1. Escuela de Padres
LA IMPORTANCIA DE EDUCAR CON DISCIPLINA
Uno de los aspectos fundamentales para que el niño se convierta en una
persona sociable, autónoma y tolerante es el modo en que haya podido
asumir una cierta disciplina y una serie de límites y normas.
Los padres no pueden estar siempre detrás del niño o del adolescente para
hacerle cumplir las normas. Lo que se ha de lograr mediante estrategias
educativas adecuadas es que estas normas queden tan arraigadas que
nuestros hijos/as lleguen a comportarse de una manera responsable también
cuando no haya nadie que les indique lo que han de hacer.
Un buen punto de partida en lo que respecta a la autoridad de los padres es
que éstos ejerzan simplemente como tales, es decir, ni más ni menos que
hagan de padres; porque una de las cosas más nocivas en la educación de
los niños/as es que padres y madres quieran situarse como amigos de sus
hijos/as. En primer lugar porque esto no es lo que precisan los niños y, en
segundo, porque desde ese lugar nos será más difícil imponer unos límites y
unas normas.
ESTABLECER NORMAS Y PONER LÍMITES
Poner límites es marcar una serie de referencias que orienten la evolución de
los niños/as. Para lograr que el niño tenga comportamientos responsables es
imprescindible establecer unos límites muy claros y razonables que le den
seguridad y al mismo tiempo le ofrezcan alguna libertad de elección. Es
fundamental que el niño desde los primeros años sepa qué es exactamente lo
que se espera de él, ya que esto es lo que le dará seguridad.
Para que las normas y límites sean efectivos han de cumplir con unos requisitos:
Que sean sencillas y simples.
Que sean justas.
Que tengan muy claro cuáles van a ser las consecuencias si no las cumple.
Que apliquemos las normas de forma coherente y justa.
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En realidad, la palabra disciplina significa aprendizaje y constituye el medio
más adecuado para que los padres consigan que sus hijos/as aprendan a
comportarse de manera adecuada.
CÓMO DEBE SER “LA BUENA DISCIPLINA”
No tiene como objetivo prolongar la ansiedad del niño tras cometer la
falta; la disciplina debe ser inmediata. El niño debe aprender que una
conducta errónea tiene sus consecuencias.
La buena disciplina ha de ser lógica. La coherencia educativa es
fundamental para no desconcertar al niño y enseña al niño a confiar en sus
padres y en las normas dictadas.
Firme y segura: los niños que por experiencia saben que las amenazas
constantes de sus padres no se cumplen, no aprenden a ser disciplinados.
Se debe poner en práctica en cualquier momento, situación o lugar.
Tiene que ser justa.
Ha de ser positiva, es decir, que ofrezca alternativas, soluciones, apoyos, de
manera que fortalezca el diálogo y los vínculos afectivos entre los padres y
los hijos/as.
La intensidad debe estar adaptada al desarrollo evolutivo del niño, a su
personalidad y a su grado de sensibilidad.
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LO MÁS FÁCIL ES LO MÁS DIFÍCIL: SER PADRES COHERENTES
Está claro que un “no” o una prohibición nunca es fácil de pronunciar. Frente a
una muestra de autoridad hemos de estar preparados para una rabieta, una
discusión o una mala cara. Aun sabiendo que ésta no es una tarea fácil,
siempre pueden tenerse presentes algunos consejos:
Debe haber acuerdo en la pareja: es muy importante que los padres
compartan los mismos métodos educativos y tengan claros sus objetivos.
Educar participativamente: debemos desechar los modelos demasiado
rígidos y animar a nuestros hijos/as para que opinen y propongan
alternativas a nuestras decisiones.
El objetivo fundamental es la autonomía y la madurez. Para ello debemos ir
marcando metas cortas, claras y concretas. En función de cada edad hay
que ir dando las responsabilidades adecuadas.
La autoridad debe basarse en valores estables. No hay nada peor que
unas normas aleatorias fruto de un enfado o de un estado de ánimo
determinado.
