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C A N A S T A S S A G R A D A S
Phil Jackson
(Extractos referidos a la aplicación de la Psicología del Deporte
realizado por Ps. Mónica Sánchez)
“La mejor forma de hacer que tus sueños se realicen es despertar” (Paul Valery)
Algunas lecciones que aprendí de Red Holzman, mi entrenador de los Nicks de New
York.
LECCIÓN Nº1: NO DEJES QUE LA IRA NUBLE TU MENTE.
Él entendió la importancia del conocimiento en la construcción de equipos campeones.
Jugando para él me transformé. De ser el principal tirador me convertí en un
jugador de equipo multidimensional, con un profundo entendimiento del
juego interior.
Él quería que nosotros estuviéramos en armonía unos con otros y que esto sucediera
en el campo de juego todo el tiempo. Aún estando en el banco. Una vez durante un
tiempo muerto en el final de un partido, yo estaba bobeando con Nate Bowman,
cuando Red repentinamente se arrebató contra mí, pegó su nariz a mi rostro y me
preguntó:
- ¿Cuánto tiempo resta, Jackson?
- Un minuto y 28 segundos.
- No, ¿cuánto tiempo resta en el reloj de 24 segundos?
- Uh, no sé.
- Bien, tú debes saberlo, porque puedes entrar al juego y si no lo sabes, podrías
meternos en problemas. No dejes que te atrape haciendo esto nuevamente.
No me atrapó más.
LECCIÓN Nº2: CONOCIMIENTO ES TODO. De la técnica, de la defensa, del
ataque…
LECCIÓN Nº3: EL PODER DEL NOSOTROS ES MÁS FUERTE QUE EL PODER DEL
YO
1968. Me lesioné herniándome dos discos vertebrales. La lesión requirió cirugía y me
apartó por dos temporadas de la cancha. Holzman me adoptó como asistente.
Aprendí cómo ver el juego desde la perspectiva de lo que hacía el equipo en
conjunto y a conceptualizar formas para romper el plan de juego del
oponente. Comencé a pensar como un entrenador.
Cuando regresé a jugar sabía que no podía contar solamente con la ayuda de mi
talento. Tendría que usar mi mente más efectivamente para compensar mi pérdida
de flexibilidad y velocidad. Mi maestro fue Bill Bradley. Cubrirlo a él en práctica me
hizo ver justamente cuán débil era mi poder de concentración. Tuve que aprender a
juntarme con él sin distraerme y perder la visión de lo que estaba sucediendo en el
resto del campo. Para prepararme yo mismo para estar relajado y sumamente alerta,
comencé a practicar visualización. Me sentaba tranquilo 15 ó 20 minutos antes del
juego en una parte solitaria del estadio y creaba en mi mente una imagen móvil de lo
que estaba por suceder. Recordaba imágenes del hombre que defendería y me
visualizaba parando sus movimientos. Así me calmaba interiormente y trataba de no
forzar la acción una vez que comenzaba el juego, pero permitiendo que eso se
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manifestara naturalmente. Jugar basketball no es un proceso de pensamiento lineal.
La idea era codificar la imagen de un movimiento exitoso en mi memoria visual, para
que cuando una situación similar surgiera en un juego, ésta apareciera.
Recuerdo unos playoffs en Boston. Uno de los trucos de Nelson era cargar mucho sus
dedos con resina pegajosa, para que la pelota se pegara a ellos cuando amagaba el
tiro. Esto me enfurecía porque yo tenía un rápido impulso por bloquear tiros. Para
vencerlo, tuve que aislar el movimiento en mi cabeza, paso por paso, tratando luego
de permanecer listo, para cuando él finalmente hiciera su movimiento, yo reconocería
el momento y haría lo que debía hacer. Esto funcionó. La primera vez que Nelson
trató de engañarme en ese juego, me mantuve quieto y no reaccioné, porque yo sabía
lo que sucedería. Esa claridad me permitió pegarme a él y sacarlo de su juego,
creando algunas importantes oportunidades de anotar para nosotros, lo que ayudó a
sellar la victoria.
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Comencé a explorar la meditación Zen. Me sentaba a meditar de la forma conocida
como zazen que consiste en sentarse completamente quieto sobre un almohadón, con
los ojos abiertos, pero inclinado y centrando la atención en la respiración. (…)
Encontré la concentración desde la perspectiva zen particularmente intrigante. La
concentración no viene a tratar duramente de enfocar algo, sino de mantener la
mente abierta y enfocada en nada.
Como jugador de basketball yo sabía por experiencia que era mucho más efectivo
cuando mi mente estaba limpia, y no jugaba con ninguna orden especial, como
convertir un cierto número de puntos o ir por uno de mis oponentes. Me transformé
como jugador. Además desarrollé un íntimo conocimiento de mi proceso mental en el
campo de juego.
