1) San Benito nació en Italia en 480 y fundó varios monasterios en Subiaco antes de establecer el monasterio de Montecasino, donde escribió su famosa Regla.
2) La Regla de San Benito enfatiza la vida comunitaria, el trabajo manual y la obediencia como medios para alcanzar la perfección espiritual.
3) La Regla tuvo una enorme influencia en el desarrollo del monasticismo occidental y en la transmisión de la cultura durante la Edad Media.
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Vida y milagros de San Benito de Nursia
1. 11 DE JULIO
Memoria de SAN BENITO DE NURCIA
Vida y milagros de San Benito de Nursia
Nació en Nursia alrededor del año 480. Murió en Montecasino en 543. La única auténtica vida de
Benito de Nursia es la que está contenida en los “Diálogos” de San Gregorio, y es más bien un
bosquejo de su carácter que una biografía. Consistente mayoritariamente de eventos milagrosos
que, si bien iluminan la vida del Santo, poco ayudan para hacer una descripción cronológica de su
vida. Las fuentes de san Gregorio fueron, según lo que él mismo cuenta, algunos discípulos del
Santo: Constantino, que lo sucedió como abad de Montecasino, y Honorato, que era abad de
Subiaco cuando san Gregorio escribía los “Diálogos”.
Benito fue hijo de un noble romano de Nursia, pequeña población cercana a Espoleto. Hay una
tradición, aceptada por san Beda, que afirma que Benito fue gemelo de su hermana Escolástica.
Pasó su niñez en Roma, donde vivió con sus padres y asistió a la escuela hasta que llegó a la
educación superior. Fue en este punto cuando “habiendo regalado a otros sus libros, y dejando la
casa y la riqueza de su padre, deseoso de servir sólo a Dios, se dio a la búsqueda de un sitio
donde pudiera lograr ese santo propósito. Fue así que abandonó Roma, instruido por una
ignorancia culta y provisto de una sabiduría no aprendida” (“Diálogos”, san Gregorio, II,
Introducción, en Migne, P.L. LXVI). No hay concordancia de opiniones acerca de la edad de Benito
en ese momento. Generalmente se ha afirmado que fue a los catorce años, pero un examen
minucioso de la narración de san Gregorio hace imposible suponer que eso sucedió antes de los
19 ó 20 años. Tenía edad suficiente para haber estado en medio de sus estudios literarios, para
entender el significado real y el valor de las vidas disolutas y licenciosas de sus compañeros, y
para haber sido él mismo afectado profundamente por el amor de una mujer (Ibid. II, 2). Era
2. perfectamente capaz de sopesar todos esos elementos y compararlos con la vida que se
aconsejaba en los Evangelios, y de optar por esta última. Estaba iniciando su vida; tenía a su
alcance los medios para hacer una carrera en la nobleza romana. No era ciertamente un
chiquillo. San Gregorio afirma: “estaba en el mundo y era libre de disfrutar de las ventajas que el
mundo le ofrecía, pero dio un paso atrás del mundo, en donde ya había puesto el pie” (Ibid.
Introducción). Si se acepta el año 480 como la fecha de su nacimiento, podremos pensar que el
abandono de sus estudios y de su hogar sucedió alrededor del año 500 d.C.
No parece que Benito haya salido de Roma con el objeto de convertirse en eremita, sino
simplemente de encontrar un lugar alejado de la vida de la gran ciudad. Basta observar que se
llevó con él a su anciana nodriza para que lo sirviera, y se estableció en Enfide, cerca de un
templo dedicado a san Pedro, en compañía de “hombres virtuosos” que compartían sus
sentimientos y su perspectiva sobre la vida. La tradición de Subiaco identifica Enfide como la
actual Affile, que se encuentra en las montañas Simbrucini, alrededor de cuarenta millas de
Roma y dos de Subiaco. Está sobre la cima de un risco que se levanta abruptamente desde el
valle hacia una cadena de montañas, y que vista desde el valle se asemeja a una fortaleza. Según
describe la narrativa de san Gregorio, y lo confirman las ruinas del pueblo antiguo y las
inscripciones encontradas en los alrededores, Enfide era un sitio de mayor importancia que la
población actual. Fue en Enfide donde Benito operó su primer milagro restaurando a su
condición original una criba de trigo hecha de barro que su anciana sierva había roto
accidentalmente. El renombre que ese milagro le dio a Benito hizo que éste buscara irse más
lejos aún de la vida social y “escapó secretamente de su nodriza y buscó el rincón más apartado
de Subiaco”. Había sido transformado el propósito de su vida. Originalmente había escapado de
los males de la gran ciudad; ahora estaba determinado a ser pobre y a vivir de su propio trabajo.
