una catarata de regalos.
¿Cómo se nota que una persona ha recibido el Espíritu Santo? En los apóstoles fue
llamativo su don de lenguas, su capacidad de comunicar de manera que todos podían
comprenderlos. Más que habilidad lingüística, el Espíritu les dio el don de comunicar de
2. corazón a corazón, conectando con los demás, abriendo sus oídos y su alma. San Pablo
explica que el Espíritu reparte muchos carismas. Son los dones o talentos personales que
todos tenemos, y que podemos poner al servicio de los demás, para el bien. Si los
invertimos en amar al prójimo, ¡nunca nos faltarán esos talentos! Siempre tendremos
más. Si nos los guardamos por egoísmo o por miedo… Esos talentos se desperdiciarán y
los perderemos.
Pero la acción del Espíritu se nota sobre todo en las obras, en la forma de vivir y de tratar
a los demás. No todos recibimos dones espectaculares, de lenguas, de sabiduría o de
conocimientos ocultos. No todos somos “profetas” o grandes oradores. Pero todos, sin
excepción, recibimos el don mayor, el mejor carisma, según san Pablo: la capacidad de
amar. Este es el don superior, el mayor de todos y el que nos asemeja a Dios.
Se notará que estamos llenos del Espíritu por la caridad en nuestras relaciones, por la
delicadeza, la comprensión, la ternura y el servicio a los demás. El Espíritu es un dulce
huésped que nos llena de amor y nos permite amar al modo de Dios. Pero también es
viento poderoso que nos empuja a vencer el miedo, y es fuego que derrite los hielos de
un corazón duro e impenetrable. A veces en las iglesias hay tantos corazones helados…
Ojalá el fuego del Espíritu, hoy especialmente, pueda arder en nuestras parroquias y
comunidades, y nos encienda,y nos anime a salir de nosotros mismos para encontrarnos
con los demás. El mundo espera. El mundo está hambriento de amor. El mundo está
sediento de Dios, aunque no lo sepa. Y Dios necesita brazos, y voces, y mentes creativas.
En nuestras manos está que, en medio de la oscuridad, ardan nuevas hogueras que den
luz y calor.