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Henry René Albert Guy de Maupassant (Dieppe, 5 de agosto de 1850 - París, 6 de julio de 1893) fue un escritor francés, autor
principalmente de cuentos, aunque escribió seis novelas. Para el historiador del terror Rafael Llopis, Maupassant, perdido en la
segunda mitad del siglo XIX, se encuentra muy lejano ya del furor del Romanticismo; es «una figura singular, casual y
solitaria».1 Existe una controversia acerca del lugar exacto de su nacimiento, generada por el biógrafo fecampés Georges
Normandy en 1926. Según una primera hipótesis, habría nacido en Fécamp, en el Bout-Menteux, el 5 de agosto de 1850. Según
la otra hipótesis habría nacido en el castillo de Miromesnil (Tourville-sur-Arques), a 8 kilómetros de Dieppe, como establece su
partida de nacimiento. No obstante, todo parece apuntar a que el auténtico lugar de nacimiento fue este último. Su juventud,
muy apegada a su madre, se desarrolló primero en Étretat, y más adelante en Yvetot, antes de marchar al liceo en Ruan.
Maupassant fue admirador y amigo de Gustave Flaubert al que conoció en 1867. Flaubert lo tomó bajo su protección, le abrió la
puerta de algunos periódicos y le presentó a Iván Turgénev y Émile Zola. El escritor viajó a París tras la derrota francesa en la
guerra franco-prusiana de 1870 y trabajó como funcionario en varios ministerios, hasta que publicó en 1880 su primera gran
obra, Bola de sebo, en un volumen naturalista preparado por Émile Zola: "Las veladas de Médan". El relato, de corte
fuertemente realista, según las directrices de su maestro Flaubert, fue grandemente ponderado por éste. Esta publicación
permite a Maupassant adquirir una cierta notoriedad en el mundo literario. Será finalmente autor de multitud de cuentos y
relatos (más de 300). Sus temas favoritos son los campesinos normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los
funcionarios, la guerra franco-prusiana de 1870, las aventuras amorosas o las alucinaciones de la locura: La Casa Tellier (1881),
Los cuentos de la becada (1883), El Horla (1887), a través de algunos de los cuales se transparentan los primeros síntomas de
su enfermedad. Son especialmente destacables sus cuentos de terror, género en el que es reconocido como maestro, a la
altura de Edgar Allan Poe. En estos cuentos, narrados con un estilo ágil y nervioso, repleto de exclamaciones y signos de
interrogación, se echa de ver la presencia obsesiva de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural: ¿Quién sabe?, La noche, La
cabellera o el ya mencionado El Horla, relato perteneciente al género del horror. Según Rafael Llopis, quien cita al estudioso de
lo fantástico Louis Vax, «El terror que expresa en sus cuentos es exclusivamente personal y nace en su mente enferma como
presagio de su próxima desintegración. [...] Sus cuentos de miedo [...] expresan de algún modo la protesta desesperada de un
hombre que siente cómo su razón se desintegra. Louis Vax establece una neta diferencia entre Mérimée y Maupassant. Éste es
un enfermo que expresa su angustia; aquel es un artista que imagina en frío cuentos para asustar. [...] Este temor centrípeto
es centrífugo en Maupassant. "En 'El Horla' -dice Vax- hay al principio una inquietud interior, luego manifestaciones
sobrenaturales reveladas solo a la víctima; por último, también el mundo que la rodea es alcanzado por sus visiones. La
enfermedad del alma se convierte en putrefacción del cosmos"».2 Maupassant publicó asimismo cinco novelas de corte
mayormente naturalista: Una vida (1883), la aclamada Bel-Ami (1885) o Fuerte como la muerte (1889), Pierre y Jean, MontOriol y Nuestro corazón. Escribió bajo varios seudónimos: Joseph Prunier en 1875, Guy de Valmont en 1878, Maufrigneuse de
1881 a 1885. Menos conocida es su faceta como cronista de actualidad en los periódicos de la época (Le Gaulois, Gil Blas, Le
Figaro...) donde escribió numerosas crónicas acerca de múltiples temas: literatura, política, sociedad, etc. Atacado por graves
problemas nerviosos, síntomas de demencia y pánico heredados (reflejados en varios de sus cuentos como el cuento "Quién
sabe", escrito ya en sus últimos años de vida) y a consecuencia de la sífilis, intenta suicidarse el 1 de enero de 1892. El propio
escritor lo confesó por escrito: «Tengo miedo de mí mismo, tengo miedo del miedo, pero, ante todo, tengo miedo de la
espantosa confusión de mi espíritu, de mi razón, sobre la cual pierdo el dominio y a la cual turbia un miedo opaco y
misterioso».3 Tras algunos intentos, en los que utilizaba navajas de afeitar para degollarse, es internado en la clínica parisina
del Doctor Blanche, donde muere un año más tarde. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse, en Paris
obras escritas por el :Junto a un muerto (1890) El padre de Simón (1879) Bola de sebo (1880) La casa Tellier (1881)
Magnetismo (1882) Pierrot La señorita Fifí A las aguas (1883) Claro de luna (1883) Una vendetta (1883) El collar (1884)
Abandonado (1884) La dote (1884) Miss Harriet (1884) ¡Mozo, un bock! (1884) Cuentos del día y de la noche (1885) El buque
abandonado (1886) El ermitaño (1886) Toine (1886) La pequeña Roque (1886) El Horla (1887) El junco de Madame Husson
(1888) La mano izquierda (1889) La belleza inútil (1890) Musotte (1890) La cabellera El barrilito Las joyas ¿Fue un sueño? El
borracho Lo horrible La muerta La mano disecada El idilio La cama 29 El miedo
Biografía del escritor Franz Kafka: Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos: sus padres fueron Hermann
Kafka(1852-1931) y Julie Löwy(1856-1934). Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán,y desde el comienzo, quien
marcó la pauta de su educación fue su padre, que como resultado de su propia experiencia, insistió en la necesidad del
esfuerzo para superar todas las dificultades de la vida. Siempre desde una actitud permanente de autoritarismo y prepotencia
hacia sus hijos; y por insistencia de este se doctoró en derecho. Su breve existencia coincidió con momentos claves de la
historia: el comienzo del siglo, la Primera Guerra Mundial y La Revolución Rusa. Su historia personal estuvo signada por la
relación con su progenitor, los estudios de leyes y el trabajo de oficina. En un mundo convulsionado y de porvenir incierto,
Kafka logró hacer un lugar para una narrativa que reflejaría como pocas la imposibilidad y la ausencia de identidad dentro de
una sociedad asfixiante y frente una realidad opresiva. Alegorías que desnudan el corazón del hombre expuesto a instancias
extremas, esta creación de un universo y de situaciones intolerables en su literatura darían origen al adjetivo de kafkiano.
Publicó su primer relato, `Contemplación´, en 1913, y dos años después su famoso y extrañísimo relato `La Metamorfosis´.
Kafka sólo publicó algunas historias cortas durante toda su vida, una pequeña parte de su trabajo, por lo que su obra pasó
prácticamente inadvertida hasta después de su muerte. Por suerte, tuvo un gran amigo infiel: Max Brod, a quien le encomendó,
antes de morir, la destrucción de todo lo que había escrito. Pero Brod no cumplió con su pedido, felizmente para la humanidad
que hoy puede disfrutar de sus obras. Franz Kafka murió a los 41 años, en 1924.
obras publicadas por el :
Descripción de una lucha (1904) Contemplación (1912) Un médico rural (1919) La condena (1912) En la colonia penitenciaria (
1914) Una mujercita (1923) Josefina la cantora o el pueblo de los ratones (1924) Un artista del hambre (1924) Un artista del
trapecio La metamorfosis (1915) El Desaparecido (1912). Novela inconclusa. El Proceso (1925). Novela inacabada. El Castillo
(1922). Novela inconclusa. La edificación de la Muralla China. Carta al padre (1919) Ricardo y Samuel. Capítulo de una novela,
escrito en colaboración con Max Brod. Preparativos de una boda en el campo (1907-1908) Der Dorfschullehrer o Der
Riesenmaulwurf (1914-1915) La muralla china (1917). Versión previa a otra definitiva destruida más tarde por Kafka. La obra
(1923-1924) Aforismos, visiones y sueños (1917) Cuadernos en octava (1917) Diarios (1910-1923) Escritos sobre sus escritos
(1917) Carta al padre (1919) Cartas a Felice (1967) Cartas a Milena Cartas a Ottla Cartas a la familia
Iván Turguenev - Iván Turgénev :Nació el 9 de noviembre de 1818, en Orel, Rusia central. Cursó estudios en las universidades
de San Petersburgo y Berlín. Fue funcionario gubernamental en San Petersburgo. Su primer trabajo editado, el poema Parasha
(1843), recibió una buena acogida entre la crítica. Participante en el enfrentamiento que surgió entre dos grupos de
intelectuales, llamados occidentalizantes y eslavófilos. Los occidentalizantes animaban a incorporarse a Europa Occidental,
intentando conseguir las mejoras en su nivel de vida. Los eslavófilos pensaban que debían permanecer a salvo de cualquier
influencia externa. Turguéniev simpatizaba claramente con los primeros. Pasó largos periodos de tiempo fuera de Rusia, en
compañía de la célebre cantante de ópera Pauline Viardot-Garcia, su amante. Desde 1871 vivió en París, donde conoció a
George Sand, Gustave Flaubert, Émile Zola y Henry James. Entre la obra de Turguéniev se cuentan obras de teatro, relatos,
novelas y apuntes no narrativos. Aparecieron muchos poemas y apuntes en prosa antes de la aparición de su primer título,
Relatos de un cazador (1852), colección de cuentos sobre la vida rural. De sus muchas obras teatrales, destaca Un mes en el
campo (1855), estudio de la aristocracia. De sus relatos y novelas cortas destacan, Primer amor (1860) y Torrentes de
primavera (1872). Entre sus novelas aparecen La víspera (1860) y Humo (1867), tempestuosas historias de amor. En su mejor
novela, Padres e hijos (1862), Bazarov, el protagonista de la novela, es un joven idealista que lucha por la libertad universal.
Iván Turguenev falleció el 3 de septiembre de 1883 en Bougival.
obras : 1857: Rudin 1859: Nido de hidalgos 1860: En vísperas 1862: Padres e hijos 1867: Humo 1877: Tierra virgen Cuentos
1850: Dnevnik líshnego cheloveka 1851: Dama de provincia 1852: Memorias de un cazador 1855: Yákov Pásynkov 1856:
Fausto: Historia en nueve cartas 1858: Anuchka 1860: Pérvaia Liubov 1870: El rey Lear de la estepa 1872: Aguas primaverales
1881: Cantar del amor triunfal 1882: Cuentos misteriosos Drama 1843: Descuido 1850/1851: Conversación en la ruta
1846/1852: La fortuna del idiota 1857/1862: Carga de familia 1855/1872: Un mes en el campo 1882: Atardecer en Sorrento
Ernest Hemingway: es un novelista estadounidense, cuya obra ya es considerada clásica en la Literatura del siglo XX, y ha
ejercido una notable influencia tanto por la sobriedad de su estilo como por los elementos trágicos. Estudió en el Oak Park and
River Forest High School, donde aprendió a tocar el violonchelo y formó parte de la orquesta. Se interesaba también por el
boxeo y peleaba con sus compañeros en los descampados. En los estudios se destacó en Lenguas, pero sentía apatía por las
otras asignaturas. Mostró sus aptitudes literarias en el diario escolar, usando el alias Ring Lardner, Jr. Al acabar sus estudios, en
1917, no quiso ir a la Universidad, como quería su padre, ni quiso perfeccionar sus estudios de violonchelo, como le hubiera
gustado a su madre. Se trasladó a Kansas y en octubre de 1917 comenzó a trabajar de reportero en el Kansas City Star. Ya se
había iniciado en el periodismo cuando se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial, como conductor de
ambulancias, hasta que fue herido de gravedad. De vuelta a Estados Unidos retomó el periodismo hasta que se trasladó a París,
donde alternó con las vanguardias y conoció a E. Pound, Pablo Picasso, J. Joyce y G. Stein, entre otros. Participó en la Guerra
Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal, experiencias que luego incorporaría a sus relatos y novelas.
obras: Su labor como periodista lo había influido estéticamente en sus obras, pues lo obligó a escribir frases directas, cortas y
duras, excluyendo todo lo que no fuera significativo. Su propio periodismo, por otra parte, también influyó en el reportaje y las
crónicas de los corresponsales futuros. La mayor parte de su obra plantea a un héroe enfrentado a la muerte y que cumple una
suerte de código de honor; de ahí que sean matones, toreros, boxeadores, soldados, cazadores y otros seres sometidos a
presión. Listado de sus obras: Relatos Tres relatos y diez poemas (Three Stories and Ten Poems) (1923) En nuestro tiempo (In
Our Time) (1925) Hombres sin mujeres (Men Without Women) (1927) El ganador no se lleva nada (Winner take Nothing)
(1933) La quinta columna y los primeros cuarenta y nueve relatos (The Fifth Column and the First Forty-Nine Stories) (1938)
Novelas The Torrents of Spring (1926) Fiesta (The Sun Also Rises) (1926) Adiós a las armas (A Farewell to Arms) (1929) Las
verdes colinas de África (Green Hills of Africa) (1935) Tener y no tener (To Have and Have Not) (1937) Por quién doblan las
campanas (For Whom the Bell Tolls) (1940) Al otro lado del río y entre los árboles (Across the River and into the Trees) (1950)
El viejo y el mar (The Old Man and the Sea) (1952). Premio Pulitzer en 1953 y Nobel en 1954 Otras Hombres en guerra (Men at
War) (1942). Antología Muerte en la tarde (Death in the Afternoon) (1932) El cabaret de Angela Swarn (1939) Obras póstumas
The Wild Years (1962). Recopilación París era una fiesta (A Moveable Feast) (1964). Novela Enviado especial (By-Lines) (1967).
Artículos periodísticos para el Toronto Star entre 1921 y 1924 Islas en el golfo [o Islas a la deriva] (Islands in the Stream)
(1970). Novela The Nick Adams Stories (1972) 88 Poems (1979) Selected Letters (1981) Un verano peligroso (The Dangerous
Summer) (1986). Pensado originalmente como un relato para la revista Life en 1959 True at first light (1999) El jardín del Edén
(The Garden of Eden)
El Horla, cuento escrito por Guy de Maupassant (05/08/1850 - 06/07/1893), es una historia muy
interesante y simple, narrada en forma de diario anónimo, que nos cuenta cómo el protagonista
descubre la presencia de un ser sobrenatural que lo acompaña y lo espía.
Inicialmente, el protagonista cree que está enfermo, de hecho, tiene fiebre y dolor de cabeza, así
que un doctor le recomienda dieta y duchas frías. Pero al ver que los problemas persisten, el
hombre se preocupa mucho. Y más cuando se da cuenta de que no puede dormir, porque tiene
pesadillas horribles y el presentimiento de que alguien lo observa por las noches.
Un día, sin querer, deja una jarra de agua y un vaso de leche en su mesa de noche, ambos
medianamente llenos. Su sorpresa fue ver que la mañana siguiente, la jarra y el vaso estaban
vacíos, por lo que el hombre intuye que realmente alguien entra a su recamara por las noches.
Queriendo olvidar los acontecimientos que había sufrido, decidió viajar por unos días, para relajarse.
El hombre se sintió como nuevo durante su salida, estaba como si nunca hubiera enfermado. Pero
al volver a casa, nuevamente recayó en el insomnio. Y le ocurrió lo mismo con la leche y el agua.
Definitivamente alguien lo acompañaba todas las noches y lo perturbaba.
Días más tarde, en un paseo por su jardín, ve que las plantas han florecido, así que se acerca a
olerlas, pero cuando está a punto de hacerlo, una flor se corta sola y se eleva de forma como si una
persona la estuviera oliendo, pero realmente no había nadie aparte del protagonista, el cual se
marea y vuelve a ver la flor cortada sobre el rosal.
Desesperado, el sujeto decide ponerse a investigar sobre su acompañante invisible. En un libro de
seres extraordinarios, descubre un ente de origen portugués, que sólo se alimenta de leche y agua,
y que succiona el alma de sus víctimas mientras estas duermen, provocando insomnio. El
protagonista lo nombra “El Horla”.
Finalmente, el hombre enloquece y pide ayuda a sus colegas, los que hacen caso omiso a las
súplicas. El protagonista se da cuenta de que el Horla, siendo invisible, podía sentir miedo o dolor.
Así que se encierra en un cuarto y leer. Como siempre, el Horla lo observaba, así que decidió cerrar
las persianas y salir del cuarto cuidadosamente, dejando al Horla encerrado en la recámara.
Después de esto, el hombre rocía toda la casa con combustible y la incendia, pretendiendo así
acabar con el Horla y conseguir la paz anhelada. Pero no tuvo en cuenta que los criados seguían
adentro, los cuales murieron en el incendio. Además, el hombre pudo ver que el Horla escapaba
entre las llamas y huía. Viendo que había asesinado a sus criados y fracasado en su plan, el hombre
optó por suicidase.
Este cuento me encantó por su corta duración y la capacidad de atraparte en la lectura desde
el primer momento, algo que busco y creo que tiene toda buena historia.

