ÉTICA, NATURALEZA Y SOCIEDADES_3RO_3ER TRIMESTRE.pdf
Clásicos Cotidianos
1. AUTOR: FRANCISCO GARCÍA JURADO
TÍTULO: “«Clásicos cotidianos», o libros que ayudan a vivir. Entre Virgilio e Italo
Calvino”
REF. Humanística 13, 2002-2003, 11-19 CLAVE: A
«CLÁSICOS COTIDIANOS», O LIBROS QUE INVITAN A
VIVIR. ENTRE VIRGILIO E ITALO CALVINO"1.
Francisco García Jurado
Universidad Complutense
1. HACIA UN CONCEPTO DIFERENTE Y RELAJADO DE CLÁSICO.
Un libro de mi
biblioteca está a punto de
cumplir cien años. Se trata
de la segunda edición
(1903) de la novela
titulada A cidade e as
serras, de José María Eça
de Queiroz, obra póstuma
de este genial autor
portugués de formación
francesa, cuya muerte
sobrevino cuando aún no
había terminado de
corregir las pruebas. La
novela, que apareció
impresa por primera vez
en 1902, nos cuenta la
peripecia de un joven aristócrata, Jacinto, que vive hastiado de su vida decadente en
París y decide volver a su finca portuguesa. Una vez allí, al tiempo que emprende una
vida bucólica, no dejará por ello de tomar conciencia de los problemas de su gente. La
obra, no exenta de aspectos que nos recuerdan al regeneracionismo hispano, es una
réplica de la famosa novela titulada Al revés (1884), escrita por Joris Karl Huysmans,
que se convirtió en la "biblia" del decadentismo estético. En otro lugar 2, hemos
estudiado la notable circunstancia de que el poeta Virgilio, denostado por Huysmans
como paradigma del canon académico3, se convierta para Eça de Queiroz en una plácida
1
Este trabajo se adscribe al Proyecto de Investigación CAM 06/0129/2001 "Historiografía de la literatura
grecolatina en el siglo XIX español: filología y espacio literario", financiado por la Consejería de
Educación y Cultura de la Comunidad Autónoma de Madrid.
2
Francisco García Jurado, "Virgilio entre los modernos. Un singular capítulo de la lectura de las
Geórgicas en Joris-Karl Huysmans, José María Eça de Queiroz y Cristóbal Serra (ensayo de Literatura
Comparada)", CFC (E.Lat) 16, 1999, pp. 45-75
3
Así lo expresa el autor: "Entre otros autores, el dulce Virgilio aquel al que los maestrillos han
denominado el Cisne de Mantua, sin duda porque no ha nacido en esta ciudad, le parecía algo así como
uno de los más insoportables pedantes, uno de los más siniestros pelmazos que jamás haya producido la
Antigüedad. Sus pastores limpios y acicalados que, uno tras otro, van descargando de su cabeza cántaros
de versos sentenciosos y fríos; su Orfeo, a quien compara con un ruiseñor lacrimoso, su Aristeo, que
1
2. y amena lectura, después de que su personaje haya regresado a Portugal para emprender
una nueva vida en contacto con la naturaleza. Si bien no es la única vez, hay un
momento esencial en que Eça de Queiroz recurre a los versos de Virgilio para
insertarlos en la paz del nuevo ambiente rural:
"Sobre una de esas tablas descansaban dos espingardas; en las otras aguardaban,
diseminados, como los primeros doctores llegados a un concilio, algunos nobilísimos volúmenes, un
Plutarco, un Virgilio, la Odisea, el Manual del Epicteto y las Crónicas de Froissart. Después, en
ordenadas hileras, sillas de enea, muy nuevas y lustrosas. Y en un rincón, un mueble para bastones.
