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DÍA DEL SEMINARIO 2010
                                                                 El sacerdote, testigo
                                                           de la misericordia de Dios




                                                                 VÍA CRUCIS
                                                                VOCACIONAL




La celebración en nuestra Iglesia del Día del Seminario unida a la
fiesta de San José coincide siempre que esta jornada se desarrolle
dentro del tiempo de la santa Cuaresma. Para todos aquellos grupos y
comunidades que se sirven de los materiales que el Día del Semina-
rio edita, os ofrecemos este Vía crucis vocacional para ayudaros en
vuestra tarea y apostolado vocacional.


ObjetivO:
     -     Andar con Jesús el camino de la cruz, intentando experimen-
           tar su entrega a los hombres por amor.
     -     Experimentar nuestra vida como una llamada constante a se-
           guir a Jesús desde la cruz.
     -     Hacer de este momento una oración a Dios para que surjan
           vocaciones entregadas a la misión evangelizadora, y dispues-
           tas a entregarse hasta dar la vida.



   Textos tomados del Vía crucis vocacional para jóvenes del Oracional Alzo mi voz a Dios,
Atenas, Madrid 990.
Sugerencia O eSquema de realización
       -   Enunciar cada una de las estaciones.
       -   Leer el Evangelio.
       -   Leer la reflexión que aquí aparece.
       -   Proyectar sobre una pantalla una imagen alusiva a la estación
           que estamos contemplando/reflexionando.
       -   Terminar cada estación con un canto meditativo.




    ambientación
    Seguir a Jesús en su camino hacia el Padre pasa por la cruz. Nos
    unimos para orar y pedir que nuestro seguimiento sea auténtico y
    hasta el final, que Dios nos dé la fuerza para llegar hasta la cruz
    en nuestra fidelidad a su llamada. Lo mismo que Jesús, también no-
    sotros debemos abrazar la cruz en nuestras vidas para así resucitar
    después con Él y sentir el gozo del que ve que el sufrimiento por
    amor tiene un sentido. Esta forma se seguir a Jesús debe iluminar
    nuestro día a día.
    Leemos Mc 8, 34-37: «Después Jesús reunió a la gente y a sus dis-
    cípulos y les dijo: si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie
    a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera
    salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por
    la buena noticia, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar todo
    el mundo, si pierde su vida? ¿Qué puede dar uno a cambio de su
    vida?».
Primera: Jesús es condenado a muerte                                     

Señor, has dicho muy claramente la verdad a todos. Y te han denun-
ciado a las autoridades y las autoridades te han condenado.
No interesan los hombres que dicen la verdad, los que no se dejan
comprar con dinero, los que no trafican ni negocian con la vida de los
otros. Cada vez que actúe como tú me acusarán, me intentarán quitar
de en medio.
Dame fortaleza y valentía para luchar y vivir tu Evangelio.


Segunda: Jesús con la cruz a cuestas
El que quiera ser discípulo mío, tome su cruz cada día y sígame.
Señor, yo quiero ser tu discípulo y quiero cargar con mi cruz, pero
me resulta muy difícil, se me hace pesada. Es más cómodo ir tirando,
confundirse en la masa, en el grupo, ser uno más. Es más rentable
vivir para uno mismo, dejar a los otros con sus problemas. Yo quiero
seguirte, pero... Señor, ayúdame cada día a seguir el camino que tú
me señalas.


Tercera: Jesús cae por primera vez
La primera caída. La primera caída tuya, Jesús. No me agrada el que
te hayas caído. Me duele recordar mi primera caída. Esa caída, que
fue cosa de niños. Esa caída que pensaba que no tenía importancia.
Pero mi primera caída, mi primer despiste, ha dejado huella en mí. La
primera caída ha abierto el camino a otra segunda y a otras muchas
caídas. Tal vez la primera caída es la más importante: el primer des-
ánimo, el primer desengaño, la primera irresponsabilidad... Líbrame,
Jesús, de la primera caída, de la primera deserción.


