ENTRE FRIO Y CALIENTE
Mi nombre es Yayi, soy una niña de 12 años quien hasta hace un par de
meses deje de tener la bendición de abrazar a mi madre, ella se fue al cielo un
día en el que mi hermano Monchito se cayó al rio cuando lavaba la ropa ,las
señoras que como mi madre iban al rio a lavar cuentan que ese día la corriente
era diferente, decían que se sentía algo raro en el viento, los ojos de mi madre
vieron a su hijo de 2 años en el agua, la corriente lo jalo hacia un remolino rio
abajo, cuentan que mi madre se lanzó al rio junto con un par de muchachas que
estaban por ahí, mi madre nadó hacia el remolino y alcanzó a poner al niño
lejos y al alcance de las muchachas que nadaban para rescatar a Monchito,
tristemente ante los ojos de Cruz y Elda, la figura de mi madre fue arrastrada por
la corriente y absorbida por el remolino.
Tras días de búsqueda, su cuerpo fue encontrado entre ramas y troncos a orillas
del rio, solo que muchos kilómetros más abajo. Y fue así como nos quedamos con
esa ausencia permanente y ese vacío que sabíamos jamás podrá llenarse.
Recuerdo que el día de su sepulcro, un sentimiento de tristeza y desamparo entro
de golpe dentro de mí, todos los días cierro los ojos tratando de recordar su rostro,
pero lo único que viene a mi mente es su ataúd cerrado, pues mi padre nos dijo
que era mejor así.
Todo en nuestra vida cambió, ahora yo era la encargada de realizar las tareas de
la casa, lavar la ropa, cocinar, administrar el dinero que mi papá ganaba y cuidar
al bebé, para mí ya no habría oportunidad de ir a la escuela; bueno, aun cuando
mi madre vivía habían días en los que no iba a la escuela del maestro Pancho
pues tenía que ayudarla a hacer los quesos para la venta. Ahora Hugo, mi papá,
me levantaba muy temprano, casi sin hacer ruido para no despertar a Ángel, el
segundo de nosotros y Monchito el sobreviviente.
Ponía unos leños en el fogón y los hacia arder, mientras molía el nixtamal
que había dejado cocido una noche antes, luego hacia las tortillas, el café, el
desayuno, el pozol y el almuerzo que mi papá y mi hermano habrían de llevar a la
jornada de trabajo. Las mañanas eran tristes pues todos resentíamos la ausencia
de esa mujer sonriente y amorosa a quien los vecinos y amigos llamaban Carmen
y a quien nosotros llamábamos mamá.
Pancho; era maestro de la escuela primaria rural en esa hermosa colonia
rodeada de huertas de mango que al atardecer se convertían en el hogar de
garzas de plumaje blanco como la espuma, las que adornaban el paisaje y daban
la sensación de que pronto el mundo se quedaría dormido. “El profe” como la
gente de la colonia “tierra bendita” solía decirle a Pancho, lo prefería en vez del
amanecer, pues la pequeña choza de paja y carrizo en la cual vivía dejaba pasar
entre las rendijas de sus paredes la cálida luz mañanera que para Hugo
significaba tener que levantarse temprano, prepararse e ir a la escuela de la cual
era el único maestro y atender a niños desde cinco años de edad hasta
adolescentes de quince, entre los cuales nos encontrábamos mi hermano Ángel y
yo, que no habíamos asistido a clases durante cuatro semanas.
Cuando el profe se enteró de lo que había sucedido fue a nuestra casa, mi papá
me dijo que le pasara a mi maestro una silla y que le diera un vaso con limonada,
después me pidió que me saliera y que no dejara que Ángel y Moncho se
acercaran, como nosotros queríamos saber de qué platicaban nos fuimos atrás de
la casa y veíamos por las rendijas que tenían las tablas, el profe Pancho platicó
con mi papá y le pregunto porque no habíamos ido a la escuela, mi papá contestó
que yo tenía que cuidar a Monchito, que mi hermano Ángel tenía que ayudarlo a
trabajar todos los días, ya no solo los fines de semana como antes para pagar los
gastos del funeral de mi mamá. Entonces el profe dijo que comprendía la situación
y que de todos modos nos recibiría a mí y a mi hermanito cuando pudiéramos
llegar.
Al despedirse el profe volteó a ver hacia donde nosotros estábamos escondidos,
nos dijo adiós y nos pusimos muy contentos por saber que todavía podíamos
llegar a la escuela, salimos de nuestro escondite y corrimos a abrazar al maestro,
mi papá se enojó y se disculpó con el profe y nos separó de él muy fuertemente,
mientras el maestro se alejaba mi padre nos tenía apretados del brazo y estaba
muy enojado; cuando el maestro desapareció en la lejanía, se agachó y viéndonos
a los ojos nos dijo, ni piensen que van a ir a la escuela ahora que no está su
madre harán lo que yo diga.