Todo resplandecía de orden y limpieza. Los postigos entornados protegían contra el sol,
que de aquel lado caía ardientemente escaldando los ventanales de piedra. Olían los claveles. Del
suelo, lavado con agua, emanaba en la tamizada penumbra una blanda frescura. Ningún rumor
turbaba los campos ni la casa. Tormes dormía bajo el esplendor de la mañana santa. Y, vencido por
aquella consoladora quietud de convento rural, acabé por tenderme en un sillón de junco junto a la
mesa y abrir lánguidamente un tomo de Virgilio, murmurando, sin más que apropiar ligeramente el
dulce verso que leí primero:
Fortunate Jacinthe! Hic, inter arua nota
et fontis sacros, frigus captabis opacum...4
¡Afortunado Jacinto, en verdad! ¡Ahora, entre los campos, que son tuyos, y las fuentes que
te son sagradas, encuentras finalmente sombra y paz!
Leí todavía otros versos. Y, con el cansancio de las dos horas de camino y de calor desde
Guiaes, acabé por dormirme irreverentemente sobre el divino bucólico." (La ciudad y las sierras,
trad. de Eduardo Marquina, Barcelona, Bruguera, 1984, pp.160-161)
Aunque parezca irrelevante, la circunstancia de caer plácidamente rendido sobre el
libro de Virgilio es muy significativa. Tengamos en cuenta que el personaje de Eça de
Queiroz ha hecho un camino de vuelta al campo y que en lo literario se ha alejado,
asimismo, de los excesos del decadentismo. Ahora bien, no se trata de una mera vuelta a
un autor canónico y sagrado, sino, más bien, a un viejo amigo, con quien se tiene la
confianza suficiente como para poder quedarse dormido en su presencia. Este hecho, más
que una vuelta, supone una reconsideración del autor clásico. Por ello, la anécdota de esta
bucólica escena responde a un complejo trasfondo. Tras siglos de tradición imitativa,
tan sólo salpicada por la sátira y la parodia, los autores que llamamos clásicos se
convirtieron a partir del romanticismo en metas que superar, merced al anhelo de
originalidad imperante. El decadentismo, por su parte, intentó invertir lo que la estética
académica proponía como canónico, reaccionando, precisamente, con hastío -el spleen o
lloriquea cuando habla sobre las abejas, su Eneas, ese personaje indeciso y escurridizo que, con gestos
acartonados, se pasea, como una sombra chinesca, por el entramado mal ajustado y mal engrasado del
poema, exasperaban a Des Esseintes. Sin embargo, hubiera estado dispuesto a aceptar las pamplinas que
estas marionetas van soltando entre bastidores; habría incluso aceptado los descarados préstamos tomados
de Homero, de Teócrito, de Ennio y Lucrecio, también el robo puro y simple, según ha revelado
Macrobio, del Segundo Canto de la Eneida, copiado, casi palabra por palabra, de un poema de Pisandro, y
finalmente toda la inenarrable vacuidad de este montón de poemas; pero lo que más le horrorizaba era la
floja ejecución de unos hexámetros que sonaban a hojalata hueca, alargando la cantidad variable de las
palabras según el rasero inmutable de una prosodia pedante y seca, y la contextura de unos versos ásperos
y tiesos que manifestaban un afectado tono de retórica oficial, una ramplona reverencia a las normas de la
gramática, y que se presentaban cortados de forma mecánica por una inalterable censura, rematados,
siempre de la misma forma, con el encuentro de un dáctilo y un espondeo (...)" (Joris-Karl Huysmans, A
contrapelo. Edición de Juan Herrero, Madrid, Cátedra, 1984, pp. 149-150)
4
Se trata de una cita de Verg.Ecl.1,51-52, donde se ha cambiado senex por Jacinthe y flumina por arua, sin
tener en cuenta la métrica del hexámetro: fortunate senex, hic inter flumina nota / et fontis sacros frigus
captabis opacum.
