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Gracias hijo
Gracias hija
Por su existencia mágica y sanadora
Por reconfortan mi alma
Por esa mirada de niños que se quedó conmigo para siempre
Por esas sonrisas que detuvieron el tiempo
Por alumbrarme la tierra y purificarla con su luz
Por enseñarme a disfrutar de las pequeñas victorias
Y a perseverar ante los grandes desafíos
Por eso crean con el corazón
En su capacidad de lograr todo lo que se propongan
Los ama,
Mamá
El pequeño Naujma y los dibujos que hacen milagros
En el hermoso valle de Paraguachí, está la casa blanca donde vivían
los hermanos Naujma: Un niño y una niña con inigualables atributos
que hacían que aquella casa que heredaron de su abuela fuera más
que una casa, un templo.
Paraguachí, es un pueblo que vive en el
corazón de los Naujma, se ubica en una
esplendorosa isla del mar Caribe
venezolano con el nombre de una flor.
Es Margarita, a donde siempre llegan
navegantes y turistas deseosos de
contemplar paisajes y playas
espectaculares.
Se dice que Paraguachí fue lo primero que oyeron los
españoles cuando llegaron a la costa de aquel pueblo
donde los nativos que los vieron se asustaron tanto que,
empezaron a correr gritando: “Paraguachí, Paraguachí,
Paraguachí". Tan duro gritaron que el mundo entero supo
de Paraguachí.
Otros dicen que Paraguachí o simplemente
“Guachí”, era el nombre de un cacique aborígen
establecido en la isla de Margarita donde dejó su
nombre para siempre.
Algo habrá de cierto en esto último, porque a
este pueblo, en casi quinientos años se le ha
cambiado el nombre dos veces: la primera, por el
de San José, y la segunda, por el de La Plaza pero
ninguno de los dos se ha mantenido como el de
Paraguachí.
Paraguachí fue y es uno de los valles más
fértiles y productivos de la isla de
Margarita. Es la tierra del tomate y ají
margariteño y cantidad de muchachos
como mangos en los patios. De la abuela
Carola y también de Mamayé. Del papá,
los tíos y muchos primos de los Naujma.
Es tierra de fe, y de San José también es
tierra.
Ese es el pueblo que vive en el corazón de los Naujma. Donde el
murmullo del manantial de agua dulce que llega a buena parte de
las casas, atraviesa el tiempo y las cosas; donde el canto de los
pájaros vuelve la vida más apacible, la soledad pesa menos y el
olor incomparable del mar impregna todo lo que allí existe.
En Paraguachí, el sol se mete con tantas ganas en las entrañas
de la gente que viven con la idea de que la piel se les va a poner
amarilla; ellos no saben que ese sol intenso es lo que aumenta su
calidez humana como les pasa a los Naujma.
Había quienes decían que los Naujma tenían
una capacidad de dar alegría como si fueran
árboles; otra gente comentaba que ese
poder maravilloso se los sembró el espíritu
de su bisabuela paterna quien vivió hace una
centena de años en la vieja casa blanca que
ellos habitaban.
Mamayé como llamaban a aquella bisabuela, fue una mujer a quien todos
recuerdan muy estricta pero con una disposición extraordinaria para
servir y compartir con los demás, sobretodo con quienes menos tenían.
Cualidades y virtudes que trasmitió de manera íntegra a Carolina, la
abuela paterna de esos pequeñitos, y a las hermanas de ella, sus tías
Rosa y Josefina, quienes a su vez también las transmitieron a sus hijos
junto a la fe que tenían a Gregorio de la Rivera, el alma de las cosas
perdidas.
El poder de dar alegría de los Naujma no fue que lo heredaron.
Tampoco era atribuible a ningún espíritu. Dar alegría es un don
y ellos lo tenían. Su alegría era sencilla, directa y evidente. Lo
traspasaba todo, sorprendía, atrapaba, la expresaban saltando,
corriendo, la compartían. Siempre estabá con ellos como un
secreto abierto como su abuela Bricelia, la madre de su mamá,
quien estaba presente de cualquier manera.
El pequeño Naujma, apareció en la barriga de su mamá como
una bendición. Él vino al mundo en el último año del siglo
XX, en el vigésimo día del noveno mes. Desde ese momento
la alegría del amor se mudó a los corazones de sus padres.
Su papá, tiene una estatura de gigante. Pintarlo completo
no se puede. Es blanco con tantas pecas que no le caben
en el cuerpo; sus manos y pies armonizan de manera
natural con su tamaño. Lo mismo pasa con su nariz
perfilada, la excepción eran sus labios, que no podían con
su risa.
Aquellos papás trabajaban para asegurarles a sus pequeños
lo esencial de la vida; se casaron después de haber estudiado y
labrado sus profesiones que aunque distintas, coincidían en que
disfrutaban servir a la gente sin esperar nada a cambio.
La madre en cambio, era una mujer bajita de
manos y pies pequeños como su boca, de
labios medianamente carnosos con una nariz
menos perfilada que la del padre y una
cabellera ondeada y despeinada que ella
disfrutaba sin que nadie la pudiere hacer
ruborizar.
Fue ese doctor blanco como un ángel y sabio como Dios, quien después
de tomarle una foto, se percató que su mamá dejó de producir el agua
donde viven los bebés cuando están adentro de la barriga. Eso hizo que
el pequeño Naujma en vez de un niño parecía un pajarito por el tamaño y
lo que pesó. Pero, todo salió bien. Eso sí, fue un gran susto.
Al pequeño Naujma lo sacaron de la barriga de su
mamá en un día en que no lo esperaba ni siquiera el
doctor Jorge, quien era el especialista de
embarazos que existía en aquel valle y todos los
pueblos vecinos.
Para el momento en que nació ese pequeñito era
apresurado responder ¿A quién se parecía?
Pensar que esa era una pregunta que
acostumbraba a hacer la mayoría de la gente
cuando estaba frente a un bebé. Sin embargo, en
los meses que siguieron, todo indicaba que ese
pequeño tendría no solo la corpulencia de su
papá sino también todos sus genes. Para creerlo
había que verlos juntos y convivir con ellos.
Pasados algunos meses, cinco o seis, al pequeño Naujma le empezaron a
salir sus dientes de leche; comenzó a morder todo lo que alcanzaban sus
manos y boca como ocurría con los cabellos, zarcillos y los anillos de su
mamá y, las orejas de su papá.
En un abrir y cerrar de ojos transcurrió el tiempo. En uno de esos días el
pequeño Naujma llevó un susto que lo puso a temblar. Uno de sus
dientes casi se le cae. Aterrado y con un grito escalofriante llamó su
mamá, quien obvió lo que hacía y, despavorida corrió a ver que le
ocurría. Él, con la boca abierta intentaba decirle pero ella no lograba
comprenderlo. De inmediato él le tomó una de sus manos y le llevó el
pulgar junto con el índice a donde estaba el dientecito a punto de volar.
Ella no hizo otra cosa que llenarse de emoción y lo abrazó.
Su mamá también lo emocionó a él diciéndole que estaba creciendo
pues, estaba cambiando de dientes y le pidió que no se asustara. Para
animarlo le habló de ratón Pérez cosa que logró. Los otros dientes,
continuaron cayéndosele uno a uno y Pérez se puso muy feliz. También
Naujma, porque ya tenía monedas de todos los tamaños.
Aquella mamá enternecida, le hizo una alcancía para que guardara
las monedas de oro que ratón Pérez le dejaba debajo de su almohada
por cada diente que mudaba.
Su mamá también empezó a guardarle las monedas que se usaban en
el país como medio de cambio, para que cuando fuese adulto tuviera
referencias visibles de las monedas que circulaban en su niñez;
porque para el momento en que él nació, las monedas se encontraban
con dificultad y carecían prácticamente de valor económico.
Entre otras monedas, el pequeño Naujma
logró reunir siete bolívares de oro.
El bolívar, era el nombre de la moneda que
representaba a su país ante el mundo. Se le
llama así, en honor al hombre más ejemplar
que han tenido los pueblos americanos; un
héroe que en vez de tener dos o tres nombres
como la mayoría de los ciudadanos tenía
cinco y tres apellidos. Ese héroe es el
Libertador de América, don Simón José
Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar de la
Concepción y Ponte Palacios y Blanco, quien
dio todo por lograr que Venezuela fuese un
país libre. Lástima que los vándalos que han
gobernado el país desde que los Naujma
nacieron hayan traicionado su memoria.
Terminado el siglo XX llegó el XXI, y con éste
volvió el vigésimo día del noveno mes, cuando vino
como del cielo la pequeña Naujma, a quien sus
papás identificaron con el nombre de Máni. Fue
desde este momento cuando empezaron a
identificar a estos hermanos como los pequeños
Naujma.
Máni, era una niña tan cariñosa como la palabra y
más. Ella, al igual que su hermano llegó sin avisar y
también trajo a sus papás un panal de alegría.