Cuarta: Jesús encuentra a su madre
De nuevo con la cruz a cuestas. No puedes fallar, tienes que llegar
hasta el final. Te sigue una multitud de curiosos.
Algunos quisieran echarte una mano, pero no se atreven.
El qué dirán los otros les pesa mucho. Estás solo, completamente solo.
    Bueno, completamente solo, no; está María, tu madre. Ella, con su
    corazón dolorido, te sigue de cerca. Vuestras miradas se cruzan. Tu
    dolor aumenta al ver su dolor. ¿Puedo quedar yo impasible ante tanto
    dolor, ante tanta injusticia que me rodea? Enséñame, María, a estar al
    lado de los que sufren, de los más pobres, de los necesitados.


    Quinta: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
    Temen que no llegues al final. Te ofrecen una ayuda.
    Tú aceptas la ayuda de Simón de Cirene. Me molesta que hayas acep-
    tado su ayuda. Me siento incómodo, nervioso.
    ¿No me estarás diciendo que quieres mi ayuda, que deje mis planes,
    mis proyectos, mis ilusiones y que me fije en esos hombres que no
    pueden con su cruz, que necesitan a alguien que les ayude a llevar su
    cruz? No me compliques mi vida, Jesús, déjame en paz, déjame ser
    uno más.
    ¿Y los que no tienen paz, los que sufren, los abandonados...?
    Piénsalo, te necesito y te necesitan.


    Sexta: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
    Por fin una muestra de cariño. La Verónica se adelantó y limpió el ros-
    tro de Jesús. ¿Qué hacemos los cristianos con tu imagen, con tu pala-
    bra, con tus sacramentos? Desfiguramos tu rostro con nuestras obras,
    con nuestra manera de vivir. Necesitamos lavar nuestra cara para no
    ofrecer una mala imagen de discípulo tuyo. Siempre hay algún valien-
    te que se lanza, que no se deja llevar por los otros.
    Necesitamos cristianos que revelen tu rostro, que te den a conocer a
    los demás. Perdóname las veces que he sentido vergüenza de cono-
    certe, de ser cristiano. Aleja de nosotros la cobardía.
Séptima: Jesús cae por segunda vez                                           

Otra vez por tierra. La subida se hace cada vez más pesada. Con esta
caída me haces pensar en mi vida: las dificultades, el cansancio, la
monotonía, el ir rodando.
Me recuerdas mis caídas. No es lo peor el que sean muchas, sino que ya
no me sorprenden, porque me he acostumbrado a ellas. Siento, Jesús,
mi alma un poco endurecida. No siempre tengo fuerzas para enfrentar-
me con mi realidad. A veces me desanimo al ver mi vida: pecar, confe-
sar, pecar. Hazme sentir el peso de mis caídas y dame fuerzas para no
desanimarme y seguir, porque sé que los hombres me necesitan.


Octava: Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
Hay corazones sensibles a los problemas de los demás.
Tus palabras a las mujeres que lloraban me hacen mucho bien: «No llo-
réis por mí, llorad por vosotras, llorad por vuestros pecados». Tú estabas
donde tenías que estar, hacías lo que el Padre te había encomendado.
Pero a mí, Señor, me gustan los aplausos, el que los demás se fijen en mí,
el que me pasen la mano por el hombro. A veces soy hipócrita, intento
hacer ver a los demás que soy mejor de lo que soy. Me siento protago-
nista y me olvido de los demás. Enfrascado en mis propios problemas,
no veo los problemas y necesidades de los demás. Hazme salir de mí
mismo. Que al ver los problemas de los hombres piense...


Novena: Jesús cae por tercera vez
Caes por tercera vez, pero ya estás cerca de la cima.
También a ti te han fallado las fuerzas, aunque la cogiste con ganas.
Caíste deshecho y roto. Tal vez más deshecho y más roto por la incom-
prensión, por la soledad, por mi propio egoísmo que por el propio peso
de la cruz. De nuevo pienso en mi vida: me quiero valer yo solo, me
expongo a muchos peligros, me olvido de rezar, no rindo en mi trabajo,
busco el placer y la comodidad, me olvido de los que sufren, de los que
lloran, de los que pasan hambre... Reconozco que fallo muchas veces
por querer ir solo. Enséñame a rectificar después de mis caídas y dame
fuerzas para seguir.
Décima: Jesús es despojado de sus vestidos
    Está claro que no tienes derecho a nada. Todo lo que el Padre te ha
    dado es para nosotros. Ni siquiera te dejan tus vestidos. Se los repar-
    ten. ¡Qué lección de humildad y de generosidad! Ni una muestra de
    dolor, de desagrado; ni un mal gesto. ¡Qué diferencia, Jesús! A mí me
    cuesta mucho dar algo mío, aceptar un sacrificio, por pequeño que
    sea, en favor de los demás. Me pides mis cosas, mi tiempo, mi persona
    para dársela a los otros. Me rebelo, miro hacia atrás. No me resigno.
    Enséñame a darme, a ponerme al servicio de los demás.


