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ANNE GIVAUDAN
LA RUPTURA DE CONTRATO
Mensaje
de los “suicidas”
al mundo
de los “vivos”
1
“A todos aquellos que han creído, creen o creerán
que su vida no tiene ningún sentido.
A todos aquellos que saben que la vida es sagrada”
Con todo mi agradecimiento
a Antoine Achram por su paciencia
y su amor incondicional
a Maurice Rouch por la calidad de sus consejos
a todos aquellos que han acompañado mis jornadas de escribir
y ayudado a elaborar este libro.
2
INDICE
PÁGINA
Prologo …………………………………………….............. 4
John Smith …………………………………………………. 5
Elisabeth ……………………………………………………. 18
La soledad de Arthur W. …………………………………. 31
Los tres adolescentes ……………………………………. 44
Carole ……………………………………………………….. 45
Timmy el Mestizo ………………………………………….. 56
Frank el Rebelde …………………………………………... 67
Amir: el atentado suicida ………………………………… 75
¿Cómo ayudar a la persona que se ha suicidado? …. 86
Dossier ……………………………………………………… 89
3
Hay días en los que el sol brilla y en los que el cielo está sereno. Esos días
tenemos la profunda convicción de que somos dueños de nuestra vida y nuestro
Destino. ¡En esos días todo va bien!
Y después están las “horas sombrías”, en las que nada va bien, en las que
estamos sumergidos en tales olas exteriores e interiores de malestar que somos como
los ahogados con prorroga. Horas en que, hagamos lo que hagamos, tenemos la
convicción íntima de que no dirigimos nada. En esos momentos estamos persuadidos
de que la Vida nos juega malas pasadas y en que el escenario no ha sido escrito para
nosotros.... Entonces, no tenemos más que una idea en la cabeza: huir de la
desgracia que nos persigue, huir como un fugitivo que quiere escapar de su condición
de prisionero, huir de la tierra, huir de la Vida... pero, en nuestra desesperación,
hemos perdido de vista que la Vida contiene en ella la Esencia misma de la Existencia
y que Jamás se acaba.
Hoy en este libro, no es de los días dichosos sino de esas “horas sombrías” de
las que querría hablaros y sobre todo de todos aquellos que, después de su paso por
la tierra, que han vivido como una desesperación sin fin, han querido dar testimonio,
de su vida, de su después de la vida, y a veces de sus nuevas vidas.
Estos testimonios son preciosos pues nos conciernen a todos, estemos contra
el suicidio, a favor o no tengamos opinión sobre este tema, que tengamos tendencias
suicidas o simplemente deseemos comprender, todos estamos implicados.
De cerca o de lejos, ¿quién no ha conocido esos momentos tan desesperantes
que ha soñado con dejar la tierra, quién no ha conocido a una persona próxima que ha
querido suicidarse o lo ha hecho?
Mi forma de entrar en contacto con esos Seres que han aceptado participar en
este libro es siempre la misma:
Cuando el tema del libro me fue dado por el Ser de Luz que aconseja mi
“trabajo”, él conocía ya a las personas susceptibles de encontrarme en los planos del
alma. Es así como todos esos seres, que encontraréis al hilo de la lectura, han
compartido su experiencia con mucho Amor pues no es fácil contar los pasajes más
dolorosos de la existencia, rememorarlos, sin tener mucho amor que ofrecer.
4
JOHN SMITH
“CUANDO EL ORDEN ESTABLECIDO OS ORDENA HACER
LO QUE LA MORAL REPRUEBA, HAY QUE DECIR NO”
- Enseñanza de las estrellas
Cuando encontré en los mundos del alma a ese gran rubio de ojos claros, ya sabía
que se presentaba bajo la apariencia que tenía en la encarnación de la que quería
hablarme.
“Me llamo John Smith, un nombre tan banal en mi país que es como si hubiera
nacido de incógnito, “Un señor cualquiera” que no hace más que pasar por la vida y
que nadie se fija en él, tan anodino es”.
El decorado esta colocado y no tendré necesidad de intervenir más pues sabe
perfectamente a donde quiere llegar.
“Soy yo, o al menos era yo, ese personaje sin olor y sin sabor, nacido “por
azar” de padres que en realidad no sabían que hacer conmigo.
Crecí así, porque hay que crecer, sin saber que hacía allí ni lo que la vida
quería de mí.
A los quince años, mi madre casi no estaba ya presente. Para mí se había
convertido en “loca” porque mi padre, un hombre violento, bebía y le pegaba sin que
se sepa porque. Sin embargo sus historias no me interesaban, tenía suficiente
conmigo mismo y nadie tenía suficiente tiempo para ocuparse de mí... salvo los
policías que regularmente me atrapaban y me guardaban por robos sin importancia.
Breve, el mundo no se interesaba por mí y yo se lo devolvía.
Un día mi madre no volvió y mi padre no me volvió a hablar.
La sombra y el misterio que planeaban sobre mi adolescencia la volvían más
accesible para mí. Al fin podía imaginar que no se había marchado porque no nos
quería sino porque sufría demasiado y esta visión contribuía a darme un poco de paz.
Con mi padre, vivíamos en una especie de gran caravana que yo limpiaba una
vez al mes, cuando el suelo cubierto de cadáveres de botellas y de latas de conserva
vacías nos volvía difícil el andar”
John se para unos instantes para mirarme. Su mirada de un azul transparente
va directa al corazón. Se que no me cuenta esos detalles para dar lástima, sino para
colocar el decorado de lo que va a venir a continuación y que tiene empeño en ver si lo
comprendo.
En los planos del alma una simple mirada basta para saber lo que el “otro”
percibe.
John tranquilizado, prosigue:
5
“... y después, un día, creí que mi vida iba a cambiar, verdaderamente creí a
esos dos hombres cuando, en el parking de un gran almacén en el que miraba que
maletero de coche podría forzar, vinieron hacia mí. Eran guapos, con su vestimenta
militar no se bien de que compañía. Me impresionaron terriblemente.
Hablaban con palabras que podía comprender y que he retenido, es que
cualquier cosa era suficiente para salir de esta “vida de perros” que era la mía.
Comprendí que tendría como una verdadera familia y padrinos y madrinas que
se ocuparían de mi, que ganaría un dinero y que estaría alojado y alimentado.
Me dieron una dirección donde podría encontrarles si me decidía y por
supuesto no dudé. No tenía nada que perder.
Dije “si” y desde ese instante todo pasó muy de prisa: Me hicieron firmar
muchos papeles después, vinieron instrucciones para llevarme con ellos. Estaba
orgulloso y hubiera hecho cualquier cosa por esos hombres que al fin se interesaban
por mí. Seguí los entrenamientos y en los combates no era el último. Era mi revancha
sobre la vida e iba a ver de lo que era capaz... ella y todos esos humanos a los que no
interesaba.
En esa época no tenía ninguna estima por mí y las solas palabras que habían
acunado mi infancia eran:
“¡Quítate de ahí!”, “¡eres un inútil!”, “¡pobre chico!”, “¡no llegarás jamás!”.
Allí, al menos, me estimaban, me decían que iba a llegar. Los instructores eran
rudos, pero tenía confianza en ellos y, tontamente, bajo mi caparazón de duro,
pensaba que me querían.
No me daba cuenta de que yo era como barro para modelar que podían formar
o deformar a su antojo simplemente con algunas palabras y unas palmaditas
amigables en la espalda.
Mi vacío afectivo era tal que absorbía como una esponja todo lo que se me
decía, sin el menor discernimiento.
Era el momento de la guerra de Vietnam y para mí, el Vietnam u otra parte, me
era igual. No sabía mas que una cosa, quería batirme y, en mí, sentía la necesidad de
tener una arma de verdad, ser en fin el más fuerte.
Aún me acuerdo de las palabras de nuestros instructores:
“Allí a donde vais, no dejéis nada tras vosotros. No conocéis a los “amarillos”,
son como la miseria, si dejáis uno, se multiplicará y será vuestro país el que morirá.
Los “Amarillos” son violentos y sádicos y si os hacen prisioneros, tienen
torturas terribles. No tengáis ninguna piedad por ellos, ni por los soldados ni por la
población. No tienen alma y si no los extermináis, os exterminaran no sin haberos
hecho sufrir”.
Era un discurso sin ningún matiz pero comprensible para nuestros cerebros
nublados y a menudo impregnados de alcohol.
6
Los otros eran como yo, pobres tipos desvalorizados y sin amor dispuestos a
matar para tener la sensación de existir.
Entonces, al proponernos batirnos para que todo un país nos reconozca, ¡no
íbamos a escupir encima!
Ese discurso lo he oído muchas veces desde ese día. Allá, en Vietnam, nos lo
repetían todos los días, varias veces al día y se acompañaba antes de los combates
con fuertes dosis de alcohol y diversas drogas que nos daban la sensación de ser
invencibles.
Desafío a cualquiera a resistir semejante lavado de cerebro.
Ahora, sígueme, dice dirigiéndose a mí, prefiero que veas lo que ocurrió como
lo viví…”
Asiento e instantáneamente, con John, nos encontramos en una sala de
paredes blancas opacas. Conozco esa clase de sitio que se parece a una sala de cine,
va a rodearnos y devolvernos a los momentos más intensos de la vida de John.
Dos confortables sillones nos esperan y nos colocamos en ese espacio fuera
del tiempo, atentos a lo que su memoria quiera revelarme.
Proyectada en el cuerpo de un soldado próximo a John, miro.
Tengo calor y con el revés de la manga espanto los insectos que vuelan en
torno a mí, atraídos por mi olor y el sudor que desde hace horas chorrea sobre mi
espalda y mi cara. Capto los pensamientos sin continuidad de esta persona que me
presta involuntariamente su cuerpo y sus ojos por un tiempo.
El paisaje podrías ser bello si no fuera por las circunstancias pero este “puto”
arrozal lleno de bestias que pican y nos dan fiebre estropea todo. ¡Que volvamos
rápido a nuestro país!
“¿John no estas harto de esta condenada guerra en este país que no
conocemos?
- Cállate, déjame en paz y anda, no es el momento de distraerse con
pensamientos. Vamos a llegar al pueblo que nos han dicho.
- He matado tanto que no tengo más odio en el corazón, ya no tengo lo
deseo.
- Para y olvídate de eso, eres tú o ellos, no hay elección.”
Tres o cuatro hombres nos acompañaban y pronto oímos los gritos de los niños
que, con guerra o sin ella, se diverten en los arrozales de un verde tierno., tan tierno
que se podría creer que la paz existe al menos allí en ese instante.
Pequeñas casas de madera aparecen a lo lejos y el ruido de nuestras botas o
de nuestro chapoteo en el agua de los arrozales debe de ser captado por algunos
oídos expertos pues un silencio pesado, opaco, se hace de repente. Después nada,
hasta los pájaros han parado de cantar.
7
Avanzamos en silencio, un silencio pesado como la muerte. John tiene un
aparato para comunicar con sus jefes, cuando quiere funcionar, me lo pasa ya que
quiere tener las manos libres o el menos ocupadas únicamente por las armas, un
revolver y un machete como todos nosotros. Nos paramos para tomar un trago de
alcohol…
Me siento mejor, menos preguntas en mi cabeza y más fuerza en el cuerpo. El
líquido ardiente hace su efecto y borra los escrúpulos, si aún quedan.
Es la costumbre entrar así en los pueblos, se viola, se mata, se quema y
después de acabó, no se vuelve a hablar de ello jamás. Esas son las consignas y se
respetan sino es la exclusión y eso es como la muerte para nosotros.
Al principio nos habían dicho que todos los pueblerinos estaban armados y
después vimos que no era cierto pero continuamos de la misma manera.
Llego al pueblo, tan pequeño, es irrisorio, pero no tengo tiempo de hacerme
preguntas, un grito se levanta, brutal y repentino.
“¡Vuélvete y golpea!” chilla John.
Detrás de mí, un joven adolescente asiático, con un útil parecido a una
podadera en la mano, se prepara a golpearme. Golpeo, sin mirar, sin reflexionar, es el
o yo.
“Rápido mátalo, al menos no sufrirá más…“ es el único pensamiento que el
hombre que habito temporalmente se siente capaz de emitir.
Se, a través de él, que los otros habitantes del pueblo se esconden, que tienen
miedo y que casi le hará durar el placer, como un actor que cuida su entrada a
escena… no porque sea peor que la mayor parte de los humanos sino porque en esos
momentos se siente tan poderoso y dueño de la vida y la muerte, que una cierta clase
de borrachera lo invade y le lleva.
Esos soldados borrachos son, por un instante igual a dioses, o al menos se lo
creen ante esos seres desprovistos y aterrorizados de los que la vida no depende mas
que de ellos.
Continúo viendo y sintiendo, sin ninguna persona que se interponga, la
continuación de esos desastrosos momentos de la vida.
Empujamos las puertas con el pie y miramos.
Allí, en un rincón, como animales amedrentados, mujeres y niños apelotonados
los unos contra los otros.
“¡Hay botín en esta casa!” clama uno de nosotros. Sabemos lo que eso quiere
decir. Los que están allí van a servir para saciar nuestros instintos más animales
después se les eliminará, ¡eso es todo!.
Pero esa mañana John no puede más, sin saber exactamente porque, también
esta harto. Y mecánicamente viola una vez más y mata… quizá para no flaquear ante
los otros.
“Maldita guerra, dame la cantimplora, tengo sed”.
8
El alcohol mezclado con alguna droga hace su efecto de anestesia y con John
y los otros dejo el pueblo y los muertos detrás nuestro.
No hablamos, ni siquiera hacemos nuestras bromas habituales, sucias y
subidas de tono. Nada, el silencio más absoluto reina entre nosotros y nuestro entorno
y nadie osa romperlo. ¿Nadie? No, no del todo, la caja que nos une al mundo
civilizado deja oír el chirrido característico de que hay una comunicación en camino.
Nuestro pequeño equipo se para, nos instalamos para escuchar y lo que oímos
nos deja pálidos:
“A todos los equipos, orden de volver al campamento. ¡Volvemos a nuestro
país! la guerra ha terminado. Cesad todo combate”
Estamos anonadados, la alegre voz del aparato se añade a nuestro
sufrimiento. No hay necesidad de hablar para saber lo que sentimos todos.
“¡Ese último pueblo, era inútil!”
La palabra es lanzada como una interrogación por un buen mozo rubio que se
derrumba llorando. El sentimiento de la matanza inútil nos llena a todos y John no
sabe como recuperarse pues es atacado por el mismo mal que a todos nosotros.
“Bravo tíos, hemos ganado la guerra, podéis estar orgullosos, sois héroes”.
Diciendo esto John intenta convencerse también de que todo está OK pero
sabemos que nadie lo cree.
Tengo ganas de vomitar… lo que inmediatamente me hace salir del cuerpo que
ocupo momentáneamente.
De nuevo estoy en el sillón de la sala de Lecturas de Vida y John me mira con
intensidad. Baja los ojos, como para pensar mejor, y su voz resuena en mí semejante
a un eco lejano que cubre el ruido de los aviones de guerra que vuelven al país.
“Al regreso, creí de verdad que esta vez iba a poder vivir una vida casi ordinaria
sin saber que lo peor estaba aún por venir. Lo peor, lo he vivido y no se lo deseo a
nadie, haya hecho lo que haya podido hacer…
En el avión de regreso intentaba hacer proyectos. Era la primera vez en mi vida
en que podía pensar en un porvenir. Tenía suerte, en comparación con todos aquellos
que volvían inválidos. Yo, en apariencia, estaba sano y salvo.
Me decía que con el dinero que iban a darme, compraría un terreno en un
rincón perdido para construir un abrigo, algo mío, en fin. Eran proyectos simples, no
era capaz de considerar otra cosa.
Los primeros días pasaron bien con la euforia del regreso. Nadie me esperaba,
pero la gente estaba contenta y éramos, para algunos de ellos, como héroes y
después una tarde todo cambió de nuevo”.
De nuevo me vi envuelta en una escena de la vida de John.
9
El decorado está colocado en una calle anodina de una gran ciudad, como
muchas ciudades americanas. Es por la tarde, el aire es dulce y dos tipos discuten en
la puerta de paso de un bloque de casas sin características, parecida a todas las otras
entradas de casas de la calle.
“¡John vamos a beber una copa por la victoria!”
Reconozco a uno de los dos que acompañában a John en el sórdido episodio
del pueblo.
“¡OK! De todas maneras no tenía otra cosa que hacer, vamos”.
Los dos hombres, en jeans y camisa a cuadros, parecían dos caricaturas de
película del oeste. Son delgados y rubios, con sus largas espaldas, sus aires de
perdona vidas y sus miradas de un azul transparente, no les faltaba facha.
En una calle estrecha, una pancarta mal pintada indica un bar de chicas. Los
dos hombres se dirigen hacia ese lugar. La acogida es calurosa y parecían ser muy
conocidos por los habituales del lugar.
Después de algunos vasos, el ambiente y el tono subieron. Las risas estallan y
las chicas se vuelven más apremiantes. John rodea a una de ellas, una gran pelirroja
ligeramente vestida, con un brazo en el que percibí un tatuaje en forma de águila.
No oigo las conversaciones, sin embargo no tiene importancia pues
rápidamente la mujer pelirroja arrastra a John hacia la escalera, invitación sin
disimulos hacia las habitaciones.
John sube sin esfuerzo, unos vasos de alcohol no le dan miedo y mientras la
chica comienza a desnudarse, permanece unos segundos en la puerta.
“¡Extraño!, esta noche me falta el aliento…” constata.
Se sienta en la cama mientras que su compañera de una noche se estira en
una postura sugestiva y lánguida.
Entonces en el cerebro nublado de John se oye un chasquido, mira a la mujer
que cambia de cara, mira de nuevo… Sin creer demasiado.
“¡Canastos! Me vuelvo loco…”
Ve a la mujer, pero ya no es ella, la gran pelirroja que se ha echado… En su
lugar, aparece una cara de mujer asiática. La mujer asiática sonríe después la cara
poco a poco se deforma, hace muecas y parece gritar bajo la influencia de un miedo
intenso.
John no puede más, oye los gritos, ve esa mujer que sufre, se va, debe huir, no
comprende lo que le ocurre.
“¿Qué ha pasado? ¿Te has visto la cara? Se creería que has visto un
fantasma…”
Su amigo está allí, fuera, intenta comprender porque John ha huido corriendo,
con cara de pánico.
10
“No se, debo estar enfermo. La malaria sin duda…”
John no tiene fiebre y la vida reemprende su curso por unos días como si nada
hubiera ocurrido y después, de nuevo y con más intensidad, las visiones de pesadilla
recomienzan… Más y más violentas, no importa donde y sin siquiera haber bebido.
Una mañana, John mira unos niños jugando en un parque. Esta visión apacible
de la vida que continúa lo tranquiliza un poco y sonrie. Por unos instantes olvida su
propia historia, cuando ve ir hacia él un niño rubio y rosa que le tiende los brazos…
Contento ante ese niño confiado, siente que le llena una sensación de calidez y
de dulzura.
“¡Y si fuese eso lo que algunos llaman ternura!” Pero ese dialogo interior se
interrumpe de repente pues, en algunos segundos, el contorno de la cara de la
pequeña cabeza rubia, ahora muy próxima, se vuelve borroso y poco a poco
superponiéndose se dibuja una cara de tez mate, con pelo negro y lacio y los ojos
almendrados de un pequeño asiático.
El niño con los ojos oblicuos está delante de John que parece paralizado por
esta visión. Mira intensamente al hombre.
“¿Por qué me has matado? ¡Malvado! ¡Malvado!”
John oye esas palabras que resuenan en su cerebro enfermo mientras el terror
invade la cara del niño que hace muecas y da alaridos. El grito es bestial, terrible,
difícil de sostener, la mirada sin cólera del niño es infinitamente dolorosa, insostenible
también, John se va alelado, con aire azorado.
Su vida rápidamente se vuelve un infierno, no duerme, no come, no sale. Cada
persona que encuentra se transforma en una cara torturada, haciendo muecas de
sufrimiento, exteriorización tangible de todos esos muertos que el creía poder olvidar.
Psiquiatras, médicos del ejército, no pueden hacer nada. El dolor y el infierno lo
llenan como jamás lo hubiera creído posible. Ningún medicamento puede hacerle
dormir y si por azar, se hunde en el sueño, el despertar es tan doloroso que él, el buen
mozo con físico de atleta, se hunde llorando.
No es el arrepentimiento o los remordimientos los que le hacen llorar sino el
agotamiento. Un agotamiento tal que no puede ni pensar y que la sola idea que aún le
embarga es la de huir de esta vida que no quiere nada con él.
John esta muerto, se ha matado con una bala de revolver en la cabeza,
después de otra visión infernal que no podía soportar más. “La gota que hace
desbordarse el vaso” dirán algunos... No hay discursos en su entierro, sólo tres amigos
de su contingente están allí para acompañarle en ese último tramo de camino.
La visión se acaba y miro a John que intenta explicarme la continuación:
“Pensaba que poner fin a mi vida era la única solución, sin saber cuan lejos
estaba de la realidad.
Muerto, lo estaba, pero para mí nada cambió, justo una pausa en una Nada
que imaginaba como tal pues de nuevo, recreaba mi infierno. Estaba rodeado de
muertos, de sufrimiento y de caras que me escrutaban sin decirme nada hasta el
11
momento en que agotado, vacío de todo, caí de rodillas suplicando que alguien me
dijese que hacer para reparar todo ese desastre.
Ninguna respuesta me fue dada, entonces ante ese vacío inmenso, por
primera vez, recé sin saber que rezaba.
Pedí con todas mis fuerzas que llegase un poco de paz al fin. Ni siquiera la
quería para mí, esa paz, sino para ellos, para todas esas caras que me perseguían
con su sufrimiento.
Entonces en el fondo de mí, una cosa desconocida, como un poco de calor,
comenzó a agrandarse y a crecer.
Entonces, en el vacío más absoluto en que me encontraba, sentí que todas
esas caras venían a hablarme. Una comunicación sutil se estableció al fin y no tenía
deseos de huir de ella.
Acepté ese diálogo sin palabras, hecho de sensaciones y que
experimentaba, no en mi cuerpo que ya no lo tenía sino en mi alma, todo el sufrimiento
de mundo, todo el sufrimiento de las guerras, todas las monstruosidades sin razón que
se hacen vivir o que se viven .
Sufría, pero esta vez, al fin, comprendía este sufrimiento, no con mi cabeza
sino con mi corazón, el gran ausente de mi historia terrestre.
Nadie me castigaba, estaba solo conmigo mismo y vacío de toda cólera.
Y después llegó un momento, no sabría decir al cabo de cuanto tiempo, en
que dejé de sufrir. Un nuevo espacio se abrió, un vacío que tenía un sentido y al que
no siempre conseguía poner palabras. En ese momento encontré a dos seres, un
hombre y una mujer que no conocía pero que parecían conocerme mucho.
Desde mi muerte estaba como en una sala de espera y fue allí a donde
vinieron a encontrarme. Me preguntaron si quería comprender y saber lo que podía
hacer para sentirme mejor.
Piénsenlo, yo que había rezado tanto para que ocurriese eso, ¡no podía
decir que no!
Entonces, durante un tiempo que no puedo contar, fui “curado”. Vinieron
seres portadores de curas y, poco a poco, sentía como si reparasen una red
agujereada, como si los vacíos se llenasen de un dulce calor. Pasaba por baños de luz
y los sonidos que oía me apaciguaban y se llevaban poco a poco la niebla que tan a
menudo me rodeaba.
Y después, un día, más limpio que los otros, tuve la sensación muy clara
de salir de un túnel. Ese día precisamente los dos seres volvieron y sus palabras
permanecen aún en mi gravadas con letras de oro:
“John, te ha llegado el momento de volver a la tierra y de reemprender el
camino donde lo has dejado. No se puede romper un contrato consigo mismo. Un día
u otro, hay que terminar lo que uno se ha prometido hacer”.
Un miedo profundo y glacial me invadía a medida que les escuchaba. No
quería reemprender el hilo de mi historia, no era el caso.