Después de su nacimiento, en aquel hogar ya nada
fue en singular. La historia de esos hermanos se
unió felizmente para siempre.
Yo Soy ManI
Con Máni, se repitió en aquella casa la historia de
ratón Pérez, que también le trajo muchas monedas
por los dientes de leche que mudaba. Su mamá se
las guardaba en una alcancía, junto con las
monedas corrientes que cada día se encontraban
con mayor dificultad. Lo hacía con el mismo
propósito con el que se las guardaba a su hermano.
Pero con ella, pasaba algo muy particular: Máni
era más feliz con una caja de colores, pintaba
como pocas niñas a su edad lo hacen. Quien veía
sus dibujos terminaba pensando que esta
pequeñita tenía el don de comunicarse con los
colores, porque cada dibujo que pintaba era una
obra de arte.
Máni tenía un rostro natural bien elaborado, una piel matizada con la
luz de la canela, una boca pequeña con labios carnosos y una nariz tan
bien acabada que parece fue colocada por el mejor de los artistas. En
ella se juntaron caracteres de su mamá y de su papá pero, más de su
papá.
Los papás de los Naujma, disfrutando ser papás elaboraban
para sus pequeños golosinas y helados de muchos sabores, y
justo en la habitación que compartían los hermanitos les
colocaron una neverita de color marrón y jazmín para que los
tuvieran cerquita.
Los helados tenían manos que parecían alas y unos pies de
payasos tan alargados que les servían para volar y saltar
hasta las bocas de quien quisiera tomarlos.
Con los helados ocurría algo muy gracioso, porque cuando el
pequeño Naujma y su hermana querían tomarlos abrían
aquella neverita, y aparecían los helados de muchos sabores
haciéndoles muecas de mil formas para que los sacaran de
aquella neverita congelada.
Al pequeño Naujma le pasaba algo muy particular con el
helado de tamarindo. Cada vez que quería, el helado en
vez de hacer una algazara porque iba a ser degustado, le
sacaba la lengua y le decía: “Soy un helado ácido” Y, le
volvía a decir: “Soy muy ácido, soy muy ácido”.
Todo indicaba que el helado de tamarindo, a
sabiendas que de la boca de este pequeño salían
litros y litros de agua que no podía parar, no
quería nada con él pero, Naujma lejos de que lo
creía muy ácido y terriblemente hostil prefirió
esperar a que el helado le pasara su mal humor
para luego probarlo.
Como la burla de aquel helado era muy
persistente, el pequeño Naujma se preguntaba
bajito como para que nadie lo oyese
¿Será o no sabroso el helado de tamarindo?
El mismo se respondía “Si quiero saber si ese
helado odioso de tamarindo es sabroso tengo que
probarlo”, y como quien pierde la paciencia
rechinaba en voz alta y se decía “No voy probar
ese helado, no voy a probar ese helado y no voy a
probarlo, porque me saca la lengua y es muy
malo”.
La insolencia del helado de tamarindo se repitió tantas
veces que el pequeño Naujma decidió quedarse con la
boca hecha agua, secar la habitación que ya estaba
medio ahogada y, guardar la referencia que del helado de
tamarindo tenía su hermana, quien le había dicho que ese
helado era el más gustoso. Y, como él estaba
muy molesto, se inclinó a tomar el helado de parchita
que aunque parecía tenía lechina se reía con él y era muy
sabroso.
Lo más curioso de eso era que el helado de tamarindo le
comentó al helado de parchita, sin que nadie supiera que lo
que él pretendía con el pequeño Naujma era poner a
prueba el don de dar alegría que le atribuían, así como el
tamaño de su tolerancia, y la capacidad que tenía para
convivir en paz y en armonía con los demás.
Después de esos incidentes y para
sorpresa de todos, el pequeño Naujma
empezó a entenderse con el helado de
tamarindo a quien le alegró la vida
expresándole que coincidía con la
apreciación de su hermana de que era
muy sabroso, aunque también le dijo que
el de parchita le parecía una delicia.
Para los dos hermanos tomar helados era más sabroso cuando lo
acompañaban con galletas, sobre todo si eran las cubiertas con
la lluvia de colores que de vez en cuando les hacía su mamá.
En esas ocasiones era frecuente que ellos se pelearan por las
galletas, y he ahí su mamá que cuando los oía les decía “Hijos los
hermanos no se pelean” y, la pregunta que nunca dejaba de
hacerles ¿Por qué no se preguntan que estará pensando Dios de
ustedes?
Como las peleas entre ambos hermanos, a causa de las galletas
fueron cada vez más reiteradas, ellos mismos se dieron cuenta y
acordaron repartirlas entre los niños que poco o casi nada tenían
que se la pasaban en la calle de la escuela. Lo mismo empezaron
a hacer con sus metras, los trompos de madera, los gurrufíos de
lata, y hasta los papagayos que volaban con el entusiasmo con el
que se los hizo su papá. Igual ocurrió con los colores de arco iris;
las muñecas de trapo y los cuadernos con fantasmas.
Quien veía la alegría que reflejaban la cara de los Naujma
cuando compartían terminaba pensando que eran niños
muy acaudalados, y era cierto pero no porque tuviesen
muchos bienes materiales. Porque, aunque ellos vivían
con ciertas comodidades también les faltaban muchas
cosas. Definitivamente el amor es lo que crece y
multiplica cuando se reparte decía su papá, y a eso hay
que dedicarse sin cansarse.
Lo que no les faltaba a los Naujma, eran los
avioncitos de papel, los carros de madera, las
mariposas de plástico, las noches de luna ni los
abrazos. Tampoco era que siempre estaban
alegres porque las peleas entre ellos no faltaban
cuando se disputaban el último turno para
bañarse o cuando alguno de los dos decía tener
la maestra más bonita y por quién de los dos
mandaba más en casa.
Ahora más que nunca los niños necesitan ser
felices, no ser los mejores decía su mamá.
Lo que decía su mamá era cierto. Los Naujma eran libres y felices.
Sus papás hacían todo para que no les faltara la comida balanceada
ni la escuela; mucho menos el coraje y la fuerza interior para luchar
por los sueños, no luchar por dormir aunque a veces hay que hacerlo
según su papá.
En cambio el pequeño decía que los sueños estaban dormidos y
había que despertarlos, la hermana en cambio dormía y dormía
porque a los sueños había que soñarlos. A veces no se sabía quien
de los dos tenía razón.
Para alimentar la generosidad y gratitud de esos pequeños, sus
papás siempre les hablaban no solo de Mamayé y la abuela
Carolina, sino también de su abuela Bricelia y sus amados tíos
y primos que tenían por parte de su papá y mamá.
Por eso, desde muy pequeños sabían que su papá venía de ser
el menor de cinco hijos que tuvo su abuela Carolina con el
abuelo Gerónimo. Los hijos que son sus tíos son: tío Mario, tío
Noel, tío Marcos, quien se fue a vivir a la casa de Dios para
ayudarlo, y tío Gerónimo. Su tío Mario casado con la tía Yuya,
eran los papás de sus primos Mario, Carolina, Paúl y Marta.
Como tío Mario y, la tía Yuya se separaron, él se casó con tía
Maira y llegó el primo Javier fruto de ese último matrimonio.
También sabían que el primo Mario se casó con Josefina y,
trajeron al mundo al primo Samuel y, la prima Carolina les trajo
a su prima Aitana.
Por su parte tío Noel, les llevó a Noel Enrique, Carolina,
Carmelia, y a los primos: Lorenz Carolina, Patricia y Fabrizio a
quienes tuvo con tía Solange. Tío Gerónimo les llevó a María
Claudina, y con tía Hortensia a Mariana y Gabriela. María
Claudina casada con Mikele trajo a Beatrice. En tanto tío
Marcos casado con tía Cristina trajeron a la lista de los primos
a Carmencita y Cristina del Valle quien casada con Jorge
trajeron a Mauricio Antonio y a Luciana del Valle.
Los pequeños Naujma por el lado de su mamá, tenían otro
montón de tíos, sobrinos y primos provenientes de la abuela
Bricelia y el abuelo Santos quienes eran los papás de su mamá
y a su vez, eran sus abuelos. Los hermanos de su mamá, que
eran sus tíos de mayor a menor eran: tío Jorge, tía Magali, tío
Cristóbal, quien se mudó al cielo, y tía Dalila, quien es la menor
con ocho años de diferencia respecto a la consentida mamá de
los Naujma. Tío Jorge les trajo a la prima Carolina y, después
con tía Maritza al primo Jorge Luis. Carolina casada con Dani,
les llevaron a los primos: Lucía, Andrés y Adriano. Jorge Luis
casado con Maira, sumaron a Jorge Alejandro y, a Luciano
Cristóbal. Tía Magali casada con tío Frank, les trajeron a los
primos Francisco Javier y Carlos Eduardo.