Cazando al cazador Gracchus
Demasiado tarde. La dulzura de las penas y del amor. Que ella me sonriese a mí en la barca.
Eso era lo más bello de todo. El deseo constante de morir, y el de seguir resistiendo, solo eso
es amor.
Kafka, Diarios, 22 de octubre de 1913
El 21 de agosto de 1913, como un esbozo de carta para el padre de Felice, Frank Kafka escribía
en su diario: “Dado que yo no soy nada más que literatura y no puedo ni quiero ser nada más que eso, mi
empleo no podrá atraerme nunca, aunque sí pueda destrozarme completamente. (…) Todo lo que no es
literatura me aburre y lo odio, pues me molesta o me estorba, aunque solo sea en mi imaginación. (…) Un
matrimonio no podría cambiarme, de igual forma que mi empleo no puede cambiarme”. Kafka atravesaba
la primera gran crisis en su relación con Felice Bauer y lo que ella representaba: atender a las
obligaciones familiares y llevar una vida normal, algo incompatible con una dedicación plena a la
literatura.
Kafka, su vida y su obra han acabado convirtiéndose en materia literaria, “la materia kafkiana” en la que el
noviazgo con Felice constituye un ciclo cuyos giros argumentales sólo engendran más desdichas, pues el
desenlace de la historia resulta irremediable. Ricardo Piglia en el capítulo “Un relato sobre Kafka” de El
último lector analiza cómo, con su abrumadora correspondencia, “Kafka convierte a Felice Bauer en la
lectora en sentido puro. La lectora atada a los textos, que cambia de vida a partir de lo que lee (…). Felice
es casi una desconocida, un personaje en muchos sentidos inventado por las cartas mismas”.
Gerti Wasner

El 22 de septiembre de 1913, Kafka llegó a Riva, a orillas del lago Garda, para someterse a un
tratamiento en el sanatorio del doctor Von Hartunge. Permaneció allí hasta el 13 de octubre. En esa
época interrumpe por un tiempo su correspondencia con Felice. El 15 de octubre leemos en su diario: “Mi
estancia en Riva tuvo una gran importancia para mí. Fue la primera vez que entendí a una muchacha
cristiana”. La muchacha era Gerti Wasner, a la que Kafka se referirá como W.
“La inimaginable tristeza de esta mañana”, así comienza la entrada del 20 de octubre. Kafka había
estado leyendo la narración que conocemos como La metamorfosis y había dictado sentencia: “la
encuentro mala”. A continuación escribió:

Me gustaría poder escribir cuentos de hadas que pudieran gustarle a W y que ella
tuviese escondidos alguna vez debajo de su mesa durante las comidas, que los leyera entre
plato y plato y se ruborizase terriblemente al advertir que el médico del sanatorio lleva ya un
rato de pie detrás de ella, observándola. A veces, en realidad siempre, su excitación mientras
oye contar (noto ahora que tengo miedo del esfuerzo físico que realizo cuando recuerdo, del
dolor por debajo del cual el suelo de la estancia vacía de pensamientos se va abriendo con
lentitud, o simplemente va abombándose un poco). Todo se resiste a ser puesto por escrito. Si
yo supiese que en eso interviene su mandato de no decir nada acerca de ella (lo he cumplido
rigurosamente, casi sin esfuerzo) me sentiría satisfecho, pero no es sino incapacidad.
El 21 de octubre Kafka sólo escribirá una breve entrada para dejar constancia del transcurrir
diario mientras pensaba “continuamente en el escarabajo negro”. Luego describirá una escena de los
preparativos en una barca. Pero en ella no viaja aún el cazador Gracchus.
En

una

carta

a

Felice,

con

fecha

de

29

de

diciembre

de

1913,

Kafka

escribe:

Creo que mi deber es ser completamente sincero en estos momentos y hacerte saber algo que a nadie
había dicho hasta la fecha. En el sanatorio me enamoré de una joven, una niña, tendrá dieciocho años,
suiza pero residente en Italia, cerca de Génova, por tanto lo más racialmente ajena a mí que pueda
imaginarse, totalmente sin hacer, pero muy singular, muy valiosa a pesar de su constitución enfermiza,
una chica lo que se dice profunda. (...) Tanto para ella como para mí estaba claro que no habíamos
nacido el uno para el otro, y que después de transcurridos los diez días de que aún disponíamos todo
habría tocado a su fin, y que ni una sola carta, ni siquiera una cuartilla habría de ser escrita. A pesar de
todo era mucho lo que ella me importaba a mí y yo a ella, tuve que arreglármela como pude para que en
la reunión de despedida no estallara en sollozos delante de los demás, y mi estado de ánimo no era
mucho
mejor
que
el
suyo.
Con
mi
marcha
todo
se
acabó.
Más de un año después, el 24 de enero de 1915, durante un encuentro con Felice en Bodenbach, Kafka
anotará en su diario: “Excepto en las cartas, nunca he tenido con Felice esa dulzura de la relación con
una mujer amada que tuve en Zuckmantel y en Riva, sólo admiración, sumisión, compasión,
desesperación y desprecio por mí mismo ilimitados”.
En un relato de Vértigo –“Viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva”–, Sebald narra lo que pudo suceder
en esos días de 1913, que encierran el germen de la enigmática narración “El cazador Gracchus”:

En el transcurso de los años venideros, largas sombras se cernieron sobre los días de otoño en
Riva, hermosos a la par de terribles, solía decir el Dr. K., y de las sombras, con lentitud, fueron
emergiendo los contornos de una barca con mástiles incomprensiblemente elevados y
sombrías velas plegadas.
Kafka no llegó a acabar “El cazador Gracchus”, ni siquiera le dio un título. Fue Max Brod el que
conformó el núcleo esencial de esta historia escrita entre enero y abril de 1917. Los esbozos, en el orden
en el que aparecen en los cuadernos de Kafka, se encuentran recogidos en el tercer volumen de sus
obras completas y en una entrada de los Diarios, el 6 de abril de 1917. Como la mayor parte de la obra de
Kafka, “El cazador Gracchus” posee un carácter fragmentario e inacabado. Buscamos las piezas hasta
componer un relato y lo hacemos con un ligero temblor reverencial, como quien camina por el borde de un
abismo. Al cazador Gracchus hay que cazarlo entre otros escritos. Así, el esbozo que aparece en el
llamado “cuaderno D”, está precedido por dos textos sobre corridas de toros en España: “Adelante héroes
de la plaza, / que empiece la corrida”.
En “El cazador Gracchus” confluyen mitos y leyendas que van desde el judío errante hasta la
barca de Caronte. Las escaleras que conducen hacia el más allá evocan las escaleras del sueño de
Jacob en La Biblia. En el Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot señala: “La carrera o la caza
enloquecen el corazón del hombre, había dictaminado Lao-Tsé significando así que el enemigo es
interior: el propio deseo”. En muchas mitologías, tradiciones y leyendas aparece la figura del cazador
maldito, que ha trasgredido alguna norma y ha de expiar eternamente su culpa. Por otra parte la caza del
gamo está cargada de una fuerte simbología sexual.

