Descripción del Viaje cultural las Riberas del Duero y del Arlanza, realizado por la Universidad Popular Carmen de Michelena de Tres Cantos los día 7 y 8 de abril de 2017
Energía y Cambio Climático - Seminario el Cambio Climático, sesión 4
Textos para el viaje a las Riberas del Duero y del Arlanza
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Rodrigo García-Quismondo Hurtado
UN VIAJE POR LAS RIBERAS DEL
DUERO Y EL ARLANZA
Aranda de Duero:
Históricamente es conocida por haberse celebrado en 1473 el Concilio de
Aranda, con presencia de la todavía princesa Isabel I de Castilla. También por
el Plano de Aranda, realizado en 1503, siendo el mapa urbano más antiguo
de España y el documento cartográfico más antiguo del Archivo General de
Simancas, en el cual se basaron para el desarrollo de las ciudades del Nuevo
Mundo recién descubierto por la Corona de Castilla.
Los orígenes de Aranda de Duero son difíciles de establecer debido a la falta
de documentación que acredite su existencia en épocas antiguas. Por su
situación geográfica, ubicada en un altozano y surcada por tres ríos, es de
suponer que ya en la época megalítica.
Se supone que estas tierras habrían sido ocupadas por pueblos de origen
indoeuropeo, a los que pertenecía la tribu celta de los pelendones, que
invadieron la península Ibérica entre los siglos VIII y VII A.C.
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Posteriormente la migración de pueblos belgas a la península trajo una nueva
tribu celta al entorno, la de los arévacos. Esta habría desplazado a los primeros
hacia las montañas y se habría asentado en la región. El hallazgo de dos
ejemplares de AS, monedas con la inscripción "Aratsa-Cos" situarían una ceca
en la villa, e identificarían Aranda de Duero con la ciudad arévaca de Aratza.
Pese a la tendencia generalizada de considerar a Aranda de Duero dentro del
área de influencia de los arévacos, esta también podría haber pertenecido al
entorno de los vacceos, otra tribu emparentada con esta y con la que compartía
fuertes lazos. Ambas tribus se opondrían juntas al poder romano.
Época romana
En el 218 a.c desembarcan en Hispania legiones romanas bajo el mando
de Cneo Escipión, comenzando así la conquista y romanización de la
Península Ibérica. Tras derrotar a Cartago, causa primera de la intervención
romana en Hispania, Roma comienza a expandirse hacia el interior del
territorio, acercándose cada vez más a territorio arévaco.
La primera aparición romana en estas tierras puede datarse en el 135 a.c
cuando Publio Cornelio Escipión, en el contexto del enfrentamiento entre Roma
y Numancia, marcha desde Cauca hasta Numancia, atraviesa el Duero e
incendia los campos de los vacceos, para privar a los numantinos de trigo y
víveres.
A mediados del I a.c diversas ciudades arévacas y vacceas se sublevan contra
Roma. Encabezan la rebelión Pallantia y Clunia, reducto esta de los arévacos
tras la destrucción de Numancia. En el 56 A.C. Metelo Nepote repite la
maniobra de Escipión y pone sitio a Clunia. No obstante los vacceos acuden en
auxilio de sus aliados y el romano se ve obligado a levantar el sitio.
Finalmente al año siguiente, Afranio, legado de Pompeyo, derrota a ambos
pueblos y ocupa Clunia. Esta comienza entonces un proceso de
intensa romanización que la llevará a convertirse en uno de los siete
"Conventos Jurídicos" de la Provincia Tarraconensis.
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La Aranda romana, denominada así Rauda, sería continuación del poblado
celtíbero previo y tendría categoría de "vicus" o "pagus" (aldea), sirviendo como
centro donde se recogía el grano recolectado en las "villae rusticae" que
poblarían el entorno. Hay que situar entonces a Hispania como centro producto
de cereales para alimentar al Imperio, siendo el denominado "Granero de
Roma".
