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Historia de la Ciencia Médica,
Documentación y Terminología Médicas
La cirugía. La cirugía en la antigüedad. La invención quirúrgica en el s.
XVI. El empirismo quirúrgico. El triunfo de la cirugía en el s. XIX: la
anestesia, la asepsia y la hemostasia.
1. La cirugía desde Hipócrates hasta el galenismo. La cirugía (kheir: mano;
érgon: trabajo) trabajo manual u obra de manos, tuvo durante muchos siglos
como terapéutica y como actividad, un estatuto diferente al que le correspondió
a la medicina. Considerada medio terapéutico su lugar venía después de la die-
ta (prevención) y de los medicamentos (terapéutica). En cuanto actividad profe-
sional el cirujano era un artesano de rango inferior al médico. Sin embargo,
frente a la imagen tópica que presenta a los médicos hipocráticos como sólo
clínicos, la actividad quirúrgica fue uno de los aspectos más brillantes de la es-
cuela de Cos. Una cirugía restauradora de heridas, fracturas, luxaciones y eva-
cuante de abcesos y otras formaciones patológicas. Sobre las heridas de la ca-
beza incluye una minuciosa exposición de varias formas clínicas.
El galenismo valoró poco la cirugía, iniciándose en el s. II la separación
entre médicos y cirujanos. A partir de la Edad Media, el carácter secundario de
la cirugía fue atenuándose. Pablo de Egina (625-690), que vivió en Alejandría
cuando fue conquistada por los árabes, escribió una Enciclopedia en la que or-
denó los saberes médicos en siete libros. El sexto fue la principal vía de trans-
misión al mundo islámico y a la Europa Occidental de la cirugía y la obstetricia
clásicas. La limitación de los procedimientos quirúrgicos utilizados se observa
en el tratamiento de las adenopatías cervicales.
Los árabes también fueron cirujanos, entre ellos destaca el cordobés Abul
Qasim al-Zahrawi (936-1013), llamado Abulcasis en el mundo latino. Su enci-
clopedia titulada Kitab al-tasrif posee una parte quirúrgica que sirvió de base
para la formación de los profesionales. El primer libro está dedicado a las técni-
cas de cauterización y a la ligadura de los vasos. El segundo a la práctica de
intervenciones como la litotomía, las amputaciones de los miembros, el trata-
miento de las hernias y la trepanación craneal. El tercero trata de las fracturas y
de las luxaciones
En el mundo latino, en Bolonia, y a partir de la primera mitad del s. XIII, se
supera la rudimentaria cirugía salernitana. Destacan Teodorico Borgogni (1206-
1298) redactor de una Cyrurgia. En París ejerció Lanfranco de Milán (1240-
1306) a quien siguió Henry de Mondeville (1260-1320). En Montpellier, la figura
más destacada fue Guy de Chauliac (1290-1368) y su obra Chirurgia Magna
fue muy editada desde los comienzos de la imprenta.
2. La invención quirúrgica en el s. XVI. La evolución de la anatomía durante
el Renacimiento, ejemplificada en la obra de Vesalio y de los autores coetá-
neos, mejoró la calidad técnica de los cirujanos de este período. Por otra parte,
la frecuencia y violencia de las guerras hicieron que la figura del cirujano militar
cobrara una importancia creciente. Una figura paradigmática es Ambroise Paré
(1509-1590) que estuvo al servicio de Francisco I de Francia. De formación
empírica participó en gran número de campañas militares y al final de su vida
2
relató sus experiencias en un libro titulado: Viajes realizados a diversos lugares.
En él recoge un amplio elenco de novedades quirúrgicas, pero la más significa-
tiva es la que se refiere al llamado tratamiento suave de las heridas por armas
de fuego.
El uso de la pólvora como forma de impulsar las balas suponía que parte
de ella penetraba en la herida. Se pensaba que esta pólvora compuesta por
azufre, carbón y sal -sustancias minerales y por tanto potencialmente veneno-
sas- era especialmente dañina y para evitarla, los cirujanos cauterizaban con
aceite hirviendo las heridas. Un día, en medio del fragor del combate, se termi-
nó el aceite y un grupo de heridos fueron tratados con un simple apósito hume-
decido con vino. Al día siguiente comprobó que los enfermos así curados esta-
ban mejor que los que habían sido tratados con el aceite hirviendo.