Emblema del negocio del padre de Kafka

Kafka llamó “Gracchus” al cazador, un nombre casi homófono al de “gracchio”, “grajo” en italiano,
cuyo equivalente en checo es “kavka”. El dibujo de un grajo fue el emblema que el padre de Kafka eligió
para su negocio de complementos de moda. Según leemos en una de las notas de las obras completas,
Kafka confesó más de una vez que le agradaba la similitud de su apellido con el nombre de este animal
huraño.
La narración que Max Brod tituló “El cazador Gracchus” se inicia con una escena cinematográfica en la
que desfilan personajes secundarios que realizan acciones cotidianas: los niños que juegan a los dados,
la muchacha que llena el cubo de agua, los hombres que beben vino en la taberna... Todo parece normal
hasta que la atención de la mirada de desvía hacia una barca que entra “en el pequeño puerto flotando en
silencio, como si la llevaran en brazos por el agua”. Entonces se precipitará la representación. Nuevos
personajes actuarán con rapidez. Con sus papeles mecánicamente aprendidos, saben el lugar hacia
donde deben dirigirse y el puesto que cada uno debe ocupar. Dos porteadores llevan hasta una casa
unas angarillas cubiertas con una tela de flores deshilachada. En una habitación colocan y encienden
“unos largos cirios a la cabeza de las angarillas” que solo consiguen “ahuyentar las sombras que hasta
entonces estaban en reposo y hacerlas danzar por las paredes”. La escena se ha transformado en un
velatorio en el que se presenta, de solemne luto, Salvatore, el anciano alcalde de Riva, que advertido por
una paloma va a dar la bienvenida al visitante. Tras retirar la tela descubrimos al cazador Gracchus con el
pelo y la barba enmarañados, pero “nada, excepto su entorno hacía pensar que estaba muerto”.
Gracchus y Salvatore entablan un diálogo trivial en apariencia, si no fuera porque la materia de la
conversación es aclarar la situación de Gracchus: << “Pero usted también está vivo, ¿no?”, dijo el alcalde.
“En cierto modo”, dijo el cazador”>>. No está muerto ni vivo. “El error fundamental de mi muerte me mira
burlón desde todas las paredes de mi camarote”, declarará Gracchus.
En El mal de Montano Vila Matas se refiere a “El cazador Gracchus” como el mejor cuento de Kafka:

(…) Ese relato en que escribió una frase tan perfecta que tuvo que detener la narración en ella,
no es que no encontrara el final para el cuento sino que el final se hallaba en esa frase
perfecta, terrible y gélida. El alcalde de Riva le pregunta al salvaje cazador Gracchus si piensa
quedarse con ellos en el pueblo. El cazador acaba de llegar en su barco, y por pura cortesía
pone su mano en la rodilla del alcalde y le dice: “No pienso, estoy aquí, no sé más: no puedo
hacer otra cosa. Mi barca carece de timón, viaja con el viento que sopla en las regiones
inferiores de la muerte”.
Pero Kafka no dio por terminado el relato. Hay varios apuntes más. En el primero de ellos es
Gracchus el que escribe: “Nadie leerá lo que estoy escribiendo; nadie vendrá a ayudarme”. No existe
posibilidad de redención: “La idea de querer ayudarme es una enfermedad y debe curarse guardando
cama”. Gracchus describe el camarote de la barca en la que viaja eternamente desde hace más de mil
quinientos años y vuelve a relatar lo que había sucedido en la Selva Negra, donde vivió y murió feliz,
enfundándose “la mortaja como una muchacha su vestido de boda”. El comienzo del siguiente esbozo
habrá que buscarlo en los Diarios donde se describe la barca que llega al puerto con las mástiles
“incomprensiblemente altos”. Aparece un personaje del que, en la continuación del fragmento, en otro
cuaderno, sabremos que está en el puerto “por asuntos de negocios”. Este personaje desconocido le dirá
a Gracchus: “el mundo sigue su camino y tú haces tu viaje, pero hasta ahora nunca he visto que os
cruzaseis”. A lo que este le responderá: “Únicamente te digo: soy…”. El esbozo acaba en una coma:

Habría tenido una larga vida de cazador, pero el gamo llamó mi atención, me despeñé y me
estrellé contra las rocas. (…) Entonces me cargaron en la barca de la muerte (…) todo estaba
como es debido, yo yacía estirado en mi embarcación,
No sé descubrirá cuál ha sido el origen de la desgracia de Gracchus, cuál ha sido la culpa que lo
ha convertido en un muerto en vida, condenado a viajar errante por todos los puertos y las edades.
Gracchus insiste en que no tuvo nada que ver en su destino, la culpa no fue suya, sino del timonel que
equivocó la ruta. Sebald en “El viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva” concluye:

Pero como es el Dr. K. quien se ha inventado la historia, me temo que el sentido de los
incesantes viajes de Gracchus, el cazador, reside en la expiación de un anhelo de amor que
siempre apresa al Dr. K., como escribe en una de sus numerosas cartas de murciélago a
Felice, justo allí donde, en apariencia y lícitamente, no se puede disfrutar.
Kafka se debatió siempre entre el anhelo de llevar una vida acorde con lo establecido –el amor,
la tranquila felicidad del matrimonio que lo convertiría en un hombre independiente– y la imposibilidad de
aunar esto con un destino al que se veía abocado: la necesidad de escribir por encima de todo, la
literatura como lo único que daba sentido a su existencia. Pero la literatura representaba para él quedar al
margen, estar al otro lado de la vida. No en vano, Kafka había alertado más de una vez a Felice: “Para
poder escribir, tengo necesidad de aislamiento, pero no como un ermitaño, algo que no sería suficiente,
sino como un muerto”.

La compasión oculta en Birouk

Birouk de Iván Turgueniev
La compasión oculta en Birouk

Iván Turgueniev (1818-1883)

fue un narrador realista ruso. Recogió escenas de la vida de campo como la

cacería, el corte de leña y el oficio de guardabosque. En su cuento Birouk, narra el encuentro del narrador con un
enorme, forzudo e implacable guardabosques, llamado Birouk, quien oculta su compasión por los miserables. Debido
a una tormenta, Birouk le propone guarecerse en su cabaña, ocasión que tiene para ver de cerca como este
hombreadministra justicia.
Birouk perdona a un leñador que tiene apresado, después que aquél lo acusa por su crueldad. Lo que si se advierte
es la diferencia en la aplicación de justicia según clases sociales. El narrador regresa de cazar, quizá aves o liebres,
como solía hacer Turgueniev, pero por su rango social y sus signos de riqueza, como andar en trineo drochka jalado
por yegua, el guardabosque se portará cordial con él. Lo contrario con un misérrimo leñador que corta árboles para
vender la leña.

El mítico fortachón ruso: Turgueniev recrea el mito de Pedro el Grande, el zar que peleó contra un oso, en
Birouk. El guardabosque es alto, fuerte, varonil, de voz ronca, vive con su hija Aula, un bebé y es viudo recientemente.
Birouk Foma es conocido en el campo, por su bravura y fortaleza. Cuando está con el narrador, oye quejarse al
enclenque leñador, quien lo acusa por ser fiero, calificándolo de lobo y tigre. Cuando Birouk lo encara, el narrador
teme
que
lo
golpee
y se
sorprende cuando
lo
libera.

Un personaje temible como este ruso, tiene un correlato en el arte marcial soviético, conocido como Sambo, que
data de 1938, pero tiene sus raíces en artes de lucha libre de países eslavos y orientales. Birouk Foma es concientede
su fortaleza, no daña al preso leñador ni le confisca sus bienes, pero le pide al narrador, al que trata como señor, que
guarde el secreto de este episodio. Este ruso forzudo no quiere que el pueblo interprete su piedad por debilidad, por
eso pide reserva.
La forma en que este ruso interpreta la justicia es de acuerdo a la pervivencia de las relaciones entre estamentos
sociales. El narrador que ha depredado la fauna en el bosque no recibe ni siquiera amonestación, mientras el ladrón
pobre es encarcelado varias horas hasta que Birouk lo libera para que vaya con sus hijos. La aplicación de su ley es
una defensa del orden establecido. Tiene un oído muy agudo para detectar a los leñadores furtivos que deforestan el
bosque.

La vida en la isba: La choza de Birouk es os`cura, tiene espacio para él, sus dos hijos y una prisión improvisada para
los ladrones de leña. Su hija Aula de 12 años se encarga de su hermanito que para en la cuna. Tiene un fusil y
enseres pobres en su casa. No se describe la comodidad de la casa del narrador, debe vivir holgado porque tiene
trineo y se le trata como señor. El leñador furtivo debe ser más pobre que Birouk, pues tiene un escuálido jamelgo y
desarreglada apariencia.
La isba de Birouk es una parcela de la justicia del Estado, su casa detenta la autoridad de una comisaría con prisión
para delincuentes. La autoridad del guardabosque se refleja en la severidad de su expresión y en la dureza de su
carácter. La cabaña es una sola habitación baja sin tabiques, sus accesorios son míseros a la vista del narrador. El
ambiente es silencioso por la falta de la madre de los niños. Aula camina descalza, no está completamente vestida
como su padre.
La isba es el espacio de la compasión que permanece velada en la recia figura y conducta implacable de Birouk. El
narrador expresa asombro por la generosidad de Birouk, pero este retoma su ethos de hombre duro pidiéndole que no
cuente a nadie lo sucedido. La cabaña refleja la violencia de la justicia, se torna peligrosa mientras tiene presos
detenidos, espectáculo al que se acostumbran los hijos de Birouk. La isba muestra la condescendencia a la gente
pudiente que caza por diversión.
El bosque: Todos los personajes tienen contacto con el bosque, Birouk y su familia viven en él, mientras que el
narrador lo frecuenta para cazar y ha sido referido por sus amistades de la existencia de Birouk. Se puede hablar de
este bosque en el relato, como un reverso del locus amenus, ya que no existe la paz imperturbable para la poesía,
pues predomina el peligro por los leñadores furtivos y los animales son depredados para distracción de la gente
pudiente.
El lado tenebroso del bosque se destaca con la tormenta, que dificulta el paso de la drochka del narrador. Solo hay
orden en el bosque que custodia Birouk, no hay alegría, es un personaje fúnebre por su viudez y obsesionado con el
cumplimiento de su deber. El bosque está reglado por el orden establecido, que reproduce las diferencias sociales,
los ricos pueden cazar, pero los pobres no pueden tomar leña. Este bosque no puede darse a todos por igual, provee
solo a los privilegiados.
Aún más perjudicial que cortar leña, resulta la cacería, que lleva a las especies a la extinción. Turgueniev fue un hábil
narrador, pero no tuvo la conciencia despejada para juzgar en su real dimensión a la caza, como una actividad
violenta que quiebra la armonía y diezma la vida en la naturaleza. La literatura debería evolucionar después con la
llegada de escritores más sensibles, que condenaran esta actividad inicua y no la tomen ni siquiera como diversión.
Conclusión: Birouk Foma es un agente de la justicia del estado, en un bosque donde las leyes son permisivas para los
ricos y castigadoras para los pobres. Su fortaleza física, estatura y habilidad para detectar a los infractores de la ley lo
vuelve un mito vivo. El guardabosque conserva un aura de seriedad, inflexibilidad y violencia de lado del orden
establecido, pero será capaz de perdonar a un preso más pobre que él, al liberarlo delante del narrador, quien elogiará
su gesto.
La piedad no está ausente en Birouk, sino velada en su carácter, para no perder el respeto de los leñadores furtivos
que tiene que vigilar y sancionar. En este cuento, ayuda también al narrador a sobrellevar la tormenta y a llegar a la
salida del
bosque.