Época Visigoda
Desde comienzos del siglo V los visigodos habían realizado acciones de
diversa envergadura en la península, asentándose en esta tras su derrota a
manos de los francos. Se establece el Reino Visigodo de Toledo que expande
sus dominios también por la actual Castilla y León, particularmente Burgos,
Palencia, Soria y Segovia.
La región queda entonces sometida al dominio visigodo, aunque la sociedad y
la economía se asientan en el romanizado pueblo hispano que sigue
trabajando sus tierras. Leovigildo conseguirá la unidad territorial del reino
y Recadero la religiosa. Sin embargo los dos siglos de dominio godo de la
península apenas dejan rastro en la zona.
Edad Moderna
Mapa de la ciudad publicado en 1868, realizado por Francisco Coello
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En el siglo XVIII, durante la monarquía de los Borbones, Aranda de Duero se
consolida como villa de realengo. En este siglo y en el siguiente, con la
incipiente tradición agrícola y vinícola y con la construcción del ferrocarril, la
zona reactiva su economía y adquiere un importante renombre a nivel nacional.
Lerma
La historia y el desarrollo de la villa están irrevocablemente unidos al
mecenazgo de Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma,
valido y favorito del rey Felipe III, y por extensión al Ducado de Lerma.
Lerma es una villa de fundación prerromana, de tribus celtibéricas (vacceos)
(su propio nombre tiene resonancias celtibéricas). Tierra de paso, situada en
lugar estratégico que domina el río Arlanza, vivió diferentes culturas: romanos,
suevos, visigodos, árabes... Desde el año 900, el avance cristiano sitúa su
frontera en el río Arlanza, iniciándose su repoblación, e instalando a lo largo del
río una serie de posiciones fuertes y castillos, entre los que se encontraba el de
Lerma.
El lugar elegido para emplazar Lerma no pudo ser más adecuado, encrucijada
de caminos y con unas inmejorables condiciones físicas y topográficas. Muy
pronto el pequeño caserío se amuralla, disponiendo de cuatro puertas de
entrada, de las que se conserva el llamado "Arco de la Cárcel", puerta principal
de la antigua muralla medieval.
Cerca de Lerma, Almanzor vence al Conde Sancho García en las peñas de
Cervera, momento en que Lerma sufre por última vez los efectos del castigo
musulmán.
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En el siglo XI empieza a vivir los tiempos de los señoríos, pasando a formar
parte de los reinos leonés y aragonés. Tienen lugar las luchas entre los Castro
y los Lara, nobles belicosos, que se enfrentarán en repetidas ocasiones a los
reyes castellanos en sus luchas dinásticas (Fernando III "El Santo" y Alfonso
XI, "El del Salado", sitiaron en varias ocasiones la villa de Lerma).
EL DUQUE DE LERMA
Francisco de Sandoval pertenecía a una familia de la nobleza española. Sus
padres eran Francisco Gómez de Sandoval y Zúñiga, marqués de Denia, e
Isabel de Borja y Castro, hija del santo jesuita Francisco de Borja (cuando aún
era el IV Duque de Gandía). Su tío el arzobispo de Sevilla, Cristóbal de Rojas y
Sandoval, lo educó en la corte madrileña de Felipe II y logró introducirlo en el
puesto de menino del príncipe Carlos, hijo de Felipe II y de su primera
mujer María Manuela de Portugal.
A la muerte de su padre, Francisco queda como jefe y responsable de su
familia, con más deudas que rentas. Pero el ascenso en su carrera comienza
muy pronto con un primer cargo de gentilhombre de cámara del rey. Más tarde,
en 1592, pasa a sergentilhombre de la casa del príncipe Felipe (futuro Felipe
III), siendo en ese momento cuando comienza la gran amistad entre los dos
personajes. Algunas personas de la corte del rey Felipe II supieron ver desde el
principio la gran influencia que el futuro duque de Lerma tenía sobre el príncipe
y recomendaron al rey que lo alejase por algún tiempo. Así fue cómo el rey le
nombró en 1595 Virrey de Valencia, puesto que ocupó a lo largo de dos años.