La tía Marleni casada con tío Juan, les trajo a los primos
Carlos Luis, quien también se mudó al cielo; Carlos José,
Juan Carlos y Carla María; Carlos José les sumó a Alesa y
Carla María a Carla Sofía. En tanto que, Tío Cristobal
casado con tía Sonia les dejó a Cristobal Vicente y a
Angela Valentina y antes de ellos trajo a Keny Leonardo. Y,
tía Dalila casada con Rufino, trajo a Daniel Alejandro.
Los Naujma creían tanto en lo que le decían sus padres, que la
generosidad y la solidaridad formaba parte de lo cotidiano. Por
eso siempre estaban alegres y alegraban, casi nunca se
enfermaban, no había quien no les regalara y en la escuela les
iba muy bien, sólo les faltaba aprender a dividir.
Hubo días en que la maestra del
pequeño Naujma de quien se
decía que era muy estricta a la
hora de enseñar porque no dejaba
pasar la mala caligrafía ni la falta
de ortografía, empezó a pintarle
en su cuaderno de tareas más
caritas felices.
A Máni su maestra la premió con una
medalla de caracoles amarillos,
porque sus cuadernos eran los más
lindos, de afuera hacia dentro y de dentro
hacia fuera, gracias a que los forraba con
estampitas de flores amarillas y estrellas
fosforescentes. Ella, siempre marcaba la
sangría con colores relucientes y los
subrayados los hacía con caminos de
rosa y verde; usaba correctamente las
mayúsculas y minúsculas; tenía una
letra muy bonita y una buena ortografía.
Lo que estaba aprendiendo era el buen
uso de los signos de puntuación.
Eventualmente la maestra de Máni le anotaba en su
cuaderno “Usa el punto y coma”. Como esa nota se la repitió
varias veces, su madre le recordaba casi a diario “Hija no
olvides usar el punto y coma”.
Máni, terminó confesándole a su mami que el punto y coma
le causaba antipatía, porque no entendía ¿Cómo un punto
podía ser al mismo tiempo una coma? También le
confesó que, aún cuando ella conocía los nombres de los
signos de puntuación, cuando leía no sabía ¿De qué tamaño
sería la pausa que tenía que hacer en la lectura cuando
aparecía el punto y coma?
Sin esperar a que su madre le respondiera, ella se prometió que
cuando estuviera leyendo y encontrara el punto y coma,
mediría la pausa contando hasta dos y que, en lo adelante iba a
tratar de ser feliz con ese punto.
Había quienes atribuían la felicidad del pequeño Naujma y la de
su hermana al hecho de que ellos compartían con los que no
tenían, amaban y respetaban a sus padres y a los mayores,
eran honestos, muy responsables, y atendían sus asuntos y
tareas con el esmero, la eficiencia, la dedicación y la
complacencia requerida, pues sin estos componentes
cualquier tarea que se emprenda nunca se termina.
Pero, llegó un momento en que aquellos papás estaban
preocupados por el pequeño Naujma, porque si bien él sabía
leer, no apreciaba la lectura. Según ellos eso lo hacía
desconocer el mundo que hay en ella, y la herencia
maravillosa que ésta deja a quien la practica. A diferencia
de Máni que, sin percatarse, leía todo lo que tuviera letras.
Como los padres de los Naujma venían observándolos, en
una tarde de tareas, la madre le comentó muy bajito al
padre, para que ellos no se enteraran “Máni lee más que
Naujma por eso su buena ortografía”.
Él padre le contestó “Es indudable que cuando se
escriben correctamente las palabras se pone en evidencia el
conocimiento del idioma”.
Pero, como el pequeño Naujma, le prestaba mucha atención a su
alcancía a la que cuidaba como un tesoro, sus padres imaginaban que
iba a ser un banquero.
El ánimo de Máni con respecto a las monedas era otro. Ella guardaba
sus monedas en su alcancía que tenía la forma del globo terrestre,
pero no la tocaba ni buscaba sino para guardar otras. En lo que
coincidía con su hermano era en que las guardaría hasta cuando
fuese grande.
El pequeño Naujma tenía una carita de niño muy
particular, había quienes pensaban que era
andino por su carita de tomate, cuando se ponía
un sombrero había quienes creían que era de los
llanos, cuando hablaba parecía un niño de la
ciudad y, cuando se molestaba había
quienes pensaban que era occidental pero,
como le gustaba el mar no podía ocultar que ahí
estaban sus raíces.
Llegó un día en el que en una de las cotidianas y largas
conversaciones que sostenían el pequeño Naujma y su papá, el
pequeño le contó que los niños que estaban en la calle de su
escuela, a quienes de vez en cuando él le llevaba algunas cosas, le
habían dicho que ellos no tenían mamá ni papá; que por eso siempre
estaban en la calle que era su casa. Naujma le dijo que, cuando él
oyó lo que le contaron aquellos niños, sintió que su corazón se había
arrugado.
Al oír aquello su papá quedó sin palabras, enmudeció un instante y
sintió una necesidad inmensa de abrazarlo, y lo abrazó. Después de
ese abrazo que pareció duró un siglo, lo besó en la frente y le expresó
“Dios te bendiga mi pequeño y gigante Naujma”
Pasaron dos o tres semanas, y era innegable que el pequeño
Naujma seguía impactado por lo que le contaron aquellos niños. Y
en una de esas tardes, luego de que volviera de la escuela, le dijo a
su mamá “Ma quiero pedirle permiso para romper mi alcancía”. Ella,
después de oírlo le preguntó sin respirar ¿Cómo? Y, en menos de un
segundo, media consternada le formuló otra pregunta ¿Qué quieres
romper tú alcancía, y no es ese tu tesoro?
El pequeño Naujma le contestó “Sí ma, he pensado sacar con tu
permiso y el de papá las monedas de oro, a ver si con ellas
ayudamos a los niños de la calle. Quiero que sepa ma, que las
monedas oficiales las voy a tratar de conservar, para nunca olvidar
nuestras raíces”.
El pequeño Naujma volvió a preguntarle a su mamá ¿Será que con mis
monedas de oro podemos comprarle a los niños que viven en la calle
que va a la escuela un papá y una mamá? Sin esperar a que ella le
contestara, le formuló otra pregunta ¿Ma cómo cuántos
papáspodemos comprar con siete monedas de oro?
La mamá le respondió “Hijo, los papáss no se compran con ninguna
moneda” Volvió a decirle “Los padres se compran con la fuerza del
corazón”.
Naujma replicó con otra pregunta ¿Ma, será que los niños y niñas de la
calle no tienen fuerza en el corazón? Contestó su madre “Hijo, no se
trata de eso, claro que sí pero, seguramente sus papás se encuentran
extraviados o perdieron la memoria”.
Preguntó de nuevo Naujma ¿Entonces ma, qué podemos hacer
para ayudarlos? Ella le respondió “Lo que podríamos hacer es
encontrar a sus papás que no sabemos dónde están”. Después de
ese diálogo entre preguntas y respuestas, el pequeño Naujma
dijo “Entiendo ma pero insisto, déme su permiso para romper la
alcancía a ver si esas monedas de oro sirven para encontrar a
los papás de esos pequeñitos y pequeños medianos y pequeños
grandes niños de la calle; porque estoy seguro ma, que la calle
no quiere más hijos”.
Su madre conmovida por lo que le decía su niño le contesta “Hijo,
me gustaría apoyarte pero, conversa también con tu papá a ver
que te dice”. El pequeño Naujma buscó inmediatamente a su
padre y le habló.
El padre oyó a su hijo con una atención pocas veces vista.
Parecía que los ojos se le iban a salir de la cara. Después,
los ojos se pusieron como un lago, su corazón a punto de
estallar y, si esto hubiese ocurrido seguramente le habría
hecho trizas la camisa.
Como el padre sabía lo que pensaba la madre, le concedió
el permiso al pequeño para que abriera su alcancía a ver
que lograba.
El compromiso asumido por el pequeño Naujma era evidentemente
muy grande y serio. Para lograrlo sacó dos monedas de oro y
compró dieciséis hojas de papel blanco, cinco marcadores de color
rojo, ocho amarillos y siete verdes. Después escribió en aquellas
hojas “Si se le perdió su hijo, búsquelo en la calle que va a mi
escuela y si no sabe dónde es búsqueme a mí. Soy Naujma”. De
inmediato las repartió entre sus mejores amigos para que las
colocaran cerca de sus casas.
Llegado el momento en el que el padre quedó a solas con su mujer,
le dijo al oído “Amor, se rompió la visión que tenías de que Naujma
iba a ser un banquero”. Ella le contestó “Es cierto, parece que no,
pero lo que se ha propuesto ahora me hace más feliz”. Después,
ambos padres se abrazaron amorosamente.
A pesar de aquellos avisos y de que los amigos del pequeño Naujma se
volvieron multiplicadores de lo que él estaba haciendo, no aparecían
ningunos papás. En tanto él, seguía diciendo que el más importante
de sus sueños era no encontrar en el camino que va a su escuela
ningún niño o niña de la calle.