Junto con las guerras, otro escenario del progreso de la cirugía fueron los
hospitales renacentistas. En el Hospital del Cardenal, en Sevilla, el cirujano
Bartolomé Hidalgo de Agüero (1530-1597) puso a punto una técnica para tratar
limpiamente las heridas por arma blanca. Los galenistas pensaban que la cura-
ción de las heridas incisas se lograba al convertirse el pus en carne. Tenían la
idea de que había que favorecer la aparición del pus en las heridas, un «pus
loable», positivo. Hidalgo demostró, con un método numérico, que sanaban
mejor las heridas limpias que aquellas en las que se introducían hilas para fa-
vorecer la aparición del pus.
3. El empirismo quirúrgico. El siglo XVIII fue de gran trascendencia para la
cirugía: ésta se convertía en una técnica, la profesión de cirujano pasaba a te-
ner un rango universitario, y se comenzaba a aplicar el programa de Syden-
ham, contribuyendo así a enriquecer la observación clínica y la nosografía. Ya
en el último tercio de la centuria, John Hunter, una de las figuras preeminentes
de la historia de la medicina, iba todavía más lejos. Trató de fundamentar la pa-
tología quirúrgica en la investigación biológica y experimental.
El punto de partida de la revolución quirúrgica se establece en el s. XVIII
por cuatro motivos que coinciden favoreciendo el ascenso social de los ciruja-
nos y dotando a esta rama del saber de un cierto bagaje científico:
a) El utilitarismo propio de la mentalidad del s. XVIII que tuvo una clara in-
fluencia en la cirugía a través del ennoblecimiento del trabajo manual. En esta
etapa el cirujano alcanza el nivel social que hoy conserva, similar o superior al
del médico.
b) Formación. La separación tradicional entre médicos y cirujanos se hizo
más profunda durante el s. XVII. Desde su posición preeminente de universita-
rio, el médico despreciaba el trabajo del cirujano que quedó en manos de per-
sonas sin formación intelectual, meros empíricos. Las monarquías absolutas e
ilustradas vieron necesario incrementar la formación de los cirujanos para po-
der atender convenientemente a los ejércitos, la navegación y los hospitales.
Por esta razón, e inicialmente en Francia, se crearon instituciones docentes
específicas para la formación de los cirujanos, quienes obtuvieron de este mo-
do un rango similar al universitario. En España el primer centro de estas carac-
terísticas fue el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, creado por Carlos III y dirigi-
3
do por P. Virgili. Con posterioridad se crean el Real Colegio de San Carlos de
Madrid y el de Barcelona.
c) Anatomía topográfica. Otro factor fundamental en el desarrollo de la ci-
rugía durante el s. XVIII fue la conversión de la morfología en anatomía topo-
gráfica, ordenada por regiones en vez de por aparatos y sistemas. El estudio
por planos de las estructuras anatómicas permitió realizar de manera reglada
las operaciones quirúrgicas. Es decir, ordenar los diversos pasos que el ciru-
jano debía dar para obtener el resultado previsto. El catalán Antoni Gimbernat,
el italiano Scarpa y el inglés Winslow dejaron su nombre unido a regiones ope-
ratorias bien definidas.
d) Patología quirúrgica. La aplicación sistemática del programa de Syden-
ham a la cirugía, con el establecimiento de las especies morbosas quirúrgicas,
fue tarea que correspondió también a los cirujanos del s. XVIII, ejemplificada en
la labor del escocés J. Hunter (1728-1793).
