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Karin Ballesteros Manríquez
Bibliotecóloga, licenciada en Ciencias de la Documentación
Universidad de Playa Ancha
Valparaíso – Chile


DESTRUCCIÓN, CENSURA Y AUTOCENSURA DEL LIBRO EN CHILE
      La destrucción del libro se ha presentado en diversos momentos de la
historia de la humanidad y esto atenta contra principios básicos a los que tiene
derecho cada individuo de la sociedad como            ser pensante     que necesita
informarse y conocer su historia familiar, local, nacional. Esa fuerte relación entre
libro y memoria nos obliga a verlos como elementos sustanciales del patrimonio
cultural de la humanidad.
      El Estado chileno durante la década del 70 con un gobierno socialista,
apoyado por comunistas, socialistas, radicales y otros partidos de izquierda, que
conformaban el bloque político de la Unidad Popular, trabajó para construir un
cambio cultural, social y político en el país, esto permitió una valoración positiva
del libro con políticas que favorecieron la lectura en amplios sectores de la
sociedad apoyados por ejemplo con la creación de la Editora Nacional Quimantú,
que permitió llevar al libro a los lugares más remotos del país.
      Con el advenimiento de la Dictadura, se inician actos de censura donde a
través de diversos métodos se procedió a destruir, censurar, autocensurar el libro
y todo lo relacionado con la cultura e información. Para el nuevo régimen era
necesario borrar cualquier marca que hable de la Unidad Popular.
      En Chile, pasados 35 años del golpe militar, el ejercicio de la Memoria
Histórica es un tema pendiente


Un poco de historia
      La producción editorial en Chile tiene un comienzo tardío en comparación
con México o Argentina, ya que recién en 1811 llega la primera imprenta y en
1812 se trae a tres tipógrafos. Es así como se inicia una carrera accidentada de
producción libraria.
Iniciado el siglo XX comienza a sentirse la necesidad de informar e
informarse como elemento emancipador de conciencias, y se crean diversos
boletines o gacetas, sobre todo de los movimientos obreros de las salitreras.


Quimantú, libros para todos y todas
       Este lento proceso tiene un auge en los 60 y con la llegada de Salvador
Allende a la presidencia de Chile, se crea la Editora Nacional Quimantú.
       Esta editorial tiene como gran logro llegar a los lugares más recónditos de
Chile, país bastante largo y de difícil acceso.
         La Editora Nacional Quimantú nace oficialmente el 12 de febrero del año
1972, pero la historia comienza un poco antes, por una parte con la huelga que
sostienen cerca de 1.000 trabajadores de la Editorial Zig-Zag, quienes
demandaban mejoras salariales, lo que tras una negociación concluye con la
compra de la editorial por parte del gobierno de la Unidad Popular y por otra con el
proyecto político de esta nueva alianza por desarrollar la cultura y llevar la lectura
y el conocimiento a todo el pueblo de Chile, sin importar su condición social o
lejanía territorial. Esta   idea   quedó plasmada en el Programa de La Unidad
Popular “[...] por el acceso de las masas populares al arte, la literatura y los
medios de comunicación [...] el sistema de cultura popular estimulará la creación
artística y literaria y multiplicará los canales de relación entre artistas o escritores
con un público infinitamente más vasto que el actual.” Idea que ya manejaba
Salvador Allende cuando fue diputado el año 1967 al presentar un proyecto de ley
con motivo de crear una Editorial del Estado. Y aunque en sus inicios el nombre
era Editora Nacional Camilo Henríquez este fue cambiado por Empresa Editora
Nacional Quimantú que es un neologismo de la lengua mapuche que significa Sol
del Saber.
       Los objetivos que se propuso Editorial Nacional Quimantú son dos, primero:
“instalar al libro a un precio al alcance de todo el pueblo chileno, mediante una
política de producción, distribución y tiraje que disminuyera costos de edición y
venta. Segundo, concebir el libro como un elemento emancipador de conciencias
para el Nuevo Chile que emergía con el gobierno de Salvador Allende”
El concepto de libro en este nuevo Chile tiene un poder emancipador de
conciencias, es la herramienta para liberar al pueblo de la ignorancia. Por esta
razón el Gobierno de la Unidad Popular se propone bajar el costo de edición,
para poder aumentar la distribución de cada libro, masificándolo de tal manera que
no quedó un rincón de Chile, un quiosco al que no llegara un texto de Quimantú.
Navarro (2006:53) relata “encontré, en pleno paro de octubre de 1972, en el bus
que cruzaba sobre la balsa entre dos pequeños pueblos de la isla de Chiloé, [que
está a más de 1.500 km de la capital al extremo sur del país], a un lugareño
extrayendo del bolsillo trasero de su ajado pantalón un Minilibro” lo que demuestra
lo alejado que podían llegar estos pequeños libros. Minilibros se inicia en agosto
de 1972 y logra editar 55 números, con un tiraje total de          3.660.000 libros,
destacando además, el tamaño, ya que podía leerse en cualquier parte, porque
eran fáciles de transportar.


La destrucción de la construcción
      Es posible encontrar en el período 1830-1840 la calificación para algunos
libros como peligrosos, a lo que Andrés Bello responde a través de periódicos de
la época “¿Toleraremos que esta prohibición subsista?, ¿no es ya tiempo de alzar
el entredicho que nos priva de tantos libros útiles y necesarios?”.               Bello
consideraba que no se debía someter el entendimiento y la razón a un calificador
arbitrario, que no se debía privar al hombre del ejercicio de todas las facultades
intelectuales, que este podía elegir entre lo que realmente le interesaba o no.