Mientras eso ocurría, en cada tarde después de hacer las tareas, el
pequeño Naujma y su hermana con el permiso de sus papás se
dedicaban a juntar ropitas suyas, buscar las galletas que guardaban, y
con natural desprendimiento vaciaban su neverita y, lo colocaban en
una bolsa grande, y esperaban a que sus papás los llevaran a la calle
a buscar a aquellos niños pequeños, medianos y grandes que no
tenían papás, y se las entregaban.
Los niños de aquella calle al recibir los presentes, abrazaban a los
Naujma, se quedaban sin palabras y solo decían “Gracias”
En esos ratos el pequeño Naujma conversaba con ellos, mientras
la pequeña Máni aprovechaba para correr y atrapar a las
mariposas, que volaban sobre las cayenas que se asomaban en los
jardines de las casas vecinas de aquel lugar.
Según Máni aquellas mariposas eran los espíritus de los papás y
las mamás que Naujma buscaba.
Después de esos encuentros, el pequeño Naujma y su hermana
regresaban a su casa extasiados. La alegría les colgaba de sus
ojos y bocas, se les metía dentro de todo el cuerpo, tanto que a
la alegría se le podía fotografiar.
En los días que siguieron, el pequeño Naujma le manifestó a sus
papás y a su hermana que “La misión de ratón Pérez es traer
monedas de oro no solo a quien le guarde sus dientes de leche
sino también a quien retorne la esperanza y la alegría a los niños
y niñas que la perdieron sin saber ¿Ni dónde? ¿Ni cuándo?”
Después de oír aquello Máni terminó pensando que, Dios
y ratón Pérez habían hablado personalmente con su hermano.
Y le dijo a su mamá “Cuando se da alegría se reciben
bendiciones y, cuando se reciben bendiciones uno se vuelve
grande”
Pasaron dos o tres minutos y la niña le dice a su mamá “Que
bueno sería que nos volviéramos grandes para encontrarles los
papás a los niños de la calle”.
Aunque su mamá no contestó sus preguntas, Máni siguió
diciéndole “Un niño o una niña de la calle no es invisible, su
tristeza tampoco lo es, porque su alegría es inventada”.
Máni le confesó a su mamá que lo que ella le había contado se
lo dijeron los niños a su hermano, en aquellas conversaciones
que nadie sabía de que hablaban.
A lo que su mamá le contesta “Por eso es que Naujma anda
buscando los papás de esos niños y, mientras no aparezcan
debemos hacer lo posible para ayudarlos”.
Para el pequeño Naujma no ha sido fácil buscarles papás a los
niños que viven, duermen y sueñan en la calle; sin
embargo, su disposición humana por encontrarlos persiste.
Máni, viendo la aptitud de su hermano para ayudar a
aquellos niños, al igual que lo hicieron sus papás, se
propuso apoyarlo de verdad verdad, y le dice “Saqué
dos monedas de oro de mi alcancía, compré una caja
de colores y muchas hojas de papel para pintarle a
los niños de la calle un papá y una mamá. Pinté
muchos, no sé cuántos”.
Al terminar de hablar le preguntó ¿Será que a los niños de
la calle les gustarán mis dibujos? Sin que su hermano
tuviera tiempo de contestarle, volvió a preguntarle ¿Podré
ir contigo a llevarle mis dibujos a los niños de la calle?
Su hermano le contestó “Tus dibujos son preciosos hermana,
creo que los niños quedaran fascinados, y claro que puedes ir
conmigo”.
Luego que el pequeño Naujma contemplara por última vez los
dibujos que pintó su hermana, se los recostó del pecho, les dio
un beso como en señal de despedida, y conmovido exclamó a
viva voz “Máni tú eres una genio, me siento feliz de que sea mi
hermana”.
En menos de un segundo el pequeño Naujma le dice a su
hermana “Vamos, vamos a llevar esos dibujos, llama a papá y a
mamá”.
Máni les dijo a sus papás “Mi hermano está feliz”. Para
confirmarlo se volvió hacia donde estaba su hermano y
le preguntó ¿Verdad que estás feliz? Él le contestó “Sí
hermana estoy feliz, tus dibujos me hacen sentir tan
especial que no se explicarlo”
Enseguida se fueron a la calle que va a la escuela a llevarles
a los niños aquellos dibujos.
Cuando el pequeño Naujma y su hermana llegaron a aquella
calle, todos los niños se reunieron alrededor de ellos, como
si los hubiesen invitado a una fiesta. Naujma empezó a
entregarle a cada quien el dibujo que le había hecho su
hermana.
De pronto, de los dibujos salían luces brillantes. Todo
empezó a temblar, sin embargo no se sentía miedo. En un
cerrar de ojos quienes estaban allí tuvieron una
espectacular visión de hombres y mujeres, de todos los
colores y tamaños. Los niños estaban con la boca abierta
tratando de pronunciar palabras, pero no podían hacerlo. Se
les veía emocionados, deslumbrados, fascinados. De pronto,
los niños aturdidos por la emoción gritaban: “Papá, mamá” y
viceversa.
En poco tiempo, el pequeño Naujma encontró con los dibujos de su hermana
muchos papás para los niños, que antes eran hijos de la calle, pero aún
faltan porque, en las calle de los pueblos siguen habiendo niños y niñas sin
papá y sin mamá.
Como por arte de magia los dibujos cobraron vida. Los papás de aquellos
niños aparecían en cuerpo y alma en burbujas relucientes. Como caídos del
cielo se abrazaban y besaban como si era la primera vez que lo hacían.
Estaba claro, los dibujos de Máni habían hecho milagros.
Decían los vecinos que ellos nunca desistieron de ayudar a quienes
poco o nada tenían, como tampoco de aprender a dividir, ni de
disfrutar el mundo maravilloso de la lectura, en el cual
incursionaron con una constancia parecida a la de ratón Pérez,
quien no se ha cansado tampoco de recompensar a cuanto niño le
guarda sus dientes de leche y a quien retorne la esperanza y la
alegría a los niños y niñas que la perdieron sin saber ni dónde ni
cuándo.
También se cuenta que en uno de esos días en que nadie se imagina
qué ocurrirá estando el pequeño Naujma en su escuela, en pleno
recreo estableció de manera improvisada una conversación con
aquella maestra que era muy estricta, y le contó lo de los dibujos que
hacían milagros.
La maestra impresionada con lo que había oído de regreso al aula
de clases tuvo la necesidad de contribuir para hacer posible el
sueño maravilloso de ese niño que era el mismo sueño suyo y de
tantos pero, como no sabía la manera de hacerlo, se le ocurrió
escribir en una cartulina dorada, que colocó en la cartelera de la
escuela lo siguiente:
“Si no te cepillas bien los dientes, se te caerán al piso y no tendrás
nada que cambiarle a Pérez; pero si eres capaz de enojar a la calle
sustrayéndole a los niños y niñas, pequeñas y grandes que en ella se
encuentran, y se los llevas a sus papás, todo lo que deseas te será
concedido; además caerá sobre ti una lluvia de bendiciones y Dios
se mudará a vuestra casa”. Firmó como la maestra y Naujma,sin
que este se lo pidiera.
El cartel que hizo la maestra, causó revuelo en la escuela,
tanto que a la escuela la mudaron a la calle, a donde Máni
llega todas las mañanas a pintar muchos papás y mamás. Con
ella también llega el pequeño Naujma, cuyo rostro no puede
ocultar la felicidad que lo embarga.
En uno de esos días, el pequeño Naujma se puso al lado de su
hermana, tomó sus colores y, escribió en letras plateadas en
una cartulina azul: “Y, nunca olvides compartir tus helados o
galletas y sobre todo nunca olvides dar abrazos porque,
repartir y compartir amor no cuesta nada”. Después pegó ese
cartel al lado del que había hecho su maestra. De esa forma
los carteles como si fueran una familia, se complementaron.
Y, aunque estaban escritos en cartulinas de diferente color y
letra, parecían uno solo.
Después de muchos años, es increíble que los carteles que
hicieron el pequeño Naujma y su maestra, permanecen
intactos. Aunque nadie sabe cuántos años han pasado la
escuela sigue en la calle formando hombres y mujeres de luces,
encontrando papás y mamás para los niños pequeños, medianos
y grandes que no los tienen, y dando helados, galletas, panes y
abrazos a quien lo requiere.
La gente hoy se pregunta ¿Dónde están los Naujma? Hay
quienes dicen que están en la mirada feliz de los niños de toda
la tierra; en las manos generosas, en cada gesto fraternal y
solidario y, donde el hombre pone a flote su capacidad
maravillosa de dar y sembrar alegría sin esperar nada a cambio.