12
Para mí era el pánico, no conseguía unir mis ideas, de nuevo sentía que
me llenaba el vacío.
Con una infinita paciencia, con mucho amor, el hombre y la mujer me
explicaron:
“El suicidio no forma parte del recorrido de nadie. Lo que has vivido justo
después de tu muerte, habrías podido vivirlo permaneciendo en la tierra y reparar tu
historia, vivir dos vidas en una.
Entonces habrías comprendido que nadie esta obligado a obedecer el
orden establecido, a sus superiores y que siempre esta en nuestro poder decir que no.
Es lo que vas a aprender en esta nueva vida.
Ocurra lo que ocurra, escucharás a tu corazón y salvarás tantas vidas
como has destruido”.
Los dos seres me enseñaron entonces las posibilidades que me esperaban
y los acontecimientos que podía haber atraído hacía mí para curar mi historia. Estaban
ahí y no los había visto...
Algo en mí se volvía más claro, más “lógico”, pero todavía me debatía entre
el hecho de decir si y el miedo de volver a esta Tierra de sufrimiento.
En mi cabeza, hizo falta un poco de tiempo para que entreviese esta nueva
versión de la vida, de mi vida, sin demasiada aprensión. Y después tenía dos
preguntas: “¿Y si no lo lograba, y si el sufrimiento recomenzaba y si... Y si... Era
demasiado temprano?”
En fin, a pesar de mis dudas, mis indecisiones, mis miedos, dije si, un si
pequeño, un poco tímido.
Todo paso entonces muy de prisa, vi escenas de mis futuros padres pero
sobretodo escenas de mi futuro trabajo. Iba a ser bombero y ocurriese lo que
ocurriese, iba a salvar vidas hasta al precio de la mía.
Lo que ví de esta vida fue muy rápido:
Un niño juega con un coche de bomberos bajo la mirada divertida de sus
padres. Habla poco pero las pocas palabras que oigo son las siguientes:
“Quiero ser bombero... “
El niño tiene noches agitadas por escenas de guerra y muerte que le hacen
despertarse gritando mientras sus padres intentan tranquilizarlo en vano... El tiempo
pasa rápido.
Algunas escenas pasan rápidamente: edificios en llamas, ahogados
socorridos a tiempo, coches que se incendian, y gatitos encaramados en árboles, no
sabiendo como descender. John convertido en Steve está en todas partes en las que
hay que ayudar, es deportista y nada le da miedo pese a su físico un poco pesado y su
cabeza redonda de adolescente bien nutrido.
13
Es amado y reconocido por su bravura y su gran corazón. Los golpes, los
más duros, los salvamentos más improbables y los más peligrosos, son para el. Salva
vidas y da la sensación de es su único objetivo. Algunos podrían ver “el síndrome del
salvador”, poco importa, siente como una fuerza en él que le ayuda a cumplir lo que
considera como la meta de su vida.
Es aún muy joven y estamos a 11 de septiembre, ese día que marcará a
toda América y al mundo entero por repercusión.
Steve es bombero en Nueva York.
“¡Ha habido un atentado! Las torres del World Trade Center arden”. Los
gritos llovían por todas partes en las calles y en todas las radios y las múltiples
cadenas de televisión.
Los bomberos están en el lugar mientras el pánico se extiende, como una
epidemia entre la incrédula población.
Gritos, ruido, lloros, uno se creería en guerra y en la cabeza de Steve que
jamás ha conocido la guerra, es como si imágenes conocidas, de muerte y de miedo,
de bombardeos y de matanzas, desfilasen a gran velocidad y en completo desorden.
Respira intenta borrar esas imágenes que para él no corresponden a nada
de lo que pasa a su alrededor. Debe ser eficaz y pensar de prisa como llegar. En su
cabeza, el único objetivo es salvar el máximo de personas.
Su jefe le ha intimado la orden de esperar... pero una fuerza le empuja a
actuar de prisa. Salta y se encuentra cara a una silueta menuda de mujer que, presa
del pánico, intenta salir por la ventana del cuarto piso. Ella está allí, de espaldas, lista
a saltar al vacío mortal que la atrae y es necesaria toda la persuasión del joven
hombre para que ella se calme al fin y le escuche. La silueta se vuelve y Steve tiene
apenas tiempo para percibir la sonrisa que se dibuja en la cara asiática de la mujer
mientras que, irresistiblemente atraído, se hunde en su mirada, absorbido por una
espiral luminosa que lo aspira en una ronda que parece no pararse jamás.
Oye con una nitidez que no deja lugar a ninguna pregunta:
“Lo que estaba por cumplirse se ha cumplido. ¡Ahora queda en paz!”
El humo vuelve todo más difícil, uno se ahoga y una niebla opaca invade
todo el piso. Un ruido sordo y después nada.
Steve se levanta por encima de las torres que se derrumban. Mira sin
comprender aún que hace allí. Quiere descender y se da cuenta con estupefacción
que su “cuerpo” atraviesa los escombros. Le hará falta un poco de tiempo y ayuda
para comprender que esta muerto.
Entonces, se acuerda... De la guerra, de su decisión, de ese retorno un
poco forzado y sonríe.
Sigue sus funerales y esta vez, recibe donde está los agradecimientos de
todos aquellos a los que ha ayudado. De hecho no son los agradecimientos de lo que
tiene necesidad sino de este vago calor dulce y amante que sube hacia él y le ayuda a
seguir su camino hacia otros planos. No necesita reconocimiento sino Amor, afecto y
es eso lo que siente cuando las exequias, concernientes a los valerosos bomberos,
14
muertos a causa de este incendio ocupan la pantalla de todas las cadenas de
televisión.
Quizá John-Steve volverá aún una vez a la tierra justo para aprender a
posicionarse cara a una autoridad que pretende hacerle hacer lo que su alma
reprueba, quizá no tenga ya necesidad de ello... Solo su alma sabrá decírselo a su
debido tiempo.
Por el momento, es el joven Steve a quien encuentro frente a mí y que se
ríe de mi asombro como un niño que se divierte de la sorpresa que provoca en la
mirada de los “otros”.
Su voz por tanto no me sorprende pues guarda la misma dulce firmeza
mientras su mirada busca la mía.
“Querría decir a todos los que te leerán, que no sirve de nada escapar de la
tierra y de sus enseñanzas. Yo el rebelde, se ahora que un contrato firmado con uno
mismo se vive hasta el final y que siempre hay soluciones, Detrás de la mayor
desesperación, siempre hay una solución que no puede aparecer hasta que el vacío
sea total. Cuando abandonamos nuestras máscaras, cualesquiera que sean, todo se
vuelve posible”.
Abajo, en una casa parecida a todas las de la calle, una familia esta de
duelo. Los padres y los hermanos de Steve viv en cada uno a su manera esta muerte
brutal. La foto de Steve está ahí, presidiendo sobre la chimenea de la sala y en la
habitación de los padres.
La madre de Steve, la cabeza entre las manos, no tiene más lagrimas para
llorar.
“Ellos también han venido a aprender a través de mi muerta una enseñanza
esencial. Mi muerte va a ser el choque necesario para que uno y otro de mis padres, a
su manera, abran una puerta hacia mundos sutiles. Van a intentar comprender y
dulcificar su pena y a través de esta búsqueda, cumplirán un camino, que sin esto,
jamás hubieran emprendido en esta vida. Era un acuerdo entre ellos y yo... Es tan
difícil dejar partir aquellos que se ama... “ añade Steve con una voz apacible.
15
ENSEÑANZAS
“Diles a los humanos de la Tierra que, contrariamente a buen número de ideas
que circulan en vuestro planeta, la persona que se suicida no va al infierno, pero
preguntaos: ¿qué es el infierno, sino los sufrimientos que se inflinge el que se siente
culpable?
Que el infierno se materialice durante la vida sobre la tierra por enfermedades,
un intenso malestar de vivir o como para John por visiones insostenibles, que se
concrete después de la muerte del cuerpo, por un universo de miedo y dolor, que
importa. ¡Los medios que el humano pone en funcionamiento para hacerse sufrir son
innumerables! ¡Y el mental inferior del hombre es inagotable en esa materia!
El que sufre en su cuerpo o en su alma, que sea durante su vida terrestre o
después de la muerte del cuerpo, siempre es el creador de sus sufrimientos.
Estas palabras pueden parecer duras y totalmente injustas a los ojos de
aquellos que han tomado el papel de víctima, sin embargo, existen grandes leyes
cósmicas y a ellas hago alusión aquí mismo.
Una de ellas reside en el hecho de que somos responsables de a lo que damos
la existencia, en esta vida o en otra.
Somos los creadores, los padres de nuestros actos, de nuestros pensamientos,
de nuestras palabras y asumimos totalmente la responsabilidad así como las
consecuencias que les acompañan.
Esta ley no es solamente válida para el planeta tierra… rige el cosmos entero y
a sus habitantes. No es una recompensa ni un castigo por algo, “Es” sin noción de
justo o injusto, sin juicio de bueno o malo.
Actualmente, vuestro planeta está en una fase de aceleración y es este
elemento perteneciente a la evolución terrestre el que ha hecho que John haya vivido
en unos años la ida y la vuelta de lo que ha engendrado. “Un retorno de karma
inmediato” como os oímos decir a veces entre vosotros.
Nadie puede escapar a su historia y a sus creaciones. El cuerpo físico no tiene
gran cosa que hacer en el infierno que el humano se crea. Es el templo por el que la
Entidad puede disolver los conflictos y los nudos que ha engendrado y que su alma
quiere intensamente resolver. La muerte del cuerpo no permite ninguna interrupción a
ese proceso y creer que “matarlo” pondrá un punto final a los problemas de la vida es
una ilusión suplementaria.
Después de su suicidio, John se dio cuenta que no conseguía escapar al
círculo infernal en el que se perdía. Cara a su miedos y a sí mismo, al borde de su
resistencia, se dejó atravesar por la energía del Amor. Es precisamente en el momento
en que se encontró en un callejón sin salida, cara a una pared lisa, sin nada a lo que
asirse cuando sus resistencias mentales se soltaron para dar lugar a lo que a menudo
duerme en el fondo de cada uno: el Amor.
Pero ¿ cuántas pruebas debe encontrar el humano para llegar al fondo de sí
mismo, para liberarse de sus protecciones ilusorias?
16
Este Amor o más bien esta ausencia de sufrimiento, no la quería para él sino
para aquellos cuyos gritos aún le atormentaban. Es ese dejar ir total lo que abrió una
puerta en su universo de negrura, para permitirle respirar un aire nuevo.
Lo que hizo, podría haberlo hecho en su cuerpo físico y aprender durante su
vida en la tierra lo que quiere decir la palabra “amar”
Ocurre a menudo que un ser haga lo que, en la tierra, llamáis “dos vidas en
una… “
Díselo al pueblo de la tierra:
El suicidio jamás es una elección de Vida.
Antes de cualquier encarnación, la entidad ayudada por sus guías ha tenido
conocimiento de las grandes líneas de su vida futura. Cuando John comprendió que
había roto un pacto consigo mismo, aceptó volver a la tierra para cumplir un tiempo
igual al número de años que hubiera debido vivir si no se hubiera matado.
De acuerdo con las grandes Leyes de la Vida que están bien lejos de las
creadas por los “Hombres”, pasó los años terrestres que le faltaban para su recorrido,
salvando tantas vidas humanas como las que había quitado.
La vida a menudo es menos complicada de lo que imagináis. Cuantas veces
oímos a los vuestros lamentarse en estos términos: “Que triste es esta vida,
complicada, insoportable… “ y tantas otras palabras parecidas que os hacen creer en
la ilusión de lo triste y lo feo, lo pesado y del obstáculo infranqueable.
Si supieseis cuantos seres sin cuerpo envidian vuestra experiencia en los
mundos de materia, dejaríais de ver, en ese instante mismo, vuestra vida como un
peso. Honraríais ese regalo divino y daríais la cara a vuestra historia personal como el
creador de los acontecimientos que habéis atraído para acceder al corazón de vuestro
ser”.
El Gran Ser sin cara se para y su silencio se vuelve Palabra. Un silencio
portador de paz, de esperanza y de Amor incondicional llena el espacio en el que
estamos los dos. Me lava de las escorias que he podido captar en este viaje al
“infierno” en un mundo ilusorio de guerra y de muertos sin fin, me regenera y me
apacigua.
17
ELISABETH
“ES LA CALIDAD DE LA MIRADA LA QUE DECIDE
LA IMPORTANCIA DEL OBSTÁCULO”
- Enseñanzas de las estrellas.
“Ven, sígueme... “ Una voz juvenil resuena en mi, clara y alegre. Acabo de
salir de ese cuerpo físico que ahora reposa abajo. Lo miro unos instantes, justo el
tiempo de agradecerle haberse puesto a mi servicio para la aventura terrestre que he
escogido., justo un instante pues la voz se hace más insistente, más atrayente.
Parecida a un poderoso imaN, llama y ya se que es ella la que me va a conducir hacia
el destino convenido por mi alma.
Esa voz, esa onda sonora me recuerda algo... Alguien... ¡Que o quién en
concreto! No lo sé y busco en mi memoria, ninguna cara, ningún nombre parece
querer surgir.
Sigo la corriente que me arrastra en un espacio-tiempo sin emoción cuando, de
golpe, tengo la curiosa sensación de que un punto de nostalgia se despierta en lo
hondo de mi alma. La respuesta está allí, justo debajo de mi.
Como pareciendo sacudir el velo de polvo que lo recubre, aparece el patio de
mi viejo colegio, cada vez más nítido, bajo mis ojos. Las paredes de las clases de
arquitectura cuadrada con ladrillos rojos están allí, tal cual, como si el tiempo no
hubiera pasado por ellos. El gimnasio prefabricado tampoco ha cambiado. La puerta
de entrada, anodina en el alineamiento de las otras casas de la calle yergue
orgullosamente su verja de hierro forjado pintado de negro. En ese decorado sin vida,
percibo risas y voces...
“Vete detrás del gimnasio... “ La voz me guía y percibo un atisbo de diversión.
Detrás del gimnasio, en el terreno de deporte aparecen dos equipos, chicas y
chicos mezclados, en pleno partido de volley. Es de ahí de donde vienen las voces y
las risas.
Aún no comprendo que hago allí, yo que no siento ninguna atracción por el
pasado cuando no se impone por alguna razón más allá de mi voluntad.
Este viejo patio del colegio me indispone y no tengo ganas de rezagarme más
tiempo en esos lugares, en medio de los escombros de “recuerdos olvidados”.
“Mira mejor”. La voz que me acompaña desde el comienzo de este viaje,
penetra una vez más en mi alma. Jovial, dirige mi mirada hacia la parte derecha del
terreno de volley. Mi mirada como un zoom de teleobjetivo se posa con más precisión
sobre tres alumnos próximos a la red.
Una chica de unos dieciséis años, con pelo corto y negro, con el aspecto de un
joven muchacho deportista, se dirige a una chica en short azul y camisa blanca.
“¡Vamos, golpea!” Esta voz tónica y alegre... ¡Es ella! De golpe todo se vuelve
claro, me acuerdo...
18
¡Elisabeth, eres tu! ¿pero por qué?
Mi interrogación está sostenida por numerosas preguntas que me dejan
desamparada.
Elisabeth ahora esta muy cerca de mí, mientras que abajo la partida de volley
esta a punto de acabarse.
Tal como a la época de nuestros 16 años, ella está allí, sonriente con su lado
“chico malo”: el pelo muy corto, el pecho apenas visible, vestida con un pantalón azul y
un jersey amplio acentuando aún más su aire deportivo.
“Elisabeth ayúdame a comprender, ¿qué haces tu ahí, si mis recuerdos no me
engañan no te suicidaste?”
La chica sonríe con esa sonrisa llena de bondad que siempre la ha
caracterizado y mi memoria vuelve poco a poco a la superficie.
Me acuerdo de Elisabeth. No era precisamente mi amiga, más bien una
compañera de clase que todo el mundo quería y apreciaba.
Tenía el don de remontar la moral de cada uno, de hacernos reír en los
momentos más difíciles y su presencia tenía algo de intangible que no podíamos
describir mas que por la falta provocada por su ausencia.
Ausencias, las tenía, pues Elisabeth sufría de diabetes y a veces, una crisis
más fuerte le obligaba a faltar a clase.
Su padre médico, conocía al mío y aunque, nosotras las chicas, teníamos
pocas ocasiones de encontrarnos fuera de la clase, nos estimábamos y sentíamos
afecto la una por la otra.
Vivíamos en dos pueblos lejanos y al liceo de la ciudad no se podía llegar mas
que con el autobús escolar. Este alejamiento no facilitaba nada los encuentros extra
escolares, tiempo que a menudo consagrábamos a la preparación de nuestros
exámenes en previsión de la selectividad.
Sin embargo sentía que aún no estaba en el corazón de la situación que
Elisabeth quería mostrarme. Alguna cosa más agotadora me esperaba, un
acontecimiento que he querido sin ninguna duda borrar de mi memoria.
La escena cambia y esta vez, apenas tengo tiempo de ver mi clase del último
curso justo debajo de mí cuando en un instante me encuentro en el cuerpo que tenía
en esa época. Soy la alumna de último curso que era entonces...
Poco atenta a la clase que se desarrolla, dejo errar mi mirada más allá de las
ventanas de la clase, sueño y los árboles en flor me dan unas intensas ganas de
libertad... Es una bella tarde de primavera, aún fresca pero prometedora de los bellos
días por venir.
La clase me aburre visiblemente. Es la clase de alemán y el profesor, un
hombre grueso y rubio no logra captar nuestra atención.
El bruhaha reina en la clase y cada uno habla sin preocuparse de lo que pasa
en el estrado.
19
Maquinalmente busco la mirada de Elisabeth, su lugar esta vacío, está
ausente ese día como le ocurre a veces a causa de su enfermedad. Sin embargo en
mi interior, siento un malestar que no cesa de crecer sin que pueda decir porque.
Es en ese momento preciso en el que el director del liceo hace su entrada.
Su cara sombría no deja presagiar nada de bueno y pensamos no sin razón
que la bulliciosa agitación de nuestra clase lo había atraído hacia nosotros.
“Vengo a anunciaros una nueva que entristecerá a más de uno, Elisabeth nos
ha dejado, ha muerto durante la noche”.
Un silencio glacial cubre brutalmente el aula, la muerte estaba lejos de
nuestras preocupaciones y aunque disertásemos en los cursos de filosofía no nos
concernía directamente. Elisbeth acababa de cambiar ella sola esos datos y nos
encontrábamos todos con un peso del que hubiéramos prescindido. El director pidió al
profesor que nos dejase libres más pronto que de ordinario pero esta vez salimos sin
entusiasmo de la clase.
El colegio siendo católico dijo una misa por su alma. Sólo me acuerdo de que
no lloramos, mas bien en el fondo de nosotros había una muerte de la que no
sabíamos que hacer. El miedo o al menos la poca proximidad que teníamos con “la
Muerte” nos daba un sentimiento de impotencia que obstinadamente rehusábamos
mirar de frente.
Solamente supimos que Elisabeth había muerto de una crisis más fuerte que lo
habitual y la vida retomo su curso... Queríamos creer que éramos inmortales y que la
muerte bien podía esperar.
“¿Elisabeth, dime, no te has suicidado?”
La joven está cerca de mi en un espacio blanco, inmaculado y apacible.
“No, no esta vez pero, mira atentamente lo que te va a ser mostrado y vas a
comprender el porque de mi presencia a tu lado y así mismo, el porque de mi muerte”.
La habitación en la que estábamos Elizabeth y yo desaparecía poco a poco
para hacer sitio a otro tiempo, otra época. Soy espectadora de una escena que me
rodea por todas partes y me doy cuenta de que ahora veo a través de los ojos de uno
de los actores de la época. Estamos en los años 1900 en “la Belle Époque”.
Una bonita joven se pasea del brazo de un hombre elegante en lo que creo que
es un jardín de nuestra capital. Lleva una sombrilla blanca de encaje y un vestido largo
que fácilmente puede calificarse de “alta costura” tan bien hecho parece para poner de
relieve su silueta.
El hombre a través del cual asisto a la escena, enlaza tiernamente a la joven e
la que la cara de trazos finos y expresivos por una instante traiciona la pena y el dolor.
“Querida cesa de inquietarte, hemos hecho todos los exámenes que podíamos
hacer, ese mal de vientre desde el nacimiento de nuestro segundo hijo ciertamente
tiene una razón ¿pero por qué imaginar lo peor? los exámenes llegarán en algunos
días... Aprovecha este día de primavera. El tiempo es tan dulce y además, mira esos
árboles que están adornados con sus mas bellos atributos, justo para ti”.
20
La joven no responde. Mira la tierra y parece perdida en pensamientos bien
lejos de los de su compañero.
Delante de ellos una soberbia avenida de árboles con flores rosa les ofrece una
sombra ligera pero, esta vez, ninguno de los dos parece percibirla. Maquinalmente
toman la suntuosa avenida y se dirigen hacia una pequeña puerta de hierro forjado
que franquean rápidamente para encontrarse en una calle parisina del Marais.
“Esa mujer, soy yo, me susurra en el oído Elisabeth, lo que ves es mi historia
precedente y porque hoy estoy aquí”.
Las escenas se suceden con rapidez y, esta vez las veo como espectadora.
En un inmueble señorial, la pareja esta sentada en el despacho de un hombre
que rápidamente adivino que es un médico. Los libros sobre la mesa, los instrumentos
así como la mesa de examen en la habitación no me dejaban ninguna duda.
“Soy vuestro amigo y no se como anunciaros que tu, Sophie, tienes una
enfermedad grave. Los exámenes son formales, pero haremos todo lo posible para
que salgas de este mal paso”.
No se si el médico amigo emplea el “nosotros” porque eso le permite tomar
distancia o si incluye en el “nosotros” la ayuda del compañero de la joven.
La pareja permanece sin voz mientras me vienen en oleadas los sentimientos
de duda, cólera y de impotencia de los actores de esta escena.
Sophie, la cara fina y delicada encuadrada por largos bucles rubios y la silueta
menuda parece una miniatura pintada por el más talentoso de los artistas.
Se había casado por amor con Paul y tenía dos niños de él: una niña de tres
años y un niño de diez años.
Hacía doce años que la pareja vivía un amor sin nubes. Paul con su pelo lacio
y el mechón rubio que caía regularmente sobre su frente tenía un aspecto de
gentleman londinense. De todas formas era elegante y tenía humor y Sophie estaba
muy enamorada de él. La única sombra en ese cuadro donde ni el amor ni el dinero
faltaban, era desde hacía tres años, esa sensación desagradable y a veces dolorosa
que cada vez tomaba más espacio en el vientre de Sophie y le impedía disfrutar de su
vida de mujer colmada.
Hoy tenía treinta y cinco años y su ideal de madre y esposa acababa de
disgregarse en el despacho del médico de familia. Tenía la sensación de que un
agujero negro y sin fondo acababa de abrirse bajo sus pies y la palabra “muerte”
giraba como telón de fondo en su cerebro que notaba inoperante.
Más allá de las palabras que el médico creía tranquilizadoras, percibía, casi
palpable, la muerte encapuchada, la guadaña en la mano que iba hacia ella a paso de
gigante.
Con gran dificultad Sophie, sostenida por su marido pudo llegar a su señorial
apartamento que sin embargo no se encontraba más que a unos pasos del despacho
del médico.
21
En su cabeza, algo que no comprendía había cambiado, una modificación que
no daba lugar a que su naturaleza habitualmente serena se pudiese expresar.
Un telón se interponía entre ella y la vida que continuaba a su alrededor.
En el interior ricamente amueblado de su apartamento parisien, yo estaba allí,
espectadora invisible de los densos y sombríos pensamientos que invadían el lugar.
Dos grandes butacas recubiertas con una gruesa tela de color púrpura acogían
los cuerpos de Sophie y de Paul pero sus almas no estaban presentes, viajaban a
merced de sus pensamientos sin conseguir liberarse.
Paul tenía un periódico que no leía mientras que Sophie fingía dormir.
“No se que hacer para ayudar a Sophie. La quiero y me siento tan impotente.