4. El triunfo de la cirugía en el s. XIX. Durante la primera mitad del s. XIX la
mentalidad anatomoclínica estimuló de manera decisiva el desarrollo de la pa-
tología y clínica quirúrgicas. Junto con avances en el diagnóstico, lo más des-
tacado de este período es la extraordinaria rapidez alcanzada por los cirujanos,
derivada en parte del conocimiento exhaustivo de la anatomía topográfica. Sin
embargo, la mortalidad postoperatoria era altísima, mayor del 50%, a pesar de
que no se hacía cirugía cavitaria, y que en su mayor parte se trataba de ampu-
taciones. Un ejemplo de esta cirugía es la realizada por P. Guillaume
Dupuytren (1777-1835), el cirujano anatomoclínico de mayor relieve. Los gran-
des avances experimentados por la cirugía en la segunda mitad del s. XIX de-
penden de la llamada revolución quirúrgica que supone el triunfo del cirujano
sobre el dolor, la hemorragia y la infección.
La anestesia. El primer gran avance de la cirugía fue vencer la barrera del
dolor con el descubrimiento de la anestesia quirúrgica, invención dependiente
de la química. Los químicos habían llamado la atención acerca de la capacidad
anestésica del óxido nitroso y del éter sulfónico, sustancias utilizadas amplia-
mente en fiestas y ferias. En USA, en torno al 1840, un dentista, H. Wells, ex-
perimentó la acción del óxido nitroso, comprobando que permitía realizar ex-
tracciones dentales sin dolor. Sin embargo, cuando intentó trasladar a la cirugía
general esa observación, fracasó. Será otro dentista W. T. G. Morton, en Bos-
ton (1846), quien logra anestesiar con eficacia al primer paciente quirúrgico.
En Europa pronto se extiende este conocimiento y, en Londres, Simpson
introduce el cloroformo como anestésico, con aparentes ventajas sobre los ga-
ses. Más tarde se incorpora la anestesia por vía intravenosa (barbitúricos), in-
trarraquídea (procaína), así como los anestésicos locales (cocaína).
La hemostasia. El otro gran enemigo de la actividad del cirujano era la
hemorragia, que se logró vencer por medio de diversas técnicas. Las primeras
hemostasias se basaban en la compresión, bien por presión ejercida sobre la
zona (torniquete), bien por pinzamiento vascular y ligaduras. Otro medio más
eficaz para vencer las consecuencias de la hemorragia fue la posibilidad de
practicar transfusiones sanguíneas. Esta cuestión se venía intentando desde el
4
s. XVII, sin terminar de dilucidar la causa por la que a veces resultaban benéfi-
cas y otras eran un fracaso. A partir de 1901, fecha en la que se descubren los
grupos sanguíneos por Karl Lansteiner y comienza a usarse el citrato sódico
por Luis Agote como anticoagulante, se resuelve este problema.
La asepsia. Una vez lograda la anestesia, los cirujanos ampliaron la dura-
ción de las intervenciones y su agresividad, planteándose operaciones cada
vez más complejas, lo que incrementó las infecciones. Las guerras de Crimea
(1854), Secesión americana (1866) y la franco-prusiana (1870) mostraron de
manera neta el enorme riesgo que aún suponía la cirugía. En la primera mitad
del s. XIX y a través de una vía empírica, el médico húngaro I Semelweis
(1818-1865) intuyó una correlación entre la fiebre puerperal y la transmisión de
material patógeno desde la sala de autopsias a la de partos, a través de los
alumnos. Consiguió reducir drásticamente la mortalidad obligando a sus estu-
diantes, tras la clase de disección, a lavarse las manos con cloruro de calcio.
La falta de trabajos experimentales hizo que su publicación, en 1861, no con-
venciera a nadie.
La explicación científica de la infección quirúrgica se obtuvo por la asocia-
ción que estableció Josep Lister (1827-1912) entre las infecciones quirúrgicas y
los trabajos de Pasteur sobre los microrganismos. Este cirujano, preocupado
por disminuir la mortalidad post-operatoria en su hospital de Glasgow, pensó
que la supuración de las heridas era un fenómeno equiparable al de la putre-
facción. Pasteur había demostrado que las putrefacciones eran ocasionadas
por la colonización de gérmenes. Si los procesos putrefactivos de las cloacas
se detenían con sustancias químicas, era factible que ocurriera lo mismo con
las supuraciones. Comenzó recurriendo al cloruro de zinc, pasando luego al
ácido fénico, aplicados en los vendajes y en el campo quirúrgico. De esta forma
consiguió rebajar la mortalidad quirúrgica del 50% al 6%. En 1867 publica su
libro Sobre el principio antiséptico en la práctica quirúrgica. Se había logrado la
antisepsia: la destrucción del germen en la herida quirúrgica. El siguiente paso
fue conseguir la asepsia: prevenir que en el campo quirúrgico estén ausentes
los microrganismos. En 1886 se comenzó a utilizar la esterilización por vapor
de los instrumentos y de las ropas del quirófano.
