Estos documentos resumen cuatro leyendas quiteñas:
1) La leyenda de Cantuña y su pacto con el diablo para construir la iglesia de San Francisco en 6 meses a cambio de su alma. Cantuña engañó a Lucifer dejando una piedra sin colocar.
2) La leyenda del gallo de la catedral que atacó a un hombre borracho que lo insultaba.
3) La leyenda del estudiante que empeñó su capa para comprar botas y murió clavando un clavo en la t
2. Leyenda de Cantuña y su pacto con el diablo
A un indígena llamado Cantuña los padres franciscanos le habían encomendado la construcción de una
iglesia en Quito, la de San Francisco. Este aceptó y puso como plazo seis meses, a cambio él recibiría una
gran cantidad de dinero.
Aunque parecía una hazaña imposible lograr terminarla en seis meses, Cantuña puso su mayor esfuerzo y
empeño en terminarla, reunió un equipo de indígenas y se propuso terminarla. Sin embargo, la edificación
no avanzaba como él esperaba. En esos momentos de angustia se le presentó Lucifer y le dijo: “¡Cantuña!
Aquí estoy para ayudarte. Conozco tu angustia. Te ayudaré a construir el atrio incompleto antes de que
aparezca el nuevo día. A cambio, me pagarás con tu alma”.
Cantuña aceptó el trato, solo le pidió una condición a Lucifer, que termine la construcción de la iglesia lo
más rápido posible y que sean colocadas absolutamente todas las piedras.
Sin embargo, este se vio desesperado porque los diablillos avanzaban muy rápido, tal como lo ofreciera
Lucifer. La obra se culminó antes de la medianoche, fue entonces elmomento indicado para cobrar el alto
precio por la construcción: el alma de Cantuña.
El diablo al momento de ir ante Cantuña a llevarse su alma, este lo detuvo con una tímida voz, ¡Un
momento! – dijo Cantuña. ¡El trato ha sido incumplido! Me ofreciste colocar hasta la última piedra de la
construcción y no fue así. Falta una piedra. El indígena había sacado una roca de la construcción y la
escondió sigilosamente antes de que los demonios comenzaran su obra.
Lucifer, asombrado, vio comoun simple mortallo había engañado. Así, Cantuña salvó su alma y el diablo,
sintiéndose burlado, se refugió en los infiernos sin llevarse su paga.
3. Leyenda el gallo de la catedral
Había una vez un hombre muy rico que vivía como rey. Muy temprano en la mañana comía el
desayuno. Después dormía la siesta. Luego, almorzaba y, a la tarde, oloroso a perfume, salía a la
calle. Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral y burlándose le decía:
– ¡Qué gallito! ¡Qué disparate de gallo!
Luego, don Ramón caminaba por la bajada de Santa Catalina. Entraba en la tienda de la señora
Mariana a tomar unas mistelas.
Allí se quedaba hasta la noche. Al regresar a su casa, don Ramón ya estaba coloradito.
Entonces, frente a la Catedral, gritaba:
– ¡Para mí no hay gallos que valgan! ¡Ni el gallo de la Catedral!
¡Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una vez al pasar, volvió a desafiar al gallo:
– ¡Qué tontería de gallo! ¡No hago caso ni al gallo de la Catedral!
En ese momento, don Ramón sintió que una espuela enorme le rasgaba las piernas. Cayó herido.
El gallo lo sujetaba y no le permitía moverse. Una voz le dijo:
– ¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
– ¡Ni siquiera tomaré agua!
– ¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme!
– ¡Ni siquiera te nombraré!
– ¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu palabra de honor!
– Gracias por tu perdón gallito.
Entonces el gallito regresó a su puesto.
¿Cómo pudo bajar de la torre si ese gallo es de fierro?
Ya pueden imaginarse lo que sucedió: los amigos de don Ramón le jugaron una broma, para
quitarle el vicio de las mistelas.
4. Leyenda capa del estudiante
Esta leyenda da inicio cuando unos estudiantes se preparaban para presentar
los últimos exámenes del año escolar. Uno de ellos, cuyo nombre de acuerdo con
los entendidos era Juan, tenía otros pensamientos en su mente, ya que se
encontraba sumamente preocupado por las viejas botas que utilizaba y que no
tenía dinero suficiente como para comprarse un par nuevo.
Él era un muchacho vanidoso y le gustaba siempre presentarse a sus
exámenes perfectamente bien vestido. Por lo tanto, te imaginarás que no podía
ir a la prueba con ese calzado. Sus amigos le aconsejaron que empeñara
su capa y que con ese dinero podría adquirir unas botas nuevas.
A Juan no le gustó la idea y después de hablar por varios minutos más con sus
compañeros, éstos decidieron prestarle el dinero con una condición:
Tenía la obligación de ir al camposanto de “El Tejar” y buscar la tumba de una
mujer que hacía unos días se había quitado la vida. Cuando la hubiese localizado,
lo siguiente que debía hacer era clavar un clavo sobre esa tumba.
Para quienes no lo sepan, aquella joven había sido en vida la novia de Juan. Sin
embargo, ella tomó la decisión de quitarse la vida, en el momento en el que
descubrió que su novio le había sido infiel.