“Por Dios escogió deliberadamente las durezas de la vida y el cansancio del trabajo” (Ibidem 1).
A una corta distancia de Efide está la entrada de un valle angosto y oscuro que penetra en la
montaña y conduce directamente a Subiaco. Al otro lado del río Anio y desviándose a la derecha,
el sendero asciende siguiendo la cara izquierda del precipicio y pronto llega al sitio de la villa de
Nerón y de la enorme masa formada por el extremo inferior del lago central. En el otro extremo
del valle están las ruinas de los baños romanos de los cuales aún subsisten algunos grandes arcos
y trozos de los muros. Sobresale de entre veinticinco arcos bajos, cuyos cimientos pueden ser
perceptibles aún hoy día, el puente que une la villa y los baños, y bajo el cual fluye en cascada el
agua del lago central al lago inferior. Las ruinas de esos amplios edificios y el ancho caudal de la
cascada cerraban el paso de Benito al llegar éste de Enfide. Hoy día el valle yace abierto ante
nosotros, cerrado solamente por las lejanas montañas. El sendero continúa ascendiendo
mientras el lado del precipicio, sobre el que corre, se hace más y más empinado hasta llegar a
una cueva sobre la que la montaña se eleva casi perpendicularmente. A su lado derecho
desciende rápidamente hasta donde estaban, en tiempos de san Benito, las azules aguas del
lago. La boca de la cueva es de forma triangular y tiene unos diez pies de profundidad. De camino
desde Efide, Benito encontró a un monje, Romano, cuyo monasterio estaba en la montaña sobre
el precipicio donde estaba la cueva. Romano discutió con Benito el propósito del viaje que había
llevado este último a Subiaco, y le dio un hábito monacal. Por consejo de Romano, Benito se
convirtió en eremita y así vivió por tres años, desconocido de la gente, en esa cueva sobre el
lago. San Gregorio dice poco de ese tiempo, pero ya no dice que Benito era un joven (puer) sino
un hombre (vir) de Dios. Dos veces nos dice que Romano sirvió al Santo en todo lo que pudo.
3. Parece ser que el monje visitaba frecuentemente a Benito y le llevaba comida en ciertos días.
Durante esos años de soledad, rotos sólo por algunos encuentros casuales con el mundo exterior
y por las visitas de Romano, maduró en mente y en carácter, en el conocimiento de si mismo y de
sus hermanos hombres, y al mismo tiempo no solamente su nombre se fue haciendo famoso
sino que conquistó el respeto de quienes vivían a su alrededor. Su nombre era tan respetado
que, a la muerte del abad de un monasterio vecino (identificado por algunos como Vicovaro), la
comunidad lo buscó para pedirle que aceptara ser el nuevo abad. Benito conocía la vida y la
disciplina de ese monasterio y también sabía que “su estilo de vida era distinto al suyo y que
nunca podrían estar totalmente de acuerdo, pero, después de un tiempo, vencido por su
insistencia, aceptó” (Ibid. 3). La experiencia fracasó. Los monjes intentaron envenenarlo, de
modo que Benito volvió a su cueva. A partir de ese tiempo sus milagros se hicieron más
frecuentes, y muchas personas, atraídas por su santidad y su carácter, llegaron a Subiaco para
ponerse bajo su guía. Benito construyó doce monasterios en el valle para acomodar a esas
personas. En cada uno de ellos puso a un superior con doce monjes. El vivía en el treceavo, con
“unos cuantos, a los que él consideraba que su presencia sería más útil y podrían ser instruidos
mejor” (Ibid., 3). Pero él se convirtió en el abad y el padre de todos. Con el establecimiento de
esos monasterios comenzaron las escuelas para niños, y entre éstos, unos de los primeros fueron
Mauro y Plácido.
El resto de la vida de Benito fue dedicada a llevar a cabo el ideal de monasticismo que nos ha
dejado plasmado en su Regla. Antes de seguir con la breve narración cronológica de su vida que
nos transmite san Gregorio, será mejor examinar el ideal que, para san Gregorio, constituye la
verdadera biografía de Benito (Ibid. 36). Aquí trataremos de la Regla solamente en cuanto que
ésta es un elemento primordial en la vida de san Benito. Para considerar la influencia que la
Regla tuvo en el monasticismo de las épocas anteriores y en los gobiernos civiles y religiosos
occidentales, y sobre la vida de los cristianos,)
LA REGLA BENEDICTINA
1. Antes de ponernos a estudiar la Regla de san Benito hace falta señalar que fue escrita
para seglares, no para clérigos. No era el propósito del Santo establecer una orden de
clérigos con obligaciones y funciones clericales, sino una organización y unas normas
apropiadas para la vida doméstica de los seglares que quisiesen vivir en la forma más
plena posible la vida sugerida por el Evangelio. “Mis palabras- dice san Benito- se dirigen
a ti que, renunciando a tu propia voluntad, te revistes de la fuerte y brillante armadura de
la obediencia para pelear por nuestro Señor Cristo, nuestro verdadero Rey” (Prólogo a la
Regla). Más tarde, la Iglesia impuso el estado clerical a los benedictinos, y con él se
impusieron las obligaciones de las funciones clericales y sacerdotales, pero siempre ha
permanecido la impronta del origen seglar de los benedictinos, y ello constituye quizás
una de las señales distintivas de esa orden frente a otras de origen posterior.