    Undécima: Jesús es clavado en la cruz
    Sólo te queda un poco de vida. La has ido dejando a jirones. Te clavan
    de pies y manos en la cruz. Rodeado de dos malhechores. Ni siquiera
    te respetan esos momentos finales. Se siguen riendo, tomándote por
    loco: ¡Baja de la cruz...! ¡Perdónalos, Padre, porque no saben lo que
    hacen! Nosotros seguimos sin saberlo, porque vivimos como si no lo
    supiéramos. Me da vergüenza cada vez que analizo mi vida y descu-
    bro mi perfecta forma de esquivar las cruces de cada día. Sé que hay
    muchas en las vidas de los hombres: el hambre, las injusticias, la falta
    de cultura, el dolor, la enfermedad, el paro, las familias rotas... Pero
    me quedo con lo que me gusta, con lo que me agrada, busco lo cómo-
    do, el placer. Los demás, que se arreglen. Qué tengo que hacer, Jesús.
    Dame fuerzas y valentía para llevar mi cruz y ayudar a los hombres a
    llevar las suyas.


    Duodécima: Jesús muere en la cruz
    «Todo está cumplido». «En tus manos encomiendo mi espíritu». Ya no
    queda nada por hacer. Todo lo has hecho bien. Has cumplido el plan
    del Padre. Has hecho andar a los cojos, ciegos, sordos... Comprendo
    que ahora empieza mi tarea. He aprendido la lección: «Si el grano de
    trigo no cae en tierra y muere, no da fruto». Estoy dispuesto a seguir
    tus pasos. Que las dificultades, el ambiente, el qué dirán, mis propios
    fallos, no me dejen tirado en la cuneta. Ayúdame, Señor, a hacerte
    presente entre los hombres.
Decimotercera: Jesús cae en los brazos de su madre                       

María estaba junto a la cruz. Ni un solo momento te abandonó. Entre
tanto dolor obtuvo su recompensa: tenerte en sus brazos. Mira cómo
te lo hemos dejado. Ni siquiera parece hombre. No ha terminado la
pasión de Jesús ni el dolor de María. Sigue mientras existan hombres
explotados por otros, mientras reine la injusticia, mientras haya ham-
bre, mientras siga habiendo un solo hombre que sufra en su cuerpo o
en su espíritu. No puedo cruzarme de brazos. Debo comprometer mi
vida. Dame fuerzas para morir a mis egoísmos, envidias, comodida-
des, placeres…


Decimocuarta: Jesús puesto en el sepulcro
Te enterraron en el sepulcro. Algunos pensaban que todo había ter-
minado. Para muchos hombres la muerte es el final, un final irrever-
sible, un problema sin solución, un triste desenlace para una vida
salpicada de dolor, de sufrimiento, de angustias. También hoy mu-
chos piensan que estás muerto, que no tienes nada que hacer en este
mundo en que los hombres se sienten libres, capaces de montar su
vida a su aire, dominadores de los más audaces avances científicos.
Yo sé que vives, que has vencido a la muerte, que ‘has cumplido tu
misión y estás a la derecha del Padre, como Señor de la creación.
Quiero ser testigo de tu resurrección, llevar al mundo tu mensaje de
salvación, tu victoria sobre el pecado y la muerte. Dame un cora-
zón generoso en el que quepan las necesidades y problemas de los
otros.
Oración final
    Terminemos nuestra contemplación del camino de Jesús con una afir-
    mación de fe y agradecimiento. La cruz de Jesús brilla sobre nosotros.
    La cruz de Jesús es luz y guía para la humanidad entera. La cruz de
    Jesús despierta conciencias dormidas. La cruz de Jesús es llamada y
    vocación. La cruz de Jesús nos salva.
    Unidos recemos: Padre Nuestro…
    Señor nuestro Jesucristo: acabo de acompañarte en el camino de la
    cruz. Para mí, el camino de la cruz es el de cada día.
    Tú has salvado al mundo por la cruz. Yo quiero ayudarte a salvar el
    mundo.
    Madre Dolorosa, ayúdame a cumplir esta promesa que hago a Jesús,
    tu Hijo, después de rezar hacer este Vía crucis. Y que nunca me aban-
    done el recuerdo de su pasión y muerte, prueba de su inmenso amor
    por nosotros. Amén.