El muchacho estaba indeciso, pues no quería “reabrir heridas de su pasado”. No
obstante, como necesitaba el dinero tomó la decisión de acudir a su macabra cita.
Saltó la reja del cementerio y rápidamente se dirigió hasta donde estaba la tumba
de la chica. De uno de sus bolsillos sacó el martillo y el clavo y comenzó a clavar.
En cada golpe que daba inconscientemente era como si le estuviera pidiendo
perdón a la joven, por el daño causado.
Cuando terminó, Juan quiso volver con sus amigos,
pero algo lo detenía. A la mañana siguiente, los
muchachos al darse cuenta de que no regresaba,
decidieron entrar al panteón y ver qué había sucedido.
Luego de unos minutos llegaron a la tumba correcta y
vieron como el cuerpo de su amigo yacía sin
vida al lado de la tumba. Lo más curioso es
que la capa del estudiante estaba
completamente clavada en la tapa del ataúd.
5. Leyenda padre Almeida
Mucho se ha hablado de la leyenda del padre Almeida, pero poco o casi nada se sabe de quién fue
verdaderamente este sacerdote franciscano.
Su tragicómica historia pertenece al colectivo imaginario del Ecuador y se situa en las iglesias del
CENTRO HISTORICO DE QUITO
Se dice que el padre Almeida, según explica el historiador y padre John Castro, del monasterio de
San Diego, lugar donde vivió y realizó sus famosas correrías el sacerdote, fue una persona de ‘vida
alegre’ dedicada a los mundanos placeres y a la bebida, pero su biografía muestra otra realidad
muy diferente.
“Don Manuel de Almeida ingresó en el convento a los 17 años de edad, cuando era un novicio,
renunciando a todos sus bienes materiales, que se los cedió a su madre y a sus hermanas.
Igualmente, abandonó la vida de la ciudad, ya que el monasterio estaba en las afueras. En su
biografía se puede conocer que desempeñó los cargos de definidor, guardián, mesero de novicios,
secretario de provincia llegando a ser visitador general, todos estos de gran importancia. Estos
cargos son del todo incompatibles con la vida que se le otorga”, comenta el padre Castro.
Según cuenta el padre Castro, en la primera mitad del siglo XVII, época en la que vivió el padre
Almeida, se anunciaba el toque de queda para evitar problemas con la sociedad local, así que “no
había vida nocturna”.
Es posible que algún ciudadano viera a Almeida a deshoras volviendo al monasterio y que eso
ayudara a construir la leyenda. Pero esto también tiene su explicación: “Mucha gente no lo sabe,
pero los alrededores del Convento de San Diego eran una zona plagada de árboles frutales. Allí los
hermanos franciscanos tenían unas pequeñas construcciones de madera donde iban a orar y a
realizar penitencia. Por eso es posible que algunos
ciudadanos lo vieran retornar por la noche al convento.
Venía de orar”, añade el padre Castro.
Además, estaba la figura del Ángel. Los padres
franciscanos de la época vivían en un semiretiro y,
cuando salían del monasterio, “siempre lo hacían
acompañados de otro hermano, llamado ‘El Ángel’, que
estaba allí para evitar la llamada de la tentación.
Otro factor que ayudó a construir la leyenda es que el
Padre tocaba la guitarra, además de otros instrumentos.
En esa época las serenatas estaban mal vistas, puesto
que se asociaban a la vida “entregada al vicio” y
muchos quiteños iban a la antigua calle del agua, actual
calle Cuenca, a tomar mistela y a cortejar a las damas.
Por eso tuvo esa mala fama.
6. Leyenda Olla del Panecillo
Como vestigio de la época incaica en este sector encontramos “la Olla del
Panecillo”, que es una especie de cisterna circular de ocho metros de
profundidad que se llenaba de agua lluvia que era utilizada para el riego de
los sembríos del lugar. En tiempos de la colonia el agua que aquí se
recolectaba servía para el riego de los jardines de la mansión de Bellavista y
luego fue utilizado como sitio de defensa de las tropas coloniales durante la
batalla libertaria del Pichincha, el 24 de Mayo de 1822.
Cuenta una leyenda de El Panecillo, que había en Quito una mujer que
diariamente llevaba su vaquita al Panecillo. Allí pasaba siempre porque no
tenía un potrero donde llevarla. Un buen día, mientras recogía un poco de
leña, dejó a la vaquita cerca de la olla. A su regreso ya no la encontró. Llena
de susto, se puso a buscarla por los alrededores.
Pasaron algunas horas y la vaquita no apareció. En su afán por encontrarla,
bajó hasta el fondo de la misma olla y su sorpresa fue muy grande cuando
llegó a la entrada de un inmenso palacio. Cuando pudo recuperarse de su
asombro, miró que en un lujoso trono estaba sentada una bella princesa.
Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó: -¿Cuál es el
motivo de tu visita? - ¡He perdido a mi vaca! Y si
no la encuentro quedaré en la mayor miseria -
contestó la mujer sollozando. La princesa, para
calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una
mazorca y un ladrillo de oro. También la consoló
asegurándole que su querida vaquita estaba
sana y salva.
La mujer agradeció a la princesa y salió
contenta. Cuando llegó a la puerta, ¡tuvo la gran
sorpresa! -¡Ahí está mi vaca! La mujer y el
animalito regresaron a su casa.