En el último tercio del siglo XIX, la actividad normal del cirujano se desa-
rrollaba en la clínica, en la sala de autopsias y en el laboratorio experimental,
así como en los quirófanos y salas de cirugía recién incorporados a los hospita-
les. El atuendo y el escenario de trabajo del cirujano actual comenzaron a im-
ponerse en esta época. También perduran hoy muchos instrumentos, técnicas
y operaciones ideadas y regladas entonces, como es el caso de las gastrecto-
mías que conocemos como operación de Billroth I y II. En Theodor Billroth
(1829-1894) se unen todas las características docentes, clínicas, investigado-
ras y técnicas del cirujano de la época con una calidad excepcional que ha
convertido al médico austriaco en el modelo de la nueva cirugía científica. In-
trodujo los métodos histológicos, bacteriológicos, experimentales y estadísticos
en su actividad, cumpliéndose con él de la forma más brillante el proceso de
conversión de la cirugía en ciencia. Inauguró la cirugía abdominal, aunque su
actividad abarcó todos los campos.
"El cirujano es un médico capaz de operar y que sabe cuándo no debe
hacerlo". Así se expresaba el suizo Emil Theodor Kocher (1841-1917), figura
excepcional de una cirugía que ya había asumido plenamente la asepsia y se
5
asentaba sólidamente en la ciencia médica. Desarrolló su actividad más madu-
ra en los años finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando se im-
ponía una orientación quirúrgica restauradora de las funciones que, además de
permitirse a ese fin tanto intervenir sobre tejidos sanos como respetar partes
enfermas, realizaba aportaciones de primer orden a la medicina. Kocher reunía
una serie de cualidades difíciles de hallar en una sola persona. A su gran des-
treza manual se unía una creatividad muy desarrollada para idear procederes e
instrumentos originales adecuados a las exigencias de su muy perfeccionada
técnica. Prefirió el trabajo lento, minucioso, sistemático y seguro frente a cual-
quier forma de apresuramiento en el quirófano, y abarcó campos muy diversos
de la cirugía extendiendo a todos ellos su perfección técnica y su originalidad.
Pero era también un clínico extraordinario y un investigador infatigable que ba-
saba su práctica en un conocimiento anatómico, fisiológico, patológico y clínico
de gran altura. Es en particular importante su contribución al nacimiento de la
endocrinología por sus hallazgos sobre la función tiroidea, que fueron conse-
cuencia de su condición de cirujano y de su altura médica. Como es sabido, le
valieron en 1909 el premio Nobel de medicina. Pero la obra de Kocher se ex-
tendía a todos los territorios del cuerpo humano y a la invención de nuevos ins-
trumentos.
La cirugía ha experimentado a lo largo del siglo XX un amplio desarrollo.
Si hasta ese momento se había limitado a ser extirpadora, ahora incorpora
también la posibilidad de convertirse en funcional y restauradora. Y se abre en
un amplio abanico de especialidades. Un ejemplo es el de la neurocirugía que
tuvo sus antecedentes en algunas intervenciones sobre los nervios periféricos,
pero no podemos considerarla como tal hasta que el cirujano abordó intencio-
nadamente la cavidad del cráneo con intención terapéutica. Técnicamente sólo
le fue posible a una cirugía anestésica y aséptica. La patología y la clínica de-
bían permitir el diagnóstico neurológico sobre bases científicas. Estas condicio-
nes comenzaron a cumplirse en las dos últimas décadas del siglo XIX, pero la
neurocirugía alcanzaría madurez en el siglo XX. El norteamericano Harvey
Cushing fue quizá la figura más destacada de la fundación de la moderna neu-
rocirugía. En él se unen dos características más generales de la cirugía de su
época: el paso de Norteamérica a la vanguardia y la especialización quirúrgica
profesional.