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Via crucis vocacional

  • 1. DÍA DEL SEMINARIO 2010 El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios VÍA CRUCIS VOCACIONAL La celebración en nuestra Iglesia del Día del Seminario unida a la fiesta de San José coincide siempre que esta jornada se desarrolle dentro del tiempo de la santa Cuaresma. Para todos aquellos grupos y comunidades que se sirven de los materiales que el Día del Semina- rio edita, os ofrecemos este Vía crucis vocacional para ayudaros en vuestra tarea y apostolado vocacional. ObjetivO: - Andar con Jesús el camino de la cruz, intentando experimen- tar su entrega a los hombres por amor. - Experimentar nuestra vida como una llamada constante a se- guir a Jesús desde la cruz. - Hacer de este momento una oración a Dios para que surjan vocaciones entregadas a la misión evangelizadora, y dispues- tas a entregarse hasta dar la vida.    Textos tomados del Vía crucis vocacional para jóvenes del Oracional Alzo mi voz a Dios, Atenas, Madrid 990.
  • 2. Sugerencia O eSquema de realización - Enunciar cada una de las estaciones. - Leer el Evangelio. - Leer la reflexión que aquí aparece. - Proyectar sobre una pantalla una imagen alusiva a la estación que estamos contemplando/reflexionando. - Terminar cada estación con un canto meditativo. ambientación Seguir a Jesús en su camino hacia el Padre pasa por la cruz. Nos unimos para orar y pedir que nuestro seguimiento sea auténtico y hasta el final, que Dios nos dé la fuerza para llegar hasta la cruz en nuestra fidelidad a su llamada. Lo mismo que Jesús, también no- sotros debemos abrazar la cruz en nuestras vidas para así resucitar después con Él y sentir el gozo del que ve que el sufrimiento por amor tiene un sentido. Esta forma se seguir a Jesús debe iluminar nuestro día a día. Leemos Mc 8, 34-37: «Después Jesús reunió a la gente y a sus dis- cípulos y les dijo: si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida? ¿Qué puede dar uno a cambio de su vida?».
  • 3. Primera: Jesús es condenado a muerte Señor, has dicho muy claramente la verdad a todos. Y te han denun- ciado a las autoridades y las autoridades te han condenado. No interesan los hombres que dicen la verdad, los que no se dejan comprar con dinero, los que no trafican ni negocian con la vida de los otros. Cada vez que actúe como tú me acusarán, me intentarán quitar de en medio. Dame fortaleza y valentía para luchar y vivir tu Evangelio. Segunda: Jesús con la cruz a cuestas El que quiera ser discípulo mío, tome su cruz cada día y sígame. Señor, yo quiero ser tu discípulo y quiero cargar con mi cruz, pero me resulta muy difícil, se me hace pesada. Es más cómodo ir tirando, confundirse en la masa, en el grupo, ser uno más. Es más rentable vivir para uno mismo, dejar a los otros con sus problemas. Yo quiero seguirte, pero... Señor, ayúdame cada día a seguir el camino que tú me señalas. Tercera: Jesús cae por primera vez La primera caída. La primera caída tuya, Jesús. No me agrada el que te hayas caído. Me duele recordar mi primera caída. Esa caída, que fue cosa de niños. Esa caída que pensaba que no tenía importancia. Pero mi primera caída, mi primer despiste, ha dejado huella en mí. La primera caída ha abierto el camino a otra segunda y a otras muchas caídas. Tal vez la primera caída es la más importante: el primer des- ánimo, el primer desengaño, la primera irresponsabilidad... Líbrame, Jesús, de la primera caída, de la primera deserción. Cuarta: Jesús encuentra a su madre De nuevo con la cruz a cuestas. No puedes fallar, tienes que llegar hasta el final. Te sigue una multitud de curiosos. Algunos quisieran echarte una mano, pero no se atreven.