2
3. la melancolía literaria5- ante lo aceptado por una sociedad burguesa y bienpensante. De
esta forma se conforma una nueva tradición, la moderna, al decir de Octavio Paz, lo que
nos ha llevado a pensar en una confrontación irreconciliable con la tradición clásica que
pondría, por representarlo con dos autores
significativos, a Virgilio de un lado y a Baudelaire del
otro. La realidad, felizmente, es más rica y las dos
tradiciones han terminado por convivir. En este
sentido, frente a la idea de los clásicos como metas
insuperables o paradigmas del canon, el escritor y
ensayista italiano Italo Calvino propuso una
concepción de los clásicos que en su aparente sencillez
arroja una nueva luz para poder entender algunas de
las claves esenciales de la función de la buena
literatura en nuestro mundo moderno. Como bien
apunta Nora Catelli6, "a diferencia de los románticos,
Baudelaire, Borges o T.S. Eliot, Calvino no es un
legislador; en la formación de ese marco tripartito
(gusto, crítica y tradición) existe una carga de azar
mayor que en la de aquéllos. Digamos que a los otros,
en su mayoría, podemos pensarlos como poderosos
agentes de la lucha agonista por la originalidad
suprema, según la imagina Harold Bloom. Pero no a Calvino." En este sentido, Calvino
deja a un lado los presupuestos de la originalidad y los cánones para ofrecernos una
visión relajada de los autores clásicos, antiguos y modernos, a la manera de una
biblioteca de lecturas, personal y, sobre todo, ligada a la vida7. Veamos lo que decimos
en palabras del propio Calvino:
"Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable, y la biblioteca
del conde Monaldo, sobre todo, ha estallado. Los viejos títulos han sido diezmados pero los
novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No
queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa
biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado
para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para
nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales" (Italo
Calvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona, Tusquets, 1992, p.19)
Esta visión, a la que en otro lugar nos hemos etiquetado como la de los "clásicos
cotidianos", encuentra en las literaturas modernas muchos y variados ejemplos que,
como en el caso de Eça de Queiroz, se dan incluso antes de que Calvino la propusiera.
Vamos a hacer un breve recorrido literario por algunas de las lecturas que los autores
modernos hacen de los clásicos, concretamente los clásicos latinos, para poder apreciar
cómo se conforma, desde la vivencia de una biblioteca de lecturas, una suerte de historia
no académica de la literatura, que no deja de ser, como cualquier historia viva, "una
5
Para el concepto de spleen, que podría entenderse como "melancolía vital", "hastío" o taedium vitae,
recomendamos un excelente libro olvidado de Guillermo Díaz Plaja que lleva el título de Tratado de las
melancolías españolas (Madrid, Sala Editorial, 1975), especialmente las páginas dedicadas a la
"Melancolía Modernista" (pp. 265-284).
6
Nora Catelli, "Calvino o la biblioteca como educador", Archipiélago 22, 1995, pp.114-119.
7
Esta concepción de un clásico se opone, en definitiva, a esa definición tradicional que encontramos en el
DRAE (s.v. "Clásico"): "Dícese del autor o de la obra que se tiene por modelo digno de imitación en
cualquier literatura o arte". Esta definición aparecía en las contraportadas de la colección "Libro Clásico"
que publicaba en otros tiempos la extinta editorial Bruguera.
3
4. antología inminente", en palabras de Alfondo Reyes8. De esta forma, entre sus clásicos
grecolatinos, Calvino hace una peculiar selección con la Odisea de Homero, la
Anábasis de Jenofonte, las Metamorfosis de Ovidio y la Historia natural de Plinio el
Viejo. Como puede verse a simple vista, hay entre estos clásicos algunos que serían más
esperables que otros según el concepto tradicional y estético de lo canónico. Pero es la
lectura personal que hace de cada autor la que va desvelando las razones de la selección:
la Odisea, a la vez que se convierte en el mito de todo viaje, ofrece diferentes claves de
lectura, la Anábasis es un prodigio narrativo, Ovidio despliega sentidos diversos al
contar los mitos, y Plinio el Viejo aúna el papel de compilador de datos con el de
filósofo de la existencia humana. En todo caso, las lecturas que hace de estos autores
provienen de una actitud completamente alejada de lo escolar, como es la de un lector
libre y voluntarioso que lee la obra sin saltarse pasajes9.
