1. Un Ángel y un Demonio
entran a un Café
Traducido por Lyh.
Todo a su alrededor era la viva imagen de normalidad: farolas en cada
calle y motores, bebés en cochecitos, una breve pelea canina. Los muros eran de
piedra crema y yeso ocre, que lucían muy llamativos debido a posters y graffiti.
Frente a la plaza se erigía una iglesia, una de las plenas novecientas en esta
ciudad, y debajo de su dome se curvaba una solitaria luna, abandonada por una
sombra hermana.
El mundo de los humanos. Karou estaba de vuelta en el mundo de los
humanos. Nunca le había parecido tan hermoso, o tan frágil. Todo éste hecho
de sólido y piedra, y toda esta gente trazando sus vidas, ellos eran como
pantallas de fondo y muñecos de papel, un partido a punto de caer sobre ellos,
y... ella había encendido el partido.
Un cántico se escuchaba a la lejanía, sólo un pequeño sonido como el
zumbido de las abejas, pero que no tenía lugar en esta imagen de normalidad, y
no la dejarían olvidar, ni por un segundo, qué desastre había ella dejado caer en
este mundo. Éste bien podría haber sido, "Apocalipsis, apocalipsis, apocalipsis,"
que ellos estaban cantando alrededor del perímetro, día y noche, sin cesar.
También, estaba el asunto de su compañero. En ningún cuadro de
“normalidad” estarían dos de ellos sentados uno al lado del otro en un café, o
en cualquier otro lugar. Era como una puesta en escena para una broma. Un
ángel y un demonio entran a un café…
—¿Es él?
Karou levantó la mirada de su café bruscamente. Un hombre caminaba
entre las mesas más cercanas a la acera, y se sentó en una. Traje gris, cabello
negro bien peinado, nariz Romana. Bueno, ésta era la tierra de narices Romanas.
—No,— le dijo a Liraz, quien hizo una sonido de exasperación.
—Todos lucen exactamente iguales.
2. —¿Quiénes? —Karou le preguntó —. ¿Los hombres italianos, o los
humanos en general?
Liraz sólo se encogió de hombros. No le importaba nada que tuviera que
ver con los seres humanos. La feroz hermana de Akiva tenía su propia razón
para estar aquí. Era una buena razón, casi tan buena como pueden ser las
razones, de verdad, pero no tenía nada que ver con ahorrarle un apocalipsis a la
humanidad. —¿Estás segura de que no es él? —ella preguntó—. Él las está
mirando.
El hombre del traje gris estaba inspeccionando –con indisimulado…
aprecio italiano– un grupo de mujeres reunidas unas mesas más allá. Ellas eran,
después de todo, la razón por la que ella y Liraz estuvieran allí. —Por supuesto
que las está mirando—, dijo. —Es un hombre.
—Entonces a los hombres se les debe arrancar los ojos con cucharas.
Karou giró para enfrentar a Liraz. Si Zuzana hubiera hecho ese
comentario –y sonaba como algo que Zuzana diría –le hubiera entregado su
pequeña cuchara que vino con su espresso y le hubiera dicho “Una buena
observación. Ponte en ello.” En el caso de Liraz, en cambio, Karou estaba
asegurándose que no hubiera tomado una cuchara, preparándose para alguna
real extracción de ojo. Ella no lo había hecho. Sus manos –sus negras manos, tan
fuertes con su recuento de asesinatos que no casi no mostraba signos de piel a
través de la tinta –estaban apretadas en los brazos de la silla. Sus grandes
antebrazos estaban tensos, y la presión aplicada viajaba por todo el camino de
sus brazos a su mandíbula.
—Está bien —, Karou se oyó decir. —Él sólo está viendo. No hará nada.
—Eso esperaba, como sea. Por su bien.
La cabeza de Liraz giró fraccionadamente en su dirección, y Karou
imaginó que podía sentir su mirada fulminante incluso a través de sus lentes de
sol. Está bien, entonces. Ella reanudó la vigilancia.
El sujeto del traje gris realmente parecía inofensivo, sólo un hombre
disfrutando de la proximidad de mujeres atractivas, de las cuales habían siete:
en sus veintes, de diferentes nacionalidades, generalmente el mismo nivel de
hermosura –excepto la muchacha alemana, que era preciosa. Ellas ya estaban
siendo controladas, supo Karou. Habían habido otras, menos bonitas, que no
habían llegado tan lejos. Si no lograste adivinar por qué estaban ellas aquí,
probablemente no notaste la chispa de fanatismo que las animaba, ampliando
sus ojos al, en varios casos, sanpaku1
total: un visible aro blanco alrededor del
1 Sanpaku es una palabra de origen japonés que significa "los tres blancos". Se considera que
una persona tiene ojos sanpaku cuando al mirar de frente, se nota que la parte blanca del ojo
bordea el iris por tres lados, lo cual quiere decir que esa persona se encuentra en un grave
estado físico y espiritual.
3. iris, que siempre imparte un aire de manía. Estas chicas no eran amigas, y no
estaban sólo de paseo por la noche. Ellas estaban en una misión así como lo
estaban Karou y Liraz, aunque ésta era muy diferente.
Muy. Diferente.
Aún así, a pesar de la misión y la manía, la dinámica era típica:
competencia femenina velada por la camaradería excesivamente brillante, la
fingida simpatía dedicada de acuerdo al grado de amenaza que se percibía, de
manera que la chica alemana estaba consiguiendo la mayor parte de ella. "¿Ése
es el color natural de tu cabello? Eres tan suertuda," y, "¿Realmente no tienes
novio? ¿Cómo puede ser eso posible?" Ellas eran corteces, pero también eran
rivales, mirándose unas a otras con una agudeza clínica, preguntándose quién
de ellas obtendría la mejor oportunidad de convertirse en una leyenda.