  • 4. El qué dirán los otros les pesa mucho. Estás solo, completamente solo. Bueno, completamente solo, no; está María, tu madre. Ella, con su corazón dolorido, te sigue de cerca. Vuestras miradas se cruzan. Tu dolor aumenta al ver su dolor. ¿Puedo quedar yo impasible ante tanto dolor, ante tanta injusticia que me rodea? Enséñame, María, a estar al lado de los que sufren, de los más pobres, de los necesitados. Quinta: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz Temen que no llegues al final. Te ofrecen una ayuda. Tú aceptas la ayuda de Simón de Cirene. Me molesta que hayas acep- tado su ayuda. Me siento incómodo, nervioso. ¿No me estarás diciendo que quieres mi ayuda, que deje mis planes, mis proyectos, mis ilusiones y que me fije en esos hombres que no pueden con su cruz, que necesitan a alguien que les ayude a llevar su cruz? No me compliques mi vida, Jesús, déjame en paz, déjame ser uno más. ¿Y los que no tienen paz, los que sufren, los abandonados...? Piénsalo, te necesito y te necesitan. Sexta: La Verónica enjuga el rostro de Jesús Por fin una muestra de cariño. La Verónica se adelantó y limpió el ros- tro de Jesús. ¿Qué hacemos los cristianos con tu imagen, con tu pala- bra, con tus sacramentos? Desfiguramos tu rostro con nuestras obras, con nuestra manera de vivir. Necesitamos lavar nuestra cara para no ofrecer una mala imagen de discípulo tuyo. Siempre hay algún valien- te que se lanza, que no se deja llevar por los otros. Necesitamos cristianos que revelen tu rostro, que te den a conocer a los demás. Perdóname las veces que he sentido vergüenza de cono- certe, de ser cristiano. Aleja de nosotros la cobardía.
  • 5. Séptima: Jesús cae por segunda vez Otra vez por tierra. La subida se hace cada vez más pesada. Con esta caída me haces pensar en mi vida: las dificultades, el cansancio, la monotonía, el ir rodando. Me recuerdas mis caídas. No es lo peor el que sean muchas, sino que ya no me sorprenden, porque me he acostumbrado a ellas. Siento, Jesús, mi alma un poco endurecida. No siempre tengo fuerzas para enfrentar- me con mi realidad. A veces me desanimo al ver mi vida: pecar, confe- sar, pecar. Hazme sentir el peso de mis caídas y dame fuerzas para no desanimarme y seguir, porque sé que los hombres me necesitan. Octava: Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén Hay corazones sensibles a los problemas de los demás. Tus palabras a las mujeres que lloraban me hacen mucho bien: «No llo- réis por mí, llorad por vosotras, llorad por vuestros pecados». Tú estabas donde tenías que estar, hacías lo que el Padre te había encomendado. Pero a mí, Señor, me gustan los aplausos, el que los demás se fijen en mí, el que me pasen la mano por el hombro. A veces soy hipócrita, intento hacer ver a los demás que soy mejor de lo que soy. Me siento protago- nista y me olvido de los demás. Enfrascado en mis propios problemas, no veo los problemas y necesidades de los demás. Hazme salir de mí mismo. Que al ver los problemas de los hombres piense... Novena: Jesús cae por tercera vez Caes por tercera vez, pero ya estás cerca de la cima. También a ti te han fallado las fuerzas, aunque la cogiste con ganas. Caíste deshecho y roto. Tal vez más deshecho y más roto por la incom- prensión, por la soledad, por mi propio egoísmo que por el propio peso de la cruz. De nuevo pienso en mi vida: me quiero valer yo solo, me expongo a muchos peligros, me olvido de rezar, no rindo en mi trabajo, busco el placer y la comodidad, me olvido de los que sufren, de los que lloran, de los que pasan hambre... Reconozco que fallo muchas veces por querer ir solo. Enséñame a rectificar después de mis caídas y dame fuerzas para seguir.
