Este cuento popular mexicano narra la historia de un conejo que se siente pequeño y quiere crecer de tamaño. El conejo pide al Señor del Monte que lo haga más grande, y éste le dice que al amanecer vea su sombra entre dos cerros. Cuando el sol sale, el conejo ve una gran sombra reflejada y cree que ha crecido, pero al ocultarse el sol, su sombra se achica y descubre que en realidad sigue siendo pequeño.
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Muy cerca de un pequeño lago,
el conejo veía sus patas
delanteras, blancas y suaves
como el algodón. No dejaba de
mirar su espesa cola y de rascar
su nariz.
Tan feliz estaba con su cuerpo
que decidió mirarse en el reflejo
del lago. Corrió hacia la orilla, y
una vez en el borde, su figura se
dibujó en la superficie del agua.
—¡Qué hermosa cola!
¡Qué lindas patas!
—dijo orgulloso.
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El conejo se acercó un poco más
y descubrió su pequeñez.
—¡Soy muy bonito,
pero demasiado
pequeño!
Hay animales más
grandes que yo,
como el caballo o el
coyote.
¡Yo quiero ser de
ese tamaño! —gritó
enojado el conejo.
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Entonces caminó hacia donde
vivía el Señor del Monte; le iba a
pedir que lo hiciera crecer, pues
ser pequeño no le gustaba.
Tres días después llegó al cerro.
Subió con rapidez y en lo más
alto encontró al Señor del Monte
rodeado de aves. El conejo se
arregló el pelo y las orejas.
—¿Qué haces aquí? —
preguntó el Señor del
Monte.
—Vengo a pedirte
que me hagas más grande
—
contestó el conejo.
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El Señor del Monte pensó un
momento y dijo:
—Al amanecer
párate entre esos dos
cerros. Cuando el sol
haya salido por completo
verás cuánto has crecido.
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El conejo bajó con brincos y
piruetas y esperó a que
amaneciera. Poco a poco el sol
asomó sus primeros rayos.
Entonces se paró entre los cerros
y vio reflejada una gran sombra.
—¡Qué grande soy!—gritó.
Y se puso a brincar de felicidad.
Movía las orejas, sacudía la cola
y agitaba las patas, mientras
miraba a su sombra copiar cada
movimiento.
—¡Ese soy yo!
¡Grandote y veloz!
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Continuó brincando el resto del
día, sin darse cuenta de que el
sol casi se escondía.
Cuando la luz empezó a
disminuir, la sombra saltarina se
achicó y se achicó hasta
borrarse por completo.
En ese momento el conejo
entendió que era tan pequeño
como al principio, sólo su
sombra había crecido.