Esta cólera que me llena, me vuelve agresivo y me dan ganas de irme lejos, de olvidar
lo que soy incapaz de controlar”.
Con esos pensamientos que oigo con nitidez, Paul pliega el periódico y sale no
sin tener la necesidad de dar un portazo, lo que su “buena educación” le impide hacer.
“Se que Paul es desgraciado y querría mostrarle otro aspecto, más combativo,
más optimista pero estoy tan cansada y tan obsesionada por la más mínima tensión de
mi cuerpo que nada más me preocupa... Ni los niños”.
Mientras percibo estos pensamientos de Sophie, una voz jubilosa se hacer oír
detrás de la puerta del salón.
“Mama, mama, he aprobado mis mates, mira lo que el profesor ha puesto en mi
hoja, el niño fiel retrato de la madre, tiende a Sophie un cuaderno. Espera con
impaciencia las felicitaciones de su madre, pero estas se hacen esperar y
decepcionado mira a la joven que hace una mueca bajo un dolor que parece
atravesarla.
“Mama, todavía estas mala, ¿quieres que llame a Nannie?
La voz del niño deja transparentar su inquietud, olvida sus notas y la felicidad
de antes para correr a buscar a “Nannie” la vieja gobernanta llega unos instantes
después, con un plato y un bol de sopa caliente.
“Debería echarse un poco Señora, la pequeña Lili acaba de volver de su paseo
con la Señora Seral y querrá verla.
- Dile que estoy cansada, la veré mañana...
Son las únicas palabras pronunciadas por Sophie que se dirige a su habitación
para echarse un poco.
Siempre escuchando los pensamientos de la joven la sigo a su habitación y
capto, impotente y espectadora, pensamientos embrollados en los que me gustaría
tanto insuflar un poco de esperanza.
“Esos niños me cargan, me pregunto si los quiero. Además, ¿es que soy aún
capaz de amar a alguien?. ¡Es terrible y espantoso!
22
Tengo miedo, muchísimo miedo de morir y no quiero que la muerte decida por
mí el día en que me cogerá”
Elisabeth esta de nuevo a mi lado en un lugar inmaculado donde nada más
existimos nosotras dos.
“A partir de este momento, me dice, me encerré un una burbuja de sufrimiento
de la que no percibía la salida”
Nadie tenía importancia a mis ojos fuera de mi sufrimiento y mi lento avance
hacia mi muerte. Nada ni nadie podía conseguir sacarme de esos pensamientos
destructores que me llenaban-
Intentaba, por momentos levantar ese velo sombrío que me rodeaba.
Desgraciadamente no tenía éxito. Todos mis esfuerzos me parecían vanos, lo que
reforzaba en mí ese sentimiento de incapacidad e inutilidad.
Poco a poco acabe creyéndome mala y sin corazón.
- ¿Y Dios o la religión en todo eso? ¿No te podían ayudar un poco? dije sin
convicción.
- Por un instante creí que mis creencias iban a poder hacerme salir de este
infierno pero rápidamente me di cuenta de que mi fe era superficial y que no podía
agarrarme a ella.
¿ Después de todo qué sabía de lo que me esperaba? ¿Además ese Dios que
me enviaba esta enfermedad “mortal” como considerarlo bueno y misericordioso?
¿Qué había hecho para merecer eso?
Las preguntas daban vueltas en mi cabeza sin encontrar la respuesta y cada
día me hundía más en una desesperación sin salida.
Nadie hablaba de enfermedad mortal o de muerte a mi alrededor, pero yo veía,
oía esas palabras por todas partes.
Si mi marido hablaba con amigos y desde mi habitación donde me refugiaba
cada vez más a menudo, no llegaba a oír la conversación, me persuadía de que
hablaban de mí, de mi enfermedad y de mi muerte.
Cuando los niños me miraban con ternura, creía leer en su mirada un adios a
su madre moribunda.
Mi obsesión agotaba a todos los que me rodeaban y me culpaba aún más de
una situación que no conseguía cambiar. Me sentía como un peso sobre los demás.
Intentando interesarme por mi familia, me daba cuenta de que lo que vivían no
me afectaba ya. No era más que una moribunda.
Percibía cada uno de mis dolores, hasta el más insignificante, como un paso
hacia la muerte y nada me podía distraer. Ni los amigos, ni el tiempo, ni las
distracciones ni las muestras de amor, de amistad o de afecto podían atravesar esta
concha sombría con la que involuntariamente me había confeccionado un abrigo
infranqueable.
23
El miedo me aislaba del mundo y me colocaba en “mi mundo”, un mundo de
sufrimiento y de incomunicación en el que cualquier forma de alegría estaba ausente.
De esta forma un día en mi mundo, concebí un proyecto absurdo: el de
desafiar a la muerte.
Era mi enemiga y no quería darle el honor de la victoria. Puesto que venía
hacia mí ineluctablemente, la vencería, y no me tendría.
Este proyecto se volvía cada día más preciso y de esta forma pensaba apartar
el miedo que me llenaba por entero sin ver por un segundo que era ella la que dirigía
cada uno de mis gestos, cada uno de mis pensamientos.
Así desarrollaba los planes más maquiavélicos con todos los detalles de mi
muerte adelantada y dirigida. Era en ese momento la única ocupación que me parecía
digna de interés y que me hacía parecer más viva a los ojos del mundo exterior.
No me quejaba, aparentemente era más agradable con cada uno mientras que
en mi interior, el mundo que no era el mío podía derrumbarse... Me desinteresaba. Mi
única esperanza ahora residía en el único gesto que me parecía posible y me liberaría
definitivamente de esta muerte enemiga que avanzaba hacia mí sin que supiese el día
exacto en que me golpearía con su guadaña. Prefería realizar ese gesto yo misma y
sin duda me daba una apariencia de control y poder sobre un monstruo sin cara, que
me obsesionaba sin cesar, al punto de perder el sueño y el hambre.
Un día al fin, mi plan estuvo a punto. Había previsto los menores detalles y casi
todas las eventualidades. Y cuando esa mañana, después de haber abrazado más
tiernamente que lo habitual, a los niños que se iban al colegio con su Nannie, me eché
en la bañera llena de agua con una cuchilla de afeitar, estaba persuadida de que al fin
se me iba a quitar el miedo. Saboreaba esa última burla que le hacía a esta vida que
no quería nada más conmigo... y mientras que la vida me dejaba poco a poco tuve un
último sobresalto, como si el velo opaco que me rodeaba hasta ese momento se
desgarrase al fin.
Las caras de Paul y de los niños aparecieron de repente con nitidez y el Amor
que creía no sentir ya me llenó con una intensidad que no conocía desde hacía mucho
tiempo. En algunos instantes que me parecieron durar indefinidamente, mi vida se
desarrolló, sin juicio, sin emoción, únicamente el Amor y de golpe supe...
Me había equivocado, no había terminado, mi historia estaba incompleta, no
podía irme ahora, era demasiado pronto, la vida, mi vida era importante y, como toda
vida, no podía interrumpir su curso. El sentido de lo sagrado que jamás había
experimentado hasta ahora me llenaba ahora como si siempre hubiera formado parte
de mí.
Ya no quería irme pero era demasiado tarde y abajo mi cuerpo inanimado
bañándose en un agua enrojecida por la sangre me daba nauseas. Tenía la sensación
de haber cometido un crimen.
No sabía que lo peor estaba por venir.
Ahora mira esos trozos de la película de mi vida y rápidamente
comprenderás...”
24
En unos instantes, vuelvo al cuarto de baño pero esta vez, los niños y Paul así
como Nannie están allí alrededor del cuerpo sin vida de Sophie. Rápidamente
comprendo que es su hijo quien acaba de descubrir el cuerpo sin vida de su madre y
que ahora mira la escena, paralizado y sin voz ante el espectáculo.
Ya no es la silueta de Elisabeth sino la de Sophie la que esta allí y mira a mi
lado la escena que se desarrolla bajo sus ojos. Me ve y me habla como una vieja
conocida.
“Todo ha comenzado donde creía que todo habría terminado al fin.
La muerte no estaba ni delante ni detrás de mi, no había nada y pude percibir,
en el espacio de un instante, mis miedos como pompas de jabón inconsistentes que
estallaban una tras otra.
Me había construido un mundo que creía dirigir pero que de hecho no existía.
Acababa de darme cuenta de que me había engañado a mí misma creyendo engañar
al enemigo. ¡No había enemigo!.
Cuando mi hijo entró y me descubrió, creí que iba a morir una segunda vez.
Sentí su inmenso desconcierto y su estupor, como si me ocurriese a mí. Empecé a
sentir el dolor de cada persona a la que amaba y que descubría mi cuerpo sin vida.
Los sentimientos de impotencia, de cólera, de abandono, los dolores de la
traición, todo lo que sentía cada uno me repercutía de lleno como un látigo y se
transformaba en mi interior en un sufrimiento intolerable.
Cada vez estaba peor y ese infierno era mil veces más doloroso que el que
había creído conocer sobre la tierra.
Mi muerte por suicidio iba a arrastrar consecuencias, para aquellos que amaba,
en los que mi cerebro enfermo no había pensado un solo instante.
La religión no quería nada de mí y nadie osaba hablar de las circunstancias de
mi muerte.
La vergüenza cubría a mi familia. Vi entonces hasta que punto el peso de lo “no
dicho”, del pecado, de lo que yo era culpable en el presente, pesaba sobre las
espaldas de cada uno de mis hijos y sobre su padre.
Me di cuenta de la culpabilidad que este último experimentaba sin que
pudiese dulcificar su pena. Esto también me hacía daño.
Hubiera querido decir que nadie era responsable de mi muerte. Que sólo yo me
había encerrado en ese caparazón negro y polvoriento, pero no podía decir nada,
hacer nada, nadie me oía, no podía mas que sentir.
Paul lloraba. Lloraba ese amor que se iba demasiado pronto, lloraba su
impotencia, se dolía tanto de su incapacidad de expresar su desconcierto y sus
pensamientos giraban, rebeldes a todo razonamiento.
“Debería haber visto que iba a suicidarse… Si hubiera estado más presente,
eso no hubiera pasado… Y los niños... No se ni como consolarlos... Soy un inútil”.
Miro la escena que se desarrolla debajo de mí:
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Sophie se inclina hacia su compañero:
“Paul te quiero y has hecho todo lo humanamente posible, en estos últimos
tiempos nada podía distraerme de la decisión que había tomado.
No tienes nada que ver con mi acto. Estaba tan centrada en mí, nada más que
en mí.
Acabo de darme cuenta de cuanto os quiero”.
El hombre no oye y la joven, como un fantasma, intenta acariciarle la cara
después retrocede y se acurruca en su dolor y ante tanto desastre.
La oigo murmurar para sí misma:
“Si hubiera sabido...” Con una voz apenas audible que termina en un sollozo.
Ahora estamos con Sophie encima de la fosa común donde sin celebración se
va a depositar su cuerpo como un fardo demasiado pesado.
Elisabeth ha reemplazado a Sophie, pero eso no tiene importancia.
“Mira a las personas que están presentes, algunos los conoces ahora y, el
médico amigo de la familia y los padres de Sophie que, más allá de sus creencias, han
hecho un acto de amor viniendo a estas exequias sin gloria.
Concebí una gran cólera contra la religión católica y su intransigencia, pero
mira al médico, como parece afectado por esta muerte.
El también se ha sentido, como Paul, culpable por no haber podido hacer nada
y ha pedido una autopsia como se practica a veces...”
La autopsia ha revelado que no había una enfermedad grave o mortal. “Una
inversión de las fichas ha debido deslizarse entre dos análisis”, han respondido los dos
directores del laboratorio cuando el médico de familia les ha hecho conocer las
dramáticas consecuencias de este error, añadiendo un inútil:
“Estamos sinceramente desolados, Doctor...”
Por sus caras descompuestas no lo dudaba. Había pensado por un instante
hacer un proceso y advertir a los periodistas y después, el desaliento le había
invadido... Se debía rendir a la evidencia, nada volvería a Sophie a la vida.
Elisabeth, de nuevo a mi lado, siempre sonriente, me mira y comenta:
“Rápidamente después de mi muerte, me encontré en un lugar parecido a la
sala de espera de un hospital, muy limpia y muy blanca.
No se cuanto tiempo pasó, pero pude ver, en ciertos momentos, escenas de la
tierra y las repercusiones de mi acto sobre todos los que amaba.
Estaba aterrada pues jamás hubiera creído causar tanto dolor ni sentirlo tanto.
No había diferencia entre los demás y yo, entre sus heridas y las mías y todo lo que
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sobre la tierra parecía no concernirme, de repente se convertía en una parte integrante
de mí.
Paul que aún estaba resentido conmigo por haberle dejado tan brutalmente,
había acabado por casarse con una mujer que quería a nuestros niños pero mi hijo
Paul Junior estaba muy perturbado en el plano psíquico. Su hermana ahora convertida
en una bella jovencita se colgaba desesperadamente de todos los hombres que
encontraba, dispuesta a todas las torpezas para no ser abandonada, cosa que pese a
todo le ocurría regularmente.
Paul Junior era pensionista en un colegio mayor y si todo iba bien en el plano
de su universidad, era otra cosa en todo lo que concernía al plano afectivo.
Navegaba entre el vicio y la virtud, amando y torturando a la vez sin encontrar
jamás la paz. Sus amores tumultuosos eran noticia, mientras cada día se destruía un
poco más por todos los medios que encontraba a mano o que inventaba.
El médico amigo acababa de morir y sabía que su vida se había reducido por la
culpa y la pena que sentía después de mi suicidio.
Donde me encontraba no podía más que asistir impotente a los extravíos y las
dificultades concernientes a la vida de cada uno.
Mi sufrimiento era intolerable y no veía el fin hasta que un día, el amor que en
vano intentaba dar consiguió tocar a uno de los míos.
Ese día intenté enviar un poco de valor y de ternura a mi hija, golpeada por un
compañero de paso que la había abandonado por otra. Lloraba y soñaba con poner fin
a sus días, me llamaba y oía su voz que suplicaba:
Mama, por qué me has abandonado, tenía tanta necesidad de ti, de tus
consejos, de tus brazos. Quiero reunirme contigo…”
No sabía que hacer tan perdida estaba ante esa llamada que resonaba en mí.
Hubiera dado todo por que me pudiese ver, oírme aunque solo fuese un instante.
Cómo decirle que la muerte no era la solución, que la muerte no existía y que la
solución estaba siempre allí donde nos encontrásemos.
Entonces se produjo el “milagro”. En mi sala de espera vi dirigirse hacia mí una
silueta de luz de la que el contorno se volvía más y más claro a medida que se
acercaba.
Un ser, hombre o mujer, no sabría decirlo pues sus rasgos podían pertenecer a
uno u otro sexo, en fin estaba allí, en ese mundo de silencio, en el que me sentía tan
sola.
“Tu oración ha sido escuchada, dijo con un cálido tono. Vas a poder hablar a tu
hija durante unos minutos de tiempo terrestre. Será tu única posibilidad antes de tu
encarnación que se aproxima… Un poco más tarde te explicaremos lo que te espera y
porque vas a volver a la tierra”.
No escuché más, ahora solo contaba una cosa, iba a poder ayudar a mi hija,
me iba a oír y podría estrecharla en mis brazos.
Por un gesto del Ser, sentí que daba un vuelco y en seguida ví a mi hija en su
pequeña habitación de hotel y su creciente desconcierto.
27
“Lili mira, estoy aquí”.
Lili mira, sin dar crédito, mientras Sophie se aproxima a ella, vestida con un
traje que su hija conocía bien cuando era una niña.
“¿Mama, eres tu? La voz de Lili es incrédula.
- Querida, quería decirte que te amo y que jamás he querido abandonarte.
Tienes un gran valor para mí. El suicidio es terrible, la vida, tu vida como la de todo ser
viviente es sagrada. No me perdono haberte abandonado. El suicidio es una traición,
una ruptura de contrato con uno mismo. También yo creí que este acto pondría fin a
mis sufrimientos y he visto como lejos de desaparecer con mi cuerpo, eran aún más
intensos después. No son físicos pero mucho más terribles de soportar. Tienen por
nombre: culpabilidad, impotencia y se duplican por un sentimiento de fracaso cara a un
obstáculo que parece irrisorio visto de más lejos, de más alto.
Cuando te sientes en un callejón sin salida, retírate al fondo de ti misma por
unos instantes, si puedes, y mira la situación que vives, como una espectadora de la
escena que se desarrolla.
He comprendido que somos actores de escenas de nuestra vida pero que
somos más que el papel que nos damos en una escena u otra”.
Sophie se interrumpe un instante para tener tiempo de escoger sus palabras,
mientras su hija no se atreve a moverse por miedo a interrumpir esta visión.
“Te quiero, mi Lili, mi pequeña, mi bella.
No podré mostrarme a ti mas que esta única vez, pero guarda esta visión en
tu corazón y sabe que siempre estaré cerca de ti, aunque no me veas, aunque no me
sientas.
Cerca de cada uno de nosotros, hay alguien que nos ama, un poco como un
guía. Nunca está solo alguien en el mundo…
- Mama espera un poco aún…
- Aún tengo muchas cosas que reparar en mi historia, querida, pero no
olvides jamás que te quiero y que este amor será nuestra unión más segura. Ahora
debo partir… Ni siquiera puedo abrazarte pero, desde este día, bastará que me
llames y estaré ahí, donde sea que estés, conozco el camino que me lleva hasta ti”
Lili siente su corazón y su cuerpo respirar de forma diferente… Como si se
crease un espacio en ella, permitiéndole respirar profunda e intensamente la vida.
Permanece allí sin moverse, con miedo de darse cuenta de que no era más que un
sueño y que todo va a desaparecer al despertar. No, ella está despierta desde hace
mucho tiempo y esta aparición que la llena va sin embargo a ayudarle a consumar su
propia historia. La sonrisa de su madre que, a partir de ahora sabe que no le ha
abandonado, está grabada en ella, para lo mejor y lo peor.
En los planos del alma, un Ser de Luz espera a Sophie, mientras que otros
dos seres a su lado sonrien.
“Sophie, te estamos esperando, dice el primero de los tres con una voz jovial.
28
Nadie castiga al suicida y tu sola te juzgas y sufres. Hemos leído en tu alma y
estamos cerca de ti desde hace mucho tiempo aunque jamás durante tu vida en la
tierra hayas tenido conciencia de nuestra presencia.
Hoy tu alma siente la necesidad imperiosa de volver a esta misma tierra y vivir
de otra manera ese miedo a la enfermedad y la muerte. ¿Te sientes dispuesta a llevar
hasta el final el contrato con tu nueva vida terrestre?”
Como un pequeño soldado valeroso, Sophie se planta toda derecha delante de
los tres seres:
“No solamente estoy dispuesta, sino que verdaderamente tengo necesidad de
contribuir a aportar un poco más de luz sobre la Tierra.
- Tu programa será el siguiente. Desde que vuelvas a la tierra, tendrás una
enfermedad difícil de curar. Morirás de esa enfermedad a los 16 años que te quedan
por vivir. Tu padre será el que, en tu vida precedente, se culpó de tal manera de tu
muerte que acortó su vida.
Estarás en un colegio católico pues ha llegado el momento de hacer las paces
en ti con esa religión.
En cuanto al resto, la forma en que vivirás esos años y lo que aportarás a cada
uno, no dependerá mas que de ti.
No olvides que, sean cuales sean los episodios de tu vida, estaremos siempre
cerca de ti.”
El segundo ser se ha adelantado y ha tocado el brazo de Sophie en señal de
afecto.
“En cuanto a Lili, la verás y sabrás como ayudarla” continuo tranquilizador.
Elisabeth esta ahora cerca de mí, resplandeciente.
“Comprendes ahora porque he vuelto y también porque me fui…”
Tuve necesidad de responderle: “Gracias Elisabeth, por tu presencia y por
compartir esos momentos dolorosos de tu vida”.
Las palabras no vienen, nos abrazamos afectuosamente y en el instante en
que nuestros corazones se encuentran, se graba en mí una marca indeleble:
La sonrisa de Elisabeth.
29
ENSEÑANZAS
“Diles a los humanos de la Tierra que cuando el Ser que se suicida está lúcido
y se ve sobre su cuerpo muerto, como en el caso de Sophie, siente un gran malestar.
Mientras que episodios de su vida desfilan con rapidez, la entidad percibe y siente, en
lo mas profundo de su ser, la inutilidad de su acto y lo sagrado de la vida que acaba de
suprimir.
El comienzo del Infierno:
Un mundo de sufrimiento de donde nadie puede salir si ella misma no
entreabre la puerta.
Unido a todos los que ama, la entidad vive intensamente los sufrimientos de
cada uno y percibe la ilusión de lo que le ha llevado a morir y modificar así la
trayectoria de los que están próximos.
La culpabilidad le crea un verdadero tormento y le condena a vivir en un
universo de desesperanza y oscuridad.
En los mundos que llamáis “después de la Vida” nadie condena ni juzga. Sólo
el Ser, es el juez más despiadado para sí mismo.
Cuantas personas que se suicidan creen muy a menudo que no son amadas,
que no soportaron su prueba y que son incapaces de aportar amor.
Ilusión. Ilusión de un Ego que tiene miedo de la muerte...
El miedo había separado a Sophie de la Vida, el amor por su hija, más fuerte
que todas las culpabilidades, le ha ofrecido, una última vez, retomar el contacto con la
Vida.
Sophie aceptará volver en un cuerpo físico para pasar una vez más el
obstáculo del miedo a la muerte que creía evitar.
Elisabeth asumirá plenamente su vida mientras que su alegre y atenta
generosidad dispersará las nubes en torno a los que la frecuentan.
Es la contribución a esta vida interrumpida y a todos aquellos que, por ese
gesto, han debido modificar el curso de su vida”.
La voz portadora de la enseñanza se difumina mientras que, en alguna parte
muy en el fondo de mí, sube la certeza de la belleza de la Vida en la tierra...
30
LA SOLEDAD DE ARTHUR W.
“NO HAY SOLEDAD PARA EL QUE ACEPTA EL PAPEL
QUE LA VIDA LE PROPONE, SIN BUSCAR LA ACCIÓN
QUE VA A SATISFACER UNICAMENTE SU ORGULLO”
- Caminos de ese Tiempo.
Dos grandes pilares de piedra encuadran la majestuosa entrada que, bordeada
de grandes coníferas, lleva a un viejo edificio del siglo XVIII, renovado con buen gusto.
Una vasta escalinata y grandes escaleras de piedra acogen al recién llegado, mientras
que estatuas de factura muy italiana y piletas desbordantes de flores contribuyen a la
belleza del conjunto.
Nada dejaría pensar que se trata de una residencia para personas ancianas, tal
es la apariencia de estar aún habitado el lugar por la nobleza de la época precedente.
El interior, más funcional, guarda ese viejo encanto de los viejos edificios
proponiendo a su clientela un confort muy siglo XX.
En la entrada, diversos paneles indican las prestaciones que se ofrecen: Sala
de reposo – lugar de culto - sala de juegos – sala de televisión – salón de belleza –
comedores – baños – lugar de encuentro.
El conjunto de la institución daría la impresión de un lugar de reposo en un
castillo-hotel si no fuese por la presencia de un personal activo, con blusa azul o
blanca y personas exclusivamente mayores o minusválidas.
Ese día, sin embargo, un tema de conversación parece interrumpir la aparente
quietud del lugar.
Cerca del distribuidor de confitería y bebidas del pasillo que lleva a un pequeño
salón de televisión común para el piso, dos mujeres discuten con animación y un punto
de nerviosismo.
Una de ellas, una morena de unos treinta años, un poco gruesa, revuelve con
rapidez una cuchara de plástico en su expreso humeante.
“No se que hacer con el señor W. No quiere tomar sus tabletas y casi no me
atrevo a entrar en su habitación para llevarle su desayuno. Se que lo que me va a
decir me va a exasperar... Siempre es igual desde hace tres semanas”.
La gran pelirroja, con el pelo recogido en un moño, que esta enfrente suyo,
mira a través de las gafas cuya montura combina perfectamente con el color de su
pelo. Parece concentrarse en el contenido oloroso del potaje verdoso de su cubilete de
plástico.
