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¿Una mesa es una mesa? ¿Y por qué no se llama cuadro? ¿Por qué se viaja en tren si
       se sabe de antemano a dónde llegará? ¿Y si caminara siempre recto?¿Y si
decidiéramos no saber nada más y olvidar todo lo que sabemos? Estas son algunas de
   las preguntas que encontramos en la famosa e inocente obra -Kindergeschichten,
Historias para chicos- de Peter Bichsel. Historias filosóficas al alcance de los niños y
 destinadas a ellos. La soledad y la incomunicación constituyen los ejes temáticos de
 unos personajes, hombres y mujeres corrientes que esperan, desean, aman, luchan y
  acostumbran a guardar silencio. La sugerencia es el arma que utiliza Bichsel para
 contar eso que no se puede explicar con palabras: la vida vista desde dentro de cada
                                      ser humano.
 http://arte-unico.blogspot.com/2009/05/una-mesa-es-una-mesa-de-peter-bichsel.html




Una mesa es una mesa
Por Peter Bichsel

Quiero contar algo de un anciano, de un hombre que ya no dice ni palabra, que tiene una
cara cansada, demasiado cansada para sonreír y demasiado cansada para enfadarse: vive
en una pequeña ciudad, al final de la calle o cerca del cruce: Casi no merece la pena
describirlo, apenas lo distingue algo de los demás. Lleva un sombrero gris, pantalones
grises, una chaqueta gris y en invierno el largo gabán gris y tiene un cuello delgado,
cuya piel esta seca y arrugada. Los cuellos blancos de las camisas le están demasiado
anchos.

En el último piso de la casa tiene su habitación, quizás estuvo casado y tuvo hijos,
quizás vivía antes en otra ciudad. Seguro que una vez fue un niño, pero esto fue en la
época en que los niños vestían como las personas mayores. Así se les ve en el álbum de
la abuela. En su habitación hay dos sillas, una esa, una alfombra, una cama y un
armario. Sobre una esa pequeña hay un despertador, al lado hay periódicos viejos y el
álbum de fotos; de la pared cuelgan un espejo y un cuadro.

El anciano solía dar un paseo por las mañanas y otro por las tardes, hablaba unas
palabras con su vecino, y por las noches se sentaba a su mesa.

Esto no cambiaba nunca, hasta en domingo era así. Y sentado a su mesa, el anciano oía
el tic-tac del despertador, siempre el tic-tac del despertador.

Hubo una vez un día especial, un día de sol, no demasiado caluroso, no demasiado frío,
con trinos de pájaros, con gente amable, con niños que jugaban-y lo especial era que de
repente al hombre todo aquello le hizo gracia.
“Ahora todo iba a cambiar”, pensó. Abrió el botón más alto de al camisa, cogió el
sombrero en la mano, acelero el paso, hasta que se columpio con las rodillas al andar y
estaba contento. Vino a su calle, saludaba a los niños, llego a casa, subió las escaleras,
cogió las llaves del bolsillo y abrió su habitación.

Pero en su aviación todo había permanecido igual; una mesa, dos sillas, una cama.Y
sentándose volvió a oír el tic-tac. Y toda su alegría había desaparecido, puesto que nada
había cambiado.

Y al hombre le sobrevino una gran cólera.
Vio como , ante el espejo, enrojecía, vio como se estrechaban los ojos; luego se
volvieron sus manos puños, os levanto y pegó con ellos sobre el tablero de la mesa,
primeramente sólo un golpe, luego otro, y luego empezó a tamborear sobre la mesa,
gritando continuamente:
-¡Esto debe cambiar!!Esto debe cambiar!

Y ya no oía el despertador. Luego empezaron a dolerle las manos, le falto la voz, y
volvió a oír el desatador y nada cambiaba.

-¡Siempre la misma mesa!-dijo el hombre-¡las mismas sillas!, la cama, el cuadro.

Y a la mesa le digo mesa, al cuadro le digo cuadro, la cama se llama cama, y la silla se
lama silla. ¿Por que mirándolo bien? Los franceses dicen a la cama “li”, a la mesa
“Tabl”, llaman al cuadro “tabló” y a la silla “Shees”, y ellos se entienden. Y los chinos
se entienden también.