Hay otros que dicen que para saber exactamente dónde
podrían estar los Naujma hay que respirar profundo y
espirar. Espirar y respirar. Después, cerrar los ojos y
mantenerlos así por lo menos tres minutos, y cuando todo
se sienta placidamente, y en paz, se piensa en ellos y
aparecen en la isla del Caribe venezolano cuyo nombre es
una flor, ese lugar maravilloso donde la solidaridad los tomó
de la mano y los hizo libres.
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  • 1.
  • 2.
  • 3. Gracias hijo Gracias hija Por su existencia mágica y sanadora Por reconfortan mi alma Por esa mirada de niños que se quedó conmigo para siempre Por esas sonrisas que detuvieron el tiempo Por alumbrarme la tierra y purificarla con su luz Por enseñarme a disfrutar de las pequeñas victorias Y a perseverar ante los grandes desafíos Por eso crean con el corazón En su capacidad de lograr todo lo que se propongan Los ama, Mamá El pequeño Naujma y los dibujos que hacen milagros
  • 4. En el hermoso valle de Paraguachí, está la casa blanca donde vivían los hermanos Naujma: Un niño y una niña con inigualables atributos que hacían que aquella casa que heredaron de su abuela fuera más que una casa, un templo.
  • 5. Paraguachí, es un pueblo que vive en el corazón de los Naujma, se ubica en una esplendorosa isla del mar Caribe venezolano con el nombre de una flor. Es Margarita, a donde siempre llegan navegantes y turistas deseosos de contemplar paisajes y playas espectaculares.
  • 6. Se dice que Paraguachí fue lo primero que oyeron los españoles cuando llegaron a la costa de aquel pueblo donde los nativos que los vieron se asustaron tanto que, empezaron a correr gritando: “Paraguachí, Paraguachí, Paraguachí". Tan duro gritaron que el mundo entero supo de Paraguachí.
  • 7. Otros dicen que Paraguachí o simplemente “Guachí”, era el nombre de un cacique aborígen establecido en la isla de Margarita donde dejó su nombre para siempre. Algo habrá de cierto en esto último, porque a este pueblo, en casi quinientos años se le ha cambiado el nombre dos veces: la primera, por el de San José, y la segunda, por el de La Plaza pero ninguno de los dos se ha mantenido como el de Paraguachí.
  • 8. Paraguachí fue y es uno de los valles más fértiles y productivos de la isla de Margarita. Es la tierra del tomate y ají margariteño y cantidad de muchachos como mangos en los patios. De la abuela Carola y también de Mamayé. Del papá, los tíos y muchos primos de los Naujma. Es tierra de fe, y de San José también es tierra.
  • 9. Ese es el pueblo que vive en el corazón de los Naujma. Donde el murmullo del manantial de agua dulce que llega a buena parte de las casas, atraviesa el tiempo y las cosas; donde el canto de los pájaros vuelve la vida más apacible, la soledad pesa menos y el olor incomparable del mar impregna todo lo que allí existe. En Paraguachí, el sol se mete con tantas ganas en las entrañas de la gente que viven con la idea de que la piel se les va a poner amarilla; ellos no saben que ese sol intenso es lo que aumenta su calidez humana como les pasa a los Naujma.
  • 10. Había quienes decían que los Naujma tenían una capacidad de dar alegría como si fueran árboles; otra gente comentaba que ese poder maravilloso se los sembró el espíritu de su bisabuela paterna quien vivió hace una centena de años en la vieja casa blanca que ellos habitaban. Mamayé como llamaban a aquella bisabuela, fue una mujer a quien todos recuerdan muy estricta pero con una disposición extraordinaria para servir y compartir con los demás, sobretodo con quienes menos tenían. Cualidades y virtudes que trasmitió de manera íntegra a Carolina, la abuela paterna de esos pequeñitos, y a las hermanas de ella, sus tías Rosa y Josefina, quienes a su vez también las transmitieron a sus hijos junto a la fe que tenían a Gregorio de la Rivera, el alma de las cosas perdidas.
  • 11. El poder de dar alegría de los Naujma no fue que lo heredaron. Tampoco era atribuible a ningún espíritu. Dar alegría es un don y ellos lo tenían. Su alegría era sencilla, directa y evidente. Lo traspasaba todo, sorprendía, atrapaba, la expresaban saltando, corriendo, la compartían. Siempre estabá con ellos como un secreto abierto como su abuela Bricelia, la madre de su mamá, quien estaba presente de cualquier manera.
  • 12. El pequeño Naujma, apareció en la barriga de su mamá como una bendición. Él vino al mundo en el último año del siglo XX, en el vigésimo día del noveno mes. Desde ese momento la alegría del amor se mudó a los corazones de sus padres. Su papá, tiene una estatura de gigante. Pintarlo completo no se puede. Es blanco con tantas pecas que no le caben en el cuerpo; sus manos y pies armonizan de manera natural con su tamaño. Lo mismo pasa con su nariz perfilada, la excepción eran sus labios, que no podían con su risa.
  • 13. Aquellos papás trabajaban para asegurarles a sus pequeños lo esencial de la vida; se casaron después de haber estudiado y labrado sus profesiones que aunque distintas, coincidían en que disfrutaban servir a la gente sin esperar nada a cambio. La madre en cambio, era una mujer bajita de manos y pies pequeños como su boca, de labios medianamente carnosos con una nariz menos perfilada que la del padre y una cabellera ondeada y despeinada que ella disfrutaba sin que nadie la pudiere hacer ruborizar.
  • 14. Fue ese doctor blanco como un ángel y sabio como Dios, quien después de tomarle una foto, se percató que su mamá dejó de producir el agua donde viven los bebés cuando están adentro de la barriga. Eso hizo que el pequeño Naujma en vez de un niño parecía un pajarito por el tamaño y lo que pesó. Pero, todo salió bien. Eso sí, fue un gran susto. Al pequeño Naujma lo sacaron de la barriga de su mamá en un día en que no lo esperaba ni siquiera el doctor Jorge, quien era el especialista de embarazos que existía en aquel valle y todos los pueblos vecinos.
  • 15. Para el momento en que nació ese pequeñito era apresurado responder ¿A quién se parecía? Pensar que esa era una pregunta que acostumbraba a hacer la mayoría de la gente cuando estaba frente a un bebé. Sin embargo, en los meses que siguieron, todo indicaba que ese pequeño tendría no solo la corpulencia de su papá sino también todos sus genes. Para creerlo había que verlos juntos y convivir con ellos. Pasados algunos meses, cinco o seis, al pequeño Naujma le empezaron a salir sus dientes de leche; comenzó a morder todo lo que alcanzaban sus manos y boca como ocurría con los cabellos, zarcillos y los anillos de su mamá y, las orejas de su papá.
  • 16. En un abrir y cerrar de ojos transcurrió el tiempo. En uno de esos días el pequeño Naujma llevó un susto que lo puso a temblar. Uno de sus dientes casi se le cae. Aterrado y con un grito escalofriante llamó su mamá, quien obvió lo que hacía y, despavorida corrió a ver que le ocurría. Él, con la boca abierta intentaba decirle pero ella no lograba comprenderlo. De inmediato él le tomó una de sus manos y le llevó el pulgar junto con el índice a donde estaba el dientecito a punto de volar. Ella no hizo otra cosa que llenarse de emoción y lo abrazó. Su mamá también lo emocionó a él diciéndole que estaba creciendo pues, estaba cambiando de dientes y le pidió que no se asustara. Para animarlo le habló de ratón Pérez cosa que logró. Los otros dientes, continuaron cayéndosele uno a uno y Pérez se puso muy feliz. También Naujma, porque ya tenía monedas de todos los tamaños.
  • 17. Aquella mamá enternecida, le hizo una alcancía para que guardara las monedas de oro que ratón Pérez le dejaba debajo de su almohada por cada diente que mudaba. Su mamá también empezó a guardarle las monedas que se usaban en el país como medio de cambio, para que cuando fuese adulto tuviera referencias visibles de las monedas que circulaban en su niñez; porque para el momento en que él nació, las monedas se encontraban con dificultad y carecían prácticamente de valor económico.
  • 18. Entre otras monedas, el pequeño Naujma logró reunir siete bolívares de oro. El bolívar, era el nombre de la moneda que representaba a su país ante el mundo. Se le llama así, en honor al hombre más ejemplar que han tenido los pueblos americanos; un héroe que en vez de tener dos o tres nombres como la mayoría de los ciudadanos tenía cinco y tres apellidos. Ese héroe es el Libertador de América, don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar de la Concepción y Ponte Palacios y Blanco, quien dio todo por lograr que Venezuela fuese un país libre. Lástima que los vándalos que han gobernado el país desde que los Naujma nacieron hayan traicionado su memoria.