Visiblemente no sabe que responder y murmura sin convicción hacia su colega:
“Quizá deberíamos hablarlo durante la reunión de esta tarde. Parece
importante. No podemos correr riesgos: seríamos consideradas como responsables si
le ocurre cualquier cosa”.
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Mientras las mujeres continúan su conversación, a algunos metros de allí, en
un ala del gran edificio, un hombre alto y delgado mira por el ventanal de su
apartamento, el gran parque que se extiende hacia el río que corre abajo mientras dos
pequeñas ardillas rojas trepan con agilidad por el tronco de un gran roble.
Visiblemente el espectáculo de los colores del fin del verano no parecen
distraerle de esta melancolía que impregna todo su ser,
Se vuelve y, con aire desengañado, barre con su mirada el lugar que le sirve
de apartamento. Algunos objetos de Africa, algunas telas y butacas en madera roja le
recuerdan momentos de su vieja vida de viajero explorador y sobre todo de todos esos
años al servicio de poblaciones increíblemente desprovistas. Sabe que esta instalación
no tiene nada de provisional y que cuando sus hijos lo han llevado allí, con su
consentimiento por supuesto, todos tenían el corazón un poco angustiado.
El señor W. lleva sus ochenta años con orgullo y una cierta nobleza. Su cuerpo
todo nervio y músculos jamás le había traicionado hasta ese día de invierno, hace
algunos meses...
Se acuerda haber colocado encima de un armario de una de las habitaciones
de su gran casa, un cuadro africano que quería volver a ver y porque no, colgar, si
encontraba una pared lo suficientemente grande para ello.
A sus ojos la operación no tenía ningún riesgo y sin embargo, se acuerda de
haber tenido como un vértigo cuando su pie derecho se posaba en el último escalón
de la escalerilla que le permitía alcanzar la parte alta del armario y después nada... no
se acordaba de lo que había pasado, un agujero en su memoria.
Sus hijos le contaron que se había desmayado y que había permanecido allí,
veinticuatro horas, echado en el suelo, sufriendo una fractura de la cadera, hasta que
su hija mayor llegó para tener noticias suyas. Afortunadamente, iba a su casa tres
veces por semana desde la muerte de su segunda esposa.
Después de este episodio, los cinco hijos habían pedido tener una reunión de
familia. Justo acababa de salir del hospital donde le habían curado la cadera y aún se
sentía dependiente de unos y otros, dada su dificultad para andar. No quería rechazar
esta reunión, pero un malestar indefinible le atravesó en el momento mismo en que
aceptó.
Desde esa reunión memorable en la que se reunieron todos en su propia casa,
aún se acuerda de la escena, como si acabase de pasar en ese mismo instante.
En la gran chimenea tan propicia para calentar la humedad invernal ardía un
gran fuego alimentado por troncos de árboles secos y mantenido por uno de sus hijos,
el segundo, el más tímido o al menos, el que jamás le había causado problemas tan
invisible parecía.
Los cinco hijos y el mismo finalmente se habían instalado en los sillones de
teca, con grandes cojines de tela marrón, recuerdos tangibles de sus años vividos en
Africa.
De hecho, toda la casa estaba amueblada con objetos traídos de ese vasto
continente: La gran mesa en madera roja, las estatuas y los batiks de Burkina, la
cerámica maliniense, las sillas derechas y totalmente inconfortables de respaldos
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artísticamente esculpidos. El conjunto daba la sensación de cambio de aires, en ese
rincón de Alsacia, de estar en visita en casa de un rey africano.
Aunque cada uno hubiera deseado mostrase alegre, y pese al whisky, el gin
tonic y los aperitivos preparados por la señora de compañía que se ocupaba del señor
W. desde hacia algunos años, nadie conseguía distenderse verdaderamente.
El más joven de sus hijos, el más impetuoso, el menos dócil, tomó al fin la
palabra con un tono que se volvía agresivo por la inseguridad que sentía.
“Papa, estamos cansados de tener miedo sin cesar de que te ocurra cualquier
cosa. Todos trabajamos y, a excepción de Rosa, todos vivimos lejos de aquí. Yo, el
primero, viajo más y más lejos y por periodos más y más largos por mi trabajo”.
Arthur W. no pudo dejar de sonreír interiormente pensando cuanto se le
parecía su hijo, aunque precisamente siempre había querido desmarcarse de su
padre.
“Después que Line, tu segunda esposa murió, continuó, no dejamos de
inquietarnos. ¿Qué va a hacer papa solo durante las vacaciones? Y durante los
periodos de fiesta, es un verdadero rompe cabezas cual de entre nosotros se va a
sacrificar por ti...”
El hombre de unos cuarenta años se para como para tomar aliento mientras
que el señor W, con un vaso en la mano la siente temblar imperceptiblemente.
Emoción por supuesto, cólera quizá, no es capaz en ese instante de analizar lo que
pasa en él, esta demasiado sumergido en las palabras que acaba de oír y sobre todo,
por todo lo que imagina que no se ha dicho.
Siempre ha sido independiente, autónomo, no pidiendo nada a nadie, de
repente se siente tan fatigado.
Ha trabajado mucho en organizaciones humanitarias y siempre era él el que
organizaba los grupos y dirigido las acciones más saludables. Por otra parte es lo que
le llevó a vivir muchos años entre Africa y la Alsacia.
Sus pensamientos vuelan hacia un pasado de hace más de cincuenta años...
Originario de una familia de agricultores alsacianos, había hecho todo para salir
de un medio que despreciaba. Durante mucho tiempo había tenido vergüenza de la
incultura de sus padres y había dejado que sus hermanos y hermanas tuviesen el
cuidado de ocuparse. Tenía “una misión” que cumplir, la de ayudar a los países pobres
a salir adelante. Era su fuerza y el orgullo de su vida.
Apenas oye la voz de su hijo que reemprende:
“Papa, jamás has tenido mucho tiempo para nosotros. Te he esperado días y
días con la esperanza de que vinieses un día a verme en un partido de foot o a una
reunión de profesores. Estaba orgulloso de tener un padre viajero y humanitario, pero
jamás tenías tiempo que dedicarme”.
El padre esta vez oye la repetición y no dice nada. No sabe que responder. Es
verdad que había consagrado su vida al mundo olvidando que tenía una familia. Por
otra parte su primera mujer se lo había reprochado con frecuencia y de discusión en
discusión había terminado, cansada de luchar, por dejarlo.
33
Sin embargo no tenía la impresión de no haberse ocupado de sus hijos.
Pensaba en ellos en todas partes donde estaba, siempre intentaba saber lo que
pasaba y como iban. Por supuesto, una vez tranquilo, se ocupaba de todas esas
personas que enfermos, mal alimentados, no escolarizados, retenían toda su atención
y despertaban su compasión.
No, no tenía nada que reprocharse, sus hijos tenían todo lo que necesitaban:
dinero, un techo confortable, buena salud y una madre con ellos.
En el fondo, sentía que se mentía un poco, justo un poquito para estar en paz
con su conciencia.
“Papa es verdad que he tenido mucho miedo por ti y que tengo mucho que
hacer en mi trabajo y los niños que crecen. No me hubiera perdonado si hubieras
muerto sobre ese suelo frío sin nadie a tu lado”.
Esta vez, es su hija mayor Rosa que interviene con una voz quejumbrosa…
“Una cristiana, como su madre”, piensa, un poco irritado ante esta hija tan
semejante a su primera mujer.
La discusión se hace más tranquila y nadie se da cuenta del sentimiento de
impotencia del hombre mayor y que apenas consigue disimular con pena. Sobre todo
no quiere parecer débil y lamentarse o suplicar.
Simplemente se da cuenta que ninguno de sus hijos ha propuesto acogerlo en
sus casas que son grandes y confortables.
Arthur siempre ha sido de un temperamento vivo y también esta vez se
endereza y de lo alto de su orgullo herido, responde con un tono que no admite
ninguna alternativa:
“De todas maneras, pensaba coger un apartamento en ese lugar previsto para
la retirada. Sabéis de lo que hablo... de esa casa solariega restaurada. Me parece bien
bajo todos los aspectos, y así no tendré que pensar en las faenas diarias. Al fin me
podré consagrar al juego de ajedrez y quizá, porque no, al golf”.
Los hijos no ocultaban su asombro y su alivio ante el anuncio de esta decisión.
“Papa tomas la residencia más cara de todo el país, le lanza riendo el más
tímido de los cinco, todas tus economías y tu pensión se van a ir.
- ¿No contaréis con vivir de mis rentas, especie de ganapanes? Añade el
padre riéndose.
Todos parecen tranquilizarse mientras que el resto de la familia de cada uno
llega a la hora prevista para terminar la velada en un buen restaurante de la región.
De hecho al señor W. le pesa el corazón.
Es un brindis por el fin de su vida de hombre activo e independiente que el viejo
Arthur hace al final de esa copiosa y piensa él, última cena.
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Ahora hace más de seis meses que Arthur ha llegado a esta residencia y que
habita esas “dos piezas”, de las más grandes de la casa. No se queja de nadie. El
personal es amable, la comida correcta y las actividades diversas. Su vecina, una
anciana dama coqueta diez años más joven que él, le invita a menudo a acompañarle
al restaurante, a la biblioteca o a las salidas propuestas pero no hay nada que hacer..
Arthur se aburre. Pensaba que iba a consagrar su tiempo a actividades, y en lugar de
eso, se da cuenta poco a poco que el mundo exterior no le interesa ya.
Se violenta para acompañar a su vecina y no parecer desagradable pero
también porque siente en él que algún engranaje no funciona.
A medida que pasan los días siente menos necesidad de salir de su habitación.
El, el hombre activo e infatigable de antes, se siente fatigado y peor que eso:
desmotivado, inútil, incapaz, breve, fuera del juego de la vida.
Leer tampoco le interesa, se duerme y dormita después de algunas páginas
que lee con mucha dificultad y de las que olvida el contenido. Es verdad que
curiosamente su vista ha disminuido después de su llegada, lo que hace que la lectura
sea mucho más incómoda.
Esa mañana, sentado en su gran sillón de madera con anchos reposabrazos,
piensa: “Los niños están en vacaciones de verano y es muy probable que no tenga
visitas en quince días”.
Maquinalmente, se pasa una mano por la densa cabellera de un blanco
plateado, que le da un aire romántico mientras que sus pensamientos vagan hacia esa
Africa a al que ha consagrado su vida.
Allá, los ancianos forman parte de la comunidad. El nacimiento, la muerte, la
vejez no son consideradas como enfermedades, más bien como cambios de estación
y nadie es aislado. En los pueblos de cabañas, por muy desprovistas que estén, los
ancianos enseñan a los más jóvenes mientras que los padres intentan aportar que
comer.
Todos viven juntos y es bueno sentir esa convivencia.
Sus pensamientos van y vienen como las olas del mar:
“Aquí en nuestros desarrollados países, se deja de lado a los inútiles, aquellos
que no aportan nada a la sociedad: los enfermos, los viejos, los asociales, los
disminuidos...”
Deprimido por esta comparación, que hubiera preferido evitar, Arthur no oye los
tres discretos pequeños golpes que acaban de dar en su puerta, seguidos
rápidamente de otros tres más sonoros.
“Entre” dice con una voz poco acogedora preguntándose quién puede ser el
intruso que viene a interrumpir el hilo de sus pensamientos.
La puerta se abre mientras que un sacerdote en civil entra en la habitación.
“Buenos días señor W., me gustaría hablar un poco con Vd., aún no le conozco
bien. He oído hablar de Vd., de sus viajes y sus acciones humanitarias y me gustaría
conocer un poco mejor al hombre que se esconde detrás de esa fisonomía de asceta”.
35
El sacerdote, un hombre de aspecto deportivo, sonrisa calurosa y la mandíbula
cuadrada apenas parece pasar de los cuarenta años.
Su presencia y el tono de su voz aportan una nota alegre a la pesadez del
ambiente que, como la sombra de una habitación que ha permanecido demasiado
tiempo cerrada, se ilumina al fin bajo el reflejo de los rayos del sol.
“Padre, siéntese, quiero ser claro, respeto en Vd. al hombre, pero no siento
ninguna atracción por el sacerdote y la religión que Vd. representa”.
Esas palabras no parecen molestar para nada al padre que toma una silla y se
sienta confortablemente cara a Arthur.
“Dígame, lo que le preocupa, quizá pueda ayudarle. Hace una semana que no
sale de su apartamento aunque Vd. no está enfermo. El personal no se atreve a
preguntarle como está tan triste parece Vd.
- Dudo que pueda Vd. ayudarme. No creo en su dios que deja a los humanos
luchar y morir de hambre mientras que otros se ceban y mueren de sobrealimentación.
Un dios que deja reinar la injusticia sobre la tierra no puede ayudarme a mí ni
a nadie”.
El sacerdote escucha atentamente y percibe la cólera y la impotencia
contenidas en esas últimas palabras.
“Hábleme de Vd. y dejemos a Dios a un lado...”
Esta vez el señor W. no dice nada, se siente vacío y aburrido de todo-
“Déjeme, dice sin agresividad, necesito estar solo”
El padre sale no sin haber puesto unos instantes su mano sobre el hombro del
anciano en signo de amistad.
“Verdaderamente me gustaría que me hablase de su vida”.
Su interés parece real y esas últimas palabras que percibe sinceras, se posan
como un apacible velo en el corazón de Arthur.
Las semanas pasan en la monotonía y Arthur no llega a encontrar ningún
interés en su vida. No tiene más que un deseo, desaparecer definitivamente de esta
tierra. No deja ver nada de su tristeza después de la visita del sacerdote pues sabe
bien que los medicamentos que le serán administrados, si los médicos piensan que
esta deprimido, le dejarán aún más impotente que nunca.
Decide, en el fondo de sí mismo, después de esta visita, partir con la cabeza
alta, sin enfermedad, sin volverse un peso para si y los demás. Considera después de
sopesar todo que ha hecho lo mejor que podía y, después de haber pasado revista a
los diferentes episodios de esta vida tan plena, decide que es tiempo de terminar con
esta supervivencia que a sus ojos no quiere decir nada.
Es el otoño con sus árboles con hojas rojas que, piensa, le indican que el
momento ha llegado para él de decir adios. No tiene ninguna amargura en su corazón
tampoco ningún remordimiento y ninguna intención de dejar un mensaje...
36
Hoy, un viernes de luna llena del mes de septiembre, el anciano a sido
particularmente agradable con todos y hasta ha hecho reír a las cocineras y la mujer
encargada de la limpieza de su piso. Ha salido con su vecina y ha hablado con el
sacerdote.
“Que agradable es verle hoy tan contento” le lanza la joven que viene a hacer
la limpieza de su pequeño alojamiento.
Estamos en el domingo por la mañana y mientras Rosa y su marido preparan el
desayuno, el teléfono suena. Extrañamente Rosa siente que su corazón se encoge sin
que comprenda la razón. Es su marido el que viéndola inmóvil descuelga el aparato y
oye: “¿Es la casa de Rosa S.?”
- Si, soy su marido.
- Vengan en cuanto puedan, continua la voz al teléfono, su padre acaba de
morir en circunstancias dolorosas”.
Jacques no sabe como anunciar la noticia a su esposa… que ya ha
comprendido. Un poco pálida, se sienta mientras que su marido la rodea
afectuosamente con los brazos.
Los cinco hijos han sido advertidos de la misma forma. Rose y Jean, los más
próximos, van a ir con Jacques a la residencia lo más rápido posible mientras que los
otros dos irán a casa de Rose mañana. Solo uno no podrá estar, el más joven que
está en viaje de negocios en Bagkok, no ha podido encontrar avión antes del día
siguiente por la tarde.
Arthur se ha ahorcado, durante la velada del viernes, en el más bello árbol
del gran parque, un roble centenario. Nadie sabe como ha podido salir sin que el
personal se diese cuenta ni como consiguió la llave de la puerta que a partir de las
once de la noche siempre esta cerrada.
Ahora está ahí, echado sobre un bloque refrigerado en una pequeña
habitación alejada del edificio principal y que sirve de “morgue” y para que descansen
los pensionistas que han terminado su vida. Su cara refleja la serenidad de los que no
tienen nada que reprocharse.
Estoy ahí en un espacio con muros vivos, a mi lado un ser longilíneo con el
pelo oscuro y ojos resplandecientes de bondad y de alegría. Estamos en la sala de
recuerdos donde me he reunido, con mi cuerpo de luz, con el que fue Arthur W.
Tengo dificultad en creer que se trata de la misma persona.
“No del todo…” añade alegremente el ser que ahora me mira intensamente.
“He desempeñado el papel que acabas de ver en la pantalla de las memorias
de vidas, pues me había prometido conocer y aportar la compasión y el servicio a
“otros”, esos humanos que, en una de mis vidas precedentes, había ignorado mucho
tiempo y muy a menudo despreciado por su inconstancia y su superficialidad. En esa
encarnación jamás tuve conciencia de que reflejaban partes de mi que sobretodo no
quería ver. En esa vieja vida, había huido del mundo y vivía como asceta religioso y
solitario, perdido en las montañas de Asia central, lleno de orgullo y acompañado por
mis juicios y mis cóleras de los que no percibía su constante presencia a mi lado.
37
Simplemente olvidé que mi actual historia comportaba también la aceptación
de uno mismo y de la vida, sin juicio, sin control.
Cuando me he colgado, he conocido durante algunos años terrestres el
universo que creía encontrar después de la muerte… es decir, la Nada, el Vacio o la
Aniquilación.
Era como una mariposa encerrada en su crisálida… hasta el día en que,
imperceptiblemente, he comenzado a sentir movimientos, en ese capullo insonorizado
parecidos a olas frescas y apaciguadoras. Poco a poco también empecé a oír sonidos
que al principio percibía como tintineos cristalinos y que se transformaban en música
que algunos calificarían de “celeste”. ¡Hasta creía oír coros!.
Todo eso me llamaba, pero aún me negaba a creer en un más allá que había
pasado toda la vida negando.
Entonces sentí mi cuerpo, que creía inexistente, dulces presiones, caricias.
No podía menos que rendirme a la evidencia: algo de mí vivía y aún percibía.
Comencé, al hilo de un tiempo fuera de los tiempos, a despertarme de un
largo sueño preguntándome si había fallado en mi tentativa de poner fin a mis días,
único pensamiento aún vivo en mí.
Cuando acepté abrir los ojos y mirar lo que me rodeaba, no vi más que
siluetas luminosas cerca de mi que me bañaban de rayos de colores y de sonidos.
En mí se reactivaba una consciencia mientras que los recuerdos, como un
album de fotografías animadas y vivientes, me venían con una nitidez inhabitual.
Y en lo que me parecía no ser más que unos instantes, reviví mi vida en sus
menores detalles, hasta los que me parecían los más insignificantes, pero de los que
comprendía con precisión, todas sus consecuencias. El cuadro por supuesto tenía
sombras pero el conjunto me parecía aceptable… con la excepción de algunas
escenas que podían haber sido mejor interpretadas.
Seres, en los que reconocí a viejos amigos, venían más y más a menudo
junto a mí. Fueron ellos los que me ayudaron a comprender y ver lo que había pasado
y comprendí…
Todo me apareció de forma clara y un día, supe instantáneamente que el
acto de suicidio que había cometido era contrario a todo lo que me había programado
para esta vida en la tierra. Vi cuanto tiempo me quedaba por vivir y como habría
podido acabar esta vida con serenidad, sin interrumpir voluntariamente mi respiración.
No había sido capaz de honrar en mí la Vida y respetar ese cuerpo que me
había sido confiado. Poco importa lo que había hecho durante mis años sobre la tierra.
Ese último acto no había sido interpretado como se me había propuesto ni como yo lo
había querido. Había cambiado la pieza de teatro y debía aceptar las consecuencias
volviendo a jugar esta última partida.
¡Ahora mira y vas a comprender!”
38
La entidad extiende el brazo hacia una de las paredes del lugar en el que nos
encontramos. Con un gesto de su mano abierta, una bruma invade el espacio y se lo
que eso significa:
Pronto va a aparecer un nuevo episodio de la vida de Arthur W.
En efecto, no es un girón de la vida de Arthur, tal y como esperaba que se
desvelase sino una historia un poco diferente.
Una niñita rubia, de tez clara, de unos meses está en una cuna. Los padres
con cara inquieta velan sobre la niña mientras hablan entre ellos una lengua que
reconozco pertenece a un país de Europa pero que no entiendo.
“De nuevo soy yo, murmura cerca de mí la entidad de pelo oscuro y mirada
azabache, mis nuevos padres acaban de saber que tengo leucemia. Poco importa las
circunstancias que han traído esta enfermedad, estaba consentida y aceptada por una
y otra parte. Mis padres la habían borrado muy felizmente de su memoria.
No viviré más que un año y medio pero durante ese tiempo mis padres y yo,
vamos a aprender la Compasión, el Dejar ir y la Fe.
No la fe en una divinidad cualquiera sino la Fe, aquella que permanece
cuando, todo lo que podía ser hecho en el plano humano a sido hecho, cuando nos
encontramos cara a cara con una pared lisa a la que no podemos agarrarnos.
Es entonces en ese espacio vacío en el que nada parece existir y que nos da
tanto miedo, cuando comienza a renacer la Esencia de nuestro ser, Uno mismo que
duerme tan a menudo en el fondo de cada uno.
Para nosotros tres, fue la prueba de la aceptación total de lo que no
podíamos cambiar. Un acto de Amor infinito, sin rebelarse y sin condición. Tan lejos de
la resignación que suena en nuestros oídos como una derrota y a la que los tres nos
habíamos aproximado tan a menudo en otras vidas.
En mi pequeño y frágil cuerpo de niña, acababa de curar mi muerte y
ayudado a dos seres a curar sus vidas.
Ese cuerpo por supuesto sufría, pero cuando el dolor era demasiado fuerte,
mi alma volaba entonces hacia ese mundo que acababa de dejar.
Sabía que muy pronto todo se representaría y esta vez no quería escapar a
mi historia.
Durante esos meses, mis padres vivieron en su alma y en su cuerpo todas
las emociones que están unidas a los seres que deben dejar marchar lo que ellos
piensan que es una parte de ellos. Mi sufrimiento era el suyo y no podía decirles con
palabras, como durante esos meses, sus almas y la mía se liberarían de viejos
contenciosos que aún ahogaban nuestros corazones.
Revivían una vieja y sombría historia de apego, la muerte de un ser amado
que jamás habían aceptado.
De repente comprendían que amar sin condiciones, era también aceptar que
“el otro”, el amado, siguiese un itinerario que jamás habríamos previsto ni para él ni
para nosotros.
39
Morí una noche, mientras mama, extenuada, se había dormido a los pies de
mi cuna en un viejo sillón con balancín. Quería estar sola para esa partida y sabía que
la presencia ansiosa de mis padres habría hecho la tarea mucho más difícil.
La mañana de mi muerte, permanecí algunos instantes con mi padre y mi
madre, justo el tiempo de decirles que estaba viva y que la muerte no era lo contrario
de la vida.
Sabía que iban a dar un gran paso y que esa muerte no tenía nada de inútil.
Era evidente para mí que nada, ni un guijarro en nuestro camino, esta ahí por azar y
mi corazón se llenó de gratitud y Amor hacia la Vida. Deposité tiernamente un beso en
la frente de cada uno agradeciéndoles ese cuerpo que me habían permitido tener y por
todo el amor que me habían dado en tan poco tiempo. Hubiera deseado tanto que me
viesen y me oyesen para dulcificar su pena… al final acepte que fuese diferente.
Entonces me sentí aspirada por ese torbellino luminoso mientras la Tierra y mis padres
se reducían poco a poco debajo de mí a un simple punto, brillante como un cristal.
En ese espacio donde sobrevolaba, me invadía una paz profunda e intensa.
Nada de lo que pudiese resonar en mí como injusticia existía. ¡En ese instante sabía
que todo era perfecto! Las alegrías y las penas vividas aquí se convertían en ilusiones
que nosotros “los encarnados en la materia densa”, teníamos por realidades.