2. Otra característica de la Regla del Santo es su perspectiva del trabajo. La así llamada
orden no se estableció para llevar a cabo algún trabajo en particular ni para solucionar
alguna crisis de la Iglesia en particular, como sucedió en otras órdenes. Para Benito, el
trabajo de sus monjes era simplemente un medio para llegar a lo bueno de la vida. La
gran fuerza disciplinaria de la naturaleza humana es el trabajo; el ocio es su ruina. El
objetivo de su Regla era llevar a los hombres “de regreso a Dios por el trabajo obediente,
del que se habían alejado por el ocio de la desobediencia”. El trabajo es la primera
4. condición de crecimiento en el bien. Fue precisamente para que su propia vida se
“fatigara con el trabajo en nombre de Dios” que san Benito dejó Enfide para ir a la cueva
de Subiaco. San Gregorio comenta que es necesario que los elegidos de Dios se “fatiguen
con labores y penas” al inicio, cuando las tentaciones son más fuertes. En el proceso de
regeneración de la naturaleza humana en el orden de la disciplina, incluso la oración tiene
un segundo lugar, detrás del trabajo, ya que en el alma del ocioso la gracia se encuentra
con el rechazo. Cuando “el Godo” (uno del que habla san Gregorio) “dejó el mundo” y
subió a Subiaco, san Benito le entregó un azadón y lo envió a desbrozar un campo para
hacer un jardín. “Ecce!, Labora!”, ve y trabaja. El trabajo no era, como afirmaban las
civilizaciones contemporáneas, una condición peculiar de los esclavos. Es el destino de
todo hombre, necesario para su bienestar como persona humana y esencial como
cristiano.
3. La vida religiosa, según la concibió san Benito, es esencialmente social. Una vida alejada
de los demás, la vida de los eremitas, si quiere ser sana e integral, sólo es buena para
unos cuantos, y éstos deben haber alcanzado una etapa avanzada de auto disciplina a
través de la vida comunitaria (Regla, 1). La Regla se ocupa totalmente de la
reglamentación de la vida de una comunidad de varones que oran, comen y trabajan
juntos y sirve no solamente como estrategia didáctica, sino como un elemento
permanente de su vida. La Regla concibe al superior como alguien siempre presente y en
continuo contacto con cada miembro del gobierno, el cual es descrito como patriarcal o
paternal (Ibid. 2, 3, 64). El superior es la cabeza de la familia. Todos son miembros
permanentes de un hogar. Gran parte de la enseñanza espiritual de la Regla queda
escondida entre una normatividad que parece ser simplemente social y la organización
doméstica (Ibid. 22-23, 35-41). Todo el marco y la enseñanza de la Regla están de tal
modo conectados con la vida doméstica que se puede pensar que un benedictino, más
que entrar a una orden religiosa parece entrar a una familia. El carácter social de la vida
benedictina ha encontrado su expresión en un tipo fijo de monasterios y en la clase de
trabajos emprendidos por los benedictinos. Además, está asegurado por un absoluto
comunismo en las posesiones (Ibid. 33, 34, 54, 55), por la rigurosa supresión de todo
rango mundano- “nadie de noble cuna puede ser (por esa razón) ser puesto en una
posición superior a quien antes era esclavo” (Ibid., 2)-, y por la presencia forzada de todos
en las rutinas diarias de la casa.
4. Si bien la Regla prohíbe estrictamente la propiedad privada, en el concepto que san
Benito tenía de la vida monástica no entraba el que los mojes, como cuerpo, debieran
desprenderse de toda riqueza y vivir de las limosnas de los fieles. Su propósito era más
bien limitar los requerimientos individuales a sólo aquello que es estrictamente necesario
y simple, y asegurar que el uso y administración de las posesiones comunes se realizaran
de acuerdo al Evangelio. La idea benedictina de pobreza es muy distinta de la franciscana.