A su regreso a Madrid, el propio príncipe Felipe pidió su nombramiento
para caballerizo mayor.
Cuando el príncipe Felipe subió al trono como Felipe III, quiso tener como
amigo consejero y hombre de toda su confianza a Francisco de Sandoval,
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quien a partir de entonces fue el verdadero «rey» de España. Se rodeó de un
equipo de gente de su confianza y distribuyó los puestos más importantes de la
corte entre miembros de su familia y amigos. Uno de estos personajes
fue Rodrigo Calderón de Aranda, de quien se decía que era «el valido del
valido». En 1599, Felipe III le otorga el título de duque de Lerma y entra así en
la categoría de Grande de España. Su hermana, Catalina de Zúñiga (1555-
1628), fue casada con el VI Conde de Lemos.
En 1601 se traslada la corte a la ciudad de Valladolid; será un breve periodo
hasta 1606, en que de nuevo regresa a Madrid. Este traslado se debe al duque
de Lerma que así se lo aconsejó al rey.
Los historiadores creen que fueron dos los motivos que impulsaron al duque
para conseguir este traslado: Alejar al rey de la influencia de su abuela la
emperatriz María de Austria (recluida en el convento de las Descalzas
Reales de Madrid), que no veía con buenos ojos la labor de don Francisco y los
importantes beneficios financieros que suponían para él este cambio.
El poder del duque de Lerma fue inmenso: llegó a manejar el sello real
como Sumiller de Corps, consiguió controlar el reino y tomar él solo todas las
decisiones políticas entre 1599 y 1618. Los incidentes más importantes de su
mandato se produjeron en 1609 con la firma de la tregua con los Países
Bajos y la expulsión de los moriscos.
La reina Margarita, esposa de Felipe III, no era partidaria de los abusos e
influencia del duque de Lerma, y a su alrededor tenía muchos consejeros
descontentos también.
Hubo una investigación de las finanzas (proceso de vista) que fue
descubriendo el entramado de corrupción e irregularidades.
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Empezaron a caer culpables e implicados, entre otros el valido del duque, don
Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en la plaza Mayor de
Madrid en 1621.
Se desencadena una presión en contra del régimen, y ante los
acontecimientos, el duque aplica una estratagema que salvará su vida: solicita
de Roma el capelo cardenalicio que se le concede en 1618, al mismo tiempo
que el rey le da permiso para retirarse a sus propiedades de la ciudad de
Lerma. Murió en Valladolid en 1625, retirado de la vida pública.
Cuando le fue concedido el cardenalato corrió por Madrid una coplilla que
decía: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de
colorado».
Territorio ArtLanza
Si lees que la escultura más grande del mundo está en Quintanilla del Agua,
Burgos, probablemente pienses que no puede ser verdad. Pero sí que es
verdad, aunque todo depende del sentido que le des a la palabra
“escultura”. Félix Yáñez es escultor y ha creado todas y cada una de las casas,
calles y plazas –hasta el pequeño riachuelo– de Territorio Artlanza. Así que sí,
es la escultura más grande del mundo, con sus más de 8.000 metros
cuadrados. Pero está claro que no es una simple escultura, también es un
auténtico museo de historia: la reconstrucción de un pueblo medieval
castellano.
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Así empezó Félix Yáñez que, siendo escultor, fue capaz de hacer aquella
primera maqueta, en unos terrenos de su propiedad en Quintanilla del Agua,
Burgos. Y decidió seguir construyendo “su pueblo”, hasta ocupar sus terrenos,
los de sus suegros y pensando en comprar más espacio alrededor.
En 2008 Félix comenzó a construir una plaza medieval castellana, basándose
en las antiguas casas de Covarrubias y otros pueblos de la ribera del Arlanza.