Según lo analizado hasta aquí, en Calvino encontramos una concepción de lo
que es un clásico ligada a la experiencia vital, donde los clásicos se ordenan no merced
a cánones establecidos, sino a la manera de una biblioteca personal. Los clásicos, por lo
demás, son educadores, pero no se trata de una educación que pase necesariamente por
la escuela, y frente a la idea agonística de la original superación de los modelos, los
clásicos se convierten en compañeros de viaje. Sobre estos presupuestos, vamos a
destacar tres comentarios que hemos encontrado en autores modernos acerca de la
lectura y la vivencia de sus clásicos, concretamente sus clásicos latinos10. Estos
testimonios pertenecen a autores bien distintos, como Antonio Machado, que nos habla
de Virgilio, Bioy Casares con respecto a Aulo Gelio, y Joan Perucho, cuando evoca al
poeta Ausonio.
2. LIBROS QUE INCITAN LAS GANAS DE VIVIR: VISIONES NO
ACADÉMICAS DE VIRGILIO, AULO GELIO Y AUSONIO.
Entre 1919 y 1924, Machado estuvo reuniendo notas en un cuaderno que lleva
el título de Los complementarios11. La recopilación, que se abre significativamente con
una cita virgiliana (Ecl. 1,28 candidior postquam tondenti barba cadebat12), ofrece
luego una emotivo comentario acerca del poeta latino al que siguen cinco versos muy
bien escogidos de la Eneida:
“Virgilio. Si me obligaran a elegir un poeta, elegiría a Virgilio. ¿Por sus Églogas? No.
¿Por sus Geórgicas? No. ¿Por su Eneida? No.
8
Alfonso Reyes, "Teoría de la antología", en La experiencia literaria. Obra Completas. vol. XIV, México,
1962, México, F.C.E.
9
De esta forma, cuando nos habla de Jenofonte, recuerda Calvino un ingrato recuerdo de sus lecturas
escolares: "De estos trozos oratorios yo conservaba desde las aulas escolares el recuerdo de un gran tedio,
pero me equivocaba. El secreto, al leer la Anábasis, es no saltarse nunca nada, seguir todo punto por
punto" (Calvino, o.c., p. 31).
10
Para el estudio de las lecturas de los autores latinos por parte de los modernos, y la hipótesis de una
historia no académica, puede consultarse nuestro libro titulado Encuentros complejos entre la literatura
latina y las modernas: una propuesta desde el comparatismo (Madrid, Asociación española de eslavistas,
1999), o la publicación electrónica "Historia desconocida de la literatura latina en las letras del siglo XX.
Metodología de la literatura comparada", en Liceus. Portal de las humanidades (http://www.liceus.com/es/
aco/culc/per/11000.html).
11
"Según consta en la primera página del manuscrito fue escrito el cuaderno entre los años 1919-1924 en
Madrid y Baeza, lo que no impide que llegue hasta el año 25 y que escribiera en otros lugares." (Domingo
Ynduráin, Introducción a Antonio Machado, Los complementarios. Transcripción, Madrid, Taurus, 1971,
p.11).
12
En traducción de Vicente Cristóbal: "cuando, afeitándome, ya más canosa caía mi barba". La cita de
Machado al comienzo del cuaderno puede hacer alusión a su propia edad en ese momento.
4
5. 1º Porque dio asilo en sus poemas a muchos versos bellos de otros poetas, sin tomarse
el trabajo de desfigurarlos.
2º Porque quiso destruir su Eneida ¡tan maravillosa!