Al fin encontraba los compañeros que me habían guiado hasta allí, pensando
sinceramente que mi tarea había acabado. Al fin podía alcanzar los planos de Luz a
los que aspiraba y de los que me habían hablado tanto.
Entonces leí en su mirada que mi misión y la reparación de mi historia aún no
estaba acabada.
La siguiente tarea que me incumbía no iba a dejar de asombrarme.
Durante ochenta años de mi vida terrestre debía acompañar y ayudar, desde la
invisibilidad, a “vivos con ideas suicidas”.
El ser con cara angélica se calló unos instantes y nos miramos antes de
estallar en risas.
“La vida no carece de humor, continuó. Me uno al juego y decido cumplir esta
última etapa con todo el amor del que me siento capaz. Creía saber todo sobre la
ayuda a los demás sin tomar consciencia de que en mi orgullo de salvador, olvidaba lo
esencial: aceptar que el otro no nos oye, sin sentir la impotencia. Desechar toda idea
de fracaso y de éxito…”
Una vez más, el espacio en el que nos encontrábamos, se tiño de una bruma
opalescente, característica que precede a la visión de escenas de vida. Las que se
presentaron fueron por lo menos sorprendentes, debido a la presencia de “ángeles y
hombres” en estrecha colaboración.
Estábamos en un gran almacén de una ciudad que no parece muy grande y
ruidosa. Rápidamente identifico una ciudad de América latina y el Corcovado que
aparece de repente en mi campo de visión no me deja ninguna duda. Se trata de Río
de Janeiro..
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  • 1. ANNE GIVAUDAN LA RUPTURA DE CONTRATO Mensaje de los “suicidas” al mundo de los “vivos” 1
  • 2. “A todos aquellos que han creído, creen o creerán que su vida no tiene ningún sentido. A todos aquellos que saben que la vida es sagrada” Con todo mi agradecimiento a Antoine Achram por su paciencia y su amor incondicional a Maurice Rouch por la calidad de sus consejos a todos aquellos que han acompañado mis jornadas de escribir y ayudado a elaborar este libro. 2
  • 3. INDICE PÁGINA Prologo …………………………………………….............. 4 John Smith …………………………………………………. 5 Elisabeth ……………………………………………………. 18 La soledad de Arthur W. …………………………………. 31 Los tres adolescentes ……………………………………. 44 Carole ……………………………………………………….. 45 Timmy el Mestizo ………………………………………….. 56 Frank el Rebelde …………………………………………... 67 Amir: el atentado suicida ………………………………… 75 ¿Cómo ayudar a la persona que se ha suicidado? …. 86 Dossier ……………………………………………………… 89 3
  • 4. Hay días en los que el sol brilla y en los que el cielo está sereno. Esos días tenemos la profunda convicción de que somos dueños de nuestra vida y nuestro Destino. ¡En esos días todo va bien! Y después están las “horas sombrías”, en las que nada va bien, en las que estamos sumergidos en tales olas exteriores e interiores de malestar que somos como los ahogados con prorroga. Horas en que, hagamos lo que hagamos, tenemos la convicción íntima de que no dirigimos nada. En esos momentos estamos persuadidos de que la Vida nos juega malas pasadas y en que el escenario no ha sido escrito para nosotros.... Entonces, no tenemos más que una idea en la cabeza: huir de la desgracia que nos persigue, huir como un fugitivo que quiere escapar de su condición de prisionero, huir de la tierra, huir de la Vida... pero, en nuestra desesperación, hemos perdido de vista que la Vida contiene en ella la Esencia misma de la Existencia y que Jamás se acaba. Hoy en este libro, no es de los días dichosos sino de esas “horas sombrías” de las que querría hablaros y sobre todo de todos aquellos que, después de su paso por la tierra, que han vivido como una desesperación sin fin, han querido dar testimonio, de su vida, de su después de la vida, y a veces de sus nuevas vidas. Estos testimonios son preciosos pues nos conciernen a todos, estemos contra el suicidio, a favor o no tengamos opinión sobre este tema, que tengamos tendencias suicidas o simplemente deseemos comprender, todos estamos implicados. De cerca o de lejos, ¿quién no ha conocido esos momentos tan desesperantes que ha soñado con dejar la tierra, quién no ha conocido a una persona próxima que ha querido suicidarse o lo ha hecho? Mi forma de entrar en contacto con esos Seres que han aceptado participar en este libro es siempre la misma: Cuando el tema del libro me fue dado por el Ser de Luz que aconseja mi “trabajo”, él conocía ya a las personas susceptibles de encontrarme en los planos del alma. Es así como todos esos seres, que encontraréis al hilo de la lectura, han compartido su experiencia con mucho Amor pues no es fácil contar los pasajes más dolorosos de la existencia, rememorarlos, sin tener mucho amor que ofrecer. 4
  • 5. JOHN SMITH “CUANDO EL ORDEN ESTABLECIDO OS ORDENA HACER LO QUE LA MORAL REPRUEBA, HAY QUE DECIR NO” - Enseñanza de las estrellas Cuando encontré en los mundos del alma a ese gran rubio de ojos claros, ya sabía que se presentaba bajo la apariencia que tenía en la encarnación de la que quería hablarme. “Me llamo John Smith, un nombre tan banal en mi país que es como si hubiera nacido de incógnito, “Un señor cualquiera” que no hace más que pasar por la vida y que nadie se fija en él, tan anodino es”. El decorado esta colocado y no tendré necesidad de intervenir más pues sabe perfectamente a donde quiere llegar. “Soy yo, o al menos era yo, ese personaje sin olor y sin sabor, nacido “por azar” de padres que en realidad no sabían que hacer conmigo. Crecí así, porque hay que crecer, sin saber que hacía allí ni lo que la vida quería de mí. A los quince años, mi madre casi no estaba ya presente. Para mí se había convertido en “loca” porque mi padre, un hombre violento, bebía y le pegaba sin que se sepa porque. Sin embargo sus historias no me interesaban, tenía suficiente conmigo mismo y nadie tenía suficiente tiempo para ocuparse de mí... salvo los policías que regularmente me atrapaban y me guardaban por robos sin importancia. Breve, el mundo no se interesaba por mí y yo se lo devolvía. Un día mi madre no volvió y mi padre no me volvió a hablar. La sombra y el misterio que planeaban sobre mi adolescencia la volvían más accesible para mí. Al fin podía imaginar que no se había marchado porque no nos quería sino porque sufría demasiado y esta visión contribuía a darme un poco de paz. Con mi padre, vivíamos en una especie de gran caravana que yo limpiaba una vez al mes, cuando el suelo cubierto de cadáveres de botellas y de latas de conserva vacías nos volvía difícil el andar” John se para unos instantes para mirarme. Su mirada de un azul transparente va directa al corazón. Se que no me cuenta esos detalles para dar lástima, sino para colocar el decorado de lo que va a venir a continuación y que tiene empeño en ver si lo comprendo. En los planos del alma una simple mirada basta para saber lo que el “otro” percibe. John tranquilizado, prosigue: 5
  • 6. “... y después, un día, creí que mi vida iba a cambiar, verdaderamente creí a esos dos hombres cuando, en el parking de un gran almacén en el que miraba que maletero de coche podría forzar, vinieron hacia mí. Eran guapos, con su vestimenta militar no se bien de que compañía. Me impresionaron terriblemente. Hablaban con palabras que podía comprender y que he retenido, es que cualquier cosa era suficiente para salir de esta “vida de perros” que era la mía. Comprendí que tendría como una verdadera familia y padrinos y madrinas que se ocuparían de mi, que ganaría un dinero y que estaría alojado y alimentado. Me dieron una dirección donde podría encontrarles si me decidía y por supuesto no dudé. No tenía nada que perder. Dije “si” y desde ese instante todo pasó muy de prisa: Me hicieron firmar muchos papeles después, vinieron instrucciones para llevarme con ellos. Estaba orgulloso y hubiera hecho cualquier cosa por esos hombres que al fin se interesaban por mí. Seguí los entrenamientos y en los combates no era el último. Era mi revancha sobre la vida e iba a ver de lo que era capaz... ella y todos esos humanos a los que no interesaba. En esa época no tenía ninguna estima por mí y las solas palabras que habían acunado mi infancia eran: “¡Quítate de ahí!”, “¡eres un inútil!”, “¡pobre chico!”, “¡no llegarás jamás!”. Allí, al menos, me estimaban, me decían que iba a llegar. Los instructores eran rudos, pero tenía confianza en ellos y, tontamente, bajo mi caparazón de duro, pensaba que me querían. No me daba cuenta de que yo era como barro para modelar que podían formar o deformar a su antojo simplemente con algunas palabras y unas palmaditas amigables en la espalda. Mi vacío afectivo era tal que absorbía como una esponja todo lo que se me decía, sin el menor discernimiento. Era el momento de la guerra de Vietnam y para mí, el Vietnam u otra parte, me era igual. No sabía mas que una cosa, quería batirme y, en mí, sentía la necesidad de tener una arma de verdad, ser en fin el más fuerte. Aún me acuerdo de las palabras de nuestros instructores: “Allí a donde vais, no dejéis nada tras vosotros. No conocéis a los “amarillos”, son como la miseria, si dejáis uno, se multiplicará y será vuestro país el que morirá. Los “Amarillos” son violentos y sádicos y si os hacen prisioneros, tienen torturas terribles. No tengáis ninguna piedad por ellos, ni por los soldados ni por la población. No tienen alma y si no los extermináis, os exterminaran no sin haberos hecho sufrir”. Era un discurso sin ningún matiz pero comprensible para nuestros cerebros nublados y a menudo impregnados de alcohol. 6
  • 7. Los otros eran como yo, pobres tipos desvalorizados y sin amor dispuestos a matar para tener la sensación de existir. Entonces, al proponernos batirnos para que todo un país nos reconozca, ¡no íbamos a escupir encima! Ese discurso lo he oído muchas veces desde ese día. Allá, en Vietnam, nos lo repetían todos los días, varias veces al día y se acompañaba antes de los combates con fuertes dosis de alcohol y diversas drogas que nos daban la sensación de ser invencibles. Desafío a cualquiera a resistir semejante lavado de cerebro. Ahora, sígueme, dice dirigiéndose a mí, prefiero que veas lo que ocurrió como lo viví…” Asiento e instantáneamente, con John, nos encontramos en una sala de paredes blancas opacas. Conozco esa clase de sitio que se parece a una sala de cine, va a rodearnos y devolvernos a los momentos más intensos de la vida de John. Dos confortables sillones nos esperan y nos colocamos en ese espacio fuera del tiempo, atentos a lo que su memoria quiera revelarme. Proyectada en el cuerpo de un soldado próximo a John, miro. Tengo calor y con el revés de la manga espanto los insectos que vuelan en torno a mí, atraídos por mi olor y el sudor que desde hace horas chorrea sobre mi espalda y mi cara. Capto los pensamientos sin continuidad de esta persona que me presta involuntariamente su cuerpo y sus ojos por un tiempo. El paisaje podrías ser bello si no fuera por las circunstancias pero este “puto” arrozal lleno de bestias que pican y nos dan fiebre estropea todo. ¡Que volvamos rápido a nuestro país! “¿John no estas harto de esta condenada guerra en este país que no conocemos? - Cállate, déjame en paz y anda, no es el momento de distraerse con pensamientos. Vamos a llegar al pueblo que nos han dicho. - He matado tanto que no tengo más odio en el corazón, ya no tengo lo deseo. - Para y olvídate de eso, eres tú o ellos, no hay elección.” Tres o cuatro hombres nos acompañaban y pronto oímos los gritos de los niños que, con guerra o sin ella, se diverten en los arrozales de un verde tierno., tan tierno que se podría creer que la paz existe al menos allí en ese instante. Pequeñas casas de madera aparecen a lo lejos y el ruido de nuestras botas o de nuestro chapoteo en el agua de los arrozales debe de ser captado por algunos oídos expertos pues un silencio pesado, opaco, se hace de repente. Después nada, hasta los pájaros han parado de cantar. 7
  • 8. Avanzamos en silencio, un silencio pesado como la muerte. John tiene un aparato para comunicar con sus jefes, cuando quiere funcionar, me lo pasa ya que quiere tener las manos libres o el menos ocupadas únicamente por las armas, un revolver y un machete como todos nosotros. Nos paramos para tomar un trago de alcohol… Me siento mejor, menos preguntas en mi cabeza y más fuerza en el cuerpo. El líquido ardiente hace su efecto y borra los escrúpulos, si aún quedan. Es la costumbre entrar así en los pueblos, se viola, se mata, se quema y después de acabó, no se vuelve a hablar de ello jamás. Esas son las consignas y se respetan sino es la exclusión y eso es como la muerte para nosotros. Al principio nos habían dicho que todos los pueblerinos estaban armados y después vimos que no era cierto pero continuamos de la misma manera. Llego al pueblo, tan pequeño, es irrisorio, pero no tengo tiempo de hacerme preguntas, un grito se levanta, brutal y repentino. “¡Vuélvete y golpea!” chilla John. Detrás de mí, un joven adolescente asiático, con un útil parecido a una podadera en la mano, se prepara a golpearme. Golpeo, sin mirar, sin reflexionar, es el o yo. “Rápido mátalo, al menos no sufrirá más…“ es el único pensamiento que el hombre que habito temporalmente se siente capaz de emitir. Se, a través de él, que los otros habitantes del pueblo se esconden, que tienen miedo y que casi le hará durar el placer, como un actor que cuida su entrada a escena… no porque sea peor que la mayor parte de los humanos sino porque en esos momentos se siente tan poderoso y dueño de la vida y la muerte, que una cierta clase de borrachera lo invade y le lleva. Esos soldados borrachos son, por un instante igual a dioses, o al menos se lo creen ante esos seres desprovistos y aterrorizados de los que la vida no depende mas que de ellos. Continúo viendo y sintiendo, sin ninguna persona que se interponga, la continuación de esos desastrosos momentos de la vida. Empujamos las puertas con el pie y miramos. Allí, en un rincón, como animales amedrentados, mujeres y niños apelotonados los unos contra los otros. “¡Hay botín en esta casa!” clama uno de nosotros. Sabemos lo que eso quiere decir. Los que están allí van a servir para saciar nuestros instintos más animales después se les eliminará, ¡eso es todo!. Pero esa mañana John no puede más, sin saber exactamente porque, también esta harto. Y mecánicamente viola una vez más y mata… quizá para no flaquear ante los otros. “Maldita guerra, dame la cantimplora, tengo sed”. 8
  • 9. El alcohol mezclado con alguna droga hace su efecto de anestesia y con John y los otros dejo el pueblo y los muertos detrás nuestro. No hablamos, ni siquiera hacemos nuestras bromas habituales, sucias y subidas de tono. Nada, el silencio más absoluto reina entre nosotros y nuestro entorno y nadie osa romperlo. ¿Nadie? No, no del todo, la caja que nos une al mundo civilizado deja oír el chirrido característico de que hay una comunicación en camino. Nuestro pequeño equipo se para, nos instalamos para escuchar y lo que oímos nos deja pálidos: “A todos los equipos, orden de volver al campamento. ¡Volvemos a nuestro país! la guerra ha terminado. Cesad todo combate” Estamos anonadados, la alegre voz del aparato se añade a nuestro sufrimiento. No hay necesidad de hablar para saber lo que sentimos todos. “¡Ese último pueblo, era inútil!” La palabra es lanzada como una interrogación por un buen mozo rubio que se derrumba llorando. El sentimiento de la matanza inútil nos llena a todos y John no sabe como recuperarse pues es atacado por el mismo mal que a todos nosotros. “Bravo tíos, hemos ganado la guerra, podéis estar orgullosos, sois héroes”. Diciendo esto John intenta convencerse también de que todo está OK pero sabemos que nadie lo cree. Tengo ganas de vomitar… lo que inmediatamente me hace salir del cuerpo que ocupo momentáneamente. De nuevo estoy en el sillón de la sala de Lecturas de Vida y John me mira con intensidad. Baja los ojos, como para pensar mejor, y su voz resuena en mí semejante a un eco lejano que cubre el ruido de los aviones de guerra que vuelven al país. “Al regreso, creí de verdad que esta vez iba a poder vivir una vida casi ordinaria sin saber que lo peor estaba aún por venir. Lo peor, lo he vivido y no se lo deseo a nadie, haya hecho lo que haya podido hacer… En el avión de regreso intentaba hacer proyectos. Era la primera vez en mi vida en que podía pensar en un porvenir. Tenía suerte, en comparación con todos aquellos que volvían inválidos. Yo, en apariencia, estaba sano y salvo. Me decía que con el dinero que iban a darme, compraría un terreno en un rincón perdido para construir un abrigo, algo mío, en fin. Eran proyectos simples, no era capaz de considerar otra cosa. Los primeros días pasaron bien con la euforia del regreso. Nadie me esperaba, pero la gente estaba contenta y éramos, para algunos de ellos, como héroes y después una tarde todo cambió de nuevo”. De nuevo me vi envuelta en una escena de la vida de John. 9
  • 10. El decorado está colocado en una calle anodina de una gran ciudad, como muchas ciudades americanas. Es por la tarde, el aire es dulce y dos tipos discuten en la puerta de paso de un bloque de casas sin características, parecida a todas las otras entradas de casas de la calle. “¡John vamos a beber una copa por la victoria!” Reconozco a uno de los dos que acompañában a John en el sórdido episodio del pueblo. “¡OK! De todas maneras no tenía otra cosa que hacer, vamos”. Los dos hombres, en jeans y camisa a cuadros, parecían dos caricaturas de película del oeste. Son delgados y rubios, con sus largas espaldas, sus aires de perdona vidas y sus miradas de un azul transparente, no les faltaba facha. En una calle estrecha, una pancarta mal pintada indica un bar de chicas. Los dos hombres se dirigen hacia ese lugar. La acogida es calurosa y parecían ser muy conocidos por los habituales del lugar. Después de algunos vasos, el ambiente y el tono subieron. Las risas estallan y las chicas se vuelven más apremiantes. John rodea a una de ellas, una gran pelirroja ligeramente vestida, con un brazo en el que percibí un tatuaje en forma de águila. No oigo las conversaciones, sin embargo no tiene importancia pues rápidamente la mujer pelirroja arrastra a John hacia la escalera, invitación sin disimulos hacia las habitaciones. John sube sin esfuerzo, unos vasos de alcohol no le dan miedo y mientras la chica comienza a desnudarse, permanece unos segundos en la puerta. “¡Extraño!, esta noche me falta el aliento…” constata. Se sienta en la cama mientras que su compañera de una noche se estira en una postura sugestiva y lánguida. Entonces en el cerebro nublado de John se oye un chasquido, mira a la mujer que cambia de cara, mira de nuevo… Sin creer demasiado. “¡Canastos! Me vuelvo loco…” Ve a la mujer, pero ya no es ella, la gran pelirroja que se ha echado… En su lugar, aparece una cara de mujer asiática. La mujer asiática sonríe después la cara poco a poco se deforma, hace muecas y parece gritar bajo la influencia de un miedo intenso. John no puede más, oye los gritos, ve esa mujer que sufre, se va, debe huir, no comprende lo que le ocurre. “¿Qué ha pasado? ¿Te has visto la cara? Se creería que has visto un fantasma…” Su amigo está allí, fuera, intenta comprender porque John ha huido corriendo, con cara de pánico. 10
  • 11. “No se, debo estar enfermo. La malaria sin duda…” John no tiene fiebre y la vida reemprende su curso por unos días como si nada hubiera ocurrido y después, de nuevo y con más intensidad, las visiones de pesadilla recomienzan… Más y más violentas, no importa donde y sin siquiera haber bebido. Una mañana, John mira unos niños jugando en un parque. Esta visión apacible de la vida que continúa lo tranquiliza un poco y sonrie. Por unos instantes olvida su propia historia, cuando ve ir hacia él un niño rubio y rosa que le tiende los brazos… Contento ante ese niño confiado, siente que le llena una sensación de calidez y de dulzura. “¡Y si fuese eso lo que algunos llaman ternura!” Pero ese dialogo interior se interrumpe de repente pues, en algunos segundos, el contorno de la cara de la pequeña cabeza rubia, ahora muy próxima, se vuelve borroso y poco a poco superponiéndose se dibuja una cara de tez mate, con pelo negro y lacio y los ojos almendrados de un pequeño asiático. El niño con los ojos oblicuos está delante de John que parece paralizado por esta visión. Mira intensamente al hombre. “¿Por qué me has matado? ¡Malvado! ¡Malvado!” John oye esas palabras que resuenan en su cerebro enfermo mientras el terror invade la cara del niño que hace muecas y da alaridos. El grito es bestial, terrible, difícil de sostener, la mirada sin cólera del niño es infinitamente dolorosa, insostenible también, John se va alelado, con aire azorado. Su vida rápidamente se vuelve un infierno, no duerme, no come, no sale. Cada persona que encuentra se transforma en una cara torturada, haciendo muecas de sufrimiento, exteriorización tangible de todos esos muertos que el creía poder olvidar. Psiquiatras, médicos del ejército, no pueden hacer nada. El dolor y el infierno lo llenan como jamás lo hubiera creído posible. Ningún medicamento puede hacerle dormir y si por azar, se hunde en el sueño, el despertar es tan doloroso que él, el buen mozo con físico de atleta, se hunde llorando. No es el arrepentimiento o los remordimientos los que le hacen llorar sino el agotamiento. Un agotamiento tal que no puede ni pensar y que la sola idea que aún le embarga es la de huir de esta vida que no quiere nada con él. John esta muerto, se ha matado con una bala de revolver en la cabeza, después de otra visión infernal que no podía soportar más. “La gota que hace desbordarse el vaso” dirán algunos... No hay discursos en su entierro, sólo tres amigos de su contingente están allí para acompañarle en ese último tramo de camino. La visión se acaba y miro a John que intenta explicarme la continuación: “Pensaba que poner fin a mi vida era la única solución, sin saber cuan lejos estaba de la realidad. Muerto, lo estaba, pero para mí nada cambió, justo una pausa en una Nada que imaginaba como tal pues de nuevo, recreaba mi infierno. Estaba rodeado de muertos, de sufrimiento y de caras que me escrutaban sin decirme nada hasta el 11
  • 12. momento en que agotado, vacío de todo, caí de rodillas suplicando que alguien me dijese que hacer para reparar todo ese desastre. Ninguna respuesta me fue dada, entonces ante ese vacío inmenso, por primera vez, recé sin saber que rezaba. Pedí con todas mis fuerzas que llegase un poco de paz al fin. Ni siquiera la quería para mí, esa paz, sino para ellos, para todas esas caras que me perseguían con su sufrimiento. Entonces en el fondo de mí, una cosa desconocida, como un poco de calor, comenzó a agrandarse y a crecer. Entonces, en el vacío más absoluto en que me encontraba, sentí que todas esas caras venían a hablarme. Una comunicación sutil se estableció al fin y no tenía deseos de huir de ella. Acepté ese diálogo sin palabras, hecho de sensaciones y que experimentaba, no en mi cuerpo que ya no lo tenía sino en mi alma, todo el sufrimiento de mundo, todo el sufrimiento de las guerras, todas las monstruosidades sin razón que se hacen vivir o que se viven . Sufría, pero esta vez, al fin, comprendía este sufrimiento, no con mi cabeza sino con mi corazón, el gran ausente de mi historia terrestre. Nadie me castigaba, estaba solo conmigo mismo y vacío de toda cólera. Y después llegó un momento, no sabría decir al cabo de cuanto tiempo, en que dejé de sufrir. Un nuevo espacio se abrió, un vacío que tenía un sentido y al que no siempre conseguía poner palabras. En ese momento encontré a dos seres, un hombre y una mujer que no conocía pero que parecían conocerme mucho. Desde mi muerte estaba como en una sala de espera y fue allí a donde vinieron a encontrarme. Me preguntaron si quería comprender y saber lo que podía hacer para sentirme mejor. Piénsenlo, yo que había rezado tanto para que ocurriese eso, ¡no podía decir que no! Entonces, durante un tiempo que no puedo contar, fui “curado”. Vinieron seres portadores de curas y, poco a poco, sentía como si reparasen una red agujereada, como si los vacíos se llenasen de un dulce calor. Pasaba por baños de luz y los sonidos que oía me apaciguaban y se llevaban poco a poco la niebla que tan a menudo me rodeaba. Y después, un día, más limpio que los otros, tuve la sensación muy clara de salir de un túnel. Ese día precisamente los dos seres volvieron y sus palabras permanecen aún en mi gravadas con letras de oro: “John, te ha llegado el momento de volver a la tierra y de reemprender el camino donde lo has dejado. No se puede romper un contrato consigo mismo. Un día u otro, hay que terminar lo que uno se ha prometido hacer”. Un miedo profundo y glacial me invadía a medida que les escuchaba. No quería reemprender el hilo de mi historia, no era el caso. 12
