2. UN ZAP T CREA
AO TIVO
Lo cortaba todo. Tenía siempre a su lado una pequeña cesta en la que se
reunían unos cuantos objetos que utilizaba constantemente, formando
un peculiar y lioso revoltijo de instrumentos inconexos en el que las tije-
ras eran el artilugio rey.
Yo la había visto envejecer lentamente. Siempre había sido una mujer
incansablemente conversadora y muy simpática, aunque también bas-
tante obsesiva y algo pesimista. A veces me costaba entenderme con
ella, tal vez más a menudo de lo que me hubiera gustado, especialmente
cuando la recuerdo ahora que ya no está conmigo.
Aún no he conseguido situar en el tiempo el día que comenzó a mar-
charse; de hecho, ya había cruzado el umbral de su otra realidad cuando
quise darme cuenta. Esa realidad paralela, incoherente, incomprensible
y desquiciada por la que avanzaba cada día inexorablemente y que sólo
le permitía comunicarse, aunque ya ni siquiera entenderse, con su pe-
queño perro pequinés, que terminó sus días tan perdido como ella.
A veces me sentaba a su lado esperando que reconociera en mí a la hija
que ella tanto quería, y cuando lograba ver en sus ojos aquella pequeña
y breve chispa de conexión, mis ojos se humedecían, para luego pasar a
observarla con desánimo e impotencia viendo cómo una vez más cogía
aquella cestita que representaba todo su mundo, incluso cuando la
guardaba pegada a su cuerpo mientras dormía.
Me costó muchos berrinches esa cesta, sobre todo cuando de ella salían
aquellas tijeras del mismo modo que el famoso conejo sale de la chistera
3. del mago: nadie encontraba nada allí dentro, pero ella daba con cada
cosa a la primera. No podía esconderle aquel pequeño y viejo instru-
mento cortante, porque ella sufriría lo indecible buscándolo de manera
desalentadoramente compulsiva, así que decidí que era mejor dedicar-
me a ahorrar algo de dinero para renovar casi mensualmente sus zapa-
tos.
Y es que lo que más le entretenía era cortar cosas: cadenas, collares, cin-
tas y objetos de todo tipo, todo lo que fuera susceptible de sucumbir a
aquellos pequeños filos; pero para ella sin duda había algo especial en
los zapatos.
En mi afán por evitar el continuo desastre, había probado todo tipo de
modelos cómodos para sus pies: con cordones, sin cordones, con gomas,
con lengüeta, lisos… Lo de menos era la forma, ya que siempre encon-
traba la manera de hacer pequeños cortes por algún sitio para conseguir
que quedaran “más cómodos y bonitos”.
En aquellos ratos en que me sentaba con ella, le gustaba “ayudarme a
trabajar”; yo abría mi ordenador portátil y le daba a ella sus cuadernos
para colorear; éste era el último descubrimiento para conseguir que es-
tuviera entretenida y con el que disfrutaba enormemente. Se concen-
traba muy intensamente en la tarea, aunque por muy poco tiempo, y
conseguía no pisar los bordes del dibujo con sus ya gastados lápices de
colores. De vez en cuando, contenta por su éxito, me miraba con una sa-
tisfacción aterradoramente infantil y se asomaba a mirar mi pantalla pa-
ra ver lo que yo estaba haciendo.
Aquel día se mostraba especialmente alterada; yo estaba muy concen-
trada en el ordenador, ya que tenía que entregar en breve un proyecto
importante. Como no le prestaba la atención que ella quería, mi portátil
terminó siendo utilizado como una plataforma un tanto peculiar. Su fra-
se “¡Mira! Ahora sí que es bonito” acompañó a su mano, que con gran
4. energía se alzó colocando su zapato izquierdo de un golpetazo sobre mi
teclado. Había conseguido recortar una perfecta flor en la parte delante-
ra del que anteriormente fuera un cómodo, sencillo y liso zapato de
salón.
La miré enfadada, muy cansada y dispuesta a reñirle por aquel nuevo
destrozo pero, al mirar su cara, me topé con tal expresión de felicidad,
que no tuve más remedio que sonreírle y darle un achuchón y, mientras
ella no podía ver mi cara, de nuevo rodaron las lágrimas por mis mejillas,
echando de menos a una madre a la que sabía que había perdido para
siempre en los solitarios y devastadores senderos de aquella cruel en-
fermedad.
“Un Zapato creativo”
Por M.Paz Pérez-Campanero
Septiembre 2008