3º Por su gran amor a la naturaleza.
4º Por su gran amor a los libros.
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram,
perque domos Ditis vacuas, et inania regna;
quale per incertam lunam sub luce maligna
est iter in silvis, ubi caelum condidit umbra
Jupiter, et rebus nox abstulit atra colorem.
Eneida = Canto VI”
(Antonio Machado, Los Complementarios, edición crítica por Domingo Ynduráin,
Madrid, Taurus, 1971, p.34 de la transcripción y 14R del cuaderno de Machado)
Al igual que veíamos en el pasaje de Eça de Queiroz, el texto presupone la
conciencia por parte de Machado de una arraigada tradición crítica cuyo desarrollo final
ha tenido lugar en el siglo XIX. Para empezar, no se decanta por ninguno de los géneros
poéticos (épica, poesía pastoril
y poesía didáctica) que cultiva
Virgilio en sus tres conocidas
obras, sino por el poeta en sí,
considerado en su unidad por
encima de tales géneros. Ante
una apreciación como esta no
podemos menos que
acordarnos de la concepción
estética de Benedetto Croce
cuando reacciona con su
idealismo contra el positivismo
de la historiografía literaria13.
Los cuatro breves comentarios
que siguen enumerados
contemplan cuatro facetas
fundamentales del poeta. La primera ("1º Porque dio asilo en sus poemas a muchos
versos bellos de otros poetas, sin tomarse el trabajo de desfigurarlos") concierne a la
cuestión, tan propia de la estética romántica, de la originalidad del poeta. Machado
invierte por completo el juicio negativo de Virgilio como plagiario para elogiar,
precisamente, esta faceta con la bella metáfora de dar asilo a versos ajenos. En segundo
lugar, la nota biográfica ("2º Porque quiso destruir su Eneida ¡tan maravillosa!")
concierne al viejo problema, ya recogido por los testimonios de las Vitae Vergilianae,
de la intención que tuvo el poeta de quemar su poema épico, donde, más allá del hecho
en sí, se nos escapan la motivación que empujó al poeta14. El tercer apunte ("3º Por su
13
Elena Arenas Cruz hace un clarificador recorrido por esta delicada cuestión de los géneros en su trabajo
"La teoría de los géneros y la historia literaria", en Mª del Carmen Bobes et alii, La historia de la
literatura y la crítica, Salamanca, Ediciones Colegio de España, 1999, pp. 159-188.
14
En este punto, nos parece de obligada lectura el trabajo de José Luis Vidal titulado "Por qué Virgilio
quería quemar la Eneida..., si es que quería", publicado en HVMANITAS in honorem Antonio Fontán
(Madrid, Gredos, 1992, pp. 479-484). En este trabajo se repasa la cuestión desde los testimonios positivos
procedentes de las Vitae hasta la interpretación puramente hermenéutica del novelista Herman Broch en
su obra titulada La muerte de Virgilio.
5
6. gran amor a la naturaleza"), responde a un asunto crucial de la estética decadente,
precisamente cuando rompió con la idea de que el arte fuera una imitación de la
naturaleza15, y merced al cual Huysmans consideró a Virgilio como un poeta
doblemente negativo, ya que era paradigma del clasicismo y cantor de las cosas del
campo. La cuarta apreciación ("4º Por su gran amor a los libros") nos coloca ante un
poeta que es también lector y amante de los libros, al igual que lo es de la naturaleza, sin
fisuras entre uno y otro aspecto. Finalmente, los cinco versos que coronan el apunte
(Aen. 6, 268-272)16, suponen el resultado de una lectura personal en la que se ha hecho
un loable ejercicio de selección. Resulta curioso que la famosa hipálage del primer
verso (Ibant obscuri sola sub nocte), donde el adjetivo obscuri correspondería por
sentido lógico al sustantivo nocte, fuera también motivo de admiración para Jorge Luis
Borges, que evoca constantemente al poeta latino al final de su vida, como recuerdo
indeleble de su adolescencia en Ginebra, que es cuando leyó en la escuela sus versos17.