  • 19. Terminado el siglo XX llegó el XXI, y con éste volvió el vigésimo día del noveno mes, cuando vino como del cielo la pequeña Naujma, a quien sus papás identificaron con el nombre de Máni. Fue desde este momento cuando empezaron a identificar a estos hermanos como los pequeños Naujma. Máni, era una niña tan cariñosa como la palabra y más. Ella, al igual que su hermano llegó sin avisar y también trajo a sus papás un panal de alegría. Después de su nacimiento, en aquel hogar ya nada fue en singular. La historia de esos hermanos se unió felizmente para siempre. Yo Soy ManI
  • 20. Con Máni, se repitió en aquella casa la historia de ratón Pérez, que también le trajo muchas monedas por los dientes de leche que mudaba. Su mamá se las guardaba en una alcancía, junto con las monedas corrientes que cada día se encontraban con mayor dificultad. Lo hacía con el mismo propósito con el que se las guardaba a su hermano. Pero con ella, pasaba algo muy particular: Máni era más feliz con una caja de colores, pintaba como pocas niñas a su edad lo hacen. Quien veía sus dibujos terminaba pensando que esta pequeñita tenía el don de comunicarse con los colores, porque cada dibujo que pintaba era una obra de arte.
  • 21. Máni tenía un rostro natural bien elaborado, una piel matizada con la luz de la canela, una boca pequeña con labios carnosos y una nariz tan bien acabada que parece fue colocada por el mejor de los artistas. En ella se juntaron caracteres de su mamá y de su papá pero, más de su papá.
  • 22. Los papás de los Naujma, disfrutando ser papás elaboraban para sus pequeños golosinas y helados de muchos sabores, y justo en la habitación que compartían los hermanitos les colocaron una neverita de color marrón y jazmín para que los tuvieran cerquita. Los helados tenían manos que parecían alas y unos pies de payasos tan alargados que les servían para volar y saltar hasta las bocas de quien quisiera tomarlos. Con los helados ocurría algo muy gracioso, porque cuando el pequeño Naujma y su hermana querían tomarlos abrían aquella neverita, y aparecían los helados de muchos sabores haciéndoles muecas de mil formas para que los sacaran de aquella neverita congelada.
  • 23. Al pequeño Naujma le pasaba algo muy particular con el helado de tamarindo. Cada vez que quería, el helado en vez de hacer una algazara porque iba a ser degustado, le sacaba la lengua y le decía: “Soy un helado ácido” Y, le volvía a decir: “Soy muy ácido, soy muy ácido”. Todo indicaba que el helado de tamarindo, a sabiendas que de la boca de este pequeño salían litros y litros de agua que no podía parar, no quería nada con él pero, Naujma lejos de que lo creía muy ácido y terriblemente hostil prefirió esperar a que el helado le pasara su mal humor para luego probarlo.
  • 24. Como la burla de aquel helado era muy persistente, el pequeño Naujma se preguntaba bajito como para que nadie lo oyese ¿Será o no sabroso el helado de tamarindo? El mismo se respondía “Si quiero saber si ese helado odioso de tamarindo es sabroso tengo que probarlo”, y como quien pierde la paciencia rechinaba en voz alta y se decía “No voy probar ese helado, no voy a probar ese helado y no voy a probarlo, porque me saca la lengua y es muy malo”.
  • 25. La insolencia del helado de tamarindo se repitió tantas veces que el pequeño Naujma decidió quedarse con la boca hecha agua, secar la habitación que ya estaba medio ahogada y, guardar la referencia que del helado de tamarindo tenía su hermana, quien le había dicho que ese helado era el más gustoso. Y, como él estaba muy molesto, se inclinó a tomar el helado de parchita que aunque parecía tenía lechina se reía con él y era muy sabroso.
  • 26. Lo más curioso de eso era que el helado de tamarindo le comentó al helado de parchita, sin que nadie supiera que lo que él pretendía con el pequeño Naujma era poner a prueba el don de dar alegría que le atribuían, así como el tamaño de su tolerancia, y la capacidad que tenía para convivir en paz y en armonía con los demás. Después de esos incidentes y para sorpresa de todos, el pequeño Naujma empezó a entenderse con el helado de tamarindo a quien le alegró la vida expresándole que coincidía con la apreciación de su hermana de que era muy sabroso, aunque también le dijo que el de parchita le parecía una delicia.
  • 27. Para los dos hermanos tomar helados era más sabroso cuando lo acompañaban con galletas, sobre todo si eran las cubiertas con la lluvia de colores que de vez en cuando les hacía su mamá. En esas ocasiones era frecuente que ellos se pelearan por las galletas, y he ahí su mamá que cuando los oía les decía “Hijos los hermanos no se pelean” y, la pregunta que nunca dejaba de hacerles ¿Por qué no se preguntan que estará pensando Dios de ustedes?
  • 28. Como las peleas entre ambos hermanos, a causa de las galletas fueron cada vez más reiteradas, ellos mismos se dieron cuenta y acordaron repartirlas entre los niños que poco o casi nada tenían que se la pasaban en la calle de la escuela. Lo mismo empezaron a hacer con sus metras, los trompos de madera, los gurrufíos de lata, y hasta los papagayos que volaban con el entusiasmo con el que se los hizo su papá. Igual ocurrió con los colores de arco iris; las muñecas de trapo y los cuadernos con fantasmas.
  • 29. Quien veía la alegría que reflejaban la cara de los Naujma cuando compartían terminaba pensando que eran niños muy acaudalados, y era cierto pero no porque tuviesen muchos bienes materiales. Porque, aunque ellos vivían con ciertas comodidades también les faltaban muchas cosas. Definitivamente el amor es lo que crece y multiplica cuando se reparte decía su papá, y a eso hay que dedicarse sin cansarse.
  • 30. Lo que no les faltaba a los Naujma, eran los avioncitos de papel, los carros de madera, las mariposas de plástico, las noches de luna ni los abrazos. Tampoco era que siempre estaban alegres porque las peleas entre ellos no faltaban cuando se disputaban el último turno para bañarse o cuando alguno de los dos decía tener la maestra más bonita y por quién de los dos mandaba más en casa. Ahora más que nunca los niños necesitan ser felices, no ser los mejores decía su mamá.
  • 31. Lo que decía su mamá era cierto. Los Naujma eran libres y felices. Sus papás hacían todo para que no les faltara la comida balanceada ni la escuela; mucho menos el coraje y la fuerza interior para luchar por los sueños, no luchar por dormir aunque a veces hay que hacerlo según su papá. En cambio el pequeño decía que los sueños estaban dormidos y había que despertarlos, la hermana en cambio dormía y dormía porque a los sueños había que soñarlos. A veces no se sabía quien de los dos tenía razón.
  • 32. Para alimentar la generosidad y gratitud de esos pequeños, sus papás siempre les hablaban no solo de Mamayé y la abuela Carolina, sino también de su abuela Bricelia y sus amados tíos y primos que tenían por parte de su papá y mamá. Por eso, desde muy pequeños sabían que su papá venía de ser el menor de cinco hijos que tuvo su abuela Carolina con el abuelo Gerónimo. Los hijos que son sus tíos son: tío Mario, tío Noel, tío Marcos, quien se fue a vivir a la casa de Dios para ayudarlo, y tío Gerónimo. Su tío Mario casado con la tía Yuya, eran los papás de sus primos Mario, Carolina, Paúl y Marta. Como tío Mario y, la tía Yuya se separaron, él se casó con tía Maira y llegó el primo Javier fruto de ese último matrimonio. También sabían que el primo Mario se casó con Josefina y, trajeron al mundo al primo Samuel y, la prima Carolina les trajo a su prima Aitana.
  • 33. Por su parte tío Noel, les llevó a Noel Enrique, Carolina, Carmelia, y a los primos: Lorenz Carolina, Patricia y Fabrizio a quienes tuvo con tía Solange. Tío Gerónimo les llevó a María Claudina, y con tía Hortensia a Mariana y Gabriela. María Claudina casada con Mikele trajo a Beatrice. En tanto tío Marcos casado con tía Cristina trajeron a la lista de los primos a Carmencita y Cristina del Valle quien casada con Jorge trajeron a Mauricio Antonio y a Luciana del Valle.
  • 34. Los pequeños Naujma por el lado de su mamá, tenían otro montón de tíos, sobrinos y primos provenientes de la abuela Bricelia y el abuelo Santos quienes eran los papás de su mamá y a su vez, eran sus abuelos. Los hermanos de su mamá, que eran sus tíos de mayor a menor eran: tío Jorge, tía Magali, tío Cristóbal, quien se mudó al cielo, y tía Dalila, quien es la menor con ocho años de diferencia respecto a la consentida mamá de los Naujma. Tío Jorge les trajo a la prima Carolina y, después con tía Maritza al primo Jorge Luis. Carolina casada con Dani, les llevaron a los primos: Lucía, Andrés y Adriano. Jorge Luis casado con Maira, sumaron a Jorge Alejandro y, a Luciano Cristóbal. Tía Magali casada con tío Frank, les trajeron a los primos Francisco Javier y Carlos Eduardo.
