1. Sal y luz de la tierra
5º domingo Tiempo Ordinario - A
2. Vosotros sois la sal de la
tierra. Pero si la sal se
vuelve sosa, ¿con qué la
salarán?
Vosotros sois la luz del
mundo. No se puede ocultar
una ciudad en lo alto de un
monte. Tampoco se
enciende una vela para
meterla bajo el celemín,
sino para ponerla en el
candelero y que alumbre a
todos los de la casa.
Mt 5, 13-16.
3. Jesús se dirige a sus discípulos con el deseo de
despertar en ellos el sentido de su vocación. La palabra
que han de anunciar va más allá de la adhesión a su
maestro. No sólo van a proclamar la buena nueva, sino
que la harán suya, convirtiéndose en auténticos
testigos del amor en medio del mundo.
4. Vosotros sois la sal de la
tierra.
Los envía a un mundo
apático, tedioso y frío que
necesita vida y esperanza.
Ser sal es dar gusto y
sentido a la vida, es hacer
apetecible la palabra de
Dios a las almas que
necesitan recuperar la
vitalidad.
5. La Iglesia necesita testimonios vigorosos para alimentar
la fe de quienes viven sumidos en una profunda
amargura.
Dios quiere que todos los cristianos seamos sal y
sepamos condimentar las diferentes experiencias que
tenemos que ir tragando y asimilando en nuestra
ajetreada existencia.
6. De nada sirve rezar, venir a
misa o dar el diezmo de
cuanto tenemos. Si no
convertimos nuestra fe
en obras de amor, si nos
quedamos en el puro
cumplimiento de unos
preceptos, no es
suficiente.
Dios pide que nos
transformemos en platos
sabrosos para que otros
se alimenten de la
bondad de Dios.
7. Si no nos entregamos como misioneros a la causa de
Cristo, ni siquiera nuestra formación doctrinal y
teológica nos servirá. Dios necesita testigos vivos, no
sólo cumplidores o eruditos de su palabra. Dios quiere
que entreguemos nuestras vidas para que otros lo
puedan conocer y amar, tal como lo hizo Jesús.
8. Vosotros sois la luz del
mundo.
Cada cristiano es una
antorcha viva que alumbra
a los demás.
Por el regalo de la fe que
se le ha dado, participa de
la misma luz de Cristo.
El don que hemos recibido
nos convierte en
potenciales faros de luz,
que indican hacia qué
rumbo dirigir la nave de
nuestras vidas.
9. En el bautismo decimos:
«recibe la luz de Cristo».
Desde que entramos a
formar parte de la Iglesia,
hemos recibido el don de
la luz de Dios. Cada
cristiano recibe la misión
de iluminar, de convertirse
en llamarada de fuego del
Espíritu Santo para arrojar
luz a los corazones que
viven en las tinieblas del
egoísmo.
10. Ahora, más que nunca, en
estos momentos en que
parece que la llama de la fe
vacila y se apaga en medio
de la sociedad, hemos de
hacer revivir en nosotros la
luz de Cristo resucitado.
Pidamos a Dios que el
fuego luminoso de su
Espíritu nos convierta en
masa incandescente de
amor para todos aquellos
que viven en la penumbra.