2. A Francisco José y Miguel, mis hijos.
Y a los hijos de todas las mujeres que viven, a escondidas.
3. Y qué si es de granito la memoria de los hombres y
mujeres que me juzgan. He aprendido a beber en solitario
las noches de mi nombre, respetando al alba que no hay
más, que un poco de azar y un alfabeto. Y hasta eso es
incierto en las noches de verano, cuando al azar le brota
una h intercalada y mi nombre es algo más que un puñado
de letras ordenadas.
Y qué si es escarcha y no tiempo lo que tiñe de blanco mis
cabellos. También eso aprendí, que son dos tiempos el de
afuera y el de adentro. Afuera, soles y lunas. Adentro un
frío que no late, que tirita, que no olvida la calidez hedionda
de las bocas, sólo bocas.
4. Abrázame. Enreda mi miedo a tu pelo y Déjame cepillarlo
al viento, allá en lo alto de la colina quebrada de mis dudas.
Salto, no salto.
Bésame. Ordena que cesen las olas en tu lengua de fuego
y Déjame mostrarle los ríos invisibles de las lluvias de
azúcar, las dunas, el silencio. Este universo insomne donde
pasean cabizbajos mis sueños, solos. Tanta mar encima.
Perdóname. Haz que duerman leones en las puntas de tus
dedos y Déjame contarles el cuento de la luna rota –
reflejos de amapolas- : Había una vez un dolor sin días, de
esquirlas blancas…
Olvídame. Sé un Dios cansado de la creación. Y en paz las
aguas, los días, las colinas, Déjame mecerme en un sueño
blanco. Déjame Ser en Domingo.
5. Ya no hay secretos. Viene en la tarde el último Mago,
arrastrando sus pies por la nieve. Cansado de este sino
que dibujo en sus manos una bruja loca. Ir, venir, desandar
lo ido. Condenado al ensayo, a la probeta, a la alquimia
imposible.
Tiemblan sus manos de siglos, de peregrino sin otro
camino: llamar, entrar, mezclar en silencio, y solo. Sin un
buen Dios que nieble sus ojos de efigie. Polvo, arcilla
olvidada.
6. Aún me pregunto si no te invente aquella noche. Recuerdo
un banco tristón, ajado y tu figura, un punto más oscuro en
aquel deslucido otoño. Tenías las manos recogidas en
actitud contrita, como si cargaras a tus espaldas luceros,
galaxias, vientos, ataúdes, soles, bíceps. Un universo que
empezaba a pesar, que juntaba tu pecho a tu rodilla.
Todo queda lejos, blanco. Como esa maraña que, a veces,
sueño de nudos blancos. Aunque ahora, tan
incomprensiblemente real, pasas del sofá a la pitillera,
abriéndote camino por mis recuerdos, flexionando la mano
como si me imitaras.
7. Otra vez lápiz y papel para coser mis recuerdos, para no
olvidar el hijo, para no olvidar Manuela, para no olvidar
vivir.
8. Ahora comprendo el miedo, la guerra y la barbarie.
Acurrucada en este rincón, aterida de espanto, con el hijo
en brazos y rezando, ahora comprendo.
9. Gimo, aúllo, me revuelvo. Nadie.
La noche, yo y este whisky aguado, empañado de carmín y
tabaco.
Grito, corro, agito mis brazos. Nadie.
Vieja, puta. Ni la de la guadaña hizo hoy la calle.
10. Aprieta tus pechos bruja y verás la leche convertida en pus.
Aprieta tus piernas bruja o verás regueros de sangre donde
hubiera ríos de miel. Aprieta tu vientre bruja o el dios
borracho escupirá en tus entrañas la noche de los niños
muertos.
11. Una luna quebró en mil pedazos tus ojos negros. Y un Dios
ciego trazo con escarcha tu cuerpo blanco.
Una niña de niebla te puso un nombre y un hombre de
piedra te engendró un hijo.
12. Corté la montaña con mi cuchillo de plata y una acequia de
soles me volvió ciega. Comprendes ahora, amor, porqué
tanto desatino en llegar a ti.
13. Ya no hay montañas quebradas donde cobijar mis sueños.
Ya no hay ventanas abiertas para escapar a la noche. Ya
no hay silencios, nenúfares, pálidas estrellas en la lengua
del loco.
14. Qué poco importa todo al mediodía, cuando el calor
acaricia mis piernas y tras el cristal, la vida sigue.
15. ¿ No sientes detrás de mis pechos un callado despertar de
abejas, un rumor dulce de acequias, de miel desbordada?.
Dime, ¿acaso no lo sientes?.
17. Has vuelto silencio a Ser, mi compañero de viaje. Un poco
más viejo, más nocturno, menos blando en tu palidez de
luna.