  • 6. Décima: Jesús es despojado de sus vestidos Está claro que no tienes derecho a nada. Todo lo que el Padre te ha dado es para nosotros. Ni siquiera te dejan tus vestidos. Se los repar- ten. ¡Qué lección de humildad y de generosidad! Ni una muestra de dolor, de desagrado; ni un mal gesto. ¡Qué diferencia, Jesús! A mí me cuesta mucho dar algo mío, aceptar un sacrificio, por pequeño que sea, en favor de los demás. Me pides mis cosas, mi tiempo, mi persona para dársela a los otros. Me rebelo, miro hacia atrás. No me resigno. Enséñame a darme, a ponerme al servicio de los demás. Undécima: Jesús es clavado en la cruz Sólo te queda un poco de vida. La has ido dejando a jirones. Te clavan de pies y manos en la cruz. Rodeado de dos malhechores. Ni siquiera te respetan esos momentos finales. Se siguen riendo, tomándote por loco: ¡Baja de la cruz...! ¡Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen! Nosotros seguimos sin saberlo, porque vivimos como si no lo supiéramos. Me da vergüenza cada vez que analizo mi vida y descu- bro mi perfecta forma de esquivar las cruces de cada día. Sé que hay muchas en las vidas de los hombres: el hambre, las injusticias, la falta de cultura, el dolor, la enfermedad, el paro, las familias rotas... Pero me quedo con lo que me gusta, con lo que me agrada, busco lo cómo- do, el placer. Los demás, que se arreglen. Qué tengo que hacer, Jesús. Dame fuerzas y valentía para llevar mi cruz y ayudar a los hombres a llevar las suyas. Duodécima: Jesús muere en la cruz «Todo está cumplido». «En tus manos encomiendo mi espíritu». Ya no queda nada por hacer. Todo lo has hecho bien. Has cumplido el plan del Padre. Has hecho andar a los cojos, ciegos, sordos... Comprendo que ahora empieza mi tarea. He aprendido la lección: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto». Estoy dispuesto a seguir tus pasos. Que las dificultades, el ambiente, el qué dirán, mis propios fallos, no me dejen tirado en la cuneta. Ayúdame, Señor, a hacerte presente entre los hombres.
  • 7. Decimotercera: Jesús cae en los brazos de su madre María estaba junto a la cruz. Ni un solo momento te abandonó. Entre tanto dolor obtuvo su recompensa: tenerte en sus brazos. Mira cómo te lo hemos dejado. Ni siquiera parece hombre. No ha terminado la pasión de Jesús ni el dolor de María. Sigue mientras existan hombres explotados por otros, mientras reine la injusticia, mientras haya ham- bre, mientras siga habiendo un solo hombre que sufra en su cuerpo o en su espíritu. No puedo cruzarme de brazos. Debo comprometer mi vida. Dame fuerzas para morir a mis egoísmos, envidias, comodida- des, placeres… Decimocuarta: Jesús puesto en el sepulcro Te enterraron en el sepulcro. Algunos pensaban que todo había ter- minado. Para muchos hombres la muerte es el final, un final irrever- sible, un problema sin solución, un triste desenlace para una vida salpicada de dolor, de sufrimiento, de angustias. También hoy mu- chos piensan que estás muerto, que no tienes nada que hacer en este mundo en que los hombres se sienten libres, capaces de montar su vida a su aire, dominadores de los más audaces avances científicos. Yo sé que vives, que has vencido a la muerte, que ‘has cumplido tu misión y estás a la derecha del Padre, como Señor de la creación. Quiero ser testigo de tu resurrección, llevar al mundo tu mensaje de salvación, tu victoria sobre el pecado y la muerte. Dame un cora- zón generoso en el que quepan las necesidades y problemas de los otros.
  • 8. Oración final Terminemos nuestra contemplación del camino de Jesús con una afir- mación de fe y agradecimiento. La cruz de Jesús brilla sobre nosotros. La cruz de Jesús es luz y guía para la humanidad entera. La cruz de Jesús despierta conciencias dormidas. La cruz de Jesús es llamada y vocación. La cruz de Jesús nos salva. Unidos recemos: Padre Nuestro… Señor nuestro Jesucristo: acabo de acompañarte en el camino de la cruz. Para mí, el camino de la cruz es el de cada día. Tú has salvado al mundo por la cruz. Yo quiero ayudarte a salvar el mundo. Madre Dolorosa, ayúdame a cumplir esta promesa que hago a Jesús, tu Hijo, después de rezar hacer este Vía crucis. Y que nunca me aban- done el recuerdo de su pasión y muerte, prueba de su inmenso amor por nosotros. Amén.