El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme
al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá
reservadas el día?
Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una
réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.

Las nieves del Kilimanjaro

V

iajero impenitente, amante de la caza y la pesca, aficionado a los toros y al boxeo, Ernst Hemingway logró lo que

muchos después de él intentaron: hacer de su vida una leyenda. Para la mentalidad popular, Hemingway representa,
como ningún otro escritor, el escritor por antonomasia. Siempre nos lo imaginamos con un rifle en las manos,
apuntando a un león o a un búfalo en medio de la llanura africana. O bien, corriendo en los sanfermines, medio
borracho, junto a cuatro o cinco mozos pamplonicas. O bien, tomando mojito tras mojito en una barra, de pie junto a
unos viejos pescadores cubanos. O bien, en alta mar, con el viento en la cara, dando carrete a un enorme pez vela. O
bien, contemplando una faena en una barrera de Las Ventas, al lado de alguna hermosa celebridad cinematográfica.
Todo esto es, en parte, cierto, pero casi nunca pensamos en Hemingway cómo en el hombre sentado horas y horas frente
a la máquina de escribir, el hombre que bregaba todos los días contra el vacío de la página. Para él, escribir era tener
algo que contar, y toda su vida fue una fuga desesperada de aquel hueco central, una lucha contra lo que no se dice y no
se puede decir, nunca. En sus peregrinajes de Kenia a Florida, de Cuba a Madrid, Hemingway es heredero de Rimbaud,
no de Burton o de Marco Polo. Y al contrario que su ilustre contemporáneo, William Faulkner, que inventó el mundo
entero desde una habitación y jamás sintió la necesitad de viajar, Hemingway se ahogaba, necesitaba aire libre, sabanas
y mares embravecidos, escenarios donde poner a prueba su valor, safaris, cuadriláteros, trincheras. En el Prefacio a
los Cuarenta y nueve cuentos, escribió:
Yendo donde hay que ir, haciendo lo que hay que hacer y viendo lo que hay que ver, uno deslustra y embota el
instrumento con que escribe. Pero yo prefiero que esté doblado y deslustrado, y saber que tengo que afilarlo de nuevo
y martillearlo para darle forma, y aplicarle la piedra de amolar, sabiendo que tengo algo sobre lo que escribir, a
tenerlo brillante y reluciente, sin nada que decir, o afilado y pulido en el armario, sin utilizarlo.
Nacido en Oak Park, Illinois, en 1899, el joven Hemingway fue reportero del Kansas City Star, pero, al empezar la
guerra, se alistó voluntario en el Ejército Italiano, en el cuerpo de ambulancias. Pronto fue herido en una pierna y, con
ardor adolescente, se enamoró locamente de la enfermera que le atendía. La pasión no correspondida y el dolor de la
pérdida fueron el caldo de cultivo con el que, muchos años más tarde, en 1929, daría a luz una de sus novelas más
célebres: Adiós a las armas. Pero Hemingway aún no había pulido ni afilado sus herramientas de escritor. Durante
una larga estadía en París, después de la guerra, conoció a otros escritores jóvenes que, como él, se habían exiliado
voluntariamente y habían buscado asilo en la ciudad literaria por excelencia. En París era una fiesta, su libro
póstumo de memorias parisinas, Hemingway evocó aquellos años de bohemia feliz y despreocupada, de aprendizaje en
buhardillas baratas y sórdidas habitaciones de hotel, de paseos a lo largo del Sena y de tardes transcurridas en las mesas
de las terrazas, junto a una libreta y una taza de café. Ezra Pound y Gertrude Stein, entre otros, animaron a Hemingway
a dedicarse a la literatura, pero el joven aprendiz de escritor sentía que estaba perdiendo el tiempo, que su camino era
otro.
Sin saberlo aún, Hemingway llegó a España en busca de emociones sencillas y profundas. Encontró un país a medio
civilizar, casi salvaje, con costumbres bárbaras que le fascinaron, como las fiestas con animales y las corridas de toros.
Hemingway estaba convencido de que uno de los grandes problemas de la narrativa tradicional era la complejidad de los
mundos que describía el novelista y la incapacidad del lector por reunir en un todo coherente toda esa amalgama de
sensaciones y pensamientos. El joven reportero que había marchado a la guerra para intentar describir al hombre ante la
más básica y antigua de las emociones humanas (el miedo) comprendió que incluso la guerra resultaba una realidad
demasiado confusa: había demasiado barro, demasiado ruido, demasiada gente y demasiada sangre. En definitiva,
sucedían demasiadas cosas al mismo tiempo. En las corridas de toros, el joven Hemingway encontró una ecuación
perfecta de lo que andaba buscando desde que decidió ser escritor: un hombre solo ante un animal que podía fácilmente
matarlo, encerrados los dos en un escenario muy simple, casi esquemático. La misma metáfora solar que encontraría
luego en sus cacerías africanas o en sus jornadas de pesca en Florida y en Cuba: la lucha ritual del hombre frente a la
naturaleza salvaje.
Buena parte de la narrativa hemingwaiana gira casi siempre en torno a un solo tema, frenética, ciegamente. El miedo, la
lucha del hombre contra el miedo. El miedo a morir, que es en definitiva el miedo a vivir, a no ser lo bastante hombre. Es
cierto que, a su manera, Hemingway recobró para la novela el perdido territorio de la épica, pero también es verdad que,
bajo el ropaje de la épica, descubrió obsesiones personales y terrores ocultos. El emblema del cazador con su rifle a
cuestas, o del torero con su espada manchada de sangre, encerraba un simbolismo fálico tan marcado, tan evidente, que
Hemingway decidió hacerlo explícito. En La vida corta y feliz de Francis Macomber, Wilson, el cazador
profesional, asiste a la epifanía del coraje en una llanura de Kenia. Macomber, el cliente asustadizo que ha echado a
correr delante de su esposa en uno de los lances de la cacería, recobra su valor, de golpe, ante un búfalo herido. El relato
es una obra maestra de alusiones y sobreentendidos. Hemingway juega con la idea (tomada de Chejov e imitada después
por legiones de narradores) de que un cuento es como un iceberg : lo esencial del relato tiene que permanecer
sumergido. La impotencia de Macomber y la malevolencia de su esposa son sutilmente sugeridas mediante escenas en
apariencia fútiles y diálogos secos y breves, típicos de Hemingway �??otro de sus impagables legados al arte narrativo.
Gracias a su sencillez y a su laconismo, el relato tiene la fuerza de una ceremonia primitiva, bestial, y la fatalidad
irreversible de una tragedia griega.
Hemingway comienza Las nieves del Kilimanjaro, el segundo de sus grandes relatos africanos, con este párrafo
impresionante:
El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve, de 19.710 pies de altura, y dicen que es la más alta de África. Su
nombre es, en masai, �??Ngàje Ngài�?�, �??la Casa de Dios�?�. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y
helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas.
El relato cuenta la agonía de un hombre en un campamento africano. Atendido por su esposa, una mujer buena con
quien se casó por su dinero, Harry se lamenta ante la estupidez de su muerte inminente: por un descuido absurdo, la
gangrena ha atacado una de sus piernas y la avioneta que podría llevarlo a la civilización no llegará a tiempo. La pierna
tumefacta y maloliente de Harry (una de las primeras alusiones del cuento) es el resumen de la vida malgastada de un
hombre que no ha sabido amar ni vivir verdaderamente. De vez en cuando, Harry cierra los ojos en su hamaca y
recuerda escenas del pasado, casi siempre violentas, escenarios de batalla donde hubiera podido morir con dignidad, en
lugar de pudrirse en vida bajo el sol inmisericorde de África. Como el leopardo solitario del Kilimanjaro, Harry ha
vagado toda su vida de mujer en mujer, de aventura en aventura, sin saber realmente qué le ha llevado hasta el fin. A la
mañana siguiente, el piloto viene a recogerlo y Harry, martirizado por la fiebre, sube a la avioneta. Contempla la sabana
interminable desde la ventanilla, la gran diáspora de los animales desde lo alto. El cielo se oscurece y, en medio de una
tormenta, Harry ve
la cima cuadrada del Kilimanjaro, ancha como el mundo entero; gigantesca, alta e increíblemente blanca bajo el sol.
Entonces comprendió que era allí donde iba.
Cuando ya era una celebridad mundial, Hemingway regresó a su primer oficio, el de reportero, para cubrir la Guerra
Civil Española. A pesar de su fama, no era un buen periodista: muchas veces se inventaba la crónica de turno mientras
pedía otro vino en Chicote o recorría sus amadas calles de Madrid. De aquellos años salió la que muchos consideran su
mejor novela, Por quién doblan las campanas, cuyo título alude a un poema de Donne: �??cuando oigas doblar las
campanas, no preguntes por quién doblan: doblan por ti, doblan por mí�?�. Republicano convencido, Hemingway
comprendió que la Guerra Civil Española era el principio del fin, y que la libertad que agonizaba en ese pequeño y
salvaje país que había amado tanto, iba a morir pronto en todo el mundo.
También fue corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, en Italia, de donde sacaría el material para uno de sus últimos
libros, Al otro lado del río y entre los árboles �??título sacado de las últimas palabras del militar sudista Thomas
�??Stonewall�?� Jackson, el brazo derecho de Lee en la Guerra Civil Americana. La novela narra la historia de un
viejo general estadounidense, enfermo del corazón, que regresa a Venecia para vivir su última historia de amor junto a
una jovencísima princesa italiana. El libro, publicado en 1951, fue tachado de pedante y amanerado, y muchos críticos
consideraron que Hemingway estaba acabado. Sin embargo, al año siguiente publicó El viejo y el mar, una de sus
obras maestras, y dos años después, en 1954, recibió el Premio Nobel.
Ninguna de esas alegrías finales le consoló del miedo a la vejez, del carácter depresivo que se iba agravando con el
tiempo y del trastorno bipolar que le amenazaba cada tanto y del que no podían sacarlo ni los toros ni los vinos ni la
pesca ni los libros. Vivía perdido en una suerte de gloria póstuma. Entró y salió de varios hospitales, batallando contra
diversas dolencias, perseguido por la sombra de la enfermedad mental que había provocado el suicidio de su padre y de
dos de sus hermanos. �??Si no puedo vivir como yo quiero, la existencia es imposible�?� había escrito. A veces, las
ansias de matarse eran desesperadas; un día su mujer lo encontró en el aparcamiento de un aeropuerto, registrando
automóviles para ver si alguien se había dejado un revólver cargado en una guantera. El 2 de julio de 1961, en Ketchum,
Idaho, se pegó un tiro con una escopeta. Nunca quedó claro si fue un suicidio o un accidente de caza.
Años después, el maestro de la ciencia�??ficción Ray Bradbury, imaginó un relato fantástico en el que un admirador de
Hemingway consigue una máquina del tiempo y viaja a Ketchum el mismo día del célebre suicidio. Ve al viejo
caminando con una escopeta al hombro y logra convencerle de que entre en la máquina. Le pregunta qué día hubiera
elegido para morir y Hemingway, sin dudar, replica que aquella mañana en que había estado a punto de estrellarse con
una avioneta en Kenia, veinte o treinta años atrás. Entonces la máquina se eleva y Hemingway, con un suspiro de júbilo,
murmura: �??Estamos volando…�?�. Bradbury, al estilo de Chejov, no cuenta el final, pero no es difícil imaginar al
fondo, inmensa, majestuosa, nimbada de nubes blancas, de sol africano y de nieves ecuatoriales, la cumbre del
Kilimanjaro.