Los benedictinos no hacen un voto explícito de pobreza. Su único voto es de obediencia
según la Regla. La Regla permite todo lo que es necesario al individuo, junto con ropa
suficiente y variada, comida abundante (excepción hecha de carne de cuadrúpedos), vino
y suficiente sueño (Ibid. 39, 40, 41, 55). Las posesiones pueden ser tenidas en común,
pueden ser muchas, pero siempre deben ser administradas a favor del trabajo de la
comunidad y para el beneficio de otros. El monje individual es pobre, pero el monasterio
debe estar en posibilidad de dar limosnas y no obligado a recibirlas. Hay que aliviar al
5. pobre, vestir al desnudo, visitar al enfermo, enterrar a los muertos, auxiliar a los afligidos
(Ibid. 4), acoger a los forasteros (Ibid. 3). Los pobres se acercaban a Benito para obtener
medios de pagar sus deudas (Dial. San Gregorio, 27); se acercaban a él para saciar su
hambre (Ibid. 21, 28).
5. San Benito diseñó una forma de gobierno que merece atención. Está contenido en los
capítulos 2, 3, 31, 64, 65 de la Regla y en ciertas frases claves dispersas en los demás
capítulos. Al igual que la Regla, también su modelo de gobierno no está diseñado para
una orden sino para una comunidad. Presupone que los miembros de la comunidad se
han unido, por la promesa de estabilidad, comprometidos a pasar sus vidas juntos bajo la
Regla. El superior es elegido por medio de sufragio universal y libre. Se puede decir que
su gobierno es una monarquía, pero sometida a la Regla como constitución. Todo se deja
a la discreción del abad, dentro del marco de la Regla, y cualquier posible abuso de
autoridad es controlado por la religión (Regla, 2), por el debate abierto sobre los asuntos
importantes en la comunidad, y por la discusión con los ancianos acerca de los asuntos
menores (Ibid. 3). La realidad de esta vigilancia sobre la voluntad del gobernante sólo se
puede apreciar debidamente cuando se recuerda que tanto el gobernante como la
comunidad están unidos de por vida, que todos están inspirados por el propósito común
de llevar a cabo la concepción de la vida que aparece en el Evangelio, y que la relación de
los miembros de la comunidad entre si y con el abad, y del abad hacia ellos, está
sublimada y espiritualizada por un misticismo que se inspira en las enseñanzas del
Sermón de la Montaña, acogidas éstas como verdades que deben ser vividas en la vida
real.
6. (a) Cuando un hogar cristiano, o una comunidad, ha sido organizada sobre la aceptación
voluntaria de los deberes y responsabilidades sociales de cada miembro, sobre la
obediencia a una autoridad y, más aún, sobre la disciplina continua de trabajo y auto
negación, el siguiente paso en la regeneración de los miembros, en su conversión a Dios,
es la oración. La Regla habla directa y explícitamente de la oración pública. A ella le asigna
Benito los salmos y cánticos, con lecturas de la Sagrada Escritura y de los Padres. Dedica
11 de los 27 capítulos de su Regla a la normatividad de la oración pública. Es
característico de la libertad de su Regla, y de la “moderación” del Santo, que él concluye
sus cuidadosas enseñanzas diciendo que si algún superior no está de acuerdo con lo que
él indica puede libremente modificarlo. Únicamente insiste en que todo el salterio debe
ser recitado en una semana. Añade que la práctica de los Santos Padres era
indiscutiblemente “recitar en un solo día lo que nosotros, los tibios monjes, apenas
hacemos en una semana” (Ibid. 18). Por otra parte, advierte en contra del celo excesivo al
establecer la regla general de que “la oración hecha en comunidad siempre debe ser
breve” (Ibid. 20). Es muy difícil sistematizar la enseñanza de san Benito acerca de la
oración, sobre todo porque, desde su perspectiva acerca del carácter cristiano, la oración
es algo que debe coexistir con la vida toda, y la vida, a su vez, no es completa si no está
empapada por la oración.
7. (b) San Benito llama “el primer grado de humildad” a la oración que cubre todas
nuestras horas de vigilia. Consiste en estar en presencia de Dios (Ibid. 7). El primer paso
se da cuando lo espiritual se une a lo meramente humano, o, como lo expresa el Santo, es
el primer escalón de una escalera que va del cuerpo al alma. La habilidad para practicar
6. este tipo de oración se refuerza con el cuidado del “corazón”, sobre el que insiste
frecuentemente el Santo. El corazón se libra de la disipación resultante de las relaciones
sociales gracias al hábito mental de ver a Jesucristo en todos los demás. “Hay que servir
en todo al enfermo como si fuera el mismo Cristo” (Ibid. 36). “Que los visitantes que se
acerquen a nosotros sean recibidos como Cristo” (Ibid. 53). “Ya seamos libres, ya
esclavos, todos somos uno en Cristo y tenemos igual rango en el servicio de Nuestro
Señor” (Ibid.. 2)
8. (c) En segundo lugar está la oración. Esta debe ser breve y se debe decir en intervalos
durante la noche y en siete distintas ocasiones durante el día, de modo que, de ser
posible, no se darán largos intervalos sin que haya una llamada a la oración formal, vocal
(Ibid. 16). El lugar que Benito da a la oración pública, común, se puede describir diciendo
que él la estableció como el centro de la vida comunitaria a la que se vinculan sus monjes.