Precisamente, del inseparable compañero literario de Borges, Adolfo Bioy
Casares, hemos seleccionado el segundo testimonio para ilustrar la idea de clásico
cotidiano. Para empezar, la elección del libro latino ya es motivo de asombro, pues las
Noches Áticas, del erudito latino Aulo Gelio, es una obra citada y querida por algunos
de los más relevantes autores hispanoamericanos del siglo XX. Sabemos que, por
ejemplo, el guatemalteco Augusto Monterroso lo cita en la bibliografía final de su libro
Lo demás es silencio18, y en otro lugar hemos visto cómo un capítulo de Aulo Gelio
aparece inserto como tal en Rayuela, de Julio Cortázar19, lo que nos dio pie para analizar
la compleja relación inédita que este antiguo libro de miscelánea pudiera tener con el
ensayismo argentino moderno. Asimismo, Jorge Luis Borges es un asiduo lector de
Gelio, a quien cita más de una vez como motivo de erudición y fantasía 20. En este
contexto es donde debemos situar el emotivo comentario que hace Bioy Casares de los
dos tomos de Gelio que publicara a finales del siglo XIX la antigua Biblioteca Clásica
Hernando:
15
Para este asunto, puede consultarse el documentado trabajo de Hans Robert Hauss titulado "El arte
como anti-naturaleza. A propósito del cambio de orientación estética después de 1789", en Darío
Villanueva (comp.), Avances en Teoría de la Literatura, Santiago de Compostela, Universidade 1994, pp.
117-148.
16
En traducción rítmica de Agustín García Calvo, tales versos suenan como sigue:
"Iban oscuros
por bajo la sola noche por entre
sombra y la yerma mansión de Plutón
y el reino vacío,
tal como en luna incierta
bajo la luz hechizada
se entra al bosque,
a la hora que hundió en las sombras el cielo
Júpiter y el color
robó a las cosas la noche."
17
Carlos García Gual, "Borges y los clásicos de Grecia y Roma", Cuadernos hispanoamericanos
505-507, 1992, p. 341
18
Véase Augusto Monterroso, Cuentos, fábulas y lo demás es silencio, Madrid, Alfaguara, 1996, p. 355.
19
Francisco García Jurado, "El juego de la erudición. La miscelánea en Julio Cortázar y Aulo Gelio (a
propósito de las máscaras-personae reales y verbales" , en D. Villanueva y F. Cabo Aseguinolaza,
Paisaje, Juego y Multilingüismo. X Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y
Comparada, tomo II, Santiago de Compostela, Universidade, 1996, pp.137-147.
20
Sobre la relación compleja de la literatura latina con la literatura fantástica moderna puede consultarse
nuestro artículo "Plinio y Virgilio: textos de la literatura latina en los relatos fantásticos modernos. Una
página inusitada de la Tradición Clásica", CFC (E.Lat) 18, 2000, 163-216.