El basketball se desarrolla tan rápidamente que tu mente tiene la tendencia a correr a
la misma velocidad que los latidos de tu corazón… Si está preocupado por leer el
juego y hacer lo necesario, el momento te pasará de largo. (…)
Sentado en el zazen, yo aprendí a “esperar el momento”, inmerso yo mismo en loa
acción tan atentamente como fuera posible, por lo que podía reaccionar
espontáneamente, sea lo que fuere que estuviera pasando.
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Otro aspecto del Zen que me intrigaba era su énfasis por la compasión. El objetivo del
Zen no es solamente aclarar la mente, sino abrir bien el corazón. Los dos,
lógicamente están relacionados. (…)
Obviamente, hay un componente intelectual en el basketball. La estrategia es
importante. Pero una vez que han realizado el trabajo mental, llega el momento en el
que debes introducirte en la acción y poner tu corazón en la línea. Esto significa no
solo ser bravo, sino además ser compasivo, hacia sí mismo, sus compañeros de
equipo, y sus oponentes. Esta idea fue un importante bloque en la construcción de mi
filosofía como entrenador. (…)
El basketball profesional es un deporte macho. Muchos entrenadores, preocupados por
no mostrar señales de debilidad, tienden a excluir a los jugadores que no cubren las
expectativas. Esto puede tener un efecto perturbador sobre los jugadores que debilita
la unidad del equipo.
Trabajando como entrenador, he descubierto que acercándonos a los problemas desde
una perspectiva compasiva, tratando con empatía al jugador y observando la situación
desde su punto de vista, puede causar un efecto de transformación en el equipo. No
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sólo reduce la ansiedad del jugador y lo hace sentir que alguien entiende lo que le
pasa, sino además inspira a los otros jugadores a responder del mismo modo y ser
más conscientes de las necesidades de cada uno.
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Cuando mi carrera de jugador terminó para mí fue como una especie de muerte.
Tenía 33 años. Yo no estaba psicológicamente preparado para cuando esto finalmente
sucedió. En 1978 los Nets estaban colmados de jóvenes y talentosos jugadores. El
entrenador Longhery me sorprendió: “Tú has hecho una buena carrera – me dijo – y
aborrezco decirle a alguien que ya no puede jugar a la pelota. Pero me gustaría que
permanecieras aquí como asistente. Nosotros conseguimos muchos muchachos que
todavía no saben jugar. Me gustaría que te cambies para practicar y juegues contra
ellos, solo por si acaso te necesitamos para algún juego, pero principalmente deseo
que tú seas un entrenador”
¿Yo, un entrenador? Entrenar me parecía una profesión imposible: observar, criticar,
tratar con jugadores egocéntricos como yo. El basketball es complejo, siempre
cambiante, donde todo sucede bajo la intensa mirada feroz de las cámaras de TV.
Su confianza en mi me ayudó a realizar la transición a entrenador, la cual se volvía
más gradual de lo que yo esperaba.
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Yo tenía un gran proyecto: deseaba crear un equipo en el cual la generosidad era la
principal fuerza impulsora. Mi objetivo era encontrar una estructura que potenciara a
todos en el equipo, no sólo a las estrellas, y permitiera a los jugadores producir tanto
individualmente como lo que ellos rendían por el esfuerzo grupal. (…)
Darle tiempo de juego a todos ayudó a eliminar los “celos” que usualmente
fragmentaba equipos. Esto funcionó muy bien, de hecho, se transformó en una de mis
marcas registradas como entrenador. (…)
Mientras la mayoría de entrenadores NBA usan sólo 7 u 8 jugadores regularmente,
particularmente en los playoffs, yo trato de introducir a los 12 jugadores de la lista en
la rotación, manteniendo las mentes de todos centralizadas en el mismo objetivo. Al
principio, los jugadores eran escépticos, pero hacia fin de mi temporada inaugural,
ellos comprobaron lo que podía suceder si realmente se toleraban uno al otro.
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Lo que más lleva al jugador de basketball no es el dinero o la adulación, sino su amor
por el juego. Ellos viven por aquellos momentos en que pueden olvidarse de ellos
mismos completamente en la acción y experimentan la pura diversión de la
competencia.
Una de las principales tareas de un entrenador es redespertar ese espíritu. (…)
Abandonando el “yo” por el “nosotros”: Lo que me atraía del sistema era que
potenciaba a todos en el equipo haciendo que se involucraran más en la ofensiva, y
demandaba que ellos pusieran sus necesidades individuales en un segundo lugar con
respecto a las del grupo. Este es el conflicto con todos los líderes: cómo conseguir que
los miembros del equipo que van en la búsqueda de la gloria individual se brinden
incondicionalmente para fortalecer al grupo.