¿Por que no se le llama la cama cuadro?, pensó el hombre y sonrió, luego se echo a reír
hasta que los vecinos golpearon en la pared y llamaron “silencio”.

-Ahora habrá un cambio-grito- y desde aquel momento empezó a decirle a la cama
“cuadro”.

Estoy cansado, quiero ir al cuadro-dijo- y por las mañanas se quedo a menudo largo rato
en el cuadro y meditaba como iba a llamar a la silla y amo a la silla “despertador”. Se
levanto pues, se vistió, se sentó en el despertador y apoyo los brazos en la mesa. Pero la
mesa ya no se llamaba ahora mesa, se llamaba ahora alfombra. Por la mañana
abandonaba pues el hombre el cuadro, se vestía, se sentaba a la alfombra, en el
despertador y meditaba a que cosa le llamaría como.

A la cama le dijo cuadro
A la mesa le dijo alfombra.
A la silla le dijo despertador.
Al periódico le dijo cama.
Al espejo le dijo silla.
Al despertador le dijo álbum.
Al armario le dijo periódico.
A la alfombra le dijo armario.
Al cuadro le dijo mesa.
Y al álbum le dijo espejo.
Por consiguiente:

Por la mañana se quedaba el anciano largo rato acostado en el cuadro, a las nueve
sonaba el álbum, el hombre se levantaba y se colocaba sobre el armario para no helarse
los pies, luego sacaba sus trajes del periódico, se vistió, miro la silla en la pared, se
sentó luego sobre el despertador, ala alfombra y hojeaba el espejo, hasta dar con la mesa
de su madre.

Al hombre le hizo gracia todo aquello, entrenándose durante todo el día y
aprendiéndose las nuevas palabras de memoria. A todo le fue dado otro nombre. El ya
no era ahora un hombre, sino un pie, y el pie era una mañana y la mañana un hombre.

Ahora vosotros mismos podéis seguir escribiendo el cuento. Y luego podéis, así como
lo hizo el hombre, intercambiar las demás palabras:

Sonar se llama colocar,
Helarse se llama mira,
Acostarse se llama sonar,
Estar de pie se llama helarse,
Colocar se llama mojar.

De tal modo que luego dice:

Al hombre le sonó el pie viejo largo tiempo en el cuadro, a las nueve coloco el álbum, el
pie se helo y se hojeo sobre el armario, para que no viera en las mañanas.

El anciano compro cuadernos azule y los llenó con nuevas palabras, y tenia mucho que
hacer, y ya no se le veía casi nunca en la calle.

Luego aprendió para todas las cosas los nuevos significados y olvidaba cada vez más
los verdaderos. El tenía ahora un idioma nuevo que le pertenecía a él solo.

De cuando en cuando soñaba ya en el idioma nuevo, traduciendo luego las canciones de
los años escolares a su idioma, y las cantaba en voz baja.

Pero pronto también el traducir le costo mucho, había olvidado casi su antiguo idioma,
teniendo que buscar las verdaderas palabras en su cuaderno azul. Y tuvo miedo de
hablar con la gente. Tenía que pensar largo rato cómo la gente le dice las cosas.

A su cuadro le dice la gente cama
A su alfombra le dice la gente mesa.
A su despertador le dice la gente silla.
A su cama le dice la gente espejo.
A su álbum le dice la gente despertador.
A su periódico le dice la gente armario.
A su armario le dice la gente alfombra.
A su mesa le dice la gente cuadro.
A su espejo le dice la gente álbum.

Y llegó a tal punto que el hombre se echaba a reír oyendo hablar a la gente.
El se echaba a reír oyendo como alguien decía” ¿Ud. También va mañana al partido de
futbol?” O si alguien decía: “Ahora ya llueve desde hace dos meses”. O si alguien decía:
“tengo un tío en América”. El se echaba a reír, porque no entendía todo aquello.

Pero este no es un cuento alegre. Ha empezado triste y termina triste.
El anciano del gabán gris ya no entendía a la gente; esto no era lo malo.
Lo peor era que ellos ya no le entendían.
Y por eso ya no dijo nada.
Se calló.
Hablaba consigo mismo.
Ya ni saludaba.