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  • 1. Henry René Albert Guy de Maupassant (Dieppe, 5 de agosto de 1850 - París, 6 de julio de 1893) fue un escritor francés, autor principalmente de cuentos, aunque escribió seis novelas. Para el historiador del terror Rafael Llopis, Maupassant, perdido en la segunda mitad del siglo XIX, se encuentra muy lejano ya del furor del Romanticismo; es «una figura singular, casual y solitaria».1 Existe una controversia acerca del lugar exacto de su nacimiento, generada por el biógrafo fecampés Georges Normandy en 1926. Según una primera hipótesis, habría nacido en Fécamp, en el Bout-Menteux, el 5 de agosto de 1850. Según la otra hipótesis habría nacido en el castillo de Miromesnil (Tourville-sur-Arques), a 8 kilómetros de Dieppe, como establece su partida de nacimiento. No obstante, todo parece apuntar a que el auténtico lugar de nacimiento fue este último. Su juventud, muy apegada a su madre, se desarrolló primero en Étretat, y más adelante en Yvetot, antes de marchar al liceo en Ruan. Maupassant fue admirador y amigo de Gustave Flaubert al que conoció en 1867. Flaubert lo tomó bajo su protección, le abrió la puerta de algunos periódicos y le presentó a Iván Turgénev y Émile Zola. El escritor viajó a París tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana de 1870 y trabajó como funcionario en varios ministerios, hasta que publicó en 1880 su primera gran obra, Bola de sebo, en un volumen naturalista preparado por Émile Zola: "Las veladas de Médan". El relato, de corte fuertemente realista, según las directrices de su maestro Flaubert, fue grandemente ponderado por éste. Esta publicación permite a Maupassant adquirir una cierta notoriedad en el mundo literario. Será finalmente autor de multitud de cuentos y relatos (más de 300). Sus temas favoritos son los campesinos normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios, la guerra franco-prusiana de 1870, las aventuras amorosas o las alucinaciones de la locura: La Casa Tellier (1881), Los cuentos de la becada (1883), El Horla (1887), a través de algunos de los cuales se transparentan los primeros síntomas de su enfermedad. Son especialmente destacables sus cuentos de terror, género en el que es reconocido como maestro, a la altura de Edgar Allan Poe. En estos cuentos, narrados con un estilo ágil y nervioso, repleto de exclamaciones y signos de interrogación, se echa de ver la presencia obsesiva de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural: ¿Quién sabe?, La noche, La cabellera o el ya mencionado El Horla, relato perteneciente al género del horror. Según Rafael Llopis, quien cita al estudioso de lo fantástico Louis Vax, «El terror que expresa en sus cuentos es exclusivamente personal y nace en su mente enferma como presagio de su próxima desintegración. [...] Sus cuentos de miedo [...] expresan de algún modo la protesta desesperada de un hombre que siente cómo su razón se desintegra. Louis Vax establece una neta diferencia entre Mérimée y Maupassant. Éste es un enfermo que expresa su angustia; aquel es un artista que imagina en frío cuentos para asustar. [...] Este temor centrípeto es centrífugo en Maupassant. "En 'El Horla' -dice Vax- hay al principio una inquietud interior, luego manifestaciones sobrenaturales reveladas solo a la víctima; por último, también el mundo que la rodea es alcanzado por sus visiones. La enfermedad del alma se convierte en putrefacción del cosmos"».2 Maupassant publicó asimismo cinco novelas de corte mayormente naturalista: Una vida (1883), la aclamada Bel-Ami (1885) o Fuerte como la muerte (1889), Pierre y Jean, MontOriol y Nuestro corazón. Escribió bajo varios seudónimos: Joseph Prunier en 1875, Guy de Valmont en 1878, Maufrigneuse de 1881 a 1885. Menos conocida es su faceta como cronista de actualidad en los periódicos de la época (Le Gaulois, Gil Blas, Le Figaro...) donde escribió numerosas crónicas acerca de múltiples temas: literatura, política, sociedad, etc. Atacado por graves problemas nerviosos, síntomas de demencia y pánico heredados (reflejados en varios de sus cuentos como el cuento "Quién sabe", escrito ya en sus últimos años de vida) y a consecuencia de la sífilis, intenta suicidarse el 1 de enero de 1892. El propio escritor lo confesó por escrito: «Tengo miedo de mí mismo, tengo miedo del miedo, pero, ante todo, tengo miedo de la espantosa confusión de mi espíritu, de mi razón, sobre la cual pierdo el dominio y a la cual turbia un miedo opaco y misterioso».3 Tras algunos intentos, en los que utilizaba navajas de afeitar para degollarse, es internado en la clínica parisina del Doctor Blanche, donde muere un año más tarde. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse, en Paris obras escritas por el :Junto a un muerto (1890) El padre de Simón (1879) Bola de sebo (1880) La casa Tellier (1881) Magnetismo (1882) Pierrot La señorita Fifí A las aguas (1883) Claro de luna (1883) Una vendetta (1883) El collar (1884) Abandonado (1884) La dote (1884) Miss Harriet (1884) ¡Mozo, un bock! (1884) Cuentos del día y de la noche (1885) El buque abandonado (1886) El ermitaño (1886) Toine (1886) La pequeña Roque (1886) El Horla (1887) El junco de Madame Husson (1888) La mano izquierda (1889) La belleza inútil (1890) Musotte (1890) La cabellera El barrilito Las joyas ¿Fue un sueño? El borracho Lo horrible La muerta La mano disecada El idilio La cama 29 El miedo Biografía del escritor Franz Kafka: Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos: sus padres fueron Hermann Kafka(1852-1931) y Julie Löwy(1856-1934). Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán,y desde el comienzo, quien marcó la pauta de su educación fue su padre, que como resultado de su propia experiencia, insistió en la necesidad del esfuerzo para superar todas las dificultades de la vida. Siempre desde una actitud permanente de autoritarismo y prepotencia hacia sus hijos; y por insistencia de este se doctoró en derecho. Su breve existencia coincidió con momentos claves de la historia: el comienzo del siglo, la Primera Guerra Mundial y La Revolución Rusa. Su historia personal estuvo signada por la relación con su progenitor, los estudios de leyes y el trabajo de oficina. En un mundo convulsionado y de porvenir incierto, Kafka logró hacer un lugar para una narrativa que reflejaría como pocas la imposibilidad y la ausencia de identidad dentro de una sociedad asfixiante y frente una realidad opresiva. Alegorías que desnudan el corazón del hombre expuesto a instancias extremas, esta creación de un universo y de situaciones intolerables en su literatura darían origen al adjetivo de kafkiano. Publicó su primer relato, `Contemplación´, en 1913, y dos años después su famoso y extrañísimo relato `La Metamorfosis´. Kafka sólo publicó algunas historias cortas durante toda su vida, una pequeña parte de su trabajo, por lo que su obra pasó prácticamente inadvertida hasta después de su muerte. Por suerte, tuvo un gran amigo infiel: Max Brod, a quien le encomendó, antes de morir, la destrucción de todo lo que había escrito. Pero Brod no cumplió con su pedido, felizmente para la humanidad que hoy puede disfrutar de sus obras. Franz Kafka murió a los 41 años, en 1924. obras publicadas por el : Descripción de una lucha (1904) Contemplación (1912) Un médico rural (1919) La condena (1912) En la colonia penitenciaria ( 1914) Una mujercita (1923) Josefina la cantora o el pueblo de los ratones (1924) Un artista del hambre (1924) Un artista del trapecio La metamorfosis (1915) El Desaparecido (1912). Novela inconclusa. El Proceso (1925). Novela inacabada. El Castillo (1922). Novela inconclusa. La edificación de la Muralla China. Carta al padre (1919) Ricardo y Samuel. Capítulo de una novela, escrito en colaboración con Max Brod. Preparativos de una boda en el campo (1907-1908) Der Dorfschullehrer o Der Riesenmaulwurf (1914-1915) La muralla china (1917). Versión previa a otra definitiva destruida más tarde por Kafka. La obra (1923-1924) Aforismos, visiones y sueños (1917) Cuadernos en octava (1917) Diarios (1910-1923) Escritos sobre sus escritos (1917) Carta al padre (1919) Cartas a Felice (1967) Cartas a Milena Cartas a Ottla Cartas a la familia Iván Turguenev - Iván Turgénev :Nació el 9 de noviembre de 1818, en Orel, Rusia central. Cursó estudios en las universidades de San Petersburgo y Berlín. Fue funcionario gubernamental en San Petersburgo. Su primer trabajo editado, el poema Parasha (1843), recibió una buena acogida entre la crítica. Participante en el enfrentamiento que surgió entre dos grupos de
  • 2. intelectuales, llamados occidentalizantes y eslavófilos. Los occidentalizantes animaban a incorporarse a Europa Occidental, intentando conseguir las mejoras en su nivel de vida. Los eslavófilos pensaban que debían permanecer a salvo de cualquier influencia externa. Turguéniev simpatizaba claramente con los primeros. Pasó largos periodos de tiempo fuera de Rusia, en compañía de la célebre cantante de ópera Pauline Viardot-Garcia, su amante. Desde 1871 vivió en París, donde conoció a George Sand, Gustave Flaubert, Émile Zola y Henry James. Entre la obra de Turguéniev se cuentan obras de teatro, relatos, novelas y apuntes no narrativos. Aparecieron muchos poemas y apuntes en prosa antes de la aparición de su primer título, Relatos de un cazador (1852), colección de cuentos sobre la vida rural. De sus muchas obras teatrales, destaca Un mes en el campo (1855), estudio de la aristocracia. De sus relatos y novelas cortas destacan, Primer amor (1860) y Torrentes de primavera (1872). Entre sus novelas aparecen La víspera (1860) y Humo (1867), tempestuosas historias de amor. En su mejor novela, Padres e hijos (1862), Bazarov, el protagonista de la novela, es un joven idealista que lucha por la libertad universal. Iván Turguenev falleció el 3 de septiembre de 1883 en Bougival. obras : 1857: Rudin 1859: Nido de hidalgos 1860: En vísperas 1862: Padres e hijos 1867: Humo 1877: Tierra virgen Cuentos 1850: Dnevnik líshnego cheloveka 1851: Dama de provincia 1852: Memorias de un cazador 1855: Yákov Pásynkov 1856: Fausto: Historia en nueve cartas 1858: Anuchka 1860: Pérvaia Liubov 1870: El rey Lear de la estepa 1872: Aguas primaverales 1881: Cantar del amor triunfal 1882: Cuentos misteriosos Drama 1843: Descuido 1850/1851: Conversación en la ruta 1846/1852: La fortuna del idiota 1857/1862: Carga de familia 1855/1872: Un mes en el campo 1882: Atardecer en Sorrento Ernest Hemingway: es un novelista estadounidense, cuya obra ya es considerada clásica en la Literatura del siglo XX, y ha ejercido una notable influencia tanto por la sobriedad de su estilo como por los elementos trágicos. Estudió en el Oak Park and River Forest High School, donde aprendió a tocar el violonchelo y formó parte de la orquesta. Se interesaba también por el boxeo y peleaba con sus compañeros en los descampados. En los estudios se destacó en Lenguas, pero sentía apatía por las otras asignaturas. Mostró sus aptitudes literarias en el diario escolar, usando el alias Ring Lardner, Jr. Al acabar sus estudios, en 1917, no quiso ir a la Universidad, como quería su padre, ni quiso perfeccionar sus estudios de violonchelo, como le hubiera gustado a su madre. Se trasladó a Kansas y en octubre de 1917 comenzó a trabajar de reportero en el Kansas City Star. Ya se había iniciado en el periodismo cuando se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial, como conductor de ambulancias, hasta que fue herido de gravedad. De vuelta a Estados Unidos retomó el periodismo hasta que se trasladó a París, donde alternó con las vanguardias y conoció a E. Pound, Pablo Picasso, J. Joyce