Tenía su taller de cerámica en Quintanilla del Agua y allí, detrás de su casa,
construyó la que se convertiría en la primera pieza de la escultura más grande
del mundo. Su idea inicial era crear algo privado, una plaza de la que disfrutar
de las tardes con su familia, pero a la que acabó por ir todo el pueblo para
verla.
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Las ventas de figuras de terracota en las ferias que visitaba eran cada vez más
complicadas con la crisis y casi perdía dinero yendo de ciudad en ciudad con
su puesto mientras que hasta su pueblo comenzaban a llegar curiosos a ver su
obra. Ése fue el germen de Territorio Artlanza: algo que llamara la atención de
la gente para que visitara su taller cerámico.
Pero la cosa se le fue de las manos –él mismo se sorprendía cuando nos
contaba que fue creciendo y creciendo casi sin darse cuenta– y, años después,
su creación ha alcanzado más de 8.000 metros cuadrados, con sus diez
plazas, varios museos, dos teatros… incluso un río.
Lo más impresionante de Territorio Artlanza es que, a pesar de ser una
recreación, tiene mucho de real. Félix ha construido “su pueblo” a partir
de materiales reciclados recuperados de escombreras. Así que, muchas de las
puertas, ventanas o balcones de las casas son reales y tan antiguos como
parecen.
Covarrubias
Numerosas culturas —paleolítica, celtibérica, romana...— se han asentado en
el fértil valle en el que se encuentra Covarrubias, y de todas se han encontrado
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vestigios. Pero los primeros pobladores conocidos de Covarrubias fueron
los turmódigos, tribu ibérica prerromana extendida por gran parte de la
provincia de Burgos. Pero el origen de esta villa es medieval, fue fundada por el
rey visigodo Chindasvinto en el siglo VII sobre los restos de un castro romano,
aunque las murallas que construyó fueron destruidas hacia el año 737.
Tras el paso de los visigodos, la primitiva villa recibió a los árabes. Y con los
últimos días de éstos, aparece la figura de primer conde independiente de
Castilla, Fernán González, quien unificó Castilla. Al conde le gustaba
descansar en esta villa, en el palacio que tenía su madre Muniadona.
A García Fernández, su hijo, se debe el engrandecimiento de Covarrubias. Dos
años después de la muerte de Fernán, compra la villa de Covarrubias a los
monjes de Valeránica, y funda el Infantado de Covarrubias el 24 de
noviembre de 978, con lo que la villa se convierte en capital de un extenso
territorio independiente, con jurisdicción propia en lo eclesiástico como en lo
civil y penal gozando a su vez de exenciones tributarias privilegiadas. En un
principio, sería disfrutado por su hija Urraca, la única con poder pleno sobre
todo lo ubicado en tal demarcación: anulando la autoridad del Conde Soberano
de Castilla o del mismo rey.
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Como los dominios del Infantado se dispersaban por un área muy amplia (gran
parte de las provincias actuales de Burgos, Santander, Álava, Logroño y
Palencia) sus habitantes podían circular por toda Castilla con entera libertad.
En sus comienzos, el infantado de Covarrubias comprendería setenta villas e
iglesias, veinte monasterios, infinidad de caseríos, quintas, montes, prados,
pozos de sal, etc.
El infantado atravesó una grave crisis a la muerte de doña Sancha, infanta de
Covarrubias, y del rey de Castilla Sancho III. La vacante quedó vacía y Alfonso
VIII confió al Arzobispo de Toledo la célebre institución. Pero Fernando III el
Santo —nieto de Alfonso VIII— consumó la restauración a instancias de su
madre doña Berenguela. Este soberano reunió los miembros separados,
devolvió su autonomía primitiva y no habiendo en Castilla infanta, instauró en
su gobierno al infante Felipe de Castilla.
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Pero la aparición de la princesa Cristina de Noruega, hija del rey Haakon IV de
Noruega, acabó con la vida religiosa de Felipe. Kristina, se supone había
venido para casarse con el rey Alfonso X el Sabio —que no tenía descendencia
con su esposa doña Violante, y ardía en deseos de repudiarla y tener un
heredero—, pero a su llegada, la reina doña Violante iba a ser madre. ¿Qué
hacer con la infanta noruega y con el pacto con el rey Haakon?