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  • 1. ¿Una mesa es una mesa? ¿Y por qué no se llama cuadro? ¿Por qué se viaja en tren si se sabe de antemano a dónde llegará? ¿Y si caminara siempre recto?¿Y si decidiéramos no saber nada más y olvidar todo lo que sabemos? Estas son algunas de las preguntas que encontramos en la famosa e inocente obra -Kindergeschichten, Historias para chicos- de Peter Bichsel. Historias filosóficas al alcance de los niños y destinadas a ellos. La soledad y la incomunicación constituyen los ejes temáticos de unos personajes, hombres y mujeres corrientes que esperan, desean, aman, luchan y acostumbran a guardar silencio. La sugerencia es el arma que utiliza Bichsel para contar eso que no se puede explicar con palabras: la vida vista desde dentro de cada ser humano. http://arte-unico.blogspot.com/2009/05/una-mesa-es-una-mesa-de-peter-bichsel.html Una mesa es una mesa Por Peter Bichsel Quiero contar algo de un anciano, de un hombre que ya no dice ni palabra, que tiene una cara cansada, demasiado cansada para sonreír y demasiado cansada para enfadarse: vive en una pequeña ciudad, al final de la calle o cerca del cruce: Casi no merece la pena describirlo, apenas lo distingue algo de los demás. Lleva un sombrero gris, pantalones grises, una chaqueta gris y en invierno el largo gabán gris y tiene un cuello delgado, cuya piel esta seca y arrugada. Los cuellos blancos de las camisas le están demasiado anchos. En el último piso de la casa tiene su habitación, quizás estuvo casado y tuvo hijos, quizás vivía antes en otra ciudad. Seguro que una vez fue un niño, pero esto fue en la época en que los niños vestían como las personas mayores. Así se les ve en el álbum de la abuela. En su habitación hay dos sillas, una esa, una alfombra, una cama y un armario. Sobre una esa pequeña hay un despertador, al lado hay periódicos viejos y el álbum de fotos; de la pared cuelgan un espejo y un cuadro. El anciano solía dar un paseo por las mañanas y otro por las tardes, hablaba unas palabras con su vecino, y por las noches se sentaba a su mesa. Esto no cambiaba nunca, hasta en domingo era así. Y sentado a su mesa, el anciano oía el tic-tac del despertador, siempre el tic-tac del despertador. Hubo una vez un día especial, un día de sol, no demasiado caluroso, no demasiado frío, con trinos de pájaros, con gente amable, con niños que jugaban-y lo especial era que de repente al hombre todo aquello le hizo gracia.
  • 2. “Ahora todo iba a cambiar”, pensó. Abrió el botón más alto de al camisa, cogió el sombrero en la mano, acelero el paso, hasta que se columpio con las rodillas al andar y estaba contento. Vino a su calle, saludaba a los niños, llego a casa, subió las escaleras, cogió las llaves del bolsillo y abrió su habitación. Pero en su aviación todo había permanecido igual; una mesa, dos sillas, una cama.Y sentándose volvió a oír el tic-tac. Y toda su alegría había desaparecido, puesto que nada había cambiado. Y al hombre le sobrevino una gran cólera. Vio como , ante el espejo, enrojecía, vio como se estrechaban los ojos; luego se volvieron sus manos puños, os levanto y pegó con ellos sobre el tablero de la mesa, primeramente sólo un golpe, luego otro, y luego empezó a tamborear sobre la mesa, gritando continuamente: -¡Esto debe cambiar!!Esto debe cambiar! Y ya no oía el despertador. Luego empezaron a dolerle las manos, le falto la voz, y volvió a oír el desatador y nada cambiaba. -¡Siempre la misma mesa!