      Entre el 11 de septiembre de 1973 y 1990 en Chile se produjeron múltiples
actos de censura, autocensura y destrucción, en este caso hablamos de libros,
revistas o material audiovisual, algunos de éstos quedaron para siempre en la
memoria de los telespectadores que vieron las imágenes transmitidas en directo.
      En los relatos recopilados es posible encontrar versiones sobre las primeras
imágenes de “masivas quemas de libros por la TV militarizada, que cumplieron
con la educativa tarea de que cada poseedor de una biblioteca conformada por
algunos textos con el sello Quimantú fueran los propios incendiarios de sus libros”.
El diario La Tercera, el 6 de octubre de 1973 habla de la técnicas más
sutiles a las que se recurrió para eliminar los libros considerados ‘malos’ “... se
ofreció a los empleados públicos del Instituto de la Reforma Agraria que todos los
impresos ‘malos’ que encontraran y denunciaran serían vendidos para hacer pasta
de monopolio papelero, y su importe se convertiría en una gratificación para los
empleados”.
         Lo anterior coincide en los inicios de la dictadura con el relato de Ariel
Dorfman (1974: 10), quien cuando estaba en la Embajada de Argentina, vio pasar
camiones en dirección a Puente alto, iban desde la Editorial Quimantú hasta la
Papelera, los militares se habían dado cuenta que era más económico devolver
los títulos ya impresos a la papelera “en ese estado, guillotinados, perdían
igualmente su carácter subversivo, se le borraban sus palabras y conservaban en
cambio su integridad física [...] volvían a beneficiar         a los viejos dueños
monopólicos de Chile”
        La idea del nuevo régimen era la destrucción de todos los diarios, revistas,
libros, banderas, retratos o símbolos que tuvieron relación con las ideas de la
Unidad Popular.
        “En este escenario, se desmanteló Quimantú; partieron al exilio miles de
creadores, censuraron las publicaciones de diarios, revistas y libros y la televisión
comenzó un concienzudo proceso de achatamiento colectivo. La prensa escrita se
redujo a dos cadenas de diarios cuyos propietarios eran fervientes partidarios de
la dictadura”. Navarro op cit. Y no tan sólo se ataca a esta editorial o los libros, si
no también se interviene y desmantela las instituciones culturales existentes,
crean a muy corto andar acciones orientadas a desmantelar el aparato cultural, sin
tener siquiera muy claro por qué sustituirlas. “Con la designación de rectores
militares en las universidades, se interviene de hecho los canales de televisión
universitarios, la toma a mano de militares       de las instalaciones de Quimantú
[poniendo en su lugar la Editora Gabriela Mistral que posteriormente quebraría en
el año 1985], Chilefilms, el Museo de Bellas Artes y Televisión Nacional, señalan
que la guerra contra el comunismo se daba también en el terreno de la cultura”.
Ibid.
Si bien no todas las editoriales sufrieron la misma suerte, algunas como lo
declaró Eduardo Castro de Editorial Universitaria “se guardaron en bodega los
[libros] que se consideraron más conflictivos y luego el directorio se comprometió a
no publicar libros políticos o religiosos” esto es similar a lo que dice Alfonso
Calderón Scuadrito al afirmar “Era la época en que los militares nos censuraban y
también nos autocensurábamos por precaución [...] en la Revista Cauce nos
prohibieron las fotos, cuando censuraban una, quedaba el hueco en blanco. Estas
revistas tuvieron una vida muy accidentada, prohibiciones, detenciones,
amenazas”
      Los libros censurados fueron entre otros Poemas Inmortales e Incitación al
Nixonicidio de Pablo Neruda, La Viuda del Conventillo de Alberto Romero, El
Chilote Otey y El Ciclista del San Cristóbal de Antonio Skármeta. La lista de libros
censurados es bastante larga, el ensayo de Claudio Orrego: El Ideal y la Historia,
publicado en edición privada, fue requisada y guillotinada. El libro-testimonio de
Máximo Pacheco Guzmán que se refería al hallazgo de un cementerio de
cadáveres descubierto en 1978 en la localidad de Lonquén, donde fueron
incinerados vivos y la posterior investigación judicial fue rechazada por el general
Humberto Gordon Rubio en julio de 1980 con el argumento de “La publicación de
ese libro no ayuda a la convivencia fraternal de los chilenos”
      Millas (1985) menciona varios casos de interés, como lo tragicómico que le
sucedió a Gustavo Olate, quien en marzo de 1973 publicó una novela titulada
“Los Asesinos del Suicida”, por la que permaneció tres meses en un campo de
prisioneros de Cuatro Alamos, hasta que un día un oficial lo llamó para decirle:
-¡Pero en el ejemplar dice que se editó en marzo!, a lo que el autor le respondió
-Eso lo que llevo repitiendo todo este tiempo. Y en todo caso no se autorizó su
circulación y se le aconsejó -Salvo que le cambie el título. Pero tampoco le habría
servido, pues la obra ya había sido quemada.