Rápida y astutamente la dieron a elegir entre los hermanos del rey Alfonso,
eligiendo ella —guiada por el propio rey— al infante Felipe, con quien se casa
el día 31 de marzo de 1258 en Valladolid. Pero la dulce princesa nórdica,
muere de melancolía en Sevilla, tras cuatro años de matrimonio, encerrada en
su palacio, añorando los fiordos noruegos, y su vida en Tönsberg. Fue
enterrada en la colegiata de Covarrubias, en un sepulcro gótico de piedra
labrada con una arquería de 10 vanos y un friso superior de roleos.
A partir de 1759, y con la desaparición de la abadía, los privilegios quedaron
anulados, y si alguno de carácter civil logró subsistir, solamente alcanzó al
reinado de Isabel II, durante el que fueron abolidos todos definitivamente.
Mil y una anécdotas podrían contarse acerca de la historia de la villa Rachela, y
la importancia histórica que Covarrubias ha tenido en la fundación de Castilla, y
en la vida de sus reyes, pero sin duda, una de las actividades más atractivas de
la villa es pasearla, perdiéndose entre sus calles tortuosas, y así saborear la
historia, arte y leyenda que se esconden detrás de cada rincón.
Santo Domingo de Silos
Hablar de la historia de Santo Domingo de Silos es hablar de su monasterio;
Historia del Monasterio de Silos
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El Monasterio de Santo Domingo de Silos se halla ubicado en la parte oriental
de un pequeño valle de la gran meseta castellana, que el primer documento
conservado del Archivo de Silos, del año 954, ya denomina como valle de
Tabladillo.
La vida del hombre en Silos y en su comarca se remonta a tiempos
prehistóricos, conocida hoy en día gracias a una serie de excavaciones
arqueológicas.
La vida monástica en todo el Valle de Tabladillo, especialmente en Silos,
comenzó con probabilidad, a la hora de la reconquista castellana, a fines del
siglo IX, en forma de granjas monástico-familiares.
Pero, desde el siglo X, el monasterio propiamente de San Sebastián de Silos
ya entra en la historia documentalmente.
Sin embargo, debido a los estragos de Almanzor, el monasterio silense cae en
gran decadencia material y espiritual. En este momento, en 1041, hace
presencia, de la mano del rey Fernando I de Castilla, el monje riojano
emilianense Domingo.
Es nombrado abad de Silos y, en treinta y dos años, con su ímpetu restaurador
y con su santidad, levanta a Silos en sus edificios y en su comunidad. Muere el
20 de diciembre de 1073. Es canonizado en 1076, y se convierte en el
taumaturgo medieval de la zona y su tumba en centro de peregrinación.
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Surge el claustro románico extraordinario, y brilla el scriptorium silense con
obras como el Beato de Silos, hoy en el Museo Británico.
La Baja Edad Media coincide con una etapa menos brillante de la Abadía
castellana. Pero, en 1512, el monasterio silense se adhiere a la Congregación
Benedictina de Valladolid y se va formando el monasterio moderno al lado del
medieval: muralla perimetral; ala sur para las celdas individuales de los monjes;
la capilla de Santo Domingo; la iglesia neoclásico-barroca.
En 1835, en noviembre, obedeciendo el decreto de exclaustración del gobierno
de Mendizábal, se dispersa la comunidad y se interrumpe la vida monástico
benedictina de Silos a lo largo de cuarenta y cinco años.
Afortunadamente, el 18 de diciembre de 1880, un grupo de monjes
benedictinos franceses de la Abadía de Ligugé, dirigidos inteligentemente por
un monje de la Abadía de Solesmes, Dom Ildefonso Guépin, salvó a Silos de la
catástrofe total al elegir las ruinas silenses como su refugio.