-dijo el hombre-¡las mismas sillas!, la cama, el cuadro. Y a la mesa le digo mesa, al cuadro le digo cuadro, la cama se llama cama, y la silla se lama silla. ¿Por que mirándolo bien? Los franceses dicen a la cama “li”, a la mesa “Tabl”, llaman al cuadro “tabló” y a la silla “Shees”, y ellos se entienden. Y los chinos se entienden también. ¿Por que no se le llama la cama cuadro?, pensó el hombre y sonrió, luego se echo a reír hasta que los vecinos golpearon en la pared y llamaron “silencio”. -Ahora habrá un cambio-grito- y desde aquel momento empezó a decirle a la cama “cuadro”. Estoy cansado, quiero ir al cuadro-dijo- y por las mañanas se quedo a menudo largo rato en el cuadro y meditaba como iba a llamar a la silla y amo a la silla “despertador”. Se levanto pues, se vistió, se sentó en el despertador y apoyo los brazos en la mesa. Pero la mesa ya no se llamaba ahora mesa, se llamaba ahora alfombra. Por la mañana abandonaba pues el hombre el cuadro, se vestía, se sentaba a la alfombra, en el despertador y meditaba a que cosa le llamaría como. A la cama le dijo cuadro A la mesa le dijo alfombra. A la silla le dijo despertador. Al periódico le dijo cama. Al espejo le dijo silla. Al despertador le dijo álbum. Al armario le dijo periódico. A la alfombra le dijo armario. Al cuadro le dijo mesa. Y al álbum le dijo espejo.
  • 3. Por consiguiente: Por la mañana se quedaba el anciano largo rato acostado en el cuadro, a las nueve sonaba el álbum, el hombre se levantaba y se colocaba sobre el armario para no helarse los pies, luego sacaba sus trajes del periódico, se vistió, miro la silla en la pared, se sentó luego sobre el despertador, ala alfombra y hojeaba el espejo, hasta dar con la mesa de su madre. Al hombre le hizo gracia todo aquello, entrenándose durante todo el día y aprendiéndose las nuevas palabras de memoria. A todo le fue dado otro nombre. El ya no era ahora un hombre, sino un pie, y el pie era una mañana y la mañana un hombre. Ahora vosotros mismos podéis seguir escribiendo el cuento. Y luego podéis, así como lo hizo el hombre, intercambiar las demás palabras: Sonar se llama colocar, Helarse se llama mira, Acostarse se llama sonar, Estar de pie se llama helarse, Colocar se llama mojar. De tal modo que luego dice: Al hombre le sonó el pie viejo largo tiempo en el cuadro, a las nueve coloco el álbum, el pie se helo y se hojeo sobre el armario, para que no viera en las mañanas. El anciano compro cuadernos azule y los llenó con nuevas palabras, y tenia mucho que hacer, y ya no se le veía casi nunca en la calle. Luego aprendió para todas las cosas los nuevos significados y olvidaba cada vez más los verdaderos. El tenía ahora un idioma nuevo que le pertenecía a él solo. De cuando en cuando soñaba ya en el idioma nuevo, traduciendo luego las canciones de los años escolares a su idioma, y las cantaba en voz baja. Pero pronto también el traducir le costo mucho, había olvidado casi su antiguo idioma, teniendo que buscar las verdaderas palabras en su cuaderno azul. Y tuvo miedo de hablar con la gente. Tenía que pensar largo rato cómo la gente le dice las cosas. A su cuadro le dice la gente cama A su alfombra le dice la gente mesa. A su despertador le dice la gente silla. A su cama le dice la gente espejo. A su álbum le dice la gente despertador. A su periódico le dice la gente armario. A su armario le dice la gente alfombra. A su mesa le dice la gente cuadro. A su espejo le dice la gente álbum. Y llegó a tal punto que el hombre se echaba a reír oyendo hablar a la gente.
  • 4. El se echaba a reír oyendo como alguien decía” ¿Ud. También va mañana al partido de futbol?” O si alguien decía: “Ahora ya llueve desde hace dos meses”. O si alguien decía: “tengo un tío en América”. El se echaba a reír, porque no entendía todo aquello. Pero este no es un cuento alegre. Ha empezado triste y termina triste. El anciano del gabán gris ya no entendía a la gente; esto no era lo malo. Lo peor era que ellos ya no le entendían. Y por eso ya no dijo nada. Se calló. Hablaba consigo mismo. Ya ni saludaba.