      La censura y destrucción de libros llega a todas partes. La Tercera da
cuenta de esto: “el domingo 23 de septiembre la tropa allanó la Remodelación
San Borja, un conjunto de torres habitacionales [...] La operación se inició a las 6
horas y durante catorce horas que duró la hoguera hecha con los libros y panfletos
políticos ardió todo el tiempo. En esta operación se quemaron colecciones de la
revista Chile Hoy, la bandera cubana, retratos del Che, libros como el Caso
Schaneider, El tankazo del veintinueve de junio”.
       “El canal 13 de la Universidad Católica mostró con deleitación en una toma
directa cuando se incineraba un ejemplar en francés       de la tesis del profesor
Polantkas sobre el fascismo” Rama op.cit, lo que corrobora Calderón “En ese
tiempo me tocó ver mucha cosas, la quema de libros, sin embargo, la vi en París,
de visita donde unos amigos. Un niño que veía la tele llegó corriendo a avisarnos
que en Chile estaban quemando libros de Francia...” lo que demuestra que este
tipo de hechos no fue aislado, que se realizó en diferentes momentos de la
dictadura.


Los relatos de autocensura y destrucción se multiplican
      Múltiples personas sintieron que sus vidas podían estar en peligro e
hicieron caso a los bandos militares y destruyeron sus propias bibliotecas, ya sea
incinerándolas o guardándolas bajo tierra. Patricia Verdugo dice “Al atardecer,
comenzamos a destruir revistas, discos, documentos. Ya éramos presa del terror y
entendíamos que había comenzado una pesadilla de persecución [...] quemamos
revistas y libros de izquierda y libros de marxismo...”
      Otro de los tantos testimonios cuenta que “en la casa de una amiga de
Santiago, enterraron en el patio una buena centena de libros de marxismo y a la
ligera, el mismo día 11, sin posibilidad de envolverlos en plástico como para
recuperarlos después. Y en el baño que marón el Diario El Siglo y todos los
hermosos posters de la UP que decoraban la casa”.
      “En la casa donde me fui a refugiar el día del golpe, quemábamos libros,
diarios, posters, cartas, panfletos y material diverso de propaganda en el patio,
viendo con horror como los helicópteros circulaban por encima de nuestras
cabezas y pensando que en cualquier momento nos vendrían a allanar”
      “En la casa de unos amigos, tiramos varios centenares de libros por un
conducto de ventilación bastante amplio que había en los baños del edificio y que
tenía una tapa de rejilla que se podía sacar. Nunca supe si alguna vez volvieron a
sacar el material de ahí”.
      “Como trabajador de Quimantú tenía gran cantidad de libros en mi casa,
que nos regalaban, después del golpe y ante el allanamiento masivo, y que vimos
como en el otro edificio de trabajadores de Quimantú había sido allanado y
quemado piras de libros en el patio, procedí a poner libros en sacos e ir a tirarlos
al Mapocho. Caminaba unas 5 cuadras y me paraba en el puente, de espalda al
rio y soltaba la carga, tuve que hacer el viaje como cinco veces, el miedo era muy
fuerte y así me deshice de todos los libros Quimantú”.
      Una estudiante de la época y actual bibliotecaria manifiesta que “Al
momento del golpe militar la mayoría de nosotros manteníamos en nuestras
pensiones universitarias bibliografías relacionadas con nuestras carreras, la cual
nos vimos en la imperante obligación de hacerla desaparecer, para tal efecto y
dentro de las escasas posibilidades que teníamos en ese momento procedimos a
QUEMAR. No fue una decisión sino una salida, una escapada ante el miedo y el
terror que nos producía el hecho que una vez que nuestras pensiones fueran
allanadas por los militares, por un lado seriamos detenidos nosotros y por otro
serían detenidos o involucrados los dueños de la pensión. La quema de libros la
realizamos en las logias de los departamentos, hoja por hoja en tarros de leche
para que no se produjera mucho humo, la tarea fue muy difícil y lenta, ya que
además muchos departamentos realizaban esta acción al mismo tiempo […] ante
la premura del tiempo y del complejo panorama que vivíamos tanto los
pensionistas como los dueños de casa, este se puso de acuerdo con el encargado
de la reposición de los tambores recolectores de basura que se encontraban bajo
los incineradores de los departamentos y a las 6 de la madrugada de un día muy
cercano al 11 procedimos a tirar envueltos como paquetes los libros restantes, los
cuales fueron depositados en el camión de la basura que pasó por el lugar horas
después. Al siguiente día y por seguridad de su familia el dueño de casa solicito a
los estudiantes de sociología abandonar su pensión, así lo hicimos”
En el Alpatacal quemé libros
      El siguiente relato corresponde a un        periodista, militante del Partido
Comunista.
      El día viernes 14 de septiembre de 1973, cuando yo era jefe de prensa de
la Radio Portales de Santiago, me encontraba en una casa de seguridad cuando
fuimos sorprendidos por una patrulla militar con apoyo de civiles.
      Fuimos subidos junto a varios otros jóvenes (de ese tiempo) a una
camioneta de color verde y trasladados primero a la 17 comisaría de carabineros
en Avenida Las Tranqueras (Las Condes) Allí nos quitaron las cédulas de
identidad y nos ficharon luego de interrogarnos sobre el paradero de gente como
Carlos Altamirano (PS) Luis Corvalán (PC) y otros y también sobre la existencia de
armas ocultas (en la radio o en otras partes). Ante nuestra negativa por absoluto
desconocimiento de esas materias, decidieron trasladarnos, en un furgón policial
esa misma noche hasta la Escuela Militar.