En ese momento sentí que una cosa muy fea inundaba mi pecho, di vuelta para
ver a mi hermanito y unas lágrimas gordas y pesadas rodaban por sus mejillas. A
partir de ese día, nuestra vida no fue la misma, mi padre despertaba a Ángel para
que preparara sus cosas, desayunaran juntos y se fueran a los huertos de mango
y bananas en los cuales el pequeño de casi diez años trabajaba a la par de su
padre limpiando y cargando rejas y racimos de frutas, al mismo ritmo que
cualquier hombre con tal de ganar dinero suficiente para comprar cuadernos y
lápices para él y para mí, pues tanto el como yo sentíamos en el corazón la
necesidad y la inquietud de aprender las cosas que los otros niños aprendían en la
escuela.
Y ciertamente los días de nuestra vida pasaban y pasaban y era lo mismo, yo a
levantarme temprano para hacer las tortillas, el café, el desayuno, preparar el
pozol para que llevarlo al campo, cuidar a mi hermanito, lavar la ropa, hacer la
comida…. En fin ahora yo era el reemplazo de Carmen. Las deudas del funeral de
mamá se habían cubierto, lo sé porque el señor que cada semana llegaba a la
casa a cobrar dejó de hacerlo, la verdad me gustaba que ese señor llegara a
visitarnos, siempre le entregaba una carta a papá y a nosotros nos llevaba pan
con azúcar de colores, mi papá ni se molestaba en leer la carta la echaba al fogón
y se acostaba en la hamaca a fumar un cigarro muy apestoso.
Aunque ya no había deudas mi papá seguía llevándose a mi hermanito a las
huertas, talvez porque Ángel ya había aprendido bien el trabajo y su pago era
mayor y como el administraba el dinero se sentía bien teniendo más. El profe
Pancho llegaba a la casa con regularidad a buscar a papá pero él se escondía,
creo que se avergonzaba por lo que estaba haciendo pero talvez pensaba que ya
era tarde para arrepentirse.
A mí me entristecía ver a las niñas de mi edad pasar frente a mi casa vestidas
bien bonitas con su uniforme y su mochila, de la mano de su mamá, me dolía el
corazón saber que nosotros nunca más volveríamos a caminar así, de la mano de
alguien a quien llamar mamá. Para nuestra fortuna un buen día llegó al pueblo la
única hermana de Carmen que vivía en Tuxtla, la capital del estado, mis
hermanitos y yo no sabíamos nada de ella y nos sorprendió mucho enterarnos de
la existencia de una tía pues nuestra difunta madre nunca nos platicó de ella, el
día en que la tía Mónica llegó a la casa llevaba un vestido blanco y el cabello
suelto, parecía un ángel que había llegado a nuestras vidas para ayudarnos a
hacer cambiar de opinión a mi papá.
Recuerdo que era un domingo cuando Mónica llegó al pueblo, estábamos los tres
jugando agarrador en el patio de tierra de la casa, de pronto, vimos llegar a una
amiga de mi mamá llamada Teresa y nos dijo que la persona que la acompañaba
era nuestra tía y que nos había llegado a visitar para conocernos, mi papá no
estaba en la casa, se había ido a jugar futbol y a tomar cerveza con sus amigos.
La tía nos llevó fruta, pan, dulces de coco de color amarillo, juguetes y cosas para
la escuela, mientras jugábamos y platicábamos yo sentí algo calientito en el pecho
así como cuando estaba mi mamá con nosotros y nos poníamos a jugar.
Se hiso de noche y mi papá no llegó nos metimos a la casa, ella preparó el café y
comimos del pan con azúcar de colores que nos había llevado; era igualito al que
nos llevaba el señor de la funeraria, en la cara de nosotros tres había una sonrisa
y un brillo de felicidad en los ojos y recordé aquellas noches en las que junto al
fogón cenábamos a lado de mi mama, me sentí tan feliz y desde el fondo de mi
corazón agradecí a Dios por habernos mandado a la tía Mónica después de casi
un año de la muerte de nuestra madre; mientras esperábamos a que el fuego
consumiera los últimos trozos de leña, la tía nos platicó que ella se fue de Tierra
Bendita con sus papás más o menos cuando tenía diez años, se fueron a trabajar
a la capital, mi abuelo de albañil, mi abuela como cocinera en un restaurante y ella
de lavaplatos, con el tiempo lograron poner su propia cocina económica y ahora
ella es la jefa; la tía dice que mi mamá no quiso irse porque ya quería casarse con
su novio que era mi papá y que por eso se quedó en Tierra Bendita.
Sobre nuestros abuelos nos dijo que él se llamaba Joel y que había fallecido hace
tres años a causa de un accidente durante la construcción de un edificio en la
capital, un día de tantos se cayó de una escalera, se golpeó la cabeza y ya no
despertó. Sobre la abuela Carmina nos platicó que ella fue quien mandó a la tía al
pueblo, pues ya se siente débil y enferma y no quiere irse de este mundo sin
conocer a sus nietos.
Sobre ella nos platicó que no sabía nada sobre su esposo desde hace cinco años,
pues el tío Pedro había decidido irse a los Estados Unidos de “mojado”, lo último
que supo de él es que si pudo cruzar la frontera, ella piensa que quizá como se
emborrachaba muy seguido quien sabe si encontró trabajo o talvez este en la
cárcel, en algún albergue o a lo mejor este bien y sea el quien no quiere saber
nada de ella y de su hijo Carlos de seis años y conoce a su papá sólo por medio
de una fotografía.