Los padres son un espejo para sus hijos/as: de nada servirá que pongamos
límites si nosotros mismos somos incapaces de cumplirlos.
Las normas están para ser cumplidas. Conviene tener presente qué pasará
si esa norma no se cumple y respetar sus consecuencias.
Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por
parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a.
LA IMPORTANCIA DE DECIR ”NO”
Lógicamente es más cómodo decir sí a todo lo que piden los hijos/as o dejarles
hacer lo que quieren. Sin embargo, si queremos que lleguen a ser responsables
y aprendan a respetar unas normas es imprescindible prohibirles algunas cosas,
de manera que el “no” es muy importante en su educación, siempre que se
utilice en los momentos adecuados.
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Por todo ello, es importante tener en cuenta:
Imponer límites es una tarea difícil y lenta pero muy importante para
conseguir que los niños/as lleguen a ser personas responsables y maduras.
Muchos problemas de disciplina se podrían evitar si desde pequeños
escuchan un “no” en el momento necesario.
No es más feliz un niño/a que jamás ha escuchado un “no” y siempre ha
actuado según su capricho.
Si dentro de la vida familiar “todo vale” y todo está permitido, tendrán más
dificultades para asumir las normas que van a encontrar en la escuela o en
otras actividades cotidianas.
Es preferible que el establecimiento de estas normas se haga desde el
respeto, el razonamiento y la tolerancia que desde la fuerza.
PRINCIPALES ERRORES que debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:
La permisividad. Los adultos somos los que hemos de decirle al niño/a lo
que está bien o lo que está mal. Un hijo/a que hace “fechorías” y sus
padres no le corrigen piensa que es porque no lo quieren o no lo valoran.
Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.
Ceder después de decir “no”. El “no” es innegociable. Nunca se puede
negociar el no; es el error más frecuente y que más daño hace a los niños.
En cambio, el “sí” sí se puede negociar.
Si creemos que el niño puede ver la tele, negocie con él qué programa y
cuanto rato.
El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es
intentar que el niño/a haga todo lo que los padres quieren anulándole su
personalidad. Sólo persigue la obediencia por la obediencia.
Falta de coherencia. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre
dentro de una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de
ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los
hechos.
Gritar/Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos pero, gritar conlleva
un gran peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado se puede
pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso a los malos tratos. Nunca
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debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados deben
pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres, ...
No cumplir las promesas ni las amenazas. Cada promesa o amenaza no
cumplida es un girón de autoridad que se queda por el camino. Las
promesas y amenazas deben ser realistas, es decir, fáciles de aplicar: un día
sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.
No negociar supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto
incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan
las relaciones entre los padres y los hijos.
No escuchar. Muchos padres se quejan de que sus hijos/as no les
escuchan, y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos.
Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que tenían que hacer, pero
escuchar...nunca.
Exigir éxitos inmediatos. Nadie ha nacido enseñado. Todo requiere un
periodo de aprendizaje con sus correspondientes errores.
Una vez que sabemos lo que hay que evitar, algunos consejos y “trucos”
sencillos que os ayudarán a tener prestigio y autoridad positiva ante
vuestros hijos/as:
Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos.
Como ya hemos dicho estos objetivos han de ser pocos, formulados y
compartidos por la pareja. Requieren tiempo de comentario, incluso, a
veces papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además deben ser
revisados si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado
desfasados por la edad del niño/a o las circunstancias familiares.
Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir “pórtate
bien”. Estas instrucciones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es
darle con cariño instrucciones concretas.
Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones
concretas y claras, las primeras veces necesitará atención y apoyo
mediante ayudas verbales y físicas.
Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que
hace bien y pasando por alto lo que hace mal. Al niño, como al adulto, le
encanta tener éxito y que se lo reconozcan.
Dar ejemplo. Sin coherencia entre las palabras y los hechos jamás
conseguiremos nada de nuestros hijos/as.
Confiar en nuestro hijo/a.