      Nos ingresaron a unos pasillos en el edificio principal donde estuvimos de
pie y formados durante horas. Muy tarde en la noche, nos dijeron que la escuela
estaba siendo asaltada y nos vendaron los ojos (a unos tres o cuatro compañeros,
no lo recuerdo bien ahora).
      Nos sacaron al patio Alpatacal -el mismo donde velaron a Pinochet- y nos
anunciaron que seríamos ejecutados si continuaba "el ataque". En verdad se
sentían tiros, pero muy lejos.
      Recuerdo que pensé en mi hijo, nacido recién en abril del 73 y también en
gritar algo antes de morir. Tuve en mi mente algo como "viva Allende" o algo
parecido porque ya sabíamos que el Presidente había muerto. Pero no pasó nada,
aunque la escena se repitió dos veces esa misma noche.
      En la noche apagaron todas las luces del edificio y mal dormimos en los
pasillos de la escuela. Por la mañana fuimos interrogados y me di cuenta que
tenían absolutamente todos nuestros datos personales-. Incluso donde había
nacido, mis abuelos (uno era militar), etc.
      Después nos sacaron al patio a formarnos y lavarnos con agua en toneles.
En otros de estos mismos artefactos había bencina o parafina (lo desconozco) y
montones de libros. Nos hicieron prenderles fuego. Recuerdo ediciones de la
revista cubana Bohemia, libros de arte sobre cubismo, publicaciones de la
editorial Quimantú, obras de Marta Harnecker y,desde luego, Marx, Engels y
Lenin. Los libros llegaban en camiones militares y eran varios kilos.
La orden era quemarlos todos, tarea en la que estuvimos un par de horas.
Al mediodía fuimos subidos a unos buses y agachados en el piso con las manos
entrelazadas en la nuca, fuimos trasladados.
       Más tarde reconocimos el lugar: el Estadio Nacional, lugar donde yo
permanecí hasta fines de septiembre sometido a parrilla eléctrica, golpes,
maltratos, durmiendo en un baño de los camarines junto a decenas de
compañeros.
       Cuando se anunció que venía una delegación de la Cruz Roja Internacional
liberaron a numerosos compañeros, entre ellos a mí.
       Más tarde, en Buenos Aires, me enteré que lo de la quema de libros fue un
operativo generalizado en poblaciones, en la Universidad Técnica del Estado, en
la Universidad de Concepción, en La Serena y otros lugares, porque vimos
fotografías y películas por la televisión Argentina.
       También recuerdo que, en mi casa habitación, mi mujer escondió mis libros
y discos en un entretecho –todavía deben estar allí, si no los han descubierto.


Y en esta historia no hay fin…
       Lamentablemente los relatos entregados son muchos mas, se multiplican
en la medida de la conversación cotidiana con personas que vivieron el periodo
del golpe militar y su larga dictadura, pero no se quedo tan sólo ahí, porque el
sistema implementado de terror cultural también ha provocado una gran apatía y
poco fomento a la lectura en Chile, por lo que no es poco común saber de quema
o destrucción de documentos, como ocurrió el año 2006 en la Universidad de
Chile en el que se quemaron 1200 documentos patrimoniales, aduciendo que fue
realizado por un grupo de manifestantes mapuches, de paso criminalizando un
movimiento que constantemente se deslegitimiza por parte de autoridades de
gobierno y por otro lado no existe autocritica de cómo debe almacenarse la
documentación valiosa, ya que no puede ser que se deje en una bodega, como
simples papeles.
       Y el ultimo caso que corresponde a la ciudad de Quillota en la cual se tiró al
rio y quemó documentación del Archivo Judicial, con legajos que van desde el año
1843 a 1990. Apenas pudiéndose rescatar una quincena.
       Lo anterior demuestra que la educación en la protección del patrimonio
histórico - cultural es una tarea pendiente.
       Un país sin memoria es un país sin historia, ya que la historia no es tan solo
la que se encuentra en los libros, si no la que podemos reconstruir a través de
relatos.
BIBLIOGRAFÍA

LIBROS
BÁEZ, Fernando. Historia universal de la destrucción de los libros, de las tablillas
sumerias hasta Irak. Buenos Aires: Sudamericana, 2005. 408 p.         ISBN 950-07-
2615-7
BALLESTEROS, Karin. Destrucción del libro en Chile durante la dictadura militar
1973 -1990. Valparaíso, 2007.
DORFMAN, Ariel. Ensayos quemados en Chile, inocencia y colonialismo. Buenos
Aires. Ediciones de la flor. 1974. 268 p.
MILLAS, H. Los señores censores. Santiago: Ed. Caperucita Rojas de feroz, 1985.
129 p.
NAVARRO, A. Cultura: ¿quién paga?, Gestión, infraestructura y audiencias en el
modelo chileno de desarrollo cultural. Santiago: RIL editores, 2006. 261 p. ISBN
956-284-509-5
Para todos los llamados... Quimantú de la A la Z. Santiago: Editorial Quimantú,
2003. ISBN 956-8290-00-1
SUBERCASEAUX, Bernardo. Historia del libro en Chile (alma y cuerpo). Santiago:
Lom, 2000. 223 p. ISBN 956-282-330-X


PRENSA
¡Botaron y prendieron fuego al archivo judicial de Quillota!. El Observador,
Quillota, 29 de febrero, 2008: p. 5.