  • 13. Para mí era el pánico, no conseguía unir mis ideas, de nuevo sentía que me llenaba el vacío. Con una infinita paciencia, con mucho amor, el hombre y la mujer me explicaron: “El suicidio no forma parte del recorrido de nadie. Lo que has vivido justo después de tu muerte, habrías podido vivirlo permaneciendo en la tierra y reparar tu historia, vivir dos vidas en una. Entonces habrías comprendido que nadie esta obligado a obedecer el orden establecido, a sus superiores y que siempre esta en nuestro poder decir que no. Es lo que vas a aprender en esta nueva vida. Ocurra lo que ocurra, escucharás a tu corazón y salvarás tantas vidas como has destruido”. Los dos seres me enseñaron entonces las posibilidades que me esperaban y los acontecimientos que podía haber atraído hacía mí para curar mi historia. Estaban ahí y no los había visto... Algo en mí se volvía más claro, más “lógico”, pero todavía me debatía entre el hecho de decir si y el miedo de volver a esta Tierra de sufrimiento. En mi cabeza, hizo falta un poco de tiempo para que entreviese esta nueva versión de la vida, de mi vida, sin demasiada aprensión. Y después tenía dos preguntas: “¿Y si no lo lograba, y si el sufrimiento recomenzaba y si... Y si... Era demasiado temprano?” En fin, a pesar de mis dudas, mis indecisiones, mis miedos, dije si, un si pequeño, un poco tímido. Todo paso entonces muy de prisa, vi escenas de mis futuros padres pero sobretodo escenas de mi futuro trabajo. Iba a ser bombero y ocurriese lo que ocurriese, iba a salvar vidas hasta al precio de la mía. Lo que ví de esta vida fue muy rápido: Un niño juega con un coche de bomberos bajo la mirada divertida de sus padres. Habla poco pero las pocas palabras que oigo son las siguientes: “Quiero ser bombero... “ El niño tiene noches agitadas por escenas de guerra y muerte que le hacen despertarse gritando mientras sus padres intentan tranquilizarlo en vano... El tiempo pasa rápido. Algunas escenas pasan rápidamente: edificios en llamas, ahogados socorridos a tiempo, coches que se incendian, y gatitos encaramados en árboles, no sabiendo como descender. John convertido en Steve está en todas partes en las que hay que ayudar, es deportista y nada le da miedo pese a su físico un poco pesado y su cabeza redonda de adolescente bien nutrido. 13
  • 14. Es amado y reconocido por su bravura y su gran corazón. Los golpes, los más duros, los salvamentos más improbables y los más peligrosos, son para el. Salva vidas y da la sensación de es su único objetivo. Algunos podrían ver “el síndrome del salvador”, poco importa, siente como una fuerza en él que le ayuda a cumplir lo que considera como la meta de su vida. Es aún muy joven y estamos a 11 de septiembre, ese día que marcará a toda América y al mundo entero por repercusión. Steve es bombero en Nueva York. “¡Ha habido un atentado! Las torres del World Trade Center arden”. Los gritos llovían por todas partes en las calles y en todas las radios y las múltiples cadenas de televisión. Los bomberos están en el lugar mientras el pánico se extiende, como una epidemia entre la incrédula población. Gritos, ruido, lloros, uno se creería en guerra y en la cabeza de Steve que jamás ha conocido la guerra, es como si imágenes conocidas, de muerte y de miedo, de bombardeos y de matanzas, desfilasen a gran velocidad y en completo desorden. Respira intenta borrar esas imágenes que para él no corresponden a nada de lo que pasa a su alrededor. Debe ser eficaz y pensar de prisa como llegar. En su cabeza, el único objetivo es salvar el máximo de personas. Su jefe le ha intimado la orden de esperar... pero una fuerza le empuja a actuar de prisa. Salta y se encuentra cara a una silueta menuda de mujer que, presa del pánico, intenta salir por la ventana del cuarto piso. Ella está allí, de espaldas, lista a saltar al vacío mortal que la atrae y es necesaria toda la persuasión del joven hombre para que ella se calme al fin y le escuche. La silueta se vuelve y Steve tiene apenas tiempo para percibir la sonrisa que se dibuja en la cara asiática de la mujer mientras que, irresistiblemente atraído, se hunde en su mirada, absorbido por una espiral luminosa que lo aspira en una ronda que parece no pararse jamás. Oye con una nitidez que no deja lugar a ninguna pregunta: “Lo que estaba por cumplirse se ha cumplido. ¡Ahora queda en paz!” El humo vuelve todo más difícil, uno se ahoga y una niebla opaca invade todo el piso. Un ruido sordo y después nada. Steve se levanta por encima de las torres que se derrumban. Mira sin comprender aún que hace allí. Quiere descender y se da cuenta con estupefacción que su “cuerpo” atraviesa los escombros. Le hará falta un poco de tiempo y ayuda para comprender que esta muerto. Entonces, se acuerda... De la guerra, de su decisión, de ese retorno un poco forzado y sonríe. Sigue sus funerales y esta vez, recibe donde está los agradecimientos de todos aquellos a los que ha ayudado. De hecho no son los agradecimientos de lo que tiene necesidad sino de este vago calor dulce y amante que sube hacia él y le ayuda a seguir su camino hacia otros planos. No necesita reconocimiento sino Amor, afecto y es eso lo que siente cuando las exequias, concernientes a los valerosos bomberos, 14
  • 15. muertos a causa de este incendio ocupan la pantalla de todas las cadenas de televisión. Quizá John-Steve volverá aún una vez a la tierra justo para aprender a posicionarse cara a una autoridad que pretende hacerle hacer lo que su alma reprueba, quizá no tenga ya necesidad de ello... Solo su alma sabrá decírselo a su debido tiempo. Por el momento, es el joven Steve a quien encuentro frente a mí y que se ríe de mi asombro como un niño que se divierte de la sorpresa que provoca en la mirada de los “otros”. Su voz por tanto no me sorprende pues guarda la misma dulce firmeza mientras su mirada busca la mía. “Querría decir a todos los que te leerán, que no sirve de nada escapar de la tierra y de sus enseñanzas. Yo el rebelde, se ahora que un contrato firmado con uno mismo se vive hasta el final y que siempre hay soluciones, Detrás de la mayor desesperación, siempre hay una solución que no puede aparecer hasta que el vacío sea total. Cuando abandonamos nuestras máscaras, cualesquiera que sean, todo se vuelve posible”. Abajo, en una casa parecida a todas las de la calle, una familia esta de duelo. Los padres y los hermanos de Steve viv en cada uno a su manera esta muerte brutal. La foto de Steve está ahí, presidiendo sobre la chimenea de la sala y en la habitación de los padres. La madre de Steve, la cabeza entre las manos, no tiene más lagrimas para llorar. “Ellos también han venido a aprender a través de mi muerta una enseñanza esencial. Mi muerte va a ser el choque necesario para que uno y otro de mis padres, a su manera, abran una puerta hacia mundos sutiles. Van a intentar comprender y dulcificar su pena y a través de esta búsqueda, cumplirán un camino, que sin esto, jamás hubieran emprendido en esta vida. Era un acuerdo entre ellos y yo... Es tan difícil dejar partir aquellos que se ama... “ añade Steve con una voz apacible. 15
  • 16. ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra que, contrariamente a buen número de ideas que circulan en vuestro planeta, la persona que se suicida no va al infierno, pero preguntaos: ¿qué es el infierno, sino los sufrimientos que se inflinge el que se siente culpable? Que el infierno se materialice durante la vida sobre la tierra por enfermedades, un intenso malestar de vivir o como para John por visiones insostenibles, que se concrete después de la muerte del cuerpo, por un universo de miedo y dolor, que importa. ¡Los medios que el humano pone en funcionamiento para hacerse sufrir son innumerables! ¡Y el mental inferior del hombre es inagotable en esa materia! El que sufre en su cuerpo o en su alma, que sea durante su vida terrestre o después de la muerte del cuerpo, siempre es el creador de sus sufrimientos. Estas palabras pueden parecer duras y totalmente injustas a los ojos de aquellos que han tomado el papel de víctima, sin embargo, existen grandes leyes cósmicas y a ellas hago alusión aquí mismo. Una de ellas reside en el hecho de que somos responsables de a lo que damos la existencia, en esta vida o en otra. Somos los creadores, los padres de nuestros actos, de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y asumimos totalmente la responsabilidad así como las consecuencias que les acompañan. Esta ley no es solamente válida para el planeta tierra… rige el cosmos entero y a sus habitantes. No es una recompensa ni un castigo por algo, “Es” sin noción de justo o injusto, sin juicio de bueno o malo. Actualmente, vuestro planeta está en una fase de aceleración y es este elemento perteneciente a la evolución terrestre el que ha hecho que John haya vivido en unos años la ida y la vuelta de lo que ha engendrado. “Un retorno de karma inmediato” como os oímos decir a veces entre vosotros. Nadie puede escapar a su historia y a sus creaciones. El cuerpo físico no tiene gran cosa que hacer en el infierno que el humano se crea. Es el templo por el que la Entidad puede disolver los conflictos y los nudos que ha engendrado y que su alma quiere intensamente resolver. La muerte del cuerpo no permite ninguna interrupción a ese proceso y creer que “matarlo” pondrá un punto final a los problemas de la vida es una ilusión suplementaria. Después de su suicidio, John se dio cuenta que no conseguía escapar al círculo infernal en el que se perdía. Cara a su miedos y a sí mismo, al borde de su resistencia, se dejó atravesar por la energía del Amor. Es precisamente en el momento en que se encontró en un callejón sin salida, cara a una pared lisa, sin nada a lo que asirse cuando sus resistencias mentales se soltaron para dar lugar a lo que a menudo duerme en el fondo de cada uno: el Amor. Pero ¿ cuántas pruebas debe encontrar el humano para llegar al fondo de sí mismo, para liberarse de sus protecciones ilusorias? 16
  • 17. Este Amor o más bien esta ausencia de sufrimiento, no la quería para él sino para aquellos cuyos gritos aún le atormentaban. Es ese dejar ir total lo que abrió una puerta en su universo de negrura, para permitirle respirar un aire nuevo. Lo que hizo, podría haberlo hecho en su cuerpo físico y aprender durante su vida en la tierra lo que quiere decir la palabra “amar” Ocurre a menudo que un ser haga lo que, en la tierra, llamáis “dos vidas en una… “ Díselo al pueblo de la tierra: El suicidio jamás es una elección de Vida. Antes de cualquier encarnación, la entidad ayudada por sus guías ha tenido conocimiento de las grandes líneas de su vida futura. Cuando John comprendió que había roto un pacto consigo mismo, aceptó volver a la tierra para cumplir un tiempo igual al número de años que hubiera debido vivir si no se hubiera matado. De acuerdo con las grandes Leyes de la Vida que están bien lejos de las creadas por los “Hombres”, pasó los años terrestres que le faltaban para su recorrido, salvando tantas vidas humanas como las que había quitado. La vida a menudo es menos complicada de lo que imagináis. Cuantas veces oímos a los vuestros lamentarse en estos términos: “Que triste es esta vida, complicada, insoportable… “ y tantas otras palabras parecidas que os hacen creer en la ilusión de lo triste y lo feo, lo pesado y del obstáculo infranqueable. Si supieseis cuantos seres sin cuerpo envidian vuestra experiencia en los mundos de materia, dejaríais de ver, en ese instante mismo, vuestra vida como un peso. Honraríais ese regalo divino y daríais la cara a vuestra historia personal como el creador de los acontecimientos que habéis atraído para acceder al corazón de vuestro ser”. El Gran Ser sin cara se para y su silencio se vuelve Palabra. Un silencio portador de paz, de esperanza y de Amor incondicional llena el espacio en el que estamos los dos. Me lava de las escorias que he podido captar en este viaje al “infierno” en un mundo ilusorio de guerra y de muertos sin fin, me regenera y me apacigua. 17
  • 18. ELISABETH “ES LA CALIDAD DE LA MIRADA LA QUE DECIDE LA IMPORTANCIA DEL OBSTÁCULO” - Enseñanzas de las estrellas. “Ven, sígueme... “ Una voz juvenil resuena en mi, clara y alegre. Acabo de salir de ese cuerpo físico que ahora reposa abajo. Lo miro unos instantes, justo el tiempo de agradecerle haberse puesto a mi servicio para la aventura terrestre que he escogido., justo un instante pues la voz se hace más insistente, más atrayente. Parecida a un poderoso imaN, llama y ya se que es ella la que me va a conducir hacia el destino convenido por mi alma. Esa voz, esa onda sonora me recuerda algo... Alguien... ¡Que o quién en concreto! No lo sé y busco en mi memoria, ninguna cara, ningún nombre parece querer surgir. Sigo la corriente que me arrastra en un espacio-tiempo sin emoción cuando, de golpe, tengo la curiosa sensación de que un punto de nostalgia se despierta en lo hondo de mi alma. La respuesta está allí, justo debajo de mi. Como pareciendo sacudir el velo de polvo que lo recubre, aparece el patio de mi viejo colegio, cada vez más nítido, bajo mis ojos. Las paredes de las clases de arquitectura cuadrada con ladrillos rojos están allí, tal cual, como si el tiempo no hubiera pasado por ellos. El gimnasio prefabricado tampoco ha cambiado. La puerta de entrada, anodina en el alineamiento de las otras casas de la calle yergue orgullosamente su verja de hierro forjado pintado de negro. En ese decorado sin vida, percibo risas y voces... “Vete detrás del gimnasio... “ La voz me guía y percibo un atisbo de diversión. Detrás del gimnasio, en el terreno de deporte aparecen dos equipos, chicas y chicos mezclados, en pleno partido de volley. Es de ahí de donde vienen las voces y las risas. Aún no comprendo que hago allí, yo que no siento ninguna atracción por el pasado cuando no se impone por alguna razón más allá de mi voluntad. Este viejo patio del colegio me indispone y no tengo ganas de rezagarme más tiempo en esos lugares, en medio de los escombros de “recuerdos olvidados”. “Mira mejor”. La voz que me acompaña desde el comienzo de este viaje, penetra una vez más en mi alma. Jovial, dirige mi mirada hacia la parte derecha del terreno de volley. Mi mirada como un zoom de teleobjetivo se posa con más precisión sobre tres alumnos próximos a la red. Una chica de unos dieciséis años, con pelo corto y negro, con el aspecto de un joven muchacho deportista, se dirige a una chica en short azul y camisa blanca. “¡Vamos, golpea!” Esta voz tónica y alegre... ¡Es ella! De golpe todo se vuelve claro, me acuerdo... 18
  • 19. ¡Elisabeth, eres tu! ¿pero por qué? Mi interrogación está sostenida por numerosas preguntas que me dejan desamparada. Elisabeth ahora esta muy cerca de mí, mientras que abajo la partida de volley esta a punto de acabarse. Tal como a la época de nuestros 16 años, ella está allí, sonriente con su lado “chico malo”: el pelo muy corto, el pecho apenas visible, vestida con un pantalón azul y un jersey amplio acentuando aún más su aire deportivo. “Elisabeth ayúdame a comprender, ¿qué haces tu ahí, si mis recuerdos no me engañan no te suicidaste?” La chica sonríe con esa sonrisa llena de bondad que siempre la ha caracterizado y mi memoria vuelve poco a poco a la superficie. Me acuerdo de Elisabeth. No era precisamente mi amiga, más bien una compañera de clase que todo el mundo quería y apreciaba. Tenía el don de remontar la moral de cada uno, de hacernos reír en los momentos más difíciles y su presencia tenía algo de intangible que no podíamos describir mas que por la falta provocada por su ausencia. Ausencias, las tenía, pues Elisabeth sufría de diabetes y a veces, una crisis más fuerte le obligaba a faltar a clase. Su padre médico, conocía al mío y aunque, nosotras las chicas, teníamos pocas ocasiones de encontrarnos fuera de la clase, nos estimábamos y sentíamos afecto la una por la otra. Vivíamos en dos pueblos lejanos y al liceo de la ciudad no se podía llegar mas que con el autobús escolar. Este alejamiento no facilitaba nada los encuentros extra escolares, tiempo que a menudo consagrábamos a la preparación de nuestros exámenes en previsión de la selectividad. Sin embargo sentía que aún no estaba en el corazón de la situación que Elisabeth quería mostrarme. Alguna cosa más agotadora me esperaba, un acontecimiento que he querido sin ninguna duda borrar de mi memoria. La escena cambia y esta vez, apenas tengo tiempo de ver mi clase del último curso justo debajo de mí cuando en un instante me encuentro en el cuerpo que tenía en esa época. Soy la alumna de último curso que era entonces... Poco atenta a la clase que se desarrolla, dejo errar mi mirada más allá de las ventanas de la clase, sueño y los árboles en flor me dan unas intensas ganas de libertad... Es una bella tarde de primavera, aún fresca pero prometedora de los bellos días por venir. La clase me aburre visiblemente. Es la clase de alemán y el profesor, un hombre grueso y rubio no logra captar nuestra atención. El bruhaha reina en la clase y cada uno habla sin preocuparse de lo que pasa en el estrado. 19
  • 20. Maquinalmente busco la mirada de Elisabeth, su lugar esta vacío, está ausente ese día como le ocurre a veces a causa de su enfermedad. Sin embargo en mi interior, siento un malestar que no cesa de crecer sin que pueda decir porque. Es en ese momento preciso en el que el director del liceo hace su entrada. Su cara sombría no deja presagiar nada de bueno y pensamos no sin razón que la bulliciosa agitación de nuestra clase lo había atraído hacia nosotros. “Vengo a anunciaros una nueva que entristecerá a más de uno, Elisabeth nos ha dejado, ha muerto durante la noche”. Un silencio glacial cubre brutalmente el aula, la muerte estaba lejos de nuestras preocupaciones y aunque disertásemos en los cursos de filosofía no nos concernía directamente. Elisbeth acababa de cambiar ella sola esos datos y nos encontrábamos todos con un peso del que hubiéramos prescindido. El director pidió al profesor que nos dejase libres más pronto que de ordinario pero esta vez salimos sin entusiasmo de la clase. El colegio siendo católico dijo una misa por su alma. Sólo me acuerdo de que no lloramos, mas bien en el fondo de nosotros había una muerte de la que no sabíamos que hacer. El miedo o al menos la poca proximidad que teníamos con “la Muerte” nos daba un sentimiento de impotencia que obstinadamente rehusábamos mirar de frente. Solamente supimos que Elisabeth había muerto de una crisis más fuerte que lo habitual y la vida retomo su curso... Queríamos creer que éramos inmortales y que la muerte bien podía esperar. “¿Elisabeth, dime, no te has suicidado?” La joven está cerca de mi en un espacio blanco, inmaculado y apacible. “No, no esta vez pero, mira atentamente lo que te va a ser mostrado y vas a comprender el porque de mi presencia a tu lado y así mismo, el porque de mi muerte”. La habitación en la que estábamos Elizabeth y yo desaparecía poco a poco para hacer sitio a otro tiempo, otra época. Soy espectadora de una escena que me rodea por todas partes y me doy cuenta de que ahora veo a través de los ojos de uno de los actores de la época. Estamos en los años 1900 en “la Belle Époque”. Una bonita joven se pasea del brazo de un hombre elegante en lo que creo que es un jardín de nuestra capital. Lleva una sombrilla blanca de encaje y un vestido largo que fácilmente puede calificarse de “alta costura” tan bien hecho parece para poner de relieve su silueta. El hombre a través del cual asisto a la escena, enlaza tiernamente a la joven e la que la cara de trazos finos y expresivos por una instante traiciona la pena y el dolor. “Querida cesa de inquietarte, hemos hecho todos los exámenes que podíamos hacer, ese mal de vientre desde el nacimiento de nuestro segundo hijo ciertamente tiene una razón ¿pero por qué imaginar lo peor? los exámenes llegarán en algunos días... Aprovecha este día de primavera. El tiempo es tan dulce y además, mira esos árboles que están adornados con sus mas bellos atributos, justo para ti”. 20
  • 21. La joven no responde. Mira la tierra y parece perdida en pensamientos bien lejos de los de su compañero. Delante de ellos una soberbia avenida de árboles con flores rosa les ofrece una sombra ligera pero, esta vez, ninguno de los dos parece percibirla. Maquinalmente toman la suntuosa avenida y se dirigen hacia una pequeña puerta de hierro forjado que franquean rápidamente para encontrarse en una calle parisina del Marais. “Esa mujer, soy yo, me susurra en el oído Elisabeth, lo que ves es mi historia precedente y porque hoy estoy aquí”. Las escenas se suceden con rapidez y, esta vez las veo como espectadora. En un inmueble señorial, la pareja esta sentada en el despacho de un hombre que rápidamente adivino que es un médico. Los libros sobre la mesa, los instrumentos así como la mesa de examen en la habitación no me dejaban ninguna duda. “Soy vuestro amigo y no se como anunciaros que tu, Sophie, tienes una enfermedad grave. Los exámenes son formales, pero haremos todo lo posible para que salgas de este mal paso”. No se si el médico amigo emplea el “nosotros” porque eso le permite tomar distancia o si incluye en el “nosotros” la ayuda del compañero de la joven. La pareja permanece sin voz mientras me vienen en oleadas los sentimientos de duda, cólera y de impotencia de los actores de esta escena. Sophie, la cara fina y delicada encuadrada por largos bucles rubios y la silueta menuda parece una miniatura pintada por el más talentoso de los artistas. Se había casado por amor con Paul y tenía dos niños de él: una niña de tres años y un niño de diez años. Hacía doce años que la pareja vivía un amor sin nubes. Paul con su pelo lacio y el mechón rubio que caía regularmente sobre su frente tenía un aspecto de gentleman londinense. De todas formas era elegante y tenía humor y Sophie estaba muy enamorada de él. La única sombra en ese cuadro donde ni el amor ni el dinero faltaban, era desde hacía tres años, esa sensación desagradable y a veces dolorosa que cada vez tomaba más espacio en el vientre de Sophie y le impedía disfrutar de su vida de mujer colmada. Hoy tenía treinta y cinco años y su ideal de madre y esposa acababa de disgregarse en el despacho del médico de familia. Tenía la sensación de que un agujero negro y sin fondo acababa de abrirse bajo sus pies y la palabra “muerte” giraba como telón de fondo en su cerebro que notaba inoperante. Más allá de las palabras que el médico creía tranquilizadoras, percibía, casi palpable, la muerte encapuchada, la guadaña en la mano que iba hacia ella a paso de gigante. Con gran dificultad Sophie, sostenida por su marido pudo llegar a su señorial apartamento que sin embargo no se encontraba más que a unos pasos del despacho del médico. 21
