El documento discute cómo los ateos a menudo regresan a la creencia en Dios cuando enfrentan la muerte u otras situaciones extremas. Argumenta que la religiosidad es inherente a la naturaleza humana y que incluso filósofos famosos como Sartre y Nietzsche expresaron una creencia o deseo de Dios al final de sus vidas.
1. …Y DIOS NO CREE EN LOS ATEOS…
Hay una tenaz lucha interna en quien niega a Dios, pues
su espíritu (médula y timón del ser, que el ateo niega) sabe que Dios
existe, mas el ego (intelecto, parte del alma que nos da conciencia de
nosotros, también objetada) alienado, al ser obligado a creer que
“Dios no existe”, lo rechaza a pesar de la protesta del espíritu. Es
decir, el ateo sabe intuitivamente de la existencia de Dios por su
espíritu, mas lo niega verbalmente con la razón del alma.
(¡Qué terrible Decisión del ser y qué desgaste horrible de energía
negar lo que sabes que es real!) Y, contra los deseos del ateo, el
intelecto siempre lleva las de perder, salvo que la conciencia esté
cauterizada.
Por: J. Enrique Cáceres-Arrieta
2. De ahí que el ateísmo consecuente o puro -tratar de vivir sin Dios-
conduzca al suicidio o a la locura; y que los ateos consecuentes sean
muy pocos. Ejemplo: el barco se hundía; todos empezaron a invocar a
Dios. De pronto alguien preguntó: “¿Dónde está Trueno, el ateo?”.
Empezaron a buscarlo. Lo encontraron arrodillado en su camarote,
bañado en lágrimas y orando: “Dios mío, no permitas que me ahogue;
no quiero morir...”. Los pasajeros le preguntaron desconcertados:
“Oye, ¿acaso tú no eres ateo? Trueno respondió: “Sí, pero en
tierra”. “El ateísmo aparece más bien en los labios que en el corazón
del hombre”, manifestó Bacon.
El inconsecuente con su
ateísmo vive bajo la sombra
de un fetiche, una ética,
filosofía, estética, profesión
o fundación humanista y
social, aunque niega la
sombra en cuestión. Los
ateos ignoran que la mayor
parte de valores morales,
principios, derechos
humanos, estéticas y éticas
del mundo occidental tienen
sus raíces en el cristianismo, enraizado a su vez en principios
mosaicos y los Diez Mandamientos, que algunos aspiran “reescribir”.
Los estériles intentos de revoluciones ateas por desarraigar la
religiosidad de sus pueblos y el Holocausto judío han demostrado que
en momentos extremos y en el túnel más tenebroso y macabro la
mayor parte de los humanos mira hacia arriba y hace una oración
salida de lo profundo del ser. Quizá no sepan orar, pero el fervor de la
súplica emerge de un alma ansiosa de ser rescatada y puesta a salvo.
Negar nuestra innata religiosidad es querer tapar el Sol con un dedo.
Intentar extirpar la creencia en Dios es golpear al aire. Que los ateos
“en tierra” opten por fetiches y variadas formas de religiosidad
“progresista” y “científica” no desvirtúa que somos seres religiosos y
morales.
3. En general, el ateo se autodenomina escéptico, librepensador o
agnóstico; debido, hasta cierto punto, por la dificultad de sostener la
creencia atea. Con todo, fanáticos proselitistas como Richard
Dawkins persisten negar a Dios. Este creyente del mito evolutivo
afirma ser un ateo “intelectualmente satisfecho”. ¿Será verdad que
hay ateos “intelectualmente satisfechos”? Eso solo lo cree Dawkins y
la Úrsula Iguarán de García Márquez que “[...] acabó consolándose
con sus propias mentiras”.
El otrora ateo Sartre expresó que el ateísmo es “cruel”; el buscador
de sentido Camus lo calificó “terrible”; Nietzsche, que lo etiquetó
“enloquecedor”, murió demente. Pascal sostiene que “el ateísmo es
una enfermedad”.
Casi al final de sus días, Sartre asevero: “No me percibo como
producto del azar, como una mota de polvo
en el universo, sino como
alguien esperado, preparado, prefigurado.
En resumen, como un ser que solo
un Creador pudo colocar aquí; y esta idea
creadora hace referencia a Dios”.
En su poema tardío El lamento de Ariadna,
Nietzsche exclama: “[...] ¡Oh, vuelve/ Mi
Dios desconocido, mi dolor!/ ¡Mi última
felicidad!/ [...]”. Parece que el filósofo en
medio del dolor y vaciedad pide a Dios, que
tanto se esforzó en negar, que vuelva e imparta la felicidad buscada
en otros lados sin éxito alguno.
El reverendo Howard Mumma reveló que Camus le confesó: “Soy un
hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la
esperanza (...). Es imposible vivir una vida sin sentido”. “[...] Amigo
mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe!”.
Habrá quienes aseguren que el encuentro del autor de La Peste con
Mumma es una patraña, tal como aspiran “rescatar” a Darwin de la
introspección, contrición y retorno a beber en las fuentes de la verdad
pura de la Biblia para encontrarle sentido a su vida.
Al envejecer, el agnóstico Kant reconoció que Dios, la libertad y la
inmortalidad del alma -postulados que rechazó siendo joven por
4. considerarlos sin sentido para la “razón pura”- eran en realidad
principios de la “razón práctica”; y, por ello, infaltables en la vida del
humano.
¿Tenía razón José Ingenieros al hablar que en la “bancarrota de los
ingenios” decae la genialidad al punto de que cuando viejos
negamos y contrariamos declaraciones esbozadas en la edad más
fructífera y libre del ser humano como es la juventud? No del todo.
Tampoco creo la estupidez de que es “brutal” confesar tus faltas
cuando viejo, pues la vida es una escuela abridora de ojos; maestra y
sensibilizadora de la realidad del espíritu que por lo general se niega,
pasa por alto o se intenta enmudecer. La juventud es la etapa más
fructífera; pero también de inquietud y adrenalina, donde crees ser
dueño y centro del mundo. En contraste, la vejez es el estadio de
quietud y observación retrospectiva, mas también de introspección.
Ahí muchos ojos y entendimientos son abiertos para darse cuenta de
que han pasado la vida sofocando inútilmente una necesidad
apremiante que no quitó el sueño por años de emociones y rebeldías
propias de juventud.
¿Será dañino mirar hacia adentro cuando las fuerzas desaparecen y
todo invita a la contemplación interna y a reflexionar qué has hecho
con tu vida? Mirar internamente es saludable si lo hago con
honestidad intelectual para hacer cambios en beneficios del ser, no
para autoflagelación.
Fuente: http://lacomunidad.elpais.com/earrieta/2008/5/24/trueno-ateo-dice-creer-dios
Una frase de “180” para reflexionar:
“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que
equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no
hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada
eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi
actitud de rechazo.”
Blaise Pascal
(1623-1662) Científico, filósofo y escritor francés.