6
7. "Pocos objetos materiales han de estar tan entrañablemente vinculados a nuestra vida
como algunos libros. Los queremos por sus enseñanzas, porque nos dieron placer, porque
estimularon nuestra inteligencia, o nuestra imaginación, o nuestras ganas de vivir. Como en la
relación con seres humanos, el sentimiento se extiende también al aspecto físico. Mi afecto por
las Noches Áticas de Aulo Gelio, dos tomitos de la vieja Biblioteca Clásica, abarca el formato y
la encuadernación en pasta española." (Adolfo Bioy Casares, "A propósito de El libro de Bolsillo
de Alianza Editorial y sus primeros mil volúmenes", en D. Martino, ABC de Adolfo Bioy
Casares, Alcalá de Henares, Ediciones de la Universidad, 1991, p. 179)
Bioy nos ofrece una visión de la literatura
ligada a la vida y con una intensa dimensión
educativa. En otras palabras, esta dimensión
formadora de la literatura va mucho más allá de
una mera lectura escolar de los clásicos, pues ha
de concebirse desde el punto de vista de una
literatura que nos ayuda a vivir. En este sentido, la
elección de Aulo Gelio es cualitativamente
diferente a la de Virgilio hecha por Eça de
Queiroz y Machado, ya que en éstos el
conocimiento del poeta latino ha tenido que pasar
necesariamente por la escuela. La lectura de Aulo
Gelio, en cambio, no tiene un origen escolar, y ha
de ponerse en relación, más bien, con el bagaje de
lecturas que se hacen en la edad adulta. La
consideración del libro en su aspecto material no
es algo anecdótico, ya que la compañía del clásico
es también una compañía física. En este caso, el
conocimiento de Aulo Gelio se debe a la
traducción que Francisco Navarro y Calvo hiciera
a finales del siglo XIX, gracias a la cual fueron
accesibles para un público culto las Noches
Áticas, compendio desordenado de los mas variopintos saberes filológicos e históricos21.
Sobre la importancia del libro como objeto material que nos acompaña, ya hemos visto
cómo en la novela de Eça de Queiroz su personaje terminaba durmiéndose junto a un
tomo de Virgilio.
La relación de la lectura de un clásico con la experiencia vital aparece reflejada
de manera muy emotiva en el escritor catalán Joan Perucho, poeta y cultivador de
singulares fabulaciones. Joan Perucho, que ha recreado magistralmente autores latinos
como Egeria e Isidoro de Sevilla, rememora al poeta latino Ausonio en una semblanza
titulada, precisamente, "Los viñedos de Ausonio". El pequeño ensayo, publicado
primeramente en un suplemento cultural del diario ABC, supone una fusión perfecta de
dos placeres vitales, la gastronomía y la erudición. De esta forma, la compra en Burdeos
de un estimable vino de la región (un Château D'Ausone) trae a la mente de nuestro
autor el recuerdo del poeta Ausonio:
"Mi compra estaba determinada por una evocación literaria, el poeta Ausonio. Éste era
una figura de la literatura latina del siglo IV después de Cristo. Había nacido precisamente en
21
Hoy día, conseguir una edición de 1893 no es fácil, aunque tampoco imposible. Curiosamente, la
edición que hay en mi biblioteca personal no tiene encuadernación en pasta española, como la que
describe Bioy Casares, sino un bonita encuadernación editorial en tela granate y oro, profusamente
decorada.
7
8. Burdeos el año 309 y fue profesor de retórica y maestro de Graciano, hijo del emperador
Valentiniano. Recibió en herencia una pequeña viña que producía un vino excelso gracias al
amoroso cuidado y las tiernas atenciones de Ausonio. Éste, mientras descansaba bajo los
pámpanos de octubre (¡oh, Leonardo de Argensola!), componía epigramas que dejaban admirado
a san Paulino de Nola, amigo y discípulo suyo, hijo también de Burdeos, que después casó con
una catalana del Ampurdán llamada Terassia. Ausonio componía versos como estos:
Infelix Dido nulli bene nupta marito
Hoc pereunte fugis; hoc fugiente, peris (Epitaph.30)."