Esa noche hacia mucho calor y dormimos todos en el suelo sobre unos petates
que el maestro Pancho nos había enseñado a tejer y que le regalamos a mi mamá
en un diez de Mayo. Mi papá llegó a casa al otro día justo cuando estábamos
desayunando alrededor del fogón, se sorprendió tanto de vernos a lado de la tía
que se le fue la borrachera en un ratito, creo que sintió vergüenza y se fue a bañar
y a cambiar de ropa, después de un rato regresó a la cocina y preguntó a la tía
quien era y que hacia ahí, que quien le había dado permiso de entrar a su casa.
La tía muy tranquila lo saludo y le dijo que era su cuñada Mónica, que había
llegado de visita y con una encomienda de su madre, que gracias al dueño de la
funeraria del pueblo ellas se habían enterado de la muerte de Carmen, pero a
causa de la enfermedad de su madre no había podido venir antes al pueblo a
vernos y a platicar con él. Mi papá nos pidió que fuéramos a jugar al patio
mientras ellos hablaban, nosotros salimos y nos fuimos a espiar al mismo lugar
desde el que hace tiempo escuchamos la plática entre el profe Pancho y papá,
sólo que ahora el asunto no era que nos mandaran a la escuela, estaban hablando
de irnos a vivir a Tuxtla con la abuela y Carlitos.
Papá se puso verde del coraje y comenzó a gritar mucho, nosotros corrimos a la
escuela a pedirle al profe que nos fuera a ayudar, a como pudimos le explicamos
lo que sucedía y cuando llegamos a la casa se oían muchos ruidos, papá arrojaba
al suelo los pocos trastes que teníamos y la tía le pedía que se calmara mientras
las lágrimas rodaban por sus mejillas, el profe Pancho muy serio habló con una
voz firme y fuerte y le pidió a mi papá que se controlara, que estaba asustándonos
y que era necesario platicar por el bien de nosotros.
Así fue como los tres hablaron y hablaron un largo rato, decían cosas que no
comprendíamos, la tía dijo a papá que en la capital hay mucho de que trabajar,
que ellas tenían buenos amigos que podrían ayudarle a encontrar trabajo
rápidamente y que a nosotros no nos haría falta comida, techo, escuela y sobre
todo amor; el profe dijo papá que ya una vez había prometido algo y que no
cumplió, que esta era la oportunidad de reparar esa falta, que pensara en nosotros
y no sólo en él.
Con lágrimas en los ojos papá nos llamó y nos dijo que nos iríamos con la tía y la
abuela, nosotros emocionados por la noticia corrimos a guardar nuestras cosas en
unas morraletas, yo guarde en otra las cosas de mi papá, él nos abrazó pidiendo
perdón por el daño que nos había hecho y nos dijo que nos amaba con el corazón,
el profe Pancho también nos abrazó y nos deseó buena suerte recomendándonos
portarnos bien y ser buenos niños, los tres lo abrazamos muy fuerte y lo besamos
mucho.
La tía agradeció al profe la ayuda y el cariño que nos tiene, le dijo que en Tuxtla
tiene su casa que cuando guste llegar será recibido con los brazos abiertos por
una familia agradecida, le dio un papelito con la dirección y un número de teléfono
para que se comunicara en caso de que algo se le ofreciera, el maestro agradeció
la atenciones de la tía con una sonrisa y un fuerte apretón de manos y regreso a la
escuela. Papá, nos dijo que él nos acompañaría a la terminal, pero que en ésta
ocasión no iría con nosotros, que no pensáramos que no nos quería o que nos
estaba abandonando, él explicó que tenía que arreglar varios asuntos antes de ir
con nosotros.
Fue algo raro, camino a la terminal papá abrazaba a Monchito, Ángel y yo
caminábamos de la mano de la tía Mónica, pasamos frente a la escuela y el profe
nos dijo adiós con una gran sonrisa en el rostro y agitando las manos como
cuando el viento mueve fuertemente las palmeras, recuerdo que sentía algo raro
en el pecho, así entre frio por dejar la tierra donde nacimos y fuimos felices con
mis papás y amigos y caliente por la emoción de conocer a mi abuela, a Carlitos y
un nuevo lugar dónde vivir.
Subimos al camión, papá nos dio la bendición, compró tortas y jugos para todos
por si en el camino nos daba hambre, nos abrazó y dio la bendición
recomendándonos portarnos bien y ayudar en lo que pudiéramos. Yo pensé que
esa sería la última vez en la que veríamos a papá, porque no lo imaginaba lejos de
su pueblo, de sus amigos y de la tumba de mi madre a la que diariamente llevaba
flores, pero me dio gusto equivocarme porque habiendo pasado seis meses de
nuestra llegada a Tuxtla, papá llegó para quedarse con nosotros y no iba sólo, el
profe Pancho iba con él y se quedaría una temporada con nosotros y nuestra
nueva familia.