  • 35. La tía Marleni casada con tío Juan, les trajo a los primos Carlos Luis, quien también se mudó al cielo; Carlos José, Juan Carlos y Carla María; Carlos José les sumó a Alesa y Carla María a Carla Sofía. En tanto que, Tío Cristobal casado con tía Sonia les dejó a Cristobal Vicente y a Angela Valentina y antes de ellos trajo a Keny Leonardo. Y, tía Dalila casada con Rufino, trajo a Daniel Alejandro.
  • 36. Los Naujma creían tanto en lo que le decían sus padres, que la generosidad y la solidaridad formaba parte de lo cotidiano. Por eso siempre estaban alegres y alegraban, casi nunca se enfermaban, no había quien no les regalara y en la escuela les iba muy bien, sólo les faltaba aprender a dividir. Hubo días en que la maestra del pequeño Naujma de quien se decía que era muy estricta a la hora de enseñar porque no dejaba pasar la mala caligrafía ni la falta de ortografía, empezó a pintarle en su cuaderno de tareas más caritas felices.
  • 37. A Máni su maestra la premió con una medalla de caracoles amarillos, porque sus cuadernos eran los más lindos, de afuera hacia dentro y de dentro hacia fuera, gracias a que los forraba con estampitas de flores amarillas y estrellas fosforescentes. Ella, siempre marcaba la sangría con colores relucientes y los subrayados los hacía con caminos de rosa y verde; usaba correctamente las mayúsculas y minúsculas; tenía una letra muy bonita y una buena ortografía. Lo que estaba aprendiendo era el buen uso de los signos de puntuación.
  • 38. Eventualmente la maestra de Máni le anotaba en su cuaderno “Usa el punto y coma”. Como esa nota se la repitió varias veces, su madre le recordaba casi a diario “Hija no olvides usar el punto y coma”. Máni, terminó confesándole a su mami que el punto y coma le causaba antipatía, porque no entendía ¿Cómo un punto podía ser al mismo tiempo una coma? También le confesó que, aún cuando ella conocía los nombres de los signos de puntuación, cuando leía no sabía ¿De qué tamaño sería la pausa que tenía que hacer en la lectura cuando aparecía el punto y coma?
  • 39. Sin esperar a que su madre le respondiera, ella se prometió que cuando estuviera leyendo y encontrara el punto y coma, mediría la pausa contando hasta dos y que, en lo adelante iba a tratar de ser feliz con ese punto. Había quienes atribuían la felicidad del pequeño Naujma y la de su hermana al hecho de que ellos compartían con los que no tenían, amaban y respetaban a sus padres y a los mayores, eran honestos, muy responsables, y atendían sus asuntos y tareas con el esmero, la eficiencia, la dedicación y la complacencia requerida, pues sin estos componentes cualquier tarea que se emprenda nunca se termina.
  • 40. Pero, llegó un momento en que aquellos papás estaban preocupados por el pequeño Naujma, porque si bien él sabía leer, no apreciaba la lectura. Según ellos eso lo hacía desconocer el mundo que hay en ella, y la herencia maravillosa que ésta deja a quien la practica. A diferencia de Máni que, sin percatarse, leía todo lo que tuviera letras. Como los padres de los Naujma venían observándolos, en una tarde de tareas, la madre le comentó muy bajito al padre, para que ellos no se enteraran “Máni lee más que Naujma por eso su buena ortografía”.
  • 41. Él padre le contestó “Es indudable que cuando se escriben correctamente las palabras se pone en evidencia el conocimiento del idioma”. Pero, como el pequeño Naujma, le prestaba mucha atención a su alcancía a la que cuidaba como un tesoro, sus padres imaginaban que iba a ser un banquero. El ánimo de Máni con respecto a las monedas era otro. Ella guardaba sus monedas en su alcancía que tenía la forma del globo terrestre, pero no la tocaba ni buscaba sino para guardar otras. En lo que coincidía con su hermano era en que las guardaría hasta cuando fuese grande.
  • 42. El pequeño Naujma tenía una carita de niño muy particular, había quienes pensaban que era andino por su carita de tomate, cuando se ponía un sombrero había quienes creían que era de los llanos, cuando hablaba parecía un niño de la ciudad y, cuando se molestaba había quienes pensaban que era occidental pero, como le gustaba el mar no podía ocultar que ahí estaban sus raíces.
  • 43. Llegó un día en el que en una de las cotidianas y largas conversaciones que sostenían el pequeño Naujma y su papá, el pequeño le contó que los niños que estaban en la calle de su escuela, a quienes de vez en cuando él le llevaba algunas cosas, le habían dicho que ellos no tenían mamá ni papá; que por eso siempre estaban en la calle que era su casa. Naujma le dijo que, cuando él oyó lo que le contaron aquellos niños, sintió que su corazón se había arrugado. Al oír aquello su papá quedó sin palabras, enmudeció un instante y sintió una necesidad inmensa de abrazarlo, y lo abrazó. Después de ese abrazo que pareció duró un siglo, lo besó en la frente y le expresó “Dios te bendiga mi pequeño y gigante Naujma”
  • 44. Pasaron dos o tres semanas, y era innegable que el pequeño Naujma seguía impactado por lo que le contaron aquellos niños. Y en una de esas tardes, luego de que volviera de la escuela, le dijo a su mamá “Ma quiero pedirle permiso para romper mi alcancía”. Ella, después de oírlo le preguntó sin respirar ¿Cómo? Y, en menos de un segundo, media consternada le formuló otra pregunta ¿Qué quieres romper tú alcancía, y no es ese tu tesoro? El pequeño Naujma le contestó “Sí ma, he pensado sacar con tu permiso y el de papá las monedas de oro, a ver si con ellas ayudamos a los niños de la calle. Quiero que sepa ma, que las monedas oficiales las voy a tratar de conservar, para nunca olvidar nuestras raíces”.
  • 45. El pequeño Naujma volvió a preguntarle a su mamá ¿Será que con mis monedas de oro podemos comprarle a los niños que viven en la calle que va a la escuela un papá y una mamá? Sin esperar a que ella le contestara, le formuló otra pregunta ¿Ma cómo cuántos papáspodemos comprar con siete monedas de oro? La mamá le respondió “Hijo, los papáss no se compran con ninguna moneda” Volvió a decirle “Los padres se compran con la fuerza del corazón”. Naujma replicó con otra pregunta ¿Ma, será que los niños y niñas de la calle no tienen fuerza en el corazón? Contestó su madre “Hijo, no se trata de eso, claro que sí pero, seguramente sus papás se encuentran extraviados o perdieron la memoria”.
  • 46. Preguntó de nuevo Naujma ¿Entonces ma, qué podemos hacer para ayudarlos? Ella le respondió “Lo que podríamos hacer es encontrar a sus papás que no sabemos dónde están”. Después de ese diálogo entre preguntas y respuestas, el pequeño Naujma dijo “Entiendo ma pero insisto, déme su permiso para romper la alcancía a ver si esas monedas de oro sirven para encontrar a los papás de esos pequeñitos y pequeños medianos y pequeños grandes niños de la calle; porque estoy seguro ma, que la calle no quiere más hijos”. Su madre conmovida por lo que le decía su niño le contesta “Hijo, me gustaría apoyarte pero, conversa también con tu papá a ver que te dice”. El pequeño Naujma buscó inmediatamente a su padre y le habló.
  • 47. El padre oyó a su hijo con una atención pocas veces vista. Parecía que los ojos se le iban a salir de la cara. Después, los ojos se pusieron como un lago, su corazón a punto de estallar y, si esto hubiese ocurrido seguramente le habría hecho trizas la camisa. Como el padre sabía lo que pensaba la madre, le concedió el permiso al pequeño para que abriera su alcancía a ver que lograba.
  • 48. El compromiso asumido por el pequeño Naujma era evidentemente muy grande y serio. Para lograrlo sacó dos monedas de oro y compró dieciséis hojas de papel blanco, cinco marcadores de color rojo, ocho amarillos y siete verdes. Después escribió en aquellas hojas “Si se le perdió su hijo, búsquelo en la calle que va a mi escuela y si no sabe dónde es búsqueme a mí. Soy Naujma”. De inmediato las repartió entre sus mejores amigos para que las colocaran cerca de sus casas. Llegado el momento en el que el padre quedó a solas con su mujer, le dijo al oído “Amor, se rompió la visión que tenías de que Naujma iba a ser un banquero”. Ella le contestó “Es cierto, parece que no, pero lo que se ha propuesto ahora me hace más feliz”. Después, ambos padres se abrazaron amorosamente.