Estos monjes fueron restaurando con esfuerzos casi heroicos el Monasterio
silense; y, con la restauración material, procuraron recuperar parte de los
restos culturales. Encontraron 14 manuscritos medievales; muchos diplomas,
también de la Edad Media; y casi todo el archivo de la Edad Moderna.
Desde entonces, en el siglo XX hasta hoy, la comunidad de Silos ha tenido y
tiene una gran vitalidad: con su testimonio, con sus celebraciones litúrgicas,
con sus aportaciones a la cultura, y con su irradiación, fundando varias casas
nuevas en España, como Estíbaliz (Álava), Montserrat de Madrid, Leyre
(Navarra), etc.
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EL CANTO GREGORIANO: El nombre de canto gregoriano proviene del papa
Gregorio I(590-604), quien introdujo importantes modificaciones en la música
eclesiástica utilizada hasta ese momento para la liturgia del rito romano.
Además de dichas modificaciones, fue autor de numerosas obras y melodías,
como la Regula pastoralis, el Libri quattuor dialogorum o diversas homilías.
La música en la liturgia cristiana existente hasta entonces tenía su origen en las
sinagogas judías, por lo que fue, al principio, exclusivamente vocal, sin la
utilización de instrumentos musicales y con predominio de la lengua
helenística; para ello, un cantor solista, generalmente el sacerdote, dirigía los
rezos, que eran contestados por los asistentes a la celebración mediante la
utilización de sencillos motivos.
Poco a poco, en Occidente fue evolucionando, y se produjeron tres cambios
importantes:
Apareció a finales del siglo VII un pequeño grupo de cantores elegidos
que asumió el papel del solista, la "schola"
La utilización del latín como lengua principal obligó a traducir los salmos
utilizados hasta entonces a prosa latina
La Iglesia Romana empezó a considerar como excesivo el empleo de los
himnos en las funciones litúrgicas, y se buscó más el carácter
improvisatorio de los cánticos, de forma que fuesen más la expresión
libre de los sentimientos de los celebrantes.
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Es en este marco donde encaja el Canto Gregoriano, como fuente de
inspiración para la música eclesiástica occidental, sobre todo en ciertas partes
de la celebración eucarística, como el Introito, el Ofertorio y la Comunión.
Son muy escasos los ejemplos de cantos escritos que han llegado hasta
nosotros de los primeros siglos del cristianismo, pero hay que destacar
el Códice Alejandrino, un salterio del siglo V que contiene trece de los cánticos
empleados en el desarrollo de la liturgia. En esas obras se recogen los textos,
pero no la forma de entonar los cantos, por lo que la aparición de una
rudimentaria forma de notación musical en Hispania o en la Galia, durante el
siglo IX, supuso un gran avance al respecto.
La reforma carolingia
Entre los años 680 y 730, con los primeros carolingios, se produjo la
refundición del repertorio romano existente en lo que desde entonces pasó a
conocerse como Canto Gregoriano, en centros como Corbie, Metz o Sankt
Gallen, y ello permitió su rápida divulgación por el norte de Europa.
Los ritos anteriores eran, básicamente, el céltico, el ambrosiano, el galicano y
elmozárabe o visigótico; todos ellos, enfrentados al rito romano tradicional,
fueron desapareciendo paulatinamente tras la aparición de la liturgia
Gregoriana, aceptada definitivamente a finales del siglo X.
Pipino el Breve, padre de Carlomagno, fue consagrado como rey de los francos
por el papa Esteban II, quien se encontró con que en el reino se practicaba un
rito distinto del romano, el galicano.
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Desde ese momento, Roma empezó a formar chantres enviados desde la Galia
y a suministrar libros que permitiesen llevar a cabo la reforma de la liturgia;
las escuelas de Rouen y Metz se convirtieron en centros fundamentales de
enseñanza del canto gregoriano.
El repertorio impuesto inicialmente fue ampliado por los carolingios con piezas
nuevas, y llegaron a ser tan numerosas que se vio pronto la necesidad de
conservarlas por escrito, incluyendo la melodía.
