2. Historia del joven celoso
Henri Pierre Cami
Había una vez un hombre joven que estaba muy celoso de una joven
muchacha bastante voluble.
Un día le dijo. “Tus ojos miran a todo el mundo.” Entonces le arrancó los
ojos.
Después le dijo. “Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.” Y le
cortó las manos.
“Todavía puedes hablar con otros”, pensó. Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír con eventuales admiradores le arrancó los
dientes.
Por último, le cortó las piernas. “De ese modo –se dijo- estaré más
tranquilo.
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que
amaba. “Ella es fea –pensaba-, pero al menos, será mía hasta la
muerte.”
Un día volvió a casa y no encontró a la joven muchacha: ella había
desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.
3. Traspaso de los sueños
Ramón Gómez de la Serna
De pronto dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues
habían llegado ya a ser una proyección obsedante en las
paredes de su alcoba.
Descansando y tranquilo en su sillón de lectura, el criado le
anunció que quería verle el señor de arriba.
Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que
valgan, le hizo pasar y escuchó su incumbencia.
--Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
--¿Y en qué lo ha podido notar?
-- Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus
manías, y sobre todo sé su nombre, el nombre del titular de los
sueños que me agobian a mí, que no solía soñar…
4. Traspaso de los sueños…
aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve
que ver…
--¿Pero cómo ha podido pasar eso?
--Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba
como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está
encima de la suya…
--¿Y qué cree usted que podemos hacer?
--Pues cambiar de piso durante unos días y ver si vuelven
a usted sus sueños.
Le pareció justo, cambiaron, y a los pocos días los sueños
habían vuelto a su legítimo dueño.
5. Monologo del Mal
Augusto Monterroso
Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y
estuvo a punto de tragárselo para acabar de una buena
vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el
Mal pesó:
“Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo
ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a
pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de
vergüenza que el Bien no desperdiciará la oportunidad y
me tragará a mí, con la diferencia de que entonces la
gente pensará que él si hizo bien, pues es difícil sacarla
de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace
el Mal está mal y lo que hace el Bien está bien.”
Y así el bien se salvó una vez más.
6. La oveja negra
Augusto Monterroso
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja
negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una
estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas
negras eran rápidamente pasadas por las armas para
que las futuras generaciones de ovejas comunes y
corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
7. La rana que quería ser una rana
auténtica/Augusto Monterroso
Había una vez una rana que quería ser una rana auténtica, y
todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba
largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces
parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de
la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un
baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor
estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a
vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso)
para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era
una rana auténtica.
8. La rana que …
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su
cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se
dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas
ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a
cualquier cosa para lograr que la consideraran una rana
auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las
comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura
cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.
9. Las nubes
Eduardo Galeano
Nube dejó caer una gota de lluvia sobre el cuerpo de una mujer.
A los nueves meses, ella tuvo mellizos.
Cuando crecieron, quisieron saber quién era su padre.
Mañana por la mañana -dijo ella, miren hacia el oriente. Allá lo
verán, erguido en el cielo como una torre.
A través de la tierra y del cielo, los mellizos caminaron en busca
de su padre.
Nube desconfió y exigió:
-Demuestren que son mis hijos.
Uno de los mellizos envío a la tierra un relámpago. El otro, un
trueno. Como Nube todavía dudaba, atravesaron una
inundación y salieron intactos.
Entonces Nube les hizo un lugar a su lado, entre sus muchos
hermanos y sobrinos.
10. El maíz
Eduardo Galeano
“Los dioses hicieron de barro a los primeros mayas-quichés.
Poco duraron. Eran blandos, sin fuerza; se desmoronaron antes
de caminar.
Luego probaron con la madera. Los muñecos de palo hablaron
y anduvieron, pero eran secos: no tenían sangre ni sustancia,
memoria ni rumbo. No sabían hablar con los dioses, o no
encontraban nada que decirles.
Entonces los dioses hicieron de maíz a las madres y a los
padres. Con maíz amarillo y maíz blanco amasaron su carne.
Las mujeres y los hombres de maíz veían tanto como los
dioses. Su mirada se extendía sobre el mundo entero.
Los dioses echaron un vaho y les dejaron los ojos nublados
para siempre, porque no querían que las personas vieran más
allá del horizonte.
11. El amor/Eduardo Galeano
En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se
miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.
- Te han cortado?- preguntó el hombre.
- No-dijo ella-. Siempre he sido así.
El la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga
abierta.
Dijo:
- No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al
madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de hierbas y se
dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los
dientes para no reírse, cuando el le decía:
- No te preocupes.
El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en
ayunas y tendida en la hamaca. La memoria de las frutas le hacía
agua la boca.
12. El amor
Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la
floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
- Lo encontré! Lo encontré!
Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de
un árbol.
- Es así -dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de
flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían
juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y
era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los
soles y los dioses.