y G. Stein, entre otros. Participó en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal, experiencias que luego incorporaría a sus relatos y novelas. obras: Su labor como periodista lo había influido estéticamente en sus obras, pues lo obligó a escribir frases directas, cortas y duras, excluyendo todo lo que no fuera significativo. Su propio periodismo, por otra parte, también influyó en el reportaje y las crónicas de los corresponsales futuros. La mayor parte de su obra plantea a un héroe enfrentado a la muerte y que cumple una suerte de código de honor; de ahí que sean matones, toreros, boxeadores, soldados, cazadores y otros seres sometidos a presión. Listado de sus obras: Relatos Tres relatos y diez poemas (Three Stories and Ten Poems) (1923) En nuestro tiempo (In Our Time) (1925) Hombres sin mujeres (Men Without Women) (1927) El ganador no se lleva nada (Winner take Nothing) (1933) La quinta columna y los primeros cuarenta y nueve relatos (The Fifth Column and the First Forty-Nine Stories) (1938) Novelas The Torrents of Spring (1926) Fiesta (The Sun Also Rises) (1926) Adiós a las armas (A Farewell to Arms) (1929) Las verdes colinas de África (Green Hills of Africa) (1935) Tener y no tener (To Have and Have Not) (1937) Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell Tolls) (1940) Al otro lado del río y entre los árboles (Across the River and into the Trees) (1950) El viejo y el mar (The Old Man and the Sea) (1952). Premio Pulitzer en 1953 y Nobel en 1954 Otras Hombres en guerra (Men at War) (1942). Antología Muerte en la tarde (Death in the Afternoon) (1932) El cabaret de Angela Swarn (1939) Obras póstumas The Wild Years (1962). Recopilación París era una fiesta (A Moveable Feast) (1964). Novela Enviado especial (By-Lines) (1967). Artículos periodísticos para el Toronto Star entre 1921 y 1924 Islas en el golfo [o Islas a la deriva] (Islands in the Stream) (1970). Novela The Nick Adams Stories (1972) 88 Poems (1979) Selected Letters (1981) Un verano peligroso (The Dangerous Summer) (1986). Pensado originalmente como un relato para la revista Life en 1959 True at first light (1999) El jardín del Edén (The Garden of Eden)
  • 3. El Horla, cuento escrito por Guy de Maupassant (05/08/1850 - 06/07/1893), es una historia muy interesante y simple, narrada en forma de diario anónimo, que nos cuenta cómo el protagonista descubre la presencia de un ser sobrenatural que lo acompaña y lo espía. Inicialmente, el protagonista cree que está enfermo, de hecho, tiene fiebre y dolor de cabeza, así que un doctor le recomienda dieta y duchas frías. Pero al ver que los problemas persisten, el hombre se preocupa mucho. Y más cuando se da cuenta de que no puede dormir, porque tiene pesadillas horribles y el presentimiento de que alguien lo observa por las noches. Un día, sin querer, deja una jarra de agua y un vaso de leche en su mesa de noche, ambos medianamente llenos. Su sorpresa fue ver que la mañana siguiente, la jarra y el vaso estaban vacíos, por lo que el hombre intuye que realmente alguien entra a su recamara por las noches. Queriendo olvidar los acontecimientos que había sufrido, decidió viajar por unos días, para relajarse. El hombre se sintió como nuevo durante su salida, estaba como si nunca hubiera enfermado. Pero al volver a casa, nuevamente recayó en el insomnio. Y le ocurrió lo mismo con la leche y el agua. Definitivamente alguien lo acompañaba todas las noches y lo perturbaba. Días más tarde, en un paseo por su jardín, ve que las plantas han florecido, así que se acerca a olerlas, pero cuando está a punto de hacerlo, una flor se corta sola y se eleva de forma como si una persona la estuviera oliendo, pero realmente no había nadie aparte del protagonista, el cual se marea y vuelve a ver la flor cortada sobre el rosal. Desesperado, el sujeto decide ponerse a investigar sobre su acompañante invisible. En un libro de seres extraordinarios, descubre un ente de origen portugués, que sólo se alimenta de leche y agua, y que succiona el alma de sus víctimas mientras estas duermen, provocando insomnio. El protagonista lo nombra “El Horla”. Finalmente, el hombre enloquece y pide ayuda a sus colegas, los que hacen caso omiso a las súplicas. El protagonista se da cuenta de que el Horla, siendo invisible, podía sentir miedo o dolor. Así que se encierra en un cuarto y leer. Como siempre, el Horla lo observaba, así que decidió cerrar las persianas y salir del cuarto cuidadosamente, dejando al Horla encerrado en la recámara. Después de esto, el hombre rocía toda la casa con combustible y la incendia, pretendiendo así acabar con el Horla y conseguir la paz anhelada. Pero no tuvo en cuenta que los criados seguían adentro, los cuales murieron en el incendio. Además, el hombre pudo ver que el Horla escapaba entre las llamas y huía. Viendo que había asesinado a sus criados y fracasado en su plan, el hombre optó por suicidase. Este cuento me encantó por su corta duración y la capacidad de atraparte en la lectura desde el primer momento, algo que busco y creo que tiene toda buena historia. Cazando al cazador Gracchus Demasiado tarde. La dulzura de las penas y del amor. Que ella me sonriese a mí en la barca. Eso era lo más bello de todo. El deseo constante de morir, y el de seguir resistiendo, solo eso es amor. Kafka, Diarios, 22 de octubre de 1913
  • 4. El 21 de agosto de 1913, como un esbozo de carta para el padre de Felice, Frank Kafka escribía en su diario: “Dado que yo no soy nada más que literatura y no puedo ni quiero ser nada más que eso, mi empleo no podrá atraerme nunca, aunque sí pueda destrozarme completamente. (…) Todo lo que no es literatura me aburre y lo odio, pues me molesta o me estorba, aunque solo sea en mi imaginación. (…) Un matrimonio no podría cambiarme, de igual forma que mi empleo no puede cambiarme”. Kafka atravesaba la primera gran crisis en su relación con Felice Bauer y lo que ella representaba: atender a las obligaciones familiares y llevar una vida normal, algo incompatible con una dedicación plena a la literatura. Kafka, su vida y su obra han acabado convirtiéndose en materia literaria, “la materia kafkiana” en la que el noviazgo con Felice constituye un ciclo cuyos giros argumentales sólo engendran más desdichas, pues el desenlace de la historia resulta irremediable. Ricardo Piglia en el capítulo “Un relato sobre Kafka” de El último lector analiza cómo, con su abrumadora correspondencia, “Kafka convierte a Felice Bauer en la lectora en sentido puro. La lectora atada a los textos, que cambia de vida a partir de lo que lee (…). Felice es casi una desconocida, un personaje en muchos sentidos inventado por las cartas mismas”. Gerti Wasner El 22 de septiembre de 1913, Kafka llegó a Riva, a orillas del lago Garda, para someterse a un tratamiento en el sanatorio del doctor Von Hartunge. Permaneció allí hasta el 13 de octubre. En esa época interrumpe por un tiempo su correspondencia con Felice. El 15 de octubre leemos en su diario: “Mi estancia en Riva tuvo una gran importancia para mí. Fue la primera vez que entendí a una muchacha cristiana”. La muchacha era Gerti Wasner, a la que Kafka se referirá como W. “La inimaginable tristeza de esta mañana”, así comienza la entrada del 20 de octubre. Kafka había estado leyendo la narración que conocemos como La metamorfosis y había dictado sentencia: “la encuentro mala”. A continuación escribió: Me gustaría poder escribir cuentos de hadas que pudieran gustarle a W y que ella tuviese escondidos alguna vez debajo de su mesa durante las comidas, que los leyera entre plato y plato y se ruborizase terriblemente al advertir que el médico del sanatorio lleva ya un rato de pie detrás de ella, observándola. A veces, en realidad siempre, su excitación mientras oye contar (noto ahora que tengo miedo del esfuerzo físico que realizo cuando recuerdo, del dolor por debajo del cual el suelo de la estancia vacía de pensamientos se va abriendo con lentitud, o simplemente va abombándose un poco). Todo se resiste a ser puesto por escrito. Si yo supiese que en eso interviene su mandato de no decir nada acerca de ella (lo he cumplido rigurosamente, casi sin esfuerzo) me sentiría satisfecho, pero no es sino incapacidad. El 21 de octubre Kafka sólo escribirá una breve entrada para dejar constancia del transcurrir diario mientras pensaba “continuamente en el escarabajo negro”. Luego describirá una escena de los preparativos en una barca. Pero en ella no viaja aún el cazador Gracchus. En una carta a Felice, con fecha de 29 de diciembre de 1913, Kafka escribe: Creo que mi deber es ser completamente sincero en estos momentos y hacerte saber algo que a nadie había dicho hasta la fecha. En el sanatorio me enamoré de una joven, una niña, tendrá dieciocho años, suiza pero residente en Italia, cerca de Génova, por tanto lo más racialmente ajena a mí que pueda imaginarse, totalmente sin hacer, pero muy singular, muy valiosa a pesar de su constitución enfermiza, una chica lo que se dice profunda. (...) Tanto para ella como para mí estaba claro que no habíamos nacido el uno para el otro, y que después de transcurridos los diez días de que aún disponíamos todo habría tocado a su fin, y que ni una sola carta, ni siquiera una cuartilla habría de ser escrita. A pesar de todo era mucho lo que ella me importaba a mí y yo a ella, tuve que arreglármela como pude para que en la reunión de despedida no estallara en sollozos delante de los demás, y mi estado de ánimo no era mucho mejor que el suyo. Con mi marcha todo se acabó. Más de un año después, el 24 de enero de 1915, durante un encuentro con Felice en Bodenbach, Kafka anotará en su diario: “Excepto en las cartas, nunca he tenido con Felice esa dulzura de la relación con una mujer amada que tuve en Zuckmantel y en Riva, sólo admiración, sumisión, compasión, desesperación y desprecio por mí mismo ilimitados”. En un relato de Vértigo –“Viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva”–, Sebald narra lo que pudo suceder en esos días de 1913, que encierran el germen de la enigmática narración “El cazador Gracchus”: En el transcurso de los años venideros, largas sombras se cernieron sobre los días de otoño en Riva, hermosos a la par de terribles, solía decir el Dr. K., y de las sombras, con lentitud, fueron