Violentistas queman 1.200 libros en protesta pro mapuche en U. de Chile. El
Mercurio, 30 noviembre, 2006: p. C6.

Los valiosos libros que fueron quemados por encapuchados en la U. de Chile. La
Tercera, 1 de diciembre, 2008: p. 26.



Entrevistas a quienes quisieron hacer el ejercicio de la memoria, algo que no es
fácil en este país.

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Destruccion, censura y autocensura del libro en chile[1]

  • 1. Karin Ballesteros Manríquez Bibliotecóloga, licenciada en Ciencias de la Documentación Universidad de Playa Ancha Valparaíso – Chile DESTRUCCIÓN, CENSURA Y AUTOCENSURA DEL LIBRO EN CHILE La destrucción del libro se ha presentado en diversos momentos de la historia de la humanidad y esto atenta contra principios básicos a los que tiene derecho cada individuo de la sociedad como ser pensante que necesita informarse y conocer su historia familiar, local, nacional. Esa fuerte relación entre libro y memoria nos obliga a verlos como elementos sustanciales del patrimonio cultural de la humanidad. El Estado chileno durante la década del 70 con un gobierno socialista, apoyado por comunistas, socialistas, radicales y otros partidos de izquierda, que conformaban el bloque político de la Unidad Popular, trabajó para construir un cambio cultural, social y político en el país, esto permitió una valoración positiva del libro con políticas que favorecieron la lectura en amplios sectores de la sociedad apoyados por ejemplo con la creación de la Editora Nacional Quimantú, que permitió llevar al libro a los lugares más remotos del país. Con el advenimiento de la Dictadura, se inician actos de censura donde a través de diversos métodos se procedió a destruir, censurar, autocensurar el libro y todo lo relacionado con la cultura e información. Para el nuevo régimen era necesario borrar cualquier marca que hable de la Unidad Popular. En Chile, pasados 35 años del golpe militar, el ejercicio de la Memoria Histórica es un tema pendiente Un poco de historia La producción editorial en Chile tiene un comienzo tardío en comparación con México o Argentina, ya que recién en 1811 llega la primera imprenta y en 1812 se trae a tres tipógrafos. Es así como se inicia una carrera accidentada de producción libraria.
  • 2. Iniciado el siglo XX comienza a sentirse la necesidad de informar e informarse como elemento emancipador de conciencias, y se crean diversos boletines o gacetas, sobre todo de los movimientos obreros de las salitreras. Quimantú, libros para todos y todas Este lento proceso tiene un auge en los 60 y con la llegada de Salvador Allende a la presidencia de Chile, se crea la Editora Nacional Quimantú. Esta editorial tiene como gran logro llegar a los lugares más recónditos de Chile, país bastante largo y de difícil acceso. La Editora Nacional Quimantú nace oficialmente el 12 de febrero del año 1972, pero la historia comienza un poco antes, por una parte con la huelga que sostienen cerca de 1.000 trabajadores de la Editorial Zig-Zag, quienes demandaban mejoras salariales, lo que tras una negociación concluye con la compra de la editorial por parte del gobierno de la Unidad Popular y por otra con el proyecto político de esta nueva alianza por desarrollar la cultura y llevar la lectura y el conocimiento a todo el pueblo de Chile, sin importar su condición social o lejanía territorial. Esta idea quedó plasmada en el Programa de La Unidad Popular “[...] por el acceso de las masas populares al arte, la literatura y los medios de comunicación [...] el sistema de cultura popular estimulará la creación artística y literaria y multiplicará los canales de relación entre artistas o escritores con un público infinitamente más vasto que el actual.” Idea que ya manejaba Salvador Allende cuando fue diputado el año 1967 al presentar un proyecto de ley con motivo de crear una Editorial del Estado. Y aunque en sus inicios el nombre era Editora Nacional Camilo Henríquez este fue cambiado por Empresa Editora Nacional Quimantú que es un neologismo de la lengua mapuche que significa Sol del Saber. Los objetivos que se propuso Editorial Nacional Quimantú son dos, primero: “instalar al libro a un precio al alcance de todo el pueblo chileno, mediante una política de producción, distribución y tiraje que disminuyera costos de edición y venta. Segundo, concebir el libro como un elemento emancipador de conciencias para el Nuevo Chile que emergía con el gobierno de Salvador Allende”
  • 3. El concepto de libro en este nuevo Chile tiene un poder emancipador de conciencias, es la herramienta para liberar al pueblo de la ignorancia. Por esta razón el Gobierno de la Unidad Popular se propone bajar el costo de edición, para poder aumentar la distribución de cada libro, masificándolo de tal manera que no quedó un rincón de Chile, un quiosco al que no llegara un texto de Quimantú. Navarro (2006:53) relata “encontré, en pleno paro de octubre de 1972, en el bus que cruzaba sobre la balsa entre dos pequeños pueblos de la isla de Chiloé, [que está a más de 1.500 km de la capital al extremo sur del país], a un lugareño extrayendo del bolsillo trasero de su ajado pantalón un Minilibro” lo que demuestra lo alejado que podían llegar estos pequeños libros. Minilibros se inicia en agosto de 1972 y logra editar 55 números, con un tiraje total de 3.660.000 libros, destacando además, el tamaño, ya que podía leerse en cualquier parte, porque eran fáciles de transportar. La destrucción de la construcción Es posible encontrar en el período 1830-1840 la calificación para algunos libros como peligrosos, a lo que Andrés Bello responde a través de periódicos de la época “¿Toleraremos que esta prohibición subsista?, ¿no es ya tiempo de alzar el entredicho que nos priva de tantos libros útiles y necesarios?”. Bello consideraba que no se debía someter el entendimiento y la razón a un calificador arbitrario, que no se debía privar al hombre del ejercicio de todas las facultades intelectuales, que este podía elegir entre lo que realmente le interesaba o no. Entre el 11 de septiembre de 1973 y 1990 en Chile se produjeron múltiples actos de censura, autocensura y destrucción, en este caso hablamos de libros, revistas o material audiovisual, algunos de éstos quedaron para siempre en la memoria de los telespectadores que vieron las imágenes transmitidas en directo. En los relatos recopilados es posible encontrar versiones sobre las primeras imágenes de “masivas quemas de libros por la TV militarizada, que cumplieron con la educativa tarea de que cada poseedor de una biblioteca conformada por algunos textos con el sello Quimantú fueran los propios incendiarios de sus libros”.