Se trata nada menos que de la consagración, no del individuo, sino de la comunidad
entera a Dios a través de la repetición diaria de actos públicos de fe, de alabanza y de
adoración al Creador. Este acto público de culto a Dios, este “opus Dei”, debería ser la
tarea principal de sus monjes, a la vez que la fuente de la que todas las demás faenas
tomaran su inspiración, dirección y fuerza.
9. (d) En último lugar está la oración privada. Sobre ella no da ninguna norma el Santo.
Debe apegarse a los dones personales: “Si alguno desea orar en privado, déjesele ir en
silencio al oratorio a orar, no en voz alta, sino con lágrimas y fervor de corazón” (Ibid..
52). “Nuestra oración debe ser breve y con pureza de corazón, aunque puede ser
prolongada por la inspiración de la gracia divina” (Ibid.. 20). Si san Benito no da más
normas acerca de la oración privada es porque toda la condición y el modo de vida
asegurado por la Regla, así como el carácter derivado de la observancia de esta última,
conduce naturalmente a estados más elevados de oración. El Santo escribe: “Tú,
quienquiera que tengas prisa por ir hacia la Patria Celestial, cumple con la ayuda de Cristo
esta pequeña regla que he escrito para los principiantes, y a la larga llegarás, bajo la
protección de Dios, a las altas cimas de la doctrina y virtud de las que hablamos más
arriba” (Ibid. 73). Refiere Benito al lector a los Padres, a Basilio y a Casiano para guía
acerca de esos estados más elevados.
De este corto examen de la Regla y su sistema de oración, parece obvio que describir la
orden benedictina como contemplativa es un error, si es que se usa el término en su
acepción técnica moderna, que excluye el trabajo activo. Lo “contemplativo” indica una
forma de vida marcada por diferentes circunstancias y con un propósito distinto al de san
Benito. La Regla, incluyendo su sistema de oración y la salmodia pública, está hecha para
toda clase de mentes y para cada grado de conocimiento. No sólo fue redactada para los
cultos y para las almas avanzadas en la perfección, sino que organiza y dirige completamente
la vida de las personas sencillas y los pecadores, para que puedan cumplir los mandamientos
y comenzar una vida de bien. “Hemos escrito esta Regla- escribe san Benito- para que a base
de cumplirla en los monasterios podamos demostrarnos a nosotros mismos que tenemos un
cierto grado de bondad en la vida y el inicio de la santidad. Pero para aquellos que desean
acelerar su camino a la perfección de la religión, ahí están las enseñanzas de los Santos
Padres, cuyo seguimiento puede llevar a los hombres al culmen de la perfección” (Ibid.. 73).
Antes de abandonar el tema de la oración será bueno señalar de nuevo que al ordenar la
7. recitación pública y el canto del salterio, san Benito no estaba poniendo sobre sus monjes
obligaciones claramente clericales. El salterio era la forma común de oración de todos los
cristianos. No debemos ver en la Regla algunas características que edades posteriores y la
disciplina han convertido en algo inseparable de la recitación pública del Oficio Divino.