Has vuelto o acaso estuviste siempre ahí, agazapado, harto
de palabras que no saciaban tu sed de mi.
18. Dices que hay niebla en mis ojos y no es cierto. Sólo lunas
dormidas, colinas quebradas y algún nenúfar ajado al final
de la calle.
19. Nada hay más allá del viento, de la sombra chinesca en la
pared, del croar solitario de la rana, del crujir angustioso de
tu sueño.
20. Eres, la vieja puta que engendró a los dioses, la carcoma
inútil del tiempo, la hija bastarda del lamento. Eres, la tierra
que violan los muertos.
Y eres… pero mírame a los ojos, mujer. No escondas tus
sucias manos. Ven, acércate y dámelas, así, que pueda
lamer la sangre que traes entre las uñas.
21. He tardado dos años en cruzar la cortina de lluvia. Hoy 27
de noviembre ante el placer del olvido o la calma de la
memoria, elijo lo último. No hay paz pero tampoco dudas.
Cada noche el sueño me vence contando el nombre de mis
demonios. Y cada mañana, al despertar, avanzo tranquila.
Sé, que viven aquí adentro, pero también sé, que tienen las
manos atadas con firmes lazadas de llanto.
22. Si un día volvieras del mar envuelto en bruma, con las alas
mojadas y el pecho incendiado de palabras, no me
busques. Ve, con tu rabia a la montaña – quebrada de
locura ya no habla -. Recoge tus constelaciones, tus
árboles, los frutos de lluvia y aléjate por los caminos de sal.
Que el mar ya no es mi patria.
23. Has encalado la fachada de tu casa, rociado con sal
puertas y ventanas, y ahora comprendo porque robaste
ayer, por la mañana, un poco de romero. Y sin embargo, te
equivocas. La locura tiene un precio no una recompensa.
Permanece inquebrantable en la memoria de aquellos que
un día te vieron equivocar, recoger, tan solo, un puñado de
ortigas del plantío de tu edad. Qué, si te crecen secretos en
el pecho, qué importa eso. La redención no existe, es
mentira. No hay acequias que tornen de adentro a fuera.
No hay cauces para tu sueño blanco. El tiempo es piel y
ojos. Otros. No hay conjuro, hechizo, alquimia que frene lo
inagotable de tu dolor. El olvido es el sueño, siempre
eterno, de los dioses. De los hombres, la memoria.
24. Oquedades que descansan bajo la tierra de un cementerio.
No lo olvides.
Y qué le diremos mañana, a la mariposa inquieta que
habita tras los ojos del hijo.
25. La casa está limpia, la mesa puesta, la comida caliente, el
hijo dormido. El marido asiente feliz. Todo está en orden
– menos mi alma-.
26. Tener todo el tiempo del mundo en mis manos-
gorgojeante, saltarín, recién nacido- como un pájaro a
punto de volar, así fueron los veranos de mi infancia. La
escalera fresca, la lectura escogida y la certeza impagable
de madre en la cocina.
Ahora, tengo otoños e inviernos, hasta brota alguna
primavera. Pero veranos, no. Los veranos se quedaron
para siempre a la sombra del patio de mi casa.
27. Nada me pertenece salvo el silencio blanco y el latido
indeciso de mi corazón. El aire, la calidez, la lluvia, la
fragilidad y el viento, todo os pertenece. Todo, salvo el
silencio blanco y el latido indeciso de mi corazón.
28. Hoy en Manuela no llueve como para soñar. Todo está
torpe, atrasado, equivocado el universo. Cada calle es un
trecho para lo lejos y cada noche sólo es, eso, noche,
negra noche. Los huertos están atestados de luceros
sembrados y las acequias, embrujadas, se tornaron
caracoles. En las esquinas, los vendedores olvidaron que
vendían. Léeme un cuento – dijo un niño- y ya no recuerdo
porque lloraba esa luna escondida bajo mis letras.
29. No es tu nombre lo que busco, a escondidas, en la orilla del
río. Sino un rostro triste, pero firme, que me robó
Noviembre un día de lluvias.
30. ¿ Podrá el viento detenerme ahora?. Esta tarde he cosido
un ramillete de amapolas a mis manos. Las quiero libres,
voladoras. Por encima de Noviembres y de Nombres. Sin
líneas de la vida o de la muerte. Sin corazón, sin memoria.
Y que no tema la luna alta. No buscan noches sino azules.
El amanecer de la memoria que al fin perdona.
31. Te has acostumbrado a dormir junto a la ventana. El viento,
las hojas, son tu nana. Hoy te veo luchar contra el sueño.
Contemplar absorto –hechizado, casi- la recia lluvia que
empaña tu cristal del mundo.
32. Cuando seas mayor, no vengas luego a preguntar: madre,
de dónde me nace esta tristeza.