  • 5. emergiendo los contornos de una barca con mástiles incomprensiblemente elevados y sombrías velas plegadas. Kafka no llegó a acabar “El cazador Gracchus”, ni siquiera le dio un título. Fue Max Brod el que conformó el núcleo esencial de esta historia escrita entre enero y abril de 1917. Los esbozos, en el orden en el que aparecen en los cuadernos de Kafka, se encuentran recogidos en el tercer volumen de sus obras completas y en una entrada de los Diarios, el 6 de abril de 1917. Como la mayor parte de la obra de Kafka, “El cazador Gracchus” posee un carácter fragmentario e inacabado. Buscamos las piezas hasta componer un relato y lo hacemos con un ligero temblor reverencial, como quien camina por el borde de un abismo. Al cazador Gracchus hay que cazarlo entre otros escritos. Así, el esbozo que aparece en el llamado “cuaderno D”, está precedido por dos textos sobre corridas de toros en España: “Adelante héroes de la plaza, / que empiece la corrida”. En “El cazador Gracchus” confluyen mitos y leyendas que van desde el judío errante hasta la barca de Caronte. Las escaleras que conducen hacia el más allá evocan las escaleras del sueño de Jacob en La Biblia. En el Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot señala: “La carrera o la caza enloquecen el corazón del hombre, había dictaminado Lao-Tsé significando así que el enemigo es interior: el propio deseo”. En muchas mitologías, tradiciones y leyendas aparece la figura del cazador maldito, que ha trasgredido alguna norma y ha de expiar eternamente su culpa. Por otra parte la caza del gamo está cargada de una fuerte simbología sexual. Emblema del negocio del padre de Kafka Kafka llamó “Gracchus” al cazador, un nombre casi homófono al de “gracchio”, “grajo” en italiano, cuyo equivalente en checo es “kavka”. El dibujo de un grajo fue el emblema que el padre de Kafka eligió para su negocio de complementos de moda. Según leemos en una de las notas de las obras completas, Kafka confesó más de una vez que le agradaba la similitud de su apellido con el nombre de este animal huraño. La narración que Max Brod tituló “El cazador Gracchus” se inicia con una escena cinematográfica en la que desfilan personajes secundarios que realizan acciones cotidianas: los niños que juegan a los dados, la muchacha que llena el cubo de agua, los hombres que beben vino en la taberna... Todo parece normal hasta que la atención de la mirada de desvía hacia una barca que entra “en el pequeño puerto flotando en silencio, como si la llevaran en brazos por el agua”. Entonces se precipitará la representación. Nuevos personajes actuarán con rapidez. Con sus papeles mecánicamente aprendidos, saben el lugar hacia donde deben dirigirse y el puesto que cada uno debe ocupar. Dos porteadores llevan hasta una casa unas angarillas cubiertas con una tela de flores deshilachada. En una habitación colocan y encienden “unos largos cirios a la cabeza de las angarillas” que solo consiguen “ahuyentar las sombras que hasta entonces estaban en reposo y hacerlas danzar por las paredes”. La escena se ha transformado en un velatorio en el que se presenta, de solemne luto, Salvatore, el anciano alcalde de Riva, que advertido por una paloma va a dar la bienvenida al visitante. Tras retirar la tela descubrimos al cazador Gracchus con el pelo y la barba enmarañados, pero “nada, excepto su entorno hacía pensar que estaba muerto”. Gracchus y Salvatore entablan un diálogo trivial en apariencia, si no fuera porque la materia de la conversación es aclarar la situación de Gracchus: << “Pero usted también está vivo, ¿no?”, dijo el alcalde. “En cierto modo”, dijo el cazador”>>. No está muerto ni vivo. “El error fundamental de mi muerte me mira burlón desde todas las paredes de mi camarote”, declarará Gracchus. En El mal de Montano Vila Matas se refiere a “El cazador Gracchus” como el mejor cuento de Kafka: (…) Ese relato en que escribió una frase tan perfecta que tuvo que detener la narración en ella, no es que no encontrara el final para el cuento sino que el final se hallaba en esa frase perfecta, terrible y gélida. El alcalde de Riva le pregunta al salvaje cazador Gracchus si piensa quedarse con ellos en el pueblo. El cazador acaba de llegar en su barco, y por pura cortesía pone su mano en la rodilla del alcalde y le dice: “No pienso, estoy aquí, no sé más: no puedo hacer otra cosa. Mi barca carece de timón, viaja con el viento que sopla en las regiones inferiores de la muerte”. Pero Kafka no dio por terminado el relato. Hay varios apuntes más. En el primero de ellos es Gracchus el que escribe: “Nadie leerá lo que estoy escribiendo; nadie vendrá a ayudarme”. No existe posibilidad de redención: “La idea de querer ayudarme es una enfermedad y debe curarse guardando cama”. Gracchus describe el camarote de la barca en la que viaja eternamente desde hace más de mil quinientos años y vuelve a relatar lo que había sucedido en la Selva Negra, donde vivió y murió feliz, enfundándose “la mortaja como una muchacha su vestido de boda”. El comienzo del siguiente esbozo habrá que buscarlo en los Diarios donde se describe la barca que llega al puerto con las mástiles “incomprensiblemente altos”. Aparece un personaje del que, en la continuación del fragmento, en otro cuaderno, sabremos que está en el puerto “por asuntos de negocios”. Este personaje desconocido le dirá
  • 6. a Gracchus: “el mundo sigue su camino y tú haces tu viaje, pero hasta ahora nunca he visto que os cruzaseis”. A lo que este le responderá: “Únicamente te digo: soy…”. El esbozo acaba en una coma: Habría tenido una larga vida de cazador, pero el gamo llamó mi atención, me despeñé y me estrellé contra las rocas. (…) Entonces me cargaron en la barca de la muerte (…) todo estaba como es debido, yo yacía estirado en mi embarcación, No sé descubrirá cuál ha sido el origen de la desgracia de Gracchus, cuál ha sido la culpa que lo ha convertido en un muerto en vida, condenado a viajar errante por todos los puertos y las edades. Gracchus insiste en que no tuvo nada que ver en su destino, la culpa no fue suya, sino del timonel que equivocó la ruta. Sebald en “El viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva” concluye: Pero como es el Dr. K. quien se ha inventado la historia, me temo que el sentido de los incesantes viajes de Gracchus, el cazador, reside en la expiación de un anhelo de amor que siempre apresa al Dr. K., como escribe en una de sus numerosas cartas de murciélago a Felice, justo allí donde, en apariencia y lícitamente, no se puede disfrutar. Kafka se debatió siempre entre el anhelo de llevar una vida acorde con lo establecido –el amor, la tranquila felicidad del matrimonio que lo convertiría en un hombre independiente– y la imposibilidad de aunar esto con un destino al que se veía abocado: la necesidad de escribir por encima de todo, la literatura como lo único que daba sentido a su existencia. Pero la literatura representaba para él quedar al margen, estar al otro lado de la vida. No en vano, Kafka había alertado más de una vez a Felice: “Para poder escribir, tengo necesidad de aislamiento, pero no como un ermitaño, algo que no sería suficiente, sino como un muerto”. La compasión oculta en Birouk Birouk de Iván Turgueniev La compasión oculta en Birouk Iván Turgueniev (1818-1883) fue un narrador realista ruso. Recogió escenas de la vida de campo como la cacería, el corte de leña y el oficio de guardabosque. En su cuento Birouk, narra el encuentro del narrador con un enorme, forzudo e implacable guardabosques, llamado Birouk, quien oculta su compasión por los miserables. Debido a una tormenta, Birouk le propone guarecerse en su cabaña, ocasión que tiene para ver de cerca como este hombreadministra justicia. Birouk perdona a un leñador que tiene apresado, después que aquél lo acusa por su crueldad. Lo que si se advierte es la diferencia en la aplicación de justicia según clases sociales. El narrador regresa de cazar, quizá aves o liebres, como solía hacer Turgueniev, pero por su rango social y sus signos de riqueza, como andar en trineo drochka jalado por yegua, el guardabosque se portará cordial con él. Lo contrario con un misérrimo leñador que corta árboles para vender la leña. El mítico fortachón ruso: Turgueniev recrea el mito de Pedro el Grande, el zar que peleó contra un oso, en Birouk. El guardabosque es alto, fuerte, varonil, de voz ronca, vive con su hija Aula, un bebé y es viudo recientemente.
  • 7. Birouk Foma es conocido en el campo, por su bravura y fortaleza. Cuando está con el narrador, oye quejarse al enclenque leñador, quien lo acusa por ser fiero, calificándolo de lobo y tigre. Cuando Birouk lo encara, el narrador teme que lo golpee y se sorprende cuando lo libera. Un personaje temible como este ruso, tiene un correlato en el arte marcial soviético, conocido como Sambo, que data de 1938, pero tiene sus raíces en artes de lucha libre de países eslavos y orientales. Birouk Foma es concientede su fortaleza, no daña al preso leñador ni le confisca sus bienes, pero le pide al narrador, al que trata como señor, que guarde el secreto de este episodio. Este ruso forzudo no quiere que el pueblo interprete su piedad por debilidad, por eso pide reserva. La forma en que este ruso interpreta la justicia es de acuerdo a la pervivencia de las relaciones entre estamentos sociales. El narrador que ha depredado la fauna en el bosque no recibe ni siquiera amonestación, mientras el ladrón pobre es encarcelado varias horas hasta que Birouk lo libera para que vaya con sus hijos. La aplicación de su ley es una defensa del orden establecido. Tiene un oído muy agudo para detectar a los leñadores furtivos que deforestan el bosque. La vida en la isba: La choza de Birouk es os`cura, tiene espacio para él, sus dos hijos y una prisión improvisada para los ladrones de leña. Su hija Aula de 12 años se encarga de su hermanito que para en la cuna. Tiene un fusil y enseres pobres en su casa. No se describe la comodidad de la casa del narrador, debe vivir holgado porque tiene trineo y se le trata como señor. El leñador furtivo debe ser más pobre que Birouk, pues tiene un escuálido jamelgo y desarreglada apariencia. La isba de Birouk es una parcela de la justicia del Estado, su casa detenta la autoridad de una comisaría con prisión para delincuentes. La autoridad del guardabosque se refleja en la severidad de su expresión y en la dureza de su carácter. La cabaña es una sola habitación baja sin tabiques, sus accesorios son míseros a la vista del narrador. El ambiente es silencioso por la falta de la madre de los niños. Aula camina descalza, no está completamente vestida como su padre. La isba es el espacio de la compasión que permanece velada en la recia figura y conducta implacable de Birouk. El narrador expresa asombro por la generosidad de Birouk, pero este retoma su ethos de hombre duro pidiéndole que no cuente a nadie lo sucedido. La cabaña refleja la violencia de la justicia, se torna peligrosa mientras tiene presos detenidos, espectáculo al que se acostumbran los hijos de Birouk. La isba muestra la condescendencia a la gente pudiente que caza por diversión. El bosque: Todos los personajes tienen contacto con el bosque, Birouk y su familia viven en él, mientras que el narrador lo frecuenta para cazar y ha sido referido por sus amistades de la existencia de Birouk. Se puede hablar de este bosque en el relato, como un reverso del locus amenus, ya que no existe la paz imperturbable para la poesía, pues predomina el peligro por los leñadores furtivos y los animales son depredados para distracción de la gente pudiente. El lado tenebroso del bosque se destaca con la tormenta, que dificulta el paso de la drochka del narrador. Solo hay orden en el bosque que custodia Birouk, no hay alegría, es un personaje fúnebre por su viudez y obsesionado con el cumplimiento de su deber. El bosque está reglado por el orden establecido, que reproduce las diferencias sociales, los ricos pueden cazar, pero los pobres no pueden tomar leña. Este bosque no puede darse a todos por igual, provee solo a los privilegiados. Aún más perjudicial que cortar leña, resulta la cacería, que lleva a las especies a la extinción. Turgueniev fue un hábil narrador, pero no tuvo la conciencia despejada para juzgar en su real dimensión a la caza, como una actividad violenta que quiebra la armonía y diezma la vida en la naturaleza. La literatura debería evolucionar después con la llegada de escritores más sensibles, que condenaran esta actividad inicua y no la tomen ni siquiera como diversión.