Podemos ahora retomar la historia de san Benito. No sabemos cuánto tiempo permaneció en
Subiaco. El Abad Tosti conjetura que debe haber sido hasta el año 529. De esos años san
Gregorio se contenta con narrar algunas historias que describen la vida de los monjes y el
carácter y gobierno de san Benito. Esta última función la realizó san Benito al intentar llevar a
cabo en los doce monasterios su concepto de vida monástica. A partir de la Regla podemos
intentar completar muchos detalles. Por experiencia propia y por su conocimiento de la
historia del monasticismo, Benito sabía que la regeneración del individuo, fuera de casos
excepcionales, no se logra a través de la soledad, ni de la austeridad, sino siguiendo el camino
trillado del instinto social del hombre, con sus condiciones necesarias de obediencia y
trabajo. Sabía también que ni la mente ni el cuerpo pueden ser sobrecargados en su esfuerzo
de evitar el mal (Ibid.. 64). Por eso en Subiaco no encontramos solitarios, ni eremitas
conventuales, ni grandes austeridades, sino únicamente varones reunidos en comunidades
organizadas con el objeto de llevar vidas buenas, trabajando en lo que les llegaba a sus
manos: portando agua hasta la cima de pronunciadas montañas, haciendo faenas de casa,
construyendo los doce claustros, limpiando el terreno, haciendo jardines, enseñando a los
niños, predicando a los campesinos, leyendo y estudiando al menos cuatro horas diarias,
acogiendo a los forasteros, recibiendo y entrenando a los nuevos monjes, participando en las
horas regulares de oración, recitando y cantando el salterio. La vida de Subiaco y el carácter
de san Benito atrajeron a muchos a los nuevos monasterios, pero con los números cada vez
mayores, y su creciente influencia, llegaron también inevitablemente los celos y las
persecuciones, que alcanzaron su punto culminante cuando un sacerdote vecino intentó
escandalizar a los monjes llevándoles una mujer desnuda para que bailara en el patio del
monasterio donde residía san Benito (Dial. San Gregorio, 8). Para proteger a sus seguidores
de ulteriores persecuciones, Benito abandonó Subiaco y se dirigió a Monte Casino. .
Sobre la cima de Monte Casino “había una antigua capilla en la que la gente simple del
campo, según la costumbre de los gentiles viejos, daba culto al dios Apolo. Alrededor y sobre
ella, en todos lados, había madera para el servicio de los demonios, y en ella, hasta ese día, la
loca multitud de infieles ofrecían los más perversos sacrificios. El hombre de Dios,
acercándose, hizo pedazos el ídolo, destruyó el altar y puso fuego a la madera, y en lo que
había sido el templo de Apolo construyó el oratorio de san Martín; donde había estado el
altar del mismo Apolo construyó un oratorio para san Juan. Gracias a su continua predicación
llevó a los pobladores de la región a abrazar la fe cristiana” (Ibid.. 8). Fue en este sitio que el
Santo edificó su monasterio. Su experiencia de Subiaco le había aconsejado cambiar sus
planes, por lo que en esta ocasión en vez de construir varias casas, con una comunidad
pequeña en cada una, puso a todos los monjes en el mismo monasterio y cuidó de su
gobierno nombrando a un prior y varios decanos (Regla, 65, 21). En la Regla- que
probablemente fue redactada en Montecasino- no encontramos pista alguna que nos ayude
a entender porqué construyó esos doce monasterios en Subiaco. La vida de la que hemos
sido testigos en Subiaco se reanudó en Montecasino, pero el cambio de la situación y de las
condiciones locales produjeron una modificación en el trabajo adoptado por los monjes.
Subiaco es un valle lejano, perdido en las montañas y de difícil acceso. Casino está en una de
8. las carreteras más transitadas del sur de Italia, y no está lejos de Capua. Eso ocasionó que el
monasterio estuviera más en contacto con el mundo exterior. Pronto se convirtió en un
centro de gran influencia en un distrito muy poblado, en el que había varias diócesis y otros
monasterios. Los abades llegaban a consultar a Benito. Había visitas continuas de gentes de
toda clase, y entre los amigos de Benito se contaban nobles y obispos. Había también en la
cercanía monasterios de monjas a los que los monjes acudían para predicar y enseñar. Hay
un poblado cercano en el que Benito predicó e hizo muchos conversos (Dialog. San Gregorio,
19). El monasterio se convirtió en un protector de los pobres y su garante (Ibid.. 13), su
refugio en la enfermedad, en las angustias, en los accidentes y en la necesidad.
Durante la vida del Santo hay una cosa que siempre ha permanecido como una característica
inmutable de las casas benedictinas: sus miembros aceptan cualquier trabajo que se adapte a
sus circunstancias peculiares; el que sea dictado por sus necesidades. Así encontramos a los
benedictinos enseñando en escuelas pobres y en universidades, practicando las bellas artes y
haciendo faenas de agricultura, teniendo cuidado de las almas o consagrándose enteramente
al estudio. Ninguna labor es ajena al benedictino, con la condición de que sea compatible con
la vida comunitaria y con el rezo del Oficio Divino. Tal libertad de elección laboral es
indispensable en una Regla que tenía el propósito de ser útil para en tiempo y lugar, pero
sobre todo era el fruto natural de la perspectiva de san Benito, lo que lo hace diferente de los
fundadores de órdenes religiosas posteriores. Éstos tenían en mente un trabajo especializado
al que deseaban que se dedicaran sus seguidores. El objetivo de san Benito era crear una
Regla que pudiera ser observada por cualquiera que quisiera seguir los consejos evangélicos,
en la vida, en la oración y en el trabajo, para salvar su alma. La narración que hace san
Gregorio del establecimiento de Montecasino únicamente nos da pequeñas pinceladas
desconectadas de escenas que dibujan la vida diaria de la vida monacal. Hay algunos datos
biográficos novedosos. Desde Montecasino san Benito fundó otro monasterio cerca de
Terracina, en la costa, como a cuarenta millas de distancia (Ibid.. 22). Añadiremos el don de la
profecía a la sabiduría de la larga experiencia y a las maduras virtudes de la santidad. San
Gregorio nos da muchos ejemplos. Entre estos, el caso más celebrado es el de la visita de
Totila, Rey de los Godos, en el año 543, cuando el Santo lo “regañó por sus malas acciones y
en pocas palabras le advirtió sobre todo lo que le iba a suceder, diciéndole: “Haces
diariamente mucho mal, y has cometido muchos pecados; abandona ya tu vida de pecado.