Para conseguir esto último, aparecieron unos signos aislados similares a
acentos del lenguaje, los neumas; para lograr una mejor representación de los
sonidos, los neumas se agrupaban o separaban en función del lugar exacto en
que se localizaba cada sonido.
Apogeo del Canto Gregoriano
Este primer esquema iba a experimentar importantes modificaciones en los
siglos posteriores, que se centran, básicamente, en cuatro puntos: la
introducción del pautado hacia 1050, la diferencia entre las modalidades de
ejecución, la generalización del canto a varias voces, con la aparición de la
polifonía, y la imposición del compás regular.
En primer lugar, durante el siglo XI quedaron establecidas las reglas que iban a
determinar la notación musical de una forma homogénea, y los neumas se
convertirían con el tiempo en lo que hoy son notas musicales, mediante la
indicación del tono y la duración de cada sonido; para ello, se anotaban en un
tetragrama, antecedente del pentagrama actual.
La ejecución pasó a ser de dos tipos: silábico, cuando cada sílaba del texto se
corresponde con una única nota, o melismático, cuando cada sílaba es
entonada por más de una nota musical.
La polifonía marcó un hito importante. Hasta el siglo IX, el canto era
exclusivamente monódico, es decir, con una sola melodía. Mediante la
polifonía, se combinan sonidos y melodías distintas y simultáneas para cada
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nota musical. Un sencillo ejemplo de ello es el canto conjunto de hombres y
mujeres, que combina voces agudas con graves. Finalmente, el compás
permitió mantener un equilibrio entre distintas voces superpuestas, pues
introducía un elemento de medida, imponiendo un ritmo más o menos preciso.
El declive y la situación actual
Dichas innovaciones condujeron al Canto Gregoriano hacia una situación de
crisis que se vio agravada con el Renacimiento, mucho más inclinado a
recuperar las tradiciones de la antigüedad clásica.
Tras el Concilio de Trento, la Santa Sede decidió reformar todo el canto
litúrgico, encomendando inicialmente tal misión a Giovanni Palestrina y Aníbal
Zoilo en 1577, pero en los siglos posteriores fueron desapareciendo poco a
poco los rasgos principales: eliminación de las melodías en los manuscritos,
supresión de los signos y desaparición del viejo repertorio.
Sin embargo, con la instalación de los benedictinos en la abadía de
Solesmes en 1835, se produjo su resurgimiento, reforzado con la creación de
una escuela para organistas y maestros cantores laicos, gracias a Luís
Nierdermeier en 1853.
Poco a poco, el Canto Gregoriano se ha ido recuperando y, desde la citada
abadía, se ha ido extendiendo a otras, como Silos, Montserrat o María Laach,
recuperándose gran número de manuscritos de los siglos X al XIII.
En las abadías, el monje se identifica con la vida monástica a través de la
oración, recitada siempre según el Canto Gregoriano, siete veces al día:
maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
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Escritura
No existe una escritura hasta el siglo IX, en que empiezan a probarse diversos
métodos para anotar las melodías. El repertorio sacro que debía saber un
religioso era de cientos de melodías, y es difícil recordar tantas. Estas
notaciones en principio sólo son una ayuda nemotécnica, pues se escriben
sobre los textos, con unos signos (neumas) que indican si la melodía sube o
baja, pero sin líneas que indiquen la altura de los sonidos (escritura
adiastemática, o en “campo aperto”). Para alguien que ya conozca la melodía
son indicaciones muy útiles, pues reflejan matices de ritmo, dinámica e
interpretación.
Pero para quien no conozca la melodía son inútiles. Estas notaciones se
extienden durante el siglo IX y son corrientes en el siglo X. Se agrupan en cinco
“familias” según las características de su escritura. Estas son la Italiana, la
Francesa, la Anglosajona, la Alemana y la Visigótica.
Por su perfección, claridad y por ser las más completas del repertorio destacan
llamadas notación de Saint Gall (dentro de la familia alemana) y la notación de
Laón (dentro de la francesa).