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  • 1. Historia de la Ciencia Médica, Documentación y Terminología Médicas La cirugía. La cirugía en la antigüedad. La invención quirúrgica en el s. XVI. El empirismo quirúrgico. El triunfo de la cirugía en el s. XIX: la anestesia, la asepsia y la hemostasia. 1. La cirugía desde Hipócrates hasta el galenismo. La cirugía (kheir: mano; érgon: trabajo) trabajo manual u obra de manos, tuvo durante muchos siglos como terapéutica y como actividad, un estatuto diferente al que le correspondió a la medicina. Considerada medio terapéutico su lugar venía después de la die- ta (prevención) y de los medicamentos (terapéutica). En cuanto actividad profe- sional el cirujano era un artesano de rango inferior al médico. Sin embargo, frente a la imagen tópica que presenta a los médicos hipocráticos como sólo clínicos, la actividad quirúrgica fue uno de los aspectos más brillantes de la es- cuela de Cos. Una cirugía restauradora de heridas, fracturas, luxaciones y eva- cuante de abcesos y otras formaciones patológicas. Sobre las heridas de la ca- beza incluye una minuciosa exposición de varias formas clínicas. El galenismo valoró poco la cirugía, iniciándose en el s. II la separación entre médicos y cirujanos. A partir de la Edad Media, el carácter secundario de la cirugía fue atenuándose. Pablo de Egina (625-690), que vivió en Alejandría cuando fue conquistada por los árabes, escribió una Enciclopedia en la que or- denó los saberes médicos en siete libros. El sexto fue la principal vía de trans- misión al mundo islámico y a la Europa Occidental de la cirugía y la obstetricia clásicas. La limitación de los procedimientos quirúrgicos utilizados se observa en el tratamiento de las adenopatías cervicales. Los árabes también fueron cirujanos, entre ellos destaca el cordobés Abul Qasim al-Zahrawi (936-1013), llamado Abulcasis en el mundo latino. Su enci- clopedia titulada Kitab al-tasrif posee una parte quirúrgica que sirvió de base para la formación de los profesionales. El primer libro está dedicado a las técni- cas de cauterización y a la ligadura de los vasos. El segundo a la práctica de intervenciones como la litotomía, las amputaciones de los miembros, el trata- miento de las hernias y la trepanación craneal. El tercero trata de las fracturas y de las luxaciones En el mundo latino, en Bolonia, y a partir de la primera mitad del s. XIII, se supera la rudimentaria cirugía salernitana. Destacan Teodorico Borgogni (1206- 1298) redactor de una Cyrurgia. En París ejerció Lanfranco de Milán (1240- 1306) a quien siguió Henry de Mondeville (1260-1320). En Montpellier, la figura más destacada fue Guy de Chauliac (1290-1368) y su obra Chirurgia Magna fue muy editada desde los comienzos de la imprenta. 2. La invención quirúrgica en el s. XVI. La evolución de la anatomía durante el Renacimiento, ejemplificada en la obra de Vesalio y de los autores coetá- neos, mejoró la calidad técnica de los cirujanos de este período. Por otra parte, la frecuencia y violencia de las guerras hicieron que la figura del cirujano militar cobrara una importancia creciente. Una figura paradigmática es Ambroise Paré (1509-1590) que estuvo al servicio de Francisco I de Francia. De formación empírica participó en gran número de campañas militares y al final de su vida
  • 2. 2 relató sus experiencias en un libro titulado: Viajes realizados a diversos lugares. En él recoge un amplio elenco de novedades quirúrgicas, pero la más significa- tiva es la que se refiere al llamado tratamiento suave de las heridas por armas de fuego. El uso de la pólvora como forma de impulsar las balas suponía que parte de ella penetraba en la herida. Se pensaba que esta pólvora compuesta por azufre, carbón y sal -sustancias minerales y por tanto potencialmente veneno- sas- era especialmente dañina y para evitarla, los cirujanos cauterizaban con aceite hirviendo las heridas. Un día, en medio del fragor del combate, se termi- nó el aceite y un grupo de heridos fueron tratados con un simple apósito