6. "Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.
Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.
Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros, y mi llanto.
Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan solo lo comparte."
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9. Del camino a mitad de nuestra vida
encontréme por una selva oscura,
que de derecha senda era perdida.
¡Y cuánto en el decir es cosa dura
esta selva salvaje, áspera y fuerte,
que en el pensar renueva la pavura!
10. Tanto es amarga que es poco más muerte:
más, para hablar del bien que allí encontrara
diré otras cosas de que fui vidente.
Yo no se bien decir cómo allí entrara;
tan lleno era de sueño en aquel punto
que el derecho camino abandonara… (…)
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15. Esto dicho, desenvainó la aguda espada, grande y fuerte, que
llevaba en el costado. Y encogiéndose, se arrojó como el águila de
alto vuelo se lanza á la llanura, atravesando las pardas nubes, para
arrebatar la tierna corderilla ó la tímida liebre; de igual manera
arremetió Héctor, blandiendo la aguda espada. Aquiles embistióle, á
su vez, con el corazón rebosante de feroz cólera: defendía su pecho
con el magnífico escudo labrado, y movía el luciente casco de
cuatro abolladuras, haciendo ondear las bellas y abundantes crines
de oro que Vulcano colocara en la cimera. Como el Véspero, que es
el lucero más hermoso de cuantos hay en el cielo, se presenta
rodeado de estrellas en la obscuridad de la noche; de tal modo
brillaba la pica de larga punta que en su diestra blandía Aquiles,
mientras pensaba en causar daño al divino Héctor y miraba cuál
parte del hermoso cuerpo del héroe ofrecería menos resistencia.
16. Éste lo tenía protegido por la excelente armadura que
quitó á Patroclo después de matarle, y sólo quedaba
descubierto el lugar en que las clavículas separan el
cuello de los hombros, la garganta, que es el sitio por
donde más pronto sale el alma: por allí el divino
Aquiles envasóle la pica á Héctor que ya le atacaba, y
la punta, atravesando el delicado cuello, asomó por la
nuca. Pero no le cortó el garguero con la pica de
fresno que el bronce hacía ponderosa, para que
pudiera hablar algo y responderle. Héctor cayó en el
polvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo, diciendo:
17. «¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te
creíste salvado y no me temiste á mí porque me hallaba ausente.
¡Necio! Quedaba yo como vengador, mucho más fuerte que él, en las
cóncavas naves, y te he quebrado las rodillas. Á ti los perros y las aves
te despedazarán ignominiosamente, y á Patroclo los aqueos le harán
honras fúnebres.»
Con lánguida voz respondióle Héctor, el de tremolante casco: «Te lo
ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que
los perros me despedacen y devoren junto á las naves aqueas! Acepta
el bronce y el oro que en abundancia te darán mi padre y mi veneranda
madre, y entrega á los míos el cadáver para que lo lleven á mi casa, y
los troyanos y sus esposas lo pongan en la pira.» (…)
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19. ESCENA V
Entra el Inca PACHACÚTEC con su séquito.
CCOYA.— Límpiate el rostro; enjúgate los ojos. Mira a tu padre que sale.
PACHACÚTEC.— ¡Cusi-Ccoyllur! ¡Fruto de mi corazón! ¡Flor de todos
mis hijos! ¡Bella red de mi pecho! ¡Relicario de mi cuello! Ven, paloma a
mi pecho; descansa en mis brazos. Devana en mi presencia un ovillo de
oro que está adentro. En ti tengo cifrada toda mi dicha: eres mi única
felicidad: eres la niña de mis ojos. Aquí tienes en tu presencia las armas
del Imperio, que con una mirada dominas. ¿Quién pudiera abrir tu pecho
para descubrir tus pensamientos y fijar en él tu reposo? Eres para tu
padre la única esperanza de su vida. Con tu presencia mi vida entera ha
de ser un gozo eterno.
20. CUSI-CCOYLLUR.— ¡Oh padre! Postrada a tus pies te adoro
mil veces. Favoréceme para que huyan mis angustias.
PACHACÚTEC.— ¡Tú, a mis pies! ¡Tú humillada! (Me espanta
decirlo). Mira que soy tu padre: yo te he criado con solícita
ternura. ¿Por qué lloras?
CUSI-CCOYLLUR.— Ccoyllur llorará como el rocío que el Sol
disipa con su presencia; así también ella disipará su incauto
amor.
PACHACÚTEC.— Vengo amoroso, bella escogida; siéntate
sobre mis rodillas.
UNA DOMÉSTICA.— Tus siervos vienen para consolarte.
PACHACÚTEC.— Di que entren.
21. Hoy ya no sale el sol
el cielo se ve nublado.
Hoy que lloviendo está
yo te esperaré para pasear.
Hoy todo es ideal
quizás para enamorarnos.
Hoy yo te esperaré
y mi gran amor te declararé.
22. Yo te acariciaré
y tú cogerás mis manos.
Yo, yo te abrazaré
tú me besarás
yo te besaré.
Hoy yo me debo a ti
y siempre estaré a tu lado.
El tiempo pasará
y yo te amaré cada instante más.
23. Hoy yo me debo a ti
de ti vivo enamorada.
Yo quiero conseguir
que tu amor también sea para mi.
El tiempo pasará
y aquí puede que volvamos
si todo es realidad
si es verdad tu amor.