  • 49. A pesar de aquellos avisos y de que los amigos del pequeño Naujma se volvieron multiplicadores de lo que él estaba haciendo, no aparecían ningunos papás. En tanto él, seguía diciendo que el más importante de sus sueños era no encontrar en el camino que va a su escuela ningún niño o niña de la calle. Mientras eso ocurría, en cada tarde después de hacer las tareas, el pequeño Naujma y su hermana con el permiso de sus papás se dedicaban a juntar ropitas suyas, buscar las galletas que guardaban, y con natural desprendimiento vaciaban su neverita y, lo colocaban en una bolsa grande, y esperaban a que sus papás los llevaran a la calle a buscar a aquellos niños pequeños, medianos y grandes que no tenían papás, y se las entregaban.
  • 50. Los niños de aquella calle al recibir los presentes, abrazaban a los Naujma, se quedaban sin palabras y solo decían “Gracias” En esos ratos el pequeño Naujma conversaba con ellos, mientras la pequeña Máni aprovechaba para correr y atrapar a las mariposas, que volaban sobre las cayenas que se asomaban en los jardines de las casas vecinas de aquel lugar. Según Máni aquellas mariposas eran los espíritus de los papás y las mamás que Naujma buscaba.
  • 51. Después de esos encuentros, el pequeño Naujma y su hermana regresaban a su casa extasiados. La alegría les colgaba de sus ojos y bocas, se les metía dentro de todo el cuerpo, tanto que a la alegría se le podía fotografiar. En los días que siguieron, el pequeño Naujma le manifestó a sus papás y a su hermana que “La misión de ratón Pérez es traer monedas de oro no solo a quien le guarde sus dientes de leche sino también a quien retorne la esperanza y la alegría a los niños y niñas que la perdieron sin saber ¿Ni dónde? ¿Ni cuándo?”
  • 52. Después de oír aquello Máni terminó pensando que, Dios y ratón Pérez habían hablado personalmente con su hermano. Y le dijo a su mamá “Cuando se da alegría se reciben bendiciones y, cuando se reciben bendiciones uno se vuelve grande” Pasaron dos o tres minutos y la niña le dice a su mamá “Que bueno sería que nos volviéramos grandes para encontrarles los papás a los niños de la calle”. Aunque su mamá no contestó sus preguntas, Máni siguió diciéndole “Un niño o una niña de la calle no es invisible, su tristeza tampoco lo es, porque su alegría es inventada”.
  • 53. Máni le confesó a su mamá que lo que ella le había contado se lo dijeron los niños a su hermano, en aquellas conversaciones que nadie sabía de que hablaban. A lo que su mamá le contesta “Por eso es que Naujma anda buscando los papás de esos niños y, mientras no aparezcan debemos hacer lo posible para ayudarlos”. Para el pequeño Naujma no ha sido fácil buscarles papás a los niños que viven, duermen y sueñan en la calle; sin embargo, su disposición humana por encontrarlos persiste.
  • 54. Máni, viendo la aptitud de su hermano para ayudar a aquellos niños, al igual que lo hicieron sus papás, se propuso apoyarlo de verdad verdad, y le dice “Saqué dos monedas de oro de mi alcancía, compré una caja de colores y muchas hojas de papel para pintarle a los niños de la calle un papá y una mamá. Pinté muchos, no sé cuántos”. Al terminar de hablar le preguntó ¿Será que a los niños de la calle les gustarán mis dibujos? Sin que su hermano tuviera tiempo de contestarle, volvió a preguntarle ¿Podré ir contigo a llevarle mis dibujos a los niños de la calle?
  • 55. Su hermano le contestó “Tus dibujos son preciosos hermana, creo que los niños quedaran fascinados, y claro que puedes ir conmigo”. Luego que el pequeño Naujma contemplara por última vez los dibujos que pintó su hermana, se los recostó del pecho, les dio un beso como en señal de despedida, y conmovido exclamó a viva voz “Máni tú eres una genio, me siento feliz de que sea mi hermana”. En menos de un segundo el pequeño Naujma le dice a su hermana “Vamos, vamos a llevar esos dibujos, llama a papá y a mamá”.
  • 56. Máni les dijo a sus papás “Mi hermano está feliz”. Para confirmarlo se volvió hacia donde estaba su hermano y le preguntó ¿Verdad que estás feliz? Él le contestó “Sí hermana estoy feliz, tus dibujos me hacen sentir tan especial que no se explicarlo” Enseguida se fueron a la calle que va a la escuela a llevarles a los niños aquellos dibujos. Cuando el pequeño Naujma y su hermana llegaron a aquella calle, todos los niños se reunieron alrededor de ellos, como si los hubiesen invitado a una fiesta. Naujma empezó a entregarle a cada quien el dibujo que le había hecho su hermana.
  • 57. De pronto, de los dibujos salían luces brillantes. Todo empezó a temblar, sin embargo no se sentía miedo. En un cerrar de ojos quienes estaban allí tuvieron una espectacular visión de hombres y mujeres, de todos los colores y tamaños. Los niños estaban con la boca abierta tratando de pronunciar palabras, pero no podían hacerlo. Se les veía emocionados, deslumbrados, fascinados. De pronto, los niños aturdidos por la emoción gritaban: “Papá, mamá” y viceversa.
  • 58. En poco tiempo, el pequeño Naujma encontró con los dibujos de su hermana muchos papás para los niños, que antes eran hijos de la calle, pero aún faltan porque, en las calle de los pueblos siguen habiendo niños y niñas sin papá y sin mamá. Como por arte de magia los dibujos cobraron vida. Los papás de aquellos niños aparecían en cuerpo y alma en burbujas relucientes. Como caídos del cielo se abrazaban y besaban como si era la primera vez que lo hacían. Estaba claro, los dibujos de Máni habían hecho milagros.
  • 59. Decían los vecinos que ellos nunca desistieron de ayudar a quienes poco o nada tenían, como tampoco de aprender a dividir, ni de disfrutar el mundo maravilloso de la lectura, en el cual incursionaron con una constancia parecida a la de ratón Pérez, quien no se ha cansado tampoco de recompensar a cuanto niño le guarda sus dientes de leche y a quien retorne la esperanza y la alegría a los niños y niñas que la perdieron sin saber ni dónde ni cuándo. También se cuenta que en uno de esos días en que nadie se imagina qué ocurrirá estando el pequeño Naujma en su escuela, en pleno recreo estableció de manera improvisada una conversación con aquella maestra que era muy estricta, y le contó lo de los dibujos que hacían milagros.
  • 60. La maestra impresionada con lo que había oído de regreso al aula de clases tuvo la necesidad de contribuir para hacer posible el sueño maravilloso de ese niño que era el mismo sueño suyo y de tantos pero, como no sabía la manera de hacerlo, se le ocurrió escribir en una cartulina dorada, que colocó en la cartelera de la escuela lo siguiente: “Si no te cepillas bien los dientes, se te caerán al piso y no tendrás nada que cambiarle a Pérez; pero si eres capaz de enojar a la calle sustrayéndole a los niños y niñas, pequeñas y grandes que en ella se encuentran, y se los llevas a sus papás, todo lo que deseas te será concedido; además caerá sobre ti una lluvia de bendiciones y Dios se mudará a vuestra casa”. Firmó como la maestra y Naujma,sin que este se lo pidiera.
  • 61. El cartel que hizo la maestra, causó revuelo en la escuela, tanto que a la escuela la mudaron a la calle, a donde Máni llega todas las mañanas a pintar muchos papás y mamás. Con ella también llega el pequeño Naujma, cuyo rostro no puede ocultar la felicidad que lo embarga. En uno de esos días, el pequeño Naujma se puso al lado de su hermana, tomó sus colores y, escribió en letras plateadas en una cartulina azul: “Y, nunca olvides compartir tus helados o galletas y sobre todo nunca olvides dar abrazos porque, repartir y compartir amor no cuesta nada”. Después pegó ese cartel al lado del que había hecho su maestra. De esa forma los carteles como si fueran una familia, se complementaron. Y, aunque estaban escritos en cartulinas de diferente color y letra, parecían uno solo.
  • 62. Después de muchos años, es increíble que los carteles que hicieron el pequeño Naujma y su maestra, permanecen intactos. Aunque nadie sabe cuántos años han pasado la escuela sigue en la calle formando hombres y mujeres de luces, encontrando papás y mamás para los niños pequeños, medianos y grandes que no los tienen, y dando helados, galletas, panes y abrazos a quien lo requiere. La gente hoy se pregunta ¿Dónde están los Naujma? Hay quienes dicen que están en la mirada feliz de los niños de toda la tierra; en las manos generosas, en cada gesto fraternal y solidario y, donde el hombre pone a flote su capacidad maravillosa de dar y sembrar alegría sin esperar nada a cambio.
  • 63. Hay otros que dicen que para saber exactamente dónde podrían estar los Naujma hay que respirar profundo y espirar. Espirar y respirar. Después, cerrar los ojos y mantenerlos así por lo menos tres minutos, y cuando todo se sienta placidamente, y en paz, se piensa en ellos y aparecen en la isla del Caribe venezolano cuyo nombre es una flor, ese lugar maravilloso donde la solidaridad los tomó de la mano y los hizo libres.