hume- decido con vino. Al día siguiente comprobó que los enfermos así curados esta- ban mejor que los que habían sido tratados con el aceite hirviendo. Junto con las guerras, otro escenario del progreso de la cirugía fueron los hospitales renacentistas. En el Hospital del Cardenal, en Sevilla, el cirujano Bartolomé Hidalgo de Agüero (1530-1597) puso a punto una técnica para tratar limpiamente las heridas por arma blanca. Los galenistas pensaban que la cura- ción de las heridas incisas se lograba al convertirse el pus en carne. Tenían la idea de que había que favorecer la aparición del pus en las heridas, un «pus loable», positivo. Hidalgo demostró, con un método numérico, que sanaban mejor las heridas limpias que aquellas en las que se introducían hilas para fa- vorecer la aparición del pus. 3. El empirismo quirúrgico. El siglo XVIII fue de gran trascendencia para la cirugía: ésta se convertía en una técnica, la profesión de cirujano pasaba a te- ner un rango universitario, y se comenzaba a aplicar el programa de Syden- ham, contribuyendo así a enriquecer la observación clínica y la nosografía. Ya en el último tercio de la centuria, John Hunter, una de las figuras preeminentes de la historia de la medicina, iba todavía más lejos. Trató de fundamentar la pa- tología quirúrgica en la investigación biológica y experimental. El punto de partida de la revolución quirúrgica se establece en el s. XVIII por cuatro motivos que coinciden favoreciendo el ascenso social de los ciruja- nos y dotando a esta rama del saber de un cierto bagaje científico: a) El utilitarismo propio de la mentalidad del s. XVIII que tuvo una clara in- fluencia en la cirugía a través del ennoblecimiento del trabajo manual. En esta etapa el cirujano alcanza el nivel social que hoy conserva, similar o superior al del médico. b) Formación. La separación tradicional entre médicos y cirujanos se hizo más profunda durante el s. XVII. Desde su posición preeminente de universita- rio, el médico despreciaba el trabajo del cirujano que quedó en manos de per- sonas sin formación intelectual, meros empíricos. Las monarquías absolutas e ilustradas vieron necesario incrementar la formación de los cirujanos para po- der atender convenientemente a los ejércitos, la navegación y los hospitales. Por esta razón, e inicialmente en Francia, se crearon instituciones docentes específicas para la formación de los cirujanos, quienes obtuvieron de este mo- do un rango similar al universitario. En España el primer centro de estas carac- terísticas fue el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, creado por Carlos III y dirigi-
  • 3. 3 do por P. Virgili. Con posterioridad se crean el Real Colegio de San Carlos de Madrid y el de Barcelona. c) Anatomía topográfica. Otro factor fundamental en el desarrollo de la ci- rugía durante el s. XVIII fue la conversión de la morfología en anatomía topo- gráfica, ordenada por regiones en vez de por aparatos y sistemas. El estudio por planos de las estructuras anatómicas permitió realizar de manera reglada las operaciones quirúrgicas. Es decir, ordenar los diversos pasos que el ciru- jano debía dar para obtener el resultado previsto. El catalán Antoni Gimbernat, el italiano Scarpa y el inglés Winslow dejaron su nombre unido a regiones ope- ratorias bien definidas. d) Patología quirúrgica. La aplicación sistemática del programa de Syden- ham a la cirugía, con el establecimiento de las especies morbosas quirúrgicas, fue tarea que correspondió también a los cirujanos del s. XVIII, ejemplificada en la labor del escocés J. Hunter (1728-1793). 