  • 22. En su cabeza, algo que no comprendía había cambiado, una modificación que no daba lugar a que su naturaleza habitualmente serena se pudiese expresar. Un telón se interponía entre ella y la vida que continuaba a su alrededor. En el interior ricamente amueblado de su apartamento parisien, yo estaba allí, espectadora invisible de los densos y sombríos pensamientos que invadían el lugar. Dos grandes butacas recubiertas con una gruesa tela de color púrpura acogían los cuerpos de Sophie y de Paul pero sus almas no estaban presentes, viajaban a merced de sus pensamientos sin conseguir liberarse. Paul tenía un periódico que no leía mientras que Sophie fingía dormir. “No se que hacer para ayudar a Sophie. La quiero y me siento tan impotente. Esta cólera que me llena, me vuelve agresivo y me dan ganas de irme lejos, de olvidar lo que soy incapaz de controlar”. Con esos pensamientos que oigo con nitidez, Paul pliega el periódico y sale no sin tener la necesidad de dar un portazo, lo que su “buena educación” le impide hacer. “Se que Paul es desgraciado y querría mostrarle otro aspecto, más combativo, más optimista pero estoy tan cansada y tan obsesionada por la más mínima tensión de mi cuerpo que nada más me preocupa... Ni los niños”. Mientras percibo estos pensamientos de Sophie, una voz jubilosa se hacer oír detrás de la puerta del salón. “Mama, mama, he aprobado mis mates, mira lo que el profesor ha puesto en mi hoja, el niño fiel retrato de la madre, tiende a Sophie un cuaderno. Espera con impaciencia las felicitaciones de su madre, pero estas se hacen esperar y decepcionado mira a la joven que hace una mueca bajo un dolor que parece atravesarla. “Mama, todavía estas mala, ¿quieres que llame a Nannie? La voz del niño deja transparentar su inquietud, olvida sus notas y la felicidad de antes para correr a buscar a “Nannie” la vieja gobernanta llega unos instantes después, con un plato y un bol de sopa caliente. “Debería echarse un poco Señora, la pequeña Lili acaba de volver de su paseo con la Señora Seral y querrá verla. - Dile que estoy cansada, la veré mañana... Son las únicas palabras pronunciadas por Sophie que se dirige a su habitación para echarse un poco. Siempre escuchando los pensamientos de la joven la sigo a su habitación y capto, impotente y espectadora, pensamientos embrollados en los que me gustaría tanto insuflar un poco de esperanza. “Esos niños me cargan, me pregunto si los quiero. Además, ¿es que soy aún capaz de amar a alguien?. ¡Es terrible y espantoso! 22
  • 23. Tengo miedo, muchísimo miedo de morir y no quiero que la muerte decida por mí el día en que me cogerá” Elisabeth esta de nuevo a mi lado en un lugar inmaculado donde nada más existimos nosotras dos. “A partir de este momento, me dice, me encerré un una burbuja de sufrimiento de la que no percibía la salida” Nadie tenía importancia a mis ojos fuera de mi sufrimiento y mi lento avance hacia mi muerte. Nada ni nadie podía conseguir sacarme de esos pensamientos destructores que me llenaban- Intentaba, por momentos levantar ese velo sombrío que me rodeaba. Desgraciadamente no tenía éxito. Todos mis esfuerzos me parecían vanos, lo que reforzaba en mí ese sentimiento de incapacidad e inutilidad. Poco a poco acabe creyéndome mala y sin corazón. - ¿Y Dios o la religión en todo eso? ¿No te podían ayudar un poco? dije sin convicción. - Por un instante creí que mis creencias iban a poder hacerme salir de este infierno pero rápidamente me di cuenta de que mi fe era superficial y que no podía agarrarme a ella. ¿ Después de todo qué sabía de lo que me esperaba? ¿Además ese Dios que me enviaba esta enfermedad “mortal” como considerarlo bueno y misericordioso? ¿Qué había hecho para merecer eso? Las preguntas daban vueltas en mi cabeza sin encontrar la respuesta y cada día me hundía más en una desesperación sin salida. Nadie hablaba de enfermedad mortal o de muerte a mi alrededor, pero yo veía, oía esas palabras por todas partes. Si mi marido hablaba con amigos y desde mi habitación donde me refugiaba cada vez más a menudo, no llegaba a oír la conversación, me persuadía de que hablaban de mí, de mi enfermedad y de mi muerte. Cuando los niños me miraban con ternura, creía leer en su mirada un adios a su madre moribunda. Mi obsesión agotaba a todos los que me rodeaban y me culpaba aún más de una situación que no conseguía cambiar. Me sentía como un peso sobre los demás. Intentando interesarme por mi familia, me daba cuenta de que lo que vivían no me afectaba ya. No era más que una moribunda. Percibía cada uno de mis dolores, hasta el más insignificante, como un paso hacia la muerte y nada me podía distraer. Ni los amigos, ni el tiempo, ni las distracciones ni las muestras de amor, de amistad o de afecto podían atravesar esta concha sombría con la que involuntariamente me había confeccionado un abrigo infranqueable. 23
  • 24. El miedo me aislaba del mundo y me colocaba en “mi mundo”, un mundo de sufrimiento y de incomunicación en el que cualquier forma de alegría estaba ausente. De esta forma un día en mi mundo, concebí un proyecto absurdo: el de desafiar a la muerte. Era mi enemiga y no quería darle el honor de la victoria. Puesto que venía hacia mí ineluctablemente, la vencería, y no me tendría. Este proyecto se volvía cada día más preciso y de esta forma pensaba apartar el miedo que me llenaba por entero sin ver por un segundo que era ella la que dirigía cada uno de mis gestos, cada uno de mis pensamientos. Así desarrollaba los planes más maquiavélicos con todos los detalles de mi muerte adelantada y dirigida. Era en ese momento la única ocupación que me parecía digna de interés y que me hacía parecer más viva a los ojos del mundo exterior. No me quejaba, aparentemente era más agradable con cada uno mientras que en mi interior, el mundo que no era el mío podía derrumbarse... Me desinteresaba. Mi única esperanza ahora residía en el único gesto que me parecía posible y me liberaría definitivamente de esta muerte enemiga que avanzaba hacia mí sin que supiese el día exacto en que me golpearía con su guadaña. Prefería realizar ese gesto yo misma y sin duda me daba una apariencia de control y poder sobre un monstruo sin cara, que me obsesionaba sin cesar, al punto de perder el sueño y el hambre. Un día al fin, mi plan estuvo a punto. Había previsto los menores detalles y casi todas las eventualidades. Y cuando esa mañana, después de haber abrazado más tiernamente que lo habitual, a los niños que se iban al colegio con su Nannie, me eché en la bañera llena de agua con una cuchilla de afeitar, estaba persuadida de que al fin se me iba a quitar el miedo. Saboreaba esa última burla que le hacía a esta vida que no quería nada más conmigo... y mientras que la vida me dejaba poco a poco tuve un último sobresalto, como si el velo opaco que me rodeaba hasta ese momento se desgarrase al fin. Las caras de Paul y de los niños aparecieron de repente con nitidez y el Amor que creía no sentir ya me llenó con una intensidad que no conocía desde hacía mucho tiempo. En algunos instantes que me parecieron durar indefinidamente, mi vida se desarrolló, sin juicio, sin emoción, únicamente el Amor y de golpe supe... Me había equivocado, no había terminado, mi historia estaba incompleta, no podía irme ahora, era demasiado pronto, la vida, mi vida era importante y, como toda vida, no podía interrumpir su curso. El sentido de lo sagrado que jamás había experimentado hasta ahora me llenaba ahora como si siempre hubiera formado parte de mí. Ya no quería irme pero era demasiado tarde y abajo mi cuerpo inanimado bañándose en un agua enrojecida por la sangre me daba nauseas. Tenía la sensación de haber cometido un crimen. No sabía que lo peor estaba por venir. Ahora mira esos trozos de la película de mi vida y rápidamente comprenderás...” 24
  • 25. En unos instantes, vuelvo al cuarto de baño pero esta vez, los niños y Paul así como Nannie están allí alrededor del cuerpo sin vida de Sophie. Rápidamente comprendo que es su hijo quien acaba de descubrir el cuerpo sin vida de su madre y que ahora mira la escena, paralizado y sin voz ante el espectáculo. Ya no es la silueta de Elisabeth sino la de Sophie la que esta allí y mira a mi lado la escena que se desarrolla bajo sus ojos. Me ve y me habla como una vieja conocida. “Todo ha comenzado donde creía que todo habría terminado al fin. La muerte no estaba ni delante ni detrás de mi, no había nada y pude percibir, en el espacio de un instante, mis miedos como pompas de jabón inconsistentes que estallaban una tras otra. Me había construido un mundo que creía dirigir pero que de hecho no existía. Acababa de darme cuenta de que me había engañado a mí misma creyendo engañar al enemigo. ¡No había enemigo!. Cuando mi hijo entró y me descubrió, creí que iba a morir una segunda vez. Sentí su inmenso desconcierto y su estupor, como si me ocurriese a mí. Empecé a sentir el dolor de cada persona a la que amaba y que descubría mi cuerpo sin vida. Los sentimientos de impotencia, de cólera, de abandono, los dolores de la traición, todo lo que sentía cada uno me repercutía de lleno como un látigo y se transformaba en mi interior en un sufrimiento intolerable. Cada vez estaba peor y ese infierno era mil veces más doloroso que el que había creído conocer sobre la tierra. Mi muerte por suicidio iba a arrastrar consecuencias, para aquellos que amaba, en los que mi cerebro enfermo no había pensado un solo instante. La religión no quería nada de mí y nadie osaba hablar de las circunstancias de mi muerte. La vergüenza cubría a mi familia. Vi entonces hasta que punto el peso de lo “no dicho”, del pecado, de lo que yo era culpable en el presente, pesaba sobre las espaldas de cada uno de mis hijos y sobre su padre. Me di cuenta de la culpabilidad que este último experimentaba sin que pudiese dulcificar su pena. Esto también me hacía daño. Hubiera querido decir que nadie era responsable de mi muerte. Que sólo yo me había encerrado en ese caparazón negro y polvoriento, pero no podía decir nada, hacer nada, nadie me oía, no podía mas que sentir. Paul lloraba. Lloraba ese amor que se iba demasiado pronto, lloraba su impotencia, se dolía tanto de su incapacidad de expresar su desconcierto y sus pensamientos giraban, rebeldes a todo razonamiento. “Debería haber visto que iba a suicidarse… Si hubiera estado más presente, eso no hubiera pasado… Y los niños... No se ni como consolarlos... Soy un inútil”. Miro la escena que se desarrolla debajo de mí: 25
  • 26. Sophie se inclina hacia su compañero: “Paul te quiero y has hecho todo lo humanamente posible, en estos últimos tiempos nada podía distraerme de la decisión que había tomado. No tienes nada que ver con mi acto. Estaba tan centrada en mí, nada más que en mí. Acabo de darme cuenta de cuanto os quiero”. El hombre no oye y la joven, como un fantasma, intenta acariciarle la cara después retrocede y se acurruca en su dolor y ante tanto desastre. La oigo murmurar para sí misma: “Si hubiera sabido...” Con una voz apenas audible que termina en un sollozo. Ahora estamos con Sophie encima de la fosa común donde sin celebración se va a depositar su cuerpo como un fardo demasiado pesado. Elisabeth ha reemplazado a Sophie, pero eso no tiene importancia. “Mira a las personas que están presentes, algunos los conoces ahora y, el médico amigo de la familia y los padres de Sophie que, más allá de sus creencias, han hecho un acto de amor viniendo a estas exequias sin gloria. Concebí una gran cólera contra la religión católica y su intransigencia, pero mira al médico, como parece afectado por esta muerte. El también se ha sentido, como Paul, culpable por no haber podido hacer nada y ha pedido una autopsia como se practica a veces...” La autopsia ha revelado que no había una enfermedad grave o mortal. “Una inversión de las fichas ha debido deslizarse entre dos análisis”, han respondido los dos directores del laboratorio cuando el médico de familia les ha hecho conocer las dramáticas consecuencias de este error, añadiendo un inútil: “Estamos sinceramente desolados, Doctor...” Por sus caras descompuestas no lo dudaba. Había pensado por un instante hacer un proceso y advertir a los periodistas y después, el desaliento le había invadido... Se debía rendir a la evidencia, nada volvería a Sophie a la vida. Elisabeth, de nuevo a mi lado, siempre sonriente, me mira y comenta: “Rápidamente después de mi muerte, me encontré en un lugar parecido a la sala de espera de un hospital, muy limpia y muy blanca. No se cuanto tiempo pasó, pero pude ver, en ciertos momentos, escenas de la tierra y las repercusiones de mi acto sobre todos los que amaba. Estaba aterrada pues jamás hubiera creído causar tanto dolor ni sentirlo tanto. No había diferencia entre los demás y yo, entre sus heridas y las mías y todo lo que 26
  • 27. sobre la tierra parecía no concernirme, de repente se convertía en una parte integrante de mí. Paul que aún estaba resentido conmigo por haberle dejado tan brutalmente, había acabado por casarse con una mujer que quería a nuestros niños pero mi hijo Paul Junior estaba muy perturbado en el plano psíquico. Su hermana ahora convertida en una bella jovencita se colgaba desesperadamente de todos los hombres que encontraba, dispuesta a todas las torpezas para no ser abandonada, cosa que pese a todo le ocurría regularmente. Paul Junior era pensionista en un colegio mayor y si todo iba bien en el plano de su universidad, era otra cosa en todo lo que concernía al plano afectivo. Navegaba entre el vicio y la virtud, amando y torturando a la vez sin encontrar jamás la paz. Sus amores tumultuosos eran noticia, mientras cada día se destruía un poco más por todos los medios que encontraba a mano o que inventaba. El médico amigo acababa de morir y sabía que su vida se había reducido por la culpa y la pena que sentía después de mi suicidio. Donde me encontraba no podía más que asistir impotente a los extravíos y las dificultades concernientes a la vida de cada uno. Mi sufrimiento era intolerable y no veía el fin hasta que un día, el amor que en vano intentaba dar consiguió tocar a uno de los míos. Ese día intenté enviar un poco de valor y de ternura a mi hija, golpeada por un compañero de paso que la había abandonado por otra. Lloraba y soñaba con poner fin a sus días, me llamaba y oía su voz que suplicaba: Mama, por qué me has abandonado, tenía tanta necesidad de ti, de tus consejos, de tus brazos. Quiero reunirme contigo…” No sabía que hacer tan perdida estaba ante esa llamada que resonaba en mí. Hubiera dado todo por que me pudiese ver, oírme aunque solo fuese un instante. Cómo decirle que la muerte no era la solución, que la muerte no existía y que la solución estaba siempre allí donde nos encontrásemos. Entonces se produjo el “milagro”. En mi sala de espera vi dirigirse hacia mí una silueta de luz de la que el contorno se volvía más y más claro a medida que se acercaba. Un ser, hombre o mujer, no sabría decirlo pues sus rasgos podían pertenecer a uno u otro sexo, en fin estaba allí, en ese mundo de silencio, en el que me sentía tan sola. “Tu oración ha sido escuchada, dijo con un cálido tono. Vas a poder hablar a tu hija durante unos minutos de tiempo terrestre. Será tu única posibilidad antes de tu encarnación que se aproxima… Un poco más tarde te explicaremos lo que te espera y porque vas a volver a la tierra”. No escuché más, ahora solo contaba una cosa, iba a poder ayudar a mi hija, me iba a oír y podría estrecharla en mis brazos. Por un gesto del Ser, sentí que daba un vuelco y en seguida ví a mi hija en su pequeña habitación de hotel y su creciente desconcierto. 27
  • 28. “Lili mira, estoy aquí”. Lili mira, sin dar crédito, mientras Sophie se aproxima a ella, vestida con un traje que su hija conocía bien cuando era una niña. “¿Mama, eres tu? La voz de Lili es incrédula. - Querida, quería decirte que te amo y que jamás he querido abandonarte. Tienes un gran valor para mí. El suicidio es terrible, la vida, tu vida como la de todo ser viviente es sagrada. No me perdono haberte abandonado. El suicidio es una traición, una ruptura de contrato con uno mismo. También yo creí que este acto pondría fin a mis sufrimientos y he visto como lejos de desaparecer con mi cuerpo, eran aún más intensos después. No son físicos pero mucho más terribles de soportar. Tienen por nombre: culpabilidad, impotencia y se duplican por un sentimiento de fracaso cara a un obstáculo que parece irrisorio visto de más lejos, de más alto. Cuando te sientes en un callejón sin salida, retírate al fondo de ti misma por unos instantes, si puedes, y mira la situación que vives, como una espectadora de la escena que se desarrolla. He comprendido que somos actores de escenas de nuestra vida pero que somos más que el papel que nos damos en una escena u otra”. Sophie se interrumpe un instante para tener tiempo de escoger sus palabras, mientras su hija no se atreve a moverse por miedo a interrumpir esta visión. “Te quiero, mi Lili, mi pequeña, mi bella. No podré mostrarme a ti mas que esta única vez, pero guarda esta visión en tu corazón y sabe que siempre estaré cerca de ti, aunque no me veas, aunque no me sientas. Cerca de cada uno de nosotros, hay alguien que nos ama, un poco como un guía. Nunca está solo alguien en el mundo… - Mama espera un poco aún… - Aún tengo muchas cosas que reparar en mi historia, querida, pero no olvides jamás que te quiero y que este amor será nuestra unión más segura. Ahora debo partir… Ni siquiera puedo abrazarte pero, desde este día, bastará que me llames y estaré ahí, donde sea que estés, conozco el camino que me lleva hasta ti” Lili siente su corazón y su cuerpo respirar de forma diferente… Como si se crease un espacio en ella, permitiéndole respirar profunda e intensamente la vida. Permanece allí sin moverse, con miedo de darse cuenta de que no era más que un sueño y que todo va a desaparecer al despertar. No, ella está despierta desde hace mucho tiempo y esta aparición que la llena va sin embargo a ayudarle a consumar su propia historia. La sonrisa de su madre que, a partir de ahora sabe que no le ha abandonado, está grabada en ella, para lo mejor y lo peor. En los planos del alma, un Ser de Luz espera a Sophie, mientras que otros dos seres a su lado sonrien. “Sophie, te estamos esperando, dice el primero de los tres con una voz jovial. 28
  • 29. Nadie castiga al suicida y tu sola te juzgas y sufres. Hemos leído en tu alma y estamos cerca de ti desde hace mucho tiempo aunque jamás durante tu vida en la tierra hayas tenido conciencia de nuestra presencia. Hoy tu alma siente la necesidad imperiosa de volver a esta misma tierra y vivir de otra manera ese miedo a la enfermedad y la muerte. ¿Te sientes dispuesta a llevar hasta el final el contrato con tu nueva vida terrestre?” Como un pequeño soldado valeroso, Sophie se planta toda derecha delante de los tres seres: “No solamente estoy dispuesta, sino que verdaderamente tengo necesidad de contribuir a aportar un poco más de luz sobre la Tierra. - Tu programa será el siguiente. Desde que vuelvas a la tierra, tendrás una enfermedad difícil de curar. Morirás de esa enfermedad a los 16 años que te quedan por vivir. Tu padre será el que, en tu vida precedente, se culpó de tal manera de tu muerte que acortó su vida. Estarás en un colegio católico pues ha llegado el momento de hacer las paces en ti con esa religión. En cuanto al resto, la forma en que vivirás esos años y lo que aportarás a cada uno, no dependerá mas que de ti. No olvides que, sean cuales sean los episodios de tu vida, estaremos siempre cerca de ti.” El segundo ser se ha adelantado y ha tocado el brazo de Sophie en señal de afecto. “En cuanto a Lili, la verás y sabrás como ayudarla” continuo tranquilizador. Elisabeth esta ahora cerca de mí, resplandeciente. “Comprendes ahora porque he vuelto y también porque me fui…” Tuve necesidad de responderle: “Gracias Elisabeth, por tu presencia y por compartir esos momentos dolorosos de tu vida”. Las palabras no vienen, nos abrazamos afectuosamente y en el instante en que nuestros corazones se encuentran, se graba en mí una marca indeleble: La sonrisa de Elisabeth. 29
  • 30. ENSEÑANZAS “Diles a los humanos de la Tierra que cuando el Ser que se suicida está lúcido y se ve sobre su cuerpo muerto, como en el caso de Sophie, siente un gran malestar. Mientras que episodios de su vida desfilan con rapidez, la entidad percibe y siente, en lo mas profundo de su ser, la inutilidad de su acto y lo sagrado de la vida que acaba de suprimir. El comienzo del Infierno: Un mundo de sufrimiento de donde nadie puede salir si ella misma no entreabre la puerta. Unido a todos los que ama, la entidad vive intensamente los sufrimientos de cada uno y percibe la ilusión de lo que le ha llevado a morir y modificar así la trayectoria de los que están próximos. La culpabilidad le crea un verdadero tormento y le condena a vivir en un universo de desesperanza y oscuridad. En los mundos que llamáis “después de la Vida” nadie condena ni juzga. Sólo el Ser, es el juez más despiadado para sí mismo. Cuantas personas que se suicidan creen muy a menudo que no son amadas, que no soportaron su prueba y que son incapaces de aportar amor. Ilusión. Ilusión de un Ego que tiene miedo de la muerte... El miedo había separado a Sophie de la Vida, el amor por su hija, más fuerte que todas las culpabilidades, le ha ofrecido, una última vez, retomar el contacto con la Vida. Sophie aceptará volver en un cuerpo físico para pasar una vez más el obstáculo del miedo a la muerte que creía evitar. Elisabeth asumirá plenamente su vida mientras que su alegre y atenta generosidad dispersará las nubes en torno a los que la frecuentan. Es la contribución a esta vida interrumpida y a todos aquellos que, por ese gesto, han debido modificar el curso de su vida”. La voz portadora de la enseñanza se difumina mientras que, en alguna parte muy en el fondo de mí, sube la certeza de la belleza de la Vida en la tierra... 30
  • 31. LA SOLEDAD DE ARTHUR W. “NO HAY SOLEDAD PARA EL QUE ACEPTA EL PAPEL QUE LA VIDA LE PROPONE, SIN BUSCAR LA ACCIÓN QUE VA A SATISFACER UNICAMENTE SU ORGULLO” - Caminos de ese Tiempo. Dos grandes pilares de piedra encuadran la majestuosa entrada que, bordeada de grandes coníferas, lleva a un viejo edificio del siglo XVIII, renovado con buen gusto. Una vasta escalinata y grandes escaleras de piedra acogen al recién llegado, mientras que estatuas de factura muy italiana y piletas desbordantes de flores contribuyen a la belleza del conjunto. Nada dejaría pensar que se trata de una residencia para personas ancianas, tal es la apariencia de estar aún habitado el lugar por la nobleza de la época precedente. El interior, más funcional, guarda ese viejo encanto de los viejos edificios proponiendo a su clientela un confort muy siglo XX. En la entrada, diversos paneles indican las prestaciones que se ofrecen: Sala de reposo – lugar de culto - sala de juegos – sala de televisión – salón de belleza – comedores – baños – lugar de encuentro. El conjunto de la institución daría la impresión de un lugar de reposo en un castillo-hotel si no fuese por la presencia de un personal activo, con blusa azul o blanca y personas exclusivamente mayores o minusválidas. Ese día, sin embargo, un tema de conversación parece interrumpir la aparente quietud del lugar. Cerca del distribuidor de confitería y bebidas del pasillo que lleva a un pequeño salón de televisión común para el piso, dos mujeres discuten con animación y un punto de nerviosismo. Una de ellas, una morena de unos treinta años, un poco gruesa, revuelve con rapidez una cuchara de plástico en su expreso humeante. “No se que hacer con el señor W. No quiere tomar sus tabletas y casi no me atrevo a entrar en su habitación para llevarle su desayuno. Se que lo que me va a decir me va a exasperar... Siempre es igual desde hace tres semanas”. La gran pelirroja, con el pelo recogido en un moño, que esta enfrente suyo, mira a través de las gafas cuya montura combina perfectamente con el color de su pelo. Parece concentrarse en el contenido oloroso del potaje verdoso de su cubilete de plástico. Visiblemente no sabe que responder y murmura sin convicción hacia su colega: “Quizá deberíamos hablarlo durante la reunión de esta tarde. Parece importante. No podemos correr riesgos: seríamos consideradas como responsables si le ocurre cualquier cosa”. 31