Idiotas, pensó Karou, aunque no sin lástima. Estas mujeres no tenían
idea. Eran víctimas de un relato que tenía dos mil años de antigüedad.
Aún así, seguían siendo idiotas.
Pero esta noche, ella tuvo que considerar a la idiotez como una
bendición, y corrupción también. Las dos en combinación estaban haciendo una
brecha en la seguridad que ella estaba lista para explotar. Muchas gracias,
idiotas, pensó. Y gracias a ustedes, escoria de policías oportunistas.
Y por último pero no menos importante, gracias Jael, por seguir adelante,
como de costumbre, sin importar en qué mundo estás. No había júbilo, sólo una
energía oscura y enfocada cuando Karou pensó, como una promesa: nos
veremos pronto.
Ella estaba muy alerta, y no era debido al espresso. Este plan era de ella.
A un consejo de guerra del tipo que Eretz nunca había visto antes -serafines y
quimeras, unidos- ella había argumentado este curso ante un plan más grande,
más feo y, de lejos, más sangriento. La responsabilidad de su éxito recaía en
ella. O de su fracaso, a pesar de que ella trataba de no pensar en las muchas
maneras en que podía colapsar. Comenzando con Liraz.
Karou temía que el ángel tuviera su propia agenda para esta noche. Allí
se sentó, maniobrando de alguna manera, a su inigualable modo -incluso con
sus alas envueltas en un glamour y lentes de sol que ocultaban su mirada
pétrea- de lucir inhumana, y Karou no podía sino imaginar lo que estaba
tramando, a sangre fría, para hacer exactamente lo que deseaba cuando el
momento de la verdad llegara. Esta noche, las cosas podían o ponerse mejor, o
mucho, mucho peor. Pero, ¿qué podía ella hacer? Sólo para corroborar, Lir, ella
deseaba poder decir. No estás planeando arruinar todo, ¿verdad?
Más temprano esa tarde, la mejor amiga de Karou, Zuzana, al borde de la
desesperación después de pasar una tortuosa media hora intentando ayudar a
4. Liraz a vestirse para esta misión, había implorado en un doloroso y abatido
gemido, "¿Por qué, Karou? ¿Por qué ella? ¿Por qué no puede ir Akiva en su
lugar?"
"Tú sabes por qué", fue todo lo que Karou había dicho en ese momento,
pero ahora ella se permitió, por sólo un momento, imaginar a Akiva sentado en
el lugar de Liraz, y el calor estalló a través de sus palmas en respuesta. Sus
hamsas siempre quemaban ante cualquier pendamiento sobre él, pero era más
que eso. Era... queridos dioses estrella, era el recuerdo del toque, como si
acabara de suceder, aunque habían pasado días -sus dos manos, totalmente
contra la piel de Akiva- y había sido breve, pero... no tan breve como debería
haber sido.
Estúpida, estúpida.
Dulce normalidad, pensó Karou, desplegando cubos de azúcar de su
limpio envoltorio blanco y dejándolos caer dentro de su espresso. Ella lo mezcló
con una pequeña cuchara, sintiendo el crujido como de cristales mientras se
disolvían, y dejó el cubierto sobre la mesa con un tink. Había una galleta en su
platillo. Era delgada como una hoja, artesanal, y desprendía un rico olor a
mantequilla. Se la comió. Se derritió en su lengua. Se derritió. Tales placeres tan
simples. Todo parecía maravilloso para ella: la pequeña taza de porcelana, el
café perfectamente preparado, incluso las delgadas servilletas de papel, que
eran inútiles cuando realmenta las necesitabas. Civilización.
"Seh, lo sé." había dicho Zuzana en un suspiro. "Pero apuesto a que él no
habría hecho tanto escándalo por llevar lentes de sol."
El "escándalo" de Liraz de hecho había sido más que una negación
silenciosa para reconocer o aceptar la ayuda de Zuzana, estando de pie
apartada y amenazante en el oscuro sótano, vestida con su atuendo
Misbegotten como si ella planeara salir así -espada incluida, y desgastadas
botas de combate, su cuero viejo tratado generosamente con la sangre de sus
enemigos. Le había costado un poco de trabajo conseguir que haga incluso
concesiones menores para disimular. Cuando ella había entrado en el mundo
de los humanos antes -para grabar huellas negras en los portales de Brimstone-
había llevado exactamente esto, dijo, y había estado bien.
Trata de explicar "sensasión viral" a alguien de un mundo sin medios de
comunicación.
Las imágenes de la pelea en el puente Charles podían haber sido
fuertemente eclipsadas por "la Llegada" (así había sido llamado el
acontecimiento con no menos respeto que, por ejemplo, "la Anunciación"), pero
Karou y Liraz eran parte del conocimiento público ahora y para siempre, y ellas
no podían sólo fingir estar de paseo y pensar que no serían reconocidas. Todo el
mundo sabía de la "muchacha del diablo" con ojos tatuados en sus manos, y del
5. "ángel" de cabellos rubios a la que había atacado a través del aire. Sin embargo,
ellos probablemente no esperarían verlas pasar el rato juntas, más de lo que
Karou había esperado que llegue a pasar.
Enemigo común, se recordó. Causa común.
*
*
*
Continuará…