4. El triunfo de la cirugía en el s. XIX. Durante la primera mitad del s. XIX la mentalidad anatomoclínica estimuló de manera decisiva el desarrollo de la pa- tología y clínica quirúrgicas. Junto con avances en el diagnóstico, lo más des- tacado de este período es la extraordinaria rapidez alcanzada por los cirujanos, derivada en parte del conocimiento exhaustivo de la anatomía topográfica. Sin embargo, la mortalidad postoperatoria era altísima, mayor del 50%, a pesar de que no se hacía cirugía cavitaria, y que en su mayor parte se trataba de ampu- taciones. Un ejemplo de esta cirugía es la realizada por P. Guillaume Dupuytren (1777-1835), el cirujano anatomoclínico de mayor relieve. Los gran- des avances experimentados por la cirugía en la segunda mitad del s. XIX de- penden de la llamada revolución quirúrgica que supone el triunfo del cirujano sobre el dolor, la hemorragia y la infección. La anestesia. El primer gran avance de la cirugía fue vencer la barrera del dolor con el descubrimiento de la anestesia quirúrgica, invención dependiente de la química. Los químicos habían llamado la atención acerca de la capacidad anestésica del óxido nitroso y del éter sulfónico, sustancias utilizadas amplia- mente en fiestas y ferias. En USA, en torno al 1840, un dentista, H. Wells, ex- perimentó la acción del óxido nitroso, comprobando que permitía realizar ex- tracciones dentales sin dolor. Sin embargo, cuando intentó trasladar a la cirugía general esa observación, fracasó. Será otro dentista W. T. G. Morton, en Bos- ton (1846), quien logra anestesiar con eficacia al primer paciente quirúrgico. En Europa pronto se extiende este conocimiento y, en Londres, Simpson introduce el cloroformo como anestésico, con aparentes ventajas sobre los ga- ses. Más tarde se incorpora la anestesia por vía intravenosa (barbitúricos), in- trarraquídea (procaína), así como los anestésicos locales (cocaína). La hemostasia. El otro gran enemigo de la actividad del cirujano era la hemorragia, que se logró vencer por medio de diversas técnicas. Las primeras hemostasias se basaban en la compresión, bien por presión ejercida sobre la zona (torniquete), bien por pinzamiento vascular y ligaduras. Otro medio más eficaz para vencer las consecuencias de la hemorragia fue la posibilidad de practicar transfusiones sanguíneas. Esta cuestión se venía intentando desde el
  • 4. 4 s. XVII, sin terminar de dilucidar la causa por la que a veces resultaban benéfi- cas y otras eran un fracaso. A partir de 1901, fecha en la que se descubren los grupos sanguíneos por Karl Lansteiner y comienza a usarse el citrato sódico por Luis Agote como anticoagulante, se resuelve este problema. La asepsia. Una vez lograda la anestesia, los cirujanos ampliaron la dura- ción de las intervenciones y su agresividad, planteándose operaciones cada vez más complejas, lo que incrementó las infecciones. Las guerras de Crimea (1854), Secesión americana (1866) y la franco-prusiana (1870) mostraron de manera neta el enorme riesgo que aún suponía la cirugía. En la primera mitad del s. XIX y a través de una vía empírica, el médico húngaro I Semelweis (1818-1865) intuyó una correlación entre la fiebre puerperal y la transmisión de material patógeno desde la sala de autopsias a la de partos, a través de los alumnos. Consiguió reducir drásticamente la mortalidad obligando a sus estu- diantes, tras la clase de disección, a lavarse las manos con cloruro de calcio. La falta de trabajos experimentales hizo que su publicación, en 1861, no con- venciera a nadie. La explicación científica de la infección quirúrgica se obtuvo por la asocia- ción que estableció Josep Lister (1827-1912) entre las infecciones quirúrgicas y los trabajos de Pasteur sobre los microrganismos. Este cirujano, preocupado por disminuir la mortalidad post-operatoria en su hospital de Glasgow, pensó que la supuración de las heridas era un fenómeno equiparable al de la putre- facción. Pasteur había demostrado que las putrefacciones eran ocasionadas por la colonización de gérmenes. Si los procesos putrefactivos de las cloacas se detenían con sustancias químicas, era factible que ocurriera lo mismo con las supuraciones. Comenzó recurriendo al cloruro de zinc, pasando luego al ácido fénico, aplicados en los vendajes y en el campo quirúrgico. De esta forma consiguió rebajar la mortalidad quirúrgica del 50% al 6%. En 1867 publica su libro Sobre el principio antiséptico en la práctica quirúrgica. Se había logrado la antisepsia: la destrucción del germen en la