  • 32. Mientras las mujeres continúan su conversación, a algunos metros de allí, en un ala del gran edificio, un hombre alto y delgado mira por el ventanal de su apartamento, el gran parque que se extiende hacia el río que corre abajo mientras dos pequeñas ardillas rojas trepan con agilidad por el tronco de un gran roble. Visiblemente el espectáculo de los colores del fin del verano no parecen distraerle de esta melancolía que impregna todo su ser, Se vuelve y, con aire desengañado, barre con su mirada el lugar que le sirve de apartamento. Algunos objetos de Africa, algunas telas y butacas en madera roja le recuerdan momentos de su vieja vida de viajero explorador y sobre todo de todos esos años al servicio de poblaciones increíblemente desprovistas. Sabe que esta instalación no tiene nada de provisional y que cuando sus hijos lo han llevado allí, con su consentimiento por supuesto, todos tenían el corazón un poco angustiado. El señor W. lleva sus ochenta años con orgullo y una cierta nobleza. Su cuerpo todo nervio y músculos jamás le había traicionado hasta ese día de invierno, hace algunos meses... Se acuerda haber colocado encima de un armario de una de las habitaciones de su gran casa, un cuadro africano que quería volver a ver y porque no, colgar, si encontraba una pared lo suficientemente grande para ello. A sus ojos la operación no tenía ningún riesgo y sin embargo, se acuerda de haber tenido como un vértigo cuando su pie derecho se posaba en el último escalón de la escalerilla que le permitía alcanzar la parte alta del armario y después nada... no se acordaba de lo que había pasado, un agujero en su memoria. Sus hijos le contaron que se había desmayado y que había permanecido allí, veinticuatro horas, echado en el suelo, sufriendo una fractura de la cadera, hasta que su hija mayor llegó para tener noticias suyas. Afortunadamente, iba a su casa tres veces por semana desde la muerte de su segunda esposa. Después de este episodio, los cinco hijos habían pedido tener una reunión de familia. Justo acababa de salir del hospital donde le habían curado la cadera y aún se sentía dependiente de unos y otros, dada su dificultad para andar. No quería rechazar esta reunión, pero un malestar indefinible le atravesó en el momento mismo en que aceptó. Desde esa reunión memorable en la que se reunieron todos en su propia casa, aún se acuerda de la escena, como si acabase de pasar en ese mismo instante. En la gran chimenea tan propicia para calentar la humedad invernal ardía un gran fuego alimentado por troncos de árboles secos y mantenido por uno de sus hijos, el segundo, el más tímido o al menos, el que jamás le había causado problemas tan invisible parecía. Los cinco hijos y el mismo finalmente se habían instalado en los sillones de teca, con grandes cojines de tela marrón, recuerdos tangibles de sus años vividos en Africa. De hecho, toda la casa estaba amueblada con objetos traídos de ese vasto continente: La gran mesa en madera roja, las estatuas y los batiks de Burkina, la cerámica maliniense, las sillas derechas y totalmente inconfortables de respaldos 32
  • 33. artísticamente esculpidos. El conjunto daba la sensación de cambio de aires, en ese rincón de Alsacia, de estar en visita en casa de un rey africano. Aunque cada uno hubiera deseado mostrase alegre, y pese al whisky, el gin tonic y los aperitivos preparados por la señora de compañía que se ocupaba del señor W. desde hacia algunos años, nadie conseguía distenderse verdaderamente. El más joven de sus hijos, el más impetuoso, el menos dócil, tomó al fin la palabra con un tono que se volvía agresivo por la inseguridad que sentía. “Papa, estamos cansados de tener miedo sin cesar de que te ocurra cualquier cosa. Todos trabajamos y, a excepción de Rosa, todos vivimos lejos de aquí. Yo, el primero, viajo más y más lejos y por periodos más y más largos por mi trabajo”. Arthur W. no pudo dejar de sonreír interiormente pensando cuanto se le parecía su hijo, aunque precisamente siempre había querido desmarcarse de su padre. “Después que Line, tu segunda esposa murió, continuó, no dejamos de inquietarnos. ¿Qué va a hacer papa solo durante las vacaciones? Y durante los periodos de fiesta, es un verdadero rompe cabezas cual de entre nosotros se va a sacrificar por ti...” El hombre de unos cuarenta años se para como para tomar aliento mientras que el señor W, con un vaso en la mano la siente temblar imperceptiblemente. Emoción por supuesto, cólera quizá, no es capaz en ese instante de analizar lo que pasa en él, esta demasiado sumergido en las palabras que acaba de oír y sobre todo, por todo lo que imagina que no se ha dicho. Siempre ha sido independiente, autónomo, no pidiendo nada a nadie, de repente se siente tan fatigado. Ha trabajado mucho en organizaciones humanitarias y siempre era él el que organizaba los grupos y dirigido las acciones más saludables. Por otra parte es lo que le llevó a vivir muchos años entre Africa y la Alsacia. Sus pensamientos vuelan hacia un pasado de hace más de cincuenta años... Originario de una familia de agricultores alsacianos, había hecho todo para salir de un medio que despreciaba. Durante mucho tiempo había tenido vergüenza de la incultura de sus padres y había dejado que sus hermanos y hermanas tuviesen el cuidado de ocuparse. Tenía “una misión” que cumplir, la de ayudar a los países pobres a salir adelante. Era su fuerza y el orgullo de su vida. Apenas oye la voz de su hijo que reemprende: “Papa, jamás has tenido mucho tiempo para nosotros. Te he esperado días y días con la esperanza de que vinieses un día a verme en un partido de foot o a una reunión de profesores. Estaba orgulloso de tener un padre viajero y humanitario, pero jamás tenías tiempo que dedicarme”. El padre esta vez oye la repetición y no dice nada. No sabe que responder. Es verdad que había consagrado su vida al mundo olvidando que tenía una familia. Por otra parte su primera mujer se lo había reprochado con frecuencia y de discusión en discusión había terminado, cansada de luchar, por dejarlo. 33
  • 34. Sin embargo no tenía la impresión de no haberse ocupado de sus hijos. Pensaba en ellos en todas partes donde estaba, siempre intentaba saber lo que pasaba y como iban. Por supuesto, una vez tranquilo, se ocupaba de todas esas personas que enfermos, mal alimentados, no escolarizados, retenían toda su atención y despertaban su compasión. No, no tenía nada que reprocharse, sus hijos tenían todo lo que necesitaban: dinero, un techo confortable, buena salud y una madre con ellos. En el fondo, sentía que se mentía un poco, justo un poquito para estar en paz con su conciencia. “Papa es verdad que he tenido mucho miedo por ti y que tengo mucho que hacer en mi trabajo y los niños que crecen. No me hubiera perdonado si hubieras muerto sobre ese suelo frío sin nadie a tu lado”. Esta vez, es su hija mayor Rosa que interviene con una voz quejumbrosa… “Una cristiana, como su madre”, piensa, un poco irritado ante esta hija tan semejante a su primera mujer. La discusión se hace más tranquila y nadie se da cuenta del sentimiento de impotencia del hombre mayor y que apenas consigue disimular con pena. Sobre todo no quiere parecer débil y lamentarse o suplicar. Simplemente se da cuenta que ninguno de sus hijos ha propuesto acogerlo en sus casas que son grandes y confortables. Arthur siempre ha sido de un temperamento vivo y también esta vez se endereza y de lo alto de su orgullo herido, responde con un tono que no admite ninguna alternativa: “De todas maneras, pensaba coger un apartamento en ese lugar previsto para la retirada. Sabéis de lo que hablo... de esa casa solariega restaurada. Me parece bien bajo todos los aspectos, y así no tendré que pensar en las faenas diarias. Al fin me podré consagrar al juego de ajedrez y quizá, porque no, al golf”. Los hijos no ocultaban su asombro y su alivio ante el anuncio de esta decisión. “Papa tomas la residencia más cara de todo el país, le lanza riendo el más tímido de los cinco, todas tus economías y tu pensión se van a ir. - ¿No contaréis con vivir de mis rentas, especie de ganapanes? Añade el padre riéndose. Todos parecen tranquilizarse mientras que el resto de la familia de cada uno llega a la hora prevista para terminar la velada en un buen restaurante de la región. De hecho al señor W. le pesa el corazón. Es un brindis por el fin de su vida de hombre activo e independiente que el viejo Arthur hace al final de esa copiosa y piensa él, última cena. 34
  • 35. Ahora hace más de seis meses que Arthur ha llegado a esta residencia y que habita esas “dos piezas”, de las más grandes de la casa. No se queja de nadie. El personal es amable, la comida correcta y las actividades diversas. Su vecina, una anciana dama coqueta diez años más joven que él, le invita a menudo a acompañarle al restaurante, a la biblioteca o a las salidas propuestas pero no hay nada que hacer.. Arthur se aburre. Pensaba que iba a consagrar su tiempo a actividades, y en lugar de eso, se da cuenta poco a poco que el mundo exterior no le interesa ya. Se violenta para acompañar a su vecina y no parecer desagradable pero también porque siente en él que algún engranaje no funciona. A medida que pasan los días siente menos necesidad de salir de su habitación. El, el hombre activo e infatigable de antes, se siente fatigado y peor que eso: desmotivado, inútil, incapaz, breve, fuera del juego de la vida. Leer tampoco le interesa, se duerme y dormita después de algunas páginas que lee con mucha dificultad y de las que olvida el contenido. Es verdad que curiosamente su vista ha disminuido después de su llegada, lo que hace que la lectura sea mucho más incómoda. Esa mañana, sentado en su gran sillón de madera con anchos reposabrazos, piensa: “Los niños están en vacaciones de verano y es muy probable que no tenga visitas en quince días”. Maquinalmente, se pasa una mano por la densa cabellera de un blanco plateado, que le da un aire romántico mientras que sus pensamientos vagan hacia esa Africa a al que ha consagrado su vida. Allá, los ancianos forman parte de la comunidad. El nacimiento, la muerte, la vejez no son consideradas como enfermedades, más bien como cambios de estación y nadie es aislado. En los pueblos de cabañas, por muy desprovistas que estén, los ancianos enseñan a los más jóvenes mientras que los padres intentan aportar que comer. Todos viven juntos y es bueno sentir esa convivencia. Sus pensamientos van y vienen como las olas del mar: “Aquí en nuestros desarrollados países, se deja de lado a los inútiles, aquellos que no aportan nada a la sociedad: los enfermos, los viejos, los asociales, los disminuidos...” Deprimido por esta comparación, que hubiera preferido evitar, Arthur no oye los tres discretos pequeños golpes que acaban de dar en su puerta, seguidos rápidamente de otros tres más sonoros. “Entre” dice con una voz poco acogedora preguntándose quién puede ser el intruso que viene a interrumpir el hilo de sus pensamientos. La puerta se abre mientras que un sacerdote en civil entra en la habitación. “Buenos días señor W., me gustaría hablar un poco con Vd., aún no le conozco bien. He oído hablar de Vd., de sus viajes y sus acciones humanitarias y me gustaría conocer un poco mejor al hombre que se esconde detrás de esa fisonomía de asceta”. 35
  • 36. El sacerdote, un hombre de aspecto deportivo, sonrisa calurosa y la mandíbula cuadrada apenas parece pasar de los cuarenta años. Su presencia y el tono de su voz aportan una nota alegre a la pesadez del ambiente que, como la sombra de una habitación que ha permanecido demasiado tiempo cerrada, se ilumina al fin bajo el reflejo de los rayos del sol. “Padre, siéntese, quiero ser claro, respeto en Vd. al hombre, pero no siento ninguna atracción por el sacerdote y la religión que Vd. representa”. Esas palabras no parecen molestar para nada al padre que toma una silla y se sienta confortablemente cara a Arthur. “Dígame, lo que le preocupa, quizá pueda ayudarle. Hace una semana que no sale de su apartamento aunque Vd. no está enfermo. El personal no se atreve a preguntarle como está tan triste parece Vd. - Dudo que pueda Vd. ayudarme. No creo en su dios que deja a los humanos luchar y morir de hambre mientras que otros se ceban y mueren de sobrealimentación. Un dios que deja reinar la injusticia sobre la tierra no puede ayudarme a mí ni a nadie”. El sacerdote escucha atentamente y percibe la cólera y la impotencia contenidas en esas últimas palabras. “Hábleme de Vd. y dejemos a Dios a un lado...” Esta vez el señor W. no dice nada, se siente vacío y aburrido de todo- “Déjeme, dice sin agresividad, necesito estar solo” El padre sale no sin haber puesto unos instantes su mano sobre el hombro del anciano en signo de amistad. “Verdaderamente me gustaría que me hablase de su vida”. Su interés parece real y esas últimas palabras que percibe sinceras, se posan como un apacible velo en el corazón de Arthur. Las semanas pasan en la monotonía y Arthur no llega a encontrar ningún interés en su vida. No tiene más que un deseo, desaparecer definitivamente de esta tierra. No deja ver nada de su tristeza después de la visita del sacerdote pues sabe bien que los medicamentos que le serán administrados, si los médicos piensan que esta deprimido, le dejarán aún más impotente que nunca. Decide, en el fondo de sí mismo, después de esta visita, partir con la cabeza alta, sin enfermedad, sin volverse un peso para si y los demás. Considera después de sopesar todo que ha hecho lo mejor que podía y, después de haber pasado revista a los diferentes episodios de esta vida tan plena, decide que es tiempo de terminar con esta supervivencia que a sus ojos no quiere decir nada. Es el otoño con sus árboles con hojas rojas que, piensa, le indican que el momento ha llegado para él de decir adios. No tiene ninguna amargura en su corazón tampoco ningún remordimiento y ninguna intención de dejar un mensaje... 36
  • 37. Hoy, un viernes de luna llena del mes de septiembre, el anciano a sido particularmente agradable con todos y hasta ha hecho reír a las cocineras y la mujer encargada de la limpieza de su piso. Ha salido con su vecina y ha hablado con el sacerdote. “Que agradable es verle hoy tan contento” le lanza la joven que viene a hacer la limpieza de su pequeño alojamiento. Estamos en el domingo por la mañana y mientras Rosa y su marido preparan el desayuno, el teléfono suena. Extrañamente Rosa siente que su corazón se encoge sin que comprenda la razón. Es su marido el que viéndola inmóvil descuelga el aparato y oye: “¿Es la casa de Rosa S.?” - Si, soy su marido. - Vengan en cuanto puedan, continua la voz al teléfono, su padre acaba de morir en circunstancias dolorosas”. Jacques no sabe como anunciar la noticia a su esposa… que ya ha comprendido. Un poco pálida, se sienta mientras que su marido la rodea afectuosamente con los brazos. Los cinco hijos han sido advertidos de la misma forma. Rose y Jean, los más próximos, van a ir con Jacques a la residencia lo más rápido posible mientras que los otros dos irán a casa de Rose mañana. Solo uno no podrá estar, el más joven que está en viaje de negocios en Bagkok, no ha podido encontrar avión antes del día siguiente por la tarde. Arthur se ha ahorcado, durante la velada del viernes, en el más bello árbol del gran parque, un roble centenario. Nadie sabe como ha podido salir sin que el personal se diese cuenta ni como consiguió la llave de la puerta que a partir de las once de la noche siempre esta cerrada. Ahora está ahí, echado sobre un bloque refrigerado en una pequeña habitación alejada del edificio principal y que sirve de “morgue” y para que descansen los pensionistas que han terminado su vida. Su cara refleja la serenidad de los que no tienen nada que reprocharse. Estoy ahí en un espacio con muros vivos, a mi lado un ser longilíneo con el pelo oscuro y ojos resplandecientes de bondad y de alegría. Estamos en la sala de recuerdos donde me he reunido, con mi cuerpo de luz, con el que fue Arthur W. Tengo dificultad en creer que se trata de la misma persona. “No del todo…” añade alegremente el ser que ahora me mira intensamente. “He desempeñado el papel que acabas de ver en la pantalla de las memorias de vidas, pues me había prometido conocer y aportar la compasión y el servicio a “otros”, esos humanos que, en una de mis vidas precedentes, había ignorado mucho tiempo y muy a menudo despreciado por su inconstancia y su superficialidad. En esa encarnación jamás tuve conciencia de que reflejaban partes de mi que sobretodo no quería ver. En esa vieja vida, había huido del mundo y vivía como asceta religioso y solitario, perdido en las montañas de Asia central, lleno de orgullo y acompañado por mis juicios y mis cóleras de los que no percibía su constante presencia a mi lado. 37
  • 38. Simplemente olvidé que mi actual historia comportaba también la aceptación de uno mismo y de la vida, sin juicio, sin control. Cuando me he colgado, he conocido durante algunos años terrestres el universo que creía encontrar después de la muerte… es decir, la Nada, el Vacio o la Aniquilación. Era como una mariposa encerrada en su crisálida… hasta el día en que, imperceptiblemente, he comenzado a sentir movimientos, en ese capullo insonorizado parecidos a olas frescas y apaciguadoras. Poco a poco también empecé a oír sonidos que al principio percibía como tintineos cristalinos y que se transformaban en música que algunos calificarían de “celeste”. ¡Hasta creía oír coros!. Todo eso me llamaba, pero aún me negaba a creer en un más allá que había pasado toda la vida negando. Entonces sentí mi cuerpo, que creía inexistente, dulces presiones, caricias. No podía menos que rendirme a la evidencia: algo de mí vivía y aún percibía. Comencé, al hilo de un tiempo fuera de los tiempos, a despertarme de un largo sueño preguntándome si había fallado en mi tentativa de poner fin a mis días, único pensamiento aún vivo en mí. Cuando acepté abrir los ojos y mirar lo que me rodeaba, no vi más que siluetas luminosas cerca de mi que me bañaban de rayos de colores y de sonidos. En mí se reactivaba una consciencia mientras que los recuerdos, como un album de fotografías animadas y vivientes, me venían con una nitidez inhabitual. Y en lo que me parecía no ser más que unos instantes, reviví mi vida en sus menores detalles, hasta los que me parecían los más insignificantes, pero de los que comprendía con precisión, todas sus consecuencias. El cuadro por supuesto tenía sombras pero el conjunto me parecía aceptable… con la excepción de algunas escenas que podían haber sido mejor interpretadas. Seres, en los que reconocí a viejos amigos, venían más y más a menudo junto a mí. Fueron ellos los que me ayudaron a comprender y ver lo que había pasado y comprendí… Todo me apareció de forma clara y un día, supe instantáneamente que el acto de suicidio que había cometido era contrario a todo lo que me había programado para esta vida en la tierra. Vi cuanto tiempo me quedaba por vivir y como habría podido acabar esta vida con serenidad, sin interrumpir voluntariamente mi respiración. No había sido capaz de honrar en mí la Vida y respetar ese cuerpo que me había sido confiado. Poco importa lo que había hecho durante mis años sobre la tierra. Ese último acto no había sido interpretado como se me había propuesto ni como yo lo había querido. Había cambiado la pieza de teatro y debía aceptar las consecuencias volviendo a jugar esta última partida. ¡Ahora mira y vas a comprender!” 38
  • 39. La entidad extiende el brazo hacia una de las paredes del lugar en el que nos encontramos. Con un gesto de su mano abierta, una bruma invade el espacio y se lo que eso significa: Pronto va a aparecer un nuevo episodio de la vida de Arthur W. En efecto, no es un girón de la vida de Arthur, tal y como esperaba que se desvelase sino una historia un poco diferente. Una niñita rubia, de tez clara, de unos meses está en una cuna. Los padres con cara inquieta velan sobre la niña mientras hablan entre ellos una lengua que reconozco pertenece a un país de Europa pero que no entiendo. “De nuevo soy yo, murmura cerca de mí la entidad de pelo oscuro y mirada azabache, mis nuevos padres acaban de saber que tengo leucemia. Poco importa las circunstancias que han traído esta enfermedad, estaba consentida y aceptada por una y otra parte. Mis padres la habían borrado muy felizmente de su memoria. No viviré más que un año y medio pero durante ese tiempo mis padres y yo, vamos a aprender la Compasión, el Dejar ir y la Fe. No la fe en una divinidad cualquiera sino la Fe, aquella que permanece cuando, todo lo que podía ser hecho en el plano humano a sido hecho, cuando nos encontramos cara a cara con una pared lisa a la que no podemos agarrarnos. Es entonces en ese espacio vacío en el que nada parece existir y que nos da tanto miedo, cuando comienza a renacer la Esencia de nuestro ser, Uno mismo que duerme tan a menudo en el fondo de cada uno. Para nosotros tres, fue la prueba de la aceptación total de lo que no podíamos cambiar. Un acto de Amor infinito, sin rebelarse y sin condición. Tan lejos de la resignación que suena en nuestros oídos como una derrota y a la que los tres nos habíamos aproximado tan a menudo en otras vidas. En mi pequeño y frágil cuerpo de niña, acababa de curar mi muerte y ayudado a dos seres a curar sus vidas. Ese cuerpo por supuesto sufría, pero cuando el dolor era demasiado fuerte, mi alma volaba entonces hacia ese mundo que acababa de dejar. Sabía que muy pronto todo se representaría y esta vez no quería escapar a mi historia. Durante esos meses, mis padres vivieron en su alma y en su cuerpo todas las emociones que están unidas a los seres que deben dejar marchar lo que ellos piensan que es una parte de ellos. Mi sufrimiento era el suyo y no podía decirles con palabras, como durante esos meses, sus almas y la mía se liberarían de viejos contenciosos que aún ahogaban nuestros corazones. Revivían una vieja y sombría historia de apego, la muerte de un ser amado que jamás habían aceptado. De repente comprendían que amar sin condiciones, era también aceptar que “el otro”, el amado, siguiese un itinerario que jamás habríamos previsto ni para él ni para nosotros. 39
  • 40. Morí una noche, mientras mama, extenuada, se había dormido a los pies de mi cuna en un viejo sillón con balancín. Quería estar sola para esa partida y sabía que la presencia ansiosa de mis padres habría hecho la tarea mucho más difícil. La mañana de mi muerte, permanecí algunos instantes con mi padre y mi madre, justo el tiempo de decirles que estaba viva y que la muerte no era lo contrario de la vida. Sabía que iban a dar un gran paso y que esa muerte no tenía nada de inútil. Era evidente para mí que nada, ni un guijarro en nuestro camino, esta ahí por azar y mi corazón se llenó de gratitud y Amor hacia la Vida. Deposité tiernamente un beso en la frente de cada uno agradeciéndoles ese cuerpo que me habían permitido tener y por todo el amor que me habían dado en tan poco tiempo. Hubiera deseado tanto que me viesen y me oyesen para dulcificar su pena… al final acepte que fuese diferente. Entonces me sentí aspirada por ese torbellino luminoso mientras la Tierra y mis padres se reducían poco a poco debajo de mí a un simple punto, brillante como un cristal. En ese espacio donde sobrevolaba, me invadía una paz profunda e intensa. Nada de lo que pudiese resonar en mí como injusticia existía. ¡En ese instante sabía que todo era perfecto! Las alegrías y las penas vividas aquí se convertían en ilusiones que nosotros “los encarnados en la materia densa”, teníamos por realidades. Al fin encontraba los compañeros que me habían guiado hasta allí, pensando sinceramente que mi tarea había acabado. Al fin podía alcanzar los planos de Luz a los que aspiraba y de los que me habían hablado tanto. Entonces leí en su mirada que mi misión y la reparación de mi historia aún no estaba acabada. La siguiente tarea que me incumbía no iba a dejar de asombrarme. Durante ochenta años de mi vida terrestre debía acompañar y ayudar, desde la invisibilidad, a “vivos con ideas suicidas”. El ser con cara angélica se calló unos instantes y nos miramos antes de estallar en risas. “La vida no carece de humor, continuó. Me uno al juego y decido cumplir esta última etapa con todo el amor del que me siento capaz. Creía saber todo sobre la ayuda a los demás sin tomar consciencia de que en mi orgullo de salvador, olvidaba lo esencial: aceptar que el otro no nos oye, sin sentir la impotencia. Desechar toda idea de fracaso y de éxito…” Una vez más, el espacio en el que nos encontrábamos, se tiño de una bruma opalescente, característica que precede a la visión de escenas de vida. Las que se presentaron fueron por lo menos sorprendentes, debido a la presencia de “ángeles y hombres” en estrecha colaboración. Estábamos en un gran almacén de una ciudad que no parece muy grande y ruidosa. Rápidamente identifico una ciudad de América latina y el Corcovado que aparece de repente en mi campo de visión no me deja ninguna duda. Se trata de Río de Janeiro.. 40