Entrarás a la ciudad de Roma, y cruzarás el mar; has de reinar nueve años y al décimo dejarás
esta vida mortal”. Al oír esas palabras, el Rey se atemorizó, y se alejó, deseando que el santo
varón hiciera oración a Dios por él. Desde entonces nuca fue tan cruel como antes. Poco
después fue a Roma, viajó por mar a Sicilia, y al décimo año de su reinado perdió el reino y la
vida (Ibid.. 15).
La fecha de la visita de Totila a Montecasino, 543, es la única fecha de la vida del Santo de la
que tenemos certeza. Debe haber acontecido cuando Benito ya era de edad avanzada. Como
otros biógrafos, el Abad Tosti data la muerte del Santo en ese mismo año. Poco antes de su
muerte oímos hablar por primera vez de su hermana Escolástica. “Ella había sido dedicada al
Señor desde su infancia, y llegaba a visitar a su hermano cada año. Y el hombre de Dios se
alejaba un poco de la puerta, a un sitio que pertenecía a la abadía, para platicar con ella”
(Ibid.. 33). Su último encuentro sucedió tres días antes de la muerte de Escolástica, en un día
“en que el cielo estaba tan claro que no se veía ninguna nube”. La hermana le rogó a Benito
que pasaran la noche juntos, pero “nada lo hizo acceder a ello, diciendo que por ningún
9. motivo podía él pasar la noche fuera de la abadía... La monja, habiendo oído la negación de
su hermano, juntó sus manos, las colocó sobre la mesa e, inclinándose sobre ellas, oró a Dios
Todopoderoso. Al levantar la cabeza de la mesa, súbitamente se desató una terrible
tempestad de rayos y truenos, y tan copiosa lluvia, que ni el venerable Benito, ni los monjes
que lo acompañaban, pudieron sacar la cabeza fuera de la puerta” (Ibid.. 33).Tres días
después “Benito observó cómo el alma de su hermana, separada de su cuerpo, en forma de
paloma, ascendía al cielo. Lleno de regocijo de ver su gran gloria, dio gracias Dios
todopoderoso con himnos y alabanzas, y comunicó la noticia de la muerte de su hermana a
los monjes, a quienes mandó llevar su cadáver a la abadía, para enterrarlo en la tumba que él
había preparado para si mismo” (Ibid.. 34). Debe haber sido por ese mismo tiempo que
Benito tuvo esa maravillosa visión, en la cual él estuvo tan cerca de ver a Dios cuanto es
posible a un ser humano en esta vida. Los santos Gregorio y Buenaventura dicen que Benito
vio a Dios y que en esa visión de Dios también vio todo el mundo. Santo Tomás niega que eso
haya sido posible. Sin embargo, Urbano VIII no duda en afirmar que “el Santo, aún estando
en esta vida, merecía ver a Dios en persona y, en Él, todo lo que está bajo Él”. Si no fue al
Creador a quien vio, ciertamente vio la luz que reside en el Creador, y en esa luz, dice san
Gregorio: “vio todo el mundo reunido como si estuviera bajo un rayo de sol. Al mismo tiempo
vio el alma de Germano, Obispo de Capua, siendo llevado por los ángeles al cielo en un globo
de fuego” (Ibid. 35). Una vez más se le revelaron las cosas escondidas de Dios, y él avisó a sus
hermanos, tanto “a los que habían vivido con él diariamente como a los que vivían lejos” de
su próxima muerte. “Seis días antes de morir dio órdenes de que se abriera su sepulcro y
siendo preso de una calentura, con tremenda fiebre comenzó a perder el sentido. Como la
enfermedad empeorase día a día, al sexto día ordenó a sus monjes que lo llevaran al oratorio,
en donde se armó por la recepción del Cuerpo y sangre de Nuestro Salvador Jesucristo.