  • 8. Conclusión: Birouk Foma es un agente de la justicia del estado, en un bosque donde las leyes son permisivas para los ricos y castigadoras para los pobres. Su fortaleza física, estatura y habilidad para detectar a los infractores de la ley lo vuelve un mito vivo. El guardabosque conserva un aura de seriedad, inflexibilidad y violencia de lado del orden establecido, pero será capaz de perdonar a un preso más pobre que él, al liberarlo delante del narrador, quien elogiará su gesto. La piedad no está ausente en Birouk, sino velada en su carácter, para no perder el respeto de los leñadores furtivos que tiene que vigilar y sancionar. En este cuento, ayuda también al narrador a sobrellevar la tormenta y a llegar a la salida del bosque. El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día? Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales. Las nieves del Kilimanjaro V iajero impenitente, amante de la caza y la pesca, aficionado a los toros y al boxeo, Ernst Hemingway logró lo que muchos después de él intentaron: hacer de su vida una leyenda. Para la mentalidad popular, Hemingway representa, como ningún otro escritor, el escritor por antonomasia. Siempre nos lo imaginamos con un rifle en las manos, apuntando a un león o a un búfalo en medio de la llanura africana. O bien, corriendo en los sanfermines, medio borracho, junto a cuatro o cinco mozos pamplonicas. O bien, tomando mojito tras mojito en una barra, de pie junto a unos viejos pescadores cubanos. O bien, en alta mar, con el viento en la cara, dando carrete a un enorme pez vela. O bien, contemplando una faena en una barrera de Las Ventas, al lado de alguna hermosa celebridad cinematográfica. Todo esto es, en parte, cierto, pero casi nunca pensamos en Hemingway cómo en el hombre sentado horas y horas frente a la máquina de escribir, el hombre que bregaba todos los días contra el vacío de la página. Para él, escribir era tener algo que contar, y toda su vida fue una fuga desesperada de aquel hueco central, una lucha contra lo que no se dice y no se puede decir, nunca. En sus peregrinajes de Kenia a Florida, de Cuba a Madrid, Hemingway es heredero de Rimbaud, no de Burton o de Marco Polo. Y al contrario que su ilustre contemporáneo, William Faulkner, que inventó el mundo entero desde una habitación y jamás sintió la necesitad de viajar, Hemingway se ahogaba, necesitaba aire libre, sabanas y mares embravecidos, escenarios donde poner a prueba su valor, safaris, cuadriláteros, trincheras. En el Prefacio a los Cuarenta y nueve cuentos, escribió: Yendo donde hay que ir, haciendo lo que hay que hacer y viendo lo que hay que ver, uno deslustra y embota el instrumento con que escribe. Pero yo prefiero que esté doblado y deslustrado, y saber que tengo que afilarlo de nuevo y martillearlo para darle forma, y aplicarle la piedra de amolar, sabiendo que tengo algo sobre lo que escribir, a tenerlo brillante y reluciente, sin nada que decir, o afilado y pulido en el armario, sin utilizarlo.
  • 9. Nacido en Oak Park, Illinois, en 1899, el joven Hemingway fue reportero del Kansas City Star, pero, al empezar la guerra, se alistó voluntario en el Ejército Italiano, en el cuerpo de ambulancias. Pronto fue herido en una pierna y, con ardor adolescente, se enamoró locamente de la enfermera que le atendía. La pasión no correspondida y el dolor de la pérdida fueron el caldo de cultivo con el que, muchos años más tarde, en 1929, daría a luz una de sus novelas más célebres: Adiós a las armas. Pero Hemingway aún no había pulido ni afilado sus herramientas de escritor. Durante una larga estadía en París, después de la guerra, conoció a otros escritores jóvenes que, como él, se habían exiliado voluntariamente y habían buscado asilo en la ciudad literaria por excelencia. En París era una fiesta, su libro póstumo de memorias parisinas, Hemingway evocó aquellos años de bohemia feliz y despreocupada, de aprendizaje en buhardillas baratas y sórdidas habitaciones de hotel, de paseos a lo largo del Sena y de tardes transcurridas en las mesas de las terrazas, junto a una libreta y una taza de café. Ezra Pound y Gertrude Stein, entre otros, animaron a Hemingway a dedicarse a la literatura, pero el joven aprendiz de escritor sentía que estaba perdiendo el tiempo, que su camino era otro. Sin saberlo aún, Hemingway llegó a España en busca de emociones sencillas y profundas. Encontró un país a medio civilizar, casi salvaje, con costumbres bárbaras que le fascinaron, como las fiestas con animales y las corridas de toros. Hemingway estaba convencido de que uno de los grandes problemas de la narrativa tradicional era la complejidad de los mundos que describía el novelista y la incapacidad del lector por reunir en un todo coherente toda esa amalgama de sensaciones y pensamientos. El joven reportero que había marchado a la guerra para intentar describir al hombre ante la más básica y antigua de las emociones humanas (el miedo) comprendió que incluso la guerra resultaba una realidad demasiado confusa: había demasiado barro, demasiado ruido, demasiada gente y demasiada sangre. En definitiva, sucedían demasiadas cosas al mismo tiempo. En las corridas de toros, el joven Hemingway encontró una ecuación perfecta de lo que andaba buscando desde que decidió ser escritor: un hombre solo ante un animal que podía fácilmente matarlo, encerrados los dos en un escenario muy simple, casi esquemático. La misma metáfora solar que encontraría luego en sus cacerías africanas o en sus jornadas de pesca en Florida y en Cuba: la lucha ritual del hombre frente a la naturaleza salvaje. Buena parte de la narrativa hemingwaiana gira casi siempre en torno a un solo tema, frenética, ciegamente. El miedo, la lucha del hombre contra el miedo. El miedo a morir, que es en definitiva el miedo a vivir, a no ser lo bastante hombre. Es cierto que, a su manera, Hemingway recobró para la novela el perdido territorio de la épica, pero también es verdad que, bajo el ropaje de la épica, descubrió obsesiones personales y terrores ocultos. El emblema del cazador con su rifle a cuestas, o del torero con su espada manchada de sangre, encerraba un simbolismo fálico tan marcado, tan evidente, que Hemingway decidió hacerlo explícito. En La vida corta y feliz de Francis Macomber, Wilson, el cazador profesional, asiste a la epifanía del coraje en una llanura de Kenia. Macomber, el cliente asustadizo que ha echado a correr delante de su esposa en uno de los lances de la cacería, recobra su valor, de golpe, ante un búfalo herido. El relato es una obra maestra de alusiones y sobreentendidos. Hemingway juega con la idea (tomada de Chejov e imitada después por legiones de narradores) de que un cuento es como un iceberg : lo esencial del relato tiene que permanecer sumergido. La impotencia de Macomber y la malevolencia de su esposa son sutilmente sugeridas mediante escenas en apariencia fútiles y diálogos secos y breves, típicos de Hemingway �??otro de sus impagables legados al arte narrativo. Gracias a su sencillez y a su laconismo, el relato tiene la fuerza de una ceremonia primitiva, bestial, y la fatalidad irreversible de una tragedia griega.
  • 10. Hemingway comienza Las nieves del Kilimanjaro, el segundo de sus grandes relatos africanos, con este párrafo impresionante: El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve, de 19.710 pies de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, �??Ngàje Ngài�?�, �??la Casa de Dios�?�. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas. El relato cuenta la agonía de un hombre en un campamento africano. Atendido por su esposa, una mujer buena con quien se casó por su dinero, Harry se lamenta ante la estupidez de su muerte inminente: por un descuido absurdo, la gangrena ha atacado una de sus piernas y la avioneta que podría llevarlo a la civilización no llegará a tiempo. La pierna tumefacta y maloliente de Harry (una de las primeras alusiones del cuento) es el resumen de la vida malgastada de un hombre que no ha sabido amar ni vivir verdaderamente. De vez en cuando, Harry cierra los ojos en su hamaca y recuerda escenas del pasado, casi siempre violentas, escenarios de batalla donde hubiera podido morir con dignidad, en lugar de pudrirse en vida bajo el sol inmisericorde de África. Como el leopardo solitario del Kilimanjaro, Harry ha vagado toda su vida de mujer en mujer, de aventura en aventura, sin saber realmente qué le ha llevado hasta el fin. A la mañana siguiente, el piloto viene a recogerlo y Harry, martirizado por la fiebre, sube a la avioneta. Contempla la sabana interminable desde la ventanilla, la gran diáspora de los animales desde lo alto. El cielo se oscurece y, en medio de una tormenta, Harry ve la cima cuadrada del Kilimanjaro, ancha como el mundo entero; gigantesca, alta e increíblemente blanca bajo el sol. Entonces comprendió que era allí donde iba. Cuando ya era una celebridad mundial, Hemingway regresó a su primer oficio, el de reportero, para cubrir la Guerra Civil Española. A pesar de su fama, no era un buen periodista: muchas veces se inventaba la crónica de turno mientras pedía otro vino en Chicote o recorría sus amadas calles de Madrid. De aquellos años salió la que muchos consideran su mejor novela, Por quién doblan las campanas, cuyo título alude a un poema de Donne: �??cuando oigas doblar las campanas, no preguntes por quién doblan: doblan por ti, doblan por mí�?�. Republicano convencido, Hemingway comprendió que la Guerra Civil Española era el principio del fin, y que la libertad que agonizaba en ese pequeño y salvaje país que había amado tanto, iba a morir pronto en todo el mundo.
  • 11. También fue corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, en Italia, de donde sacaría el material para uno de sus últimos libros, Al otro lado del río y entre los árboles �??título sacado de las últimas palabras del militar sudista Thomas �??Stonewall�?� Jackson, el brazo derecho de Lee en la Guerra Civil Americana. La novela narra la historia de un viejo general estadounidense, enfermo del corazón, que regresa a Venecia para vivir su última historia de amor junto a una jovencísima princesa italiana. El libro, publicado en 1951, fue tachado de pedante y amanerado, y muchos críticos consideraron que Hemingway estaba acabado. Sin embargo, al año siguiente publicó El viejo y el mar, una de sus obras maestras, y dos años después, en 1954, recibió el Premio Nobel. Ninguna de esas alegrías finales le consoló del miedo a la vejez, del carácter depresivo que se iba agravando con el tiempo y del trastorno bipolar que le amenazaba cada tanto y del que no podían sacarlo ni los toros ni los vinos ni la pesca ni los libros. Vivía perdido en una suerte de gloria póstuma. Entró y salió de varios hospitales, batallando contra diversas dolencias, perseguido por la sombra de la enfermedad mental que había provocado el suicidio de su padre y de dos de sus hermanos. �??Si no puedo vivir como yo quiero, la existencia es imposible�?� había escrito. A veces, las ansias de matarse eran desesperadas; un día su mujer lo encontró en el aparcamiento de un aeropuerto, registrando automóviles para ver si alguien se había dejado un revólver cargado en una guantera. El 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho, se pegó un tiro con una escopeta. Nunca quedó claro si fue un suicidio o un accidente de caza. Años después, el maestro de la ciencia�??ficción Ray Bradbury, imaginó un relato fantástico en el que un admirador de Hemingway consigue una máquina del tiempo y viaja a Ketchum el mismo día del célebre suicidio. Ve al viejo caminando con una escopeta al hombro y logra convencerle de que entre en la máquina. Le pregunta qué día hubiera elegido para morir y Hemingway, sin dudar, replica que aquella mañana en que había estado a punto de estrellarse con una avioneta en Kenia, veinte o treinta años atrás. Entonces la máquina se eleva y Hemingway, con un suspiro de júbilo, murmura: �??Estamos volando…�?�. Bradbury, al estilo de Chejov, no cuenta el final, pero no es difícil imaginar al fondo, inmensa, majestuosa, nimbada de nubes blancas, de sol africano y de nieves ecuatoriales, la cumbre del Kilimanjaro.