13. La jirafa
Juan José Arreola
Al darse cuenta de que había puesto demasiado alto los
frutos de un árbol predilecto, Dios no tuvo más remedio
que alargar el cuello de la jirafa. Cuadrúpedos de cabeza
volátil, las jirafas quisieron ir por encima de su realidad
corporal y entraron resueltamente al reino de los
desproporcionados. Hubo que resolver para ellas algunos
problemas biológicos que mas parecen ingeniería y de
mecánica: un circuito nervioso de doce metros de largo;
una sangre que se eleva contra la ley de la gravedad
mediante un corazón que funciona como bomba de pozo
profundo; y todavía, a esas alturas, una lengua eyéctil que
va mas arriba, sobrepasando con veinte centímetros el
alcance de los belfos para roer los pimpollos como una
lima de acero.
14. La jirafa…
Con todos sus derroches de técnica, que complican
extraordinariamente su galope y sus amores, la jirafa
representa mejor que nadie los devaneos del espíritu:
busca en las alturas lo que otro encuentran al ras del
suelo.
Pero como final mente tiene que inclinarse de ves en
cuando para beber el agua común, se ve obligada a
desarrollar su acrobacia al revés. Y se pone entonces al
nivel de los burros.
15. Zoología fantástica
Luisa Valenzuela
Un peludo, un sapo, una boca de lobo. Lejos, muy lejos, aullaba el
pampero para anunciar la salamanca. Aquí, en la ciudad, él pidió otro
sapo de cerveza y se lo negaron:
—No te servimos más, con el peludo que traés te basta y sobra.
Él se ofendió porque lo llamaron borracho y dejó la cervecería. Afuera,
noche oscura como boca de lobo. Sus ojos de lince le hicieron una
mala jugada y no vio el coche que lo atropelló de anca. ¡Caracoles!, el
conductor se hizo el oso. En el hospital, cama como jaula, papagayo.
Desde remotas zonas tropicales llegaban a sus oídos los rugidos de
las fieras. Estaba solo como un perro y se hizo la del mono para
consolarse. ¡Pobre gato! Manso como un cordero pero torpe como un
topo. Había sido un pez en el agua, un lirón durmiendo, fumando era
un murciélago. De costumbres gregarias, se llamaba León pero los
muchachos de la barra le decían Carpincho. El exceso de alpiste fue
su ruina. Murió como un pajarito.
17. EL ADELANTO MENTAL
Luis Britto García
Mucho peor que el atraso mental, el azote del adelanto mental
hace que los niños se anticipen en su cociente de inteligencia y
comiencen de una vez a pensar como adultos, lo cual los hace
enteramente necios. Un niño atacado de este mal, a los cinco
años puede mostrar una edad mental propia de un hombre de
cuarenta y cinco-lo que no es decir mucho- y a los nueve una
propia de un viejo de noventa, con su correspondiente
insistencia en que todo tiempo pasado fue mejor, el vicio de dar
consejos, la manía de que lo respeten y otros síntomas de
estupidez. En su etapa terminal, las víctimas acaban como
políticos o como maestros de juventudes.
18. Pidiendo un deseo/Artemio Ríos Rivera
Un extraño día de julio Martha y su hermano miraban
fascinados el acuático cielo de un azul profundo, pero
cristalino. Olía a humedad fresca, a musgo matutino, como si
los manchones de nubes que flotaban a media profundidad
subieran hasta ellos. A sus pies se abría la inmensa bóveda
astral. Podían encuclillarse y sentir al tacto la consistencia del
cielo que se abría bajo ellos, como agua transparente que
escapara entre sus dedos. Pequeños trozos de cielo podían
acurrucarse entre las ahuecadas palmas de las manos.
Escuchando el titilar de las estrellas en la profundidad del reino
celestial, Martha se concentró presintiendo la generosidad de
Dios; entonces lanzó con todas sus fuerzas la piedra del deseo.
Ensimismada disfrutó de la esperanza que ponía en ese acto y
sintió un enorme placer, paz interior, como el gusto de la hostia
consagrada diluyéndose entre su lengua y el paladar.
19. Pidiendo un…
Su hermano repitió el rito, pensó en su deseo y
rápidamente lanzó la piedra al cielo. Como se había
precipitado en la decisión no quedó conforme consigo
mismo, no le bastó esa petición. Entonces lanzó una
tercera piedra pero ésta rebotó de regreso, como un
bumerang de precisión. Desde ese suceso el mundo se
invirtió, no podemos ya contemplar la cúpula celeste a
nuestros pies, hay que voltear la vista hacia el cenit. Y si
lanzamos al cielo un objeto siempre nos rebota de
regreso. Ya no podemos lanzar proyectiles al cielo y pedir
deseos con la certeza de que serán cumplidos.
20. Xalapa, Ver., julio de 2015
artemio.ros0@gmail.com
http://wwwbitacoradeunnavegante.blogspot.mx
http://wwwlenguaensecundariaveracruz.blogspot.mx
Artemio Ríos Rivera/Sandra Ortiz Martínez
21. Referencias
Valades, Edmundo (selección)(2007). El libro de la
imaginación. FCE: México.
Monterroso, Augusto (1986). La oveja negra y Obras
completas (y otros cuentos). Joaquín Mortiz-SEP: México.
Zavala, Lauro (2009). Relatos vertiginosos y otros cuentos.
Antología de cuentos mínimos. Alfaguara: México.
Galeano, Eduardo (2007). Patas arriba. La escuela del mundo
al revés. Siglo XXI: México.
Ríos, Artemio (2013). Rudeza innecesaria y otros cuentos
adolescentes. Verso Destierro: México.