(Publicada primero en el diario ABC del 10 de marzo de 1995 y luego incluida en su libro El
césped contra el cielo (notas de viaje), Palma de Mallorca, Bitzoc, 1995, pp. 70-73)
La evocación que hace Perucho del poeta latino del s. IV viene acompañada de
la ilustración a sus lectores acerca del poeta, dado que éstos pueden desconocer su
existencia. Con ello, volvemos a la función didáctica, en este caso una enseñanza
desinteresada y estrechamente ligada al
placer de vivir, si bien puede darse,
asimismo, la circunstancia de que el lector
conozca al poeta latino de Burdeos. En
este caso, la lectura será más sustanciosa,
si cabe, al encontrarse con la ocasión para
el regocijo de evocarlo gracias a Joan
Perucho y de apreciar la calidad literaria
de su semblanza. Sin embargo, puede
ocurrir que un filólogo conocedor de
Ausonio se dé cuenta de que el dístico
citado no pertenece, en realidad, a tal
autor, sino que se trata de una de las
famosas composiciones añadidas al corpus
de Ausonio a partir de la cuarta edición de
sus obras. En este caso, habría que tener
en cuenta que Perucho transmite
simplemente lo que ha sido una larga
tradición merced a la cual Ausonio fue
conocido mediante una serie de
composiciones que no eran en realidad
suyas22. Naturalmente, esto implica ya un conocimiento filológico, propio de la historia
de los textos. En todo caso, lo importante viene dado por las claves vitales y
sentimentales donde que el autor latino se recrea dentro de un contexto literario
moderno.
3. A MODO DE CONCLUSIÓN.
Analizados estos testimonios literarios en calidad de significativos ejemplos,
creemos que la idea de clásico propuesta por Italo Calvino es, ante todo, una intuición
histórica, pues recoge el pulso de una actitud compartida por los autores modernos. Si
22
Como bien comenta Antonio Alvar en su traducción y estudio de Ausonio: "al propio Ausonio le habría
gustado ese travieso juego de la fortuna, él tan aficionado a reflejos, transparencias y trampantojos, tan
amigo de una realidad que no es la que aparenta ser, convertido en falsa representación de sí mismo"
(Décimo Magno Ausonio, Obras, tomo I, Traducción, introducción y notas de Antonio Alvar Ezquerra,
Madrid, Gredos, 1990, pp. 181-182).
8
9. bien se trata de un concepto necesariamente difuso, sí podemos establecer algunas de
sus características definitorias:
-La lectura de un clásico está muy ligada a la experiencia vital. Así lo vemos
explícitamente en Bioy Casares y Perucho.
-Frente al canon académico de la historiografía literaria, que provoca la actitud
decadentista del hastío o spleen, los clásicos se ordenan, a manera de antología,
en una biblioteca personal de lecturas. La selección que hace Calvino, tan
propia, o los versos virgilianos que entresacan Eça de Queiroz y Machado de su
lectura virgiliana son digno testimonio de ello.
-La literatura tiene una función educadora esencial (enseñanza para la vida),
paradójicamente no ligada de forma necesaria al paso por la escuela. De hecho,
el conocimiento de algunos clásicos puede remontarse a la edad escolar
(Virgilio) y el de otros no (Aulo Gelio). Puede darse también la circunstancia de
que el autor moderno ilustre a sus lectores acerca de un autor clásico, como
hacen Machado y Perucho cuando comentan aspectos de los poetas Virgilio y
Ausonio, respectivamente.
-Finalmente, frente a la lucha agonística por la originalidad y la superación de
los modelos (la conocida tensión entre romanticismo y clasicismo), los clásicos
se convierten en relajados compañeros de viaje. Ninguno de los autores
modernos aquí citados pugnan por superar a Virgilio, a Gelio o a Ausonio. Su
mayor afán es presentárnoslos en calidad de grata compañía. Por lo demás,
Machado nos hace todo un guiño con respecto al mito romántico de la
originalidad cuando utiliza la metáfora del asilo para hablar de los versos ajenos
que Virgilio acogió en su obra.
Tras este breve recorrido, creemos que el apacible descanso de Jacinto sobre el
libro de Virgilio tiene en la novela de Eça de Queiroz un significado trascendente, en
buena medida precursor, de una concepción abierta y relajada de los clásicos sin la cual
no sería posible entender cuál es la íntima y compleja relación de los autores antiguos
con la literatura moderna.
Francisco García Jurado
Universidad Complutense
pacogj@eresmas.com
9