  • 4. El diario La Tercera, el 6 de octubre de 1973 habla de la técnicas más sutiles a las que se recurrió para eliminar los libros considerados ‘malos’ “... se ofreció a los empleados públicos del Instituto de la Reforma Agraria que todos los impresos ‘malos’ que encontraran y denunciaran serían vendidos para hacer pasta de monopolio papelero, y su importe se convertiría en una gratificación para los empleados”. Lo anterior coincide en los inicios de la dictadura con el relato de Ariel Dorfman (1974: 10), quien cuando estaba en la Embajada de Argentina, vio pasar camiones en dirección a Puente alto, iban desde la Editorial Quimantú hasta la Papelera, los militares se habían dado cuenta que era más económico devolver los títulos ya impresos a la papelera “en ese estado, guillotinados, perdían igualmente su carácter subversivo, se le borraban sus palabras y conservaban en cambio su integridad física [...] volvían a beneficiar a los viejos dueños monopólicos de Chile” La idea del nuevo régimen era la destrucción de todos los diarios, revistas, libros, banderas, retratos o símbolos que tuvieron relación con las ideas de la Unidad Popular. “En este escenario, se desmanteló Quimantú; partieron al exilio miles de creadores, censuraron las publicaciones de diarios, revistas y libros y la televisión comenzó un concienzudo proceso de achatamiento colectivo. La prensa escrita se redujo a dos cadenas de diarios cuyos propietarios eran fervientes partidarios de la dictadura”. Navarro op cit. Y no tan sólo se ataca a esta editorial o los libros, si no también se interviene y desmantela las instituciones culturales existentes, crean a muy corto andar acciones orientadas a desmantelar el aparato cultural, sin tener siquiera muy claro por qué sustituirlas. “Con la designación de rectores militares en las universidades, se interviene de hecho los canales de televisión universitarios, la toma a mano de militares de las instalaciones de Quimantú [poniendo en su lugar la Editora Gabriela Mistral que posteriormente quebraría en el año 1985], Chilefilms, el Museo de Bellas Artes y Televisión Nacional, señalan que la guerra contra el comunismo se daba también en el terreno de la cultura”. Ibid.
  • 5. Si bien no todas las editoriales sufrieron la misma suerte, algunas como lo declaró Eduardo Castro de Editorial Universitaria “se guardaron en bodega los [libros] que se consideraron más conflictivos y luego el directorio se comprometió a no publicar libros políticos o religiosos” esto es similar a lo que dice Alfonso Calderón Scuadrito al afirmar “Era la época en que los militares nos censuraban y también nos autocensurábamos por precaución [...] en la Revista Cauce nos prohibieron las fotos, cuando censuraban una, quedaba el hueco en blanco. Estas revistas tuvieron una vida muy accidentada, prohibiciones, detenciones, amenazas” Los libros censurados fueron entre otros Poemas Inmortales e Incitación al Nixonicidio de Pablo Neruda, La Viuda del Conventillo de Alberto Romero, El Chilote Otey y El Ciclista del San Cristóbal de Antonio Skármeta. La lista de libros censurados es bastante larga, el ensayo de Claudio Orrego: El Ideal y la Historia, publicado en edición privada, fue requisada y guillotinada. El libro-testimonio de Máximo Pacheco Guzmán que se refería al hallazgo de un cementerio de cadáveres descubierto en 1978 en la localidad de Lonquén, donde fueron incinerados vivos y la posterior investigación judicial fue rechazada por el general Humberto Gordon Rubio en julio de 1980 con el argumento de “La publicación de ese libro no ayuda a la convivencia fraternal de los chilenos” Millas (1985) menciona varios casos de interés, como lo tragicómico que le sucedió a Gustavo Olate, quien en marzo de 1973 publicó una novela titulada “Los Asesinos del Suicida”, por la que permaneció tres meses en un campo de prisioneros de Cuatro Alamos, hasta que un día un oficial lo llamó para decirle: -¡Pero en el ejemplar dice que se editó en marzo!, a lo que el autor le respondió -Eso lo que llevo repitiendo todo este tiempo. Y en todo caso no se autorizó su circulación y se le aconsejó -Salvo que le cambie el título. Pero tampoco le habría servido, pues la obra ya había sido quemada. La censura y destrucción de libros llega a todas partes. La Tercera da cuenta de esto: “el domingo 23 de septiembre la tropa allanó la Remodelación San Borja, un conjunto de torres habitacionales [...] La operación se inició a las 6 horas y durante catorce horas que duró la hoguera hecha con los libros y panfletos
