Un vampiro muerde el cuello de un joven y bebe su sangre, experimentando placer. A medida que la vida del joven se desvanece, el vampiro siente amor y culpa por haberlo matado. Después de dejar el cuerpo sin vida, el vampiro llora su pérdida, condenado a una eternidad de soledad y dolor por su naturaleza vampírica.
1. DANZA DE SANGRE
Por: Khalissa (Isabel González)
Y en el tiempo en que un suspiro va a morir, él clavó los colmillos en su cuello. Un
reguero de sangre impactó contra su paladar, despertando el placer proveniente
de las papilas gustativas, que adictas al sabor del hierro, pedían más. Por la
ventana, colándose como un mirón indiscreto, la pálida e inocente luna brillaba en
lo alto del cielo, espantando la negrura característica de la noche con su plateada
luz, la cual tintaba las sábanas como si de mercurio líquido se tratara. Podía notar
la sedosa suavidad de estas en su piel, rodeando sus piernas en un ademán
protector, a pesar de que él no sentía el frío ni el calor en su piel de acero. Las
yemas de sus dedos recorrieron cada centímetro del cuello de su víctima,
disfrutando de la suavidad y tersura de esta, que parecida a porcelana, hacia
palidecer la belleza del propio astro lunar. Cada caricia, cada roce de sus pieles
hacían saltar chispas del deseo y arrancaban gemidos entrecortados del muchacho,
ahogando así el dolor que sentía por el pinchazo. Las palpitaciones de sus venas
rociaban con más sangre la garganta del vampiro, que ahogando suspiros
entrecortados, sentía el placer embargarle cada célula de su cuerpo. Podía sentir el
corazón latir acelerado bajo su mano, que apretaba el pecho para estrechar el
contacto que los unía, latidos que, de haber tenido él corazón, habrían ido al
compás en una melodía grave que sus gemidos se encargaban de adornar. Él se
aferraba a sus ropas, sintiendo como cada dedo presionaba la blancuzca piel del
vampiro, como si quisieran atravesar el lino de su camisa, aferrándose de esta
forma a la vida.
El vampiro giró un poco su cuerpo, acomodando así el cuerpo de su víctima en un
encaje natural y totalmente complementario. Podía sentir la vida del muchacho
escaparse a cada trago, cada palpitación que poco a poco, iba ralentizándose hasta
llegar a una lentitud casi dolorosa. Sus manos habían dejado de explorar su cuerpo
y sujetaban sus cabeza, notando como las hebras doradas de la melena del
muchacho se enrelazaban con sus dedos, como si quisieran representarles a ellos.
Clavó sus orbes verdes en la negrura de las del chico, buceando en ella intentando
transmitirle una tranquilidad anormal. En las tinieblas de sus ojos se podía leer la
aceptación del momento final y un temor escondido a una muerte segura. Una
lágrima de sangre recorrió la porcelana de sus mejillas, marcando su recorrido en
un tono carmesí. Y, casi igual de rápido que había comenzado, acabó. La sangre
dejó de fluir, su cuerpo quedó yermo y seco cual campo en sequía. El vampiro posó
suavemente su cuerpo sobre las sábanas con una delicadeza extrema, como si el
cadáver fuera aún capaz de sentir cada golpe que recibía. No había sabido su
nombre ni su edad, pero durante los instantes en que le había entregado su
juventud y su vitalidad, había llegado a amarlo en lo más profundo de su alma, un
amor indescriptible y gigante que ahora se había evaporado junto con su vida.
Recogió un mechón de su pelo con suavidad, notando la textura entre sus dedos,
2. mientras una lágrima recorría su otra mejilla, manchando la nívea piel con un tono
rojizo al igual que había hecho su hermana y yendo a morir a su barbilla, dónde se
perdió entre los negros pelos de una barba incipiente. La tristeza inundaba su
corazón muerto, a la vez que una culpabilidad ya conocida. La soledad le volvía a
coger de la mano, impidiendo su escape a una posible felicidad utópica ya que el
poder que le hacía hermoso, bello, eterno le hacía a la vez desgraciado, obligándole
a vivir una vida eterna de dolor y soledad.
En el cielo, la luna palidecía ante la atrocidad del crimen cometido, enviando su
plateado candor al mundo, como si así pudiera regalar un último homenaje al
muchacho que, con valor, había entregado cada milígramo de su vitalidad para que
el vampiro pudiera culparse durante toda la eternidad por su muerte, igual que las
otras miles de muertes que acarreaba su alma, en una tristeza melancólica ya
imposible de olvidar. Sus ojos, de un verde hierba, travesaron la oscuridad,
maldiciendo cada día, cada hora de su pobre existencia. En su rostro, las marcas de
culpabilidad brillaban ante la tenue luminosidad de las estrellas, testigos del dolor
que atenazaba su alma y lo ataba con cadenas de plata a la desolación.