herida quirúrgica. El siguiente paso fue conseguir la asepsia: prevenir que en el campo quirúrgico estén ausentes los microrganismos. En 1886 se comenzó a utilizar la esterilización por vapor de los instrumentos y de las ropas del quirófano. En el último tercio del siglo XIX, la actividad normal del cirujano se desa- rrollaba en la clínica, en la sala de autopsias y en el laboratorio experimental, así como en los quirófanos y salas de cirugía recién incorporados a los hospita- les. El atuendo y el escenario de trabajo del cirujano actual comenzaron a im- ponerse en esta época. También perduran hoy muchos instrumentos, técnicas y operaciones ideadas y regladas entonces, como es el caso de las gastrecto- mías que conocemos como operación de Billroth I y II. En Theodor Billroth (1829-1894) se unen todas las características docentes, clínicas, investigado- ras y técnicas del cirujano de la época con una calidad excepcional que ha convertido al médico austriaco en el modelo de la nueva cirugía científica. In- trodujo los métodos histológicos, bacteriológicos, experimentales y estadísticos en su actividad, cumpliéndose con él de la forma más brillante el proceso de conversión de la cirugía en ciencia. Inauguró la cirugía abdominal, aunque su actividad abarcó todos los campos. "El cirujano es un médico capaz de operar y que sabe cuándo no debe hacerlo". Así se expresaba el suizo Emil Theodor Kocher (1841-1917), figura excepcional de una cirugía que ya había asumido plenamente la asepsia y se
  • 5. 5 asentaba sólidamente en la ciencia médica. Desarrolló su actividad más madu- ra en los años finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando se im- ponía una orientación quirúrgica restauradora de las funciones que, además de permitirse a ese fin tanto intervenir sobre tejidos sanos como respetar partes enfermas, realizaba aportaciones de primer orden a la medicina. Kocher reunía una serie de cualidades difíciles de hallar en una sola persona. A su gran des- treza manual se unía una creatividad muy desarrollada para idear procederes e instrumentos originales adecuados a las exigencias de su muy perfeccionada técnica. Prefirió el trabajo lento, minucioso, sistemático y seguro frente a cual- quier forma de apresuramiento en el quirófano, y abarcó campos muy diversos de la cirugía extendiendo a todos ellos su perfección técnica y su originalidad. Pero era también un clínico extraordinario y un investigador infatigable que ba- saba su práctica en un conocimiento anatómico, fisiológico, patológico y clínico de gran altura. Es en particular importante su contribución al nacimiento de la endocrinología por sus hallazgos sobre la función tiroidea, que fueron conse- cuencia de su condición de cirujano y de su altura médica. Como es sabido, le valieron en 1909 el premio Nobel de medicina. Pero la obra de Kocher se ex- tendía a todos los territorios del cuerpo humano y a la invención de nuevos ins- trumentos. La cirugía ha experimentado a lo largo del siglo XX un amplio desarrollo. Si hasta ese momento se había limitado a ser extirpadora, ahora incorpora también la posibilidad de convertirse en funcional y restauradora. Y se abre en un amplio abanico de especialidades. Un ejemplo es el de la neurocirugía que tuvo sus antecedentes en algunas intervenciones sobre los nervios periféricos, pero no podemos considerarla como tal hasta que el cirujano abordó intencio- nadamente la cavidad del cráneo con intención terapéutica. Técnicamente sólo le fue posible a una cirugía anestésica y aséptica. La patología y la clínica de- bían permitir el diagnóstico neurológico sobre bases científicas. Estas condicio- nes comenzaron a cumplirse en las dos últimas décadas del siglo XIX, pero la neurocirugía alcanzaría madurez en el siglo XX. El norteamericano Harvey Cushing fue quizá la figura más destacada de la fundación de la moderna neu- rocirugía. En él se unen dos características más generales de la cirugía de su época: el paso de Norteamérica a la vanguardia y la especialización quirúrgica profesional.