  • 6. políticos ardió todo el tiempo. En esta operación se quemaron colecciones de la revista Chile Hoy, la bandera cubana, retratos del Che, libros como el Caso Schaneider, El tankazo del veintinueve de junio”. “El canal 13 de la Universidad Católica mostró con deleitación en una toma directa cuando se incineraba un ejemplar en francés de la tesis del profesor Polantkas sobre el fascismo” Rama op.cit, lo que corrobora Calderón “En ese tiempo me tocó ver mucha cosas, la quema de libros, sin embargo, la vi en París, de visita donde unos amigos. Un niño que veía la tele llegó corriendo a avisarnos que en Chile estaban quemando libros de Francia...” lo que demuestra que este tipo de hechos no fue aislado, que se realizó en diferentes momentos de la dictadura. Los relatos de autocensura y destrucción se multiplican Múltiples personas sintieron que sus vidas podían estar en peligro e hicieron caso a los bandos militares y destruyeron sus propias bibliotecas, ya sea incinerándolas o guardándolas bajo tierra. Patricia Verdugo dice “Al atardecer, comenzamos a destruir revistas, discos, documentos. Ya éramos presa del terror y entendíamos que había comenzado una pesadilla de persecución [...] quemamos revistas y libros de izquierda y libros de marxismo...” Otro de los tantos testimonios cuenta que “en la casa de una amiga de Santiago, enterraron en el patio una buena centena de libros de marxismo y a la ligera, el mismo día 11, sin posibilidad de envolverlos en plástico como para recuperarlos después. Y en el baño que marón el Diario El Siglo y todos los hermosos posters de la UP que decoraban la casa”. “En la casa donde me fui a refugiar el día del golpe, quemábamos libros, diarios, posters, cartas, panfletos y material diverso de propaganda en el patio, viendo con horror como los helicópteros circulaban por encima de nuestras cabezas y pensando que en cualquier momento nos vendrían a allanar” “En la casa de unos amigos, tiramos varios centenares de libros por un conducto de ventilación bastante amplio que había en los baños del edificio y que tenía una tapa de rejilla que se podía sacar. Nunca supe si alguna vez volvieron a
  • 7. sacar el material de ahí”. “Como trabajador de Quimantú tenía gran cantidad de libros en mi casa, que nos regalaban, después del golpe y ante el allanamiento masivo, y que vimos como en el otro edificio de trabajadores de Quimantú había sido allanado y quemado piras de libros en el patio, procedí a poner libros en sacos e ir a tirarlos al Mapocho. Caminaba unas 5 cuadras y me paraba en el puente, de espalda al rio y soltaba la carga, tuve que hacer el viaje como cinco veces, el miedo era muy fuerte y así me deshice de todos los libros Quimantú”. Una estudiante de la época y actual bibliotecaria manifiesta que “Al momento del golpe militar la mayoría de nosotros manteníamos en nuestras pensiones universitarias bibliografías relacionadas con nuestras carreras, la cual nos vimos en la imperante obligación de hacerla desaparecer, para tal efecto y dentro de las escasas posibilidades que teníamos en ese momento procedimos a QUEMAR. No fue una decisión sino una salida, una escapada ante el miedo y el terror que nos producía el hecho que una vez que nuestras pensiones fueran allanadas por los militares, por un lado seriamos detenidos nosotros y por otro serían detenidos o involucrados los dueños de la pensión. La quema de libros la realizamos en las logias de los departamentos, hoja por hoja en tarros de leche para que no se produjera mucho humo, la tarea fue muy difícil y lenta, ya que además muchos departamentos realizaban esta acción al mismo tiempo […] ante la premura del tiempo y del complejo panorama que vivíamos tanto los pensionistas como los dueños de casa, este se puso de acuerdo con el encargado de la reposición de los tambores recolectores de basura que se encontraban bajo los incineradores de los departamentos y a las 6 de la madrugada de un día muy cercano al 11 procedimos a tirar envueltos como paquetes los libros restantes, los cuales fueron depositados en el camión de la basura que pasó por el lugar horas después. Al siguiente día y por seguridad de su familia el dueño de casa solicito a los estudiantes de sociología abandonar su pensión, así lo hicimos”
  • 8. En el Alpatacal quemé libros El siguiente relato corresponde a un periodista, militante del Partido Comunista. El día viernes 14 de septiembre de 1973, cuando yo era jefe de prensa de la Radio Portales de Santiago, me encontraba en una casa de seguridad cuando fuimos sorprendidos por una patrulla militar con apoyo de civiles. Fuimos subidos junto a varios otros jóvenes (de ese tiempo) a una camioneta de color verde y trasladados primero a la 17 comisaría de carabineros en Avenida Las Tranqueras (Las Condes) Allí nos quitaron las cédulas de identidad y nos ficharon luego de interrogarnos sobre el paradero de gente como Carlos Altamirano (PS) Luis Corvalán (PC) y otros y también sobre la existencia de armas ocultas (en la radio o en otras partes). Ante nuestra negativa por absoluto desconocimiento de esas materias, decidieron trasladarnos, en un furgón policial esa misma noche hasta la Escuela Militar. Nos ingresaron a unos pasillos en el edificio principal donde estuvimos de pie y formados durante horas. Muy tarde en la noche, nos dijeron que la escuela estaba siendo asaltada y nos vendaron los ojos (a unos