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Actuar y huir de los discursos. Los sermones tienen un valor de efectividad
igual a cero. Una vez que el niño ya sabe qué tiene que hacer, y no lo
hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
PREMIOS Y CASTIGOS
No puede afirmarse rotundamente que premios y castigos sean malos o
buenos en sí mismos, pero sí debe tenerse en cuenta el modo en que se
administran. Si analizamos nuestra conducta veremos que en más de una
ocasión hemos utilizado el castigo arbitrariamente, bien porque otros asuntos
influían en nuestro mal humor o porque no hemos sabido resolver el conflicto
de otro modo.
Por todo ello, conviene tener presente que:
Es mejor aplaudir que castigar, sonreír que gruñir.
Aunque las amenazas y castigos no son la panacea hay que ser
consecuentes y cumplir con lo que se dice.
Debe haber una coherencia y no castigar un día por una cosa que al día
siguiente estará permitida.
Al igual que conviene elogiar los pequeños avances en las conductas
deseables, para eliminar ciertos comportamientos que nos irritan, a veces
es preferible ignorarlos y desviar la atención que criticarlos continuamente.
APRENDER DE LAS CONSECUENCIAS
Una alternativa eficaz a los premios y castigos para educar a nuestros hijos es
que se acostumbren a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos; en
este sentido, es preferible utilizar el diálogo, la negociación y el pacto.
Aprender de sus consecuencias supone que al niño se le ofrezcan varias
alternativas para que él tome una decisión. Por ejemplo, si tiene su habitación
ordenada podrá invitara sus amigos a jugar.
Es preciso plantear estas alternativas de modo cordial, sin ningún tipo de
enfados y mostrándole que es él quien elige en función de lo que haga o deje
de hacer.
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Pero también los padres deben aceptar la opción elegida y luego mantenerla
de modo coherente. No podemos después sentir lástima y ceder cuando no
ha cumplido su compromiso.
Este método contribuye, mucho más que cualquier premio o castigo, a que los
niños/as aprendan a ser más responsables y a tomar decisiones.
Dos factores son absolutamente imprescindibles en la relación con los hijos/as:
amor y sentido común. El amor hace que las técnicas no conviertan la relación
en algo frío, rígido e inflexible. El sentido común es lo que hace que se aplique
la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada,
en función del niño, del adulto y de la situación en concreto.
ADECUADA INTERACCIÓN FAMILIA-COLEGIO.
Ni que decir tiene, el papel fundamental que hoy por hoy el colegio tiene en la
coeducación de nuestros hijos, de ahí la importancia de mantener un criterio
unánime. Es imprescindible que los padres depositen en los docentes unos
niveles altos de confianza con el fin de aceptar y valorar sus aportaciones e
intervenciones. La seguridad en su experiencia y conocimientos resultará más
favorable que la desconfianza hacia su trabajo.
Si partimos de la idea de que el ambiente familiar y escolar son los que más
influyen en el desarrollo del individuo y su proceso educativo, es fundamental
la colaboración entre todos aquellos que intervienen en el desarrollo y
formación del niño. Entre la escuela y la familia debe existir una estrecha
comunicación, eliminando en la medida de lo posible discrepancias y
antagonismos a favor de la unificación de criterios de actuación y apoyo
mutuo.
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En el hogar, el papel y la actitud de los padres debe ir encaminado a:
Mantener y reforzar las normas fijadas desde la escuela, pues deben
encontrar continuidad en la familia.
Respetar y tolerar las formas de proceder de los maestros, pues seguro que
siempre responden a una finalidad determinada.
Dejar que los hijos asuman sus propias responsabilidades. Nunca protegerlos
de problemas que ellos mismos se han creado. Deben aprender que sus
actos tienen unas consecuencias.
No menospreciar y mucho menos desautorizar el trabajo educativo
realizado por el maestro.
El conflicto o la discrepancia entre la familia y la escuela repercute
negativamente en los hijos y es perjudicial para el buen desarrollo de su
educación.
“En la educación de los niños es más conveniente decir “no” en voz
baja que decir “sí” gritando” (Ángel Jordán Goñi).
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