Ahora o nunca. Pero, nunca es siempre y ahora me da
miedo.
33. Revuelvo, ordeno, tropiezo, me canso. Ya me levanto. Pero
y ¿si caigo? Pues caída estés por los siglos de los
siglos...No ¡amén no! Ya me levanto.
34. Me miro en tus ojos y no veo el tiempo, sólo el deseo firme
de los hombres de la tierra.
Desbrozas, plantas, vendimias, podas y te calientas las
manos en las madrugadas heladas de tus olivos, mientras
piensas en horadar mi cuerpo, insomne barbecho a la
espera de la siembra de tus caricias.
Sudo, me desvelo, gimo y aprieto mi vientre susurrando un
idioma, del que sólo tú, entiendes.
35. ¡ Maldito seas! Por este aquelarre nocturno que lleva tu
nombre. Por clavar a mi sexo una luna hambrienta que,
inquieta, se revuelve cuando te aúllo.
36. No duermes, lo sé, porque me quemo. Desatas a oscuras
la escondida trenza de brasas que nos une.
Sé, lo que ocultas vuelto en tu cama. El temblor de tus
manos mientras destrozas, ahoyándote en mi nombre, la
prohibición, tan sólo humana, del deseo.
Porque me quemo, lo sé.
37. Cuando te veo en la distancia sin que tú me veas, se
acaban las dudas. El cincel de ese perfil cansado que
acecha las calles, lleva mi nombre. Marca inútil que
enciende tu vientre y rotura la tarde,
de la misma tristeza conque la miran mis ojos.
Encendida de ti, me alejo sin que tú me veas. Conteniendo
a duras penas, esta marea ignorante – sin conocimiento de
lunas- que me brota entre las piernas y que deja en el aire
un rastro de perra cansada, de celo inútil.
Derrotado, condenado, febril, vendrás esta noche – otra
noche- a mi lecho. Mientras otra mujer, callada, loca, vigila
lo agitado de tu pecho.
38. Si al poner un nombre, se tejieran cuidadosamente los hilos
de la vida a cada una de sus letras, todo lo nombrado
viviría.
Y así hubiera sido, hasta ayer, en que la muerte me robo
una letra. No sé, si consonante o vocal, pero del centro.
Y ahora lo que vive no puede ser nombrado, porque no
tiene sentido, se está deshilachando.
39. Un día cualquiera: 8 de Mayo. Por pasado arrancado del
calendario. Pero en tu nombre, José, dejé de contar más
días. Sólo me pregunto qué día cualquiera, alguien a quién
no conoceré, arrancará por pasadas, las letras de tu
nombre.
40. Mi nombre en vano. Consintiendo la existencia por esas
letras que pronunciáis al llegar a casa. Por esos gestos de
amor, de secretos que me ofrecéis como flores y que yo
tomo y aprieto contra la boca de mis heridas, para estar
mañana aquí, junto a la ventana, profiriendo mi nombre en
vano.
41. Tarde, siempre, viene el frescor del Alba a tus ojos negros,
a tu plateada alma, que recorre inagotable las galerías
incontables de un nombre a oscuras.
Tarde, siempre, viene el frescor del Alba a tu cielo
nocturno, a tus campos de noches, donde pace libre la
bruma cansada de tu mirada.
Tarde, siempre, vienes Alba a mi desnudo cuerpo, a mi
profundo lecho, a la sima herida donde se oculta la luna de
la promesa de tu frescura.
42. Tal vez llegué tarde al otoño de tus ojos, a la mañana
sombría en que entregaste a la tierra la mitad de tu alma.
Tal vez me entretuve a pedirle a la luna, bordadora de
plata, que cosiera mis labios, guardando en mi boca
El conjuro imposible de tu nombre y el mío.
Tal vez, silenciosa y desnuda, contenga a duras penas las
embestidas de tu pena. Y la calma y la furia y de nuevo la
calma de ese oleaje sin luna, de ese eco ciego que
retumba en tu pecho.
Tal vez no me entiendas y me llames loca porque de
noche, sabiéndote insomne, cruzo la lluvia y te abrocho a la
vida. Y te beso ahí donde te duele, donde no hay principio
ni fin, donde el nombre, donde no hay supervivientes.
Tal vez, sólo tal vez, hoy sea diferente y te gires y me veas
Olvidada estatua de sal, Perséfone dividida.
43. Mi libertad no es, sino este recinto estrecho que deja en la
noche, la ausencia de tu nombre.
44. Y cuando el plazo acabe, perdonadme si por amor no
podéis comprender esta falta en las ganas del vivir. No hay
equivocación en el dolor, ni en el vuestro ni en el mío, sólo
una suma tristísima de lágrimas futuras y presentes.