tres o cuatro compañeros, no lo recuerdo bien ahora). Nos sacaron al patio Alpatacal -el mismo donde velaron a Pinochet- y nos anunciaron que seríamos ejecutados si continuaba "el ataque". En verdad se sentían tiros, pero muy lejos. Recuerdo que pensé en mi hijo, nacido recién en abril del 73 y también en gritar algo antes de morir. Tuve en mi mente algo como "viva Allende" o algo parecido porque ya sabíamos que el Presidente había muerto. Pero no pasó nada, aunque la escena se repitió dos veces esa misma noche. En la noche apagaron todas las luces del edificio y mal dormimos en los pasillos de la escuela. Por la mañana fuimos interrogados y me di cuenta que tenían absolutamente todos nuestros datos personales-. Incluso donde había nacido, mis abuelos (uno era militar), etc. Después nos sacaron al patio a formarnos y lavarnos con agua en toneles. En otros de estos mismos artefactos había bencina o parafina (lo desconozco) y
  • 9. montones de libros. Nos hicieron prenderles fuego. Recuerdo ediciones de la revista cubana Bohemia, libros de arte sobre cubismo, publicaciones de la editorial Quimantú, obras de Marta Harnecker y,desde luego, Marx, Engels y Lenin. Los libros llegaban en camiones militares y eran varios kilos. La orden era quemarlos todos, tarea en la que estuvimos un par de horas. Al mediodía fuimos subidos a unos buses y agachados en el piso con las manos entrelazadas en la nuca, fuimos trasladados. Más tarde reconocimos el lugar: el Estadio Nacional, lugar donde yo permanecí hasta fines de septiembre sometido a parrilla eléctrica, golpes, maltratos, durmiendo en un baño de los camarines junto a decenas de compañeros. Cuando se anunció que venía una delegación de la Cruz Roja Internacional liberaron a numerosos compañeros, entre ellos a mí. Más tarde, en Buenos Aires, me enteré que lo de la quema de libros fue un operativo generalizado en poblaciones, en la Universidad Técnica del Estado, en la Universidad de Concepción, en La Serena y otros lugares, porque vimos fotografías y películas por la televisión Argentina. También recuerdo que, en mi casa habitación, mi mujer escondió mis libros y discos en un entretecho –todavía deben estar allí, si no los han descubierto. Y en esta historia no hay fin… Lamentablemente los relatos entregados son muchos mas, se multiplican en la medida de la conversación cotidiana con personas que vivieron el periodo del golpe militar y su larga dictadura, pero no se quedo tan sólo ahí, porque el sistema implementado de terror cultural también ha provocado una gran apatía y poco fomento a la lectura en Chile, por lo que no es poco común saber de quema o destrucción de documentos, como ocurrió el año 2006 en la Universidad de Chile en el que se quemaron 1200 documentos patrimoniales, aduciendo que fue realizado por un grupo de manifestantes mapuches, de paso criminalizando un movimiento que constantemente se deslegitimiza por parte de autoridades de gobierno y por otro lado no existe autocritica de cómo debe almacenarse la
  • 10. documentación valiosa, ya que no puede ser que se deje en una bodega, como simples papeles. Y el ultimo caso que corresponde a la ciudad de Quillota en la cual se tiró al rio y quemó documentación del Archivo Judicial, con legajos que van desde el año 1843 a 1990. Apenas pudiéndose rescatar una quincena. Lo anterior demuestra que la educación en la protección del patrimonio histórico - cultural es una tarea pendiente. Un país sin memoria es un país sin historia, ya que la historia no es tan solo la que se encuentra en los libros, si no la que podemos reconstruir a través de relatos.
  • 11. BIBLIOGRAFÍA LIBROS BÁEZ, Fernando. Historia universal de la destrucción de los libros, de las tablillas sumerias hasta Irak. Buenos Aires: Sudamericana, 2005. 408 p. ISBN 950-07- 2615-7 BALLESTEROS, Karin. Destrucción del libro en Chile durante la dictadura militar 1973 -1990. Valparaíso, 2007. DORFMAN, Ariel. Ensayos quemados en Chile, inocencia y colonialismo. Buenos Aires. Ediciones de la flor. 1974. 268 p. MILLAS, H. Los señores censores. Santiago: Ed. Caperucita Rojas de feroz, 1985. 129 p. NAVARRO, A. Cultura: ¿quién paga?, Gestión, infraestructura y audiencias en el modelo chileno de desarrollo cultural. Santiago: RIL editores, 2006. 261 p. ISBN 956-284-509-5 Para todos los llamados... Quimantú de la A la Z. Santiago: Editorial Quimantú, 2003. ISBN 956-8290-00-1 SUBERCASEAUX, Bernardo. Historia del libro en Chile (alma y cuerpo). Santiago: Lom, 2000. 223 p. ISBN 956-282-330-X PRENSA ¡Botaron y prendieron fuego al archivo judicial de Quillota!. El Observador, Quillota, 29 de febrero, 2008: p. 5. Violentistas queman 1.200 libros en protesta pro mapuche en U. de Chile. El Mercurio, 30 noviembre, 2006: p. C6. Los valiosos libros que fueron quemados por encapuchados en la U. de Chile. La Tercera, 1 de diciembre, 2008: p. 26. Entrevistas a quienes quisieron hacer el ejercicio de la memoria, algo que no es fácil en este país.