Sostenido por los brazos de sus discípulos, se irguió con los brazos hacia el cielo, y orando de
esa manera entregó su espíritu” (Ibid, 37). Fue sepultado en la misma tumba que su hermana
“en el oratorio de San Juan Bautista, que él mismo había edificado cuando derribó el altar de
Apolo” (Ibid). Existen ciertas dudas sobre si los restos del Santo reposan en Montecasino, o si
fueron llevados a Fleury. El Abad Tosti, en su “Vida de San Benito”, discute ese punto con
profundidad (cap. XI) y decide la controversia a favor de Montecasino.
San Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo del 547, pocos días
después de la muerte de su hermana, santa Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos
lugares comenzaron a celebrar su fiesta el 11 de julio.
Quizás los rasgos más notables de san Benito sean su profundo y amplio sentimiento humano
y su moderación. Lo primero se revela en muchas anécdotas registradas por san Gregorio. Lo
vemos en su simpatía y cuidado por el más sencillo de los monjes; su prisa por ayudar al
pobre godo que había perdido su azada; su pasar horas durante la noche en la montaña para
evitar a sus monjes la carga de acarrear agua y así quitar de sus vidas una “causa justa de
molestia”; quedarse tres días en un monasterio para enseñar a uno de los monjes a
“quedarse quieto durante la oración como los demás monjes”, en vez de salirse de la capilla y
vagar por ahí “buscando ocuparse en asuntos terrenales y pasajeros”. Permite al cuervo del
bosque vecino acercarse diariamente, mientras los demás están cenando, para alimentarlo él
mismo. Su pensamiento siempre está con los ausentes. Sentado en su celda sabe que Plácido
ha caído en un lago; tiene una visión en la que acontece un accidente a unos constructores y
les manda avisar; en espíritu y en una especie de presencia real, está con sus monjes
10. “comiendo y refrescándose” durante un viaje de estos últimos, con su amigo Valentiniano de
camino al monasterio, con un monje recibiendo de las monjas un regalo, con la nueva
comunidad de Terracina. A lo largo de la narración de san Gregorio, siempre aparece como el
mismo hombre amante de la paz, quieto, gentil, digno, fuerte, que gracias a la sutil fuerza de
su simpatía se convierte en el centro de las vidas e intereses de todos los que lo rodean. Lo
vemos en el templo con sus monjes, durante la lectura, a veces en los campos, pero más
normalmente en su celda donde los mensajeros frecuentemente lo hallan “llorando
silenciosamente en su oración”, y durante las horas de la noche de pie “junto a su ventana en
la torre, ofreciendo a Dios sus oraciones”. A veces también, como lo descubrió Totila, está
sentado fuera de la puerta de su celda, o “ante el portón del monasterio, leyendo un libro”.
Benito nos ha dejado un retrato de si mismo en su descripción del abad ideal (Regla, 64):
“Es propio del abad estar siempre haciendo algo bueno a favor de sus hermanos, en vez de
presidir sobre ellos. Debe por tanto, estar educado en la ley de Dios, para saber cuándo debe
sacar cosas nuevas y viejas; debe ser casto, sobrio y misericordioso, siempre prefiriendo la
misericordia que la justicia, para que él también obtenga misericordia. Odie el pecado y ame
a sus hermanos. Aún al corregirlos, actúe con prudencia, sin ir muy lejos, porque un afán
desmedido de quitar aprisa la herrumbre puede causar que se rompa el vaso. Nunca pierda de
vista su propia fragilidad y recuerde que no se debe romper la vara raspada. Con lo cual no
queremos decir que se debe soslayar el vicio, sino que debe erradicarlo con prudencia y
caridad, en la forma más conveniente a cada persona, como ya dijimos. Busque mejor ser
amado que temido. Que no sea violento o demasiado ansioso; ni exigente u obstinado; ni
celoso o suspicaz. Porque si no lo hace así, jamás podrá descansar. Al dar órdenes, ya
temporales ya espirituales, siempre hágalo en forma prudente y considerada. Cuando deba
imponer trabajos, sea discreto y moderado, teniendo en mente la discreción del santo Jacob
cuando dijo: “Si canso demasiado a mi rebaño, todas las ovejas perecerán en un día”. Con
tales testimonios sobre la discreción, la madre de todas las virtudes, sacados de estas o
parecidas palabras, siempre actúe moderadamente, de modo que el fuerte siempre tenga
algo porque luchar y el débil nada de que temer”.
HUGH EDMUND FORD
Transcrito por Robert Gordon
En memoria de Clifford A. Gordon
Traducido por Javier Algara Cossío
(Fuente: Enciclopedia Católica)