Se empleaba por tanto la expresión “manierista” con la significación equivalente a modo o manera, y como tal los artistas que así eran designados se englobaban dentro del Renacimiento. Esta idea surgió a partir del siglo XVII, en que Bellori y otros opinaron que el manierismo era un movimiento de ínfima calidad, que se producía después del Renacimiento clásico. En el siglo XX se inició su valoración, sobre todo debido a autores como Hauser y Dvorak, que han dado forma a una tendencia dominante que considera al Manierismo como un estilo artístico, independiente y con entidad propia. Es decir, se ha pasado de una valoración peyorativa del término a una acepción mayoritaria que le define por una serie de valores intrínsecos propios. Simultáneamente a la evolución del significado del Manierismo, algunos investigadores han puesto de relieve que el Manierismo no es sólo un estilo pictórico, como en principio se consideraba, sino que además hay que extenderlo a otras manifestaciones artísticas, culturales y espirituales, como la arquitectura, la escultura, la literatura y la música. El Manierismo supone, con respecto al renacimiento clásico, un distanciamiento que se empieza a producir a partir de la fecha de la muerte de Rafael, 1520. Esta quiebra en la armonía tiene su base en acontecimientos sociales, como fue la epidemia de peste de 1522, la invasión de Italia por tropas francesas y españolas, el Saco de Roma en 1527, la ruptura en la unidad de la Iglesia con la Reforma protestante, la crisis económica provocada por la introducción del racionalismo económico, el nacimiento de la concepción científico-natural del mundo y la nueva forma de entender el patronazgo y la obra de arte. El Manierismo ya se había iniciado en las últimas obras de Rafael y en toda la etapa final de Miguel Angel. La meta de los artistas manieristas fue la ruptura de la unidad espacial y del equilibrio: el espacio lo entendieron como diverso y por tanto con diferentes visiones. Frente al agrupamiento masivo de figuras se oponen espacios vacíos y los motivos principales pasan a situarse en un segundo plano, mientras que los secundarios adquieren una capital importancia. Dentro del Manierismo se han distinguido dos corrientes: el espiritualismo místico muy exacerbado, cuyo mejor representante es el Greco, y el naturalismo panteísta, en el que las cosas reales aparecen muy detalladas, cuyo mejor representante es Brueghel. Sin embargo estas dos tendencias no aparecen siempre separadas.