Ante esta dificultad se inventan varios recursos para mejorar la escritura:
Notación alfabética: se escriben los sonidos con letras. Los manuscritos
que juntan neumas y letras nos permiten conocer hoy día el repertorio
gregoriano, que de otra manera sería ilegible. De estas letras han salido el
nombre de las notas en inglés y alemán.
Sistema de líneas. Una o dos líneas que indican una altura fija del sonido.
En principio se usaron para indicar el semitono (la nota de la línea está a un
semitono de la inferior).
Sistema de Guido de Arezzo. Perfecciona el sistema de líneas, llegando a
cuatro (tetragrama), añade las claves e inventa el nombre de las notas,
según un sistema nemotécnico basado en un himno a San Juan Bautista.
Es el origen de nuestra escritura actual.
Con el sistema de líneas se abandona la escritura con neumas, cambiando a
signos que se acoplen mejor al sistema de líneas y espacios. Surgen nuevas
notaciones: notación gregoriana romana o cuadrada, la que se usa actualmente
(derivadas de los neumas del Norte de Francia, en el siglo XII); y notación coral
alemana, o "de clavo" (derivada de neumas germánicos, hacia el siglo XIV)
Notación Cuadrada
La notación cuadrada se escribe en tetragramas. Emplea dos claves: de Do (en
tres posiciones) y de Fa (en tercera línea). La clave de Fa en cuarta línea se
usa un una sola pieza. Tal variedad es para procurar que cualquier melodía
quede dentro del tetragrama y no haya necesidad de emplear líneas
adicionales.
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Desfiladero de La Yecla y Sabinares del Arlanza
LUGARES DE INTERÉS
El espacio natural protegido de Sabinares del Arlanza y el pasaje de la Yecla
se encuentran en la vertiente sur oeste de la Sierra de la Demanda.
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El Parque Natural de la Yecla es una profunda y estrecha garganta modelada
en los materiales calizos que caracterizan el relieve de las Peñas de Cervera,
de abruptos escarpes con gran diversidad de formas. El angosto desfiladero,
horadado por la acción de las aguas del arroyo El Cauce durante millones de
años, tiene zonas con una anchura que apenas llega a los dos metros. En las
cumbres anidan más de 100 parejas de buitre leonado.
Una serie de puentes y pasarelas permiten recorrer la garganta en un
sugerente paseo (600 metros), sobre cascadas y pozas.
El desfiladero está incluido en el Espacio Natural de la Yecla y los Sabinares
del Arlanza, que abarca más de 26.000 has. Aquí se localiza uno de los más
extensos y mejor conservados sabinares de Europa, con ejemplares que
superan los 2.000 años de vida. También encontramos masas de encinas,
quejigos y rebollos, y abundante fauna. La sabina albar (Juniperus thurifera,
que significa “productora de incienso”), es una especie superviviente de épocas
prehistóricas.
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Sabina Albar Este árbol-arbusto puede medir hasta 4 m de altura y se
caracteriza por sus hojas rudas al tacto, dispuestas de forma muy tupida. Su
corteza es de color pardo-grisáceo. Vive en lugares rocosos calcáreos, y
soporta la aridez, el frío, y la falta de abrigo. Puede llegar a vivir a 1.500 m de
altitud. Su madera es rojiza y antiguamente se usaba como repelente de
insectos, pues al arder desprende un aroma parecido al incienso. Era muy
apreciada en la construcción.
Vegetación. Además de las sabinas de los bosques de Arlanza, todo el entorno
cuenta con una densa vegetación formada por especies como la encina, el
pino, el quejigo o el enebro. Entre los mamíferos que habitan el lugar destacan
los típicos de la sierra burgalesa: corzos, jabalíes, gatos monteses o nutrias,
por mencionar algunos. Las aves más comunes en la zona son el águila real,
culebrera y calzada, el azor, el halcón peregrino y el alimoche. Además, son
notables sus colonias de buitres leonados.